Género, CApitalismo y Patriarcado.

September 21, 2017 | Autor: Néstor Rodriguez | Categoria: Feminismo, Género, Capitalismo, Patriarcado, Interseccionalidad
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M. Teresita De Barbieri. "Certezas y malos entendidos sobre la categoría de género" en Laura Guzmán Stein y Gilda Pacheco Oreamuno, Estudios Básicos sobre Derechos Humanos IV, San José de Costa Rica, IIDH-ASDI-Comisión de la Unión Europea, 1997, Pp. 47-84.
Mabel Burin; Emilce Dio Bleichmar, Género, psicoanálisis, subjetividad, Paidós, Buenos Aires,1996, pp.133.
M. Teresita De Barbieri. "Certezas y malos entendidos sobre la categoría de género" en Laura Guzmán Stein y Gilda Pacheco Oreamuno, Estudios Básicos sobre Derechos Humanos IV. San José de Costa Rica. IIDH-ASDI-Comisión de la Unión Europea. 1997. Pp. 47-84.
Verónica Beechey, "Sobre el Patriarcado". En Feminist Review Nº3. (Trad. B.Ibarlucía y Mayra Lucio) 1979, pp. 7
Iris Young, "Marxismo y feminismo, más allá del "matrimonio infeliz (una crítica al sistema dual)", en El cielo por asalto, Año II, Nº4, Ot/Inv. 1992, pp. 3.
Idem anterior, pp. 6-7.
GÉNERO(S), CAPITALISMO Y PATRIARCADO.
CONCEPTOS Y SUJETOS QUE PROVOCAN NUEVOS TRÁNSITOS
Lic. en Ps. Néstor Rodríguez Pereira de Souza.

Resumen.
¿Qué son los géneros? De su inicial definición a la actualidad, los existenciarios de los seres humanos han invitado a buscar redefiniciones de lo que en principio se entendió como tal. Múltiples conceptualizaciones posteriores han llevado a que la pluralidad del término – géneros - se instale para poder visibilizar las singularidades que el concepto en si mismo encierra. El género, en tanto categoría, se encuentra en pleno proceso de transición; ahora, es legítimo preguntarnos ¿cuándo no lo estuvo? Si un aspecto lo caracterizó desde sus orígenes ha sido su mutabilidad, su capacidad propositiva, deconstructiva de lo Hegemónico y desnaturalizadora de las relaciones de poder que atraviesan los vínculos entre los seres humanos. No obstante ello, el principal riesgo parece por momentos, que transite hacia una rigidización de sus expresiones, a la vez que devenga en captura por parte del sistema patriarcapitalista y los sectores conservadores que pretende desestabilizar.
Introducción.
La concepción de género en las últimas décadas y con mayor énfasis en el siglo XXI, ha permeado las diferentes sociedades a través de diferentes estrategias, en el desarrollo de políticas públicas de género, a través de la visibilización de la lucha movimientos sociales organizados, de rigurosas investigaciones académicas sobre el tema, etc.
No obstante ello, resulta una categoría siempre resistida y cuando tiende a transversalizar diferentes prácticas de la vida cotidiana y las acciones del estado en materia de políticas públicas, corre el riesgo de evaporarse (Moser y Moser, 2005).
A partir de la revisión histórica de los estudios de género, podemos formular dos niveles de transición por los que han recorrido; la primera hace referencia a un nivel de transición nocional y epistemológico; la segunda intenta dar cuenta de cómo las transiciones sociales y contextuales, han influenciado en las experiencias vitales de varones y mujeres, modificando las manifestaciones de género y sus condicionantes.
La influencia que han tenido el surgimiento de diferentes sujetos político-sociales concretos que reivindican su lugar en el ordenamiento social basado en género (personas transgénero, transexuales, intersexuales), proponen existenciarios subjetivos alternativos a la comprensión hegemónica y binaria de la realidad generizada.
Ambas transiciones propuestas (las nocionales-epistemológicas y la de los existenciarios de género) no se encuentran separadas, sino que se interrelacionan estrechamente a partir de los efectos que provocan unas sobre otras, provocando la constante, necesaria y a la vez resistida, reformulación de la categoría de género.
