Ética para Zavalita - Parte 1

August 1, 2017 | Autor: Pablo Álamo | Categoria: Ethics, Teacher Education, Ética, Docencia
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PABLO ÁLAMO HERNÁNDEZ

Ética para Zavalita Apuntes de ética profesional para rebeldes con causa

EDITORIAL WHITY 2009

David Arias – Jaime Báez- Miroslava González - Raquel Gutiérrez

Ética para Zavalita Apuntes de ética profesional para rebeldes con causa de Pablo Álamo Hernández

Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano – Fundación para la Libertad de Prensa – Círculo de Periodistas de Bogotá – Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana

A mis padres, a los de la tierra y a los del Cielo. A los periodistas y a los futuros periodistas.

Reprender al que yerra no basta si no se le enseña el camino recto (Columena, pensador romano del siglo I)

Un verdadero espíritu de rebeldía es aquel que busca por encima de todo la felicidad en esta vida (Ibsen, dramaturgo noruego del siglo XIX)

TABLA DE CONTENIDO

Introducción Parte I: Algunas preguntas de ética general Parte II: Ética profesional, deontología y derecho Parte III: Ética y virtud. Los radicales de la sociabilidad humana Parte IV: La metodología del caso aplicada a la ética periodística Bibliografía Anexo 1: Los cinco sentidos del periodista, de Ryszard Kapuscinski (Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano) Anexo 2: Manual de acceso a la información de la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa) Anexo 3: Código de ética del CPB (Círculo de Periodistas de Bogotá)

INTRODUCCIÓN En junio de 2007, estaba metido de lleno en la elaboración de un manual de lógica cuando, de la noche a la mañana, mi amigo Daniel López, entonces Director del Programa de Comunicación Social de la Universidad de la Sabana, me pidió algo inesperado. Se trataba de un desafío profesional: debía abandonar la cátedra de Lógica, que dictaba a estudiantes de primer semestre, para sustituir al extraordinario docente de Ética Profesional, el profesor Germán Suárez, quien con una competencia y sabiduría inigualables había estado dictando la materia. Los alumnos de séptimo semestre que tuvieron la fortuna de asistir a sus clases saben que no miento y que las palabras de reconocimiento que a él dedico no sólo son ciertas sino debidas. Por eso, cuando Daniel López me hizo saber sus intenciones, no pude evitar decirle: “Los estudiantes salen perdiendo con esta jugada”. Para mí no era fácil la nueva tarea encomendada, entre otros motivos, porque siempre he pensado que la ética no se puede enseñar. Tan simple como esto. Además, en una sociedad como la actual, impregnada hasta los tuétanos de un lacerante relativismo moral, el interés por la ética es mínimo. Una estudiante cartagenera, con la gracia y chispa que caracteriza a las personas costeñas, me dijo una vez en son de queja: “Profe, no entiendo porqué nos hacen perder tiempo y plata estudiando ética, cuando la ética no está fuera sino dentro de uno, aquí muy dentro, en el corazoncito”. Recibí varios consejos de colegas y amigos. Me dijeron que, en primer lugar, debía acabar con el prejuicio de que Ética Profesional es la segunda parte de Vida, Razón y Fe (materia obligatoria del pensum de la Universidad), una asignatura de alto contenido religioso; en segundo lugar, debía intentar que fuera una materia muy práctica, basada en la experiencia y en las dinámicas propias del mundo laboral; por último, me sugirieron que hiciera énfasis en la parte antropológica y que no me detuviera tanto en la dimensión deontológica y jurídica. Teniendo en cuenta estos consejos, elaboré un nuevo programa y empecé a escribir unos textos base. No sé si he logrado la meta que la Facultad me propuso, pero de todos modos he considerado oportuno publicar el trabajo realizado; con él deseo recibir de mis colegas y estudiantes importantes críticas, sugerencias y recomendaciones. La primera parte del libro es una compilación de las preguntas más frecuentes que los estudiantes me han formulado respecto a cuestiones de ética general. La segunda está dedicada a la deontología, a la relación estrecha que la ética profesional mantiene con el derecho, con lo que es justo. Un profesional ético no puede ignorar el deber ser, propio al ejercicio de su profesión. La tercera parte de estos apuntes aborda el interesantísimo tema de los radicales de la sociabilidad humana, que son esas tendencias naturales que todo hombre tiene, por el mismo hecho de ser hombre, en su dimensión social y relacional. Es precisamente en el contexto de esta dimensión donde se concreta la ética profesional. En la

medida en que desarrollemos esas tendencias naturales que nos perfeccionan como seres humanos, nuestro comportamiento profesional será el correcto. Desde el punto de vista metodológico, la cuarta parte del libro es quizá la más importante. Cuando me aconsejaron dar un enfoque muy práctico al curso, se me ocurrió que la mejor manera de conseguirlo era compartir con los estudiantes la metodología del caso que había aprendido en la Escuela de Dirección y Negocios INALDE, cuando realicé uno de sus programas, concretamente el Programa Integral de Dirección (PID) del EDIME. De este modo, gran parte del programa de la materia podía consistir en el estudio de casos en los que se evidenciaran conflictos éticos propios de la profesión periodística. Junto a una explicación de la metodología del caso, el lector encontrará una serie de casos basados en historias escritas por estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana. Gran parte del trabajo de selección y redacción final de esos casos corrió a cargo de Jaime Báez, Miroslava González y Raquel Gutiérrez. Reconociendo de antemano que lo que he escrito tiene falencias y omisiones, he querido subsanarlas ofreciendo al lector unos textos de enorme interés para futuros periodistas y comunicadores: Los cinco sentidos del periodista, de Ryszard Kapuscinski; el Manuel de acceso a la información, de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP); y el Código Deontológico del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), elaborado por la Comisión de Ética de dicha institución. Estoy convencido de que el primero de estos textos, la conferencia dictada por el maestro Kapuscinski, es un tesoro, no sólo para un profesional de la comunicación social y el periodismo, sino para toda persona que quiera edificar una vida realmente humana. Durante la práctica profesional, las personas deben enfrentarse a muchos conflictos éticos. Es importante aclarar que este tipo de conflictos no se le presentan al hombre como una alternativa entre el bien y el mal, sino como un conflicto entre bienes. La psicología humana demuestra que, en circunstancias normales, el hombre tiende naturalmente al bien y, por eso, está eligiendo el bien incluso cuando está eligiendo el mal. La persona humana cuando elige el mal lo hace bajo razón de bien (aparente). El hombre no tiene la capacidad de elegir el mal absoluto. Por ejemplo, un periodista que decide callar una información a cambio de dinero, necesariamente buscará una justificación (con esa plata podré pagar la curación de mi esposa que tiene cáncer o podré dar una mejor educación a mis hijos, etc.) que le permita identificar el fin de la acción con un bien. Tal periodista nunca elegirá “quiero ser un corrupto” sino, más bien, “quiero ser un mejor padre y un mejor esposo”. Si analizamos los conflictos propios de la práctica profesional, nos daremos cuenta que en su mayoría son conflictos entre bienes o entre derechos. Tomemos como ejemplo las tensiones éticas que enumera el uruguayo Ómar Franca-Tarragó: conflicto entre libertad de información y privacy; conflicto entre cantidad de información e información relevante y significativa; conflicto entre veracidad y textualidad, es decir, entre subjetividad y objetividad; y conflicto entre ser espejo de la realidad e ideólogo social, entre otros. Como

