Espeleoarqueología

July 4, 2017 | Autor: N. Fernández Ruiz | Categoria: Prehistoric Archaeology, Geoarchaeology, Speleology, Speleoarchaeology
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ESPELEOARQUEOLOGÍA. Una aproximación al estudio de las cavidades con uso humano en el pasado. Norman Fernández Ruiz

Palabras clave: cueva, abrigo, karst, sedimento, arte rupestre, Paleolítico, refugio, santuario, Espeleología, Geoarqueología. Resumen La Espeleoarqueología es una subdisciplina de la Arqueología que se encarga del estudio de restos culturales depositados en formaciones subterráneas naturales, y de las cavidades en sí, en todos sus aspectos, mediante técnicas y métodos propios de la Espeleología, Arqueología y Geografía física. En la Arqueología prehistórica es de suma importancia para la comprensión de los yacimientos, situados en su mayoría en cueva, sima o abrigo.

Keywords: cave, rockshelter, karst, sediment, rock art, Paleolithic, covert, sanctuary, Speleology, Geoarchaeology. Abstract The Speleoarchaeology is a subdiscipline of Archeology that deals with the study of cultural remains deposited in natural underground formations, and cavities in themself, in all their aspects, by means of techniques and methods of Speleology, Archaeology and Physical Geography. In Prehistoric Archeology is of utmost importance for the understanding of deposits, located mostly in cave, chasm or rockshelter.

1. Las cuevas y la ciencia prehistórica Desde los comienzos de la investigación de la Prehistoria, las cuevas han jugado un papel esencial en el conocimiento de todos los aspectos

relacionados con el hombre primitivo, debido a que conservan una gran variedad de datos relativos no solo a la actividad humana, sino también al clima 1

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o al entorno donde se encuentran (Renfrew y Bahn, 1993). Las cuevas y abrigos son lugares especiales, por sus características geomorfológicas, independientemente de las propias de cada cavidad, pues en ellas se han podido conservar vestigios humanos gracias a la protección que la cubierta rocosa ofrece a los niveles de ocupación que en ellas se han podido dar, ya sea por sedimentación o por conservación directa, lo cual es mucho menos habitual, pero de lo que tenemos un gran ejemplo en el paleosuelo conservado en una galería inferior de la cueva de La Garma en Cantabria, donde la entrada original quedó cegada durante la última glaciación, permitiendo así la preservación del último nivel de ocupación humana, con fauna consumida, restos líticos, hogares, estructuras y arte (González Sainz et al, 2000), frente a la deposición de sedimentos exteriores, de la entrada de escorrentía o del paso del hombre a lo largo de la historia. Abrigos y vestíbulos de las cuevas fueron utilizados por los humanos como hábitats o refugios ocasionales, y por las condiciones de estos lugares para preservar los restos, han ayudado a periodizar la Prehistoria (Maroto, 1992) y causa de esto se ha tendido a lo largo de la historiografía prehistórica a otorgar un mayor valor a los yacimientos en cavidades que a los ubicados al aire libre, por ser más numerosos y contener mayor información, puesto que al aire libre se hallan expuestos a la erosión climática y antrópica y su conservación resulta mucho más complicada. Pero en todas

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partes no encontramos la roca idónea para que existan oquedades habitables y en estos lugares los grupos humanos debieron de utilizar estructuras artificiales de habitación hechas con rocas, madera, pieles y grandes huesos. Además, no todos los yacimientos en cavidades presentan restos debidos a una ocupación humana. En ocasiones se han hallado restos antrópicos que han llegado a la cueva arrastrados por el agua, llevados allí por carnívoros, o despeñados a través de antiguas simas abiertas al exterior, conservándose bajo sedimentos que posteriormente penetraron en la cavidad o bajo costras carbonatadas originadas por el efecto del agua en la roca caliza, como el caso del conocido como Hombre de Altamura, descubierto en 1993 en una cueva italiana llamada Grotta di Lamalunga, donde los espeleólogos hallaron los restos de un homínido que había caído por una sima, posiblemente un Homo Heidelbergensis datado en unos 400000 años, según los resultados presentados por el equipo del profesor Pesce Delfino de la Universidad de Bari, cubiertos totalmente por una capa carbonatada con espeleotemas en casi toda su superficie (Pesce Delfino, 2004). Otro célebre ejemplo de restos arrastrados a una cueva involuntariamente lo encontramos en Taung, Sudáfrica, con los restos de un niño Australopitecus Africanus hallados en una cantera de extracción de caliza y que al parecer fueron llevados a la antigua cueva por un depredador. No obstante, también podemos encontrar restos humanos depositados de manera intencional en oquedades donde no se habitó, pero que sin duda se 2