Distinguiré en primer término a qué se han referido con género diferentes autoras/es a lo largo de la historia desde sus orígenes hasta las teorizaciones mas actuales, para luego referirme a la incidencia que los procesos sociales mas recientes han tenido en la experiencia vital de los sujetos genéricos, tomando en consideración los marcadores de género que refieren al cuerpo en tanto materialidad, la sexualidad y los roles de género, y la relación que guardan con el sistema patriarcapitalista y sus múltiples estrategias de opresión.
Transiciones nocionales y epistemológicas.
En un sentido estricto, el género es una categoría reciente en el campo de las ciencias sociales. No obstante ello, así como su presencia es constante en los ordenamientos sociales y en las relaciones humanas a lo largo de la historia, su visibilidad en tanto categoría analítica es frecuentemente deslegitimada y omitida.
¿Qué condiciones sociales e históricas posibilitaron su emergencia? ¿cómo se construyó en términos de perspectiva para comprender la realidad? ¿qué resistencias esta llamada a sortear permanentemente?
Teresita de Barbieri plantea que "las categorías teóricas son históricas, por lo tanto, están referidas a procesos sociales específicos, y es en los contextos particulares donde se concretan"
En tal sentido, podemos ubicar dos factores que influenciaron la construcción de la categoría género, tanto en sus posibilidades analíticas como en su sentido político. El primero, dado por las investigaciones de John Money a partir de personas intersexuales; el segundo, los movimientos sociales de la segunda ola del feminismo.
Muchas veces se genera la confusión o indeterminación de cuál es el origen del concepto "género" en tanto noción que busca poner en juego las significaciones que a nivel cultural y social se le atribuye a la diferencia sexual entre hombres y mujeres.
Si bien existen revisiones en cuanto a su origen, la omisión que generalmente prima a la hora de visibilizar su vinculación con el campo psi y la medicina llama la atención, constituyendo este el primer punto de transición de la categoría.
Como varias autores lo establecen (Dio Bleichmar, 1996; Meler, Burin, 2009), el concepto de género tiene su origen en el campo de la medicina y la psiquiatría, a partir de los estudios del médico endocrinólogo John Money en la década del 50. En los mismos el autor introduce la noción de identidad de género a los efectos de separar los atributos a partir de los cuales el sujeto deviene varón o mujer, de aquellas características morfofisiológicas que determinan el sexo innato.
La psicoanalista argentina Emilce Dio Bleichmar plantea que el concepto de género no surgió en el campo de las ciencias sociales, sino que "al trasladarse a otros campos semánticos y ser utilizado con metodologías de análisis pertinentes a esas disciplinas científicas, el concepto se transforma".
Money lo utilizaría para destacar que la identidad de varón o niña se constituye mediante un sistema simbólico. Por este motivo, Dio Bleichmar pone el acento en la naturaleza de índole eminentemente psicológica del concepto.
Mas tarde, dichos estudios iniciados por Money serán retomados por investigadores/as de otras disciplinas que ampliarán dicha noción a la categoría de análisis a la que hoy le atribuimos un sin número de avances en la comprensión de las relaciones sociales. Entre ellos, Robert Stoller, quien importó el concepto de género al campo del psicoanálisis. Utilizó el concepto de "identidad de género", entendiéndolo como el sentimiento íntimo de una persona de saberse varón o mujer.
Encontramos que uno de los efectos que tuvo la perspectiva de género sobre la producción y construcción de conocimientos académicos en el campo de la ciencias sociales, estuvo dado por la posibilidad de abrir nuevas interrogaciones en torno a problemáticas que resultaban invisibles e impensables; en otros casos operó de manera desnaturalizadora de aquellos aspectos de la vida cotidiana que generaban malestar en varones y mujeres, la normativización de lo diferente y sus mecanismos de control social.
Con el advenimiento de la denominada segunda ola de feminismo, el concepto de género se pobló de otros sentidos posibles a los dados previamente, constituyendo la primer transición nocional.
El género en tanto categoría analítica resultó solidario con los movimientos feministas de la época, quienes vieron en el mismo una posibilidad de sortear el obstáculo que suponía la perspectiva biologisista de un orden natural ya dado y difícil de modificar.
Tanto los movimientos de mujeres organizadas en lo social como en lo académico no dudaron en su incorporación al repertorio epistemológico y político en construcción, encontrando en el mismo un marco lógico desde el cual apuntalarse en aras de la emancipación y dar un sustento teórico a la opresión patriarcal.
