Frío Sólido

May 24, 2017 | Autor: J. Yañez Albarracin | Categoria: Art, Art Theory, Installation Art, Contemporary Art, Sculpture
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Descrição do Produto

Frío Sólido

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

Facultad de Artes ASAB Proyecto Curricular de Artes Plásticas y Visuales

FRÍO SÓLIDO JUAN SEBASTIÁN YÁÑEZ ALBARRACÍN

Directora de proyecto ELIZABETH GARAVITO

Corrección de Estilo NORMA ZAMORA Diagramación CAROLINA CHACÓN

2010

Agradecimientos a: A todos mis compañeros, mis amigos y

familiares que me apoyaron

para llegar a este punto, gracias por cada hora de más, por cada conversación, por cada risa, por cada palabra dicha y escuchada, por la compañía, por los consejos, por las discusiones, por no entender y aun así ayudarme, por alto…

esto y todas las cosas que pueda pasar por

Gracias

Juan Camilo, Félix, Carmen, Katherine S, Cristian Camilo, Lucy, Maryluz, Yoffre, Diego, Sabrina, Cristian Augusto, Rigoberto, Wilmer, Carolina, a mi Padre y a la maestra Elizabeth

Dedicado A mi dulce madre que me ha acompañado en cada paso, con su fuerza y su alegría

DEPRESIÓN

5:45 am, suena el

despertador.

No se ve aún la luz del sol, pero no tardará en

amanecer, es particularmente rápido. Sólo puedo pensar que debo apresurarme para llegar temprano. Es más práctico primero desayunar que bañarse, aunque lo inverso es más sano, o eso dicen. Más que el gusto de comer a esas horas es la necesidad o la obligación de hacerlo en la mañana.

El tiempo es corto; elegir la ropa que a la vez

funcione para frío, calor y lluvia, pues cualquier cosa se puede esperar, la ducha no debe durar más de 15 minutos porque de lo contrario se hace tarde. Por último, antes de salir, la maleta debe llevar nada más que lo

indispensable; en ocasiones se suele

llevar de más, pues se cree que habrá tiempo pero por lo general no es así. Así, el primer paso es salir de casa para cumplir con todas las obligaciones del día: salir de casa, entrar a la calle; salir de la calle, entrar al bus, salir del bus; entrar a la calle, salir de la calle; entrar a edificios, tiendas, cafés, almacenes, restaurantes; a conversaciones, a pensamientos, a recuerdos y sensaciones, para luego salir de ellos, una y otra vez. No hay que olvidar comer cuando se dé la oportunidad. En el momento menos esperado cae la tarde y luego la noche. Se hace necesario deshacer los pasos y regresar a casa, salir de la ropa y entrar en la rutina de la que no se sale nunca. X Lo primero que viene a mi mente de aquellos días es que, hasta ese entonces, nunca me había sentido conforme con la idea de tener una rutina pero no había sido un problema. Dado que me producía incomodidad, prefería que ésta fuera sencilla para que cuando me sintiera cansado no fuera tan difícil salir de ella. Desde que llegué a la ciudad a

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estudiar, mis hábitos giraban alrededor de mis obligaciones académicas; estas consistían en cumplir los horarios de clases, prepararme para los exámenes, pasar tiempo con mis compañeros, despilfarrar mi tiempo libre y escribir tanto como fuera posible.

La carrera de literatura no es precisamente una de las más populares; por esta razón, cuando me preguntaban por qué la estudiaba, solía decir que era para poder escribir, por esa época era lo más importante para mí, además disfrutaba mucho haciéndolo. Lo cierto del asunto es que, con el paso del tiempo, de las materias, de aprender las diferentes teorías, de las tardes en las cafeterías, de los amaneceres en el escritorio estudiando las diferentes formas y estilos, de leer la historia durante días enteros con nada más que las pausas indispensables, de hablar de los autores y sus importantes aportes al mundo literario, del agotamiento, de pensar en el futuro, de las persecuciones, de huir, de negar, la escritura en vez de convertirse en una labor más sencilla por los nuevos aprendizajes, pasó a ser todo lo contrario. Llevaba varios años en ésta labor y había logrado desarrollar una técnica bastante eficaz (la cual no requería de grandes despliegues operativos) para la que sólo bastaba

tener varias

hojas y un instrumento con el cual escribir, preferiblemente un bolígrafo para evitar borrar; esto permitía obtener un material más nutrido para una posterior selección. Con esto casi cualquier parte, lugar o clima era pertinente para construir frases, con o sin sentido. Podían ser párrafos o capítulos enteros, tratar sobre la realidad o la ficción, ser narraciones, reflexiones, opiniones o sueños. Hasta aquel entonces, ésta era una de las mejores épocas de mi vida.

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Pero lo único definitivo en la vida es que nada lo es. En raras ocasiones, aunque estuvieran todas las condiciones dispuestas para escribir, no salían palabras, no era algo que me produjera preocupación, hasta que estos bloqueos comenzaron a ser más frecuentes y dejé de escribir. Fue paulatino. Las palabras dejaron de llegar a mi mente al punto en que sólo aparecía una frase o dos, cuando mucho, y luego quedaba en blanco; vacilar para escribir me producía angustia y recordarlo me produce pánico.

Mi cabeza se enredaba, trataba de tranquilizarme, respiraba profundo, me pasaba las manos por la cara y la cabeza, cerraba los ojos apoyando el mentón sobre las manos en forma de plegaria, quería que eso no estuviera pasando. Mientras intentaba calmarme, comenzaba a sentir que se me desvanecían las manos como si fueran arena. Rápidamente abría los ojos para ver si aún estaban; al verlas, las frotaba sobre las piernas para estar seguro de su presencia y respiraba profundo, tanto como pudiera. Para ayudarme, pensaba en los consejos que me habían dado para escribir e intentaba usar lo que había aprendido pero las técnicas sobre las que tanto había estudiado se abalanzaban sobre mí como pirañas o caníbales, me devoraban por dentro y sólo dejaban una cáscara, seguramente por diplomacia con los transeúntes -y hasta conmigo- para que nadie notara lo que había ocurrido.

Estos episodios me convertían en un maniquí, incapaz de percibir algo distinto al hueco en el estómago, producto del aterrador presentimiento de, finalmente, estar perdiendo la cordura –algo que para ese entonces, creía que pasaría-. Las personas solemos tener muchas formas de huir de nuestros miedos. En esa época era incapaz de

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reconocer o admitir que, incluso más que dejar de escribir, lo que más me aterraba era ese presentimiento

que

me

llevaba

a

quedar

completamente inmóvil. Me repetía una y otra vez

y

tantas

veces

como

fuera

necesario:

“respira profundo”; al recuperar el movimiento simplemente deambulaba hasta volver en mí. Con el pasar de los días esta sensación empeoraba, tanto

que,

de

aquella

técnica

eficaz

de

escritura, sólo quedaba el recuerdo. Todo podía ser una complicación: mucho sol o muy poco, el tamaño de las hojas, el color del lapicero, la primera palabra o la última, el qué, el cómo, el cuándo, nada servía. Sabía, como lo sé ahora, que esas excusas sólo ocultaban ese arraigado temor que arrastraba desde hacia tantos años y que intentar escribir despertaba. No fue mucho el tiempo que pude durar así y dejé de intentarlo.

Mi abundante tiempo libre empeoraba la situación. Había cumplido prácticamente con mis obligaciones para graduarme, sólo me faltaba completar mi texto de grado, por así decirle, y encargarme de los papeles. Durante mucho tiempo no tuve la necesidad de pensar en el futuro, tenía claro que lo que quería era escribir, no importaba para quien o sobre qué temas desde que pudiera hacerlo.

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Pero en ese

momento que comenzaba a ser difícil no podía pensar en otra cosa diferente al tiempo: lo que fue, lo que era, y sobre todo en lo que no quería que se convirtiera. Los días se volvieron dispendiosos. En las mañanas pasaba largos instantes sentado en el borde de la cama esperando que cualquier cosa pasara hasta que la inercia, producto de tantos años de hacer lo mismo, me levantaba. Iba al baño, al llegar allá un hombre desconocido me miraba desde el espejo, él abría bien sus ojos para que pudiera notarlos pues permanecían ocultos bajo su cabello desalineado mientras una espesa barba cubría sus facciones, al punto que no podría decir cómo era su rostro. Se quedaba inmóvil como si espera algo de mí. Me acercaba a él y mientras buscaba en sus ojos, una extraña sensación comenzaba a crecer dentro mí, era distinta a la de la escritura. Esta empezaba de forma diferente en el estómago como si tuviera un agujero, no era tan insoportable como la otra, pero su presencia me impedía descubrir el misterio en la mirada de aquel hombre. A primera vista cualquiera diría que estaba triste pero yo sabía que lo de él era otra cosa. Aunque intenté varias veces encontrar la respuesta siempre pasaba lo mismo. Como se me había vuelto costumbre, desistí. Así que cuando iba al baño prefería perderme en su barba o su cabello, pues sabía que no era capaz de ayudarlo, aunque él creyera lo contrario. Me obligué a no pensar en él fuera de ese espejo, pues sólo me produciría tormentos. Al llegar a la habitación me vestía con cualquier cosa, podía ser ropa sucia, limpia o ambas, me colocaba los calzoncillos, el pantalón, una camiseta y las medias y las medias y… las medias; un día tras otro dando vueltas en la habitación, sentado en algún café o mirando a través de la ventana de un bus repleto, con las mismas ideas y los mismos actos. Aunque no me sentía conforme

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con la idea de tener una rutina, no había sido un problema hasta entonces. Dado que me producía incomodidad prefería que ésta fuera sencilla para que cuando me sintiera cansado salir de ella no fuera tan difícil… aunque había pensado esto durante buena parte de mi vida para aquel entonces, aunque mi forma de vida fuera tan simple, se había convertido en la más fuerte prisión.

X

Mi ánimo comenzó a decaer, me sentía agobiado. La única forma de salir de ese estado y esas sensaciones era a través de los recuerdos, los más significativos, los más preciados, los suficientemente amables como para producirme un poco alegría. Pero la verdad es que la memoria es como una lotería, nunca sabes que te va tocar, fácilmente podemos internarnos en la cabeza para reconstruir unos hechos del pasado, mientras otros quedan aparentemente en el olvido. Recientemente he pensado mucho en algo que pasó cuando aún estaba en el colegio: un día como tantos otros, el profesor de la clase de matemáticas debía ausentarse,

cuando esto

ocurría enviaban a otro docente en reemplazo. En realidad ahora que lo recuerdo, no era un evento que transformara particularmente el día, pues por lo general el profesor que se marchaba dejaba una guía con ejercicios de repaso que debíamos hacer. De esta forma a quien le correspondiera realizar la actividad, solo debía cuidar nuestro comportamiento.

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Un hombre alto, de contextura gruesa, cabello rojo y ojos claros entró de forma imponente en el salón, era el profesor Guillermo Ramírez; creo que al verlo me sentí intimidado,

lo que dijo a continuación -después de pensarlo varias veces, no estoy

seguro de las palabras que usó-, fue que prefería que reemplazáramos la guía por otra actividad que consistía en salir del salón y realizar un recorrido por las instalaciones del colegio; lo que debíamos hacer mientras caminábamos era fijarnos en los detalles: una mancha en el piso, rayones en las paredes, las características de alguna prenda como el color, o el desgaste, en fin, algo por ese estilo, elegir uno

y

escribir sobre él. Salimos como el profesor había dicho, cada uno por su lado. Al ser un hombre grande que intimidaba un poco, nadie desafío ni intento formar alboroto durante el ejercicio. Mientras buscaba aquello que para mí fuera llamativo, sentía una extraña sensación, supongo que era alegría, no lo podría explicar. Era como si por primera vez realmente viera el mundo, sin lugar a dudas esto es una exageración. Lo que recuerdo con mayor claridad es estar caminando lentamente por el pasillo y ver como se formaba un reflejo de luz, una especie de flecha producto del atardecer que se filtraba por la ventanilla del último salón del pasillo, el 206. La flecha empezaba en las baldosas de la mitad del pasillo y señalaba el borde de la pared del frente, de forma tenue. Mire detenidamente como aquel rayo de sol avanzaba sobre los baldosines que cambiaban de color a medida que la luz se paraba sobre ellos brevemente. Faltaba poco para completar la caída de sol, a medida que él se movía la flecha se acercaba a la pared, en el proceso iba volviéndose rojiza y desapareciendo a la vez, extinguiéndose en el tomacorriente; cuando el último pie de luz desapareció pude ver una venda adhesiva.

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Era el último, ya todos habían regresado al salón, había tardado tanto que no había alcanzado a escribir nada sobre lo que había visto. Todos empacaban sus cosas para irse. Aunque el profesor no me reclamó nada, me sentí mal por no haber completado el ejercicio, por lo que decidí hacerlo por cuenta propia. Al llegar a casa me senté en el escritorio de mi abuelo y relaté de forma inocente, como puede hacerlo un niño de trece años, lo que había visto. Ahora que lo pienso, ese fue mi primer escrito. Al terminar de escribir recordé la vendita adhesiva, sobre todo por lo extraño de su ubicación;

pensé que

pertenecía a alguien que se la había quitado y por pereza a botarla la había colocado en ese lugar. Durante esos días tuve la esperanza que el profesor Guillermo regresara para proponernos una actividad como la que habíamos hecho ese día, pero no esperé mucho tiempo porque mi atención se dirigió a otra parte.

