HACER POLÍTICA - \"NADA VOLVERÁ A SER IGUAL. Registro de la escena hardcore-punk tapatía\"

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HACER POLÍTICA Horacio Espinosa -2013-

HACER POLÍTICA Escribo esta pequeña remembranza por la invitación de mi amigo Israel Martínez que, básicamente, me pide escribir sobre “aquellos locos años” del punk-hardcore en Guadalajara, a principio de los años noventa. La tentación épica está ahí para relatar que uno se encuentra en el centro de una historia de la cual participó de forma consciente, sabiendo siempre lo que eso significaba. Nada más alejado de la realidad porque la memoria implica una reconstrucción de los hechos. La Historia siempre la escriben los vencedores y en la reescritura de nuestra propia historia uno siempre quiere ser héroe y estrella. Recordar no es vivir, es mentir.

Horacio Espinosa -2013-

Horacio Espinosa es Doctor en Sociología por la Universidad de Barcelona, melómano y trotamundos.

Por lo tanto, tratando de no mitificar, tan solo diré que el punk era una cosa muy distinta de lo que se ve hoy en día. Permítanme aclarar: a principio de los años noventa, en una sociedad como la mexicana y sobre todo como la tapatía, había muchas expresiones culturales para las cuales ni la sociedad ni los medios se encontraban totalmente abiertos y que ni siquiera estaban dispuestos a escuchar, mucho menos a tolerar. Y es que en el crepúsculo de los setenta años de PRIísmo, el punk y el rock en general seguían siendo cosas de vándalos, nuevas para la mayoría. No había cultura juvenil alternativa “de masas”, mucho menos industria musical fuera de Televisa, las tiendas donde vendían punk eran pequeños negocios autogestionados por fanáticos del rock. En muchos casos, como la mítica tienda Imagen Pública, la mayor parte de las ventas eran copias piratas en casete. Por supuesto no había emporios tipo Mix Up, tampoco había llegado la MTV. De hecho, muy bien. Tampoco es que la escena punk fuera muy longeva. Éramos la siguiente generación de quienes “inventaron” el punk en la ciudad. Y los primeros discos punks grabados en el terruño no eran de finales de los setenta como en Inglaterra, sino de finales de los ochenta. Ya habían pasado más de diez años desde el Londres del ’77 pero Guadalajara apenas estaba viviendo la explosión punk. Nuestro 1977 no llegó hasta 1987 y, por lo tanto, en los primeros noventa tapatíos apenas de descubrían los ochenta. Al menos es lo que creo yo. Supongo que en el D.F. algunos hijos de papi tuvieron la oportunidad de tener los vinilos originales de The Clash ya desde 1977, e incluso lloraron la muerte de Ian Curtis “en vivo”, pero para alguien de clases populares tapatías los ritmos fueron mucho más lentos, todo tardó “en llegar” y cuando llegó, ya se estaba en otra onda. Será por eso que más que punk rock, en Guadalajara los primeros grupos ya hacían hardcore agresivo, más de acuerdo con la atmósfera “global”, o un punk rock más acelerado de lo normal.

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Otra particularidad es que además de los iconos globales del punk y el hardcore como Sex Pistols, los Clash, The Exploited, G.B.H., Dead Kennedys o Black Flag, lo que en verdad inspiraba a la multitud de desarrapados que nos amontonábamos en discotecas, bodegas o talleres nada punkis, era el punk en español, sobre todo el ibérico. La Polla Records, Kortatu o Eskorbuto para la escena mexicana fueron igual, sino es que más importantes, que los Pistols. Al menos recuerdo haberlo vivido así: horas y horas escuchando casetes de La Polla hasta que pasaban a formar parte del inconsciente. Responder(te) a interrogantes políticas o existenciales con el cancionero de La Polla era algo de lo más común para mi generación, y hasta la fecha Evaristo me sigue pareciendo una de las personas que mejor ha sabido canalizar la rabia e indignación juvenil. Sí, sí, Johnny Rotten, Joe Strummer, Jello Biafra y la historia, pero para muchos de los compas es como si “El Evas” hubiera inventado el punk. Ni me pregunten por qué, pero sí puedo decir que no había ningún complejo frente al anglosajón, se cantaba a los punkis en español como “lo más”.

