¿Hay problemas filosóficos para Wittgenstein?

July 22, 2017 | Autor: Cristina Bosso | Categoria: Wittgenstein
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¿Hay problemas filosóficos para Wittgenstein?
(Aceptado para su publicación en el libro "Problemas y pseudoproblemas", Ma. Mercedes Risco (comp), Facultad de Filosofía y Letras, UNT, 2015)
Cristina Bosso
UNT- CEW
I- Problemas y pseudoproblemas
La lectura de la obra de Wittgenstein nos desafía a buscar un hilo para orientarnos en el laberinto de continuidades y discontinuidades, superposiciones y rupturas que se suceden en ella. Su concepción de la filosofía como análisis del lenguaje es uno de los cabos que recorre su pensamiento y le otorga una unidad que subyace por debajo de los cambios. Bajo esta impronta, la filosofía descubre su función terapéutica y abandona la pretensión de elaborar teorías para explicar el mundo para convertirse en una actividad destinada a la disolución de problemas por medio del análisis del lenguaje.
Esto transforma radicalmente el modo de concebir los problemas filosóficos, que se nos aparecen ahora como problemas aparentes, pseudoproblemas, cuya fuente no es otra que los malentendidos y las trampas de nuestro lenguaje, susceptibles de ser disueltos si desatamos los nudos que se producen por el uso y el abuso que hacemos de él. Surge aquí una primera distinción con la ciencia: en tanto los problemas de esta última se resuelven, los de la filosofía se disuelven por medio del análisis como la niebla bajo el sol.
Este modo de concebir el problema filosófico y se mantiene con muy pocas variantes a lo largo de su obra, si bien podemos señalar algunas diferencias en cuanto a su origen: si en el Tractatus la causa de los problemas filosóficos es el malentendido de la lógica de nuestro lenguaje, en el 2° período es el uso de las palabras fuera de un juego de lenguaje. En ambos casos, sin embargo, la solución es la misma: reconducir las palabras a su uso adecuado para eliminar las perplejidades que nacen a partir de un uso inapropiado.
Dado el tema que nos convoca, propongo preguntarnos si para Wittgenstein todo problema filosófico es susceptible de ser disuelto o si, por el contrario, podemos identificar algunas cuestiones que se mantienen reticentes a la elucidación clarificatoria del análisis lingüístico, a las que llamaríamos propiamente "problema filosófico" para distinguirlos de los problemas aparentes o pseudoproblemas.
Muchos intérpretes vaticinan la inevitable defunción de la filosofía que se desprende de la primera respuesta – según la cual todo problema filosófico es susceptible de ser disuelto–. La filosofía se nos aparece, desde este punto de vista como una actividad que se destruye a sí misma, puesto que al eliminar los problema, elimina con ellos su propio ámbito de acción. En este sentido, la filosofía parece disolver su propio campo, ya que su éxito coincidiría, inexorablemente, con su auto exterminación. Existen, sin embargo, una serie de indicios que nos advierten que la noción de problema filosófico posee para Wittgenstein una densidad y una riqueza mucho mayor de la que esta interpretación alcanza a revelar, que nos encontramos, en el sustrato de lo no dicho, con una dimensión del problema que permanece irresoluble, impermeable al poder corrosivo del análisis lingüístico.
Es verdad que para Wittgenstein la búsqueda de claridad constituye un fin en sí mismo. Así lo afirma explícitamente en numerosas ocasiones a lo largo del Tractatus (prólogo, §4.116, §6.5), y se mantiene en Investigaciones Filosóficas: "Pues la claridad a la que aspiramos es en verdad completa. [Pero esto solamente] esto quiere decir que los problemas filosóficos deben desaparecer completamente" (§133). Creo, sin embargo, que a pesar de la contundencia de sus afirmaciones, este proyecto este se le revela irrealizable en la práctica. No olvidemos que la filosofía no es para él un frio ejercicio teórico sino una cuestión vital. Como lo señala Russell, su trato con ella está signado por la pasión: experimenta los problemas como cuestiones indeseables que lo mantiene cautivo. Por eso, si bien como sabemos, después del Tractatus creyó resueltos todos sus problemas y pretendió abandonar la filosofía, sabemos que no pasó mucho tiempo hasta que vuelve a caer en sus redes y, como un amante arrepentido, no se aleja nunca más de ella.
