Hispania: 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma?

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Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

EN PORTADA: Foro romano.

SIGNIFER LIBROS Gran Vía, 2-2º SALAMANCA Apdo. 52005 MADRID http://signiferlibros.com ISBN: 978-84-16202-05-8 PVP. 35,00 €

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

No parecen haber existido dudas en la historiografía tradicional acerca del carácter fuertemente centralista del Estado romano, tanto en época republicana como imperial. Sin cuestionar la realidad histórica de las bases estructurales que permiten confirmar en gran medida esta visión, resulta imprescindible analizar cómo se percibía, se asumía o, en otros casos, se escamoteaba, el poder central en la periferia del mundo romano y en el ámbito provincial y local. ¿Qué tipo de relaciones imperaba entre los poderes centrales y locales en el mundo romano a lo largo de sus diferentes períodos históricos? ¿Qué grado de concomitancia, de sumisión o de desconfianza, pudo haber existido, según los momentos y los lugares, entre el epicentro del poder y la estructura tentacular que caracterizaba a la órbita política romana? Para dar respuesta a estas preguntas será forzoso entender la categoría conceptual de “órbita política” en un sentido amplio en relación con los diferentes mecanismos y estructuras del poder establecido, de modo que podamos acercarnos a las diferentes variables de dicho poder en sus vertientes administrativa, económica, jurídica o religiosa, siempre que guarden relación (incluso antagónica o contestataria) con la oficialidad estatal.

Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana

Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL: DOS REALIDADES PARALELAS EN LA ÓRBITA POLÍTICA ROMANA

Actas del XII Coloquio de la Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

SIGNIFER vLibros

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL Dos realidades paralelas en la órbita política romana

MADRID – SALAMANCA 2015

SIGNIFER LIBROS SIGNIFER Monografías de Antigüedad Griega y Romana 45

SIGNIFER Libros

EN PORTADA: Vista del Foro Romano

ACTAS DEL XII COLOQUIO DE LA ASOCIACIÓN INTERDISCIPLINAR DE ESTUDIOS ROMANOS, CELEBRADO EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID LOS DÍAS 19-21 DE NOVIEMBRE DE 2014

El contenido de este libro no puede ser reproducido ni plagiado, en todo o en parte, conforme a lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, ni ser transmitido con fines fraudulentos o de lucro por ningún medio.

© De la presente edición: Signifer Libros 2015 Gran Vía, 2, 2ºA. SALAMANCA 37001 Apto. 52005 MADRID 28080 ISBN: 978-84-16202-05-8 D.L.: S.242-2015 Diseño de páginas interiores: Luis Palop Imprime: Eucarprint S.L. – Peñaranda de Bracamonte, SALAMANCA.

Índice

Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero Introducción��������������������������������������������������������������������������������������������������������11

Sobre fuentes y su interpretación José d’Encarnação Roma y Lusitania: ¿dos poderes paralelos?��������������������������������������������������������19 Fernando Fernández Palacios Controlando a los brittunculi en el norte britano: poder local y poder central en las Tabulae Vindolandenses�������������������������������31

El poder en las ciudades Alfonso López Pulido El gobierno de las ciudades griegas como ficción política................................. 51 Marta González Herrero Evidencias del intervencionismo del poder central en la integración del extranjero en las ciudades romanas....................................... 69 Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés Poder político y social de los aediles en los municipios de la Bética................ 81

Índice

En Italia y las provincias Enrique Hernández Prieto Hispania: 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma?........................................ 107 Juan Luis Posadas La recluta ad tumultum como respuesta equivocada ante la rebelión de Espartaco en el año 73 a. C................................................ 123 Alejandro Díaz Fernández Dum populus senatusque Romanus uellet? La capacidad de decisión de los mandos provinciales en el marco de la política romana (227-49 a. C.).................................................................................................... 135 Alejandro Fornell Muñoz Intervención del Estado romano en la producción y comercialización del aceite bético................................................................. 153 Enrique Gozalbes Cravioto Procurator conlocutus cum principe gentis: sobre las relaciones del gobernador provincial con poblaciones de la Mauretania Tingitana................ 169

En la Roma imperial Pilar Fernández Uriel Domiciano, el administrador eficiente.............................................................. 189 Sabino Perea Yébenes Los Severos en Oriente y su programa colonial, a propósito de Ulpiano, Digesto, 50, 15, 1: la perspectiva militar........................................... 203

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Índice

En la Roma tardía Gonzalo Bravo Gobierno central y autonomía local: ¿dos poderes antitéticos en el Occidente tardorromano?.................................. 237 Francisco Javier Guzmán Armario Urbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla....................................... 251 Raúl González Salinero Indisciplina y resistencia a la autoridad romana en la Iglesia dálmata: Gregorio Magno y la sede episcopal de Salona................................................ 263

