Ensayos políticos - Hume

July 1, 2017 | Autor: J. Alonso Hernandez | Categoria: Political Philosophy, Political Science
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David Hume

¡¡4 1 ENSAYOS POLÍTICOS Traducci,n e Introducci,n de César Armando G,mez

2ª edici,n

Unión Editoial

2005

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Índice

Introducci,n .. . . ......... ... . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . © 2005 UNION EDITORIAL, S.A. - Madrid e/ Colombia, 61 - 28016 Madrid Tel.: 913 500 228 - Fax: 913 594 294 www.unioneditorial.es

GnAPic, S.L. TECNOLOGÍA GFICA, S.L. Impreso en España - Printed i11 Spain Compuesto por JPM

Impreso por

l. ee la libertad de prensa . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2 . Ia política puede ser reducida a ciencia . . . . . . . . . . .

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6. ci el gobierno britSnico se inclina mSs a la monarquía absoluta o a una rep?blica . . . . . . . . . . . . . 7. ee los partidos en general . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . .. . . . . . . . . . ..

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9. ee la superstici,n y el entusiasmo . . . . . . . . . . .. . . . . . . . .

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5. Ia independencia del Parlamento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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10. ee la libertad civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 1 . Origen y progreso de las artes y las ciencias . . . .

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13. Ia obediencia pasiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14. El acuerdo entre los partidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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12. El contrato original . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

15. Idea le una rep?blica per-ecta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

16. Ia rivalidad comercial .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17. El equilibrio de poderes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ISBN:

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3. ee los primeros principios del gobieno . . . . . . . . . . 4 . eel origen del gobierno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

8. Ios partidos britSnicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

84-7209-410-3

Depósito Legal: M.

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7.059-2005

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El escocés eavid Hume (1711-1776) es una de las grandes -iguras de la Europa dieciochesca, aunque no resulte -ami1 liar en el ámbito de nuestra cultura. Ia aduana antihete1 roloxa suele -uncionar en beneficio de los peores, y, por otra parte, para unos espaIoles que ya no viajaban, el pres1 tigio intelectual vino a quedar ligado a lo escrito en -ran1 cés. Quizá por eso en los conatos de revoluci,n liberal es1 paIola hubo siempre tan poco que o-recer, y por tan pocos. como alternativa al jacobinismo. Hume es un Rilustrado» que somete a la Ilustraci,n a la crítica He su propio instrumento y gran mito, a la prueba He la raz,n. Frente al borr,n y cuenta nueva He un razomr aut,nomo, autosu-iciente y disparado hacia la utopía, él parte He la realidad y He su historia. No cree que los huma­ nos hayan seguido· una ruta equivocada, sino la ?nica a su alcance, la He la prueba y el error, por la que han avanza1 do, en unos sitios más que en otros, hacia su incierto y mudable ideal He -elicidad. Precisamente por los aIos en que Hume escribe, Ingla­ terra ha alcanzado, tras el reajuste institucional obra He la aevoluci,n, un dispositivo político al que la gran mayoría del país con voz empieza a conceder su apoyo. ce critica a los hombres, no al sistema; y crece la conciencia de haber dado en política con la piedra -iloso-al; de que lo que lla1 man con orgullo Rnuestra constituci,n» es un instrumento básicamente capaz He obtener de las -uturas -uerzas en

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presencia la resultante de un mejor servicio a la comunidad. c,lo una convicci,n de este género podía dar a Hume res­ paldo su-iciente para oponerse, por ejemplo, a la vieja idea del contrato social en el momento en que empezaba a co­ brar popularidad y prestigio. Nuestro escocés parecía temer, aun en esto, que el exceso de -iguras ret,ricas en la expli­ caci,n del acontecer humano pudiese crear mitos ingo­ bernables y proclives a los -rutos amargos. ci en nuestros días hay países en los que se dan las condiciones para con­ certar un auténtico pacto social, el hecho no es ajeno a la resistencia de hombres como Hume a cabalgar las quime­ ras de la políticat-icci,n. Io primero que Hume sostiene es que, si bien la per-ec­ ci,n y la -elicidad constituyen metas y aspiraciones del hom­ bre, no son para maIana, ni poseemos de ellas modelos acabados que nos permitan construirlas con arreglo a pla­ nos. Por eso sería grave error sacri-icar lo mucho que de ?til y valioso hay en nuestra vida personal y social en aras de -ormas no contrastadas; y esto, ante todo, porque en las creaciones sociales se da una selecci,n naiural que deter­ mina la supervivencia de las más ?tiles. Así lo afirma Hume de las normas éticas; pero nos auto­ riza a ampliarlo al papel undamental con-erido en su pensa­ miento a la psicología moral y, en general, al conocimiento de la naturaleza humana como instrumento para la inter­ pretaci,n de los hechos sociales. Versa este saber sobre el entendimiento y las pasiones, vistas como constantes del género humano, y susceptibles de descripci,n y de un co­ nocimiento que permita enunciar sus leyes, pero no de una Rexplicaci,n» que nos conduciría a simas meta-ísicas, de las que Hume era enemigo jurado. El comportamiento del hombre es en parte producto del medio, que act?a sobre su naturaleza; pero el establecimiento de unas normas de esa actuaci,n, la fijaci,n de una mecánica deterinista, era

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absolutamente contraria al pensamiento de Hume, cuya -i­ loso-ía alcanza uno de sus momentos revolucionarios al rechazar el concepto de causalidad, simple creencia basa­ da en el hábito, y caracterizar como meras asociaciones de ideas las conexiones entre unos hechos carentes de rela­ ci,n necesaria entre sí y cuyas Rconjunciones constantes» s,lo pueden establecerse por métodos estadísticos aplica­ dos a experiencias muy amplias. ee esta hazaIa, impulsora de la crítica de 𐁌ant, procede buena parte de la ciencia y la filoso-ía modenas. aussell, uno de los pensadores contem­ poráneos más in-luidos por Hume, veía en él, c�mo en Berkeley, una vertiente parad,jica, -rente al Rsentddo co­ m?n» de un Iocke. Y es cierto que en sus intuiciones laten hallazgos s,lo comprensibles plenamente una vez que la ciencia hubo despejado el camino. Así, cuando niega enti­ dad al yo, ese sujeto del acontecer al que la -ilosoía nacida de la nueva -ísica s,lo ve, parad,jicamentes como una se­ rie de acontecimientos. ¿Qué tipo de hombre surge del buceo de Hume en la naturaleza humana? Ni el egoísta desmandado de Hobbes ni el filántropo de cha-tesbury, entonces en candelero, sino una mezcla de ambos: un buen sujeto, que encuentra ab­ surdo el ascetismo, pero degusta la vida con mesura y cree que la caridad bien entendida puede empezar por uno mismo sin pejudicar a los demás. El bien de la sociedad es el bien de quienes la componen, y ello cunde ambos fines en un Rhumanismo egoísta» empapado del altruismo pre­ dicado por los te,ricos del Rsentido moral». Hume h1e un moralista apasionado, y tuvo siempre a sus escritos sobre la materia por raíz y clave de toda su obra. Pero su mora­ lismo no es ya el de preceptos abstractos, de origen más o menos religioso, en el que todavía incurre Iocke. Ia moral es del hombre y para el hombre, y ya hemos visto c,mo el bien del individuo y el de la sociedad se corresponden. cerá

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bueno lo que contribuya al bienestar social, y malo lo que se oponga a élL y de ese bien y ese mal es la sociedad quien debe juzgar. con morales aquellas cualidades que la gran mayoría apmeba en quienes las poseen, y el criterio de va1 loraci,n debe ser el ele su carScter ?til o agradable, para su poseedor o para los demSs. Útil es lo que sirve o es apto para un fin considerado bueno. Esta utilidad es el >unda1 mento le todas las normas y usos sociales, incluida la cas1 tidad, que le otro modo Rno tendría raz,n le se». Fue Hume quien llev, a jeremías Bentham al utilitarismo, y a?n mayor sería su ascendiente sobre john ctuart Mili. Este que pudiéramos llamar individualismo social com1 porta un decidido subjetivismo, natural en quienes preten1 den interpretar los hechos sociales por el camino le la psi1 cología. Ni lo bueno ni lo bello lo son por una norma o canon que a todos obligue, sino por vía plebiscitaria. RAsí es si así os parece.» Ia aplicaci,n le esta actitud a la cien1 cia econ,mica, si no supuso un salto gigantesco, al no lle1 gar Hume a plantearse una teoría del valor, sí le da una acusada modernidad, porque no pinta >uerzas neutras, im1 personales, concurriendo a un mercado, sino incliricluos o gmpos con sus intereses y humanas peculiaridades. Esta es una ele las vías ele penetraci,n ele Hume en uno ele los cam1 pos en los que su obra alcanz, mayor trascendencia, aun1 que a veces por caminos clesviaclos, como el de su inluen1 cia en los economistas >rancesesL porque Mili y aicardo le olvidaron a menudo y no supieron aprovechar su visi,n le adelantado. Ia enjuta -iloso>ía econ,mica le Hume encie1 rra mayores tesoros le penetraci,n que la le cmith, con toda su gigantesca labor le acarreo, y es el germen le bue1 na parte del mSs genuino pensamiento liberal en la mate1 ria. Bastaría seIalar, con cchumpeter, que su teoría del co1 mercio intenacional R𐁑e ha mantenido sin crítica en lo esencial hasta los aIos veinte le nuestro siglo» . Hume cree

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en las >ronteras abiertas y el libre trS>ico a escala mundial, porque ni el dinero huye le un país laborioso ni la riqueza le los demSs le pejudica, sino al contrario. Con ello se opo1 nía tanto al mercantilismo, ya en retirada, como a las tesis mSs caras al entonces rampante imperialismo britSnico. El en>oque econ,mico de Hume es altamente progresi1 vo centrado en los >actores le desarrollo. Ias actividades ec n,micas son a la vez medios y fines. Ias necesidades del hombre, sus respuestas al desa>ío existencial, encie1 rran un elemento de placer, de ejercicio le la propia vitali1 clacl y, en términos actuales, le realizaci,n personal que sería la justi>icaci,n éticofutilitaria ele una sociedad mer1 cantil e industrial, necesariamente libre, porque la >elici1 dad humana no responde a modelos objetivos, sino a pro1 yectos y pre>erencias personales. El auge del trS>ico econ,mico, al >omentar el inlivilua1 lismo y multiplicar los centros de decisi,n, es también el gran motor de la libertad política. Hume advierte claramen1 te este hecho, como el le la interacci,n entre los procesos econ,micos y los culturales. Ia comprensi,n del aspecto genuinamente político le la obra de Hume exige situarse en un momento ele la evo1 luci,n del pensamiento occidental en el que ya se advierte el >en,meno, hoy tan notorio, del décala𐂄eentre el avance del saber cientí>ico y el tratamiento le los problemas mo1 rales y sociales. Ia ciencia, en plena marcha a partir del aenacimiento, ha acelerado el paso en los siglos vn y VIII. Ia moral, el derecho, la política, no se han clesprenlilo de sus bases medievales y aceptan el peso decisivo le las vie1 jas Rautoridades» y el recurso constante al dogma religio1 so. El revolucionario Iocke se inscribe todavía en esta at1 m,s>era, y no luda le la existencia le Rleyes naturales» como marco le re>erencia ?ltimo, en cuestiones jurídicas y sociales. Ias ?ltimas promociones intelectuales habían acl-