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Igualmente importantes que los de fuera era la mitología punk nacional: Solución Mortal, Massacre 68, Atoxxxico y, por ser locales, especialmente, Sedición. Aún así, no podría decir que siempre estaba al día con los conciertos. A Atoxxxico nunca los escuché en vivo, a Massacre 68 los oí hasta su reunión en 2004 en “Las Bíaz”, en lo que fue un conciertazo lleno de sudor y cabezas abiertas. Solución Mortal sí me tocó verlos en el Éxtasis, un sitio con pinta de table ochentero. Una “disco” recubierta de espejos que se empañaban con el sudor del slam (lo de “pogo” era más de conocedores). El lugar se encontraba “bajo tierra”, en el estacionamiento de la Plaza Tapatía, por lo que se podía decir que era auténticamente “underground”. En ese sitio normalmente programaban otra música, no sé de qué tipo, pero el punto es que tan sólo se rentaba para conciertos punks un día al mes, si mal no recuerdo, o mejor dicho, se rentaba para conciertos “under” en general, ya que siempre tocaba un grupo metalero y luego un punki, un metalero y un punki, así, con total parsimonia. Mientras tocaban unos, los otros salían a beber y fumar en el estacionamiento y pasillos subterráneos de la Plaza.

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Mi impresión al llegar ahí por primera vez, con trece o catorce años, fue la de estar en un lugar fuera de todo orden establecido. Los punkis con sus mohicanas, las botas, el sudor en los pasillos y el aroma a vicio. Mi primera experiencia punk podría decirse que fue estética: un estado de shock. Y fue en “el Éxtasis”, un sitio con un nombre y una atmósfera insuperable: paria, sexy y rebelde. Total, que ahí íbamos en procesión, un grupo de chavos que representábamos al público del lugar: punkis y metaleros, o mejor dicho, algunos más o menos metaleros y otros más o menos punkis, o ve tu a saber qué, por que en aquellos tiempos no se había definido “la etiqueta” del traje punk. Las definiciones vinieron después. Ahí fue que vi a Solución Mortal, uno de los grupos míticos de México, de Tijuana, y con años de trayectoria, de los pocos que habían tenido una resonancia en el extranjero, incluso llegando a tocar con Dead Kennedys en su tiempo. Pero como siempre, lo más importante es la experiencia. El concierto fue un trallazo directo y a la cabeza, lleno de sudor y energía. Lo que queda de esa tarde son “flashazos” de impresiones, ruidos, gestos secos y cuerpos brincando. Y entre todas las caras la de una punki: amor fugaz entre guacareadas en el pasillo del Éxtasis. Se llamaba Nancy, por lo que además de guapa tenía “EL Nombre”, aquel con el aura mítica de la vida maldita del punk. No recuerdo haber escuchado a Sedición en el Éxtasis, pero ni falta que hacía porque en aquellos tiempos tocaban en todas partes, desde preparatorias, bares o en algunas de las pocas salas de conciertos de la época. Uno de los conciertos que mejor recuerdo de ellos fue uno de tantos en el Roxy, probablemente el único lugar tapatío que ha adquirido la categoría de mito. En ese concierto había varias bandas y no me pregunten ni el año ni el cartel sino tan sólo el recuerdo de “los buenos tiempos”. La banda reunida, la entrega a la situación, a la música, al slam y a la camaradería. Todos junto con el Sapo Vengador coreando los temas de Extintos, En las Calles, Verdaderas Historias de Horror, hasta terminar con el clásico cover de “Ellos dicen mierda” de La Polla. ¿Habrá quién, en Guadalajara, creyera que era original de Sedición? No sería extraño porque el grupo siempre la tocaba como si fuera propia, por la autenticidad me refiero.