Al siguiente día que la vi no me pareció algo fuera de lo normal pero al permanecer varios días comencé a sospechar. No era una gran intriga, pero no entendía varias cosas del asunto. En primer lugar, ¿por qué una curita estaría en la pared? ¿Se puede curar una pared? Y de ser así, una vendita adhesiva podía?

En segundo lugar, ¿por qué

llevaba tanto tiempo en ese lugar, a la intemperie, si en mi piel no duraba ni un día completo? Y en tercer lugar, ¿Quién? ¿Cuál era la persona responsable de tal acción? ¿A quién le interesaba hacer algo así? Eso me creó mucho interés. Durante un tiempo sólo miraba si estaba o no la curita en su lugar, hasta que desapareció: al llegar al colegio subí

para mirar si aún estaba, pero esa mañana ya no había nada. Durante

clase pensé que sólo eran ideas mías, bobadas, había sido el descuido de alguien y ya.

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Al salir al descanso tuve que pasar por ese pasillo y pude constatar que realmente no estaba, aparentemente todo había terminado hasta que al salir de clases se presentó un inconveniente: una nueva curita estaba reemplazando la anterior en el tomacorriente. ¿Cómo era eso posible?

Sin percatarme de lo que hacía comencé a vigilar constantemente: a la llegada al colegio, en las pausas de clases, en los descansos y un vistazo antes de regresar casa. Varias fueron las ocasiones en que quité la curita de la pared, dejando pasar largos o cortos periodos, pero siempre aparecía una nueva en su lugar. Tomaba reportes del asunto, trataba de registrar lo que veía e inventaba posibles razones de la presencia de la venda en la pared. Las cosas fueron tomando curso sin darme cuenta, después de varias semanas me percaté que tenía un archivo considerable del asunto, con dibujos, recortes y algunos escritos. Pese a que no tenía la menor idea de lo que ocurría, me sentía más en mi lugar, me sentía más yo; con los años llegué a comprender que aquello que hacemos es lo que nos hace, por eso al ver todo lo que había hecho me sentí bien. Respecto al misterio, más que encontrar la respuesta fue ella quien me encontró a mí. Faltando pocos días para terminar el año escolar cayó un fuerte aguacero que me retraso para salir. Cuando pasé por el pasillo para la última revisión del día pude ver al profesor Guillermo acomodando la venda adhesiva, para que no se cayera. Al averiguar que era él tuve una de esas pequeñas sensaciones de satisfacción. Durante los días que vinieron no fui capaz de preguntarle sobre el asunto y las vacaciones se anticiparon al valor que necesitaba para hablarle. Años después en una charla con el

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profesor me explicó la sencilla razón, sin embargo esos años anteriores albergué la pequeña intriga. Ese fin de año y hasta los buenos días en la universidad, la escritura y las actividades que la acompañaron dieron forma a mi vida que ahora se desmoronaba

frente a la ventana mientras veía la lluvia, en la fría tarde de esta

ciudad X No salía con mucha regularidad, prefería pensar en otras épocas de mí vida pero no siempre los recuerdos se dejan recordar. Le daba vueltas al cuarto, leía un poco, dormía, miraba al techo hasta que el aburrimiento me obliga a salir. Caminaba por el vecindario, me sentaba en las bancas de los parques a mirar el tiempo pasar, las personas, las cosas, el día, con la esperanza de

encontrarme con algo que no pasara,

que permaneciera, para no tener la sensación que todo se estaba yendo. De pronto vi el movimiento de las copas de los árboles; puede parecer obvio pero fue una revelación, aunque se balanceaban

no se iban,

de alguna

forma habían elegido anclarse al

suelo. Desde entonces me gustaba verlos. Un día estuve tanto tiempo mirando uno que llegué a pensar que los árboles eran inteligentes –se que suena extraño-, al mirarlo fijamente tuve uno de esos pensamientos que aún prevalecían, aquellos que cuando aparecían alimentaban mis escritos.

Ese árbol estaba particularmente torcido, al punto tal, que daba la sensación que en cualquier momento podría caer, pero evidentemente no lo hacía. Estuve enajenado por un largo tiempo con su forma, recorriendo cada una de sus ramas

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hasta sus terminaciones, haciendo caminos imaginarios desde su tronco hasta la más alta de sus hojas, hasta que llegué a la conclusión que algo dentro de él le había mostrado la manera de compensar su posición, tal vez sus raíces eran más profundas o habían crecido en la otra dirección, quizá su tronco era más fuerte o sus ramas más pequeñas de lo normal, fuera por una de esas razones u otras, el árbol lo sabía o lo había aprendido y lo usaba. Lo siguiente en lo que pensé (lo recuerdo porque me ánimo mucho) fue en las hojas secas de los árboles que delicadamente se posaban en el suelo y casi lo cubrían por completo, ¿tendrían una función? Muy posiblemente alguien a quien le gusten las plantas lo sepa porque lo ha estudiado y lo ha puesto en un libro, pero si las hojas sin una razón aparente un día no tocaran el suelo ¿aquel hombre que todo sabe sobre ese árbol que escribiría? Incluso aún me lo pregunto. Me sentí bien pues mientras esa clase de ideas estuvieran conmigo tenía la esperanza de volver a escribir. Sin embargo ese día también ocurrió otra cosa que señalaba lo contrario, no me fije de donde salió, si estaba desde antes o acababa de llegar –eso me lleno de miedo- llevaba sobre su espalda un costal que sostenía con una mano, sus pantalones estaban rotos en muchas partes, caminaba sin un zapato, tenía una camisa y un saco que no lograban cubrirle completamente el pecho, estaba muy sucio tanto como su ropa y su mirada estaba enterrada sobre la mía. Mientras lo veía caminar y reírse de mí, podía ver cómo le faltaban algunos dientes. De repente comenzó a señalarme con la mano que tenía libre. Estaba intimidado, así que bajé la mirada y cuando volví a levantarla ya no estaba. Quedé atónito, casi tuve deseos de llorar. Me había alcanzado, era la primera vez que

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se manifestaba, era el aviso que ese camino sólo llevaba hacia ella. Fue un acto casi maternal.

La

locura

pudo

haberme

arrastrado en ese momento y ya pero me dio otra oportunidad. Aunque estaba aterrado no hice caso a mis sensaciones, me levante para distraer mi mente, no era capaz de afrontar lo que estaba pasando, comencé a caminar y mis pasos se hicieron largos, cuando me di cuenta ya estaba sentado en el borde de la cama.

Mis ideas querían salir pero no quería oírlas,

debía

distraerme

con

algo.

Rápidamente inspeccioné con la mirada algo que pudiera servir, nada parecía apropiado. Tras un momento de duda busqué bajo la cama, la habitación estaba en penumbra así que no podía ver, metí el brazo que prácticamente de inmediato se encontró con la caja. La arrastre hacia mí, me puse de rodillas y saqué el más valioso regalo de mi abuelo: su máquina de escribir. Me la había entregado pocos días después de jubilarse. Había trabajado toda su vida para el periódico, no había conocido ninguna otra labor. Además -según nos contaba- siempre había disfrutado mucho hacerlo. De poder elegir otro trabajo habría escogido el mismo, decía. A mí me gustaba sentarme con él en su estudio para oír el sonido de la máquina de escribir.

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Aunque la había usado tantas veces ninguna de las letras había perdido su tono. La otra gran ocupación de mi abuelo era leer, contadas fueron las veces que lo vi con un libro pero dudo que allá pasado más de dos días sin leer un periódico o una revista. Recortaba fragmentos de artículos que le gustaban, cuando le pregunte por qué lo hacía me dijo: para aprender, para no cometer esos errores, para repetir lo que me parece acertado y otras veces sólo por la noticia. No le gustaba guardar los artículos completos, elegía la parte que consideraba más importante, decía que era suficiente y que era más fácil de archivar. Algunos años después de su muerte mi abuela me obsequió la Olympia (así le decíamos a la máquina de escribir por ser ésta la marca) y el archivo de recortes que he venido acrecentando con los años. Antes de usar la Olympia hay que revisar el carro, la pieza que permite que el rodillo se desplace de un lado a otro y la carga de tinta de la cinta; se ajustan los tabuladores, se coloca una hoja blanca y se deben dar tres vueltas al rodillo. Coloco mis dedos sobre las teclas como mi abuelo me enseñó, el meñique de la mano izquierda en la A y el de la derecha en la Ñ, los demás dedos en ese orden en las teclas siguientes, por último los anulares en el

espaciador. Aprendí ese procedimiento de mi abuelo cuando era niño,

después de enseñarme tuve que practicar mucho para lograr dominar la técnica y mecanografiar con agilidad, para ser yo quien produjera el particular sonido de la máquina de escribir de forma continua. Mi abuela decía que ella sabía quien estaba escribiendo pues la máquina sonaba de un modo cuando escribía él y de otro cuando yo lo hacía. Cada persona produce una melodía única cuando mecanografía pues el sonido depende de la fuerza que los dedos hacen cuando presionan las teclas y de la agilidad

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con que llegan a ellas, el único sonido que es igual para todos es el del timbre marginal que indica que se debe pasar al siguiente renglón. Mientras recordaba, noté que hacía mucho no oía el timbre, ni el sonido de las teclas sobre el papel, no sabía que escribir. Moví las manos sobre el teclado mientras pensaba en algo, por accidente toqué el espaciador, un nudo se hizo en mi garganta y pensé que eso era lo único que podía salir. Desesperado la presione muchas veces,

hasta que llegué a la mitad de la hoja,

coloqué un punto, unas palabras, unas líneas, un párrafo sin sentido, ni siguiera noté el sonido de las palabras cuando la máquina las escribió. Me levanté y caminé en vano dentro de la habitación, estaba asfixiado. Tomé mi libreta, unos lápices y salí hacia cualquier parte.

X Después de hacerlo muchas veces descubrí que mirar a través de la ventana puede hacer que alguien se sienta poderoso, pues se es un observador que juzga sin ser juzgado; las personas que transitan la calle, muchas de ellas ensimismadas en los pensamientos de su diario vivir no se percatan que alguien las mira. El mejor momento para poder hacer esto es en el viaje, el instante corto o prolongado de tiempo que implica ir de un lugar a otro en un automóvil de servicio público. Por lo general prefiero tener en la mano el dinero del pasaje con el fin de ubicarme fácilmente. Me gusta esperarlo en los semáforos porque eso me permite ver si tiene disponibles los puestos de las ventanas; un puesto en la ventana para mí es más importante que lo provechoso de la ruta. Prefiero tomar un bus que me deje a algunas cuadras de distancia siempre y cuando tenga ese preciado puesto. Sin embargo, debo reconocer que lo que se encuentra en el fondo de mi afición es mi gusto por mirar a las personas.

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Cuando estoy en el bus suelo ver a quienes suben y bajan, sus rostros, el lugar al que miran, su ropa, su postura y en ocasiones aparece alguien con quien hablar, a propósito, la conversación que tuve ese día fue diferente a otras que había tenido antes.

Se acerca un hombre de gruesa contextura, un tanto mayor, con un bigote de

otra época. A revisado previamente los puestos del bus, tal vez uno en el que pueda sentarse solo, pero no consigue ninguno. Se percata de ello al llegar al lugar en el que me encuentro y decide sentarse a mi lado.

-Hace rato se ha subido una mujer con una mirada que tienen ciertas personas, como melancólica, eso no quiere decir que piense que son personas tristes, pero me dan la sensación que les duele el mundo, no sé cómo explicarlo. ¿Qué piensa usted? -le digo al señor que está a mi lado. -Pues vera, yo pienso igual que usted, la mirada de aquella mujer es melancólica, pero permítame explicar –se detiene, para pensar un poco-. Creo que la forma de los ojos de esa mujer corresponden a la que ambos pensamos debe ser la de la melancolía, no es que haya una mirada así como tal. Fíjese en el hombre sentado frente a nosotros en el otro lado del bus, el que mira a través de la ventana, el de las manos grandes y facciones fuertes; tal vez se dedique a la construcción por el desgaste de su ropa. Mire sus ojos, tiene una mirada pensativa, ¿no le parece?

Comencé a ver detenidamente a aquel señor, tuve la sensación que coincidíamos en el placer de ver a través de la ventana, sus ojos bajo sus espesas cejas, entrecerrados un

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poco y casi ocultos en las arrugas, parecían perdidos en un pensamiento profundo, como si meditara sobre lo más trascendental de la vida. Sin dejar de ver al señor pensativo, dije: –Disculpe, pero usted habla como yo pienso.