puede observarse, todas son cosas buenas, de ahí que podamos concluir que el bien no puede entenderse nunca en sentido absoluto. ¿Qué cosa es realmente buena para mí en este determinado momento? ¿Cuál es la jerarquía exacta de los puntos de vista? En caso de conflicto, ¿qué bien y qué interés debe prevalecer? Quisiera que estas líneas sean leídas por personas rebeldes que, como Zavalita en la famosa novela de Mario Vargas Llosa, se nieguen a arrodillarse frente a la injusticia. Sin pretensiones apocalípticas, observo que el periodismo tradicional (el periodismo activo, verdadero, ético, responsable) está malherido, si no muerto. Aunque para muchos la enfermedad que padece hoy el periodismo es mortal, lo cierto es que mientras hay vida, hay esperanza, y ésta se fundamenta en un hecho irrefutable: las ganas de opinar libremente no pueden desaparecer y, a pesar de las dificultades, sobrevivirán a las presiones y ataques del poder. Sueño con que estos apuntes sean leídos con espíritu crítico, por personas que nunca renunciarán al sagrado derecho que tienen al uso de la palabra. El periodista debe contar los hechos más relevantes para la sociedad respetando siempre tres imperativos básicos: informar lo que sea de interés público, informar honesta y verazmente e informar sin violar los derechos fundamentales de la sociedad. Quisiera, en último lugar, que el lector tenga la firme convicción de que un comunicador debe ser un rebelde. A diferencia del título de la famosa película protagonizada por James Dean en 1955, se trata de un rebelde con causa. La razón de ser de esta rebeldía es la defensa de la libertad y de la veracidad. Una rebeldía vivida como una apasionante aventura sólo apta para almas magnánimas, comprometidas con el mundo que les ha tocado vivir y decididas a dejar una huella positiva en la comunidad. Hablo de un rebelde con causa, como Zavalita, que rechazaba comportarse anónimamente, como un miembro más de la multitud. Nuestro personaje evita algo que considero la antítesis del buen periodismo, algo que, por otra parte, es muy común ver hoy en los medios de comunicación; me refiero a la actitud de genuflexión. Esta postura, sin duda loable y llena de significado y sentido en ciertas manifestaciones litúrgicas y religiosas, me parece profundamente repugnante en un periodista. El buen periodismo exige una alta dosis de rebeldía, para tener la firme voluntad de informar y de defender los valores; de informar de manera independiente, fruto de no aceptar ser vasallo ni de unos ni de otros; el buen periodismo requiere pensar libremente, al no tener un señor feudal que lo gobierne; para defender principios y no personas; para buscar el bien y no los bienes; para no estar con los tirios ni con los troyanos, ni con los del Polo Norte ni con los del Polo Sur. Un buen periodista es rebelde, libre e independiente de todo, salvo de su conciencia. Tiene un compromiso claro con la información veraz, libre, crítica y honesta. Busca difundir la verdad, aceptando las consecuencias de hacerlo. Un buen periodista saber mirar, escuchar, pensar y comunicar lo que ha mirado, escuchado y pensado. Con humildad, acepta sus falencias y limitaciones y, como consecuencia, sabe rectificar. Pero sobre todo un buen periodista es aquel que sabe que su vida no vale nada si no es vivida con valentía,

fortaleza y compromiso, con el mismo espíritu del soldado de caballería que, con el ánimo de empezar la carga contra el frente enemigo, se monta en su corcel. Ni el enemigo ni el peligro de morir frenan el golpe de espuela dado con decisión y sin miedo, porque el fin de un buen periodista no es vencer… sino servir.

AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, quiero agradecer muy sinceramente la confianza y la fe de Blanca Ríos, que con paciencia infinita ha sabido impulsar este proyecto. Las versiones del manuscrito han sido leídas con especial atención por David Arias, Jaime Báez y Lina Vanegas, para quienes, por su amistad, paciencia y generosidad, sólo tengo palabras de agradecimiento. Este trabajo también es deudor de la nobleza y magnanimidad de dos fundaciones amigas: la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano y la Fundación para la Libertad de Prensa. El trabajo que ambas llevan a cabo es de una importancia extraordinaria. A sus directores, Juan Abello y Carlos Cortés, respectivamente, quiero expresar mi más afectuoso reconocimiento por haber permitido la publicación de dos textos de enorme interés: la conferencia “Los cinco sentidos del periodista”, de Ryszard Kapuscinski, y el Manual de Acceso a la Información elaborado por la FLIP. Extiendo mi agradecimiento a Tanya Escamilla (FNPL) y Patricia Lozano (CPB), por haber atendido con prontitud a mis solicitudes. Quiero dar las gracias también a Maura Achury, presidenta del Círculo de Periodista de Bogotá, por haber aceptado incluir en este libro la guía sobre el deber ser del periodista elaborada por la Comisión Ética del Círculo de Periodistas de Bogotá. Muy importante ha sido el trabajo realizado por Raquel Gutiérrez y Miroslava González, estudiantes de séptimo semestre de Comunicación de la Universidad de la Sabana, que se encargaron de la ardua tarea de seleccionar los mejores casos de ética profesional elaborados por estudiantes de semestres anteriores. He sido testigo de la enorme paciencia y dedicación demostrada a la hora de leer, releer y volver a redactar esos casos. No puedo olvidar tampoco la bondad de un buen amigo, Jainer Maury, que me prestó su finca en Quintas de Chicalá (Machetá) para que, en un ambiente tranquilo y sereno, alejado de los compromisos de Bogotá, pudiera dar un impulso importante a este proyecto. El fin de semana que pasé trabajando en su casa fue decisivo. A los estudiantes de la Residencia Universitaria Ingará, que estudian para vivir y no viven para estudiar, va mi más sincero agradecimiento, por haber sido testigos y víctimas de este trabajo. Cada semestre que pasa ellos me demuestran que la rebeldía es la virtud original del hombre.

El Autor Bogotá, 15 de julio de 2009.

Parte I ALGUNAS PREGUNTAS DE ÉTICA GENERAL

A veces me pregunto qué esperan los estudiantes del profesor de ética profesional. Si algo he aprendido después de 16 años en la universidad –primero como estudiante y después como profesor- ha sido que la enseñanza no es causa de aprendizaje. Buda decía que para enseñar a los demás primero hay que hacer algo muy duro: tienes que enderezarte a ti mismo. Se refería probablemente a que primero hay que ganarse la autoridad. Inmediatamente después vendría la motivación del maestro. Motivarse, para poder motivar. Es muy fácil perder la pasión, y no tan sencillo recuperarla. Si el profesor no enseña con pasión, no podrá transmitirla. Y sin pasión, el aprendizaje requiere de un esfuerzo y de una dedicación que muy pocos jóvenes están dispuestos hoy a derrochar tal energía. Por otra parte, los profesores debemos ser “vendedores” de luz y de calor: luz para las inteligencias; calor para los corazones, tantas veces desorientados. Yo no comparto esas visiones negativas del mundo, que afirman, en pocas palabras, que todo está muy mal y que la sociedad está caracterizada por la inmoralidad. No creo que la sociedad actual sea la más inmoral que haya existido. Sí pienso, por el contrario, que la característica principal es la ausencia de verdad y en consecuencia de referentes firmes. Así la desorientación es inevitable y los jóvenes de hoy, inmersos a ciegas en una búsqueda de sentido, son la prueba más elocuente. La educación universitaria debe partir de este hecho sociológico. La vocación docente debe buscar ante todo una construcción de sentido y ofrecer para ello unos marcos y unos mapas no sólo válidos sino también coherentes. No podemos olvidar que un adolescente comienza a madurar cuando sustituye la rebeldía del “por qué” por el “para qué”, es decir, cuando empieza a preguntarse por el sentido de las cosas.

El poder de las preguntas Los expertos del mundo de los negocios explican que los clientes no esperan de los vendedores que sean perfectos. “Lo que esperan es que arregles las cosas cuando se complican”, dicen. Algo parecido debería poder decirse de las expectativas que los estudiantes tienen respecto a los profesores. Un estudiante no espera del profesor que éste lo sepa todo de todo, que sea un sabio en todas las ramas del conocimiento. Lo que espera es que sepa explicar las cosas que necesita saber. En otras palabras, un requisito fundamental de un buen profesor es resolver las dudas de los estudiantes, responder a las preguntas que éstos puedan formular, con criterio y credibilidad.