Teresita de Barbieri dirá que "al introducir el concepto se buscaba un ordenador teórico para los hallazgos y nuevos conocimientos a producirse, que tomara distancia del empleo acrítico, e históricamente empobrecido, de la categoría patriarcado".
Gayle Rubin avanzará en las conceptualizaciones, proponiendo el concepto de sistema sexo/género, como término neutro que permite pensar que la opresión no es inevitable, sino que forma parte de relaciones sociales organizadas de forma específica en determinados ordenamientos culturales. Esta noción vino a intentar sortear "el callejón sin salida" al que enfrentaba la categoría patriarcado propuesta por autoras de la época (Kate Millet, Julieth Mitchell), donde la opresión de las mujeres por parte de los varones se presentaba universal y ahistórica.
Encontramos aquí una de las primeras confusiones, ya que posteriores referencias al término utilizan de forma intercambiable una y otra categoría, homologando los términos género y sistema sexo/género.
Es importante distinguir ambos conceptos a los efectos de evitar confusiones en su aplicación a cualquier realidad de la que se trate.
Cuando nos referimos al concepto utilizado por Rubin, nos estaremos refiriendo al conjunto de dispositivos que transforman la sexualidad biológica humana en productos de la sociedad (Rubin, 1975); el concepto de género por su parte, ha sido utilizada en diferentes sentidos, por un lado como categoría de análisis, de forma descriptiva por otro, como atributo de los individuos y como atributo de la cultura y la sociedad.
Por otra parte, la categoría género introduce a partir de las conceptualizaciones de otra autora de referencia, la historiadora Joan Scott, la dimensión de poder en las relaciones de género; será este aspecto que permitirá que la noción transite desde una mera posibilidad descriptiva de los atributos masculinos y femeninos, a una perspectiva que desnaturaliza y pone en evidencia las relaciones entre varones y mujeres en términos de desigualdades sociales.
A este proceso de transición constante, se agregará la influencia de emergentes campos de estudios provenientes de dos perspectivas diferentes, la de los movimientos LGTTB, a través de la teoría queer y la de los varones, a través de los estudios sobre masculinidades.
Tal vez una de las principales referencias en esta nueva transición epistemológica esté dada por los aportes de Judith Butler.
Una de las críticas que la autora ha realizado tiene que ver con que se trata de una categoría que continua manteniendo la dicotomía que pretende poner en cuestión, suponiendo y reforzando la existencia de un sistema binario de géneros con su correspondencia sobre un cuerpo sexuado al que se lo inscribe como masculino o femenino según el caso.
Para la autora, el sexo es una norma cultural que gobierna la materialidad de los cuerpos, siendo las identidades, ficciones que producen efectos políticos basados en relaciones de poder. El género performa el sexo, y no al revés, dirá Butler (1999). La propuesta de la autora constituye una apuesta a la desestabilización de las posiciones sexo-género, al cuestionar la noción de que existe un sexo "natural" y una designación posterior de género. Esta postura, con una fuerte influencia en teorizaciones posteriores, constituye un descentramiento fundamental a nivel epistemológico en los estudios de género.
Asímismo, otros colectivos pondrán en jaque la noción de género, influenciando en sus procesos de transición epistemológicos y nocionales.
A partir de las experiencias subjetivas de colectivos de mujeres negros, la necesidad de articulación con las categorías de raza/etnia, clase social y sexualidad se volvió ineludible, abriendo condiciones de posibilidad para repensar los marcos teóricos que pudieran dar cuenta de las múltiples variables que determinan desigualdades sociales de carácter estructural. De ahí surgen planteos como los de Mara Viveros, Bell Hooks entre otras feministas negras, cuestionando fuertemente los planteos de un feminismo que se enunciaba desde un lugar de mujeres blancas, heterosexuales y de clase burguesa.
Kimberlé Crenshaw propone el término de intreseccionalidad, con el objetivo de describir diferentes relaciones de estados de subordinación, incorporando así las categorías étnico/raciales.
El concepto busca evidenciar las relaciones entre diferentes órdenes de poder; así mismo propone la construcción de un sujeto epistemológico caracterizado por la imbricación de múltiples atravesamientos sociales que determinan diferentes formas de desigualdades sociales.