Comunicaciones Helena Gozalbes García Iconografía monetaria en las colonias romanas de Hispania: ¿aspiraciones locales o expresión del poder romano-central?.......................... 285 David Soria Molina Arabia Petraea, de reino cliente a provincia romana (63 a. C.-106 d. C.)........................................................................................... 313 José Ortiz Córdoba Vespasiano y los saborenses: el traslado al llano de la ciudad de Sabora....................................................... 331 Diego Mateo Escámez de Vera La lex Narbonensis y la centralización del culto imperial en época Flavia.................................................................... 355

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Índice

Carles Lillo Botella Patriarcas y emperadores: judaísmo y poder político tras la destrucción del Segundo Templo........................................................... 375 Héctor Valiente García del Carpio Los confines del Imperio: Olbia del Ponto y el mundo romano entre los siglos I y IV d. C. .................... 395 Begoña Fernández Rojo Advertencias de un «anónimo» al emperador: causas de la aparición del De rebus bellicis..................................................... 409 Elisabet Seijo Ibáñez El desafío del poder local al poder central: la disputa entre el obispo Ambrosio de Milán y la emperatriz Justina............. 423 Nerea Fernández Cadenas Las relaciones entre los vándalos y el Imperio romano de Occidente: ¿política destructiva o diplomática? El caso de las damas imperiales............. 443 Agnès Poles Belvis El patronato imperial y episcopal en la relación entre poderes: el caso de Porfirio de Gaza y sus embajadas a Constantinopla........................ 453

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Hispania, 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma? Enrique Hernández Prieto Doctor en Historia Antigua Universidad de Salamanca

El final de la Segunda Guerra Púnica en Hispania viene marcado por la victoria romana en Ilipa (206 a. C.), que supuso la práctica desarticulación de las fuerzas enemigas. La salida de los ejércitos cartagineses quedaba muy lejos, sin embargo, de suponer el final de las operaciones militares en dicho escenario. Antes de abandonar la Península, Escipión emprendió acciones contra algunos núcleos indígenas y atajó con determinación la rebelión de los ilergetes y de otros pueblos del noreste que se habían levantado contra su autoridad. Por último, instaló a los componentes de su ejército que, por sus heridas, no se hallaban en condiciones de emprender la marcha, en una localidad a la denominó Itálica. El conjunto de medidas adoptadas conduce a pensar que Escipión valoraba firmemente la posibilidad de mantener la ocupación de los dominios hispanos. Esta visión, presumiblemente ya presente en un sector de la cámara senatorial, próximo a la gens Cornelia, debió extenderse a lo largo de los años posteriores, dando lugar a la creación de las provinciae hispanas en el 197 a. C. En cualquier caso, desde que se cerró la campaña contra los cartagineses, hasta la adopción de esta medida, que normalizaba la situación política de los territorios controlados, se dejaron transcurrir nueve largos años. A lo largo de ese lapso de tiempo, las autoridades romanas habrían ensayado distintos procedimientos con que mantener el gobierno en la zona, poniéndose de manifiesto las dificultades y limitaciones de éstos sobre el propio terreno. En este sentido, la elevada distancia geográfica entre Italia e Hispania, sumada a la peculiar configuración sociopolítica de ésta última, complicaron seriamente su gestión desde Roma como centro neurálgico. En las próximas páginas analizaremos algunos de los posibles planteamientos desarrollados, así como los condicionantes estratégicos que marcan la evolución histórica de los dominios hispanos a lo largo de este periodo. Escipión y los asuntos de Hispania (206 a. C.) En primer lugar, cabría plantearse cuál era la disposición de las autoridades romanas hacia la Península Ibérica en la etapa precedente. Respecto a esta cuestión, no hay duda de que buena parte del grupo dirigente debía ser consciente de la importancia que ese territorio había tenido en la recuperación económica y militar del estado púnico tras su pasada derrota1. Los primeros acercamientos políticos a la zona ya habían tenido lugar 1

Plb. II, 13, 3-4.

G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana, Signifer Libros, Madrid, 2015 [ISBN: 978-84-16202-05-8], pp. 107-121.

Enrique Hernández Prieto Hispania: 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma?