–Tendrá eso una explicación –dijo mientras sonreía- Parece que ese señor que miras estuviera pensando en algo muy importante, lo ciertos es, que eso es lo que nosotros pensamos, otra persona diría tal vez que esa es una mirada melancólica, ¿entiende mi punto? –Supongo; creo que lo que intenta decir es que cada persona tiene una forma de expresar sus sentimientos, la cual a su vez es la manera en la que entiende los de los demás –Ahora es usted quien habla como yo pienso, sin embargo falta algo en sus palabras… No me imaginaba que esas palabras que no alcancé a decir representarían el principio de aquel duro momento por el que tuve que pasar. Sin decir más, antes de llegar a la esquina de la calle por la que íbamos, me pidió permiso y se bajó. En ese momento pensé que sería mejor dejarlo ahí y no seguir jugando a charlar pero la mujer melancólica, que hacía unas cuadras había cedido su puesto para dárselo a un hombre mayor y que estuvo de pie porque nadie había bajado antes del hombre del bigote, delicadamente caminó por el bus y se sentó a mi lado. No quería imaginar una conversación con ella, la anterior, con el hombre de bigote no había sido agradable. Sin embargo sus palabras vinieron a mi mente sin consultarme nada, como si estuviera fuera de mi voluntad:

–Disculpe que sea tan entrometida pero parece que le pasa algo -miro la

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ventana, de forma distraída- aunque parece triste lo que tiene es temor, por favor no se moleste conmigo; sé que no es mi problema

pero no puedo evitar

decir esas cosas. No le pude decir nada, sólo pude hacer la mueca de una sonrisa triste, de esas que en vez de engañar a otros nos delatan más. Esas eran las palabras que con el hombre del bigote no alcancé a decir, las que me había negado a considerar y que en ese instante me decía a través de otros. No era suficiente con sentirme perseguido, ahora debía aceptar mi estado de ánimo. Levanté la mirada del piso y dije: -Sabe, le acabo de comentar a alguien que usted tenía una mirada melancólica, luego usted se acerca y me dice que quien tiene esa mirada soy yo. En otro momento no me hubiera importado que me dijeran algo así, pero ahora solo puede significar una cosa… -Que se quede en silencio no le va a llevar a nada, ¡hábleme! -No puedo, si lo hago significa que realmente mi vida se está desmoronando. -No tiene que decirlo, ya lo ha hecho su mirada. Su problema si me permite decirlo, no es diferente al de muchas otras personas. Usted al igual que ellas sabe desde hace tiempo lo que le pasa, lo que ocurría es que no había querido reconocerlo. El problema de actuar de esa forma es que las cosas que están atadas a nosotros tarde que temprano nos alcanzan…

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Esa fue la última palabra de aquella conversación, estaba conmocionado. Todos alguna vez experimentamos algo así. Es como un corto circuito. Puede ocurrir por muchas razones, generalmente pasa en el instante en el que terminamos de hacer algo; durante ese momento quedamos en el vacío, sin saber con qué o cómo seguir. Dura tanto como necesitemos para volver a organizar el mundo y si tenemos algo pendiente aparece o surge uno nuevo. Sin embargo, en ese momento el tiempo siguió corriendo y empujando las cosas a su alrededor, excepto a mí. Yo había quedado en las palabras de aquella mujer, después de unos minutos el tiempo regreso por mí pero ya había quedado rezagado, aunque no era una diferencia descomunal simplemente estaba atrás de todo. Me levanté un tanto desorientado, sólo miraba el piso del bus. Al llegar al final del pasillo presione el botón y me bajé. Estaba inmóvil en la acera, con la sensación que el tiempo daba sus pasos frente a mí. Al comenzar a caminar me percatarme que estaba en una parte familiar. Aunque al salir de casa la razón por la que había tomado ese bus era huir, abandoné la ruta antes que me llevara lejos. Me había quedado en uno de sus lugares de paso, lo peor era que lo conocía. A pocas cuadras de donde estaba había una cafetería en la que alguna vez había tomado algo. Más que distraído estaba distante, más que distante estaba ausente, más que ausente estaba a la espalda del tiempo, con el anhelo que un día viniera por mí y me pusiera a la par con los demás. Al llegar a la cafetería pedí un tinto. Saqué la libreta, afilé uno de los lápices, cada trazo, cada línea, borrar y volver; las sombras, los tonos, me traían de vuelta paulatinamente. Cuando la imagen apareció sobre el papel, me di cuenta que había regresado; no había sido el tiempo quien me había traído de vuelta, había sido el dibujo el que me había regresado y me había dejado en una de las sillas metálicas de ese local.

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X Es increíble que muchas de las cosas más inherentes que conforman la personalidad puedan ser desconocidas por la persona que las tiene, durante años o incluso su vida entera. ¿Por qué no me había dado cuenta? Supongo que fue porque no había pasado nada que lo hiciera relevante. Para mí dibujar no es propiamente un hobby, algo con lo que me relaje o pretenda distraerme, es simplemente algo que hago. No podría decir tampoco que sea mucho el tiempo que paso haciéndolo, si bien en algunas ocasiones me he tomado algunas horas para terminar un dibujo, ha sido una excepcionalidad. Por lo general, uso esos instantes de tiempo que no le pertenecen a nada, cuando se espera, se está aburrido o simplemente no se sabe qué hacer. Si alguien contara cuando tiempo del día pertenece a esos instantes, se percataría porque es el suficiente para ciertas cosas: como conversar con alguien, mirar, leer brevemente o hacer un dibujo.

Ahora que lo pienso, dibujar se fue incorporando en mi vida de una forma paulatina, durante el café, durante las charlas breves, durante las clases, como una distracción, como una forma de recordar algo que había visto ya que escribirlo hubiera tomado más tiempo, como una nota, como un recordatorio y luego como una forma de imaginar mis pensamientos, de soñar. Ahora que lo pienso cuando estaba en el penúltimo año del colegio, descubrí que el dibujo se me facilitaba. En los dos últimos cursos se veía dibujo con el profesor Guillermo, debo reconocer que tenía muchas expectativas de esa clase pues aunque había interactuado con él muy poco lo consideraba una persona muy interesante, incluso sentía admiración por él.

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Durante la primera clase nos explicó porque era importante el dibujo y en que se usaba. Recuerdo que nos preguntó si alguien tenía un interés particular en la materia, algunos levantaron la mano pero no eran ellos quienes le interesaban, lo que quería demostrar con la pregunta era otra cosa. Luego preguntó: “…y los demás ¿qué? ¿Qué es lo que significa esta clase para ustedes? ¿Algo por lo que deben pasar y ya?...” Sin explicar su comentario nos dijo que lo único que esperaba era que viéramos algo distinto. Yo estaba emocionado, había esperado mucho por esa clase, como olvidarlo. Los primeros ejercicios que hicimos me divertían mucho, sobre todo aquellos preparatorios: aprender a reconocer el tono de la línea del lápiz, la mejor forma de sacarle punta, de hacer la perspectiva, las planchas, los ángulos y las reglas. Cada día veíamos una

técnica distinta, nos dejaba elegir lo que

quisiéramos dibujar siempre y cuando fuera algo que estuviéramos mirando. Aunque la apariencia del profesor le daba un aire de ser un hombre malhumorado, su actitud era todo lo contraria, varias veces lo vi explicando devotamente a quienes le hacían preguntabas. La mayor parte del tiempo la pasaba solo o eso era lo que parecía, caminando por los pasillos o leyendo algún libro.

Disfrutaba

yendo a su clase, siempre decía cosas con las que me identificaba y que me ponían a pensar. Después de ver varios estilos nos dijo que nuestra nota final dependería de tres dibujos que podíamos hacer con toda libertad y para lo cual disponíamos del salón en los momentos en los que estuviera disponible. Aunque pensé mucho no sabía qué hacer. Un día nos cruzamos y resolví consultarle, dijo que lo mejor era probar. A los pocos días me entregó unos ejercicios y me sugirió empezar por ahí. Comencé a frecuentar

en otros horarios el salón, pues no podía trabajar a gusto

con tantas personas. Mi presencia en el taller de dibujo hizo más frecuentes

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(1)

nuestros encuentros, paulatinamente fuimos conociéndonos a través de pequeñas conversaciones, charlas de pasillo

y una que otra larga discusión. No creo poder

precisar cuando apareció la confianza, solo sucedió. Me di cuenta de ello cuando me dijo que el dibujo podía ser un gran acompañante para mí, casi fue un consejo. Durante las charlas que vinieron hablamos de mucha cosas, del pueblo, de la ciudad, de la gente incluso de la curita. Al terminar los últimos detalles del dibujo que me había hecho recordar a mi profesor, pedí otro tinto en la cafetería. El invierno había llegado con fuerza como todos los años. Era un día de aquellos en los que la mañana se confunde con la tarde,

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donde ambos tienen la misma apariencia y color. Ese dibujo había abierto una puerta a muchas palabras y conversaciones de esos días; una fuerte llovizna comenzó y me recordó una de las charlas más significativas con el profesor. Un día en el colegio estaba terminando uno de los dibujos que le iba a entregar para el trabajo final, cuando comenzó a llover. Estaba distraído mirando la ventana, por lo que no me percaté que el profesor había entrado, al oír su voz me asusté un poco. Dijo que los días lluviosos eran para él desagradables, al terminar la frase un rayo iluminó el cielo; sin decir nada ambos intuimos que debíamos esperar, al poco tiempo escuchamos un estremecedor sonido, entonces él comenzó a hablar: “Cuando era niño un extraño sonido en la noche me despertó,

no era como el de un

trueno pero fue lo primero que pensé. Me asomé a la ventana y pude ver a lo lejos unas luces amarillas o rojas que salían de atrás de la montaña y eran las que producían ese lejano y casi imperceptible sonido. Estaba estupefacto. Una mano tocó mi espalda, era mi madre que amorosamente me levantó y me llevó de vuelta a la cama. Ella también lo había oído; no dijo nada ni me permitió hacerlo. Me cubrió con las cobijas y me arrulló hasta que me dormí. Nuestra casa era la más cercana a esa montaña por lo que nadie más podía escuchar esos sonidos. Años más tarde al ser más grande no sé específicamente en qué momento supe que eran disparos y que lo que ocurría era que estaban matándose por la tierra. Nunca supe realmente la razón de la violencia y creo que nadie lo sabía, unos decían que era una disputa entre familias, otros que eran los liberales contra los conservadores y algunos otros decían que era el gobierno. Lo único cierto es que cada tanto tiempo había disparos

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de un lado a otro y cuando eso ocurría salían ataúdes para allá; nadie en mi pueblo expresaba la más mínima condolencia, lo único que se podía saber de lo que pasaba era por el número de cajones y el tamaño, supongo que lo mejor era no pensar en eso.

Para mí era algo difícil, yo debía oír en las noches el murmullo de los tiros,

era casi aterrador pensar que ese sonido era el de la muerte, muchas veces me produjo culpa y rabia; sonará extraño pero quienes más me molestaban eran las personas del pueblo que no hacían nada al respecto. Hasta que al final dejaron de sonar los tiros y de hacerse los ataúdes, muchos preferían pensar que la gente que allá vivía se había ido y a pensar que estaba muerta. Lo cierto es que al viajar a la ciudad pude notar lo que habíamos hecho, habíamos ignorado la realidad, habíamos preferido la indiferencia. De alguna forma eso tiros también habían acabado con nosotros. Éramos seres dóciles que habían perdido esa parte que debe cuestionar las cosas y ya no importaba nada de lo que pasaba; sin lugar a dudas esta fue una de las razones que me llevó a la ciudad. Cuando llegué mis expectativas eran muchas, algunas se cumplieron, otras no y otras tantas aparecieron pero al cabo de los años descubrí que las personas ahí también eran indiferentes, aunque no del mismo modo. En un pueblo todos se conocen, sabes quien vive en tal vereda,

cuál es su familia, que hace, mientras que en la

ciudad estas acompañado de desconocidos, a los que ves en la calle como

si no

fueran a ninguna parte, que compran y gastan, que salen a la misma hora, a los mismos lugares, con los mismos planes y al final te das cuenta que no significas nada para ellos y que no significan nada para ti tampoco”

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El recuerdo de sus palabras retumbo en mi cabeza como si me hubiera dado un golpe, nunca una idea me había llegado de esa forma, pensé que no significar para nadie, sería otra forma de desaparecer, de la misma forma otra idea apareció casi como otro golpe: el hecho de no significar para sí mismo. Era algo similar a lo que podía pasar con la locura, pero en ese momento no comprendí completamente lo que había pasado. X Fue en esa tarde lluviosa sentado en aquel frío asiento esperando que todo pasara que comprendí. Había aparecido la otra cara de la moneda, aquel recuerdo de las palabras del profesor Guillermo había desatado una serie de ideas que me llevaron a aquella conclusión. Si bien de un lado estaba la locura, del otro estaba la rutina, la idea de ser autómata, ambas conducían al mismo lugar, al temor de perderse, de estar ausente de sí, incapaz de detectar, de sentir, de ser invadido por el mundo. Ahora me pregunto cómo fue que no me di cuenta antes. Al ser claro en ese momento sentí que la respuesta siempre había sido obvia, lo que temía era perder lo que más amaba, el hecho de poder ser permeado por el mundo, de sentir y ser sentido.

En ese momento otro pensamiento me golpeó, salió de tan adentro, desde lo más arraigado de mi miedo. Fue dan duro que casi me mata, incluso creo que por un instante lo logró. Cuando lo sentí todo mi cuerpo supo lo que había pasado, pero no era capaz de decírmelo, sentí una tremenda opresión en el pecho, no pude contenerlo más y empecé a llorar, me estaba ahogando como si una bola gigante me subiera por la garganta y no pudiera pasar; las piernas perdieron su fuerza, la bola había llegado a mi garganta y no tenía más remedio que dejarla salir de mi boca… y si

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escribir no volviera nunca más… Descubrí lo que más apreciaba cuando no lo tenía y sólo podía pensar que se había ido para siempre. Al salir esas palabras todo mi cuerpo perdió su fuerza y parecía que lloraba por cada parte de él. Una señora se acercó, me preguntó qué me pasaba, no quería repetirlo ni siquiera quería saberlo, así que me levante como pude y me fui. Tomar un bus resultó ser realmente difícil, pues cada vez que me detenía me agobiaba la sensación de ser perseguido por alguien, buscaba en todas partes pero no encontraba a nadie, entonces preferí caminar mientras caía anticipadamente la noche. Trataba de mirar al cielo, las separaciones del cemento o a cualquier parte, para evitar ver a

las

personas en la calle que podrían estar tras de mí o recordarme que eran parte de la tediosa vida en la ciudad. A medida que avanzaba mi camino se hacía más solitario hasta que quedé completamente solo. Nuevamente recordé aquella frase del profesor: no significan nada para ti y tu para ellos tampoco; tuve la sensación de desvanecerme, una mujer apareció en la esquina con una niña pequeña, me quede mirándola, cuando de repente giró su rustro hacía mí y como si se hubiera convertido en otra persona abrió sus ojos y con su mano hizo una mueca como si estuviera loco, sin más dejo de verme y siguió con su camino. ¿Acaso las cosas podían estar peor? Apresuré mi paso a medida que me acercaba a casa, sentía que la locura estaba más cerca de mí, apunto de atraparme. Mis pasos se fueron alargando hasta que terminé corriendo desesperadamente. Abrí la puerta como pude y me encerré en la habitación. Tímidamente me asomé a la ventana, un hombre relativamente mayor cruzaba la calle con un pequeño mercado. Como si supiera que estaba ahí giro hacia mí e hizo una mueca como si se burlara, rápidamente me tiré al suelo, mientras recuperaba

el aliento, no podía entender que estaba pasando, no quería volver a salir nunca más.