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hallaban cerca de los lugares de habitación, tal es el caso de los restos de unos 30 individuos de Homo Heidelbergensis, con una cronología de 500000 años, hallados en una sima de 13 metros de la Cueva Mayor de Atapuerca, llamada Sima de los Huesos, por la enorme cantidad de restos de Ursus spelaeus y Ursus arctos hallados en su interior, que cayeron accidentalmente actuando la sima como una trampa natural, y lo mismo se pensó de los restos humanos, pero su elevado número además de la aparición de un bifaz de cuarcita, hacen pensar a los científicos del proyecto Atapuerca que los cadáveres fueron depositados allí intencionalmente, en una especie de ritual simbólico (Arsuaga et al, 1998). Las cuevas de inhumación múltiple características de las primeras etapas del Calcolítico son otro ejemplo de cuevas con función funeraria pero no habitacional; en este caso las cavidades presentan una morfología distinta a las elegidas como hábitat, siendo generalmente oscuras y careciendo algunas de las cualidades requeridas para ser habitadas: una óptima orientación, visibilidad, amplitud, comodidad, accesibilidad, control de recursos o seguridad. Solían ser cavidades, por lo general más pequeñas y situadas relativamente cerca del lugar donde se ubicaba el poblado. Uno de los más notables ejemplos lo encontramos en el yacimiento de Camino del Molino en Caravaca de la Cruz, una cueva de enterramiento del III milenio a.C. utilizada sistemáticamente durante casi 400 años, en la que se han hallado cerca de 1300 individuos. Se trataba de una cueva natural de planta circular y

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abovedada de unos 7 metros de diámetro, a la cual le faltaba la cubierta, arrancada a principios del siglo XX durante tareas de aterrazamiento de la zona (Lomba et al, 2009). El estudio de la geomorfología de la cavidad ha podido establecer su forma original, con la entrada en la parte superior de la bóveda, los procesos erosivos que llevaron a los travertinos a adoptar esa forma y las modificaciones que la cavidad sufrió en paredes y suelo para su regularización interna. Desde el descubrimiento de los primeros restos de homínido clasificados como anteriores al humano anatómicamente moderno, en la cueva Feldhofer del valle de Neander en 1856, (aunque en Engis, -Bélgica- y Forbe´s Quary, -Gibraltar-, se habían descubierto en 1829 y 1848, respectivamente, restos similares que por entonces estaban aún sin clasificar), o el descubrimiento del arte parietal de Altamira por Sautuola en 1876, hasta los más recientes hallazgos de la gruta Chauvet en 1994 o Pestera cu Oase en 2002, el estudio de la Prehistoria ha ido inexorablemente unido al del mundo subterráneo y los métodos han ido evolucionando según lo hacía la tecnología, pudiéndose acceder a yacimientos de enorme importancia, que sin el material y técnicas espeleológicas adecuadas hubiesen sido pasados por alto. De ahí la importancia de las investigaciones espeleoarqueológicas de prospección y catalogación de yacimientos; sin embargo no debemos pensar que esta disciplina es competencia exclusiva de la Prehistoria, 3

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pues aunque es en este periodo donde las cavidades eran utilizadas con mayor profusión, en épocas históricas también fueron utilizadas las cuevas y abrigos. De tal modo tenemos de época romana ejemplos como la Cueva-Sima de La Serreta, que además de contener arte parietal y un hábitat de época neolítica, conserva restos de época tardorromana donde se ha hallado un pavimento y un zócalo de arenisca que formaba parte de una habitación construida con vistas al cañón de los Almadenes en Cieza (Salmerón, 1993), la cueva de La Barquilla, la primera estudiada con interés espeleológico de la Región de Murcia o la del Calor de la Peña Rubia (San Nicolás, 1985, López-Mondejar, 2009) en Caravaca y Cehegín respectivamente, o también la Cueva Negra de Fortuna, santuario romano que conserva un tituli picti dedicado a las ninfas del agua. De igual modo en época medieval tenemos ejemplos como las cuevas de ocupación andalusí de Priego de Córdoba (Cano Montoro, 2008) o las cuevas de Los Cirrios o Las Cubrizas, en Piélago, Cantabria (Gutiérrez y Hierro, 2007). Asimismo, las cuevas son lugares utilizados por los pueblos prehispánicos de toda América, y en algunos países, como México, la Espeleoarqueología goza de gran tradición, con el estudio de las grandes cavernas y cenotes, los cuales forman parte de la cosmogonía y mitología de estas sociedades. Los numerosos ejemplos de ocupaciones en cuevas para las distintas épocas, muchas de ellas con ocupación ininterrumpida desde la Prehistoria al Medievo, nos muestran un uso de las cavidades que va más allá del refugio de

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grupos de cazadores-recolectores, y para épocas históricas es un punto que se tiene algo olvidado, pero la cantidad de cuevas que presentan restos desde ibéricos a musulmanes hacen pensar que a este tipo de yacimientos se les debería dar una mayor importancia dentro de los estudios clásicos y medievales, ya sea desde un punto de vista material o etnográfico.