con anterioridad a la declaración oficial del segundo conflicto, como el Tratado del Ebro (226 a. C.) y la propia alianza con los saguntinos ponen de manifiesto2. En cualquier caso, consideramos que fue la importancia estratégica de privar a los cartagineses de una de sus principales bases logísticas la que determinó finalmente la apertura del frente hispano, así como el interés por mantener un esfuerzo bélico constante en ese escenario3. Como es lógico, a medida que progresaban las operaciones contra los púnicos, se habrían incrementado los conocimientos sobre las realidades hispanas, así como de sus problemas específicos e incentivos. Como ya hemos adelantado, algunas de las actuaciones llevadas a cabo por Escipión durante su último año en Hispania parecen indicar claramente que el joven procónsul no se conformaba con garantizar la seguridad de sus fuerzas en la Península, sino que trataba de establecer mecanismos que garantizasen cierto control territorial. Es bajo este punto de vista como mejor se entienden las campañas de castigo sobre poblaciones indígenas como Cástulo, Iliturgi o Astapa, acusadas por los autores antiguos de acciones hostiles contra los romanos, hacia quienes habrían demostrado una intensa animadversión4. Más allá del posible trasfondo económico que pudieran encubrir dichas justificaciones5, estimamos que Escipión habría pretendido asegurar una red de asentamientos hacia el interior que operasen como ejes de dominación en la zona. En este sentido, nos resulta muy expresivo el caso de Cástulo, donde la defección de Cerdubelo, un aristócrata local, facilitó la captura de la ciudad. Como recompensa a sus servicios, este personaje quedó al frente de la misma, dejándose también instalada una guarnición6. Poco después. Escipión caía enfermo, generando los rumores que corrían sobre su gravedad el bulo de su fallecimiento, con serias consecuencias para la estabilidad de la dominación romana en toda la región. En efecto, la falsa noticia no sólo agravó el motín de los legionarios estacionados en las proximidades del Sucrón, sino que alentó una nueva rebelión indígena, capitaneada por los régulos ilergetes Indíbil y Mandonio. Solventados los disturbios internos, Escipión marchó entonces contra los insurgentes hispanos, a los que derrotó en batalla campal. Como el propio Tito Livio señala, en lugar de aplicar las convenciones habituales en este tipo de situaciones, que solían incluir desarmes, exigencia de rehenes e imposición de guarniciones, el general 2 El inicio de este vínculo y su propia naturaleza es una cuestión muy debatida. Por nuestra parte, consideramos que sería posterior al acuerdo establecido con Asdrúbal, y de carácter informal, a pesar de su relevancia como instrumento legitimador de la intervención romana (Badian, 1958, pp. 48-54; Errington, 1970, pp. 41-45; Richardson, 1986, pp. 21-22; Scardigli, 1991, pp. 273-275; Hoyos, 1998, pp. 175-184; Domínguez Monedero, 2011-2012, pp. 396-402). 3 Sobre las relaciones entre Roma e Hispania previas al estallido de la Segunda Guerra Púnica y los movimientos diplomáticos que condujeron al nuevo enfrentamiento entre el estado itálico y los cartagineses: Hernández Prieto, 2013. 4 Tras haberse aliado con los romanos, Cástulo e Iliturgi habían cambiado de nuevo de bando tras el desastre de los Escipiones. A la segunda se le imputaba, además, haber entregado a los cartagineses a los supervivientes que se habían refugiado en ella (Liv. XXVIII, 19, 1-2; App. VI, 32; Zon. IX, 10, 2); por su parte, a Astapa se le acusaba de atacar a otros pueblos aliados, así como a comerciantes y soldados extraviados (Liv. XXVIII, 22, 1-4; App. VI, 33). 5 En este sentido, algunos investigadores consideran que el ansia de riquezas, a través de la captura de botín, habría sido el móvil determinante para el desarrollo de estas campañas: Eckstein, 1987, pp. 223-224; Dupré, 1982, pp. 150-151. 6 Liv. XXVIII, 20, 11-12; App. VI, 32.

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romano se mostró compasivo7. No sólo no impuso ninguna de las condiciones referidas, sino que permitió a Indíbil y a Mandonio mantener su estatus de liderazgo dentro de la comunidad ilergete. Más allá del carácter propagandístico de este relato, exaltador de la clemencia escipiónica, cabe plantearse por las razones prácticas que habrían llevado al general romano a proceder así. En este sentido, se observa que a lo largo de sus campañas hispanas, en lugar de suprimir las jefaturas locales, se habría preocupado por mantenerlas operativas, sirviéndose de ellas en sus proyectos8. A estos efectos resulta muy interesante el testimonio de Polibio, quien afirma que los romanos acrecentaron los dominios, creando auténticos reinos para quienes, siendo insignificantes reyezuelos, cooperaron con ellos9. El escritor megalopolitano menciona además, de manera explícita, a Indíbil y a Culcas. Este último, había desempeñado un trascendente papel en la campaña final contra los púnicos, aportando a Escipión los refuerzos necesarios para llevar a cabo con éxito el enfrentamiento de Ilipa10. A tenor de lo señalado por el escritor megalopolitano, parece que, en retribución a su apoyo, las autoridades romanas le habrían permitido ampliar su influencia política en la región, si bien, como veremos más adelante, pronto habría visto limitada su esfera de poder. Mencionado también en la referida cita de Polibio, otra figura monárquica con la que Escipión estableció contacto durante su estancia en la Península Ibérica, fue Masinisa, rey de los númidas11. Tras haber colaborado activamente con el bando púnico12, después de la derrota de Ilipa, entró en comunicaciones con Marco Silano para negociar su cambio de partido13. Poco después se entrevistó personalmente con el propio Escipión, con quien llegó a un acuerdo informal que cristalizaría en el apoyo que brindó a los romanos en África, cuando se trasladaron allí las operaciones militares14. En contrapartida a sus servicios, Masinisa acabaría obteniendo del Senado romano la consideración de rex socius et amicus populi Romani15. Consideramos que la influencia de la facción escipiónica no habría sido en absoluto ajena a la concesión de este privilegiado título16. 7