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mitido la primacía de la raz,nL pero la raz,n era para Hume un mero generador de hip,tesis, necesitadas del contraste con los hechos. Ni las armoniosas construcciones abstrac1 tas, ni los dictados de una causalidad inexistente, ni el en1 tusiasmo por las virtudes deseables, sino los hechosL la in1 soslayable y tirana realidad, conocida a través de la observaci,n. Esta postura le cost, a Hume no pocos dis1 gustos, desde la exclusi,n de los claustros universitarios basta las invectivas de liberales, como Je--erson, quien lo tildaba poco menos que de enemigo del género humano. Pero había tomado sus precaucionesL y su primer cuidado, a?n muy joven, fue, seg?n nos cuenta en un breve escrito autobiográ-ico, el de adoptar una vida -rugal, en consonan1 cia con sus mediosL lo que le permiti, blasonar siempre de independencia -rente a poderes de toda laya. A la creencia en un orden moral secular, reflejo del divi1 no y sostenido por él, pero dirigido a la -elicidad del hom1 bre en el mundoL en unas instituciones sociales destinadas a proteger al individuo del abuso de sus congéneresL en unos Rderechos del hombreg consustanciales a toda persona, y en el Rcontratog entre gobernantes y gobenados como ?nica justi-icaci,n de la autoridad -las cuatro columnas maestras del pensamiento que gana terreno en su época-, Hume opone el derecho a investigar la realidad -como distinta de los buenos deseos- sin sujeci,n ni al dogma religioso tra1 dicional ni al neologmatismo del racionalista Rpintar como querer>𐀽. bas ideas políticas ele Hume, totalmente integradas en su filoso-ía de la naturaleza humana, nacen He su concep1 to de la justicia y la obediencia. ci la utilidad es el ?nico valor atendible, el carácter obligatorio de un acto s,lo pue1 de justi-icarse por su -in. bos hombres no act?an por puro egoísmo, como creía Hobbes, ni por un innato amor a sus semejantesL y tampoco en cumplimiento de 𐁋as obligadof

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nes derivadas de un previo compromiso social. bas normas sociales son una construcci,n artiicial montada sobre el terreno abonado de nuestro instinto de sociabilidad. cu nacimiento y progresos recuerdan a los del lenguajeL y el acatamiento que, con auda del hábito, les prestamos no se di-erencia gran cosa He nuestro respeto inconsciente por los usos pros,dicos y sintácticos, rara vez puestos en cues1 ti,n y cuya uti𐂜idad y valor damos por sentados. bos motivos de la conducta humana son muy variados, y en ellos pre1 domina el interés personalL pero si nuestros actos resultan, en conjunto, ?tiles o agradables, para su autor o para los demás, merecerán el asenso moral. Es inquietante compro1 bar que muchos Ractos de justiciag, considerados aislada1 mente, no presentan aquel carácter, pues a nadie aprove1 chan, e incluso son perjudicialesL pero se justi-ican porque su cumplimiento contribuye a mantener la estructura de normas generales y costumbres que hace posible la exis1 tencia y cuncionamiento del orden social. A -alta de un re1 medio natural para las de-iciencias del comportamiento humano, es imprescindible establecer normas convencio1 nales observadas por todos. Estas convenciones, hijas del interés com?n, consiguen la aprobaci,n general y se trans1 -orman en obligaciones morales por su evidente utilidad, hasta adquirir un valor propio, desligado He cualquier otra consideraci,n y encarnado en un abstracto Rsentido del deber>> . ba -ortuna del pensamiento liberal británico, en sus ver1 tientes utilitarista y socialista, se debe en buena parte a la derrota del iusnaturalismo bajo los embates de Hume. ba idea de un derecho natural y unos derechos humanos pre1 vios a los -en,menos sociales complacía tan poco al esco1 cés como la del contrato social, el estado de naturaleza o aquella -amosa Redad de orog que, con su sola existencia, hubiera hecho ociosa la idea de gobierno. Para hablar de

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com?n. Si el gobieno incumple sus unciones, -alta a sus deberes, ha perdido su justi-icaci,n y la desobediencia se impone. Ni siquiera tendrS sentido entonces aquella Robe­ diencia pasiva» tan predicada por vía sacerdotal a través le los tiempos, y basada en el supuesto acatamiento debido a toda Rautoridad» por el hecho de serlo. ¿Qué espíritu mo­ ralmente esclarecido, piensa Hume, se atreverS a condenar a quienes tomaron las a𐃂as contra los granles tiranos? Pero obediencia y rebeldía se justi-ican por su utilidad, y es muy di-ícil que se den las condiciones ,ptimas para qüe le una revoluci,n salga algo bueno. ba disoluci,n del orden polí­ tico es un suceso demasiado grave para tomarlo a la ligera. Un ?ltimo poblema es para Hume el le quién re?ne las condiciones necesarias para reclamar la obediencia políti­ ca, para ostentar la soberanía. En general, la condici,n le soberano la da la autoridad, que es -ruto de un poder legí­ timo. Pero la legitimidad mana le muy diversas -uentes, Y es diícil -ijarle normas; aunque el mejor gobierno es el nacido del consenso le los gobernados. bo que da al go­ bernante su condici,n plena es la consecuci,n, por obra sobre todo del transcurso del tiempo, de aquel estado de aceptaci,n general en el que el desempeIo le sus -uncio­ nes no necesita del recurso a la -uerza. ba experiencia le un britSnico le los tiempos le Hume s,lo alcanzaba a go­ biernos muy poco poseídos de esas -unciones, y le los que se podía casi hacer abstracci,n en la vida diaria. En otros climas sería mSs di-ícil identi-icar la ausencia de protestas con la Rinterior satis-acci,n». Pero si los compatriotas le Hume tuvieron la -ortuna le concluir sus ajustes de cuen­ tas en el siglo 1I, nada hay que reprocharles, y bastarS tener presentes las distintas coordenadas en que se mueven sus ideas. Hume, situado en el gozne le dos épocas, se encuentra todavía lejos del momento en que ht praxis revolucionaria

política con un mínimo de coherencia hemos de re-erinos al panorama de necesidades e intereses contrapuestos que tenemos ante nuestros ojos. Y un punto muy necesario es la distinci,n entre la sociedad y el Estado. ba sociedad, con sus normas y convenciones transmutadas en hSbito, pue­ de vivir con muy poco go𐁨ierno, y rara vez necesita mu­ cho. El gobierno es, como la propia sociedad, un invento ?til, y a veces incluso imprescindible. Naci,, sobre todo, de la organizaci,n para las luchas de-ensivas y agresivas con­ tra otros pueblos; pero, aunque admitiésemos su origen en un Rcontrato» remoto, su autoridad se basa hoy en el hSbi­ to de la sumisi,n, en la que el individuo nace y es manteni­ do bajo la amenaza de castigos inexorables y de muy otra índole que los impuestos por los usos sociales a quienes los quebrantan. Este orden coactivo se justi-ica por la condi­ ci,n humana. Nos mueven mSs pasiones que razones, y el señuelo le lo inmediato suele hacemos olvidar nuestros intereses a largo plazo. ba organizaci,n política le la socie­ dad, le la que el gobierno es brazo ejecutor, poporciona a los hombres motivos y hSbitos capaces le contrarrestar las inclinaciones que los desorientan y dividen. ba obediencia a la ley se basa, pues, en la necesidad y el hSbito, corroborados por el temor al castigo. Pretender dar mSs fuerza a la norma retrotrayéndola a un pretendido Rde­ recho natural» , no menos inventado y convencional, es un juego que podría prolongarse hasta el ininito sin aIadir un Spice de fundamento a los s,lidos motivos que los hom­ bres iuvieron para acogerse a un reinado de la justicia cuya utilidad para la vida lo acredita sobradamente como obli­ gaci,n moral. ¿Tiene límites la obediencia política? Evidentemente, sí. Para los te,ricos del contrato social, la ruptura del compro­ miso por el gobernante suponía el término de la obligaci,n del gobenado. Hume se remite, como siempre, al interés

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./U H. A-AA iba a undir liberalismo y democracia en moldes constiiu1 cionales. Su pensamiento, tan preIado de trascendentes osadías, tiene a la vez los resabios conservadores propios de un estrato social que, en el seno de un país en ascenso, ve ya claramente trazado su destino de hegemonía sin rup1 tura. Ia libertad es en ese contexto un corolario del dere1 cho de propiedad, y la guarda de éste lo que más com?n1 mente suele entenderse por Rjusticiag . El concepto de la soberanía popular, potenciado en Norteamérica como arma contra la administraci,n colonial y en Francia para hacer sal1 tar los grilletes del Antiguo aégimen, no es en las islas ban1 dera de combate. bodo ello no impide a las aportaciones británicas o>recérsenos en toda su prístina e>icacia libe1 radora, la que el pensamiento liberal iba a perder en parte una vez concretado en el programa de clase que sirvi, de plantilla a las revoluciones burgueses de >inales del siglo. El liberalismo convertido en baluarte de unas libertades codi>icadas, congeladas en un momento hist,rico, estaba condenado a desmoronarse. Su garantía de uturo es el re1 cobro de su virtud activa, de su cualidad liberante. Si los enemigos de la libertad se han multiplicado casi tanto como los extravíos de quienes se llaman sus amigos, s,lo el pe1 regrinaje a las >uentes puede damos el impulso y los me1 dios para trabajar día a día en la reconstrucci,n de esos Run1 damentos de la libertadg que han dado título a uno de los grandes libros escritos en nuestro tiempo bajo el signo de Hume. Con tan paladina intenci,n o>rezco al lector espa1 Iol estos ensayos. ].A.G.