2. Espeleología y Geoarqueología: El estudio de la cueva. Para el estudio de los diferentes tipos de cavidades, ya sean cuevas, simas, grutas o abrigos rocosos, la Espeleología y la Geoarqueología nos ofrecen los medios y técnicas necesarios para obtener una comprensión completa del yacimiento. Se debe estudiar la cueva como un todo: entorno y clima, situación, geología, morfología, espeleogénesis, cartografía y topografía subterránea, biología subterránea, microclima, sedimentos, corrosión y conservación, aparte de los vestigios hallados durante las prospecciones o excavaciones que necesitarán de un estudio específico y pormenorizado de la mano del resto de subdisciplinas que forman la Arqueología Prehistórica. Las cuevas suelen ser comunes en zonas donde abundan las rocas carbonatadas, las calizas y dolomías. Las primeras son rocas originadas por un proceso de sedimentación directa que puede tener diversos orígenes, si bien el más común es el denominado precipitación bioquímica, donde el carbonato cálcico se fija, normalmente, en forma de aragonito, en las conchas o 4

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esqueletos de determinados organismos, y a su muerte, estas conchas o esqueletos se acumulan, originando un sedimento carbonatado. El aragonito, inestable en condiciones atmosféricas, se va transformando en calcita, y la disolución parcial y reprecipitación del carbonato cementa la roca, dando origen a las calizas. Otra forma de depósito es la fijación del carbonato sobre elementos extraños, como granos de cuarzo, o pequeños fragmentos de fósiles, dando origen a las calizas oolíticas. También las algas fijan este compuesto, dando origen a mallas de algas o estromatolitos, que si se fragmentan y ruedan originan las calizas pisolíticas. Todas estas posibilidades dan origen a los diversos tipos de calizas (Roselló et al, 1998). Junto con el carbonato cálcico se suele producir el depósito de otros componentes, ya sean detríticos mediofinos (arena-limo), o finos (arcillas); el primer caso es propio de medio energéticos, caracterizados por la sedimentación de fragmentos de fósiles, o resedimentación de fragmentos de calizas ya más o menos consolidadas, así se originan las denominadas calizas bioclásticas o de intraclastos. En el segundo caso, se produce la floculación de las arcillas conjuntamente con el depósito de los carbonatos, ya que ambos son propios del depósito en aguas tranquilas, y se originan las denominadas margas, margocalizas, y calizas margosas, formadas por proporciones variables de caliza y arcilla. Las calizas suelen presentar escasa porosidad primaria, por lo que las

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calizas sanas y no fracturadas suelen tener escasa capacidad de almacenamiento de fluidos. Sin embargo, en determinadas condiciones (a bajas presiones y temperaturas) pueden responder a la deformación tectónica fracturándose, lo que les confiere una cierta porosidad secundaria. Además, el carbonato cálcico es soluble en agua, sobre todo en aguas cálidas, en las que existe ácido carbónico disuelto como consecuencia de las reacciones de disolución del dióxido de carbono en agua y la disociación acuosa del ácido carbónico. De tal modo, bajo la acción del agua, ya sea superficial o subterránea, las formaciones de calizas desarrollan los denominados procesos kársticos, que implican la formación de cuevas y cavernas, de lapiaces, de poljés, de dolinas o de barrancos, todos de formación exokárstica, y de simas, sumideros, sifones y foibas, de formación endokárstica. La formación de las estalactitas y estalagmitas sucede cuando el agua, cargada de gas y piedra caliza disuelta en forma de bicarbonato cálcico, llega a una cavidad más grande que las fisuras por las que ha pasado y evaporándose lentamente, las sales disueltas en el agua llegan a cristalizarse, creando formaciones de diverso tipo. Por otra parte, las dolomías se originan como consecuencia de procesos postsedimentarios: las calizas, formadas por los procesos antes descritos, pueden ponerse en contacto con aguas enriquecidas en magnesio, lo que da origen al proceso llamado de dolomitización. Al ser la dolomita más 5

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densa y de estructura cristalina más compacta que la calcita, este proceso implica un aumento del volumen de huecos de la roca, es decir, de su porosidad. Aunque son más resistentes a la meteorización que las calizas, en su aspecto son muy parecidas, por lo que a veces es difícil de discernir entre ambas sin realizar algunos ensayos, sin embargo no son susceptibles a amplios e intensos procesos de karstificación a diferencia de las calizas (Roselló et al, 1998). También podemos encontrar procesos kársticos en yesos, pero es un material que se meteoriza con mayor facilidad que la caliza y es común que las cavidades lleguen a colapsarse antes. En Sorbas encontramos el sistema kárstico en yesos más célebre de la Península Ibérica; en la Región de Murcia encontramos la cueva de la Maraña o la sima del Espejuelo. Un ejemplo de yacimiento en cueva yesífera lo tenemos en Estremera, Madrid, donde la cueva de Pedro Fernández conserva vestigios de la Edad del Bronce datados entre el 1600 y el 1200 a.C., sin embargo no es común hallar yacimientos en este tipo de cavidades, aunque si podemos encontrar yesos en las zonas inferiores de despegue tectónico de las calizas o dolomías, así como en la composición de ciertos niveles sedimentarios de las cavidades. Asimismo, también se pueden formar cavidades por efectos del vulcanismo. Se denominan tubos volcánicos y están formados por acción de la lava caliente que se endurece en la superficie mientras en el interior sigue corriendo el