Sin duda, un profesor debe tener esa habilidad y ese mínimo de sabiduría. Sin embargo, a parte de saber responder preguntas, el profesor debe poseer otra competencia aun más importante, que es la de saber formular preguntas, es más, saber cómo conseguir que los propios estudiantes logren hacerse preguntas. ¿Cualquier tipo de preguntas? –No. Sólo aquellas que son importantes y pertinentes, necesarias para la construcción de conocimiento. Esta es, en un estudiante universitario, una habilidad vital, porque en el origen del conocimiento está la pregunta. En mi opinión, sin ese condimento, toda elaboración del intelecto será pobre y nuestros razonamientos no tendrán ni calidad ni buen sabor. Así la vida humana se convierte en copia, en un triste plagio de la voluntad de otros. -¿Dónde vamos de rumba este sábado? Obvio que es una pregunta legítima, pero no puede ser la más importante que se formula un universitario en la semana. Hacer buenas preguntas es un arte, una habilidad dificilísima. Los estudiantes de periodismo lo saben mejor que nadie. Cuando se enfrentan con la práctica de realizar una entrevista a un personaje, descubren que no es una tarea nada fácil. Se requiere de muchos años de experiencia para llegar a ser un buen entrevistador. De hecho, excelentes entrevistadores hay muy pocos. Las preguntas como método de conocimiento deben ser como las secuencias de una película, que están unidas unas a otras con una coherencia y una credibilidad poderosas. A mí me gusta pensar en lo siguiente. Un periodista no es una persona que tiene derecho a hacer preguntas, sino sobre todo un profesional que tiene el derecho de exigir respuestas. Se puede exigir cuando hay autoridad, y ésta se alcanza cuando hay integridad. Sin estudio y sin investigación, no es posible la coherencia. Por otra parte, en el proceso de aprendizaje, la pregunta ayuda al estudiante a reflexionar sobre sí mismo y sobre su conocimiento. Sócrates fue uno de los primeros en descubrir el poderoso efecto que tienen una pregunta. El método socrático buscaba precisamente generar conocimiento –llegar a la verdad, cuando es posible- a base de una concatenación de preguntas y respuestas. Quien hace preguntas tiene un poder inmenso, porque quien recibe una pregunta no puede dejar de responderla. La pregunta nos obliga a pensar, y pensar pone en acción esa parte del ser humano, la dimensión intelectual, que nos diferencia de los animales y nos asemeja a Dios.

Importancia del debate y de la discusión universitaria Uno de los métodos más eficaces para llegar a formular preguntas importantes es la discusión. Cuando existe la cultura de la discusión, se está más cerca de la sabiduría y de la verdad. Por eso, no es creíble una universidad que no fomenta una discusión sana y honesta, que no hace nada por grabar a fuego en todos sus estudiantes esta gran verdad: la discusión es una fuente

de luz. Es clásica la metáfora que identifica la pregunta con una linterna que arroja luz sobre unas zonas dejando en la oscuridad a otras. Así funciona el intelecto. Es digno de notarse que en el calor de la discusión, y a veces en el suave movimiento de una conversación tranquila, nos vienen a la cabeza pensamientos que jamás habíamos tenido, ideas geniales que jamás antes se nos habían ocurrido. Las dificultades del adversario, las observaciones de un amigo, las dudas del indiferente, los gritos de la pareja y hasta las mismas necedades del ignorante, originan puntos de vista totalmente nuevos, ensanchan nuestras percepciones y, por lo tanto, ilustran mejor algunas cuestiones. Agustín de Hipona, sin duda uno de las mentes más prodigiosas de la Humanidad, decía de sí mismo al analizar su vida: “la discusión y la pluma me hicieron sabio”. ¿Pero qué entendemos por discutir? Discutir quiere decir esforzarse en la defensa de una tesis, sin la voluntad de imponerla a cualquier precio, intentando obtener la aprobación de la contraparte sin reducirla al silencio, sino más bien fomentando en ella el sagrado derecho que tiene al uso de la palabra. En toda discusión, la actitud y las intenciones son totalmente relevantes. Se puede discutir con el otro o contra el otro. Y se puede fácilmente confundir la discusión con el combate. A mi modo de ver, discutir y combatir son dos nociones en parte análogas y en parte opuestas. ¿No es legítimo que en toda discusión haya un cierto combate? La agresividad puede desencadenar no sólo los instintos más bajos sino también las más nobles y profundas razones. Mientras que vierta sobre ideas, opiniones y argumentos, el debate y la discusión pueden entenderse, no sólo en sentido metafórico, como una guerra. Shakespeare, a través de Hamlet, nos da este consejo, que en parte puede aplicarse al tema que estamos tratando: “Evita los litigios, pero si caes en uno haz que tu adversario se acuerde siempre de ti”. El combate de ideas no está exento de reglas. Incluso en las guerras hay códigos de comportamientos y reglamentos de conducta. No todo está permitido. Abandonar el frente en medio de la lucha, por ejemplo, se considera alta traición. Lo mismo sucede con la discusión. Las reglas pueden variar según el grado de competitividad de la discusión. No es lo mismo el simple desacuerdo que el conflicto o el antagonismo radical. Sin embargo, en toda discusión, antes que nada, se recomienda comenzarla desarrollando los principios comunes admitidos por ambos contendientes. Si parten de principios opuestos es difícil que

se llegue a un entendimiento. Además, en el transcurso del debate, deben observarse las reglas de la lógica, evitar las falacias, en especial aquella que consiste en desviar el tema de la conversación de su verdadero punto; de lo contrario, aumenta la confusión y se pierde tiempo. Por último, toda discusión honesta y sincera debe cesar cuando uno ve que el adversario tiene razón.

Preguntas y respuestas de ética general La ética es una, y debería enseñarse de manera transversal. Cuando un estudiante se matricula en una materia que lleva el nombre de “Ética profesional” no puede olvidar que ésta descansa sobre la ética general, porque la ética es una. Por eso, es conveniente que la ética general sea un pre requisito para poder estudiar las cuestiones éticas concretas referidas al profesional. En la Universidad de la Sabana, como en muchas otras universidades, la ética profesional es una materia independiente que se enseña en 16 sesiones que suman un total de 32 horas lectivas. En Ética profesional, tengo como costumbre dedicar una sesión, el primer día de clase, a repasar algunas nociones básicas de ética general. Fruto del diálogo, que he mantenido con los estudiantes en esos primeros días de clase, son las preguntas y respuestas que se presentan a continuación. Algunas de esas preguntas fueron formuladas con la acostumbrada desidia y escepticismo que habitualmente acompaña a los estudiantes que llevados de preconceptos erróneos confunden la ética con la religión y la fe. Otras preguntas, en cambio, surgieron en un ambiente de joven rebeldía y sana discusión. Una actitud, esta última, que me recuerda que los estudiantes más insatisfechos son para un profesor la mayor fuente de aprendizaje.

1. Aunque no me convence ninguna definición, ¿cómo podríamos definir la Ética? En palabras sencillas, como el arte que nos ayuda a caminar digna y exitosamente en la vida, con la dignidad propia de la naturaleza humana. Autores clásicos definen la Ética como la ciencia y el arte de dirigir los actos humanos hacia el bien honesto y justo de acuerdo con la recta razón. Su fin no es el de brindarnos un conjunto de conocimientos, sino el de mostrarnos cómo dirigir nuestra actividad humana de modo correcto. Es ciencia, porque responde a un conjunto ordenado de principios y conclusiones de validez universal. En efecto, la Ética busca poner orden (rectitud) a nuestros actos de tal modo que no se desvíen de su fin, el bien justo y honesto, y de su norma, la recta razón

También es arte en el sentido clásico de la palabra. La Ética sólo se ocupa de los actos libres. El objeto material son los actos humanos, es decir, los que son realizados con advertencia y libre elección. La Ética es por tanto una ciencia directiva (esta última palabra es su objeto formal), cualidad que diferenciaría a la ética de otras disciplinas con el mismo objeto material, como es el caso de la psicología, que también estudia los actos humanos pero en cuanto a su naturaleza y no en cuanto a su dirección. Al tratarse de una ciencia directiva, en cualquier definición de Ética debe estar presente el fin --el bien honesto y justo-- hacia el que está orientada la acción, que debe ser el bien propio y adecuado al hombre en cuanto hombre miembro de una comunidad. Para la ética no existe de hecho un bien propio que sea a la vez un mal para la sociedad. El fin de la acción humana siempre mira a un bien, real o aparente. Por eso es esencial a la acción ética que ésta sea tomada de acuerdo a la recta razón. Quien diseñó y creó a la especie humana puso en ella una luz natural que le ayuda en el ejercicio de su actividad de modo que encamine y guíe su voluntad hacia el fin para el que ha sido creado. La razón es, por tanto, para el hombre una norma de conducta válida universalmente cuando es recta, es decir, cuando no está dañada por egoísmos personales, intereses particulares, prejuicios o pasiones. 2. Siempre he pensado que la Ética es lo mismo que la Moral. ¿Estoy en lo cierto? Hay expertos que ponen objeciones en que se identifique la Ética con la Moralidad. ¿Por qué? El motivo que aducen es que, aunque ambas ciencias se ocupan del estudio de la acción humana libre, son disciplinas que abarcan ámbitos distintos e incluso divergentes. Así las cosas, se entiende que la Ética trata de la conducta profesional y pública, mientras que la Moral se centra en los valores personales y privados. Aunque es cierto que se puede trazar una distinción entre lo público y lo privado, entre lo profesional y lo personal, no podemos olvidar que las virtudes y los principios fundamentales de ambas esferas son los mismos: está mal mentir, por ejemplo, ya sea a tus colegas de trabajo, ya sea a tu mujer. Uno de los grandes peligros que afrontamos en el mundo moderno es una inadecuada división de nuestra vida en comportamientos estancos e independientes. Este planteamiento es erróneo porque la personas es una; todo en ella está relacionado con una mínima interdependencia. Si hay algo que es conveniente hacer en una de esas esferas, lo normal será que deba ser también un comportamiento obligado en la otra, porque la vida es un todo y debe entenderse como tal. Por ejemplo: la ética en los negocios nos dice que hay que respetar a la competencia, y así lo reconocen muchas empresas en sus códigos de comportamientos, y la moral nos recomienda el mismo comportamiento en nuestra vida privada, con la familia y los amigos. Por otra parte, otros autores no están de acuerdo con la anterior distinción, y más bien prefieren identificar ética con moral. Afirman que, bajo unos mismos principios