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TRISTEZA

Debo admitir que envidio a aquellas personas que al tocar la almohada quedan profundamente dormidas, sólo les hace falta recostar su cabeza y

el sueño llega

inmediatamente para ellas. En el estado en que me encontraba con que hubiera podido hacerlo habría bastado. Pienso que dormir es uno de los momentos más gratos del diario vivir, es el instante en que se tiene la oportunidad de descansar, aunque no siempre una cosa implica la otra. A esas alturas ya no sabía lo que era descansar y dormir se había convertido en la única forma de escapar de esa sensación de desasosiego,

de

manera que al abrir los ojos durante un corto lapso de tiempo pudiera estar sereno, antes que el cuerpo recordara que aún seguía cansado, que tenía hambre y que estaba atormentado. Pero conseguir dormir era una odisea, por más que lo deseará, por más que apretara los ojos, que me quedara inmóvil, no podía hacerlo, la mayor parte del tiempo la pasaba mirando al techo. Trataba de animarme pensando que tal vez alguien en algún lado, tampoco podía dormir, incluso que podría conocer su techo a la perfección como yo el mío; tantas veces lo había recorrido que casi lo conocía de memoria… una de las 23 tablas sobre mí me ha proporcionado un viaje,

Cada

unos mejores que otros.

Recuerdo particularmente el que me produjo el segundo listón contando siempre desde la ventana. La madera de esa tabla es particularmente rústica y tiene más vetas que las otras, he imaginado tantos paseos en ella, viéndome caminar a través de sus formas que son como la arena, con el único fin de terminar sentado al otro lado en el que cae la luz del sol al atardecer. Todo lo contrario pasa en la octava tabla que se parece al agua en un día lluvioso.

De repente unas pequeñas goteras comenzaron a aparecer de esa tabla, no me percate de inmediato, hasta que fijé la mirada en una de ellas. Podía ver como

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lentamente se formada cada gota, como se iba llenado hasta que el peso la hacía caer y aparecía otra a la que le ocurría lo mismo y así. Era una larga caída. Se estrellaban con fuerza contra la baldosa que las hacia explotar dejando minúsculas góticas alrededor, una tras otra. Eran tantas que en un momento las bolitas de agua estaban tan cerca que empezaron a juntarse y siguieron cayendo más. Las que estaban abajo habían formado un pequeño charco que comenzaba a crecer y a crecer. El agua caía desde toda la tabla y cuando no hubo más espacio

aparecieron goteras en la séptima y novena tabla, a las

que les paso lo mismo, así sucesivamente hasta que salieron gotas de todo el techo. Había suficiente agua, como para que pudiera moverse en la dirección que el piso la llevara. Al primer lugar al que llegó fue la esquina bajo la ventana, seguía saliendo, la cantidad de agua siguió aumentando hasta que logró llegar a todas las partes de la habitación. Lo primero que sentí mojarse fueron mis pies. Para ese punto el flujo de agua había mojado los libros, la ropa, las hojas y la basura. Entonces cuando todo estuvo empapado una tormenta comenzó a caer como si el techo fuera el cielo mismo, las grandes gotas no sólo caían con fuerza también lo hacían con rabia. El agua que ya salía por la puerta hacia el pasillo, comenzó a emerger con mayor intensidad. Al inundarse todo el piso de mi habitación sólo se podía dirigir a los otros cuartos. Supongo que al llegar al baño el sifón retrasó levemente el desastre, pues el agua arrastraba basura y objetos que lo debieron tapar. Debió buscar otros caminos para andar pero era tal la intensidad del agua y la cantidad que esos caminos por los que podía salir seguramente se fueron tapando uno a uno -cuando no le queden más salidas el agua comenzara a subir desde el primer piso. Las cosas que podían flotar simplemente se dejaban llevar, estrellándose con las paredes por donde el agua las

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dirigiera; algunas tal vez subieron de nuevo la escalera. Seguía lloviendo con la misma intensidad, tal vez mayor, la casa se había inundado y yo seguía mirando al techo mientras empezaba a flotar. En ese momento el agua que con tanto afán debió lograr llegar al primer piso, nuevamente estaba arriba y empezó a hacer subir el nivel. En ese punto la cama, mi escritorio, los libros, una gran cantidad de hojas que antes eran blancas, y yo flotábamos en la habitación, de un lado a otro. El fuerte aguacero cesó dejando una leve llovizna. Pude abrir bien los ojos y volver a ver las partes que no veía de las tablas 23, 22, 21, y 20 que estaban cubiertas por la cama desde que me había mudado al suelo. Me sentí un poco liviano y cerré los ojos,

al abrirlos toda el agua

había desaparecido, no podía ver completamente el techo y seguía tirado en el suelo.

X Cada tanto iba o venía una alucinación, algún tipo de sueño leve que engañaba mi cabeza; supongo que el cansancio no dejaba que me angustiara por esos sucesos y simplemente lo dejaba pasar. Casi nada me daba ánimo, sentía que me había salido del camino y estar afuera no era diferente de adentro, era algo lamentable. Durante buena parte de los últimos años de mi vida había querido salir de la norma, del correcto comportamiento y seguir algo así como mis deseos; pero nunca antes estuve tan lejos de las dos, pese a que no hacía nada que pudiera considerar como tal una rutina, no podía ir al otro lado. Me di cuenta que siempre había estado equivocado al pensar que era algo fuera de mí. Lo que no me dejaba mover emanaba de alguna parte, pensaba que tal vez estaba en un lugar específico, en una pierna, un brazo o quizás en el hígado, pero en realidad estaba en cada parte de mi cuerpo, como si se hubiera roto. Muchas veces pensé que lo que pasaba era que me había averiado y no tenía un manual de instrucciones para reiniciarme.

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Trataba de entender lo que me había llevado a ese estado, pero una y otra vez le daba vueltas a la misma idea, sin comprender realmente lo que ocurría. Era tan triste. Lo peor del asunto era pensar que toda la confusión se reducía a las palabras más complejas y usadas del idioma en los momentos de duda: Por qué, las usaba como reclamo, como interrogante, como exclamación, como aliciente, con la razón, con la intuición, para al final cerrar los ojos con fuerza, con la esperanza de abrirlos y que hubieran pasado muchos años, los suficientes como para que mi vida se hubiera alineado de nuevo; aunque quería que eso pasara, sabía que no era posible. Giraba la cabeza hacía las patas de la cama y podía ver como una capa de polvo cubría la baldosa, en alguna ocasión llegué a pasar la mano para verificar la cantidad que resultó ser la suficiente para cubrirme toda la mano,

la cual quedó con la misma apariencia que

tenía la caja que guardaba la máquina de escribir, mis dedos se habían llenado de pequeñas motas de polvo. Recuerdo vagamente que cuando era muy joven el televisor de la casa se dañó porque se había llenado de un polvo parecido, que lo había recalentado -tal vez esas motas también estaban dentro de mí impidiendo que pudiera levantarme-; en casa la solución fue comprar uno nuevo, supuse que el equivalente para mí sería un nuevo cuerpo.

Desde el piso todas las cosas parecían ser muy impresionantes es como si de algún modo se hubieran hecho grandes y más fuertes. El escritorio que está junto a la puerta parecía estar más alto y creo que la repisa allá arriba se sentía de lo más importante; desde donde ella está se podía ver en lo que se había convertido la habitación. Los más indicados para esa labor serán los dos libros que aún

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permanecen sobre ella. Podrán describir el lugar en cualquier momento pero preferirán esperar que aparezca el rayo de sol que indica el final de la tarde; la luz se filtrará por las cortinas mal cerradas e iluminará parcialmente la habitación. Ellos podrán decir que desde allá se ven hojas dispersas en todas partes, algunas de ellas tienen cosas escritas, dibujos o están simplemente rayadas, varias están arrugas o rasgadas y hay otras simplemente en blanco –añadirán- que algunas de esas hojas se encuentran tapadas por los libros que están apilados, abiertos, tirados o cobijados por otras tantas hojas que no permiten decir cuál es su contenido. Complementando la escena está la ropa sucia tirada por todas partes y aquellas cosas que habrán visto convertirse en basura con el paso de los días. Por último hablaran del hombre tirado en el suelo, que rompe la imagen del desorden más o menos homogéneo. Después de ser testigos de todo lo que ha pasado podrán contar que últimamente pasa la mayor parte del tiempo ahí tirado, antes se movía, escribía, dibujaba, sacaba libros, mirada paranoicamente la ventana, rompía, rasgaba, buscaba de un lado para otro y en algunos momentos se le alcanzaba a ver un poco emocionado, desordenaba un poco más y se sentaba en el escritorio con una hoja que al final tiraba al suelo. Podía reaccionar de dos formas, ir a la cama y quedarse mirando al techo durante horas o entrar en una pasiva cólera y tirar las cosas al suelo o destruirlas. Uno de los libros, el que no es de pasta azul, dirá que eso es lo que ha hecho por esos días, lo ha hecho en un orden u otro, pero casi siempre ha sido lo mismo, ocasionalmente ha salido de la habitación y al poco tiempo ha vuelto, tal vez iba al baño o a la cocina. Los libros terminarán su testimonio diciendo que la habitación reflejaba el dolor y tristeza que él no expresaba.

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Son un poco viejos y no son realmente dos clásicos de la literatura, quizás esa condición les dará un poco de compasión, producto tal vez del hecho de que los hubiera comprado en una de esas promociones de libros que no se venden. De suceder lo contrario, de estar en los estantes con sus experiencias donde nadie los comprará, los llenará de rencor, se expresaran con desdén de la situación, incluso sentirán un poco de alegría y sólo estarán esperando que muera pues será la mejor forma de salir de ese agujero. De encontrarme alguien seguramente me ayudará, me llevará al médico o me prestará atención y tendrán que esperar en ese chiquero a que me recupere.

Aunque

ninguna de las dos opciones fuera más conveniente que la otra, la muerte garantizaba no vivir más conmigo; aunque los comprara en descuento, los hubiera leído y los mantuviera en una repisa, preferirían mi muerte, justamente por haberlos dejado ahí arriba, lo que en definitiva sería la causa de su disgusto. Eso para ellos no querrá decir otra cosa que, al igual que quienes los ignoraron en la tienda, no contaba con ellos; eran los únicos de toda la habitación que no estaban en el suelo (a diferencia de los otros que habían sido leídos varias veces), de ser así terminaran diciendo que el desprecio hacia ellos dos me había costado la razón.

X Definitivamente estaba perdiendo la cordura, haber imaginado el testimonio de dos libros no podía ser otra cosa. Incluso alcancé a imaginar a los policías preguntándoles cosas sobre mi muerte como: ¿qué relación tenían con el occiso? O si quedaron traumatizados por la muerte violenta… Al terminar de pensar en ese tipo de

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cosas, me decía casi desahuciado que de ser esta la locura, estar en ese estado no sería una idea tan desagradable como pensaba, lo cual no era nada cierto pero en ese punto me atrevía a decírmelo. En ese momento me faltaban las fuerza y vivía en una extraña contradicción: tenía hambre, pero no quería comer, tenía sueño pero no podía dormir, quería hacer algo pero estaba tirado en el piso, pero sobre todo quería dejar de sentir esa ausencia en el pecho, que más de una vez había confundido con el frío de las tabletas. No sé cuánto tiempo pase ahí. Dejar la cama fue algo lento, a medida que se incrementaba el desorden producto de la búsqueda de algo, era menos el espacio para mí. Primero un libro, dos, algunos apuntes, un vaso, ropa, llaves, lápices, copias, libretas y cuadernos; hasta que no hubo espacio suficiente y me retire al suelo, de estar en ese lugar sólo una cosa me molestaba y era que la cama no me dejaba mirar todo el techo, sólo se puede pensar en él cuando se está acostado. Por eso en las contadas ocasiones en las que estoy de pie no me fijo, aunque me repita que la siguiente vez que me levante si lo haré. Otra opción sería recuperar la posesión de la cama y desplazar a los objetos, pero al ser mi única compañía, hacerlo sería una humillación para ellos, pues solo podrían venir aquí, al suelo. Así que prefería imaginar las formas de esas tablas que no podía ver. Pensaba mucho en aquella tarde en que me di cuenta que la rutina no sólo era algo que me incomodara sino que me perturbaba. Fue como llegar a un callejón sin salida, como si todos los caminos me hubieran llevado a ese inerte punto en donde todo se volvía contradictorio. Cuestionaba cada acto, la forma de hacer las cosas o su razón;

me culpaba por haber aprendido y a quienes habían hecho que

aprendiera, a los que inventaron los horarios, las rutas, las formas de vestir, el