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flujo magmático. Canarias alberga casi la totalidad de este tipo de cavidades de nuestro país y entre las que conservan restos antrópicos podría citar las cuevas del Rincón, la cueva de Alain, la Cueva Excavada, la cueva del Polvorín (Dumpiérrez et al, 2006), o la cueva del Ratón (Martín, 2006). Uno de los factores principales para el desarrollo del karst, junto a la fisuración y la textura de la roca, lo constituyen los caracteres climáticos, es decir, el tipo, volumen, distribución y concentración de las precipitaciones (S.E.I.S. Murcia, 1972). También conviene para la comprensión total del contexto del yacimiento, el estudio de la hidrología relacionada con el entorno y la cueva o abrigo que estudiamos: fuentes en activo o extintas, ramblas, barrancos, sumideros, pozos naturales o artificiales, arroyos, ríos, lagunas, paleolagos y acuíferos. En el Cuaternario los agentes geomorfológicos fluviales son de gran importancia, los ríos evolucionan a lo largo del Pleistoceno en función de los condicionantes estructurales y de fluctuaciones climáticas. Generan formas de planación características: las terrazas fluviales, y gracias a la geomorfología las terrazas fluviales pueden utilizarse como elemento de relación espacial y temporal entre conjuntos arqueológicos, aunque también crean los paisajes kársticos, con sus valles, cañones, gargantas y las diversas formaciones que con la karstificación pueden crearse en estos entornos. Las terrazas en los valles de los principales ríos y las oquedades formadas en cañones y ramblas 6

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permiten asociar conjuntos arqueológicos a ambientes fluviales y comparar los comportamientos de los homínidos en unos mismos entornos. Normalmente encontraremos las cuevas con potencial arqueológico en zonas de paso como valles, ramblas y barrancos, que permitan el control de recursos, en sobreelevaciones con amplia visión y en altidudes cercanas al mar, donde la pesca y el marisqueo formaban parte de su dieta o a lugares fluviales o lacustres donde la fauna se acercaría a beber. El estudio del entorno puede dar respuestas a los problemas relacionados con el contexto de los objetos hallados en la actividad arqueológica. El contexto se compone del mismo entorno, del tiempo que ocupan, y de la forma en que se han preservado un conjunto de objetos. Estos factores permiten interpretar los objetos arqueológicos y sus asociaciones. Tendremos en cuenta todos los estudios geoarqueológicos interrelacionados; no estudiaremos el contexto geomorfológico, la estratigrafía, la sedimentología, como ámbitos separados (Maroto, 1992). Mediante un análisis topográfico debemos plantearnos las preguntas sobre cómo se podía utilizar ese territorio y que cambios habría sufrido el paisaje con el paso del tiempo. Al mismo tiempo se registrará la ubicación exacta de la cueva, mediante coordenadas GPS, así como su altitud. El primer indicador del potencial arqueológico es el tipo de cueva en cuestión y tendremos que realizarnos preguntas sobre su accesibilidad, si era conocida desde antaño y por tanto transitada, y en ese

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caso ¿Qué impacto habrá tenido el transito humano a lo largo de la Historia? ¿La entrada es la original? ¿Qué tipo de erosión ha provocado el colapso de ciertas partes? ¿Han podido llegar al interior materiales arqueológicos por arrastre desde el exterior o viceversa? ¿Cuáles son los caminos naturales de los flujos de escorrentía? Atendiendo a los bloques desprendidos ¿Cuál será el orden en que se desprendieron y cuál sería su morfología original? ¿Presenta o presentaba surgencias de agua susceptible de ser consumida por los antiguos moradores de la cueva? ¿Qué procesos han originado la cavidad y en qué momento? ¿Qué tipos de materiales componen las diferentes partes de la cueva? La topografía de la cavidad es fundamental. Se crearán modelos geométricos que deben ser lo más fieles posibles a la estructura y tamaño de las cavidades y de su entorno. Para ello se tienen que obtener una serie de datos numéricos durante el proceso: distancia entre los puntos, rumbo o dirección (ángulo en horizontal), inclinación o desnivel (ángulo en vertical) y anchura y altura de los conductos. A estas medidas habrá que añadir una serie de croquis para crear el modelo en 3D. Aparte de la anotación métrica, la topografía nos señala el tipo de dificultades y el material que necesitamos para progresar por la cavidad, además de una serie de datos que sirven como base de estudios geológicos o hidrológicos. Toda representación llevará escala, el norte (geográfico

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magnético) y la fecha de las mediciones. Los instrumentos que utilizaremos serán: cinta métrica o distanciómetro laser; la brújula para marcar el rumbo que siguen las galerías de una cavidad respecto al norte magnético; el clinómetro para medir los ángulos verticales respecto a la horizontal; termómetro, para medir la temperatura en varios puntos de la cueva, tanto para la estación invernal como para la estival. La representación de una topografía se divide principalmente en dos grupos: la altimetría, que es el alzado y marca las distintas cotas de altura de la cavidad, y la planimetría, que es la planta y representa la proyección en un plano horizontal. El relieve del suelo de la cavidad se representará con curvas de nivel. Finalmente los datos tomados nos dan la base para el cálculo, utilizando herramientas informáticas como Visual Topo o Topo Win. Los carbonatos que han crecido lentamente en el interior de las cuevas constituyen importantes herramientas para la reconstrucción paleoclimática y la datación de las diferentes fases de la cavidad. Las variaciones en las características de los espeleotemas a lo largo del tiempo pueden reflejar cambios ambientales en el exterior de la cueva. Son sensibles al cambio climático, pero generalmente no a los eventos de tipo meteorológico. Se pueden datar radiométricamente, lo cual permite ubicar la información paleoclimática en un marco temporal preciso. El método más utilizado consiste en la obtención de la relación

