Guerra de Tronos

June 7, 2017 | Autor: E. Sicilia Cardona | Categoria: Ancient History, Military History
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alejandro magno

GUERRA de

tronos Las luchas de los sucesores de Alejandro Magno por su herencia dividieron el Imperio, acabando con el sueño universalista del conquistador. enrique f. sicilia cardona , historiador y periodista

hoplitas griegos (guerreros de infantería pesada). Relieve en el British Museum, Londres.

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alejandro magno puerto de mandraki, rodas. La isla fue

escenario de las luchas entre los diádocos.

Alejandro magno, detalle del mosaico

de la Casa del Fauno. Pompeya, siglo ii a. C.

L

a hazaña de conquista que llevaban a cabo Alejandro Magno y su excepcional ejército se vio interrumpida tras largos años de campañas. En primer lugar, por la rebelión de su tropa en los confines de la India, y, poco después, por la repentina muerte del rey macedonio. Alejandro se había exigido mucho a sí mismo y a sus súbditos durante ese largo y victorioso espejismo oriental. El conquistador dejaba tras de sí un imperio relativamente nuevo, controlado por un fuerte poder militar y con unas estructuras internas aún en construcción. No existía un heredero acorde con la leyenda alejandrina; apenas una promesa de tal, teniendo en cuenta que Roxana, la esposa del Magno, todavía no había dado a luz a su hijo. A todo ello se unió la personalidad de unos generales am­

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buena parte de los generales del magno quisieron extender su esfera de influencia a costa de los demás biciosos y violentos, una mezcla con garantías de provocar graves enfrentamientos por la supremacía. La muerte del Rey, ocurrida en 323 a. C., abrió un período convulso de varias décadas en las que estos oficiales, llamados diádocos (sucesores), lucharon entre sí. Unos lo hicieron para mantener el difuso espíritu unitario de Alejandro, y la mayoría para extender su esfera de influencia territorial a costa de los demás. Casi todos ellos habían acompañado a Alejandro en vida para asegurar las conquistas,

secundarle en sus propósitos bélicos y admi­nistrar el enorme imperio que estaba creando. Las guerras entre los diádocos se desencadenaron por doquier hasta la fecha aproximada de 276 a. C., cuando los diferentes reinos helenísticos (Macedonia, con la dinastía de los antigónidas; Egipto, con los ptolemaicos; o Mesopotamia-Persia, con los seléucidas) aparecen ya plenamente consolidados.

El reparto del Imperio

En las deliberaciones mantenidas tras los funerales del Magno se evidenciaron las diferencias entre las facciones macedónicas, y finalmente se estableció un statu quo inestable entre las dos más importantes. Una la representaba Pérdicas, que, con su doble cargo de quiliarca (lo más parecido a un general en jefe) y regente, intentaba preservar el ideal alejandrino

en la zona oriental del Imperio. Apostaba por ese régimen hasta que Alejandro IV, el hijo de Roxana, alcanzara la mayoría de edad. El viejo Antípatro, mientras tanto, sostenía la hegemonía macedónica en la mitad occidental. Pero la temprana desaparición de Pérdicas, asesinado en una conjura, propició el llamado Pacto de Triparadisos, suscrito en Siria (321 a. C.). Básicamente, los diferentes oficiales, con Antípatro como árbitro, se fueron repartiendo el antiguo imperio. Esta división supondría en la práctica la defenestración del modelo de monarquía universal unitaria que auspició y soñó Alejandro. Los protagonistas de Triparadisos se acomodarían paulatinamente en sus áreas de influencia, constituyendo el germen de futuras estructuras políticoimperiales. Los mayores beneficiados de este encuentro pactado fueron Antípa-

tro, con su nuevo título de regente; Ptolomeo, que conservaba Egipto (rico en recursos y con una economía avanzada) y unía además la Cirenaica; y Antígono, que continuaba al cargo de su satrapía de Frigia (en la actual Turquía) y, de hecho, se presumía como la principal figura en la parte asiática. Otros protagonistas importantes de los acontecimientos futuros

antígono se proclamó rey de macedonia, y sus rivales imitaron pronto este avispado movimiento suyo también se llevaron aquí su parte del pastel, como por ejemplo Seleuco, que obtuvo la satrapía de Babilonia, y Lisímaco, que renovó su puesto en Tracia.