Este cruce de perspectivas apuntala la reflexión acerca de las estructuras e ideologías provocadoras de la opresión y la subordinación de determinados colectivos sociales, a la vez que propone el interrogante acerca de cuáles son las estrategias emancipadoras.
Al mismo tiempo, la enunciación de un sujeto social que se produce a partir de diferentes posiciones de subordinación, abre la reflexión acerca de las estructuras de poder que lo produce, y los marcos ideológicos conceptuales desde los cuales entenderlos.
En relación a esto, se reaviva uno de los principales debate sostenidos y que perdura hasta el día de hoy en diferentes ámbitos, relacionado con cuáles son las bases fundamentales de la opresión; ¿es acaso el capitalismo el provocador de las desigualdades sociales entre varones y mujeres o las mismas de deben a la permanencia de la ideología patriarcal? ¿cuáles son los sistemas de opresión que perduran en la actualidad y qué estrategias los colectivos subordinados pueden darse para su emancipación?
Géneros, capitalismo y patriarcado. Una revisión histórica.
Las izquierdas de América Latina y los procesos emancipatorios de los pueblos latinoamericanos no han estado ajenos a los debates en torno a qué frentes de batallas atender; para los sectores de izquierda la liberación de las mujeres ha sido un tema resistido a la vez que subsidiario de otras batallas a ganar en beneficio del bienestar colectivo.
Difícilmente encontremos un discurso condenatorio por parte de las izquierdas latinoamericanas del sistema patriarcal, de la misma forma que se lo encuentra en torno al capitalismo o sus expresiones neoliberales e imperialistas.
La pregunta acerca de cuál es la contradicción fundamental ha atravesado la historia de las ideas, desde las formulaciones de Marx y Engels hasta nuestros días.
La relación entre patriarcado y capitalismo ha resultado tan compleja como estratégica para los movimientos feministas, en particular los de la segunda ola. Compleja en tanto su articulación evidencia diferentes paradigmas y concepciones desde los cuales se entiende la relación entre ambos sistemas y pone en evidencia las tensiones existentes a la interna de los movimientos feministas y las corrientes que las constituyen. Si bien aparece con fuerza en lo que se ha denominado como la segunda ola del feminismo , su enunciación se puede rastrear desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En tal sentido, en las primeras categorizaciones de las corrientes feministas (sufragistas y revolucionarias) aparecía la tensión entre posturas reformistas y radicales, cuya distinción estaba en el énfasis en el cuestionamiento al incipiente capitalismo como sistema productor de desigualdades y el lugar que las mujeres tenían en la misma. Ya desde esa época las tensiones entre los movimientos evidenciaban la necesidad de determinar las variables que contribuían a la dominación de las mujeres y cuáles eran las posibles rutas de salida.
Dichas discusiones cobran otras dimensiones a partir del surgimiento de la denominada segunda ola del movimiento feminista; el contexto en el que vuelve a surgir es de revuelta social (décadas 60 – 70), de luchas por la liberación y discusiones protéicas sobre la política que complejizan los debates acerca la opresión social. En este contexto es que se comienza a hablar de las intersecciones de las opresiones y las subordinaciones. Como consecuencia se dieron una serie de producciones académicas y movimientos políticos sociales muchas veces contrapuestos, pero todos apuntando a la búsqueda de la emancipación y la evidencia de la opresión de las mujeres. Dependiendo el marco teórico desde el cual se entienda la misma, es que quedarán en evidencia las articulaciones posibles entre patriarcado y capitalismo. En tal sentido, la relación que dichas nociones establecen, ponen en juego dos paradigmas de una gran potencia, que son el feminismo y el marxismo.
La imbricación de ambas perspectivas no ha sido fácil en sus intentos de explicar la opresión femenina. Heidi Hartmann utiliza la metáfora del matrimonio para graficar la accidentada relación entre ellas. Su ensayo apunta a establecer en primer lugar una serie de categorías analíticas que permita sortear las dificultades que otras autoras no pudieron hacer en sus desarrollos conceptuales, subsumiendo la perspectiva de género a la de clase en algunos casos (Marx, Engels, Saresky, Dalla Rosa) y realizando análisis ahistóricos en otros (Millet, Mitchell, Firestone).