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En fin, este concierto de Sedición en el Roxy pudo haber sido cualquier otro en cualquier otra parte y eso es lo que significó Sedición y otras bandas locales, como los Atheos o Tried: aquellos grupos que compartían nuestra suerte de tratar de sobrevivir a una ciudad que nos veía como mero salpullido que era rascado y rascado esperando que en algún momento se fuera. Las leyendas locales eran como hermanos mayores que además de un soundtrack para sobrevivir y resistir, de vez en cuando nos jalaban las orejas para “ponernos al tiro”, como cuando el Sapo cantaba “Nos dividen y nos vencen”, una especie de predicción de lo que pasaría con la escena al paso de los años. Esos momentos en que al unísono se coreaba un “himno punk” te hacían creer en la existencia de un hilo de plata que nos unía a todos los desgarbados y zarrapastrosos. Guadalajara nunca ha querido a sus jóvenes, vistos básicamente como vándalos o “carne para picadora”, mucho menos ha querido a los punks.

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Hostigados en nuestros propios lugares de reunión, el Roxy fue víctima de mil y un atropellos por parte de las autoridades, tanto PRIístas como PANístas. ¿Cuántas veces fue cerrado sin motivo? ¿Cuántas veces los asistentes fuimos atacados por la policía sin razón, golpeados, ridiculizados, llevados a prisión? Con el Roxy como ejemplo, podemos decir que las autoridades locales tienen una deuda histórica aún no saldada con sus jóvenes. Pero no era sólo la policía o la autoridad sino lo que como punkis simplemente reconocíamos (quizás ingenuamente) como “El Sistema”. Muchos tapatíos “de a calle” se sentían increpados por la apariencia y formas punkis. Recuerdo a algún envalentonado que se bajó de un camión sólo para ir directamente contra mí y querer golpearme “por maricón”. ¿Le habrían molestado mis greñas azules en punta, como un erizo psicodélico, cuando aún la alopecia no hacía de las suyas?

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Para un adolescente punk todo era sospechoso de formar parte del “Sistema”, desde los bancos, la policía y muchas veces hasta un coche estacionado. Recuerdo haber salido alguna vez de un concierto improvisado en un taller mecánico de la colonia El Fresno, aquella noche creo que tocaban Secreción Vaginal, grupo cuyos integrantes después serían el núcleo de Fallas en el Sistema, banda que cambiaría el discurso en el punk local llevándolo por formas más politizadas y abiertamente involucradas con los movimientos sociales, el EZLN sobre todo. Pero volvamos al concierto de “Los Secreción”, y mientras salíamos de ese concierto en El Fresno, una ola de rabia ciega mezclada con euforia nos llevó a canalizarla contra una serie de coches estacionados, lo cual se convirtió en vandalismo hasta que llegamos a la estación del Tren Ligero más cercana. Sin querer ser cínico pero tampoco políticamente correcto, aunque si bien “violencia sin sentido”, dentro de la situación que uno estaba viviendo sí que había un sentido para la rabia ciega: nos sentíamos mal y enojados. Estas escenas eran sólo descargas de todo lo acumulado. El mundo no nos quería y para nosotros todo era una mierda. Con la llegada de lo Anarco y su discurso de cambio social más articulado, esta rabia se movió por caminos “más serios”, por decirlo de alguna manera. La realización de marchas, comités, colectivos, redes, talleres, es decir, la organización en un sentido eminentemente político cambió el movimiento de raíz. En mi opinión creo que para bien. De hecho los punkis se multiplicaron, grabaron más bandas, pero sobre todo se involucraron en acciones concretas de transformación de la realidad de un país tan contradictorio como México. La música incluso pasó a un segundo plano mientras que la política fuera de los canales tradicionales y corruptos de lo institucional se instaló entre los jóvenes. Esto no quiere decir que la violencia y el sinsentido se haya erradicado de la escena pero ya había el ideal de generar un tipo de punk más propositivo. En un intento por generar esa actitud de “Fecha Cero”, la “nueva” movida “anarco” renegó directamente del punk “old school”, al cual se le tildó de nihilista, inmovilista o negativo. Se marcó una línea clara entre “ellos” y “nosotros”, y en mi opinión, fue donde en un intento de darle un matiz propositivo a ese punk a la “search and destroy” se cayó en “los dogmas de fe”. Es decir, los mandamientos de cómo ser un punk “de verdad”.