Mi hipótesis será, entonces, que a pesar de su empeño por alcanzar la claridad total, Wittgenstein se enfrenta con algunos problemas que no puede disolver, que lo acosan y lo angustian, que, como él mismo lo afirma, literalmente no lo dejan dormir. Estos, a mi juicio, pueden ser considerados problemas filosóficos sin entrar en contradicción con su concepción de la filosofía y del problema.
La pista que seguiremos la propone el mismo Wittgenstein en el Tractatus. Recordemos que sostiene allí que "Sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida (Lebensprobleme) no habría sido ni siquiera tocado." (TLP §6.521) Fiel a su propuesta, Wittgenstein sostendrá en la "Conferencia sobre ética" que la solución del problema de la vida se vislumbra en el desvanecimiento del problema". Pero cabe preguntarnos si el problema de la vida es susceptible de ser disuelto con la terapia del análisis lingüístico, o si constituye, por el contrario, un núcleo persistente, del que, a pesar de sus esfuerzos, Wittgenstein no pudo liberarse.
II – Pseudoproblemas: lo que la terapia del análisis lingüístico resuelve.
La "Conferencia sobre ética" pone en marcha el prodigioso mecanismo del Tractatus, que nos permite recortar el espacio de lo que se puede decir con sentido y deshacernos de disputas estériles. Su lectura nos revela que lo que Wittgenstein rechaza categóricamente es la posibilidad de formular juicios de valor absoluto y, con ello, toda pretensión de avanzar más allá de los límites del mundo. Palabras como "bueno" o "correcto" tienen para él significado solo en la medida en que su propósito ha sido previamente fijado, esto es, que satisface un cierto estándar determinado. Por ejemplo: afirmar que un hombre es un buen pianista quiere decir que es capaz de tocar piezas con destreza; la carretera correcta es la que nos conduce sin dificultad hacia cierto destino. Así como carece de sentido hablar de la "carretera absolutamente correcta", carece de sentido también hablar del "bien absoluto", que sería aquel que todo el mundo, independiente de sus gustos o inclinaciones realizaría necesariamente o se sentiría culpable de no hacerlo, dice Wittgenstein. Y este estado de cosas es para él una quimera, ya que "Ningún estado de cosas tiene el poder coactivo de un juez absoluto".
No hay para él un lenguaje que pueda describir los valores absolutos; las proposiciones metafísicas, las pretensiones de trascender el mundo para hacer afirmaciones sobre lo incondicionado, carecen de sentido, porque no nos hablan de objetos del mundo: son hechizos del lenguaje que nos enredan en innecesarios pseudoproblemas, ya que no podemos explicitar criterios a partir de los cuales determinar su acierto o desacierto. Trabajan en el vacío, dirá luego en Investigaciones Filosóficas; son términos a los que les falta fricción.
En esta lucha por deshacerse del absoluto encontramos otro de los cabos que atraviesan su pensamiento. Es esta una de las interpretaciones posibles del llamado al silencio con el que cierra el Tractatus que, a la luz de la "Conferencia sobre ética" puede ser leída como la renuncia a hablar sobre objetos trascendentales.
Esta concepción invalida por completo la clase de respuestas a las que la filosofía nos tiene acostumbrados, sus pretensiones de descubrir verdades absolutas y principios universales. Wittgenstein nos muestra que éstos son el producto de la tendencia propiamente humana de transgredir los límites del lenguaje. Se desvanece en este análisis la aspiración de encontrar valores absolutos y con ella, las interminables discusiones acerca de la naturaleza del Bien, la Belleza o la Verdad con mayúsculas. La pretensión de hablar de lo absoluto se nos revela, así, como una de las fuentes de pseudoproblemas.