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Th/234U, que se basa en que a partir de la precipitación de la calcita, la desintegración radiactiva del uranio comienza a producir torio, cuya proporción irá aumentando conforme pase el tiempo. Las medidas de la relación isotópica se realizan con tres técnicas: espectrometría alfa, espectrometría de masas de ionización térmica y la espectrometría de masas con fuente de plasma. Además la resolución cronológica de los espeleotemas puede ser anual, pues pueden presentar internamente una microestratigrafía que permite afinar mucho en la datación de las series climáticas (Martín et al, 2004). Otra de las técnicas es la datación mediante la técnica de los isótopos de oxígeno: el corte transversal de una estalactita o estalagmita presenta una serie de anillos concéntricos de crecimiento y cada anillo conserva la composición isotópica del agua que lo formó y, por tanto, de la temperatura atmosférica y las precipitaciones medias del momento en que fue depositado (Renfrew y Bahn, 1993). Una vez que hemos estudiado el continente, en el que deberemos incluir el análisis espacial de la cavidad respecto a los diferentes microespacios y usos que se les ha podido dar, deberemos poner los datos en relación con el contenido, es decir, con los sedimentos depositados, con los materiales o con los elementos artísticos en el caso de que los hubiera. El estudio espeleoarqueológico no debe quedarse solo en los aspectos estructurales y contextuales, sino que tiene que analizar de igual modo los componentes internos

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de la cavidad, que son básicamente los depósitos sedimentarios. Los sedimentos que constituyen los suelos de las cuevas se componen de materiales arrastrados a su interior por el aire, el agua, los animales y el hombre a través de la entrada o agujeros del techo, además de los depósitos originados por la misma erosión de la cavidad. El secreto de cómo estos depósitos llegó hasta allí se manifiesta en la estratigrafía y en los componentes individuales del conjunto: arcilla, limo, arena, grava, cantos rodados, piedra variable... El contenido de los estratos puede indicar los cambios de temperatura a lo largo del tiempo, por ejemplo, las filtraciones de agua pueden desprender y romper fragmentos de formas redondeadas de los muros y del suelo, un tipo de meteorización asociado con climas cálidos y húmedos. En condiciones frías el agua de las grietas de la roca se hiela y al aumentar su volumen presiona la superficie rocosa que puede disgregarse en fragmentos angulosos. Ambos tipos de fragmentos se irán acumulando a la entrada de cuevas y abrigos, y aunque los terremotos o ciertos microbios también pueden contribuir en la meteorización, se suele aceptar que un estudio del tamaño y forma de los fragmentos puede proporcionar información sobre las fluctuaciones medioambientales (Renfrew y Bahn, 1993). El primer paso en el análisis es la toma de muestras de varias zonas de la cueva en función de los microclimas y la variación horizontal. Si se da el caso se deben relacionar las secuencias con

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las de otras cuevas cercanas. Generalmente se observan y retiran todos los bloques de más de 100 mm, luego se pasa el resto por una serie de tamices y se clasifican en bloques, gránulos, grava y arena-limo-arcilla. Cuantos más bloques y gránulos haya en un nivel, más intenso sería el frío en aquella época (Renfrew y Bahn, 1993). La Geoarqueología también se encarga de analizar la micromorfología de los suelos y sedimentos, mediante láminas delgadas de muestras facilitando la comprensión del registro sedimentario, ya que mantiene la organización espacial de los componentes sedimentarios minerales y orgánicos (Vallverdú, 2002). Y por supuesto, de los sedimentos podemos obtener mucha más información a través de los análisis polínicos, arqueobotánicos, arqueozoológicos, paleoantropológicos, cronotipológicos, etc., los cuales son indispensables para entender completamente la cueva en todos sus aspectos. La ubicación de las cuevas o abrigos también influye en el sedimento que contiene, en su tipología y la potencia estratigráfica. Así por ejemplo, una cueva que se encuentra en un cauce de rambla puede inundarse en varios momentos diferentes, con la deposición de los limos que arrastra el agua. Un ejemplo lo tenemos en Cueva Victoria, Cartagena, en la cual las crecidas de la rambla que pasa junto al cerro de San Ginés ayudaron en la colmatación de la cueva en momentos en los que se encontraba abierta al exterior (Gibert et al, 1990). También las que se encuentran junto a cauces fluviales han 9

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sido inundadas en diversos momentos como la Cueva Antón, en Mula, la cual se encuentra en el mismo cauce del rio Mula y donde podemos observar una potencia estratigráfica de más de 2 m (Martínez Sanchez, 1995) o las que se encontraban junto a antiguas lagunas como la Cueva Negra de Caravaca, donde la forma de la deposición de los sedimentos en el abrigo implica que un pantano en el terraplén del río Quípar estaba antiguamente al mismo nivel que el abrigo, que fue invadido por el agua de vez en cuando, quizás estacionalmente, introduciendo sedimento desde fuera (Walker et al, 2010). Mención aparte merecen las cuevas que se encuentran junto al mar. En épocas de regresión marina debieron dominar una extensa pradera litoral, tal es el caso de las cuevas musterienses de Gibraltar, pero con la crecida del nivel actual del mar, tras el paso al Holoceno, muchas de las cuevas han desaparecido o han quedado parcialmente sumergidas, como la cueva C6 de Águilas, la cual tiene su entrada original sumergida varios metros y colapsada por derrumbes, pero a la que se puede acceder a través de una entrada superior. En su interior se han hallado fragmentos cerámicos y un hacha pulimentada, así como restos humanos adscritos a época neolítica y hallados durante las exploraciones espeleológicas de las lagunas del piso inferior de la cavidad (San Nicolás y Martínez, 1987). En definitiva, cada cueva presenta unas características y morfología que la hacen única, y el trabajo no será igual en cada una de ellas. En una cueva