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DE LA LIBERTAD DE PENSA

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�o la gr�n Nada puede sorprender tanto a un extranjero co r al p�1 ulca com libertad que en este país dis>rutamos para las medt1 blico cuanto nos plazca y censurar abiertamente inistraci,n das tomadas por el rey o sus ministros. Si la adm o no, con1 ndas resuelve ir a la guerra, se airma que, a sabie en el esta1 >unde los intereses de la naci,n, y que la paz es, el con1 por Si, . rible pre>e do de cosas actual, in>initamente tores escri trario, los ministros se inclinan a la paz, nuestros la con1 políticos respiran guerra y devastaci,n, y presentan �sta que o Da e. ánim ducta del gobierno como vil y pusil re1 l , erno libettad no es concedida por ning?n otro gobt Holanda publicano ni monárquico, y carecen de ella tanto pregun1 ral natu ce pare y Venecia como Francia o EspaIa, de tan ute tarse a qué se debe el que s,lo Gran BretaIa dis>r especial privilegio. ce ser Ia raz,n de que las leyes nos den tal libertad pare ica árqu nuestra >o𐃃a mixta de gobi eno , no del todo mon rvaci,n ni enteramente republicana. En mi opini,n, es obse ierno, go de mas cierta en política que las dos >ormas extre st, apar1 la libertad v la esclavitud, suelen parecerse, y que arquía e� tándonos de ellas, ponemos cierta dosis de mon que st tras mien la libertad, el gobierno se hace más libre, yugo resulta mezclamos alguna libertad con la monarquía el o el de Fran1 más gravoso e intolerable. En un gobierno com mbre Y costu cia, absoluto, y en el que tanto la ley como la . te satts>ef la religi,n concurren a tener al pueblo plenamen

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cho de su condici,n, el monarca no puede abrigar temor alguno 𐂈acia sus s?bditos, y por ello puede darles mayores libertades, tanto de expresi,n como de acci,n. En un go­ bieno puramente republicano, como el de Holanda, don­ de no hay magistrado tan eminente como para inspirar te­ mor al Estado, no hay tampoco peligro en coniar a los magistrados amplios poderes; y aunque estas >acultades dis­ crecionales son muy ventajosas para la conservaci,n ele la paz y el orden, restringen también considerablemente la libertad de acci,n de los individuos, y hacen que todo ciu­ dadano pro>ese un gran respeto al gobierno. Parece, pues; evidente que las >ormas extremas He la monarquía absolu­ ta y de la rep?blica se asemejan en ciertas circunstancias materiales. En la primera, el magistrado no teme al pueblo; en la segunda, el pueblo no teme al magistrado. Esta au­ sencia de temor engendra con>ianza y crédito en ambos casos, e introduce cierta libertad en las monarquías y alg?n poder arbitrario en las rep?blicas, Para justi>icar la otra parte de nuestra observaci,n, la que a>irma que son las >ormas templadas ele cada tipo He go­ bierno las que más se di>erencian entre sí, y que la mezcla ele monarquía y libertad hace el yugo más gravoso, debo recordar la observaci,n He Tlcito sobre los romanos del tiempo de los emperadores, He los que dice no podían so­ portar ni la esclavitud plena ni la plena libertad, Nec totam servitutem, nec tatam libertatem patipo,Sunt; observaci,n que un celebrado poeta tradujo y aplic, a los ingleses, al describir en vivaz cuadro la política y gobieno He la reina Isabel: Etfit aimer son joug á fAngfois indompté, qui ne peut ni servi1: ni vivre en libeté. VOLTAIRE (La Heniada, Libro I)

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ee acuerdo con estas observaciones, hemos de consi­ derar el gobierno romano bajo los emperadores como una mezcla He despotismo y libertad en la que prevalecía el despotismo, y el gobierno inglés como una mezcla seme­ jante en la que predomina la libertad. Ias consecuencias responden a nuestra observaci,n, y son las que cabe espe­ rar de aquellas >ormas mixtas de gobierno que engendran vigilancia y recelo mutuos. Muchos de los emper1dores romanos >ueron los tiranos más horrendos que han infama­ do la especie humana; y es evidente que su crueld𐁦d >ue sobre todo >ruto He su recelo, y del convencimiento He que los patricios romanos soportaban con impaciencia el domi­ nio He una >amilia que poco antes no era en nada superior a la propia. En Inglaterra, en cambio, 𐁱onde prevale𐁮e el aspecto republicano del gobierno, aunque con gran dosis He monarquía, ésta se ve obligada, por instinto He conser­ vaci,n, a mantener una constante vigilancia sobre los ma­ gistrados, eliminar cualquier tipo ele poderes discreciona­ les y asegurar la vida y la hacienda He todos medianne leyes generales e in>lexibles. S,lo puede ser tenido por delito aquello que la ley ha especi>icado claramente como talv a nadie le puede ser imputado un delito sino melianne prue­ ba su>iciente ante los jueces; y estos jueces deben ser sus conciudadanos, obligados en el propio interés a mantenerse alertas frente a los abusos y violencias ele los mini𐃐nros. ee estas causas procede el que haya tanta libertad, e incluso libertinaje, en Gran BretaIa, como antaIo esclaviiud y tiraf nía en aoma. Estos principios explican la gran libertad He la imprenta en nuestro país, superior a la permitida por cualquier otro gobierno. Tememos ser víctimas del poder arbitrario si no iuviésemos buen cuidado He evitar sus progresos y no hu­ biese un sistema >ácil para dar la alarma de un exrremo a otro del reino. El espíritu del pueblo necesita ser alertado

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con >recuencia para poner coto a las ambiciones de la Cor­ te; Y no hay como el temor a esa alerta para prevenir tales ambiciones. A este prop,sito, nada tan eicaz como la lim bertad de imprenta, que permite poner todo el saber el ingenio y el talento de la naci,n al servicio de la liberta y anima a todo el mundo a de>enderlo. En consecuenc a mientras la parte republicana de nuestro gobieno pued sostenerse >rente a la monSrquica, tendrS buen cuidado de mantener la imprenta libre, como elemento importantísimo para su propia de>ensa. 1

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Hemos de conceder, no obstante, que la libertad de imprenta ilimitada, aunque di>ícil, y acaso imposible de remediar, es uno de los males que aquejan a las >ormas mixtas de gobierno.

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1 Sivndo, puvs, la libvrtad dv imprvnta tan vsvncial para la supvrvivvnCia dv �uvstr� gobivno mLxto, vllo basta para dvcidir la svgunda cuvstión, a dv SI vsa hbvrtad vs bvnvficiosa o pvrjudicial, al no habvr nada más Importantv vn un vstado quv la consvrvación dv su gobivrno tradicional vspv:ialmvnt � si éstv vs librv. Pvro yo daría un paso más, y afirmaría qu vsa hbvrtad tivnv tan pocos inconvvnivntvs quv puvdv svr proclamada como dvrvcho común dv la humanidad, y ha dv svr pvrmitida vn casi to­ das las clasvs dv gobivrno, vxcvpto vl vclvsiástico, para vl quv svría fatal. No hvmos dv tvmvr dv vsta libvnad las malas consvcuvncias quv tvnían las a�vngas dv los dvmagogos popularvs dv Atvnas y los tribunos dv Roma. Los hb �os y panflvtos sv lvvn a solas y con vl ánimo tranquilo, sin quv nos . . . c�ntag1vn pasionvs aJvnas m nos arrvbatvn la fuvrza y vnvrgía dv la ac­ •





CJon; y, aunquv pudivran provocar vn nosotros un humor dv vsa vspvciv no sv nos ofrvcv rvsolución violvnta vn la quv podvr volcarlo dv inmvdia� to. En consvcuvncia, la libvrtad dv imprvnta, por mucho quv dv vlla sv abusv, mal puvdv svr causa dv tumultos o rvbvlionvs popularvs; y vn cuan­ to a las murmuracionvs o dvscontvntos ocultos dv quv puvdv svr ocasión más valv quv sv traduzcan vn palabras, dv modo quv llvguvn a qídos dv . �agistrado antvs dv quv sva dvmasiado tardv, y puvda ponvrlvs rvmvdio. C!vr o quv vn los hombrvs hay sivmprv mayor propvnsión a crvvr lo quv . sv dicv contra sus gobivnos quv lo contrario; pvro vsta inclinación vs in­ svparablv dv vllos, tanto si tivnvn libvrtad como si no. Un chismorrvo puvdv vxt:ndvrsv tan rápi�amvntv y svr tan pvrnicioso como un panflv­ _ alh dondv los hombrvs no vstán acostumbrados a to; Y lo svra mucho mas pvnsar librvmvntv, y a distinguir la vvrdad dv la mvntira. dvmás, a mvdida quv aumvnta la vxpvrivncia dv la humanidad, sv ha VIsto quv vl puvblo no vs un monstruo tan pvligroso como sv lv ha quvrido pintar, y quv vs mvjor, por todos los concvptos, guiar a los hom-

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brvs como a criaturas racionalvs quv conducirlvs como un rebaño. Antvs dvl vjvmplo dv las Provincias Unidas, sv crvía quv b tolvrancia vra incom­ patiblv con vl buvn gobivrno y sv juzgaba imposiblv quv divvrsas svctas rvligiosas pudivsvn convivir vn paz y armonía. y profvsar todas vllas vl mismo afvcto a su país y a los dvmás. Inglatvrra ha dado una pruvba sv­ mvjantv vn cuanto a la libvrtad civil; y aunquv vsta libvrtad parvcv causar hoy civrta vfvrvvscvncia, todavía no ha producido vfvctos pvrniciosos; Y vs dv vspvrar quv los hombrvs, al vstar cada dí:! m:ís habituados a la libe discusión dv los asuntos públicos, svan cada vvz más capacvs elv juzgar­ los, y vstén mvnos dispuvstos a dvjarsv svducir por falsos rumorvs Y algaradas popularvs. Para los amantvs dv la libvrtad esulta muy consolador pvnsar quv vstv privilvgio dv los británicos vs dv tal índolv quv no nos puvdv svr fácilmvntv arrvbatado, y ha dv durar mivntras nuvstro gobivno continúv sivndo vn alguna mvdida librv v indvpvndivntv. Ninguna clasv dv libvrtad suvlv pvrdvrsv bruscamvntv. La vsclavitud tivnv un rostro tan vspantoso para los hombrvs acostumbrados a svr librvs quv ha dv invadirlos gradualmvn­ tv, y tivnv quv rvcurrir a toda suvnv dv disfracvs para svr admitida. Pvro si la libvrtad dv imprvnta llvgasv a pvrdvrsv, tvndría quv svr dv una vvz. Las lvyvs contra la svdición y vl libvlo son ya todo lo svvvras quv puvdvn sv:. Para imponvr mayorvs limitacionvs, habría quv Omvtvr cuanto sv publi­ ca a un impimatu, o dar amplios podvrvs a la Conv para castigar lo quv lv disgustv. Pvro vstas concvsionvs supondrían una violación tan dvscara­ da dv la libvnad quv probablvmvntv svrían los vsrvnorvs dv un gobivrno dvspótico; y, si llvgasvn a prospvrar, podríamos dvcir quv vn nuvstro país la libvrtad había muvrto para sivmprv.