Liv. XXVIII, 34, 7. Sobre los mecanismos empleados por los comandantes romanos para gestionar los apoyos hispanos, muchos de ellos también aplicados por los cartagineses desde momentos anteriores: Hernández Prieto, 2011. 9 Plb. XXI, 11, 6-8. 10 Plb. XI, 20; Liv. XXVIII, 13, 1-5. 11 Sobre los sistemas monárquicos locales en el área norteafricana y su evolución histórica hasta la Segunda Guerra Púnica: Gozalbes Cravioto, E., 2014, pp. 276-279. 12 Así, Masinisa participó en las operaciones militares que costaron la vida a los hermanos Escipiones en el 211 a. C. (Liv. XXV, 34-36); tras la derrota cartaginesa en Baécula, al mando de tres mil jinetes escogidos, se le encomendó la misión de acosar los territorios de la Citerior y apoyar a sus aliados (Liv. XXVII, 20, 8); por último, estuvo presente en la enfrentamiento de Ilipa, obstaculizando los trabajos de fortificación (Plb. XI, 21; Liv. XXVIII, 13; App. VI, 25) y tomando parte en la batalla campal (Plb. XI, 22-24; Liv. XXVIII, 14-15; App. VI, 27). 13 Liv. XXVIII, 16, 11-12. 14 Liv. XXVIII, 35; App. VI, 37. 15 Cimma, 1976, pp. 46-52. 16 Sobre las relaciones continuadas en el tiempo entre miembros de la facción escipiónica y Masinisa con sus descendientes: Badian, 1958, pp. 137-138; Torregaray Pagola, 1998, pp. 45-47 y 157-158; Belda Puig, 2014. 8

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La cuestión que ahora nos planteamos es si Escipión habría planeado impulsar en Hispania un paisaje político similar al que acabaría desarrollándose en el área norteafricana. Es decir, la creación en determinados territorios de una serie de pequeños estados, gobernados por reyes amigos, que ejercían el gobierno de esas zonas. La nómina conocida de estos individuos se reduce a los personajes mencionados, no obstante, es probable que hubieran existido más líderes locales susceptibles de disfrutar de este tipo de relaciones con Roma. Desde el punto de vista de Escipión, la aplicación de un dispositivo de esta naturaleza podía ofrecer ciertas ventajas, dado lo complejo de la situación en que se hallaba sumido el estado itálico y los medios limitados de los que disponía para estructurar el dominio de los territorios hispanos. En este sentido, a partir de referencias en los textos antiguos17, la mayoría de investigadores consideramos que Escipión habría contado con cuatro legiones, aunque no completas, en su lucha contra los cartagineses18. Dos de ellas habrían regresado con él a Italia, por lo que únicamente quedaban la mitad de las fuerzas a sus sucesores en el mando de la Península, Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Manlio Acidino. Si este hipotético plan de Escipión hubiera tenido éxito, no sólo habría supuesto la momentánea pacificación de buena parte de los dominios hispanos, sino también facilitado importantes puntos de apoyo a los nuevos gobernadores. En efecto, cabe de nuevo apuntar que en la praxis desarrollada por el comandante romano, el recurso a intermediarios locales jugó un papel de primer orden. Así, a los pactos con los régulos indígenas, hay que sumar aquellos establecidos con otras entidades políticas presentes en la Península19, entre las que cabe destacar las antiguas colonias griegas y púnicas, así como los casos especiales de Tarraco y Sagunto20. Conviene señalar que, presumiblemente, la mayoría de estos acuerdos no habrían obtenido aún la ratificación del Senado, por lo que no serían aún más que convenciones jurídicas emanadas por los propios generales romanos21. En conclusión, partiendo de los medios diplomáticos y militares con los que contaba, Escipión habría tratado de adaptar el fragmentado mosaico político local a sus planes para mantener la dominación romana sobre los territorios hispanos. 17 Principalmente Plb. X, 6, 7; Liv. XXVI, 42, 1, según las cuales, a comienzos de la campaña del 209 a. C., Escipión dirigía una fuerza de 25.000 soldados de infantería y 2.500 jinetes; en tanto que Silano disponía de 3.000 infantes y 500 jinetes para defender los territorios al norte del Ebro. Liv. XXVI, 41, 2, apunta, además, la movilización de 5.000 unidades auxiliares. 18 Brunt, 1971, pp. 420 y 671; Marchetti, 1978, pp. 75, n. 111 y p. 83; Cadiou, 2008, pp. 94-95. 19 Siguiendo los planteamientos de E. García Riaza, podemos distinguir dos grandes bloques a la hora de valorar las relaciones con las comunidades locales: En el primero se hallarían tanto los aliados desde el principio de la guerra como las poblaciones que se habrían sometido a través de la deditio in fidem. Dentro de este grupo se podría diferenciar entre pactos que comportaban un vínculo de colaboración militar (symmachía o societas armorum) y otros en los que simplemente se contemplaría un compromiso mutuo de reconocimiento y de no beligerancia. En el segundo bloque se hallarían las entidades sometidas por la fuerza, sujetas a través de la deditio y de la deditio in dicionem en los casos de resistencia más activa (García Riaza, 1998-1999; 2007; 2011, pp. 54 y ss.). 20 Algunas de las aliadas iniciales (Rhodes, Emporion, Tarraco) podrían haber gozado desde el comienzo de la consideración de foedera socialia (Eckstein, 1987, p. 193). Otras poblaciones (Sagunto, Carthago Nova, Gades…) debieron gozar de tratamientos preferenciales que, en muchos casos, acabarían cristalizando en foedus. 21 Eckstein, 1987, pp. 231-132.