fundamentales, la Ética estudia todos los ámbitos donde interviene la libertad humana. Los criterios éticos generales son válidos para los distintos aspectos de la vida humana: personal, familiar, social, profesional, etc. Así, gustan de dividir la Ética en Moral General (que estudia los principios básicos que determinan la moralidad de los actos humanos, como el fin último, la ley moral, la conciencia y las virtudes) y la Moral Especial o Social (que aplica esos principios a la vida del hombre en sociedad), cuyos temas principales son la familia, el bien común, la autoridad, el gobierno, las leyes civiles y el ordenamiento moral de la economía. Sea cual sea la posición que asumamos, lo importante es entender que ambos aspectos de la Ética (General y Especial) son inseparables, pues el hombre es un ser interdependiente y social por naturaleza, no un ser privado y aislado del resto del mundo: la interdependencia se comprueba en el mismo origen del hombre, que nace de la unión de dos personas; la dimensión social del hombre se ve reflejada en que toda persona necesita de otras personas para poder alcanzar su fin último personal.

3. No entiendo cuando el profe habla de la necesidad de la ética… Cuando hablamos de ética, nos enfrentamos a una paradoja. La Ética no puede enseñarse y, sin embargo, es una ciencia fundamental para el hombre, no sólo porque nos muestra el camino para ser mejores sino también porque nos ayuda a vivir mejor. Sólo este resultado serviría para decir que la Ética es algo absolutamente necesario. De todos modos, la necesidad de la Ética se desprende de las siguientes consideraciones: 1ª La Ética es la ciencia práctica que dirige la actividad específica del hombre, es decir, su actividad reflexiva y libre, que en últimas es lo que distingue al hombre de los demás seres vivos de la creación y es también lo que permite al hombre ser dueño de sus actos y responsable de ellos. 2ª A la Ética corresponde el estudio de las cuestiones fundamentales para la orientación de la vida moral del hombre. ¿En qué consiste el bien y el mal? Estos conceptos, ¿son relativos y de qué modo? ¿Qué entendemos por justo e injusto, por vicio y virtud? ¿Es lo mismo el derecho y el deber? El obrar sigue al ser, por ende, conocer esas cuestiones es un requisito imprescindible. 3ª A la Ética atañe la consideración de las cuestiones relativas a la parte social del hombre, a saber, los deberes del hombre frente a sus semejantes y frente al Creador. Esta dimensión de la Ética abarca el estudio de las sociedades domésticas y civiles, concretamente los deberes que imponen al ciudadano y los derechos que aseguran al individuo. 4ª A la Ética pertenece el examen de las normas de conducta a las que debe el hombre ajustar todos sus actos, si quiere alcanzar una vida exitosa desde el punto de vista humano. Las normas de conducta son dos: la norma interna (la conciencia) y la norma externa (la Ley),

que generalmente se concretan en leyes naturales (impuestas por la misma naturaleza) y leyes positivas (impuestas por la autoridad mediante un acuerdo de voluntades y propósitos). 5ª Por último, la necesidad y la dignidad de la Ética se manifiestan en que ella fomenta y desarrolla en el hombre los más nobles y elevados sentimientos: el amor al deber y a la virtud, el respeto sagrado a los derechos humanos, el compromiso hacia lo justo y hacia el bien común, el amor a los padres, a la patria y a quienes forman parte de nuestro destino. “El hombre sin moral es un loco o un criminal”, afirmó un filósofo. En conclusión, y parafraseando libremente el espíritu de la sentencia precedente, podríamos decir que el hombre ético es un héroe o un santo.

4. No entiendo por qué la Ética es una ciencia.

Suele afirmarse que la Ética es la parte de la filosofía que estudia la moralidad del obrar humano, es decir, considera los actos humanos en cuanto que son buenos o malos. En efecto, la inteligencia advierte de modo natural la bondad o maldad de los actos libres, como lo demuestra la experiencia de los hombres que prueban cierta satisfacción o remordimiento por las acciones realizadas. Si entendemos por ciencia aquel conocimiento ordenado basado en las causas y, generalmente, experimentado de las cosas, pues se podría decir que sí. Si definimos la ciencia como un conjunto ordenado de conocimientos y doctrinas que siguen un método, relativo a una materia determinada, también la ética lo es. Ya los griegos constataron que las costumbres de la polis no coincidían exactamente con las normas morales que regían en otros territorios ajenos al imperio. Y este pluralismo les llevó a buscar un principio lógico que justificase no sólo sus hábitos de conducta, sino que diese razón del bien y del mal morales con el fin de ofrecer una línea de conducta válida para todos los hombres. Esta pretensión de validez universal también es muy propia de todo conocimiento científico. Es al hombre a quien le interesa un saber que especifique y oriente su propio actuar. Al hombre no le basta con tomar medida a las realidades que le rodean (física, matemática, medicina, astronomía), ni tampoco con interpretar su propio ser, sino que le interesa su vida: el actuar que lleva a la felicidad o le aleja de la biografía dichosa. La Ética es una ciencia del hombre y sobre el hombre. Un animal jamás se preguntará sobre lo que es bueno o malo moralmente. Sólo el hombre tiene la capacidad de percepción ética de la realidad, porque sólo el hombre es sujeto de valoración ética. La Ética es por tanto una ciencia práctica, porque no se detiene en la contemplación de la verdad, sino que aplica ese saber a las acciones humanas. Mientras las ciencias especulativas

se limitan a conocer realidades que no dependen de la voluntad humana, la Ética se ocupa de la conducta libre del hombre, proporcionándole las normas necesarias para obrar bien. Es por ello una ciencia normativa, que impera y prohíbe ciertos actos, puesto que su fin es el recto actuar de la persona humana.1

5. Si la Ética es ciencia, debe tener un método. ¿Cuál es? La Ética, como toda ciencia, tiene un método. Éste no puede ser ni puramente empírico ni puramente apriorístico. Deberá ser, más bien, un método que tenga en cuenta los hechos y los principios metafísicos. En otras palabras, deberá ser un método racional y al mismo tiempo empírico, basado en la experiencia y en la praxis. Por un lado, deberá atender a los datos que la experiencia nos presenta sobre la explicación y la interpretación de las leyes morales. Por otra parte, tal método no podrá ignorar la naturaleza racional del hombre ni su dimensión espiritual y trascendente. 6. ¿Qué falencia tienen los métodos puramente empíricos y apriorísticos? Las morales científicas quieren fundamentar la ética simplemente en la observación de los hechos, convirtiéndola así, en una ciencia de las costumbres. A pesar de contar con valiosos planteamientos, este método no es del todo válido debido a que la moral no puede limitarse a comprobar hechos; la ética debe declararlos buenos o malos y, en consecuencia, permitirlos o prohibirlos. Además, los hechos en sí no pueden fundamentar la ética, puesto que no se puede deducir la obligación de hacer algo por el simple hecho de que sea una costumbre. Que todo el mundo haga una cosa bajo conciencia de bien no quiere decir automáticamente que sea una acción correcta y justa. De otra parte están las morales apriorísticas, que quieren establecer una moral a priori (desvinculada de la experiencia). Es el caso de la ética kantiana, para la que los conceptos morales son un conocimiento totalmente a priori. “Los conceptos morales tienen su origen y su sede en la sola razón y la moral no tiene en cuenta para nada la experiencia del hombre”. Este método en parte es falso, puesto que es incompleto, debido a que desprecia el hecho de que al obrar debemos tener en cuenta la verdadera naturaleza del hombre y no sólo la ideal. En cierto sentido, el método apriorístico da la espalda a la experiencia. Este planteamiento puede dar lugar a grandes desviaciones, como sería el caso de Kant, que crea una imagen de hombre puramente intelectual, destruyendo así su parte sensitiva y afectiva. Kant rechazó de un plumazo muchos hechos humanos comprobables, como por ejemplo la realidad de que “las pasiones son los únicos oradores que persuaden siempre”. Es un hecho que los hombres,

1

RODRÍGUEZ LUÑO, Ángel. Ética, EUNSA, Pamplona. 1984. pp. 17-24.

como decía Ovidio, “siempre tendemos a lo que nos está vedado y deseamos lo que nos es negado”. La exageración apriorística lleva a conclusiones de un rigorismo inaceptable. Por eso es muy importante contar con un método equilibrado, que armonice y dé razón de toda la realidad humana. Se trata, en definitiva, de dar con un método que afirme el doble punto de vista de la ética: lo que debe ser el hombre en razón de lo que es.