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A POLÍTICA PUEDE SER

REDUCIDA A CIENCIA

eiscuten algunos si hay di-erencias esenCiales entre las varias -ormas de gobierno, y si no pueden todas ellas lle1 gar a ser buenas o malas seg?n sean bien o mal administra1 das. 1 Si admitiésemos que todos los gobienos son iguales, y que la di-erencia está s,lo en el carácter y la conducta de los gobernantes, terminarían la mayor parte de las disputas políticas, y el celo por una constituci,n con pre-erencia a otra sería considerado mero -anatismo y locura. Pero, aun1 que amigo de la moderaci,n, no puedo por menos de con1 denar este modo de pensar, y me apenaría creer que los asuntos humanos están a merced del humor y el carácter de unos pocos. Cierto que quienes mantienen que la bondad de un go1 bierno reside en la bondad de la administraci,n pueden citar muchos ejemplos de un mismo gobierno que, en otras manos, ha cambiado s?bitamente de bueno o malo al ex1 tremo opuesto. Compárese el gobierno -rancés bajo Enri1 que III y Enrique I. Opresi,n, veleidad y artería en los gobernantes; -acciones, sedici,n, traici,n, rebeli,n y des1 lealtad en los s?bditos; tal era el miserable carácter de la primera de esas épocas. Pero cuando el príncipe patriota y heroico que después lleg, al t𐃅no se hubo a-irmado en él, tanto el gobierno como el pueblo y las cosas todas paret 1 «Dvjad quv los tontos discutan las formas dv gobivrno: la mvjor ad­ ministrada vs la mvjor.) Popv, Ensayo sobre el hombre, libro 3.

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2 La misma difvrvncia, vn svntido contrario, puvde advertirsv al com­ parar los rvinados dv Isabvl y ]acabo, al mvnos vn cuanto a los asuntos vxtranjvros.

ron así mantenidas en la holganza por la distribuci,n gra­ tuita de grano y los sobornos que r𐁸cibían de la mayoría de los candidatosL lo que las hizo cada día más licenciosas, y convirti, el Campo de Marte en escenario de continuos tumultos y sediciones. Esclavos armados se introdujeron entre estos ciudadanos encanallados, y el gobierno entero cay, en la anarquía, hasta el punto de que la mayor -elici­ dad a que los romanos podían aspirar era el poder desp,­ tico de los césares. Tales son los e-ectos de la democracia sin un cuerpo representativo. Ia nobleza puede poseer el poder legislativo He un es­ tado, o parte He él, He dos maneras: o bien cada noble com­ parte el poder como miembro He un cuerpo que es su titu­ lar, o bien este cuerpo goza de poder por estar compuesto He miembros que tienen cada uno poder y autoridad pro­ pios. Ia aristocracia veneciana es un ejemplo He la primera clase He gobiernoL la polaca, He la segunda. En el gobierno He Venecia es el cuerpo nobiliar como tal quien posee el poder, y ning?n noble tiene autoridad no recibida He su pertenencia a él. Por el contrario, en el gobierno polaco cada noble, a través de sus -eudos, posee autoridad here­ ditaria sobre un cierto n?mero de vasallos, y el estamento nobiliario no tiene otra autoridad que la procedente de la concurrencia de sus miembros. Ia di-erencia en el -uncio­ namiento y las tendencias de ambas especies de gobieno resulta aparente incluso a pioi. Una nobleza He tipo vene­ ciano es pre-erible a otra de tipo polaco, dado lo mucho que varían el humor y la educaci,n de los hombres. Ia nobleza que posee el poder en com?n conservará la paz y el orden, tanto en su seno como entre sus s?bditos, y ninguno de sus miembros gozará de autoridad su-iciente para manejar la ley a su capricho. Ios nobles mantendrán su autoridad so­ bre el pueblo, pero sin tiranía ni quebranto para la propie­ dad privada , porque un gobierno tiránico no conviene a los

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cieron cambiar por completoL y ello a causa de la di-eren­ cia de ambos soberanos en temperamento y conducta.2 Ejemplos así podrían multiplicarse, en la historia antigua y en la moderna, en la extranjera y en la propia. Aquí convendría hacer una distinci,n. Ios gobiernos absolutos dependen grandemente de la administraci,n, y éste es uno de los más graves inconvenientes de tal siste­ ma. Pero un gobierno republicano y libre sería un absurdo si los -renos y controles previstos en la constituci,n no tu­ vieran verdadera inluencia, y no hiciesen conveniente, incluso para los malvados, mirar por el bien p?blico. Tal es la intenci,n de estas -ormas de gobieoo, y tales sus e-ec­ tos reales cuando se hallan sabiamente constituidasL mien­ tras que son -uente de todo desorden, y aun de los más negros crímenes, si en su concepci,n y trazo originales -al­ tan capacidad u honestidad. Tan grande es la -uerza de las leyes, y He las diversas -ormas de gobieoo, y tan escasa su dependencia del hu­ mor y el temperamento ele los hombres, que a veces se pueden deducir He ellas consecuencias casi tan generales y ciertas como las de las ciencias matemáticas. Ia constituci,n He la rep?blica romana daba el poder legislativo al pueblo, sin conceder la -acultad de veto ni al patriciado ni a los c,nsules. Este poder ilimitado residía en la colectividad, y no en un cuerpo repesentativo. En con­ secuencia, cuando triun-os y conquistas hicieron que el pueblo se multiplicase y extendiese a gran distancia He la capital, las tribus He la ciudad, aunque las más indignas𐀛 empezaron a triun-ar en los comicios, lo que las llev, a ser mimadas por cuantos buscaban el -avor del pueblo. ce vief

intereses de todos ellos, aunque algunos puedan pre>erir1 lo. Habrá una distinci,n de rango entre la nobleza y el pue1 blo, pero será la ?nica que exista en el país. ba nobleza entera >ormará un solo cuerpo y todo el pueblo otro, sin esas pugnas y animosidades internas que siembran la mi1 na y la desolaci,n. Es >ácil, pues, ver las desventajas de una nobleza a la polaca. Un gobieoo libre puede constituirse de tal manera que una sola persona, llámese dogo, príncipe o rey, posea gran parte del poder, y sirva de equilibrio o contrapeso adecua1 do a los demás ,rganos de la legislatura. Este primer ma1 gistrado podrá ser electivo o hereditario; y aunque el pri1 mero de estos sistemas puede, a primera vista, parecer el más ventajoso, un examen atento descubre en él mayores inconvenientes que en el segundo, y nacidos además de causas y principios etenos e inmutables. En esa >orma de gobieno, la provisi,n del trono despierta un interés dema1 siado grande y general para no dividir al pueblo en >accio1 nes, lo que le pondrá casi con certeza al borde de guerra civil, la mayor de las calamidades, cada vez que quede va1 cante. El príncipe elegido puede ser un extranjero o un natural del país. El primero sabrá muy poco del pueblo al que va a gobernar. aeceloso de sus nuevos s?bditos, será recelado por ellos, y dará toda su con>ianza a otros extran1 jeros, que no mirarán sino a enriquecerse del modo más rápido mientras duren el >avor y la autoridad de su seIor. Por el contrario, un hombre del país llevará al trono sus odios y amistades, y su elevaci,n no dejará de suscitar la envidia de quienes hasta entonces lo consideraron su igual. Esto sin contar con que una corona es una recompensa demasiado alta para que la reciba siempre el mérito, e in1 ducirá a los candidatos a emplear la uerza, el dinero o la intriga para procurarse los votos de los electores, de modo que la elecci,n no o>recerá mayores garantías de superio-

res prendas en el príncipe que si el país se hubiese atenido a la cuna para darse un soberano. Podemos, pues, tener por axioma universal en política que un príncpe hereditario, una nobleza sin vasallos y un pueblo que vota a través de sus representantesforman la mejor monarquía, aristocracia y democracia. Pero, a >in de probar más plenamente que la política admite ver1 dades generales no sujetas al humor o la educaci,n del s?bdito o del soberano, no estará de más examinar otros principios de esa ciencia que parecen tener aquel carácter. Es >ácil advertir que, aunque los gobiernos libres han sido com?nmente los más >elices para quienes participan de esa libertad, son los más minosos y opresores para sus provincias, y creo que esta observaci,n puede ser admiti1 da como una máxima de la especie a que nos re>erimos. Cuando un monarca extiende sus dominios mediante la conquista, no tarda en considerar a todos sus s?bditos, vie1 jos o nuevos, como iguales, porque, en realidad, lo son para él, salvo unos pocos amigos y >avoritos. Por tanto, no hace distinci,n entre ellos en sus leyes generales; y, a la vez, tie1 ne buen cuidado de evitar cualquier acto paticular de opresi,n tanto sobre unos como sobre otros. Pero un esta1 do libre hace y hará siempre una marcada distinci,n hasta que los hombres aprendan a amar a su pr,jimo como a sí mismos. En semejante gobierno, los conquistadores son a la vez legisladores, y tendrán buen cuidado de preparar las cosas para, mediante restricciones al comercio e impues1 tos, obtener de sus conquistas ventajas personales al lado de las p?blicas. En una rep?blica, los gobenadores de las provincias tienen también mayores oportunidades de po1 ner a buen recaudo su botín mediante el cohecho o la intri1 ga; y sus conciudadanos, que ven al país enriquecerse con el expolio de los territorios sometidos, tolerarán de mejor grado tales abusos. Esto sin contar con que es precauci,n