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Roma y la integración de los territorios hispanos (205-197 a. C.) Cuando Escipión regresó a la capital del estado itálico, el territorio supuestamente controlado abarcaba Andalucía, la fachada levantina, la costa catalana e ingentes áreas del interior. Concentraba, por tanto, una extensión geográfica mucho mayor de la que jamás habían logrado dominar los Bárquidas. El ingente botín capturado22 confirmaba el supuesto de que una guerra exitosa en Hispania no sólo privaría a los cartagineses de unos recursos que les resultaban fundamentales para mantener el esfuerzo de guerra, sino que ponía a su disposición importantes ingresos23. Según C. Domergue, la fórmula Hispania recepta, empleada por Escipión para transmitir su victoria al Senado, a través de su hermano Lucio, pondría de manifiesto su voluntad por someter todo el país. A juicio del investigador francés, el interés por controlar las explotaciones económicas, especialmente las mineras habría sido el determinante principal de esa actitud expansionista24. A las alturas del año 205 a. C., Hispania no era ya una región tan alejada del horizonte político romano como en los momentos anteriores al conflicto. Tras doce años de presencia militar continuada, los vínculos entre Roma y la Península Ibérica se habían intensificado de forma notable. Por otro lado, en tanto durase la lucha contra los púnicos, resultaba aconsejable mantener cierta ocupación en la zona, en previsión de un nuevo desembarco enemigo que supusiera la reactivación de ese frente25. Por este motivo, el envío de nuevos mandos a la Península, en sustitución de Escipión, no tiene por qué suponer una opinión mayoritaria entre los senadores a favor de anexionarse los dominios hispanos. Únicamente evidencia su voluntad por mantener cierta presencia militar. Es muy posible que sólo un sector, entre quienes se hallarían los Escipiones y los elementos próximos a su Círculo, se hallase realmente interesado en extender su influencia política y, tal vez, económica en la región26. A pesar de su innegable valor retórico, en el debate sostenido entre Escipión y Quinto Fabio sobre la conveniencia de que el primero, recién elegido cónsul, fuera remitido a África27, subyacen dos posiciones enfrentadas sobre cuál debía ser la línea de actuación exterior a seguir por Roma. La de los Fabios defendería la postura tradicional, circunscribiendo los intereses de Roma a Italia y mirando con desconfianza aventuras que la alejasen de ese marco. Frente a este modelo, Escipión personificaría la de aquellos que veían desfasada la visión anterior, propugnando que Roma debía convirtirse en una auténtica potencia mediterránea, cuyos únicos límites fuesen las ambiciones de los hombres que la dirigiesen28. El carácter literario de este tipo de discursos no evita que resulten 22 Según Liv. XXVIII, 38, 5, a su retorno a Roma, Escipión habría aportado al erario 14.342 libras de plata. Por su parte, App. VI, 38, destaca la abundancia y riqueza del botín exhibido. 23 Roldán Hervás y Wulff Alonso, 2001, pp. 80-82. 24 Domergue, 1990, pp. 181-182. 25 Knapp, 1977, pp. 62-63; Richardson, 1986, pp. 62-63; 1996, p. 47. 26 Roddaz, 1998, p. 356, vincula directamente los intereses de miembros de la facción escipiónica con los de ciertos comerciantes itálicos, atentos a los beneficios económicos que una intensificación de la presencia militar en Hispania podía aparejar. 27 Liv. XXVIII, 40-44. 28 Scullard, 1951, pp. 75-76.