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orden que no tenía sentido para mi, llegar a una hora u otra, obtener un título, un trabajo, unas vacaciones… Y entonces llegaba el hambre, pero era diferente a la sensación habitual, para ese entonces sabía que en el momento que fuera a comer desaparecía. Varias veces llegué a pensar que moriría y me preguntaba qué dirían de mí de llegar a pasar. Algunos dirían que era extraño, introvertido, muy dedicado a mis responsabilidades, obsesionado con que las cosas quedaran bien, lo que me producía interés en las técnicas, que me gustaba saber cuál era la forma ideal para hacer alguna labor, como cocinar, escribir, caminar, que nunca entendí que debía relajarme, tomar las cosas con calma, dejar de lado algunas otras, aceptar que podía errar. Los mayores dirían que la muerte me había llegado muy pronto, anticipadamente, algunos sentirían remordimiento, otros pena y los más cercanos una ausencia o vacío, que se parecía a lo que debían estar sintiendo en ese momento. Siendo sincero no me quería morir, era el único aliciente que me daba. Tenía tan poca fuerza que sólo era capaz de pensar, sólo realizaba los mínimos movimientos para que el cuerpo pudiera descansar cada tanto por estar en la misma posición. Me invadía la tristeza producto de un largo suspiro, que era el reclamo de mi cuerpo por haber permitido que llegáramos a ese punto de inutilidad en todo el sentido de la palabra. Eso me hizo recordar que no me gustaba el cansancio físico o que se dificultaran las cosas. Siempre buscaba instrucciones de alguien que lo hubiera hecho antes y por general encontraba una serie de procedimientos; aparentemente siempre habrá alguien que puede indicar la forma en que se debe actuar, para ser mejores… patrañas, no se desde cuando empezamos a pensar que debíamos aprovechar el

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máximo de nuestras capacidades, acudir a la disciplina y al rigor, a la censura, al premio y el castigo, quizás de no haber estudiado nunca habría estado así, incluso podría estar escribiendo… En todo caso ya no importaba… mi mente había sido moldeada, se había estropeado en el intento y me había convertido en una persona indiferente. No recuerdo cuanto tiempo había pasado, pero había llegado al lugar de lo inevitable: levantarme a comer o dejarme morir; era el tiempo de decidir, prepararme para la muerte o seguir adelante como fuera. Cuando realmente sentí que la vida se extinguía, mis ojos se cerraron y comencé a sentirme leve; partiendo hacia la distancia. Al estar a punto de llegar al otro lado una mano me detuvo, apretó mi pierna con firmeza, paulatinamente el cuerpo se iba haciendo más y más pesado hasta que comenzó a caer a una gran velocidad, al estar a punto de tocar el suelo, desperté con una profunda y repetida tos, producto de la gran cantidad de saliva en mi boca. Nunca antes había sentido la muerte y tuve la idea que estaba condenado. Luego todo quedó en silencio ni siquiera el sonido de mi corazón, de sus pulsaciones, constantemente pensaba que las cosas no podían estar peor, cansado a punto de gastar mis pocas energías en llorar pude ver los zapatos de alguien al otro lado de la cama, unos tenis blancos de tela que cada tanto se movían. En un primer momento no los distinguí, aunque me parecían familiares; luego recordé aterrado a quien pertenecían y pensé en la primera vez que lo vi. X Recuerdo que cuando niño solía acompañar a mi abuela a comprar los ingredientes que faltaran para el almuerzo, debíamos andar una, dos cuadras o las que fueran

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necesarias para las compras. Por esos años quería aprender a cocinar, así que le pedía que me contara las recetas para aprender a preparar algunos platos. Por lo general cuando nos alejábamos debíamos pasar por una cuadra que daba a nuestra casa, en ese punto siempre me distraía buscando a aquel particular joven, dueño de esos tenis de tela; en ocasiones estaba asomado en la ventana del primer piso, él tenía la mirada perdida y parecía que le hablara al aire. Nunca fui capaz de preguntarle a mi abuela si sabía algo sobre ese muchacho; muchas veces me quedaba mirándolo, pero mi abuela al verme entretenido me jalaba para que siguiera andando. Me inquietaba, casi me daba miedo, así que prefería quedarme lejos. Cuando fui un poco más grande y andaba por esa cuadra a veces veía como lo sacaban a pasear, no podía evitar preguntarme qué era lo que le pasaba. Sin embargo, nunca lo hice porque también sentía pena por él.

En esos momentos era incapaz de imaginar lo que él significaría para mí. La vida suele tener extrañas coincidencias. Era la primera vez que podría cocinar algo en mi casa, decidí hacer un arroz, pero el que había en casa no era suficiente, por lo que tuve que salir. De regreso pasaba por la calle del chico de los tenis, él estaba caminando un tanto perdido, la persona que lo cuidaba estaba distraída; mientras cruzaba, él se fijó en mí y antes de que pudiera hacer algo me había tomado de los brazos; tenía sus ojos muy abiertos, parecían vacios, decía palabras que no lograba comprender, se empezó a agitar hasta que caímos. No pude dejar de verlo, nunca había visto una mirada así, me produjo tanto terror que empecé a gritar, entonces quien lo cuidaba llegó y lo tranquilizó, intento disculparse conmigo pero yo ya había salido a correr. Aunque fue algo traumático en ese

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momento no me afecto y pude preparar mi arroz. Sin embargo, con el paso de los años, al comenzar a ver cosas que para otros eran manifestaciones de la locura, al sentir que no me ajustaba a las cosas que para otros parecían ser normales, fue creciendo en mí la idea de poder ser como aquel joven, con la mirada vacía como si estuviera perdido del mundo, era como perder ese algo que nos hace ser nosotros…

solo

fue

hasta

ese

momento que entendí, cual era la magnitud de mi miedo, un pequeño corrientosa paso por mí cuerpo. Sin lugar a dudas era él quien estaba sentado del otro lado, eran sus tenis, siempre que lo vi los tenía puestos, pero por qué había venido. Al principio me sentí atolondrado, su presencia en la habitación se hizo fuerte, vi desde abajo de la cama que se levantó y se asomó a la ventana, duro un largo rato ahí parado. Luego recogió uno de los papales arrugados –me asuste un poco- empezó a mirarlo; le daba vueltas, lo veía en una dirección o en otra, hacia arriba o hacia abajo y me pareció que una pequeña sonrisa brotaba de su rostro, él no se había percatado que lo estaba mirado. Debo reconocer que tuve un poco de rabia, pues no entendía que podía estar viendo en ese pedazo de hoja que en algún momento me había causado frustración, que para mí sólo era basura. No sé porque me tardé tanto en comprenderlo, tal vez era el cansancio; algo lo distrajo y miro hacía donde yo estaba sin verme, luego regreso al papel. Al preguntarme que estaba viendo él que yo no, logré comprender que era lo mismo que pasaba conmigo, veía cosas que otros no, pensé que no era problema, sólo era eso, imágenes y ya. Un suspiro salió de mi cuerpo y fue como si a través de esa bocanada de aire saliera parte de ese peso que me oprimía, casi al mismo tiempo las lágrimas brotaron de mis ojos; cada una de ellas me hacía más ligero, como si el peso que me mantenía tirado en el suelo se estuviera diluyendo y pudiera levantarme de nuevo.

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Mientras lloraba miré bajo la cama. La tierra, las hojas, la caja, el desorden, comenzaron a desvanecerse mientras se nublaba, lo último que vi antes de quedar dormido fue los tenis diluirse. X Era de noche, pasé muchas horas dormido como hacía mucho no ocurría. Me pude levantar del suelo y me senté en el borde de la cama. Volví a tocar mi cara después de mucho tiempo, pasé la lengua por mis labios resecos; abrí las cortinas y el cielo tenía el aspecto de una hora en la que no pasa casi nada. Estaba muy cansado. Cuando miré por la ventana tuve la sensación de no haber visto antes la calle que estaba enfrente. Dure un rato reconociéndola de nuevo, de pronto tuve un gran deseo de comer, a diferencia de antes no ignore el sonido de mi estomago, así que me dirigí a la cocina. Caminaba como si me hubieran dado una paliza, con cuidado baje las escalares, por mi condición

y

para

no

despertar

al

otro

huésped

de

la

pensión.

La cocina es amplia y se conserva bien porque casi nadie la usa, los muebles son de ese material inoxidable, como el de las cocinas de los restaurantes. Su color es verde con amarillo, excepto en el mesón, que tiene el color original de la lámina. En el lavaplatos no había losa sucia lo cual era extraño. Por lo general cuando iba a cocinar debía lavar los trastes de los otros inquilinos; en ese época quien más la utilizaba era yo, porque desde hacía varios meses se habían desocupado dos habitaciones de las cuatro que había por una supuesta venta de la casa.

La otra

persona que vivía conmigo nunca cocinaba, salía temprano y llegaba tarde.

Así que

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ahora la cocina era más un lugar de paso. Al llegar tuve que sentarme porque no podía mantenerme más de pie. Me quedé pensando que podría quedar para comer y las opciones no eran muchas, durante los últimos días había acabado con las pocas cosas que tenía. Mientras que pensaba miraba la cocina pensando dónde podría haber algo. Desde donde estaba sentado era posible ver la nevera, tal vez ahí; al abrirla estaba vacía, sin embargo al revisar el congelador encontré un poco de arroz que había olvidado. Fue un alivio verlo, me pareció irónico que lo que encontrara fuera arroz; cuando viví aquella experiencia con aquel muchacho era lo que iba a preparar y ahora que aparentemente tenía otro, el arroz aparecía otra vez. Al sacarlo de la nevera se veía particularmente blanco, lo coloque en una sartén pequeña y lo calenté a fuego lento. De vez en cuando lo movía para que no se quemara. Cuando estuvo listo lo serví en un plato. Aunque su sabor había cambiado por el mucho tiempo que había estado ahí y no era el mejor, cada probada, aliviaba mi hambriento cuerpo que al fin podía comer.

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EMOCIÓN

Es de madrugada, el punto tardío de la noche que es absolutamente oscuro, el cual precede la salida del sol. El frío afuera es tal que las ventanas se han empañado, mi cuerpo que aún se encuentra maltratado por todo lo que ha soportado no me permite seguir escribiendo, por lo que tendré que parar pronto. Debo reconocer que casi había olvidado la sensación que producía mecanografiar las palabras, incluso cuando comencé se me dificultó un poco mientras mis manos recuperaban su agilidad, la cual regresó al cuarto o quinto día de escribir. Esta fría mañana me recuerda cómo regresó; aquel día cuando acabe de comer aquel arroz

subí a organizar un poco las cosas que

estaban sobre la cama para dormir un poco más, al despertar me di cuenta que había amanecido. Era uno de esos días en los que la tarde se confunde con la mañana, pues el cielo tiene tantas nubes que no es posible ver el camino que hace el sol. Exhale profundo y me sentí preparado para volver a intentarlo, saqué la máquina de escribir de la caja, la coloqué sobre el escritorio y la preparé; despejé un poco la mesa, tomé un par de

hojas, me senté y no sabía con que palabra empezar. Mire la

ventana sobre la cual ahora pasaba la suficiente luz como para saber que estaba empañada por el frío, a un punto tal que no era posible ver más allá, mire fijamente el reloj sin ver la hora que marcaba,

desde hacía mucho tiempo no lo miraba; pasaron

varios minutos antes que reconociera que eran “5:45 am”, lo repetí varias veces en mi cabeza hasta que salió a través de mis manos y quedó en la hoja de papel. Cuando esto ocurrió las palabras aparecieron de nuevo, fueron varias horas las que pasé en el escritorio, al sentir que era suficiente hice una pausa y tuve la impresión de regresar al mundo después de largo viaje pero solo fue una impresión porque aún

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había algo que me incomodaba. Con el paso de cada minuto todo parecía ser más intenso, nuevamente podía sentir el olor a sucio de todo lo que me rodeaba, los sonidos de la calle eran más nítidos, entonces toqué mi áspera barba, dure un largo tiempo mientras decidía que hacer. Me levanté cuidadosamente y busqué la ropa más limpia. Fui hacía el baño –antes de girar la perilla-, dudé pero algo me empujó a abrir; miré directamente el lavamanos para no enfrentar mi mirada en el espejo, dejé correr el agua un rato antes de tocarla, parecía tan asombrosa, ese color que no lo es, sus gotas, su forma de caer, de resbalarse por la baldosa, de mojar. Estaba un poco fría, junté las manos para que el agua se recogiera en ellas; aunque se salía era suficiente como para lavarme la cara. Hice muchas veces ese movimiento, tantas que no me di cuenta cuando me estaba mirando al espejo fijamente. Ningún pensamiento pasó por mi cabeza, tomé el jabón y lo froté tanto que llenó mis manos de espuma, la refregué sobre mi barba y con una cuchilla vieja empecé a afeitarme, las primeras pasadas no fueron suficientes para llegar a la piel. Limpié la cuchilla con el agua, volví a tomar el jabón y lo repetí muchas veces. Había logrado quitarme una buena parte, pero mi piel estaba un poco irritada, abrí la llave de agua caliente. Al poco tiempo vi salir el vapor que se fue extendiendo por el baño hasta cubrir el espejo, duré un rato tratando de reconocerme a través de la imagen borrosa sin lograr nada, después de estar perdido en mis pensamientos tuve un poco aliviada la piel, así que con una cuchilla menos vieja terminé la labor. Me pasé las manos una y otra vez, para reconocer la sensación que ahora me producía la piel al haberla afeitado, aunque suene extraño era más suave con la barba. Duré mucho tiempo en la ducha, viendo el agua correr, esperando que me aliviara…

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Organicé un poco las cosas y abrí las ventanas, al asomarme tomé una bocanada profunda de aire, nunca fue tan fresco. Me di cuenta que estaba listo para volver a salir a la calle. Fue una sensación tan extraña estar afuera, aunque todo era familiar a la vez era diferente, el color, el olor que dejaban las personas al pasar, el sonido de los carros, de las personas, el mío propio. Sin darme cuenta llegué a la tienda en la que siempre compraba y me conocían de tiempo atrás. Tomé unas manzanas un poco rojas, no muy grandes, pues las pequeñas suelen ser más jugosas, cuando las revisaba para elegirlas no sabía muy bien qué estaba inspeccionando, pero crecí viendo hacerlo a otras personas, así que también lo hacía, busqué las que por intuición parecieran apropiadas.