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necesaria en un estado libre cambiar con frecuencia a los gobenadores- lo que obliga a estos tiranos temporales a ser más expeditos y rapaces- a fin de acumular suficientes ri. que0as antes de ceder el puesto al sucesor. ¡hué tiranos tan crueles deron los romanos mientras duró su imperio so. bre el mundo! Cierto que tenían leyes para evitar la opre. sión de sus magistrados provinciales; pero Cicerón airma que el pueblo romano no podría haber prestado mayor servicio a las provincias que el de abolir esas leyes- porque en tal caso- dice- nuestros magistrados- al go0ar de entera impunidad- no robarían más que lo suiciente para satisfa. cer su codicia- mientras que ahora han de satisfacer tam. bién la de sus jueces- y la de todos los poderosos de Romacuya protección necesitan. ghuién puede leer sin asombro y horror las crueldades y tropelías de veres? gY quién no se siente lleno de indignación al saber que- una ve0 Cicerón hubo agotado sobre aquel infame criminal los truenos de su elocuencia y conseguido verlo condenado a las penas más severas fijadas por la ley- el tirano vivió apaciblemen. te hasta la veje0- tranquilo y opulento- y al cabo de treinta años eue proscrito por iarco entonio- a causa de su exor. bitante rique0a- en compañía del propio Cicerón y los hom. bres más virtuosos de Roma? Tras el in de la república- el yugo romano sobre las provincias se hi0o más llevaderosegún Tácito- y puede observarse que muchos de los peo. res emperadores- como comiciano- se cuidaron mucho de evitar cualquier opresión sobre aquellos territorios. Cn tiem. pos de Tiberio- la ialia era tenida por más rica que la mis. ma Italia- y no hallo que durante la monarquía romana el imperio se hiciese menos rico o populoso en ninguna de sus provincias; aunque sin duda su valor y disciplina mili. tar siguieron declinando. Na opesión y tiranía de los carta. gifeses sobre los estados por ellos domifados en Mrica lle. gó tan lejos- según sabemos por Dolibio- que- no contentos

con la exacción de la mitad de cuanto producía el país- lo que suponía ya una renta enorme- los gravaban con otros muchos impuestos. bi pasamos a los tiempos modernoshallaremos que la afirmación sigue vigente. Nas provincias de monarquías absolutas son siempre mejor tratadas que las de los estados libres. Comparad elćaijs ÅoøĈĪisle Fran. cia con Irlanda y os convenceréis ele esta verdad; aunque este último reino- al hallarse en gran parte poblado por in. gleses- posee tales derechos y privilegios que l�bería nor. malmente recibir mejor trato que una provincia conquista. da. Córcega es también un claro ejemplo le lo que decimos. Hay una observación le iaquiavelo- referida a las con. quistas de Alejandro iagno- que creo puede ser conside. rada como una le esas verdades políticas que ni el tiempo ni los accidentes logran cambiar. Darecerá extraño- dice aquel político- que conquistas tan rápidas como las le ele. jandro pudåeran ser poseídas de modo tan pacífico por sus sucesores, y que- durante los disturbios y guerras civiles que tuvieron lugar entre los griegos- los persas no se esfor0a. sen nunca por recobrar su antiguo gobierno independiente. Dara explicarnos la causa le hecho tan notable- debemos considerar que un monarca puede gobernar a sus súbditos le dos maneras: puede seguir las máximas le los prínci. pes orientales y extender su autoridad hasta no dejaĊ dife. rencia alguna le rango entre sus súbditos que no proceda inmediatamente le él- acabando con los privilegios le cunalos honores y posesiones hereditarios y- en una palabra- con cualquier ascendiente sobre el pueblo que no sea conferi. do por él- o bien puede ejercer su poder le modo más sua. ve- como hacen tantos príncipes europeos- y permitir que haya otras dentes le honor que su favor y benevolenciatales como el nacxmiento- los títulos- las posesiones- el va. lor- la integrxlal- el saber o las granles acciones. Cn la prx. mera especie le gobierno- el país conquistado no logra

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nunca sacud,rse el Vugo- porque no hay entre el pueblo nad,e con ascend,ente y autor,dad suf,c,entes para /n,c,ar la r�beldía; m,entras que- en la segunda- el menor revés o desacuerdo de los vencedores an,mará a los venc,dos a tomar las armas- pues t,enen jefes capaces de aprestarlos a cualqu,er empresa y gu,arlos en ella. 3 Tal es el razonam,ento de iaqu,avelo- que encuentro sól,do y concluyente; aunque prefer,ría que no hub,ese mezclado en él cosa tan ,nc,erta como el af,rmar que las monarquías gobenadas a la manera or,ental- aunque más fác,les de conservar una vez somet,das- son las más d,fíc,­ les de conqu,star- porque no puede haber en ellas súbd,tos poderosos cuyo descontento y bandería pueda fac,l,tar las empresas del enem,go. Dorque- aparte de que el gob,eno t,rán,co enerva el valor de los hombres y los hace ,nd,fe­ rentes a la fortuna de su soberano- la exper,enc,a nos d,ce que ,ncluso la autor,dad temporal y delegada de generales y mag,strados- al ser s,empre en tales gob,enos tan abso­ luta en su esfera como la del m,smo prínc,peE puede- con bárbaros acostumbrados a una c,ega sum,s,ón- prop,c,ar las 3 He dado por supuesto, siguiendo a Maquiavelo, que los antiguos persas no tenían nobleza; aunque hay razones para sospechar que el se­ cretario florentino, que parece más familiarizado con los autores romanos que con los griegos, se equivocaba en este punto. Los más antiguos per­ sas, cuyas costumbres describejenofonte, eran un pueblo libre, y tenían nobleza. Sus homótimos o pares sobrevivieron a la extensión de sus con­ quistas y el consiguiente cambio en su gobierno. [Hume añade aquí una larga serie de citas de historiadores clásicos para probar su afirmación. T.] El gobierno de Persia era despótico, y seguía en muchos aspectos el mo­ delo oriental; pero no llegó al extremo de extirpar toda nobleza y confun­ dir rango y órdenes. Permitió la existencia de grandes hombres por su pro­ pio valer o su linaje, con independencia de su cargo y cometido; y el que los macedonios conservaran tan fácilmente el dominio sobre ellos obede­ ció a otras causas, que pueden descubrirse en los historiadores; aunque hemos de tener el razonamiento de Maquiavelo por acertado en general, si bien sea dudosa su aplicación a este caso.

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revoluc,ones más pel,grosas y fatales. ce modo que- en todos los aspectos- un gob,erno suave es prefer,ble y da mayor segur,dad tanto al soberano como al súbd,to. ¶o deben- pues- los leg,sladores conf,ar el gob,erno de “ un estado al azar- s,no elaborar un s,stema de leyes que regulen la adm,n,strac,ón de los asuntos públ,cos hasta la más lejana poster,dad. Nos efectos s,empre corresponderán a las causas; y en cualqu,er comun,dad- unas leyes sab,as son el legado más val,oso para las generac,ones futuras. Cn el más ,ns,gn,f,cante tr,bunal u oic,na- las formas y méto­ dos establec,dos para tram,tar los asuntos suponen un fre­ no Fons,derable a la natural depravac,ón humana. gDor qué no habría de ser lo m,smo en los negoc,os públ,cos? gDo­ demos atr,bu,r la estab,l,dad del gob,erno venec,ano a tra­ vés de los s,glos a otra cosa que a su forma? gY acaso no es fác,l señalar los defectos de la const,tuc,ón fundac,onal que proĬocaron los tumultuosos gob,ernos de etenas y Roma y llevaron al f,n a la ru,na a estas dos famosas repúbl,cas? Na Fuest,ón depende tan poco del temperamento y la edu­ caF,ón de las personas que- en una m,sma repúbl,ca- unos asuntos pueden ser llevados con el mayor ac,erto y otros de la manera más errónea por los m,smos hombres- deb,­ do sólo a las d/ferenc,as en la forma de las ,nst,tuc,ones por las que unos y otros se r,gen. Nos h,stor,adores nos ref,eren que éste de el caso de iénova- en donde- m,entras el es­ tado hervía en sed,c,ones- tumultos y desórdenes- el ban­ co de ban Jorge- le tan gran ,mportanc,a para aquel pue­ blo. fue llevado durante s,glos con la mayor ,ntegr,dad y ac,erto. uas épocas le más alto espír,tu públ,co no s,empre so­ bresalen por las v,rtudes pr,vadas. jnas buenas leyes pue­ den dar orden y moderac,ón al gob,eno allí donde háb,­ tos y costumbres han ,nculcado escasa human,dad y just,c,a en el temperamento de las gentes. Cl per,odo más ,lustre

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de la historia romana- desde el punto ele vista político- es el de las guerras púnicas- cuando el necesario equilibrio entre b noble0a y el pueblo se lograba mediante las decisiones de los tribunos y no se había perdido aún por la excesiva extensicn de las conquistas. Dero- en esa misma época- la horrible práctica del envenenamiento era tan común quedurante parte le su actuacicn en cierta regicn de Italia- un pretor castigc con la pena capital por ese crimen a más de tres mil personas- mientras las denuncias de tales hechos seguían lloviendo sobre él. jn ejemplo semejante- o aún peor- lo hallamos en los primeros tiempos ele la república; tan depravado era en su vida particular aquel pueblo al que tanto admiramos en su historia. Cstoy seguro de que fueron mucho más virtuosos en la época ele los dos triunviratoscuando despeda0aban la patria común y sembraban la muerte y la desolacicn en la fa0 de la tierra por el solo capricho ele sus tiranos. Hay en ello motivo suficiente para mantener con el ma. yor celo en todo estado libre aquellas formas e institucio. nes que aseguran la libertad- satisfacen al bien público y Ýrenan y castigan la avaricia y la ambicicn ele los particula. res. Nada honra tanto a la naturale0a humana como el ver. la capa0 le tan noble pasicn- de igual modo que nada pue. de ser en un hombre mayor indicio le un cora0cn ruin que el estar falto de ella. Cl que sclo se ama a sí mismo- sin con. sideracicn para la amistad y el deber- merece la más severa repulsa; pero quien- aun siendo capa0 de amistad- no tiene espíritu público ni amor a la comunidad- carece ele la vir. tud más esencial. No es ésta materia en la que necesitemos insistir ahora. Cn ambos bandos sobran fanáticos que encienden las pasiones de sus seguidores y- so capa ele bien público- per. siguen intereses y fines partidistas. Dor lo que a mí res. pecta- me sentiré siempre más inclinado a fomentar la mo-

deracicn que el celo- aunque qui0á el modo más seguro de lograr la moderacicn en los partidos sea aumentar nues. tro celo por la cosa pública. Drocuremos- por tanto- ex. traer de la anterior doctrina una leccicn de moderacicn para los partidos en que nuestra nacicn se encuentra hoy dividida- aunque sin permitir que ella sofoque la apasio. nada diligencia con que todo individuo debe perseguir el bien de su país. huienes atacan o deienden a un minnstro en un siste. ma de gobierno como el nuestro- en el que se disfruta de la mayor libertad- llevan siempre las cosas al extremo- y exa. geran su mérito o demérito con respecto al bien público. bus enemigos lo acusarán de las mayores enormidades- tan. to en política interior como exterior- y no habrá baje0a o crimen del que- a creerlos- no sea capa0. iuerras inútilestratados escandalosos- despilfarro del tesoro público- im. puestos agobiantes, todo lo imaginable en materia de mala administracicn le es achacado. Dara agravar la acusacicnse asegura que su conducta perniciosa extenderá su malig. na inluencia incluso a la posteridad- al minar la mejor cons. titucicn del mundo e introducir el desorden en el sabio sis. tema ele leyes- instituciones y costumbres por el que nuestros antepasados han sido feli0mente gobernados du. rante siglos. No sclo es un mal ministro- sino que va a pri. var a las futuras generaciones de cuantas garantías existían contra los malos ministrosl Dor otro lado- los partidarios del ministro llevan su pa. negírico a alturas no menos hiperbclicas y celebran lo sa. bio- firme y moderado de su política en todos los aspectos: el honor y el interés de la nacicn defendidos en el extran. jero- el crédito público mantenido en el país- las persecu. ciones refrenadas- las banderías suprimidas; méritos que se le atribuyen en exclusiva. e la ve0- los corona todos su celo religioso por la mejor constitucicn del mundo- que ha cont