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tremendamente expresivos a la hora de valorar el contexto ideológico de los hechos que los enmarcan. En cualquier caso, a pesar de los hipotéticos esfuerzos que partidarios de articular los dominios hispanos hubieran podido llevar a cabo, no se aprecia ninguna iniciativa oficial en el sentido indicado. Mientras proseguiera la guerra en Italia, problemas más graves y urgentes habrían concentrado la atención de la mayoría de los dirigentes romanos. Por otro lado, pesaría el deseo de evitar emprender reformas administrativas que pudieran desequilibrar la ya vulnerada estructura interna de Roma. La creación de nuevas magistraturas provinciales, con la competitividad que éstas generaban, pudo ser percibida como un riesgo para la cohesión del estado en tan convulsos momentos29. En cualquier caso, como ya se había hecho en la etapa anterior, en los años siguientes se mantuvo la práctica de encomendar la administración de esos territorios hispanos a magistrados excepcionales, especialmente elegidos para ello, y cuyos mandatos eran sucesivamente prorrogados30. Del mismo modo, como M. Salinas de Frías ha señalado, parece que el Senado habría considerado los mandatos en Hispania como dos provinciae separadas, aunque sin tener aún una adscripción geográfica establecida31. Una vez más, el estado romano hacía gala de su flexibilidad institucional, adaptándose a las circunstancias32. Así, en función de la coyuntura de cada momento, de las necesidades presentes y de los medios disponibles sobre el terreno, se habría adoptado una u otra respuesta. Hasta el 198 a. C., no figura en los textos antiguos ningún indicio de voluntad, por parte de las autoridades romanas, por desarrollar mecanismos que supusieran la instauración de un sistema de gobierno estable en Hispania. Si volvemos nuestra atención a los territorios hispanos, se advierte que la labor pacificadora de Escipión no habría sobrevivido a su ausencia. Así, Lucio Léntulo y Manlio Acidino hubieron de vérselas con una nueva rebelión de Indíbil y Mandonio. La situación alcanzó tal nivel de gravedad que los dos generales precisaron unir sus fuerzas, movilizar guarniciones próximas y reclutar tropas auxiliares entre los aliados indígenas para afrontarla con garantías de éxito. En el fragor de la batalla, el propio Indíbil perdió la vida, siendo la entrega de Mandonio, junto con los restantes cabecillas de la revuelta, una de las condiciones para el restablecimiento de la paz en la zona33. Por tanto, si como nosotros creemos, Escipión había planeado servirse de los régulos ilergetes como medio para ejercer un control indirecto sobre sus territorios, su proyecto fracasó estrepitosa29 Salinas de Frías, 1995, p. 31. En este mismo sentido, Knapp, 1977, pp. 64-65, compara el caso hispano con el de la Galia Cisalpina, donde se habría mantenido una organización asistemática, concentrada básicamente en el control militar, hasta momentos muy tardíos. 30 En su obra, Tito Livio se refiere a los gobernadores hispanos de entre el 206 y el 197 a. C. como procónsules, a pesar de que ninguno de ellos había ejercido el consulado con anterioridad. Ello conduce a pensar que el escritor latino habría adoptado el término por cuestiones estilísticas sin tener en cuenta su significado jurídico. Jashemski, 1966, pp. 30-32, y Salinas de Frías, 1995, consideran que estos individuos habrían sido enviados a Hispania como privati cum imperio proconsulare. En una órbita similar, Richardson, 1986, pp. 64-71, se refiere a ellos como comandantes “cum imperio” pero “sine magistratu”, percepción aceptada por Roddaz, 1998, pp. 347-348. 31 Salinas de Frías, 1995, pp. 31-33. 32 Así, no debe sorprendernos encontrar, en el 205 a. C., a Acidino y Léntulo combatiendo unidos en un mismo territorio (Liv. XXIX, 3, 2). 33 La postrera revuelta de Indíbil y Mandonio aparece recogida en Liv. XXIX, 1, 19-26; 2; 3, 1-5; App. VI, 38.