Hartmann plantea que la relación entre marxismo y feminismo es desigual en tanto el feminismo queda subordinado ante el primero, siendo común a ambas teorías su crítica a la "cuestión de la mujer", y propone analizar la combinación entre ambos. Pone en evidencia la ceguera de la categoría de clase en relación a la opresión de las mujeres, a la vez que enuncia la ahistoricidad del feminismo en dicha determinación.
Propone la existencia de una base material del patriarcado, que se manifiesta a través del control del hombre sobre la fuerza de trabajo femenino, la exclusión de la mujer del acceso a los recursos productivos esenciales y la restricción de la sexualidad de la mujer a través del matrimonio heterosexual y monogámico (Hartmann, 1985).
El principal punto de debate se centra en identificar el patriarcado como estructura o ideología. Será Julieth Mitchell la principal exponente de esta última postura, valiéndose del marco teórico psicoanalítico de Freud y Lacan y del estructuralismo de Levy Strauss.
Mitchell considera que al entender "cómo opera el inconsciente, es posible llegar a comprender bien el funcionamiento de la cultura patriarcal. La característica definitoria de una cultura patriarcal, según ella, es aquella en la cual el padre asume, simbólicamente, el poder sobre la mujer; y afirma que es el padre y sus "representantes" y no los hombres (como se postula en los análisis feministas radicales y revolucionarios) los que poseen el poder determinante sobre la mujer en la cultura patriarcal."
La mayor limitación del planto de Mitchell es al callejón sin salida al que nos enfrente su postulado, ya que si el sistema patriarcal es universal, no hay alternativa posible. Beechey cuestiona su postura al sostenerse en lo insatisfactorio de las teorizaciones de Levy Strauss y de Freud, y en la concepción que Mitchell tiene sobre la ideología.
No obstante las críticas formuladas, el análisis de Mitchell resulta meritorio al tratarse de uno de los primeros planteos que busca introducir la dimensión de la construcción subjetiva que promueve la ideología patriarcal, basándose principalmente en los desarrollos psicoanalíticos, omitidos por los desarrollos marxistas y cuestionados por parte del feminismo de la época.
Mitchell discute el modo económico de producción de manera separada al modo ideológico de reproducción. Hartmann sin embargo, propone comprender el conjunto de la sociedad tomando en cuenta la producción y reproducción tanto de los hombres como de las cosas.
Iris Young por su parte, retoma los planteos de Hartmann y ubica el patriarcado y el capitalismo como un único sistema, en donde el sistema de relaciones de género patriarcales le resulta funcional al capital y operan como reguladoras de las relaciones de trabajo. En tal sentido, dirá que "si el patriarcado y el capitalismo se manifiestan en estructuras económicas sociales idénticas, entonces pertenecen a un sistema y no a dos."
El planteo parece sostenerse en la existencia de esferas separadas de la vida social, dadas por el ámbito productivo y reproductivo, o esfera pública y privada respectivamente, y cómo las mismas desde una perspectiva de género son atribuidas a lo masculino y lo femenino en cada caso. Para Young "la división del trabajo por género, debe ser una categoría central" y la define como "toda diferenciación del trabajo estructurada, según el género, dentro de una sociedad."
La autora considera que al dejar de lado el supuesto de que el capitalismo es ciego al género permite ahondar en un análisis de la división capitalista del trabajo por género, que dé cuenta de cómo se estructura el sistema desde dicha perspectiva y del lugar de las mujeres y su situación en el capitalismo. Su tesis es que tanto la marginalización de la mujer y su consideración como una fuerza laboral secundaria constituyen un aspecto fundamental del capitalismo y su perpetuación. Este es un punto fuerte en la argumentación de Young en tanto evidencia que el capitalismo no es ciego al género como se ha mencionado por parte de Hartmann, sino que muy por el contrario, fagocita las diferencias de género al servicio de la explotación y de su propia consolidación. Y en tal sentido, es importante distinguir la dinámica del sistema capitalista en relación a las diferencias de género, de lo que son las teorías que buscan evidenciarlas; no es el capitalismo el que es ciego al género sino sus teóricos.
A la luz de dichas teorizaciones, es de orden preguntarnos cómo dichos debates se articulan con fenómenos que se producen en pleno siglo XXI y la permanencia de otros que conservan total vigencia.
Alianzas patriarcapitalistas del presente.
En la actualidad, se dan fenómenos sociales y culturales que de acuerdo a las categorías de análisis que se utilicen, la visibilidad de los sistemas de relaciones que los produce adquiere mayor notoriedad.