De regreso a casa me comí una deliciosa manzana que en cada mordisco

dejaba una agradable sensación de sabor en mi boca –en ese instante de tranquilidadtuve de nuevo la sensación de duda, ¿qué estaba pasando?, ¿cuál era la razón?, parecía estar tan lejos de mi compresión que ni siquiera surgía el deseo de comprender, sólo me incomodaba. Así que seguí con la manzana, por primera vez no sentí que debiera apresurarme en llegar a casa. Preparé algo de comer y continúe escribiendo esta historia. Los días siguientes no fueron muy diferentes, debo admitir que si bien estoy escribiendo de nuevo, en ocasiones dudo o paso largos periodos de tiempo sentado antes de comenzar, no puedo tener un ritmo trabajo y antes no era así, en raras ocasiones había escrito hasta altas horas de la mañana, pero aquí estoy, viendo como se desempaña la ventana, mientras amanece. Por ahora iré a descansar, me recostaré sobre la cama y miraré a la ventana, pensando en lo que me pasa hasta quedar dormido.

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X A veces la vida me sorprende, me da la sensación que eso que está ocurriendo no es adrede, como si fueran señales. Hace pocos días llegué en la tarde a casa después de haber revisado unos textos, estaba un poco cansado así que no me fijé porque estaba encendida la luz de la cocina, iba llegando al final de la escalera cuando detecté un olor que se me hizo familiar, la intriga me hizo regresar. Desde las escaleras podía ver a una señora andando en la cocina de un lado a otro, el aroma que se volvía más fuerte a medida que me acercaba, era chocolate,

al entrar en la cocina pude ver a la señora,

giró a buscar algo y se percató de mi presencia, me saludo con gesto de amabilidad, sin pronunciar nada, como no le pude decir nada me devolví a la escalera, al darse cuenta que me iba, me detuvo, tomó otra taza, batió con el molino el chocolate varias veces y lo sirvió. Me lo entregó, no pude hacer otra cosa más que recibirle, al tenerla en las manos el aroma dulce pero a la vez tosco del chocolate atenuó mi carga. Ella es una mujer mayor, su nombre, Aminta. Tiene el cabello blanco no muy largo, sus ojos son claros y tiene por lo general un gesto de alegría que difícilmente no es contagioso, su cuerpo refleja su actitud despreocupada ante las cosas, igual que su ropa deportiva, la cual parecía ser muy cómoda y permitía que sus tenis muy blancos sobresalieran. Además es increíblemente amable e intuitiva. Después de entregarme la taza se sentó en el comedor, tomó un poco de su bebida y dijo: “qué bueno es un chocolate en una tarde lluviosa, siempre te completa el ánimo”. Yo no dije nada, solo sonreí tímidamente, ella complemento diciendo: “nada vale tanto en el mundo como los pequeños placeres, que sólo uno se puede dar”, al salir de mi letargo lo primero que dije fue

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gracias, que estaba muy sabroso. Luego le pregunte quien era y me dijo que entre otras cosas era una hermana de la gruñona dueña de la casa; se rió de su propio comentario y me pidió no decir nada. La tarde estaba oscura y bajo el leve sonido del agua comenzamos a charlar, fue una conversación muy agradable, ella parecía comprender lo que le decía, casi como si se identificara conmigo, incluso cuando le decía cosas que para otro no tendrían sentido ella las comprendía, entre uno y otro tema de la conversación

me comentó que la razón de su viaje era realizarse unos exámenes

médicos, así que no esperaba demorarse. Después de un largo rato me retiré a mi habitación. Doña Aminta me impresionó, su seguridad, su sonrisa, nunca pensé que pudiera haber alguien como ella, conocerla me dio esperanza, era como si no estuviera solo, me hizo pensar que habían muchas personas como yo que no encajaban del todo. Durante esa charla nos hicimos amigos, un poco por el chocolate, por la tarde, por haber llegado en ese momento a la casa, por la cocina, por la compañía. Por mi parte era la primera vez que hablaba con alguien en mucho tiempo, incluso mi voz me pareció extraña cuando le dije gracias, realmente lo que pasó me sacó del círculo en el que estaba dando vueltas. Después de eso nos seguíamos cruzando, incluso buscándonos. Yo tenía suficiente tiempo libre como para permitirme acompañarla a caminar,

a comprar algo o sentarme con

ella a tomar algo. Fueron varias las ocasiones en las que me invitó a comer. Desde temprano me pedía que le ayudara con las compras: unas cebollas, ajos, tomate, lechuga, papa, pimienta y algunas otras especias, al llegar a casa sacaba todo de las bolsas y ella ordenaba los ingredientes agrupándolos por separado; los miraba,

lavaba y

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hacía una fila con ellos, el primero era el tomate, dijo que era su favorito, pues le parecía que su color rojo era una muestra de orgullo; tomó uno y lo cortó a la mitad. Me preguntó si había visto algo tan perfecto, le contesté

que

sí,

una

vez

en

un

tomate.

La verdad era que me había sorprendido, nunca me había detenido a ver algo así. Luego de picar todo doña Aminta separaba lo necesario para cada preparación; donde la cebolla y el ajo tenían su lugar en cada una, cocidos, macerados con sal o sofreídos, según fuera el caso. Encendió los fogones y comenzó un desfile de olores de los que conocía algunos y otros no, estos viajaban de mi nariz a mi paladar y de ahí a mi estómago,

para el que no era suficiente el olor.

La

espera se hizo larga hasta que llegó la preparación del plato fuerte; primero el sonido en el sartén con aceite caliente, que precedió al olor que luego invadió la cocina, producto de la carne acompañada de las rodajas de cebolla, el diente de ajo, la pizca de pimienta, la rama de laurel, la sal y por supuesto el tomate. El aceite fue transformando rápidamente el color y la apariencia de los ingredientes uno a uno, al alcanzar su punto ideal un poco de agua, que al colocarse en el sartén avivó levemente el aceite que se dio a su labor para que la preparación se cociera a fuego lento.

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(2)

Cuando sirvió y pude ver la comida recordé la imagen de los ingredientes en fila, los cuales habían cambiado después de pasar por la cocina, se convirtieron en aquel plato, ahora sus sabores se combinaban de tal forma que producían distinta sensaciones, que podrían ir desde lo amargo hasta lo más dulce, o de lo más ácido a lo salado. El almuerzo fue grandioso igual que los otros que siguieron, que lograban animarme de la misma forma, con pequeños cambios en las proporciones de los ingredientes, agregando uno o quitándolo hacía que todo se convirtiera en un almuerzo diferente. Durante el tiempo que estuvo fueron contadas las veces que pudimos comer juntos, pues no coincidíamos en la casa. Además de almorzar y tomar tinto o chocolate lo otro que hacíamos era salir a caminar, recorrer sin ninguna dirección las calles cercanas a la casa, sólo con la intención de pasear. Era permitirnos deambular, para mí era difícil pues imaginaba los caminos que nos llevaban de regreso y aquellos que nos alejaba demasiado de la casa pero me dejaba llevar por su conversación y sus pasos, al sentirse cansada me pedía que regresáramos y así lo hacíamos. Fueron 23 días los que estuvo aquí, me enseñó muchas cosas incluso de algunas no me di cuenta que lo hizo. En el momento de irse fue a mi habitación para decirme que debía cuidarme y que había disfrutado de mi compañía, cuando bajó y escuché la puerta me asomé a la ventana, la vi salir con su pequeña maleta y subirse al carro de su hermana, esperé hasta que el carro se alejó. Miré en dirección al escritorio y me senté en la silla, se acaba de ir y ya me hacía falta, pero en medio de todo me daba mucho gusto conocer a alguien como ella. Llegó la noche y empecé a escribir sin fijar un límite de tiempo, escribí hasta el otro día, a veces me da preocupación pues pienso que debo dormir, sin embargo hago caso omiso y continúo hasta que mi cuerpo me lo permite.

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La partida de Doña Aminta me mostró lo que pasaba, mientras ella había estado no hubo grandes conflictos, tristezas o temores; tuve la impresión que se estaba yendo pero sólo fue algo momentáneo. Entendí que puede estar presente sin que lo notemos, persuadiendo nuestra forma de estar y de ser. En ocasiones me sentía vacío como si estuviera en un desierto, como si absolutamente todo fuera superficial, como si las cosas que pudieran satisfacerme estuvieran fuera de mis manos. Estar así era una especie de estado de alarma para evitar caer en alguna clase de automatismo pero luego

estaban

los

otros

momentos

en

los

que

sólo

quería

poder

actuar

despreocupadamente, sin el temor de ser devorado por las exigencias y por las obligaciones. También están los buenos momentos en los que escribo, paseo y dejo una ventana abierta para ver con que me encuentro. Aunque estaba acostumbrado a ver o imaginar cosas fuera de lo común una parte de mí siempre tuvo miedo a que me llevaran a un lugar tan distante del que no pudiera regresar pero todo había cambiado aquel día tirado en el suelo. Ahora podía dejar volar mis ideas, sin prejuicios ni temores, permitiéndoles descarrilarse hasta que perdieran impulso. Otra de las actividades que me anima es cocinar, la comida se ha convertido en algo significativo que no tiene que ver con la necesidad o la obligación de comer. La cocina es un espacio mágico que cambia la velocidad del tiempo donde se conserva, se gasta, se hornea, se sofríe, se congela, se degrada todo frente a mí, en un instante.

X Hasta hace unos días, mi vida se reducía al pequeño espacio en el que me sentía seguro del mundo, lejos de aquellas cosas que pudieran arrebatarme lo que ahora era

tan preciado, estaba tratando de evitar verme asfixiado por comportamientos que

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no eran míos, heredados de algún manual insipiente que decía como se debe actuar. El problema de mi condición era que ese lugar seguro en el que me encontraba era demasiado estrecho

tanto que ni yo cabía, éste con el paso del tiempo se volvía más

pequeño, tanto que se volvía demasiado incomodo y debía salir; aprovechaba

para

escribir, dibujar o cocinar. En una de esas ocasiones intenté preparar uno de los platos de doña Aminta, conseguí los ingredientes, los llevé a la cocina y los organicé como ella lo hacía, al verlos en disposición tuve un presentimiento, así que los organicé de otra forma y luego nuevamente; algo pasaba, trataban de decirme algo, pero no sabía que era. Comencé desgranando las arvejas; con las yemas de los dedos abría la cáscara y luego con el pulgar las empujaba hacía una olla en la que las dejaba caer, cuando completé la mitad, una de las arvejas se me cayó, la vi rodar bajo el mesón, me agaché para inspeccionar donde estaba, no fue difícil

de encontrar, ya

que una luz se filtraba a través del mueble y me permitió ver donde estaba. La arveja estaba contra la pared y a su lado estaba otra que se debía haber caído hace varios días; no las alcanzaba con la mano así que tomé una escoba y las arrastré hacia mí. Al levantarlas eran diferentes, la que se había perdido era más amarilla y un tanto más opaca, me quedé mirándolas. Tomé un puñado de la de la olla y puse las extraviadas en la misma mano, al mirarlas se veían diferentes, las moví en mi mano varias veces hasta que lo comprendí, todo era por la arveja más amarilla que se distinguía de las otras con facilidad, al ser diferente de las otras hacía que tomaran un orden en mi mano según como quedaran, se notaba más su presencia al quitarla, sin ella las otras quedaban dispersas en la mano con una apariencia aparentemente homogénea pero al verlas con detalle cada una tenía algo que la identificaba y la

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hacía ser esa arveja que era y no otra, igual que ocurría con la amarilla. Luego pensé en que podrían estar esas

arvejas: una sopa, un guisado, un arroz, una

planta, donde seguramente algo de ellas cambiaría pero al final seguirían siendo arvejas como lo era aquella extraviada. Dejé las arvejas en la olla

para continuar cocinando, cuando estuvo listo

todo sólo debía esperar a que se terminara la cocción de mi sopa de verduras. Me senté en una silla de la cocina, hacía frío pues había llovido toda la mañana. De la olla salía vapor que se desvanecía a la distancia, esa imagen me hizo recordar a alguien de la universidad que me comento algo que me sonó muy raro –supongo que por eso lo tengo presente- me dijo que lo que veía en esos casos era agua líquida, aunque al salir de la olla el agua es vapor, ese no se puede ver, pero a medida que se aleja de la olla las pequeñas partículas de agua se acercan unas a otras por el frío del ambiente y pasan a un estado líquido, al ser tan pequeñas no es posible ver que es líquida y se piensa que es vapor. Cuando esa persona me dijo eso me dejó pensando y a los pocos días cuando nos volvimos a cruzar le pregunte qué pasaba entonces con la nieve; ese día me contó que las nubes estaban hechas de pequeños pedacitos de hielo, entonces cuando nieva es porque hace tanto frío en ese lugar que el agua no se descongela desde allá arriba al caer, como si pasa con la lluvia… Volví a mirar la olla,

mi mirada cayó en la nevera y recordé el arroz en el

refrigerador. Al cabo de un rato la sopa estuvo lista y la serví, las arvejas navegaban con