Luchas perennes

Durante los siguientes años, la principal figura ofensiva fue Antígono, sobre todo a raíz de la muerte de Antípatro en 319 a. C. Ganó poder en las guerras que se libraron y que le dejaron muy cerca de la preponderancia absoluta, lo que pareció confirmarse cuando se autopro-

clamó rey de Macedonia, y no de la parte que controlaba, Frigia. Era un impulso significativo, ya que se arrogaba el derecho a suceder a la línea del Magno, tras ser asesinado Alejandro IV unos años antes. Asimismo, creaba una posible sucesión cómoda, al entronizar también a su hijo Demetrio en paralelo y generar con ello una nueva dinastía. Estaba ya muy claro que la principal amenaza para todos eran las aspiraciones de Antígono, aunque su avanzada edad (cercano ya a los ochenta años) podía suponerle un serio contratiempo a la hora de disfrutar de su plausible victoria final. Los rivales no tardaron en imitar este avispado movimiento. Seleuco, Lisímaco y Ptolomeo, por ejemplo, se proclamaron también reyes de sus respectivos dominios. Ahora todos lucharían por sus tronos, y lo harían de igual a igual, puesto que en la parte oriental del antiguo imperio la figura casi mítica del rey estaba muy arraigada, con lo que sus nuevos monarcas contaban con el apoyo de la población local. Éstos, además, no habían olvidado adoptar el gusto alejandrino por la representación, la divinización en vida y la propaganda. Pero para luchar se necesitaban sobre todo dinero y hombres. Lo primero tra-

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alejandro magno

diádocos y estrategias en marcha



RD

O AN

S TA

Mar Caspio

Mar Negro

S TRACIA

REINO DEL PONTO

MACEDONIA

pérdicas

CAPADOCIA

Pela

General de Alejandro Magno, participó en todas sus batallas. Tras la muerte de éste, fue regente en nombre de Filipo III (hermano del con­ quistador) y Alejandro IV (hijo póstumo). Ante su ambición y autori­ tarismo, se desató la lucha con Antípatro y Antígono. Fracasada su expedición a Egipto, varios de sus oficiales le asesinaron en 321 a. C. Uno de ellos era Seleuco, que se haría con Babilonia y Siria.

Helesponto PELOPONESO

Atenas

Pérgamo

FRIGIA

Ipsos (301 a. C.)

Esmirna

Chipre

Mar Mediterráneo

antípatro

Gobernador en Grecia y general en jefe de las fuerzas de Alejandro en Europa, se convirtió en regente a la muerte de Pérdicas, contra el que había luchado en alianza con otros diádocos. Murió poco des­ pués por enfermedad, dejando la regencia a Poliperconte, compañe­ ro suyo, en lugar de cederla a su hijo Casandro. Se cree que evitaba así amenazar a los diádocos con una jugada dinástica, aunque tam­ bién podría haber intentado coartar la enorme ambición de su hijo.

casandro

Rechazado por su padre como sucesor en la regencia del Imperio, Ca­ sandro buscó la alianza de Antígono, Ptolomeo y Lisímaco para com­ batir a Poliperconte. Derrotado éste, Casandro se proclamó regente y dio muerte a Olimpia, madre de Alejandro Magno. Eliminó también a Roxana y su hijo Alejandro IV, y después se encargó de Heracles, su­ puesto hijo del Magno con una amante frigia. Casandro se coronó rey, pero, tras Ipsos, murió por una dolencia relacionada con la hidropesía.

taban de obtenerlo por varios cauces en esas sociedades mayoritariamente rurales y estratificadas sobre las que reinaban: mediante impuestos, intercambios comerciales, tesoros de los templos, botines de guerra, saqueos..., o mecenazgos “desinteresados”. El mercantilista Ptolomeo, con sus continuas aportaciones para sufragar las empresas más o menos temerarias de aliados ocasionales, fue el máximo exponente. Respecto a los ejércitos, todos tenían un pasado greco-macedónico. Consistían en un núcleo cohesionado y más profesionalizado que servía como aglutinante de las tropas auxiliares y mercenarias, reclutadas o contratadas puntualmente para cada campaña. Suele pasar desapercibida para numerosas fuentes la gran similitud en armamento, entrenamiento, nacionalidades y tácticas de los diferentes contendientes. Ello impedía

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CIRENAICA LIBIA

Antioquía

Territorios bajo Casandro Territorios bajo Lisímaco Territorios bajo Ptolomeo Territorios bajo Seleuco Reino de Epiro

PARTIA

Paraitacene (317 a. C.) PERSIA

BABILONIA

Babilonia

Alejandría

Gaza (312 a. C.) Sitio de Pelusio (306 a. C.)