7. ¿Cómo fundamenta la Ética sus conclusiones? Importantísima cuestión es ésta pues, si la ética tiene pretensiones de generar un conocimiento científico, debe fundamentar sus conclusiones de manera cierta y proponer un método probado válido. A este propósito, se podría decir que la Ética basa sus conclusiones en dos grandes categorías de premisas: a) Premisas psicológicas, que son principalmente tres: la voluntad, la libertad y la razón. 1° La voluntad es la facultad de determinarse a obrar, con conocimiento del fin y de los medios. La voluntad tiende a la consecución de algo que mira como conveniente. Este algo, en cuanto conveniente, tiene razón de bien y, en cuanto que mueve la voluntad, tiene razón de fin. 2° La libertad es la facultad de elegir entre varias cosas, sin que nos apremie ni la coacción exterior ni la necesidad interior. La libertad es condición esencial del acto humano. 3° La razón es la facultad directiva encargada de conducir la voluntad y la libertad. En el orden especulativo tiene por objeto la verdad; en el orden práctico, la recta dirección de la vida humana. Debido a que el hombre es un ser racional, no puede obrar a ciegas, sino de acuerdo con las normas que la razón le señale como verdaderas convenientes. En consecuencia, la razón es primordial en la vida moral del hombre. b) Premisas metafísicas, que son principalmente dos: la naturaleza humana en su integridad y la existencia de un ser transcendente al hombre, su creador, comúnmente llamado Dios. 1° El hombre tiene una naturaleza propia, compuesta de un cuerpo, que es la base de su vida sensible. La naturaleza del hombre no es sólo corporal sino también espiritual (alma racional), que es fundamento de su vida inteligente y libre. Los actos humanos (éticos) no pueden violar la naturaleza, sino que más bien deben marchar de acuerdo con ella tanto en su nivel corporal y físico, como también a un nivel más alto y sublime, que es respetando su condición de ser racional y libre. 2° La Ética no puede ignorar que el hombre no ha podido crearse a sí mismo. El hombre no es el origen ni la causa última de toda la creación. Tampoco puede el hombre superar la

muerte. Ambos hechos --el origen y el final del hombre-- remiten a la existencia del ser que llamamos Dios. No es posible tener una concepción correcta del hombre si no entendemos lo que significa para él la muerte. La muerte es el hecho más real que hay en el hombre. Bien lo entendió Carmen Martín Gaite cuando escribió: “Desde que el mundo es mundo, vivir y morir vienen siendo la cara y la cruz de la misma moneda echada al aire, pero si sale cara es todavía más absurdo. Para mí, si quieren que les diga la verdad, lo raro es vivir”. La vida y la muerte, en efecto, sugieren una doble dependencia del hombre respecto de su Creador. Siendo Dios su primer principio, el hombre dependería de él como de su causa eficiente que lo sacó de la nada y lo conserva en el ser. Siendo Dios su último fin, todos los actos del hombre deberían ser dirigidos de tal manera que no lo desvíen de él. 8. ¿Puede ser el hombre verdadero autor de sus decisiones? Algunos autores niegan esa posibilidad. Indudablemente el hombre recibe presiones e influencias de muy diversa índole, tanto internas como externas, que le llevan a actuar de un modo que en el fondo rechaza y no comparte. Sin embargo, esto no nos debe llevar a concluir que el hombre no es libre ni autor de sus acciones incluso en medio de esas circunstancias. El hombre es autor de las propias decisiones cuando éstas son conscientes y libres. Si no hay libertad, no hay acción humana; si no hay voluntad, no hay responsabilidad en la acción humana. No hay que olvidar que toda decisión humana obedece a un fin, a un motivo, y se toma según un determinado proceso en el que desempeñan un papel importante los diversos rasgos caracterológicos y morales del sujeto. La acción correcta (ética) pasa no sólo por la inteligencia sino principalmente por la voluntad. Para actuar bien, no es suficiente con pensar bien (razón) sino sobre todo querer bien (voluntad). El hombre es autor de sus decisiones no sólo por ser libre ontológicamente sino cuando es consciente de los fines y motivos de su actuar, y los acepta y concreta en una acción. Una cosa es ser libre y otra muy distinta es vivir libremente. Con razón Oscar Wilde escribió: “A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante”. La ética existe, y tiene razón de ser, para ayudarnos a tomar buenas decisiones. Existe el bien y el mal, la virtud y el vicio, como testimonio de la experiencia moral. Las buenas decisiones tienen razón de bien: buscan lo correcto, lo justo, lo que es conveniente para que el hombre pueda alcanzar su fin último. Puesto que el hombre es un ser imperfecto perfeccionable, tiene la capacidad de ser mejor o peor persona. El sentido de la Ética es ayudarnos a ser mejores, pero sólo puede conseguir tal meta a través de las acciones libres, esto es, si la persona humana se toma la vida en serio hasta el punto de convertirse en la verdadera autora de sus decisiones. Esto se consigue educando la voluntad, cuando la voluntad se habitúa a aceptar y querer bienes verdaderamente valiosos, y logra rechazar aquellos que se presentan con apariencia de bien.

9. ¿A qué se refiere el profe cuando habla del valor ético de las acciones humanas? ¿De dónde procede el valor ético?

Del hombre mismo, de su dignidad y de su trascendencia. Para los griegos y también para Kant, “ser ético es ser humano” y si se quiere ser humano en plenitud, el individuo debe ser ético. Este planteamiento revela el concepto de ley natural. Los filósofos griegos hallaron la fuente de la valoración ética en la fhysis, en la naturaleza propia de la persona humana. Así pudieron concluir que cuidar a los hijos es mejor que abandonarlos, que conservar la integridad del cuerpo era mejor que la costumbre de las jóvenes escitas que se cortaban los pechos, que llevar prisioneros a los soldados vencidos era mejor que la ley del exterminio (Aristóteles, Ética a Nicómaco, VII, 5, 1148 b-1149 a). El bien moral coincide con el bien completo de la persona en la medida en que ese bien está en juego en la conducta humana y ha de ser realizado a través de esa acción. La perspectiva del bien de la persona como fin aparece necesariamente ligada a la esencia de la acción libre: querer es abrirse intencionalmente a un fin alcanzable o realizable y ese abrirse es autorreferencial, en el sentido de que el bien perfecto de la persona constituye el horizonte intencional de la acción libre. La ética no hace otra cosa que subrayar el valor trascedente de la acción humana. 10. No entiendo la noción de fin último ni por qué el profe habla del fin de la vida del hombre. ¿Ese fin es uno o muchos, tantos como personas humanas?