Las desigualdades de género en el mercado laboral solo pueden ser pensadas en la medida en que se entrecrucen categorías analíticas que pongan en evidencia las estrategias patriarcapitalistas que se ponen en juego. La penalización del aborto es el paradigma del control patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres y solo la categoría de género puede ponerlo en evidencia. No obstante ello, la práctica del aborto, al estar penalizado en la mayor parte de los países de América Latina (con excepción de Cuba, Uruguay en algunas circunstancias y el DF de México), queda regulada por las lógicas del mercado negro, que no por estar en la ilegalidad, deja de estar organizada por las lógicas capitalistas.
Debemos de tener en cuenta, que el capitalismo ha transitado por diferentes crisis, las que lejos de debilitarlo lo ha consolidado en el tiempo; tales reformulaciones ha llevado a nuevos marcos teóricos que buscan dar cuenta de las mismas, lo que implicó denominarlo de diferentes formas, tales como neocapitalismo (Derrida, 2012), capitalismo mundial integrado (Guattari, 1995), capitalismo tardío (Fraser, 1994). La necesidad fundamental de estas nuevas teorizaciones ha estado dada por explicitar sus efectos mas allá de las relaciones de producción, es decir como sistema productor de subjetividades funcionales al mismo.
Será en este proceso de construcciones subjetivas, donde los sujetos de género adquieren nuevos roles en los sistemas de producción y reproducción; la explotación y opresión de los mismos se vuelven mas descarnadas y sutiles; y lo femenino-masculino es resignificado.
La incorporación de las mujeres al mercado laboral no solo responde a un triunfo de los movimientos feministas y su influencia en la construcción de agendas de gobierno basadas en perspectiva de género. Si bien es real que la incidencia del feminismo institucionalizado ha tenido como consecuencia implementar estrategias para la inclusión de las mujeres al mercado laboral, la persistencia de desigualdades de género nos hacen pensar que las estrategias para combatirlas han tenido solo un efecto atenuante y no verdaderamente transformador. Cabe preguntarnos ¿a que se debe las dificultades para sortear tales obstáculos y cuales son las variables que inciden en tal profunda continuidad de la desigualdad en el conflicto distributivo basado en el género?
Algunas explicaciones ponen el acento en la profundización del patriarcado como sistema ideológico, lo que provoca su legitimización al vaciar de contenidos la agenda reivindicativa de los movimientos de mujeres, otorgando algunos dividendos en una ilusoria pretensión de derechos conquistados.
Muchas de estas teorizaciones invisibilizan u omiten, ingenuamente a mi entender, las dinámicas que caracterizan al capitalismo, y mas aun su articulación con el patriarcado y otros sistemas de opresión y explotación.
El capitalismo ha usado desde su origen mecanismos de control y disciplinamiento de los cuerpos que garantizan su inserción en los sistemas productivos y que resultan funcionales a los procesos económicos.
Cómo operan estos mecanismos en la actualidad en el marco de la consolidación de nuevas agendas nacionales e internacionales basadas en el género es una variable que no puede dejar de ser debatida. Es legítimo preguntarnos por qué en momentos de crisis del capitalismo, estos discursos reivindicativos en materia de derechos cobran mayor grado de visibilidad y enunciación, conformando inclusive plataformas electorales de sectores reaccionarios de derecha que lejos están de establecer horizontes de igualdad y equidad, a la vez que consolidan verdaderas estrategias de captación de los discursos de igualdad de género bajo estrategias neoliberales y de escasa potencia transformadora.
¿Cómo los cuerpos de las mujeres son redisciplinados y recontrolados a la luz de su integración al mercado laboral capitalista? Es una pregunta que cuestiona las estrategias de inclusión laboral de las mujeres a un mercado de trabajo signado por la explotación. Con la relativa conquista de las mujeres de sus derechos laborales, se han ganado un lugar en las relaciones de explotación capitalistas y se han vuelto víctimas de la doble y triple jornada, en la medida en que el trabajo no remunerado continúa siendo predominantemente femenino.
Estos dilemas nos lleva a interrogar nuevamente el alcance que tiene en los caminos emancipadores a recorrer, la división sexual del trabajo.
Refundar lo público y lo privado.