Muy lejos del mundo platónico de Ideas y valores inmutables e imperecederos, el mundo se nos aparece como un conjunto de significados, como un entramado lingüístico. La segunda parte de su obra asume esta renuncia para mostrar que nos movemos en el enmarañado terreno en el que se superponen diferentes juegos de lenguaje, diferentes significados, sin que ninguno de ellos ostente el privilegio de ser el significado. Por eso Wittgenstein descree de las definiciones, en las que el hombre busca atrapar la naturaleza de las cosas, cristalizar el significado en una única dirección. Hablaremos, así, de los usos de las palabras, de los significados que les otorgamos los términos, no de lo que las cosas son.
Es lo que Wittgenstein lleva a la práctica. De hecho, no encontraremos a lo largo de su obra ninguna versión de lo que es el Bien, la Belleza o la Verdad, sólo descripciones de cómo se usan estos conceptos en el marco de nuestros juegos de lenguaje. Abandonando la búsqueda de respuestas ideales, ha mostrado que las raíces del significado se hunden en la praxis, ha hecho manifiesta relación del lenguaje con la vida. Vemos, así, a los hombres y a las cosas inmersos en una trama de significados, contingentes, contextualizados en juegos de lenguaje que le dan sentido. Bajo esta impronta encontraremos sólo descripciones de algunas formas posibles de ordenar el mundo, familias de significados lábilmente emparentados, conceptos de límites difusos, juegos de lenguaje cambiantes como la vida misma.
A lo largo de sus posteriores escritos, Wittgenstein concreta el proyecto que inició en el Tractatus, en tanto se libera de explicaciones metafísicas y recorta un ámbito para el sentido que anula la posibilidad de hacer afirmaciones de corte absoluto. Nos indica a partir de allí una dirección para el pensar: lejos de la metafísica, preguntar por la esencia de las cosas, por la naturaleza de lo bello, o la definición del bien carece de sentido. Nos deshacemos así del embrujo de la búsqueda de respuestas absolutas, que nos conducen a enredos y pseudoproblemas, y estos se disipan por medio del análisis. La terapia wittgensteiniana resulta una efectiva herramienta para resolver aquellos problemas que se originan a partir de la ilegítima pretensión de ir más allá de nuestros límites para hacer juicios absolutos.
Liberados de los pseudoproblemas, vislumbramos, sin embargo, con un núcleo de problemas éticos que subsisten, que nos enfrentan a problemas que se mantienen irresolubles en tanto asumimos que no admite respuestas generales sino que nos interpelan de manera personal.
III – Problemas: lo que el análisis lingüístico no puede resolver.
Siguiendo el hilo de su pensamiento podemos advertir que los problemas de la ética, tal como él los formula en la Conferencia, son cuestiones que presentan características particulares. Wittgenstein describe allí a la ética como la investigación sobre lo valioso o lo que realmente importa, la investigación acerca del significado de la vida o de aquello que hace que la vida merezca vivirse". Notemos que en este caso la función terapéutica de la filosofía aparece neutralizada: no hay análisis capaz de disolver este problema, ya que no se origina en un malentendido lingüístico, puesto que, en la medida en que nos deshacemos de la búsqueda de respuestas absolutas, el sentido de sus términos no ha sido forzado.
Bajo esta luz es posible sostener que estas cuestiones constituyen un núcleo de problemas filosóficos que no son susceptibles de ser disueltos por medio del análisis del lenguaje ni mucho menos, por supuesto, de ser resueltos por medio de los métodos de la ciencia. Se trata de una pregunta que nos interpela de manera personal; se trata de un auténtico problema filosófico.