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servado sin mengua M transmitirá incólume para felicidad M seguridad de las generaciones futuras. No es de extrañar que cuando semejante acusación M tal panegírico llueven sobre los partidarios del otro bandoa provoquen una extraordinaria ebullición M llenen el país de los odios más violentos. Dero me gustaría persuadir a esos fanáticos de partido de que haM una lagrante contradicción tanto en la denuncia como en la apologíaa M que sólo me. diante ella pueden ambas llegar a tales extremos. bi nues. tra constitución es realmente ese noble edficio, orgulo de Britanía, envidia de nuestros vecinos, alzado por el efuer­ zo de tantos siglos, restaurado a costa de tantos millones y cimentado por tanta sangre vetida;'1 si nuestra constitu. cióna digoa merece en alguna medida tales elogiosa no hu. biese permitido nunca que un ministro débil M malvado gobernase a sus anchas durante veinte añosa frente a la oposición de las más altas mentes del paísa que ejercían la máxima libertad de lengua M pluma en el Darlamento M en sus frecuentes apelaciones al pueblo. Dorque si el ministro era débil M malvado hasta el punto que se afirmaa la consti. tución debe de ser defectuosa en sus principiosa M no pue. de por ello acusársele de atentar contra la mejor forma de gobierno del mundo. jna constitución sólo es buena en cuanto proporciona un remedio contra la mala administra. cióna M si la británicaa en su maMor vigora M estaurada por dos aconteciðientos tan notables como la Revolución M la eccesióna por los que nuestra antigua familia real de sacri. ficada a ella; si nuestra constitucióna digoa con tan grandes ventajasa no proporciona tal remedioa estaremos más bien obligados al ministro que la socave M nos dé ocasión para poner otra mejor en su lugar.

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Disvrtación sobrv los partidos, carta X.

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Nos mismos argumentos me servirán para moderar el celo de quienes defienden al ministro. gCs nuestra consti. tución tan excelente? Cntoncesa un cambio de ministerio no puede ser un acontecimiento tan temiblea dado que es esencial a una buena constitucióna con cualquier ministe. rioa el estar defendida contra sus violadores M a la ve0 pre. venir cualquier grave desmán en la administración. gCs nuestra constitución malísima? Cntonces no habrá lugar para tan gran recelo M aprensión hacia los cambios; M na. die debería mostrar maMor ansiedad que la que el hombre que ha tomado por esposa a una mujer0uela puede sentir por sus posibles infidelidades. Cn semejante gobiernoa los asuntos públicos caerán en el desbarajuste sean unos M otros quienes los manejena M el caso requiere mucho me. nos el celo de los patriotas que la paciencia M conformi. dad de los fi-ósofos. Dor laudables que fuesen la virtud M la buena intención de Catón M Brutoa gpara qué sirvieron sus desvelos? Tan sólo para apresurar la muerte del go. bierno romano M hacer sus convulsiones M boqueadas más violentas M penosas. No quisiera que nadie coligiese de mis palabras que los asuntos públicos no merecen cuidado M atención. Cuando las pretensiones en litigio son moderadas M consecuentesa pueden ser admitidasa o al menos examinadas. Cl country paty puede afirmar que nuestra constitucióna aunque ex. celentea admite hasta cierto punto una mala administra. ción; M quea por tantoa si el ministro es maloa conviene oponerse a él Fon el celo apropiado. Dor su ladoa el court party puedea bajo el supuesto ele que el ministro es bue. no' defender' también con cierto empeñoa su administración. Tan sólo quisiera persuadir a unos M otros de que no se enfrenten como si luchasen pro aís et Jocs, M no ha. gan mala una buena constitución con la violencia de sus banderías.

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Cn cuanto queda dicho acerca de la actual controversia no me ha movido nifguna consideración personal. Cn las mejores constituciones civiles- donde a todos refrenan le­ yes claramente definidas, es fácil descubrir las buenas o malas intenciones de un ministro- y ju0gar si es persona merecedora de amor o de aversiónl Dero tales cuestiones son de escasa importancia para el público y arrojan sobre quienes en ellas emplean su pluma justa sospecha de ma. levolencia o halagol5 5 Cuál vra la opinión dvl autor sobrv vl famoso ministro aquí aludido puvdv vvrsv por vl siguivnte vnsayo, imprvso vn la antvrior vdición bajo vl título dv «Rvtrato dv sir Robvrt Walpolv». Dvcía así: « Nunca hubo hom­ brv cuyas accionvs y caráctvr hayan sido más svria y abivrtamvntv vscu­ driñados quv los dvl actual primvr ministro; quivn, habivndo gobvrnado una nación librv y culta dur.mtv tanto tivmpo, vn mvdio dv tan fuvrtv opo­ sición, puvdv formar una gran bibliotvca con lo quv sv ha vscrito vn pro y vn contra suya y vs tvma de la mayor partv dvl papvl vmborronado vn la nación vn los últimos vvintv años. Dvsvo, por vl honor dv nuvstro país, quv algunos dv vsos rvtratos hayan sido lo bastantv juiciosos v imparcia­ lvs para mvrvcvr crédito de la postvridad, y mostrar quv nuvstra libvrtad ha sido, al mvnos por vsta ,·vz, utilizada para finvs loablvs . Tvmo cavr vn vl mismo pvcado; pvro, si así ocurrivsv, sólo svría una página más dvspvr­

diciada, vntrv las muchas quv sobrv vl mismo tvma han muvrto sin pvna ni gloria. Entrv tanto, podré lisonjvarmv imaginando quv vl rvtrato quv va a continuación svrá vl adoptado por los historiadorvs futuros. >>Sir Robvrt Walpolv, primvr ministro dv Gran Brvtaña, vs un hombrv capaz, aunquv no un gvnio: dv buvn natural, si no virtuoso; firmv, mas no magnánimo; modvrado, pvro no vquitativo (modvrado vn vl vjvrcicio dvl podvr, pvro falto dv vquiJd al acapararlo). Sus virtudvs vstán a vvcvs li­ brvs dv sus vicios gvmvlos: vs amigo gvnvroso sin svr vnvmigo vncona­ do. En otras ocasionvs, sus \'icios no sv vvn compvnsados por las virtudvs quv suvlvn svr sus aliadas: vl amor a la acción no va vn él dv la mano con la frugalidad. El caráctvr privalo dv nuvstro hombrv vs mvjor quv vl pú­ blico; sus virtudvs, más quv sus vicios; su fortuna, mayor quv su fama. Dotado dv muchas buvnas cualidadvs, ha incurrido vn vl odio público, y su gran capacidad no lv ha hvcho vscapar a la sátira. Hubivra sido vstima­ do más mvrvcvdor dv su alu posición dv no habvrla ocupado, y vstá mv­ jor calificado para svgundón quv para cabvza dv gobivrno . Su ministvrio

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ha sido más fmctífvro para su familia quv para vl público. mvjor para nuvs­ tra época quv para la postvridad, y más pvrnicioso por el mal prvcvdvntv quv por los agravios rvalvs. Durantv su mandato ha prospvrado vl comvr­ cio, dvcaído la libvrtad y muvrto vl vstudio. Como hombrv, lo aprvcio; como amigo dvl sabvr, lo dvtvsto; como británico, dvsvo sin vstridvncias su caída; y si fuvsv mivmbro dv ambas cámaras, daría mi voto para vvrlo salir dv St. Jamvs, pvro mv alvgraría quv sv retirasv a Houghton-Hall a pasar fvlizmvntv vl rvsto dv sus días . »

l autor l v complacv vvr quv, una vvz calmados los odios y disipadas las calumnias, la gran mayoría dv la nación ha vuvlto a pvnsar así dv tan gran hombrv; si vs quv sus opinionvs no sv han hvcho aún más favora­ blvs, por la acostumbrada transición dv un vxtrvmo a otro. Pvro, sin quv­ rvr contrariar vstos humanos svntimivntos hacia vl dvsaparvcido. no puv­ do dvjar dv obsvrvar quv vl no habvr pagado una partv mayor dv nuvstra dvuda pública fuv, como sv dvsprvndv dv vstv rvtrato. un gran vrro, y vl único gravv, dv aquvlla larga administración.

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DE LOS PRIMEROS PRINCIPIOS DEL GOBIERNO

Nada más sorprendente para quienes consideran con mi­ rada fi-osófica -os asuntos humanos que -a faci-idad con que -os muchos son gobernados por -os pocos- y -a imp-ícita sumisión con que -os hombres resignan sus sentimientos y pasiones ante -os de sus gobernantes. Si nos preguntamos por qué medios se produce este mi-ago- ha--aremos quepues -a der0a está siempre de- -ado de -os gobenadosquienes gobiernan no pueden apoyarse sino en -a opinión. Na opinión es- por tanto- e- único fundamento de- gobier­ no- y esta máxima a-can0a -o mismo a -os gobiernos más despóticos y mi-itares que a -os más popu-ares y -ibres. Csu-tán de Cgipto o e- emperador de Roma pueden manejar a sus inermes súbditos como a simp-es brutoso a contrape­ -o de sus sentimientos e inc-inaciones. pero tendrán- a- me­ nos- que contar con -a adhesión de sus mame-ucos o de sus cohortes pretorianas. Na opinión puede ser de dos c-ases. según se base en einterés o en e- derecho. Dor opinión interesada entiendo sobre todo -a derivada de -as ventajas genera-es que pro­ porciona e- gobierno- unidas a- convencimiento de que eimperante es tan beneficioso en este aspecto como cua-­ quier otro que pudiera imp-antase sin gran esder0o. Cuan­ do esta opinión preva-ece entre -a mayoría Îe un estado- o entre quienes tienen -a der0a en sus manos- confiere gran seguridad a cua-quier gobierno. C- derecho es de dos c-ases: derecho a- poder y dere­ cho a -a propiedad. C- ascendiente que aque- primer con-