HACER POLÍTICA Ante el contexto del punk a mediados de los noventa, es natural que las posturas se radicalizaran y se llegaran a posiciones maniqueas. Y es que ser punk repentinamente se había vuelto popular. En lo musical la culpa la tuvo el álbum Dookie de los insoportables Green Day. Un “punk” sin garras ni corteza cerebral, si acaso una cantinela de falsa rebeldía de verano para gringos tomando malteadas se estaba apoderando de “nuestra escena”. Recuerdo que en una entrevista decían que ellos eran como los punks “de antes” pero “sin política”. Y como fácilmente uno podía llegar a pensar que hacer música política era hacer música que “habla de política”, entonces se creía que el punk podía ser no-político sólo cambiando las letras. Cosa totalmente falsa. El punk no es político por las letras, el punk es político per se, por la actitud desafiante y anti-conformista. No importa de lo que se hable.

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“Evas” de La Polla ya lo había dicho: “ellos dicen son gamberros pero lo nuestro ES política”. Y él no era un intelectual ni un teórico, sino que sabía que la política no es aquello que hacen los políticos (meros discursos), sino aquello que se hace en el día a día con la actitud, aunque no te digas ni anarquista, socialista, etc. Simplemente con señalar lo que no te gusta y tratar de ser medianamente consecuente. Pero ahí estaban estos güeros californianos diciendo que el punk podía ser no político y cantándolo con melodías tontolonas que no tenían nada que ver con la raíz, más bien British, de la escena tapatía. Green Day, Offspring, Rancid y ya ni hablemos de Blink no sé qué y no sé cuántos, crearon esta idea del punk como un circo de masas. El Anarco-Punk fue la contrapartida de esta descarada comercialización de la escena por parte del pseudo-punk light californiano, había que marcar limites y señalar a los posers. Los anarcos ganaron y a los pseudo punkis marca MTV nunca se les tomó en serio, pero se pagó el precio de la cerrazón y del “tirar línea”: esto es punk y esto no lo es, lo cual, en el fondo, tampoco era la onda.

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No es por esta deriva Anarco que yo me alejé de los ambientes punkis, sino que más bien yo nunca me he sentido identificado con ninguna etiqueta. Ahora que las cosas iban “en serio” y había una identidad clara del punk, alguien como yo, que siempre ha estado “de paso”, simple y sencillamente no me quise pronunciar. Antes de los tiempos de las comunas anarquistas no había una manera clara de “ser punk”, simplemente nos juntábamos por aquí y por allá, gente que era más consciente de lo punki con otros como yo que simplemente estábamos de metiches en todas las movidas underground de la ciudad: con los punkis, los goths, skatos, “zindunguis”, metaleros y hasta ravers. Antes de que se crearan espacios como el Tianguis Cultural delimitados claramente para que punkis y demás banda se reunieran, los parques de las distintas colonias de la ciudad estaban llenos de morros que no encontraban cabida en otro lugar. Fue en plazas, parques y demás rincones de las colonias del sur donde yo “me movía”, como el Sauz, Loma Bonita Ejidal, Las Águilas o Paseos del Sol. En la Secundaria 13, la 88, la 45 o en la Preparatoria 9, fue donde nos fuimos encontrando, no siempre todos juntos, imberbes manadas de perros callejeros sin rumbo, formadas de personajes como el Yaky, ex vocalista de Fallas en el Sistema, que tuvo un triste final que nos dolió a todos, así como el Igor, el Thrash, varias Karlas, el Lagarto, el Amaro, el mismo Isra, el Chino, Dante o los nada aburguesados skatos de la SKS o la FSND, tan distintos a los modernillos skaters de hoy en día. A veces nos gritaban ¡marcianos! otros más marcianos que nosotros. Muchos de esos que en un principio lanzaban improperios terminaron siendo compas. No todos éramos “punks”, pero sí espectros urbanos que armados de caguamas, churros u otras sustancias en mano y organismo, así como de generosas dosis de Pixies, Eskorbuto o Carcass (todo cabía), íbamos construyendo un muro invisible a nuestro alrededor para crear nuestro propio universo. Y es que lo más punk siempre es y ha sido la camaradería, “If the kids are united...” dirían Sham 69, porque, aunque el punk actual quizás ya sólo sea una moda que a nadie ofende y que se usa para inspirar pasarelas, siempre habrá cosas por las que seguir encabronado y contra las que se puede usar el ruido como estrategia para salir del amodorramiento colectivo. El ruido como un arma para romper con la cotidianidad, y eso, ya es hacer política.

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