Observemos que la pregunta por el sentido de la vida tiene exactamente la forma del problema que Wittgenstein describirá en Investigaciones Filosóficas: "no se salir del atolladero" (IF 123). Si nos remitimos a nuestra propia experiencia, creo que podremos reconocer que constituye la fuente por excelencia de los "calambres mentales" y los "chichones del entendimiento" de los que Wittgenstein nos habla. Coincidiré con él, por lo tanto, en que no hay respuestas generales para esta pregunta, no podemos recurrir a recetas magistrales; no hay quién nos enseñe el camino para salir de la botella. Nos encontramos con un problema filosófico inserto en el ámbito de lo vital, en el que se muestra de forma patente la profunda relación entre el significado y la praxis, cuyas consecuencias se revelan en nuestro modo de actuar.
Esta interpretación resulta consecuente con la concepción de filosofía que sustenta Wittgenstein, en la medida en que, lejos de ser una fuente de soluciones generales, se nos aparece como una actividad personal, como una tarea en primera persona. Como señala en un aforismo de 1931 la filosofía consiste, fundamentalmente, en trabajar sobre uno mismo, en la comprensión de uno mismo, en la propia manera de ver las cosas, y en lo que uno exige de ella. Wittgenstein señala aquí una de las funciones más productivas de la filosofía, que en su función terapéutica nos permite cuestionar nuestros supuestos, ejercer la crítica sobre nuestros propios prejuicios, romper el hechizo, quitarnos las gafas para mirar el mundo de otra manera. De allí el rechazo a las ansias de generalidad propias de la filosofía que se manifiesta de modo evidente a lo largo del desarrollo de su pensamiento.
Prestemos atención a un detalle significativo: en la cita del Tractatus que venimos trabajando Wittgenstein habla del problema de nuestra vida, no de la vida; no se trata de una abstracta objetivación sin contenido sino de una cuestión de importancia vital, de un problema que tenemos abordar cada uno de nosotros. La filosofía, por esto, no puede ser para él una teoría ni la ética un sistema, un conjunto de reglas para la acción o una teoría sobre los valores; se trata de una cuestión existencial, se trata del territorio donde se juega el sentido de nuestra vida y este, sin lugar a dudas, es el más personal de los problemas. Por eso la ética consiste, para él, en un trabajo sobre nosotros mismos: en la indagación de lo que hace que la vida merezca vivirse. Se trata de una respuesta que sólo podemos encontrar en el interior de nosotros mismos, no olvidemos que para él la acción ética es el resultado de seguir nuestro mandato interior. En esta búsqueda nos enfrentamos a un problema que no se disuelve por medio de las técnicas del análisis filosófico.
Considero, por lo tanto, que bajo la óptica wittgensteiniana, podemos entender los problemas de la ética como un núcleo de auténticos problemas filosóficos, a condición de asumir la renuncia a la búsqueda de respuestas absolutas, de principios generales o definiciones que recortan y empobrecen su sentido.
Esta puede ser la causa por la cual Wittgenstein no escribe nunca sobre ética a pesar de la importancia que este tema tiene para él: no tiene recetas para dar, porque fiel a sus convicciones, no propone principios ni sistemas de valores, pero es también la razón por la cual no puede apartar este tema de sus pensamientos ni de sus conversaciones: cuando no tenemos modelos a priori a seguir, sólo nos resta buscar las respuestas por nosotros mismos; lejos de la certeza, el camino que enfrentamos se torna interminable.
En la praxis, Wittgenstein nos ofrece argumentos para avalar esta hipótesis: a pesar de su explícito veto para hablar de ella, discutir sobre cuestiones éticas le resulta inevitable. Resulta llamativa la atención que le dispensa, ya que continúa hablando de ética e interesándose por ella a lo largo de toda su vida. Todos los datos biográficos confirman, incluso, que estas cuestiones eran las que más atraían su interés. Discusiones sobre este tema ocupaban el centro de su atención, tanto en su juventud, cuando a su regreso a Cambridge ética ocupa en centro de sus conversaciones a pesar de su explícita renuncia a la posibilidad de hablar de ella con sentido, hasta los últimos días de su vida, como lo muestran sus conversaciones con Oet Kolk Bowsman que se desarrollan entre 1949 y 1951, en las cuales la ética aparece como tema central al que Wittgenstein vuelve insistentemente.