La división sexual del trabajo es uno de los aspectos de la organización social sobre los cuales se sostiene la desigualdad entre los géneros. Condensa asimismo, las articulaciones posibles que se puedan pensar entre capitalismo y patriarcado. Articulaciones que van desde alianzas históricas hasta fisuras actuales.
El sistema de producción capitalista ha encontrado en la fuerza de trabajo ofrecido por las mujeres un lugar donde atrincherarse; ha transformado un derecho legítimo en un bastión para su sustento, es decir, ya no solo resultan sujetos de explotación del patriarcado, sino que comienzan a ser explotadas por el Capital; menuda disyuntiva la de cambiar de explotadores en aras de ganar mas derechos.
Si bien es real que las mujeres han accedido a lugares de trabajo considerados tradicionalmente masculinos, las desigualdades aun persisten, ejemplo de ello son los indicadores en términos de acceso a oportunidades laborales, así como la desproporcionada diferencia en la mayor parte de los rubros en materia salarial a favor de los varones.
No obstante no debemos menospreciar en lo mas mínimo el ingreso de las mujeres al mercado laboral; su inclusión a la tasa de actividad produce grandes modificaciones en las relaciones de género, provocando transformaciones subjetivas en las propias mujeres (en muchos casos en base a procesos de empoderamiento alentadores y emancipatorios, y en otras ocasiones, produciendo efectos mimetizantes con una condición androcéntrica).
Así mismo, debemos de visualizar las continuas estrategias de exclusión que el mercado patraricapitalista genera para determinadas manifestaciones de lo femenino, donde las mujeres negras y las mujeres transgénero encuentran serias dificultades para ser integradas y se mantienen en los márgenes de la exclusión.
Por otra parte, la ausencia de estrategias de corresponsabilidad entre varones y mujeres, así como las desigualdades mencionadas, conspira en contra de que las mujeres logren una inserción plena e igualitaria en el mercado laboral. Tomando en cuenta los avances legislativos a nivel nacional e internacional (convenciones de la Organización Internacional del Trabajo, dirigidas a la protección de los derechos de las mujeres en los ámbitos laborales por ejemplo) cabe interrogarnos si atendiendo a las persistencias de las desigualdades, la estrategia que se ha seguido es la mas eficaz. ¿Puede alcanzarse un estado pleno de igualdad y/o equidad entre los géneros sexuales en el marco de un sistema de producción económica que privilegia y se sostiene a si mismo en base a ellos? Si consideramos que la desigualdad en materia de oportunidades y las condiciones de injusticia son inherentes al capitalismo, cualquier pretensión de igualdad entre los géneros carece de fundamentos y termina siendo ilusoria. Tal vez este clivaje conceptual sea unos de los principales puntos a seguir reflexionando, y donde los intentos de las feministas marxistas de la segunda ola por sortearlo vuelven a cobrar sentido.
Establecer estrategias de corresponsabilidad y conciliación entre los ámbitos públicos y privados conlleva desafíos aun no planteados por los Estados.
Supone la necesidad de resignificar el orden de sentidos y significados que establece equivalencias simbólicas entre masculino=público, femenino=privado.
Implica transitar hacia un proceso de regenerización de las relaciones sociales, de renegociación de los pactos entre varones y mujeres; pactar nuevos contratos intersubjetivos e intergenéricos entre varones y mujeres, a la vez que renegociar los contratos de género sobre los que se encuentran asentadas nuestras sociedades y culturas; propiciar el reconocimiento de la diferencia ya no en términos de desigualdades ni complementariedades; sino a partir de la refundación de las identidades de género en base a cimientos flexibles que permitan trans-itar por los géneros sin por eso consolidar-se en lo masculino y lo femenino.
Existenciarios subjetivos que invitan a nuevas transiciones genéricas.
Transitar por procesos de regenerización implica necesariamente hacer estallar las categorías conocidas de lo masculino y lo femenino.
Como vimos anteriormente, la noción de género desde sus inicios estuvo vinculada directamente a la existencia de personas que no encontraban una adscripción subjetiva en el ordenamiento simbólico que propone el sistema sexo/género occidental. Las personas intersexuales y las personas transgénero han puesto en tela de juicio el carácter binario y hegemónico de las relaciones de género, que los excluye y no los representan en su existir.
No solo denuncian las injusticias sociales a las que son sometidos, la falta de oportunidades para el desarrollo de sus derechos y el respeto a los mismos, sino que cuestionan las categorías analíticas desde los cuales se los intenta comprender.