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los cuadros de zanahorias, de habichuelas, y los pedazos de espinaca; cada cucharada era distinta, en unas un poco más de esto o de lo otro y así mismo el sabor con un poco más de esto o de otro. Al acabar de comer me sentí muy pequeño como si la cocina se hubiera hecho inmensa y no pudiera salir de ella. Tuve nostalgia y me sentí muy solo, no era la primera vez pero si era la más intensa, en esos momentos me hubiera gustado que Doña Aminta estuviera conmigo, pero no era así. Dejé todo y salí a caminar por el simple hecho de hacerlo sin querer llegar a ningún lugar. Andaba distraído pensando en el asunto de las arvejas y lo que había visto, estaba vacío, nada me preocupaba ni nada me motivaba, mientras andaba mirando en todas direcciones, todo parecía lo mismo, andenes, ventanas, puertas, tiendas, carros, semáforos, personas con trajes, árboles, parques, más personas; sin embargo a la vez todo era distinto, los tamaños, los colores, quienes estaban, los que pasábamos hacíamos a cada lugar ser lo que era, de cambiar una sola cosa, el lugar se transformaría también. La noche cayó y tenía un palpito, me detuve en una banca y me di cuenta que estaba en un lugar que no conocía, por el cual nunca había pasado durante mi estancia en la ciudad, pero a la vez se me hizo familiar. Un suspiro salió de mí y fue como sentirme atrapado, casi como un condenado a muerte que no tiene escapatoria, en ese momento un grupo de personas comenzó a salir de su trabajo, vestidos de la misma forma y caminando en la misma dirección, era fatal, la rutina estaba, estuvo y seguiría presente en mi vida, el mundo era un lugar que devoraría cada pedazo de mí hasta convertirme en un eslabón de sus necesidades. No me di cuenta cuando la primera lágrima cayó, luego vinieron muchas más. Cómo era posible que me atormentara algo así, era ridículo, era como hacer una tormenta en un vaso de agua, la cual era demasiado grande para mí. Tuve rabia y grité, salí corriendo con

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todas mis fuerzas, algunas cuadras después me faltaba el aire, sin embargo seguí y seguí hasta que mi cuerpo no pudo más. Al detenerme estaba empapado de sudor, mis piernas me producían un gran dolor, todo se empezó a mover y caí tendido contra una pared, mi cuerpo no podía más. X Un cálido rayo de sol me despertó, estaba cubierto por papel periódico y páginas de revistas, me reincorpore lentamente y antes de que pudiera hacer conciencia de lo que pasaba un hombre de aspecto desaliñado me ofreció una aguapanela caliente con un gesto de amabilidad, sin pensarlo acepté su ofrecimiento, tenía mucho frío. Aquel hombre reía mientras veía a las personas pasar, le pregunté que le parecía gracioso, no respondió inmediatamente, al cabo de rato dijo “el afán”. Parecía que él ya no sabía lo que esa palabra significaba, terminé de beber sin decir más, estiré las piernas para desentumirlas y acomodé el periódico. Después de un largo silencio él

habló para

decirme que la vida en la calle no era fácil, tampoco era tan difícil, que uno se acostumbra. Sonreí apesadumbradamente y casi susurre aquí también está, de nada sirvió haber salido corriendo, poco faltó para que llorara pero él respiro profundo para decir que pronto volvería a llover. Lo mire con cara de escepticismo a lo que él respondió diciendo que lo sabía por el olor de la calle, yo respiré profundo y percibí la humedad en el aire, era un olor agradable que no había notado. Supuse que cuando se vive en la calle es importante saber cuándo va a llover

porque no cualquier esquina es apropiada para escamparse. Luego pensé que nunca

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veía a esas personas cuando llovía, como si desaparecieran, pues impedir mojarse es primordial, un resfriado, una gripa puede ser fatal.

Volví a percibir la humedad,

pensé que lo que yo quería era algo similar a no querer volver a respirar, era tan indispensable como inevitable, hasta él debía tener una rutina. Durante el resto de la mañana aquel hombre se perdía entre la gente y cada tanto aparecía de nuevo. Mientras estuve ahí algunos de los transeúntes me dieron monedas, la primer persona que lo hizo fue una mujer ¿Qué clase de vida tendría? ¿Qué cosas habría hecho antes de cruzarse conmigo?

Muchos

pasaron y en tanto yo imaginaba como serían su vidas,

noté que de cada uno tenía una visión diferente, eran como las calles que me habían llevado hasta este lugar, tan parecidas como distintas, conformadas por un millón de pedazos que las hacían ser lo que eran y al cambiar incluso sólo de posición ya eran totalmente diferentes, era como las arvejas, al principio todas eran iguales, hasta que apareció la más amarilla que les dio un orden y pude ver que eran diferentes entre ellas. Entonces lo comprendí, el hombre que me acababa de ayudar era como la arveja amarilla.

Cómo no me di cuenta antes, parecía tan obvio, todo era sobre el orden, sobre el tiempo, sobre qué tanto haces algo y cómo; cuando repetimos demasiadas veces lo mismo podemos olvidar porque lo hacemos; había olvidado porque escribía, lo más importante para mí se había convertido en un acto rutinario. Quise volver a casa, buena parte de la tarde ya había pasado, hice a un lado los viejos periódicos y las páginas de revistas, mientras acomodaba todo, vi un artículo que hablaba del arte;

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recordé que doña Aminta me había dicho en una ocasión que cuando era joven le gustaba pintar pero que con los años y los hijos había dejado de hacerlo. Al acabar tomé el dinero que me habían dado y compré algo de comida para el señor, tuve que esperarlo un buen rato, mientras tanto me entretuve leyendo noticias viejas y artículos. Al llegar le di la comida y le

pedí algunas páginas que ya

tenía en mí mano, me dijo que con las que tenía no bastaría para taparme, pero que ese era mi problema. Aún me quedaba un poco de dinero, como no reconocía donde estaba camine hacía una vía principal y tomé un bus a casa.

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Epílogo Después de avanzar unas calles el despejado cielo que se veía a lo lejos empezó a acercarse, al mismo tiempo gotas de agua se estrellaban contra las ventanas del bus, la lluvia era tal y el agua salpicaba tan fuerte que las sombrillas eran insuficientes para quienes persistían en seguir su camino, la situación adquirió un matiz místico, pues el ocaso con sus tonos rojizos y anaranjados completaba el suceso tiñendo de color las alargadas gotas de agua. A medida que avanzaba el bus mermaba el aguacero, el sol se escondió tras las casas y los edificios que eran capaces de cubrirlo mientras él pasaba de lleno al otro lado. Cuando bajé del bus era ese instante del día en el que no se sabe si aún es parte de la tarde o ya ha comenzado la noche. Buena parte del camino había estado leyendo las páginas con que me había quedado, varias tenían artículos sobre artistas, al leerlos pensaba en doña Aminta, pues parecía que esas personas veían el mundo como ella (supongo que por eso le gustaba el arte). Imagino que si ella hubiera seguido con el arte seguramente habría llegado a hacer cosas de ese estilo, las cosas, para

podría romper el aparente orden de

mostrarnos que no es único y hay otras

posibilidades de ver, sentir y estar. (3)

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El bus no entró al barrio por lo que tuve que caminar para llegar a casa. Al entrar subí y antes de cualquier cosa hice unos recortes de las hojas que llevaba y tomé una ducha.

Bajé a la cocina a buscar algo, la sopa que había preparado ya se

había estropeado, me recrimine por no dejarla en la nevera, tal vez habría durado más. Fui a la habitación y organice todo como no lo hacía hace mucho tiempo, al terminar preparé lo que necesitaba para el día siguiente. X En algún momento de la noche una fría gota de agua cayó sobre mis ojos despertándome, miré detenidamente el techo pero no pude ver nada extraño. Me asomé a la ventana y la calle estaba completamente sola, la luz del poste frente a la casa estaba apagada, mi mano rozó la ventana que estaba más fría de lo normal, estaba inspeccionándola cuando note que tenía un increíble grosor como si albergara algo. Mientras la tocaba su temperatura bajaba lentamente, intentaba entender la razón por la que le pasaba eso al vidrio pero el piso que comenzó a enfriarse me distrajo, al cabo de un rato pequeñas corrientes de aire salían de los objetos, estaba confundido, al reaccionar me di cuenta que la piel de todo mi cuerpo estaba completamente erizada; mientras tanto en las paredes se empezaron a formar capaz muy delgadas de hielo que iban apareciendo desde distintas partes, no pude evitar cruzar los brazos y frotarme las manos, jamás había experimentado algo así, busqué

todo lo que pudiera abrigarme y lo coloque

sobre mí, me tomó unos minutos calentarme. Lentamente el hielo comenzó a resguardar todo aquello que se atravesaba a su paso, no sé cuánto tiempo le tomó pero cuando reaccioné ya había logrado tapar buena parte de la habitación; no podía controlar los

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controlar los temblores, mis labios estaban completamente secos y ya no sentía nada en la cara, el aire que respiraba estaba frío. Algo en el escritorio llamó mi atención; fui en esa dirección, al acercarme lo suficiente noté que era un vaso, lo tomé y estaba congelado, lo estaba limpiando cuando sufrió una fisura; lo miré con cuidado, aunque no parecía cierto, el vaso ahora era de hielo, estaba tan confundido como maravillado, las cosas se estaban convirtiendo en agua ¿qué sería del mundo si todo fuera de hielo? Muchas cosas no durarían más allá de un fuerte sol y otras tantas que no tendrían que enfrentar tal enemigo, durarían mucho más, como el arroz del refrigerador. Las esquinas que fueron las primeras en congelarse empezaron a tornarse un poco brillantes y a perder su forma lisa, la habitación comenzó a tornarse de color un tanto gris, mis manos estaban moradas y no podía mover casi los dedos, las prendas con que me cubrí se habían puesto húmedas y casi no me protegían. Mi cuarto se había convertido en un congelador, era como estar dentro de una nevera

- cuando el hielo

llegué hasta mí me conservara bajo el abrigo de sus heladas capas. Tal vez en otro momento habría tenido miedo pero ahora cerca del final estaba complacido por haber visto al agua cobijar mi mundo. El frío que sentía en la nariz pasó a mi pecho y me costaba respirar, cuando no pude más

simplemente cerré los ojos y de nuevo sentí

cálido mi cuerpo…

X 5:45 am, suena el despertador.

No se ve aún la luz del sol, pero no tardará en

amanecer, es particularmente rápido. Sólo puedo pensar que debo apresurarme para llegar temprano. Es más práctico primero desayunar que bañarse, aunque lo inverso es

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más sano, o eso dicen. Más que el gusto de comer a esas horas es la necesidad o la obligación de hacerlo en la mañana.

El tiempo es corto; elegir la ropa que a la vez

funcione para frío, calor y lluvia, pues cualquier cosa se puede esperar, la ducha no debe durar más de 15 minutos porque de lo contrario se hace tarde. Por último, antes de salir, la maleta debe llevar nada más que lo

indispensable; en ocasiones se suele

llevar de más, pues se cree que habrá tiempo pero por lo general no es así. Así, el primer paso es salir de casa para cumplir con todas las obligaciones del día: salir de casa, entrar a la calle; salir de la calle, entrar al bus, salir del bus; entrar a la calle, salir de la calle; entrar a edificios, tiendas, cafés, almacenes, restaurantes; a conversaciones, a pensamientos, a recuerdos y sensaciones, para luego salir de ellos, una y otra vez. No hay que olvidar comer cuando se dé la oportunidad. En el momento menos esperado cae la tarde y luego la noche. Se hace necesario deshacer los pasos y regresar a casa, salir de la ropa y entrar en la rutina de la que no se sale nunca.

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() PARÉNTESIS

A quien corresponda

Estimado lector, debo decirle que la novela efectivamente terminó en las últimas líneas que leyó en el epílogo anterior, dado que desconozco los motivos que lo llevaron a leer esta historia, debo confesarle que ésta hace parte de otro proceso que podría no ser tan visible dentro de la narración, razón por la cual me permito abrir este paréntesis para contarlo. Si bien esto usted no lo sabe el texto que acaba de leer es el complemento teórico de una obra plástica, se que en principio esto puede sonar extraño, sobre todo si no está familiarizado con el tema, pero el arte ha cambiado a través de la historia de manera significativa dando pasos agigantados a nuevas tendencias, lo que se ve reflejado en sus formas de hacer, de pensar y de relacionarse con su entorno, la manera más sencilla de explicarlo es mediante una analogía; piense en el dispositivo de telefonía móvil, hace unos años era un instrumento que servía apenas para hacer llamadas, desde ese entonces ha obtenido nuevas funciones tales como reproducir música, servicio de internet, tomas fotográficas, etc. Si tiene esto presente también sabrá que hay muchas personas que no saben usar muy bien esas funciones de su teléfono y por ende las desaprovechan; el arte ha tenido un proceso que podría compararse con el del celular, con el paso del tiempo ha venido transformándose y ampliándose tanto como la cultura misma, al punto que podría desbordar lo que en principio usted consideraría como artístico y así desconocer las prácticas actuales en las que se desarrolla.