Un aforismo del 49 refuerza mi interpretación. Dice allí Wittgenstein: "Los problemas científicos pueden interesarme pero nunca apresarme realmente. Esto lo hacen sólo los problemas conceptuales y estéticos. En el fondo, la solución de los problemas científicos me es indiferente; pero no la de los otros problemas." Encontramos aquí un dato importante: a la par de los problemas conceptuales –susceptibles de ser disueltos–, Wittgenstein reconoce la existencia de otro núcleo de problemas: aquellos que pertenecen al silencioso territorio dónde ética y estética se identifican, los cuales, me aventuro a decir, ocupan el centro de sus preocupaciones y atraviesan su pensamiento. No olvidemos que éstas son para él las cuestiones más importantes para la vida del hombre, según lo afirma en innumerables ocasiones.
Para concluir:
En su lucha contra los embrujos del lenguaje, Wittgenstein se deshace de una colección de pseudoproblemas y abre una vía para pensar de forma diferente. En tanto los problemas conceptuales son susceptibles de ser disueltos como la niebla bajo los poderosos rayos del análisis lingüístico, que conjura los peligros hechiceros del lenguaje, del otro lado del campo se juega nada menos que el sentido de nuestras vidas. Lejos del absoluto, lejos de soluciones definitivas, comienza a despejarse un espacio para pensar desde otra perspectiva. El problema filosófico se nos aparece así bajo una luz completamente diferente: como una cuestión existencial, y la filosofía como una práctica, no como un sistema de aserciones. Por eso podemos decir, como señala Bouveresse, que la noción wittgensteiniana de problema filosófico rebasa los textos y entra de lleno en la vida.
Me aventuro a decir, entonces, que la pregunta por la ética constituye un problema filosófico en el más propio sentido wittgensteiniano: un problema vital, un problema de aquellos que no lo dejan dormir. Esto explicaría en gran medida su convencimiento de que la filosofía es lógica y ética. Su aporte a la lógica es indiscutible; su aporte a la ética, en cambio, no ha sido aún dimensionado.
Bibliografía:
- Wittgenstein, Ludwig, Tractatus Logico-Philosophicus, Madrid, Editorial Tecnos, 2003.
- Wittgenstein, Ludwig, "Conferencia de ética", en Ocasiones filosóficas, Madrid, Editorial Cátedra, 1997.
- Wittgenstein, Ludwig, Aforismos. Cultura y valor, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 2007.
- Wittgenstein, Ludwig, Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa, Editorial Paidós, Barcelona, 1992.
- Wittgenstein, Ludwig, Investigaciones Filosóficas, Madrid, Editorial Crítica, 1988.
- Ludwig Wittgenstein y Oets Kolk Bowsma, Últimas conversaciones, Salamanca, España, Ediciones Sígueme, 2004.
- Jacques Bouveresse, Wittgenstein y la estética, Colección estética y crítica, Valencia, 1993.







"Conferencia de ética". Dictada el 17 de noviembre de 1929, publicada por primera vez en 1965 en Philosophical Review y reproducida con algunas aclaraciones en Philosophical Ocasiones.
Wittgenstein, Ludwig, Aforismos. Cultura y valor, Madrid, Editorial Espasa Calpe, 2007, pág. 55. Las cursivas son del autor.

Ibidem, 144. Las cursivas son mías
"(Estética y Ética son lo mismo)" Ludwig Wittgenstein, TLP 6.421.




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