EGIPTO

la gran similitud de los ejércitos impedía a menudo victorias decisivas en los campos de batalla conquista podía suponer un duro golpe para los intereses económicos ptolemaicos y para el control de las vías marítimas de cabotaje, además de servir para la conexión estratégica entre Grecia y Asia Menor. El asedio, uno de los más famosos de la Antigüedad, se saldó con otro fracaso de los antigónidas en 304 a. C. y con un probable derroche de recursos y fuerzas. No es muy descabellado pensar que, de haber vencido en alguna de estas empresas, hubiesen tenido el camino más despejado hacia la victoria total. Ya fuese al eliminar físicamente a uno de

ARABIA

lisímaco

Ayudante de campo de Alejandro, a la muerte de éste fue nombrado gobernador de la inestable Tracia. En 301 a. C. se alió con Casandro de Macedonia (hijo de Antípatro) y Seleu­ co frente a Antígono y su hijo Demetrio, a quienes vencie­ ron en Ipsos. Lisímaco invadió Macedonia en 288 a. C. y se alió con Pirro de Epiro para expulsar a Demetrio del trono. Terminó sus días en una confrontación frente a su antiguo aliado Seleuco. Se decía que su manera de gobernar era al­ go bárbara o directamente brutal, aunque embelleció ciuda­ des a su cargo, como Pérgamo o Esmirna.

Gabiena (316 a. C.)

seleuco

PALESTINA

Acompañó a Alejandro en las primeras fases de su conquista de Asia. En esos años fue nombrado sátrapa (protector) de Frigia. Perdió un ojo en sus combates con fuerzas irregulares persas, de ahí su sobrenombre Monóftalmos, que significa “tuerto”. Tras la muerte del Rey se lanzó a unificar los territo­ rios alejandrinos en una lucha contra sus compatriotas. Tenía un considerable prestigio entre sus hombres y aunaba las cualidades de buen estratega y diplomático cuando la ocasión lo requería. Muy desconfiado, solo delegaba en familiares próximos algunas de sus operaciones táctico-estratégicas.

Antes de que todo se resolviese en la monumental batalla de Ipsos, algunas acciones ya podrían haber decidido, con otro resultado, la guerra de tronos vigente. Con su difícil posición geográfica central (los reinos rivales le rodeaban), Antígono inició un ataque combinado contra Ptolomeo en Egipto, el principal “banquero” y granero de sus enemigos, que fracasó debido a fuertes tormentas en el mar y a la infranqueable posición de Pelusio, ciudad que intentó abordar en 306 a. C. Un año después, tanto él como, sobre todo, su hijo desviaron su atención hacia la isla de Rodas. Gran centro comercial, su

IA

SIR

antígono

a menudo victorias definitivas en los distintos teatros de operaciones. Así lo demuestran choques producidos en tierra como Paraitacene (317 a. C.), Gabiena (316 a. C.) o Gaza (312 a. C.).

Los años decisivos

CILICIA

Sitio de Rodas (305 a. C.)

Creta

MEDIA

Gaugamela (331 a. C.)

FE NIC IA

Lucha por el pastel

GE

Golfo Arábigo 0

350 km

Su sobrenombre, Nicátor, significa “el Victorioso”, y fue el último de los diádocos en morir, además de uno de los más brillantes. En tiempos de Alejandro actuó como comandante de sus más selectas tropas de infantería. En Triparadisos se le entregó la satrapía de Babi­ lonia, pero fue expulsado de allí por Antígono. Regresó a sus dominios tras la derrota de Demetrio en Gaza. Después de Ipsos, sometió a éste a encierro y se enfrentó con éxito a Lisímaco por el control de Asia Menor. Murió asesinado por un hijo de Ptolomeo, pero lo­ gró fundar la dinastía seléucida, que perduró hasta la llegada de los romanos.

demetrio

Demostró ser un eficiente ge­ neral, flexible en el mando, arrojado y el mejor elemento familiar de la política de Antí­ gono, su padre. Tras la derrota de Ipsos, pudo escapar y tuvo gran protagonismo como rey de Macedonia (294-288 a. C.). Murió confinado por Seleuco cinco años después.