Es cierto que cada persona humana tiene su propio fin, pero esto no debe llevarnos a pensar que los fines son tantos como personas humanas haya. El fin es aquello por cuya consecución el agente se mueve a obrar y, a su vez, es la meta u objetivo hacia la que se orienta cualquier movimiento. La finalidad está presente en todos los entes, libres o no. Esta presencia se advierte con gran facilidad a lo largo de la vida humana. La noción de fin está íntimamente unida a la de bien. Todo lo que es bueno puede constituirse en fin para alguien, provocando un apetito que no cesa hasta haberlo alcanzado. De hecho, sólo tendemos a perseguir aquellas cosas que son o nos parecen que son buenas. Pero bien y fin no son palabras sinónimas. Si nos dicen que un libro está bien escrito, trata un tema interesante y es conveniente (es bueno) nos inclinamos a leerlo (esto último es el fin). El ente es bueno en cuanto su perfección conviene al apetito y es fin en cuanto que por su bondad mueve a la potencia apetitiva. Se entiende por fin último el motivo o razón formal universal a la que natural y necesariamente responde en último término todo querer deliberado. En otras palabras, es el bien querido por sí mismo, de modo absoluto, en razón al cual se quieren todos los demás bienes. Todo hombre posee un fin último porque es imposible proceder al infinito en la serie

de las causas finales esencialmente subordinadas. Este fin, querido natural y necesariamente por todos los hombres, es la felicidad. 11. El profe ha dicho que el hedonismo, el estoicismo y el escepticismo influyen en el comportamiento ético. ¿Por qué? ¿De qué modo influyen? La ética moderna concibe al hombre como individuo libre y sujeto de deseos e intereses varios. El principal problema de la ética moderna es determinar cuál es la acción correcta y equivocada y cuáles son las normas que la rigen; además de justificar esas normas y el deber de obedecerlas. La doctrina ética hedonista, fundada por Aristipo de Cirene (435 - 360 a.C.), propone que el fin supremo sea el placer, puesto que el bien es identificado como placer. La felicidad, en definitiva, consistiría en el goce de los placeres. Toda acción que procure directa o indirectamente placer será éticamente buena. El estoicismo, doctrina fundada por Zenón de Citio en el siglo III a. C., defiende el autodominio, la serenidad y la felicidad de la virtud. Esta doctrina filosófica plantea la acción ética como el comportamiento en el que se demuestra fortaleza de carácter ante la adversidad y el dolor. Séneca decía: “No hay árbol recio ni consistente, sino aquél que el viento azota con frecuencia”. Por su parte, el escepticismo afirma que la verdad no existe o, si existe, que el hombre es incapaz de conocerla. Esta incredulidad o duda acerca de la verdad o eficacia de cualquier cosa genera un relativismo ético casi dogmático en el comportamiento. 12. ¿Cuáles son las características de una conducta ética? A veces no es fácil determinar la cualidad peculiar de lo que podemos llamar una vida ética. Por Ética se entiende, generalmente, vida buena, en el sentido de bondad; vida según unos principios morales; vida ausente de maldad, etc. La dificultad radica en el conocimiento (el tipo de significado que daremos a determinados valores, por ejemplo, que no es el mismo en todas la culturas) y sobre todo en la falta de él. Una cosa es bien clara: el trabajo es un medio, no un fin, y el fin es la felicidad. El mejor camino para alcanzarla es llevar una vida ética. Como vimos, la ética no puede ser identificada con la legalidad. Ser éticos es algo mucho más grande que ser legales, del mismo modo que comportarse bien es algo más profundo que cumplir unas leyes, normas y códigos deontológicos. Una razón se impone sobre otras para afirmar tal principio. La ley toma como individuo destinatario de la norma un sujeto anónimo. La norma no puede de hecho abarcar toda la realidad y, por eso, suele decirse que “hecha la norma, hecha la trampa”. Una trampa a la que se puede acudir llevado por un principio ético. Por su parte, la Ética Profesional no puede plantear juicios sobre principios ni tampoco sobre normas que hacen referencia a personas anónimas, sino con nombre y apellido, contextualizadas, puesta en relación. Un reconocido científico y profesor de la Universidad

de Michigan, ganador del premio MacArthur, hablando de cualquier sistema complejo, explicaba que “no podemos sumar las partes y comprender el todo, porque eso no ofrece una buena imagen de lo que hace el sistema. Las interacciones son tan importantes como las partes”. En todo conflicto ético habrá que tener en cuenta no sólo los principios, normas y bienes que entran en juego, sino también el contexto y las circunstancias en las que se desarrolla la acción. El punto de partida de toda Ética Profesional debe ser el compromiso personal. Sólo quien valoriza su vida personal bajo la luz de los valores más profundos, puede conseguir que en su entorno laboral se respeten y se fomenten esos valores. Para leer correctamente el presente y saber aprovechar toda ocasión para avanzar y no retroceder, se necesita una cierta sabiduría práctica. No es sabio quien es sabio sólo en palabras, sino sobre todo el que es sabio en hechos. Si miramos a nuestro alrededor, vemos seres humanos que persiguen cosas distintas: algunos buscan riqueza, otros éxito y fama, otros anhelan el amor y la amistad o algunos ante todo el poder. Aristóteles advirtió que todas estas diferencias son en el fondo superficiales, porque en realidad todas miran al mismo objetivo: la felicidad. Pero la felicidad no es una estación a la que se llega, sino una manera de viajar. Y a lo largo del viaje surgen los conflictos ante los cuales el hombre debe tomar una decisión. Woody Allen cuenta en ‘Match Point’ la historia del ascenso en sociedad de un ambicioso joven que en un momento de su vida debe elegir entre dos mujeres: una con la que es feliz y otra con la que puede cumplir sus ambiciones, pero a la que no ama realmente. Obviamente, se enfrenta a un conflicto de bienes. La felicidad siempre hace referencia a un tipo de bien, es más, la felicidad misma es un bien, el bien máximo. Concluyo con una contundente sentencia de Blaise Pascal: “Todos los hombres buscan la felicidad. Todos sin excepción. Sean cuales sean los medios que empleen, todos tienden al mismo fin, aunque ese fin pueda tener rostros muy distintos. La voluntad no da ningún paso si no es hacia ese objeto. Éste es el motivo de todas las acciones, de todos y cada uno de los hombres, incluso de los que se ahorcan”. 13. ¿Qué dice el liberalismo, el empirismo y la ética kantiana sobre la felicidad? El liberalismo se apoya en una visión subjetivista de la felicidad. El juicio subjetivo, en el que la persona se considera feliz o no, constituye una instancia última e inapelable. Cada uno es el mejor juez y la persona más competente sobre la propia felicidad. El empirismo afirma que la felicidad es una realidad exclusivamente hedónica: es la experiencia sensible de sentirse feliz, de sentir satisfechas las propias necesidades y los propios deseos.

La ética kantiana señala que la felicidad es un concepto indeterminado, es un ideal de la imaginación, la suma de todos los placeres sensibles, término de una inclinación natural y necesaria de todo ser dotado de sensibilidad. Kant es el que ha elevado la felicidad canalla a categoría filosófica, al separar la virtud y la felicidad. Dice que la felicidad es una ley de la naturaleza y que la virtud no necesita de la felicidad.

14. ¿Cuáles han sido las concepciones de felicidad más comunes a lo largo de la historia? Responderé esta pregunta basándome en el planteamiento que hace Tom Morris en Si Aristóteles dirigiera General Motors, un libro clásico de ética profesional aplicada al mundo empresarial y de los negocios. A lo largo de los siglos, hemos heredado tres ideas básicas acerca de qué es la felicidad. Una de ellas nos dará la clave de la excelencia humana y, en consecuencia, de la ética profesional. La felicidad como placer La primera comprensión de la felicidad corresponde a la visión hedonista de la Antigüedad: la felicidad se identifica con el placer. El hedonismo sostiene que, si quieres ser feliz, debes buscar el placer y evitar el dolor. Esta visión de la felicidad es la que se halla detrás de la frenética búsqueda del dinero y bienes materiales que la mayoría de los contemporáneos llevan a cabo. Según el hedonismo, el placer que proporciona el poder, la fama, el dinero, la posición social y demás cosas superficiales, es la esencia de la felicidad. No son pocas las personas que acusan a los medios de ser responsables de esta situación generalizada. Citemos, por ejemplo, el caso de María Alejandra Díaz, quien hablando del papel de los medios y la lucha contra la pobreza, afirma lo siguiente: “La televisión sobre todo está plasmando en nosotros una nueva sensibilidad, tiende a privar de toda actitud crítica racional a quien la ve. Prepara el terreno adecuado al materialismo y al individualismo, para a través de la publicidad, convertir a nuestros jóvenes en consumidores irreflexivos”. Ella observa una pérdida de la responsabilidad, un vacío moral generalizado, fruto de un hedonismo de masas, al constatar que la búsqueda de la felicidad está, para la mayoría de los ciudadanos, en el consumo material. Recientemente la prensa informaba de un caso escandaloso protagonizado por un diputado italiano, que organizó una noche de sexo y drogas en el Hotel Flora de Via Veneto, una de las calles más famosas del mundo. Lo más interesante de ese episodio no es constatar una vez más la sed de placeres que invade al hombre cuando se deja dominar por sus instintos, sino por el contrario la motivación de la chica que aceptó pasar con ese diputado tal

experiencia. “No soy una santa –dijo- sino una que ha reaccionado a una vida dura intentando salir adelante, y soñando un futuro rico y feliz. Quería dinero, ambicionaba éxito, porque quería una vida mejor”. En efecto, no pocas personas consideran que el disfrute del dinero, la posición, el reconocimiento y el poder contribuyen a la felicidad o, al menos, a una experiencia feliz. Salir adelante y tener una vida mejor es una meta legítima, pero los medios para alcanzar esa meta deben ser correctos.