La categoría de género se vio permeada por dichos existenciarios que reclaman ser representados, poniendo el acento en el sistema de representaciones. Los aportes de Teresa de Lauretis en este punto han contribuido a entender el género desde su punto de vista simbólico y representacional; en una línea similar Butler lo formulara como "una ficción reguladora" de las relaciones.
La intersexualidad y el transgenerismo interpelan las representaciones sociales de lo femenino y lo masculino; desestabilizan el orden de género hegemónico, proponiendo la feminidad y la masculinidad como un continum y no como características mutuamente excluyentes. Tal vez por ello, las estrategias biopolíticas del poder sean mucho mas perversas con las personas intersexuales y transgénero, marginándolos, volviéndolos invisibles y cuerpos abyectos. La expectativa de vida de las personas transgénero, que no sobrepasan los 40 años, la expulsión de las instituciones educativas como consecuencia del acoso que sufren, la inexistencia de posibilidades de empleo que las condena a la prostitución, son ejemplos de ello.
La posibilidad de representar socialmente a las personas transgénero hace estallar la categorías genéricas binarias, capturadas en lo masculino y lo femenino; al generar el reconocimiento por parte de los Estados de sus existenciarios, trae como consecuencia directa la reivindicación de derechos antes vedados. En Uruguay, el reconocimiento por parte del Estado a partir de la promulgación de la ley de identidad de género, trajo como consecuencia la implementación de políticas sociales hacia la población transgénero, así como la concreción de llamados específicos para el acceso a oportunidades laborales en la órbita estatal.
Las relaciones entre deseo-cuerpo-género transitan así por procesos socio históricos que buscan resistir hoy en días las cristalizaciones identitarias binarias.
De lo que Foucault denominó como "implantación perversa", descripción que alude a cómo las subjetividades periféricas fueron canalizadas como "nuevas formas de individuos", asistimos a una necesidad de desdibujamiento de la diferencia en función del necesario reconocimiento de la multiplicidad. Al decir de Ana maría Fernández, no hacer del rasgo totalidad, lo que a su vez encierra el peligro de despolitizar la diferencia. Otra cautela a tener en cuenta es la pretensión de entender las relaciones de género del presente a partir de lo que han sido construcciones histórica de lo masculino y lo femenino, ya que de esa forma se pueden oscurecer la emergencia de estados subjetivos que escapan a las taxonomías conocidas.
Otro de los principales desafíos a los que se enfrenta la categoría de género es poder dar cuenta de los existenciarios masculinos, descentrarse de su fundamento epistemológico original que lo ubicó como una noción intercambiable a la de "mujer", y transformarse en una noción global que permita abarcar y dar cuenta de las vivencias del genero masculino. No es casualidad en tal sentido que actualmente se hable de "género y masculinidades" como si el término masculinidad refiriera a un concepto por fuera de los estudios de género; Michael Kimmel plantea la noción de "prisma de la masculinidad" como si esta no fuera una expresión dada por un ordenamiento de género determinado; en todo caso si de categorías dicotómicas habláramos, deberíamos referirnos a masculinidad y feminidad y no contraponer la de género.
Pero dichas dificultades no se presentan solo a la hora de la nominación epistemológica de los estudios en cuestión, sino que se plantea concretamente en debates y acciones dirigidas a los varones.
¿Cuán difícil resulta pensar y establecer políticas públicas de género dirigidas a los varones?
¿Qué cuestionamientos levantan estrategias de intervención y sensibilización con perspectiva de género hacia los varones?
Tal vez el género en tanto categoría y campo de estudios, esté llamado también a desnaturalizar el lugar de varones en las relaciones sociales, a la vez que posibilite desempoderar-se del lugar culturalmente asignado y que provoca malestares y molestares como lo expresa Luis Bonino Méndez, para poder trabajar en aras de la igualdad. Incorporar la perspectiva de género desde la experiencia de los varones para reconocer los derechos que el ejercicio de los privilegios otorgados han negado a las mujeres. Incorporar el género para poder visualizar lo femenino y lo masculino no como diferencia estancada sino como continuo devenir.
Se trata en definitiva de incorporar otros existenciarios subjetivos para que el género deje de estar entre las piernas.















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