sus principales rivales (con la toma de Egipto) o bien al estrangularle económicamente (con la conquista de Rodas). La continuación de su política agresiva se centró esos años (303-301 a. C.) en la recuperación de Grecia frente a Casandro, hijo de Antípatro. El avance de los antigónidas en la Hélade se saldó con un triunfo limitado, ya que no pudieron desalojar a los enemigos de la parte norte de Grecia, la más cercana a Macedonia. Esta nueva desviación del esfuerzo de guerra, un grave desliz estratégico, permitió la recuperación de los rivales y la posterior forja de una peligrosa coalición, dejando la iniciativa en manos enemigas. Habría sido mejor intentar eliminar al más débil, Lisímaco, en Tracia, territorio puente entre Grecia y Asia. El imperio de Antígono se habría extendido de manera ortodoxa, continua, y, desde allí, podría haber ejercido una influencia amena-

ptolomeo

Este macedonio también acompañó a Alejandro Magno en muchas de sus hazañas. Co­ mo regente, Pérdicas le nombró gobernador de Egipto y Libia. Pero la posterior apropia­ ción por parte de Ptolomeo del cuerpo de Alejandro para su entierro en Egipto levantó la ira de Pérdicas, que se enfrentó a él. Ptolomeo derrotó a Pérdicas en su intento de in­ vasión, y el regente sucesor, Antípatro, le dio su respaldo. Una vez autoproclamado rey, rechazó el ataque de los antigónidas y contribuyó a la defensa de la isla de Rodas (sus habitantes le apodaron Sóter, “el Salvador”). Tras Ipsos incrementó su poderío naval en el Mediterráneo. Fundó la dinastía ptolemaica, también llamada lágida.

zante sobre toda la Hélade o incluso atacar a la madre patria macedónica. La hora final se acercaba y los bandos iban moviendo pieza para la campaña determinante en ciernes. Casandro intentaba distraer, con menores fuerzas, al ubicuo Demetrio en Grecia, mientras apoyaba con un contingente a Lisímaco. Éste, por otro lado, cruzaba algo pronto el Helesponto hacia Asia con su tropa. Era un avance temerario, puesto que Seleuco todavía no estaba preparado para reunirse con él desde Babilonia y tampoco Ptolomeo desde Egipto. Seleuco interrumpió sus campañas en la India, ofreció un tratado de paz al rey Chandragupta y, a cambio de respetar sus territorios, se agenció una enorme cantidad de experimentados elefantes de guerra, de capital importancia en la batalla que se avecinaba. Poco antes, el extendido y dividido ejército de Lisímaco estuvo a punto de ser

copado hasta dos veces en la primavera de 302 a. C. por las tropas de Antígono, pero en ambas ocasiones se las ingenió para escapar del cerco. Durante el otoño de ese año, la cercanía de Seleuco por el este obligó a Antígono a pedir ayuda a su hijo en Grecia para reforzar su ejército, dado que podía toparse con fuerzas enemigas en dos frentes diferentes. Demetrio cumplió a la perfección. Se reunió con su padre para formar un contingente combinado de casi ochenta mil hombres y unos setenta y cinco elefantes. Frente a ellos, los ejércitos de Lisímaco y Seleuco ascendían a unos setenta y cinco mil hombres y cuatrocientos elefantes (Ptolomeo oyó en Siria falsos rumores sobre la derrota de sus aliados y regresó a Egipto). Los cuatro personajes se verían las caras en la primavera de 301 a. C. sobre una llanura cercana a la población de Ipsos, en Frigia.

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alejandro magno Seleuco, viendo esas disposiciones, situó un centenar de sus elefantes frente a los del enemigo en su ala derecha, pero aglutinó trescientos en una reserva tras sus líneas, algo bastante innovador. Por último, es de suponer que en vanguardia de los ejércitos enfrentados se emplazaron las típicas tropas ligeras o auxiliares. Los aliados adaptaron su dispositivo para contrarrestar los ataques previstos que podían lanzar las fuerzas antigónidas, y

el error de demetrio fue alargar la persecución, lo que dio tiempo a seleuco para tomar medidas lo dotaron de una mayor profundidad. La victoria, debió de pensar Antígono, dependería de la posibilidad de desbordar o quebrar el flanco enemigo de caballería con su hijo Demetrio, girar a continuación por la retaguardia de las falanges enemigas y atacarlas desde dos frentes al unísono para destrozarlas o coparlas (la táctica alejandrina del yunque y el martillo). Si ese ataque de caballería no funcionaba, la infantería enemiga comandada por Lisímaco, junto a su superior masa de elefantes, podría decantar la lucha a favor de la fuerza aliada.

La deriva de la batalla

El templo de zeus que Seleuco I mandó

reconstruir en Olba, actual Uzuncaburç, Turquía.