La felicidad como paz personal Una segunda visión de la felicidad que nos llega de la Antigüedad, relacionada con la filosofía estoica de Occidente y con el pensamiento filosófico de Oriente, sostiene que la felicidad es en última instancia paz personal. Marco Tulio Cicerón, político, filósofo, escritor y orador romano, afirmó que “una vida feliz consiste en tener tranquilidad de espíritu”. Tranquilidad entendida como ese estado de paz y armonía, quietud y sosiego, como el del agua en un estanque inmóvil un día sin viento. La vida está llena de dificultades y problemas. Para no dejarnos influenciar negativamente, necesitamos algo parecido a unos amortiguadores psíquicos para circular sobre los baches de la vida y que éstos no nos quiten la felicidad. Por eso, los estoicos sostuvieron las virtudes del autocontrol y el desapego, llevadas a su extremo en el ideal de la ataraxia. Este estado se conseguiría, según los estoicos, con el alejamiento radical de las pasiones. Puede observarse en la actualidad cómo muchos cristianos –católicos, sobre todo- son en el fondo estoicos, porque plantean la vida ideal como ausencia de penas y temores. Un ejemplo, entre otros muchos, es el de Manuel Felipe Rangel Esteves, que afirma lo siguiente: “La paz interior es la única felicidad. Serás feliz siendo fiel a Dios y convirtiéndote en una persona independiente mental, emocional, espiritual y económicamente. No hay otra manera de vivir en paz”. Aristóteles sostuvo que la felicidad es una especie de acción. La felicidad no es una estación a la que se llega, sino una manera de viajar. La felicidad humana no tiene que considerarse el equivalente emocional de una larga siesta. La única quietud completa es la muerte, por eso la felicidad de los vivos no requiere una serenidad absoluta.

La felicidad como participación en una acción que valga la pena Uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, el pintor, escultor y arquitecto italiano Miguel Ángel, autor de la Capilla Sixtina, afirmó: “Sólo estoy bien conmigo mismo cuando tengo un cincel en la mano”. No se trata de amontonar dinero u objetos materiales sino de la

alegría de la acción, de la creación, la participación en la construcción de cosas nuevas que enriquezcan al mundo. Uno de los mayores placeres de esta vida es la satisfacción activa que se deriva de un trabajo bien hecho. La gente –y mucho menos un medio de comunicación y una empresa informativa-- no podrá llevar a cabo una conducta ética a menos que la actividad que realicen esté relacionada con la búsqueda personal de la felicidad, pero una búsqueda que no es meramente subjetiva (“yo soy porque me siento feliz, porque estoy en paz conmigo misma”, me dijo una vez una estudiante), sino que se basa en una comprensión profunda de la naturaleza humana, de la perfección de la naturaleza humana y de su fin trascendente. 15. Elegir el bien no depende sólo de pensar bien sino que hay que tener en cuenta la voluntad que es la que decide. ¿Qué consecuencias tiene para la ética profesional la dimensión intelectual del hombre? Responderé de nuevo con Tom Morris. Las consecuencias son: 1ª: Que todos tenemos una mente que debe ser respetada y utilizada. No es ético tratar a las personas como máquinas, sin importarnos lo que piensan. En cambio, responde a una inquietud ética muy profunda la actitud de preguntar a los demás lo que piensan, porque de este modo logramos que esas personas cultiven la dimensión intelectual y, por lo tanto, contribuimos a que esos trabajadores sean y se sientan alguien, seres humanos. En efecto, uno de los gestos más nobles que podemos tener hacia otro ser humano es preguntarle con toda sinceridad qué piensa, porque de este modo le estamos cuestionando para que manifieste su participación en la verdad. 2ª: De la dimensión intelectual del hombre se sigue también el deber de cultivar un entorno en el que la gente no tema decirnos la verdad. Necesitamos la verdad para avanzar de una forma segura a través de las dificultades. Difícilmente encontraremos un camino seguro hacia el futuro si los demás no comparten la verdad con nosotros. Muchos profesionales de medios de comunicación no tienen claro cuál es el valor exacto de la verdad. La veracidad es el corazón de la moralidad, como defiende Billy Ray en “El precio de la verdad”, una película basada en hechos reales sucedidos en 1998. El film muestra, con la actitud de los periodistas de la revista, una importante verdad ética: si no creamos un entorno en el que se respete la verdad, no tendremos un entorno laboral en el que la gente sea respetada. La sinceridad hacia la otra persona es la expresión de ese respeto individual. Cuando pedimos opinión a otra persona, también le estamos mostrando respeto. Este trato está en el núcleo de una relación moralmente sólida. El interés por compartir la verdad, por transmitirla y recibirla correctamente, ayuda siempre a generar un espíritu de cooperación que es crucial para mantener unas relaciones sólidas y duraderas. Los periodistas que trabajan en el ejercicio de sus tareas informativas tienen un contacto más directo con las fuentes, y saben que la verdad es el fundamento de la confianza. En cualquier relación con la fuente, sobre todo en el periodismo investigativo, no hay nada más importante

que la confianza, porque ésta es una necesidad indispensable para que las actividades interpersonales sean realmente efectivas. La naturaleza humana detesta el vacío de la verdad. Cuando no hay acceso a la verdad, se crea un vacío que pasa a ser llenado por la especulación, las habladurías y los rumores, que se extienden como el fuego, consumiendo los corazones y las mentes. Sin verdad, la gente se siente perdida. En la vida laboral, como en cualquier otra faceta de la vida, las relaciones rigen el mundo. Una relación basada en la falsedad es como una casa construida sobre arena. En cambio, una relación basada en la verdad es como la Ciudad Amurallada de Cartagena, una fortaleza inexpugnable edificada sobre roca. 16. Profe, una duda. Usted dijo hoy en clase que la ética profesional nos enseña a esforzarnos en crear un contexto en el que la gente no tenga miedo en compartir la verdad. ¿A qué se refiere? No entendí…Gracias. Hay verdades que son duras, difíciles de transmitir. La gente miente, la mayoría de las veces por debilidad, por miedo. En cualquier trabajo nadie puede dar lo mejor de sí mismo si no está dispuesto (y es capaz de) transmitir una verdad difícil. La habilidad de decir la verdad con amabilidad es un hábito de valor incalculable en toda relación laboral, y los que ocupan posiciones de autoridad deben alentarla y practicarla explícitamente. Tom Morris nos recuerda que hace tiempo que se ha reconocido que trabajar de una manera inteligente es tan importante como el trabajo duro, y trabajar de una manera inteligente es imposible si no se tiene acceso a la verdad. Todas las personas tienen una dimensión intelectual. Si respetamos y cultivamos esta faceta de sus vidas, damos, recibimos ideas y les entregamos toda la verdad que podamos darles, haremos una contribución a que sientan cierto grado de satisfacción y felicidad en su trabajo, y nosotros, por nuestra parte, estaremos creando un entorno mejor en el que prosperar. Porque, como enseñó Séneca, de un hombre que ha sido expulsado fuera de los límites de la verdad, no puede decirse que sea feliz. “A los hombres -señala Agustín de Hipona- no se les dio el habla para que se engañaran mutuamente, sino para que compartieran la verdad unos con otros”. 17. Profe, no entiendo por qué la ética dice que mentir siempre está mal. Todos los seres humanos mienten, y a veces incluso es aconsejable, para evitar un mal mayor. No podemos saber si todos los hombres son mentirosos. Lo que sí sabemos es que todos venimos al mundo con una inclinación natural a la credulidad, a creer lo que otros nos dicen. De otro modo, de niños, no podríamos aprender el lenguaje ni muchas otras cosas necesarias para nuestra supervivencia. Esa inclinación natural a la verdad nos lleva a protegernos de las personas que nos engañan continuamente, y por eso nos volvemos precavidos y recelosos para que no suceda más y no se repita en nosotros la frustración que supone todo engaño. Una profesora de ética profesional transmitía a sus estudiantes este principio: “no es ético desconfiar de la gente”. Al respecto, pienso, por el contrario, que es una tendencia humana y ética desconfiar de la gente que habitualmente manipula la verdad. El drama de un mentiroso es que no es creíble ni cuando dice la verdad. Es ético, por lo tanto, que un periodista esté siempre en guardia frente a los políticos y otros protagonistas del poder. La mentira lleva a la desconfianza y ésta a la incredulidad. En efecto, cuando alguien ha roto el tejido de la