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cepto tiene sobre la humanidad se comprenderá fácilmen­ te observando el afecto que todas las naciones profesan a su gobierno tradicionalE e incluso a aquellos nombres que han obtenido la sanción de la antigüedad. No que tiene a su favor el peso de los años suele parecer justo y acertado; y por malo que sea nuestro concepto de la especie huma­ naE siempre la veremos prodigar su sangre y sus bienes en el sostenimiento de la justicia pública. 1 No hay aspecto en el queE a primera vistaE la mente humana pare0ca más con­ tradictoria. Cuando los hombres militan en una facción son capaces de olvidarE sin vergüen0a ni remordimient E los dictados del honor y la moral para servir a su partidoE yE sin embargoE cuando forman bando en torno a un punto de derecho o un principio no hay ocasión en que demuestren mayor empeño y un sentido más decidido de la justicia y la equidad. jna misma disposición social de los humanos provoca esta aparente contradicción. Fácilmente se comprende que el derecho de propie­ dad es importante en todas las cuestiones de gobierno. jn destacado autor ha hecho de la propiedad el fundamento del gobieno y la mayoría de nuestros escritores políticos parecen inclinados a seguirle. Csto es llevar la cuestión de­ masiado lejosE pero hemos de conceder que las ideas so­ bre el derecho de propiedad tienen gran inluencia en esta materia. Cn consecuenciaE todos los gobienos se basan en estos tres conceptos del interés público, el derecho al poder y el derecho de propiedad, y en ellos se dnda también toda autoridad de los pocos sobre los muchos. HayE sin dudaE otros principios que refuer0an éstosE y deteĕinanE limitan o alteran sus efectosE tales como el egoísmoE el temor y el

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1 Podvmos llamar a vsta pasión vntusiasmo, o darlv cualquivr otro nom­ brv; pvro un político quv no tvnga vn cuvnta su influvncia vn los asuntos humanos probará svr hombrv dv muy cortos alcancvs.

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afectoE pero podemos airmar que por sí solos carecen de influencia y suponen la previa de los ya mencionados. ce­ benE por tantoE ser considerados como principios secunda­ rios del gobierno. Dorque comen0ando con el egoísmoE por el que me re­ fiero a la esperan0a de particulares recompensasE distintas de la protección general que recibimos del gobiernoE es evidente que antes ha de hallarse establecidaE o en vías de serloE la autoridad del magistrado que suscita aquella espe­ ran0a. Na perspectiva de recompensa puede aumentar su autoridad sobre ciertas personasE pero nunca ser causa de ella frente al público. Nos hombres esperan los favores de sus amigos y conocidos yE por tantoE las esperan0as de un nú­ mero considerable de personas de un estado no se centra­ rán nunca en un determinado grupo de hombres si éstos no tienen otro título a la magistratura y carecen de otro ascen­ diente sobre las opiniones humanas. Na misma observación puede extenderse a los otros dos principiosE el temor y el afecto. Nadie tendría por qué temer la furia ele un tirano si éste no tuviese sobre nadie otra autoridad que la del miedop puesto queE como individuoE su fuer0a corporal no puede ser muchaE y cualquier otro poder que posea ha le basarse en nuestra opinión o en la le otros. Y aunque el afecto a la sabiduría y la virtud de un soberano llega a ser general y ejerce gran influenciaE el que lo merece necesita ser recono­ cido previamente como investido le un carácter públicoE pues le otro modo tal estimación le nada le servirá ni su vir­ tud tendrá influencia más allá de un pequeño círculo. jn gobierno puede durar siglos aunque el peso del po­ der y el de la propiedad no coincidan. Csto ocurre principal­ mente cuando algún estamento o clase del país ha llegado a tener gran parte le la propiedadE peroE por la primitiva constitución del gobiernoE no participa en el poder. gCon qué derecho podría un individuo de esa clase asumir auto-

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rielad en -os asuntos púb-iFos? cado que -os hombres sue­ -en tener gran apego a su gobierno tradiFiona-, no es de esperar que e- pueb-o favore0Fa ta-es usurpaFiones. Dero donde -a FonstituFión FonFede a-gún poder, por pequeño que sea, a una F-ase le personas que poseen gran parte de -a propiedad, es fáFi- para e--as ir amp-iando su autoridad, hasta haFer que e- peso de- poder FoinFida Fon e- de -a ri­ que0a. Cste ha sido e- Faso le -a Cámara ele -os Comunes en Ing-aterra. Na mayoría e-e -os autores que han tratado de- gobierno britániFo han supuesto que, pues -a Cámara Baja representa a todos -os Fomunes le iran Bretaña, su peso en -a ba-an­ 0a es proporFionado a -a propiedad y e- poder le aque--os a quienes representa. Cste prinFipio no ha de ser aFeptado Fomo abso-utamente Fierto, porque, aunque e- pueb-o está más dispuesto a dar su apoyo a -a Cámara le -os Comunes que a Fua-quier otro órgano le -a FonstituFión, por ser -os miembros le esa Cámara e-egidos por e--os para que -os re­ presenten y sean defensores púb-iFos le su -ibertad, hay Fasos en que -a Cámara, aun oponiéndose a -a Corona, no ha sido seguida por e- pueb-o, Fomo oFurrió de modo noto­ rio Fon -a Cámara le -os Comunes toyde- reinado de iui­ --ermo. iuy otro sería e- Faso si, Fomo suFede Fon -os dipu­ tados ho-andeses, sus miembros estuvieran ob-igados a reFibir instn.IFFiones le sus e-eFtores. bi un poder y unas rique0as tan inmensos Fomo -os e-e todos -os Fomunes le iran Bretaña fuesen puestos en -a ba-an0a, es difíFi- Freer que -a Corona pudiese inf-uir en ta- mu-titud le personas o Fontrarrestar e- peso le sus propiedades. Cierto que -a Co­ rona tiene gran inf-uenFia sobre e- Fuerpo Fo-eFtivo en -as e-eFFiones le diputados, pero si esta inf-uenFia, que hoy se ejerFe só-o una ve0 Fada siete años, se uti-i0ase para persua­ dir a- pueb-o a Fada votaFión, pronto se agotaría, sin que hubiese ingenio, popu-aridad o rentas FapaFes le evitar-o.

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C--o me haFe pensar que una a-teraFión en este extremo pro­ voFaría un Fambio tota- en nuestro gobierno, y no tardaría en transformar-o en una repúb-iFa, qui0á le formas nada in­ Fonvenientes. Dorque aunque e- pueb-o, reunido en un so-o Fuerpo Fomo e- de -as tribus romanas, sea muy poFo apto para e- gobierno, Fuando se ha--a disperso en otros meno­ res es más susFeptib-e le ra0ón y orden; -a der0a le -as Fo­ rrientes y o-eadas popu-ares se quiebra en mayor medida, y es posib-e trabajar por e- interés púb-iFo Fon a-gún méto­ do y FonstanFia. Dero no haFe fa-ta proseguir e- ra0onamien­ to sobre una forma le gobierno que no es pobab-e --egue a existir nunFa en iran Bretaña, y que no pareFe ser e- ideale ninguno le fuestros partidos. Cuidemos y mejoremos nuestro gobierno tradiFiona- Fuanto sea posib-e, sin fomen­ tar -a pasión por tan pe-igrosas novedades.2 l

Concluiré vl tvma obsvrvando quv la actual controvvrsia sobrv vl

mandato imperativo vs dv caráctvr muy trivial, y nunca podrá svr rvsuelta vn la forma vn quv la tratan ambos partidos. El counl!y par(r no prvtvndv quv un diputado vstá absolutamvntv obligado a svguir las instruccionvs quv sv lv dvn, a la manvra como un vmbajador o un gvnvral dvbv svguir sus órdvnvs, ni quv su voto sólo tvnga validvz vn la Cámara vn la mvdida vn quv vs conformv a vllas. A su vvz, vl court paty no pretvndv quv la opinión dvl puvblo carvzca dv pvso sobrv los diputados, y mucho mvnos quv éstos dvban hacvr caso omiso dv las opinionvs dv aquvllos a quivnvs rvprvsvntan y con quivnvs sv hallan más vstrvchamvntv ligados. Y si vstas opinionvs tivnvn importancia, ¿por qué no han dv vxprvsarbs? La cuvs­ tión quvda así rvducida a la importancia quv ha dv darsv a talvs instruc­ cionvs. Pvro vs tal la naturalvza dvl lvnguajv quv lv rvsulta imposiblv vx­ prvsar con claridad vsos difvrvntvs grados, dv modo quv quivnvs discutvn sobrv vl tvma puvdvn discrvpar sólo vn las palabras mivntras vstán dv acuvrdo vn las opinionvs, o vicvvvrsa. Esto apartv, ¿cómo vs posiblv fijar talvs grados si sv pivnsa vn la varivdad dv los asuntos quv llvgan a la Cá­ mara y vl distinto caráctvr dv los lugarvs a los quv sus mivmbros rvprv­ svntan? ¿Dvbvn tvnvr las instruccionvs dv un villorrio vl mismo pvso quv las dv Londrvs, o las quv sv rvfivrvn a un tratado, quv afvctan a la política vxtranjvra, vl mismo quv las quv lo hacvn al impuvsto dv consumo, quv sólo atañvn a nuvstros asuntos intvrnos?