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profunda el trabajo se hará más complicado por la oscuridad, la humedad, el frío, la amenaza de estar bajo tierra, la falta de comodidad si no se puede estar completamente erguido…La indumentaria y materiales también deben cumplir una serie de requisitos. En caso de ser cavidades complejas como Tito Bustillo, Nerja o Cosquer, el material debe ser espeleológico especializado: monos, buen calzado impermeable (según el tipo de cavidad), casco, luz principal y de emergencia, y a ser posible prescindir del carburo, pues crea contaminación y residuos, y su uso está vedado actualmente en la mayoría de las cuevas. Además si la cavidad lo exige se deberá utilizar material de técnicas verticales, como cuerdas estáticas, arneses, mosquetones, escalas, descendedores, cordinos, puño, croll, bagas de seguridad, poleas, spits o parabolts, y en los casos donde proceda, neopreno, balsa, material de speleobuceo, etc.

3. Cuevas-refugio y cuevas-santuario. El uso de las cavidades a lo largo del tiempo. Nuestro género, el Homo, ha utilizado las cuevas desde el comienzo. Durante el Paleolítico inferior era más común el hábitat al aire libre, pero también se utilizaron las cuevas y abrigos como refugio y hábitat semipermanente como muestran los ejemplos de las cuevas de Zhoukoudian cerca de Pekín, con restos de Homo Erectus; en Dmanisi, Georgia, con restos de la misma especie; las cuevas 10

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de l´Aragó y Vallonet, en el sur de Francia; la Cueva Negra de Caravaca de la Cruz, con restos de más de 650000 años pertenecientes al Homo Heidelbergensis o en la célebre Sierra de Atapuerca, donde los registros arqueológicos muestran una ocupación de sus cavidades desde hace más de un millón de años, según los hallazgos efectuados en Gran Dolina. Con las oscilaciones climáticas que dieron paso a periodos fríos parece generalizarse el hábitat en cavidades, coincidiendo con el nacimiento y auge del Homo Neandertalensis, a comienzos del Pleistoceno superior el cual utilizó los abrigos y entradas de cuevas como zonas de ocupación. Algunos ejemplos los encontramos en cuevas como Shanidar, en Irak; Vindija, Croacia; Sima de las Palomas, Murcia; Boquete de Zafarraya, Granada; o Gorham´s Cave, en Gibraltar. La llegada a Europa hace unos 40000 años del Hombre de Cromañón supone un salto cualitativo en el uso de las cavidades: mientras mantienen el hábitat en abrigos y entradas de las cuevas, además se introducen en las oscuras galerías a decorar sus paredes y bóvedas y a realizar rituales simbólicos cuyo significado desconocemos. Hay numerosos ejemplos plenamente estudiados de los cuales podría nombrar la cueva del Castillo, Cantabria; cueva de Maltravieso, Extremadura; cueva de La Pileta, Málaga; cueva de Los Casares, Guadalajara; Papalló, Valencia; o la cueva de Niaux, en el pirineo francés.

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Con los primeros pastores y agricultores, durante el Neolítico, Calcolítico y la Edad del Bronce, se muestra un mayor conocimiento e intensificación del uso del medio subterráneo. En las entradas localizan sus hábitats y rediles, mientras que reservan las galerías del interior para actividades simbólicas de carácter sepulcral o ritual, en donde destacan las manifestaciones artísticas, formando en ocasiones auténticos santuarios. Como ejemplos podríamos citar la Cova d l´Or, Alicante; la cueva de Las Ventanas, en Granada; Los Abrigos del Pozo, en Murcia; la Torca l´Arroyu, en Asturias; o la cueva Sagrada de Lorca. A partir del Bronce Final y la Edad del Hierro, se constata el abandono del mundo de las cuevas y su cultura, siendo probablemente este el momento en el que empiezan a forjarse los primeros mitos y leyendas. Los hallazgos son excepcionales y normalmente relacionados con cavidades intensamente ocupadas en la Prehistoria, como Ojo Guareña, en donde se localizó el esqueleto de un individuo de hace unos 2500 años. De época íbera y romana tenemos vestigios en varias cavidades, utilizadas como lugares de culto y muy puntualmente de habitación. Se ha constatado un culto totémico hacia el lobo en algunas cuevas-santuario íberas, cuyas características de situación geográfica y de morfología interior, ubicación de materiales y paralelos mediterráneos parecen vincular estas cuevas con ritos de paso e iniciación. La caverna, símbolo del útero materno daba una significación especial a este 11