confianza, es excesivamente difícil tejer de nuevo el tapiz y recuperar lo que la mentira y el fraude destruyeron. 18. ¿Por qué usted dice que “la mentira es una de las actividades más peligrosas, corrosivas y sutilmente desestabilizadoras de la vida humana”? No es una frase mía sino de Tom Morris. Este autor explica que cuando nos alejamos de la verdad, empezamos a crear unos hábitos que llevan a un campo ilimitado de formas y sombras que cambian y nos desorientan, como los reflejos en un espejo deformado. Entonces empezamos a perder nuestra comprensión de la verdad y de su importancia. Cuando un empleado ve a un superior decir mentiras por conveniencia a personas ajenas a la organización, él mismo advierte que tal vez un día podría ser también víctima de la manipulación de la verdad. La falsedad no puede soltarse como si fuera un perro para luego volverlo a cerrar en una cerca. Queramos o no, la acción engendra costumbre, y la costumbre puede resultar muy dura de controlar o vencer. De hecho, lo habitual es que la falsedad camina tras los pasos de más falsedad. Hay otro motivo por el que no conviene mentir. Aunque no le descubran, el mentiroso se habrá hecho daño a sí mismo; se habrá convertido en un mentiroso. Y cuanto más inadvertida haya pasado su mentira, así mismo sospechará el mentiroso que los demás mienten, lo cual le incapacitará para tratar de una manera honrada con ellos y creer lo que dicen, incluso cuando es cierto y vaya a favor de sus intereses. Por eso a los mentirosos les cuesta tanto confiar en otros. Respetar la verdad, nutrirla y fomentarla en una organización depende de todos los trabajadores. En el caso de los periodistas, este deber es más bien un imperativo. Un comunicador no puede olvidar nunca la dimensión intelectual de las personas a quienes se dirige, sino que deberá recordar siempre la necesidad que todos los hombres tienen de verdad. Sin ella no se puede construir ninguna base sólida para la excelencia humana. Se entiende perfectamente que, en una de las declaraciones de principios más importantes sobre la conducta de los periodistas, se haya escrito que el primer deber esencial de los periodistas es “respetar la verdad y el derecho que tiene el público a conocerla” (18° Congreso Mundial de la Federación Internacional de Periodistas, Helsingor, Dinamarca, 1986).

19. ¿En qué consiste el principio del doble poder? Es una ley tan sencilla como profunda: siempre que algo tiene poder para el bien, tiene el correspondiente poder para el mal. La mayor parte de las veces, la utilización de ese poder depende de cada uno. Es conocido el ejemplo de la energía nuclear, que tiene un enorme poder para el bien, como enseña la medicina, y un poder para el mal mucho más obvio, como muestran las armas nucleares. De igual modo sucede con los fenómenos del deseo humano. Sin la existencia del deseo humano, nunca habríamos construido nada, pero el deseo incontrolado es el responsable de muchísimos problemas sociales, políticos y personales.

Por otra parte, no olvidemos que en ética el principio del doble poder se aplica a las personas, no a las cosas. Moralmente, las cosas no son ni buenas ni malas, es decir, son indiferentes. Incluso el veneno de una de las serpientes más mortales de Norte América puede ser una eficaz y potente medicina si es ingerida en dosis muy pequeñas.

20. ¿Qué se entiende por Ética Profesional?

Todo el mundo comprende casi por instinto que la ética es un valor. Pero son muy pocos los que se dan cuenta del porqué y del alcance de la Ética. Ser éticos no es nada fácil y pocas profesiones lo saben tan bien como el periodismo. Abordar la ética desde el punto de vista de la comunicación presenta muchas dificultades. Cuando hablamos de Ética Profesional nos referimos a dos cuestiones bien distintas, dos campos diferenciados en cuanto a la lógica que los organiza. Por un lado, tenemos la dimensión normativa y, por otro, la dimensión del sujeto con sus derechos y deberes como persona. Estos dos campos conllevan modos diversos de abordar cuestiones fundamentales. Si se hace énfasis en la norma, la deontología, los códigos y la Ley en general constituirían el principal objeto de estudio. Esta perspectiva de la ética profesional presenta no pocos inconvenientes, el primero de todos es la imperfección propia de toda norma, que tiene su fundamento en el anonimato del individuo considerado por la Ley. Un segundo movimiento de la Ética prefiere insistir no tanto en la Ley sino más bien en la dimensión del sujeto, lo social y singular. Desde esta perspectiva, el sujeto ya no es anónimo, sino que tiene un nombre y un apellido, una familia, unos amigos y un conjunto de relaciones que la Ley no puede considerar en toda su riqueza y complejidad. De todos modos, la ética que hace énfasis en la dimensión del sujeto es una ciencia normativa, porque especifica lo que es bueno y lo que es malo. La ética fija la “norma” de la conducta humana. Es una norma íntima al ser mismo del hombre, que se hace mejor al cumplirla o se envilece violándola. La acción humana sólo puede ser comprendida de modo adecuado si se asume el punto de vista del sujeto agente, si se le considera enmarcado en un proyecto interior que mira a un fin conocido y querido como bueno, siendo ese proyecto la razón que explica por qué se llega a tomar una decisión y no otra. En general, cuando se aborda el tema de la Ética Profesional se toma una de estas dos dimensiones dejando aparcada la otra. En efecto, existe la posición de aquellos que toman como única referencia la letra de los códigos: qué está permitido y qué está castigado hacer a un periodista en sentido amplio. No siempre los profesionales demuestran un conocimiento cabal de las normativas, ya sea para ajustarse a ellos o para descartarlos. Una crítica injustificada que se hace a los profesionales que conciben así el ejercicio de su profesión es

que tomar las normativas como referencia para su acción significará interrumpir y retrasar el trabajo y desplazar el centro de atención hacia cuestiones que no son esenciales. Otra posición, en cambio, prefiere obviar por completo las normas jurídicas vigentes. Se verifica la idea de una relación de exclusión entre el campo deontológico y la dimensión práctica del ejercicio periodístico. Se ve con escepticismo -incluso con cinismo- la relación entre la Ética Profesional y la dimensión ética del sujeto. Como es sabido, la deontología refiere a los deberes relativos a una práctica determinada, los cuales están plasmados generalmente en los llamados códigos de ética. La Ética Profesional aborda el estudio de los derechos y deberes de los periodistas y comunicadores, no sólo en su dimensión individual sino también social, en el contexto de una tradición y de unas costumbres sin las cuales no sería posible hablar de comportamientos éticos.

21. Habitualmente el ejercicio periodístico es muy criticado por faltar a la ética. ¿Por qué? Gran parte del público dice que los periodistas no son exactos con la información y que muchas veces no son éticos en el modo de conseguir la información ni tampoco en la manera de difundirla, cayendo con frecuencia en el sensacionalismo y en la superficialidad. Se acusa a los periodistas de deformar la información, de manipularla, cuando no de inventarla para construir historias verosímiles y atractivas. Entre otras, se dice que el periodista es: egoísta, superficial y morboso; además de difundir y ensalzar comportamientos inmorales, viola la intimidad de las personas y evade su misión de servir al bien público cuando se somete a intereses económicos. Algunas de estas críticas a veces están justificadas, pero otras veces no. Es fundamental proteger al ciudadano de ese tipo de errores en los que los periodistas a veces incurren. No es ético proteger ni silenciar esos abusos. Más bien hay que esforzarse por reparar esos fallos y poner los medios para que no se vuelvan a repetir. Lo que está claro es que se viola la ética cuando se estigmatiza una profesión en su totalidad, cuando ésta juega un papel absolutamente necesario en la sociedad. No es ético que los errores de unos caigan sobre otros, ignorando o silenciando el importantísimo servicio público que la mayoría de los periodistas prestan a la sociedad.

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