Intenciones e inflexiones

La principal fuente escrita, debida a Plutarco, narra sucintamente los hechos que tuvieron lugar. El desenlace se conoce también por monedas halladas que conmemoran el resultado. Las fuerzas se distribuyeron de la manera habitual: la infantería pesada en el centro, en formación de falange, compuesta a su vez por una sucesión organizada de múltiples cuadrados de 16 filas por 16 columnas llamados syntagma. Los soldados portaban casco, grebas, un pequeño escudo circu-

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lar y una larga pica como arma característica llamada sarissa, que asían con ambas manos. Junto a ellos, seguramente, se situaban elementos diversos de infantería u otros cuerpos especializados. En ambos flancos se apostaba la caballería, generalmente la de más calidad en la zona derecha de su línea de batalla, como hizo Antígono con su hijo Demetrio. La de los aliados quedó al mando del hijo de Seleuco, Antíoco. En cuanto a los elefantes, todos los antigónidas se colo­caron en su ala débil de caballería, a la izquierda.

El lance se abrió con órdenes y exclamaciones en la lengua común a todos, la koiné. Las tropas ligeras, junto con los elefantes desplegados al frente, serían las primeras en luchar, aunque probablemente no se hizo esperar el ataque de Demetrio, que derrotó a sus rivales en esa ala. Su error fue extender demasiado la persecución posterior. Eso dejó tiempo a Seleuco para tomar las contramedidas necesarias. Amenazó el flanco desguarnecido de Antígono y se enfrentó con éxito a la nueva acometida de la caballería de Demetrio, con su reserva de elefantes ahora girada, dando la espalda a la batalla principal. Mientras, Lisímaco y Antígono mantenían un pulso con sus respectivas infanterías, aún sin vencedor claro. Seleuco puso finalmente en fuga a la caballería enemiga, incapaz de atravesar el

Elefantes, la jugada maestra

armaduras, aunque eran bastante ca­ ras, e incluso con torres.

toneladas de peligro Según algunas fuentes, los macedonios conocían los elefantes desde la batalla de Gaugamela (331 a. C.) contra los persas. Pero sufrieron realmente a 200 de ellos en 326 a. C., en la batalla del Hidaspes (en la imagen) entre Alejandro y el rey indio Poros. Luego se emplearían en al­ gunas luchas de los diádocos, pero no fue hasta Ipsos cuando decantaron la ba­ lanza de un enfrentamiento.

gigantes vulnerables En batalla podían ser temibles, aunque tenían puntos débiles (algo espantadi­ zos, inestables ante ruidos o heridas...) que podían cambiar peligrosamente las tornas. Se organizaban en cuerpos de hasta 64 elefantes, y la distancia entre cada uno oscilaba entre los 15 y los 30 metros. Esos huecos solían rellenarlos efectivos de infantería ligera, encarga­ dos de impedir el ataque a las sensibles patas o el vientre del animal.

El tanque oriental de la Antigüedad definió la victoria en Ipsos

cordón de hombres y animales formado ante sí, lo que decantó la batalla a favor de los aliados. Antígono, que se encontró aislado y atacado por varios puntos y fuerzas a la vez, murió en la lucha. La consecuencia inmediata tras Ipsos fue el fin del imperio unificado de Antígono y el derrumbe de esa idea de dominación total procedente de la colosal figura alejandrina. En realidad, era una idea casi impracticable, por la gran paridad existente entre casi todos los enfrentados. A medio plazo, estas luchas entre

Los elefantes que participaron en Ipsos eran de la especie asiática. Medían entre 2 y 3,5 metros, con un peso aproximado de entre 2 y 5 toneladas, y alcanzaban una velocidad máxima de 16 km/h. En­ trenados desde jóvenes, su edad óptima para combatir frisaba los cuarenta años. Eran manejados por un mahout, sentado a horcajadas tras su cabeza, y solían lle­ var dos o tres arqueros montados sobre el dorso. A veces podían aparecer con

reyes afianzaron fronteras, pero también se regeneraron las corrientes comerciales y se potenció la fundación de ciudades, lo que abrió paso a unas sociedades capaces de aprovechar las ventajas económicas resultantes. Y, en conjunto, aunque las guerras y traiciones no cesaron, un cierto espíritu político, de negociación, se asentó en los nuevos estados. Al fin, aquellas monarquías creadas a sangre y fuego extendieron con eficacia la cultura y el arte helenísticos durante varios siglos más en tres continentes.

Para saber más Ensayo Barreiro Rubín, Víctor. La guerra en el mun­

do antiguo. Madrid: Almena, 2008. Grimal, Pierre. El mundo mediterráneo en la Edad Antigua II. El helenismo y el auge de Roma. Madrid: Siglo XXI, 1990. Lozano Velilla, Arminda. El mundo hele­ nístico. Madrid: Síntesis, 2010. Monografía

Waldemar y Jones, Ryan. Mace­ donian Warrior: Alexander’s Elite Infantry­ man. Oxford: Osprey, 2006. En inglés. Heckel,

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