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mente. Los individuos a los que confió esta labor pasaron a constituir una amenaza para la dominación romana. Ello explica que una de las principales preocupaciones de los nuevos comandantes fuera neutralizar a los antiguos intermediarios. Los motivos que alentaron a la rebelión son oscuros. Tito Livio apunta que los indígenas menospreciaban a los sucesores de Escipión, cuyas tropas, aún bisoñas, ofrecían una buena oportunidad para liberarse por siempre de dominaciones extranjeras34. Las exigencias económicas que acompañaron la capitulación y, en particular, la referencia a un stipendium duplex35, frecuentemente han llevado a buscar esas causas en el terreno financiero. No obstante, a nuestro modo de ver, nos hallaríamos ante un castigo puntual36, por lo que no resultaría adecuado calificar la insurrección del 205 a. C., de «revuelta antifiscal»37. En efecto, buena parte del malestar indígena se hallaría tanto en su paulatina pérdida de autonomía política, como en el incremento de responsabilidades económicas, ambas a mayor beneficio de los romanos38. Sin embargo, otros factores, como la propia articulación interna de los sistemas de jefatura locales, habrían desempeñado un trascendente papel. En este sentido, más que de dinastas helenísticos al uso, los monarcas hispanos que aparecen en las fuentes antiguas, parecen tratarse de líderes individuales que, asistidos por amigos y familiares, capitaneaban confederaciones de pueblos o ciudades39. Desaparecidas las causas que habían propiciado su caudillaje, los apoyos con los que estos individuos contaban podrían fluctuar. Evidentemente, los indígenas serían conscientes de los cambios que la expulsión de los cartagineses conllevaba en sus relaciones con el estado itálico40. La subyugación política y económica que a medio plazo habría supuesto un sistema de monarquías supeditadas a Roma, pudo desagradar a muchas poblaciones locales, que habrían considerado propicio ese momento para eliminar o reducir el control extranjero sobre sus antiguos territorios. Con este objetivo, luchar contra los romanos como rivales comunes más extendidos, los reguli hispanos habrían recabado fuerzas entre las comunidades cercanas. Desde el punto de vista indígena, más que a un movimiento de liberación, tal y como aparece referido en la obra de Tito Livio, consideramos que nos encontraríamos ante una dinámica política plenamente coherente con la de los momentos anteriores, si bien impulsada por la nueva realidad. 34 Liv. XXIX, 1, 19-26; App. VI, 38. Basándose en las justificaciones aportadas por las fuentes, Badian, 1958, p. 119, estimaba que la revuelta del 205 inauguraba un larga lucha de resistencia indígena contra la dominación romana, uno de cuyos puntos álgidos se alcanzaría en el 197 a. C., tras la creación de las provinciae hispanas. A juicio de este autor, la situación no se resolvería hasta la llegada y labor administrativa de Tiberio Sempronio Graco de entre el 179 y el 178 a. C. 35 Liv. XXIX, 3, 5. 36 García Riaza, 1998-1999, p. 211; 2011, p. 47; 2013, pp. 227-228. 37 Ñaco del Hoyo, 1998; 1999, pp. 331 y 335-337; 2003, pp. 140 y 146-147. Este investigador considera que dicha sanción, así como las impuestas por Escipión el año anterior (Liv. XXVIII, 34, 11; App. VI, 38), responderían a dos deditio in fides reiteradas, advirtiéndose un endurecimiento de condiciones en la segunda por la recalcitrante rebeldía mostrada. 38 Pitillas Salañer, 1996, pp. 133-136. 39 Coll y Palomas y Garcés i Estallo, 1998; Moret, 2002-2003; Quesada Sanz, 2003, pp. 116-121; Salinas de Frías, 2006, pp. 83-86; Bendala Galán, 2006, pp. 190-191. 40 En este sentido, García Riaza, 1998-1999, pp. 204 y 209-210; 2001, p. 89, interpreta como una especie de simmaquía, dotada de cierta apariencia paritaria, la alianza entre romanos e hispanos frente al enemigo común cartaginés.

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Se ha especulado también con la posibilidad de que los régulos hispanos concibiesen sus relaciones con Escipión dentro de sus propios esquemas clientelares. Así, la muerte o ausencia prolongada del patrono podía suponer la disolución de los vínculos de mutua reciprocidad41. No obstante, a pesar de la importancia ideológica que este tipo de relaciones pudieran tener en las sociedades hispanas, nos resulta más lógico considerar que sus líderes conocerían lo suficientemente bien los esquemas organizativos, tanto de Cartago como de Roma, como para saber que cualquier acto de rebeldía suscitaría una respuesta hostil y contundente por parte de sus representantes en la Península. Tal vez este tipo de justificaciones de la sublevación indígena se correspondería mejor con sus pretextos legitimadores que con sus causas reales. A medida que avanza el proceso de conquista, parece que estas figuras monárquicas van perdiendo peso político. Así, cuando Culcas reaparece en el 197 a. C., oponiéndose a los romanos, sólo ejercía el control sobre diecisiete poblaciones, once menos que en el 206 a. C., cuando otorgó su apoyo a Escipión en vísperas de la batalla de Ilipa. A pesar de lo reseñado, todo indica que estas figuras regias habrían hallado cierta perduración en tanto operasen como interlocutores eficaces entre el poder central y el gobierno local de sus territorios. Así, el último rex hispano del que tenemos noticia es Indo, combatiente en la guerra civil entre César y los hijos de Pompeyo42. Esta noticia ha suscitado diferentes interpretaciones entre los investigadores, que asumen la dificultad de que la institución monárquica perdurase hasta momentos tan tardíos43. No obstante, es posible que el título real indígena mantuviese aún algún tipo de consideración honorífica o religiosa44. A partir del 205 a. C., las fuentes centran su atención en otros frentes del Mediterráneo, donde la guerra contra los cartagineses seguía su curso. El flujo de noticias sobre Hispania queda así reducido drásticamente. Para el 201 a. C., Tito Livio transmite una noticia según la cual el Senado habría tratado de limitar la presencia militar en Hispania, reduciendo las fuerzas a una sola legión, apoyada por quince cohortes de aliados itálicos, bajo el mando de un único procónsul45. Algunos investigadores consideran que esta referencia marca un hito en la actitud romana hacia la Península, interpretándola como el inicio de un repliegue militar en varias fases que, posteriormente, habría sido abortado46. Otra opción, planteada por J. S. Richardson, es que se hubiera pretendido restringir el control militar a la zona costera, siendo el proyecto suspendido in situ por los comandantes destinados en la zona47. Esta lectura choca con el hecho de que buena parte 41 Rodríguez Adrados, 1946, pp. 166-175; Dupré, 1982, p. 150; Blázquez Martínez, 1988, pp. 205-206; Gracia Alonso, 2006, p. 67. 42 Caes. De Bell. Hisp. 10. 43 Como régulo ibero, como tal, es aceptado por Blázquez Martínez, 1971, p. 31. Por el contrario, Coll y Palomas y Garcés i Estallo, 1998, p. 445. consideran que Indo se trataría, en realidad, de un régulo celta que habría acompañado a César tras su partida de Italia. 44 Prieto Arciniega, 1980, p. 42; Almagro-Gorbea, 1996, p. 132. 45 Liv. XXX, 41, 4-5. 46 Roldán Hervás y Wulff Alonso, 2001, pp. 89-90. 47 Richardson, 1998, pp. 47-48 y 51.