Los cambios en lo que es concebido como arte han implicado nuevos materiales, intenciones, técnicas e intereses entre otras cosas, sin embargo ese no es el tema que voy a tratar; recuerde que le voy a contar cual es la relación entre la novela que usted leyó y una obra plástica que le presento. Dentro de los cambios de los que hemos hablado en el campo del arte, uno es primordial para comprender lo que le quiero decir; si bien los artistas siempre han tenido algún motivo para hacer lo que hacen, en la

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actualidad esas razones han ganado un gran valor, se denominan discurso, esa serie de ideas, argumentos, experiencias, intereses, emociones y demás que llevaron al artista a hacer lo que hace o hizo. Esto ocurre a mi parecer por una importante razón práctica, lo que no significa que no haya otras. Imagine que un día nos hemos cruzado y yo lo he invitado a una exposición, usted no tenía muchas ocupaciones y ha aceptado, al llegar nos encontramos con algo con lo que ninguno de los dos está familiarizado, usted al saber que yo estoy involucrado en el tema, me pregunta sobre lo que vemos, yo doy un par de vueltas, miro la obra, la examino de un lado al otro, leo la ficha técnica y le digo: no sé, luego sugiero una explicación, lo que no implica que sea cierta o falsa; ahora bien –supongamos- mis palabras lo satisfacen, pues he mencionado algo que usted no había visto. Si nos gustó o no, eso es asunto de cada uno, por mi parte no le diré qué me pareció lo que vimos, ni le preguntaré sobre el asunto.

En todo caso lo que hemos visto nos despierta una serie de dudas, así que al salir leemos la sinopsis, un texto que colocan los organizadores de la exposición, el cual justifica y explica el contexto de esas obras y la razón de esa muestra. Como podrá notar el valor del discurso en la actualidad radica en que nos permite entrar, por así decirlo, en la mente del artista que hizo la obra y así comprender lo que estamos viendo, pero esto no se cumple a cabalidad; pongámoslo en estos términos, al ser terminada la obra u objeto artístico, ésta pasa a ser algo así como un individuo, tiene un nombre (aunque puede ser un NN, sin título) unas características físicas y una parte intangible que corresponde a las cosas que ella evoca, como emociones, pensamientos, ideas, etc., de este modo cuando usted ve una obra es casi como si entablara un diálogo con ella, en el que puede entenderla, ignorarla o ser indiferente y en ese mismo sentido, puede agradarle o no, eso depende de usted y de su relación con ella. Las intenciones del artista representadas en su discurso pasan a un segundo plano donde pueden ser o no visibles para usted, en este caso el espectador. Dado que las obras pueden ser de muchas formas y sobre muchos temas, no siempre es fácil comprenderlas ya que puede referirse a cosas que no conoce, en este sentido el discurso es una pista para poder dialogar con ellas.

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En mi opinión o en lo que a mi trabajo plástico se refiere entiendo el discurso como el lugar en el que simultáneamente reflexiono, aprendo, agrego o quito. Un punto intermedio entre mis ideas y las de otros, un proceso que me permite construir lo que llamo la lógica de la obra, que corresponde a los elementos que me llevaron a hacerla tal cual es, sería algo así como los planos de un edificio, los pasos que se siguieron para poder hacerlo, de esta forma la novela es mi discurso y el equivalente a los planos de la obra que le he mencionado antes.

La novela como mapa de la obra

La historia resguarda dentro de su narración los ejes y la investigación que dieron origen a la obra plástica citada. Antes de explicar este asunto debo decirle cual es que el contexto de este trabajo, el cual está vinculado a una investigación desarrollada por un grupo de trabajo sobre los saberes en la cotidianidad de la cocina, aunque cada persona del grupo tiene un proceso individual, la gestión, la reflexión y algunos de los procesos se desarrollaron de forma conjunta, en torno al tema de la cocina. Pero ¿Por qué la cocina? durante mucho tiempo quienes se dedican a pensar cómo es el mundo y a entenderlo (filósofos, sociólogos, artistas, etc.) habían centrado su atención en asuntos sobresalientes, como la conciencia, la moral, la economía, la política y algunas facetas de la cultura; en algún punto notaron que coexistían con otros elementos que no habían considerado, los cuales podrían ser importantes, así que algunos de estos personajes buscaron en otros lados, fue tal su interés que generaron un movimiento, estudiaron cosas como el lenguaje, las relaciones de poder, las nuevas tendencias de la cultura, entre otros, se les llamó estructuralistas y posestructuralistas, mientras miraban a otros lugares se encontraron con la cotidianidad, la cual corresponde a los hechos y comportamientos que hacen posible el diario vivir, fueron muchas personas que construyeron estos estudios pero yo le nombraré a quienes hicieron parte de mi proceso, los mencionaré en el orden en el que me encontré con sus teorías:

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Don Michel de Certeau y doña Luce Giard En algún momento Michel de Certeau un historiador y filósofo francés planteó al igual que otros autores que era necesario mirar hacía lo cotidiano, también propuso que se debían encontrar nuevas formas para entenderlo, pues los métodos anteriores no eran los más apropiados, así pues designó parte de esta tarea a Luce Giard quien desarrollo una investigación sobre la comida, donde hace una reflexión sobre el significado y los cambios que ésta ha tenido y tiene en la cultura (De Certeau, Giard, Mayol, 1.999). En términos generales lo que busca de Certeau es cambiar la perspectiva desde cual se estudian las prácticas culturales dándole una mayor importancia a la forma en que vivimos la cultura. Estos planteamientos complementaron mi interés en lo cotidiano, particularmente en acto de cocinar.

El amigo de un amigo, Jean Baudrillard Baudrillard fue una de esas personas que le mencioné antes, la que buscó y planteó otras formas y territorios para entender al sujeto, dentro su obra un importante interés fue el concepto de simulacro y el de hiperrealidad. En términos más sencillos su propuesta radica en el hecho de lo que usted puede o no considerar real; supongamos que nuevamente estamos en la exposición, al salir usted me preguntó por las reproducciones de la obra que vendían en la entrada del museo, le sugiero comprar una y llevarla a su casa, usted opta por hacerlo, al cabo de unos días volvemos a encontrarnos y me cuenta que ha pasado algo extraño con la reproducción, pues varios de sus amigos se han confundido y la han tomado como original, en este sentido simulacro es cuando la imitación desplaza su homóloga real o verdadera, suplantando el lugar de esta. (Baudrillard, 1978, p. 6) sus amigos se han confundido porque no tienen un referente, eso ocurrió porque no conocían el original, de esta manera lo que ven es lo que consideran verdadero (real), si usted quisiera podría hacer su propia versión y guardar la copia que compró, las personas que lleguen a su casa y desconozcan el origen de lo que ven pensaran que esa imagen es la original, de seguir

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haciendo nuevas versiones usted estaría ejemplificando la idea de Baudrillard de la hiperrealidad, donde esos nuevos cuadros remplazan el original, con el que nunca se ha tenido contacto. La simulación puede llegar a tales dimensiones dentro de su diario vivir que usted no podría saber qué es real y qué no lo es. Del mismo modo una obra de arte (sin ser una copia) puede ser un simulacro, es decir otra versión de la realidad, pongamos otro ejemplo, que tal una habitación en la que hace mucho frío donde se puede congelar el agua, este lugar poco familiar, sería real pues sus sentidos lo verifican, pero es un simulacro en la medida que es una nueva versión de la realidad pues está reorganizando ideas que ya conoce y colocándolas en otro contexto.

El estimado Michel Foucault Él era un filósofo francés de mediados del siglo pasado que se dedicó a pensar cómo se constituye el sujeto, debo decirle que este señor en esa búsqueda encontró y desarrolló unas teorías muy interesantes sobre el sujeto y cómo es afectado por las relaciones de poder, de esta manera estudia algunas estructuras cómo las sociedades disciplinarias y de control, para desarrollar sus planteamientos recurrió a estudiar contextos de sujetos marginales (el loco, el enfermo, el prisionero). Esta teoría está compuesta por muchos argumentos pero el que me interesa mencionar es el de los cuerpos dóciles (Foucault, 2.003, p. 139-174). La disciplina, herramienta para el mayor aprovechamiento de las capacidades de un individuo ubicada dentro de las instituciones utiliza el adiestramiento del cuerpo para que éste se vuelva obediente a una serie de órdenes predeterminadas y con finalidades específicas, para que esto sea posible la disciplina desarrolla en el sujeto unas capacidades y coarta otras. A mi parecer entre las que son opacadas se puede señalar, el pensamiento, que es censurado, creando en él unos esquemas, sobre lo verdadero, lo falso, lo posible y lo que no lo es, este control sobre el pensamiento influye en lo que podemos ver y percibir de lo que nos rodea, haciendo que sean desapercibidas muchas cosas, este planteamiento es una de mis mayores intereses a la hora de plantear la obra, con la cual pretendo buscar otras perspectivas y maneras ver la realidad.

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Dicho lo anterior al revisar la novela notará que la historia es narrada a través de los conflictos sobre lo que vemos y lo que no, la idea de la realidad; lo que debe hacer un sujeto, la rutina; en la marginalidad, desde la depresión y la locura; desde la cocina, como un lugar de la cotidianidad. Todo entrelazado a través de la percepción, la mirada y las sensaciones que son los instrumentos que usa el protagonista para transitar a través de la historia. Un poco más de información Durante la lectura de la novela pudo encontrarse con unos artículos que hablaban de cosas paralelas a la historia, éstos hacían las veces de recortes, tres de ellos corresponden a artistas contemporáneos y dos más son referentes literarios. Si bien, dentro de la historia son datos adicionales para enriquecer la lectura, los textos sobre los artistas también contribuyen a mi planteamiento plástico, pues los temas y formas en las que ellos abordan sus trabajos, han aportado tanto conceptualmente como metodológicamente en la desarrollo de esta propuesta, aportando desde su sensibilidad, sus objetivos, sus métodos y sus intenciones. Sobre la obra Aunque ya le he mencionado buena parte de lo que quería contarle aún no le dicho en qué consiste mi obra y cómo ésta se referencia en la novela. Aquí debo referirme también a otros eventos que aún no le contado, antes de comenzar este proceso, venía desarrollando con unos compañeros una serie de indagaciones sobre otros espacios diferentes al de la galería y del museo para gestar una obra de arte en lugares no convencionales, que permitiera abrir la puerta a nuevas formas de verla y de interactuar con ella; un lugar donde no era el espectador el que llegaba a la exposición si no donde el espectador se veía directamente involucrado con ella, esto con el fin de cuestionar su percepción, sus maneras de ver e interactuar con su realidad. Salir a otros espacios me permite encontrar otras lógicas, ampliando las posibilidades para lograr esta finalidad. Esta búsqueda realizada permanentemente de forma colectiva, 78

me llevó a espacios públicos, a espacios abandonados y ahora a un lugar destinado para vivir, un hogar; se preguntará usted ¿por qué este tipo de espacio? y la respuesta es bastante simple, recuerde que antes le he mencionado en varias ocasiones el asunto de lo cotidiano, la verdad es que no hay un lugar más cargado de cotidianidad que el hogar, que es hecho a partir de la construcción diaria del habitar, donde se cruzan diferentes facetas del individuo. Así, este sitio determinado por el día a día es el más indicado para explorar y plantear los resultados de este proceso, que siguen siendo colectivos, hecha esta aclaración podemos continuar. Por último debo mencionar los sentidos, los cuales hacen que algo que nos rodea sea más o menos notorio, el sabor, el olor, la textura, la temperatura, el color, el sonido, en esta dirección éstos fueron el punto de partida para acercarme al acción de cocinar (eje de mi trabajo) en la que los sentidos interactúan simultáneamente para hacer posible la preparación de los alimentos, mediante indicadores como el sonido, la temperatura, el olor y sabor de lo que se cocina; dicha indagación y las herramientas de la novela me llevaron a producir una obra para el tacto, el cual es el encargado de detectar los cambios de temperatura, aunque la obra pretende darle al espectador una experiencia para todos sus sentidos, el del tacto es primordial. La obra propiamente dicha es una instalación que toma uno de los objetos de la cocina y lo saca de su contexto habitual, el congelador, aquel instrumento que tiene la tarea de preservar, de retrasar el envejecimiento de las cosas, es una forma de anticiparse al tiempo y evitar momentáneamente que algo se dañe. Acompañado de un elemento importante en las características plásticas de la obra, el agua, que es fundamental para cualquier preparación en la cocina, en esta ocasión para la obra se presenta de forma solida (hielo) creando a través de sus formas, metáforas que evocan la acción de cocinar. La habitación es congelada para tocar a quienes entren en ella y así momentáneamente detenerlos en el tiempo por un instante. De esta forma estimado lector llego al final de mi explicación, espero que lo que le he contado haya enriquecido su mirada sobre lo que acaba de leer.

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Indice de Imágenes Recortes 1.

INSTALACIÓN NEITHER, Doris Salcedo, de: http://grampodesign.blogspot.com/2008/03/adrianavarejo-e-doris-salcedo-em.html

2.

INSTALACIÓN WATERFALLS. Olafur Eliasson, de: http://govislandblog.files.wordpress.com/2008/05/waterfall-on-governors-island.jpg

3.

INSTALACIÓN, Andy Goldsworthy, de: http://www.morning-earth.org/artistnaturalists/an_goldsworthy.htmlb

Fotografías 4.

INSTALACIÓN, Jardín Botánico, archivo personal

5.

INSTALACIÓN, Jardín Botánico, archivo personal

6.

INSTALACIÓN ESPACIOS IMAGINARIOS, Academia Superior de Artes de Bogotá (Asab), archivo personal

7.

INSTALACIÓN ESPACIOS IMAGINARIOS, (Asab), archivo personal

8.

INSTALACIÓN DESARROLLOS I, (Asab), archivo personal

9.

INSTALACIÓN DESARROLLOS I, (Asab), archivo personal

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