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volver a nacer (González-Alcalde, 2006). Algunos ejemplos los tenemos en la cueva Román, en Burgos; La Serreta, Murcia; la cueva del Cerro del Castillo de Yecla, también en la Región de Murcia; o la Cova del Vall de Serbes, Barcelona. Finalmente con la cristiandad el mundo subterráneo va a estar vinculado con el fenómeno eremítico, siendo frecuentes los abrigos o cuevas semiartificiales donde los anacoretas se retiraban en busca de la soledad y la oración. Como ejemplos tenemos las cuevas de la Hiedra y de Juan el Pobre, en Murcia. También con la construcción de ermitas e iglesias en lugares donde hay cuevas con carácter sagrado heredero de las antiguas creencias paganas, como en el Cañon del Rio Lobo, o en San Juan de la Peña. En cuanto a los diferentes usos que se le ha dado a las cavidades tenemos: cuevas- hábitat, utilizadas durante un largo periodo, normalmente reúnen unas características concretas, como un amplio vestíbulo iluminado con luz natural, y suelen estar cercanas a una corriente de agua; cuevas oteaderos, ocupadas estacionalmente, a veces solo una vez, y en otras a lo largo de varios periodos. Suelen estar situadas con muy buena vista a zonas donde abundaba la caza; cuevas-santuario, que son aquellas cuevas que eran lugares sagrados con arte parietal o acumulaciones de arte mueble; cuevas de enterramiento, en las que se depositó el cadáver acompañado de un ajuar funerario. Suelen ser pequeñas cavidades de poco desarrollo horizontal y en general son

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inhumaciones en las que el cuerpo fue cubierto por lajas de piedras. Mención aparte merece el arte paleolítico y postpaleolítico. El primero aparece en el interior de cavidades oscuras y en ocasiones bastante profundas, aunque también se dan muestras en el exterior, en forma de grabados, aunque probablemente también había pinturas, solo que no se han conservado por estar a la intemperie. Pero el arte que se encuentra en la caverna es el que nos interesa y queda dentro de los límites de este trabajo. No pretendo analizar las características del arte, su función o significado, sino ponerlo en relación con el espacio que ocupa, con su lienzo, la roca de la cueva. La exploración de las cuevas susceptibles de ser habitadas debió ser uno de los objetivos más importantes de nuestros antepasados que vivieron durante el Paleolítico. Para acceder al interior debían tener métodos de iluminación duraderos. Aparte de antorchas, que tendrían una durabilidad bastante limitada, se ha constatado que utilizaban lámparas portátiles de grasa animal, posiblemente obtenida del tuétano, en la que insertaban una mecha de fibras vegetales para ser prendida. Se han hallado restos de este tipo de lámparas en algunas de las cuevas con arte parietal, hechas con piedras tratadas para conseguir una concavidad, algunas incluyendo mango y decoración incisa. En ocasiones han utilizado una estalagmita de extremo plano o cóncavo como soporte fijo de la grasa, como en la cueva de Nerja (Medina et al, 2010). Tras la elaboración del pigmento (o 12

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carbones), debían elegir el lugar idóneo y preparar la roca. En la cueva de Ardales tenemos otro ejemplo de utilización de elementos de la cavidad: un fragmento de estalagmita golpeado para ser desprendido y utilizado como soporte para los pigmentos del artista. Pienso que no elegían los lugares al azar o para ser vistos, al menos por los no iniciados, o ciertas partes quedarían vedadas, pues muchas pinturas se encuentran en lugares recónditos y de difícil acceso como chimeneas o gateras. Quizás cada lugar se utilizase con un propósito diferente, o simplemente fuesen empleando los lugares libres de pinturas, aunque la superposición de grabados y pinturas en muchas ocasiones hace pensar lo contrario. La pintura (y grabados) ha de relacionarse con la morfología de la caverna. Cada espacio pudo servir a un propósito concreto según la interpretación personal de cada artista. El arte paleolítico se muestra como un arte del volumen, en el que los relieves tienen un papel importante primordial para la presentación de las obras (Groenen, 2000). La superficie de la roca y su relieve debe ir íntimamente ligada a las pinturas o grabados que en ella se encuentran. En ocasiones el artista paleolítico utilizó espeleotemas como soporte adaptando el dibujo a la forma de la roca como un hombrebisonte en una estalactita de la cueva Chauvet o el bisonte representado verticalmente en una estalagmita del Castillo. Otras veces utilizaron relieves del techo y paredes como en algunos bisontes de Altamira, las máscaras de la “cola de caballo” también en Altamira o