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DEL ORIGEN DEL GOBIERNO

Cl hombre, nacido en el seno de una familia, ha de mante. ner la vida social por necesidad, inclinación naĦural y hábi. to. Csa misma criatura, a medida que progresa, se ve impe. lida a establecer la sociedad política, a fin de administrar justicia, sin la cual no puede haber pa0, seguridad ni rela. ciones mutuas. cebemos, pues, considerar que toda la vasta máquina de nuestro gobierno no tiene en última instancia otro objeto o propósito que administrar justicia o, en otras palabras, servir de soporte a los doce jueces. Reyes y parla. mentos, armadas y ejércitos, funcionarios de la Corte y el Tesoro, embajadores, ministros y consejeros privados, to. dos se hallan subordinados en sus fines a esta parte de la administración. Incluso el clero, en la medida en que su deber lo llama a inculcar la moralidad, puede justamente ser considerado, en lo que hace a este mundo, sin otro obje. to útil para su ministerio. Todos comprenden la necesidad de la justicia para man. tener la pa0 y el orden como comprenden lo necesario de la pa0 y el orden para el mantenimiento de la sociedad. Y. sin embargo, a pesar de una necesidad tan grande y obvia -¡tan frágil o perverso es nuestro natural!- resulta impo. sible mantener a los hombres fieles y constantes en la sen. da de la justicia. Duede haber circunstancias extraordinarias en las que un hombre advierta que su interés gana más me­ diante el fraude o la rapiña de lo que pierde a causa de la herida que su conducta injusta infiere al cuerpo social, pero

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con mucha mayor frecuencia es arrastrado a abandonar sus intereses verdaderos, pero lejanos, encandilado por tenta­ ciones presentes, aunque a menudo insustanciales. Cs ésta una grande e incurable debilidad de la naturale0a humana. Nos hombres deben tratar de paliar lo que no pueden remediar. Han de instituir ciertas personas que, con el nom­ bre de magistrados, tengan por peculiar oficio señalar los dictados de la equidad, castigar a los transgresores, corre­ gir el fraude y la violencia y obligar a los hombres, mal que les pese, a atender a sus intereses verdadeos y permanen­ tes. Cn una palabra, la obediencia es un nuevo deber in­ ventado para apuntalar el de la justicia, y los compromisos de la equidad han de ser refor0ados por los de la subordi­ nación. Dero aun así, y considerando las cosas a una lu0 abstrac­ ta, puede pensarse que nada se gana con esta alian0ao y que el deber ficticio de la obediencia tiene, por su misma natu­ rale0a, una inluencia tan escasa sobre el espíritu humano como el primitivo y natural deber de la justicia. Intereses y tentaciones pueden saltar por encima de ambos; y el hom­ bre inclinado a ser un mal vecino puede ser por los mis­ mos motivos, bien o mal entendidos, un mal ciudadano o un mal súbdito. Csto sin contar con que el propio magistra­ do puede ser negligente, parcial o injusto en su cometido. Dero la eİperiencia pmeba que hay gran diferencia en­ tre ambos casos. Hallamos que el orden de la sociedad se mantiene mucho mejor por medio del gobierno, mientras que nuestro deber hacia el magistrado es más estrictamen­ te guardado por los principios de la naturale0a humana que nuestro deber hacia nuestros conciudadanos. Cl amor al mando es tan fuerte en el cora0ón del hombre que muchos no sólo sucumben a él, sino que anhelan los peligros, fati­ gas y desvelos del gobierno; y una ve0 elevados a esa con­ dición, aunque a menudo por el acicate de sus pasiones

personales, suelen encontrar un visible interés en la admi­ nistración imparcial de la justicia. Nas personas que prime­ ro alcan0an esta distinción, por consentimiento tácito o ex­ preso del pueblo, han de estar dotadas de altas prendas personales de valor, fuer0a, integridad y pmdencia, que mere0can respeto y confian0a; y una ve0 establecido el gobierno, son las consideraciones de cuna, rango y condi­ ción las que tienen gran influencia sobre los hombres, y refuer0an los decretos del magistrado. Cl príncipe o jefe clama contra cualquier desorden que perturbe a su socie­ dad. Conmina a sus partidarios y a todos los hombres hon­ rados a ayudarle en su corrección y enmienda, y aun las personas indiferentes le secundan de buen grado en los deberes de su cargo. Dronto llega a poder recompensar estos servicios; y a medida que progresa la sociedad, nom­ bra subordinados y a menudo una euer0a militar, que tie­ nen interés inmediato y notorio en sostener su autoridad. Cl hábito no tarda en consolidar lo que otros principios de la naturale0a humana habían imperfectamente creadop y los hombres, hechos a la obediencia, no piensan ya en apartar­ se del camino seguido por ellos y sus antepasados, y en el que los mantienen tantos motivos apremiantes y palmarios. Dero aunque este curso de las cosas humanas puede parecer cierto e inevitable, y aunque el apoyo que la sumi­ sión da a la justicia se base en principios evidentes de nues­ tra naturale0a, no puede esperarse que los hombres sean capaces de descubrirlos de antemano, o de prever sus con­ secuencias. Cl gobierno comien0a de manera más casual e imperfecta. Cs posible que el primer ascendiente de un hombre sobre las multitudes surgiese en un trance de gue­ rra, en el que la superioridad del valor y el ingenio se hace más visible, la unanimidad y el acuerdo son más necesa­ rios y los perniciosos efectos del desorden esultan más pa­ tentes. Na larga duración de ese estado, común entre tribus

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salvajes- hab.tuó al pueblo a la sum.s.ón; y s. el jefe poseía tanta equ.dad como pmdenc.a y valor- se convert.ría- aun en t.empos de pa0- en árb.tro de todas las d.ferenc.as- y podría .r poco a poco- por una me0cla de euer0a y consen­ t.m.ento- .mplantando su autor.dad- cuyos .nnegables be­ nef.c.os la harían cara al pueblo- o al menos a aquellos de sus m.embros más pacíf.cos y benévolos. b. su h.jo tenía las m.smas buenas cual.dades- el gob.erno ganaría antes en madure0 y perfecc.ón; pero segu.ría s.endo déb.l hasta que poster.ores progresos procuraron al mag.strado una renta y le capac.taron para conceder recompensas a los d.versos órganos ele su adm.n.strac.ón- y para .nfl.g.r cast.gos a los refractar.os y desobed.entes. qasta llegar a este per.odo- el ejerc.c.o de su .nluenc.a tendría que ser part.cular- y basa­ do en las pecul.ares c.rcunstanc.as de cada caso. cespuésla sum.s.ón ya no de voluntar.a para la gran mayoría ele la comun.dad, s.no algo r.gurosamente ex.g.do por la autor.. dad del supremo mag.strado. Cn todos los gob.ernos se da una perpetua lucha .ntes. t.na- ab.erta o secreta- entre autor.dad y l.bertad- y en esta competenc.a n.nguna de las dos puede prevalecer de modo absoluto. Todo gob.eno ha le hacer necesar.amente un gran sacr.f.c.o de la l.bertad; pero la autor.dad que l.m.ta la l.bertad no puede nunca- n. qu.0á debe- en n.nguna cons. t.tuc.ón- llegar a ser total e .ncontrolable. Cl sultán es due­ ño de v.das y hac.endas- pero no se le perm.te gravar con nuevos .mpuestos a sus súbd.tos; m.entras que un monar. ca francés puede .mponer tr.butos a capr.cho- pero le re­ sultaría pel.groso atentar contra la v.da y los b.enes le sus súbd.tos. Tamb.én la rÒl.g.ón es en la mayoría le los países un pr.nc.p.o .ntocableh y otros pr.nc.p.os o preju.c.os res.s­ ten con frecuenc.a a la autor.dad del mag.strado c.v.l- cuyo poder- basado en la op.nqón- nunca puede atentar contra otras op.n.ones no menos arra.gadas que la que leg.t.ma su

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mandato. Cl gob.erno que comúnmente rec.be el cal.f.cat.­ vo de l.bre es aquel que adm.te el reparto del poder entre d.versos órganos- cuya autor.dad un.da no es menor- y suele ser mayor que la del monarca- pero que- en sus func.ones usuales de adm.n.strac.ón debe obedecer a leyes genera­ les y un.formes- prev.amente conoc.das de los d.versos ór­ ganos y de todos sus súbd.tos. Cn este sent.do- debe adm.­ t.rse que la l.bertad es la perfecc.ón de la soc.edad c.v.l; pero que la autor.dad ha de ser ten.da por esenc.al para su ex.s­ tenc.a- y en los debates que tan a menudo se susc.tan entre una y otra puede- por esta ra0ón- pretender la pr.macía. eunĉue acaso algu.en d.ga -y no le faltaría ra0ón- que una c.rcunstanc.a esenc.al para la ex.stenc.a le la soc.edad c.v.l se mantendrá s.empre por sí m.sma- y no neces.ta ser guardada con tanto celo como otra que sólo contr.buye a su perfecc.ón- y que la .ndolenc.a de los hombres t.ende a descu.dar- como su .gnoranc.a a pasarla por alto.

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A INDEPENDENCIA DEL PAMENT01

Nos escr,1ores polí1,cos han es1ablec,do como máx,ma queal elaborar un s,s1ema de gob,erno y f,jar los d,versos con. 1rapesos y cau1elas de la cons1,1uc,ón, debe suponerse que 1odo hombre es un bellaco, y no 1,ene o1ro f,n en sus ac1os que el ,n1erés personal. ied,an1e es1e ,n1erés hemos de gobernarlo- y con él como ,ns1rumen1o obl,ga1or,o, a pesar de su ,nsac,able avar,c,a y amb,c,ón- a con1r,bu,r al b,en públ,co. b,n es1o, d,cen, en vano nos enorgulleceremos de las ven1ajas ele una cons1,1uc,ón- pues al f,nal resul1ará que no 1enemos o1ra segur,dad para nues1ras l,ber1ades y ha1 Con frvcuvncia hv obsvrvado, al comparar la conducta dv los parti­ clarios dv la Cortv con la dv los dvl País, quv los primvros suvlvn mostrar­ sv mvnos prvsuntuosos y dogmáticos vn la convvrsación, más dispuvstos a hacvr concvsionvs, y, aunquv quizá no más fácilvs dv convvncvr, sí más capacvs dv admitir la contradicción quv sus antagonistas, sivmprv dispuvs­ tos a vstallar cuando sv lvs llvva la contraria, y a mirar como un tipo mvr­ cvnario y artvro a quivn argumvnta con frialdad v imparcialidad o concv­ dv algo a sus advvrsarios. Crvo quv lo mismo habrán obsvrvado cuantos frvcuvntan rvunionvs vn las quv sv discutvn tvmas políticos; aunquv, si prvguntásvmos por la razón dv vsta difvrvncia, cada partido daría la suya. Los mivmbros dv la oposición lo atribuirían a la naturalvza misma dv su partido, quv, al basarsv vn vl vspíritu público y vl amor a la constitución,

no soporta con facilidad las doctrinas quv tivnvn consvcuvncias pvrnicio­ sas para la libvrtad. Por vl contrario, los partidarios dv la Cortv podrían rv­ cordarnos al paludo dv quv habla lord Shaftvsbury. «l civrto patán -dicv vl gran vscritor- sv lv mvtió vn la cabvza asistir a las disputas vn latín vntrv los doctorvs dv una Univvrsidad. Lv prvguntaron qué gusto iba a sacar dv talvs contivndas, si nunca podría sabvr cuál dv las partvs llvvaba vvntaja. »

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c,endas que la buena voluntad de nuestros gobernantes; es dec,r, n,nguna. Cs, por tanto, una acertada máx,ma poítica la de que todo hombre ha de ser ten,do por un br,bón, aunque, a la ve0, no deja de parecer extraño que pueda ser verdadera en polít,ca una máx,ma que es falsa en la real,dad. Dara expl,cánoslo, podemos cons,derar que los hombres sue­ len ser más honrados en su conducta pr,vada que en la
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