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un gran caballo de la cueva de PechMerle (Clottes y Lewis-Williams, 2001). También se ha constatado la presencia de huesos o lascas en fisuras de techo y paredes de algunas cuevas, con un significado incierto para nosotros pero que incita a pensar en el carácter sacro de la cueva, como estructura poseedora de algún tipo de poder telúrico para estos humanos. Por otra parte, el arte postpaleolítico, se da en otro tipo de cavidades, salvo alguna excepción como las cuevas de Peña Rubia de Las Conchas o Las Palomas en Cehegín o la Alicantina de Las Arañas, las pinturas del postglaciar se encuentran en abrigos rocosos, ya sea abrigos aislados como La Fuente de Cañada de la Cruz, Murcia, o en conjunto como los abrigos del Pla de Petracos en Castell de Castells, Alicante, siempre bien iluminados y normalmente de caliza, aunque también se dan en dolomías y excepcionalmente en oquedades de yeso. Suelen localizarse en cornisas de las partes altas de sobrelevaciones, como el Abrigo Riquelme de Jumilla o en cavidades de ramblas y barrancos como el conjunto de Los Grajos, Cieza. La relación mágica de los humanos con las cavidades ha ido cambiando con el paso del tiempo. En las culturas primitivas los elementos naturales a menudo se identificaban con determinados espíritus o divinidades. Por ello, las cavernas, simas o manantiales debían jugar un papel esencial en el imaginario colectivo. Durante decenas de miles de años fueron lugares, a menudo en zonas recónditas, con una simbología 13

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compleja que hoy comprender del todo.

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Muchas cuevas con surgencias de agua eran los lugares elegidos para determinadas ofrendas votivas en momentos de la Prehistoria y de la Protohistoria. Para el Mundo Antiguo, las cavidades formaban parte de la mitología. Se las suponía morada de las divinidades y lugar de entrada al Hades. La sima donde surgían vapores y profetizaba el oráculo en Delfos o la cueva de la Puerta de Plutón de Hierápolis, hallada en Pamukkale, Turquía, y considerada por los romanos como una de las puertas al inframundo, son algunos de los más conocidos ejemplos. Muchos seres mitológicos buenos y malos se identifican como moradores de las cuevas: brujas, hadas, trolls, dragones u otros seres fantásticos, además de ser lugares donde abundan las leyendas de espectros como en la cueva de Los Encantados de Cieza. También son comunes las creencias sobre la conexión entre unas cuevas y otras o sus comunicaciones con iglesias, castillos o ríos, así como las leyendas de bandoleros como Jaime el Barbudo, que da nombre a varias cuevas de las Sierras de la Pila, El Baño y Crevillente (Montes, 1990).

4. Presente y Futuro La minería sobre antiguos rellenos kársticos, el uso industrial, especialmente en el siglo XIX, de fosfatos procedentes de brechas con restos fósiles, la explotación de guano como fertilizante o el abastecimiento de agua directamente obtenida de los

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acuíferos kársticos, son algunos de los ejemplos de nuestra moderna utilización de los recursos relacionados con el karst, sin olvidarnos del turismo que algunas cavidades generan alrededor de sus bellezas naturales o hallazgos arqueológicos. No obstante, mirando el lado positivo, gracias a las explotaciones mineras hemos podido conocer yacimientos que hasta el momento habían permanecido ocultos como los de la trinchera de Atapuerca o Sima de las Palomas, aunque siempre pagando el precio de la pérdida de parte del registro arqueológico. Y la puesta en valor de ciertas cuevas como reclamo turístico permite la divulgación de los estudios y un revulsivo para la economía local y regional, siempre y cuando se gestione adecuadamente. Una de las líneas fundamentales en la gestión sostenible de una cavidad turística debe consistir en la definición del número máximo de personas y el tiempo de permanencia de las visitas, en cada pasaje de la cavidad y en función de una serie de parámetros críticos relacionados con la estabilidad del sistema agua, aire y roca. El tratamiento y análisis de los registros ambientales de una cavidad, microclimáticos principalmente, debe ofrecer a los gestores turísticos una herramienta para adelantarse a la presencia de ciertos impactos ambientales, cuya manifestación es apreciable a simple vista cuando ya adquieren un carácter irreversible. Algunos ejemplos de cuevas arqueológicas turísticas son Tito Bustillo, Nerja, La Pileta o la Cueva de las Calaveras. Explotadas turísticamente o no, las cavidades con cierto interés espeleológico o arqueológico deben ser conservadas por 14

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las comunidades autónomas y las federaciones de Espeleología, con cerramientos en caso de ser necesario, con la limpieza, con el avance en el estudio y con la preservación de los microclimas, de los vestigios arqueológicos y de los ecosistemas subterráneos. La labor de los espeleólogos se ha hecho un hueco en la historia de la arqueología prehistórica, creándose incluso secciones de especialistas en Espeleoarqueología en algunos clubs. Tal es el caso del Grupo Edelweiss, principales investigadores de cavernas como la Cueva Mayor de Atapuerca o el sistema kárstico de Ojo Guareña o el Grupo Atalaya, descubridores de varias cavidades con pinturas rupestres en la zona kárstica y arqueológica de Los Losares-Almadenes en Cieza. La atracción por las cuevas continúa hoy en la mente humana, aunque adaptada a los aspectos culturales y sociales de hoy en día, en forma de deporte, ciencia, ocio o cultura. Quizás los miles de años que nuestros ancestros han utilizado las cavidades, las infinitas búsquedas de un refugio que debieron ocurrir o el significado profundo espiritual que representaban algunas cavernas, hayan quedado grabados en nuestro subconsciente y memoria colectiva, y junto con la atracción por lo misterioso, por lo desconocido y por lo oculto, crean en nosotros esa curiosidad por las cuevas y el mundo subterráneo, como si perteneciéramos desde siempre a esos lugares.

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