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de las explotaciones mineras, una de las principales fuentes de riqueza de la Península, se hallaban localizadas en zonas del interior. A nuestro juicio, la medida respondería más bien a un interés mayor por otros escenarios, sobre los que habría tratado de concentrar el esfuerzo militar. Puede que se estimase factible una reducción del número de efectivos legionarios en Hispania, confiando en la lealtad y capacidad de los aliados hispanos. Ésta sería, en todo caso, una percepción errónea, advirtiéndose en los años siguientes un notable recrudecimiento de la conflictividad en la zona48. Cada vez se hacía más patente que si Roma quería mantener e incrementar su influencia en Hispania, se vería obligada a ampliar su inversión militar en ella. Ya hemos apuntado cómo, durante las operaciones contra los púnicos, los generales romanos habían ido configurando un complejo entramado de alianzas con las distintas realidades políticas presentes en la Península. En gran medida, éstas se hallarían determinadas sobre la propia actividad militar. Pronto se hizo patente que la definitiva expulsión de los cartagineses forzaba a reajustar buena parte de esas relaciones, no existiendo ya un enemigo común permanente que justificase algunas de las convenciones presentes en el marco anterior49. Algunas comunidades, como en el caso de los saguntinos, se habrían dirigido a Roma con el fin de ratificar los acuerdos establecidos con los generales50. No hay que olvidar que dicho trámite era requisito indispensable para que estos pactos gozasen de plena validez. Ciudades como Emporion, Rhodes, Tarraco, Carthago Nova, o la recién establecida Itálica se hallarían muy interesadas, por sus respectivas seguridades, en que Roma no abandonase la Península y mantuviese el control militar. Para la mayoría de poblaciones hispanas, la integración en la esfera política romana dependería, en gran medida, de la actitud que hubieran adoptado en sus primeros contactos con los representantes del estado itálico, sometiéndose de buena voluntad, o bien tras conatos de resistencia. A pesar de todo, su estatus jurídico quedaría, en muchos casos, comprometido por las circunstancias y la interpretación que los dirigentes romanos dieran a los compromisos. El caso de Gades, cuyo foedus presenta una problemática histórica que ha generado bastante controversia51, resulta muy sintomático a estos efectos. En el 199 a. C., representantes de la antigua colonia fenicia protestaron ante el Senado por la instalación de un prefecto romano en su ciudad, en contra de lo pactado con Lucio Marcio, el que fuera legado de Escipión52. A nuestro modo de ver, en el momento de efectuarse la reclamación, el acuerdo al que se remitían los gaditanos no tendría consideración legal. Como hemos ido viendo, no parece que las autoridades romanas hubieran interferido activamente en las disposiciones adoptadas por Escipión y sus oficiales en Hispania, por lo que la situación de la ciudad se habría mantenido desde el 206 a. C. sin más cambios. 48

Liv. XXXI, 49, 7. Entre las que se podrían encontrar mecanismos de colaboración militar, o relativas a la presencia de guarniciones defensivas. 50 Liv. XXVIII, 39. 51 Entre los principales trabajos que abordan esta cuestión, podemos destacar: Badian, 1954; Rodríguez Neila, 1980; Marín Díaz, 1988, pp. 30-32; López Castro, 1991; González Román, 2002, p. 33. 52 Liv. XXXII, 2, 5. 49

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La guarnición militar contra la que posiblemente iba dirigida la queja, pudo establecerse con motivo de algún episodio de inseguridad en la zona, al parecer bastante frecuentes y extendidos por aquellos momentos. Así, en el 200 a. C., el procónsul Cornelio Cetego notificó a Roma su victoria sobre una gran rebelión en territorio sedetano53. Las continuadas buenas relaciones entre Gades y el estado itálico habrían propiciado que sus peticiones fueran finalmente aceptadas, ratificándose legalmente, en el 78 a. C.54, unas convenciones operativas de facto desde mucho tiempo atrás. En última instancia, la participación de antiguos núcleos coloniales púnicos en las posteriores revueltas del 197 a. C., como es el caso de malacitanos y sexetanos 55, podría indicar el descontento de algunas de estas poblaciones con la administración romana. Epílogo: la creación de las provinciae hispanas (197 a. C.) Tito Livio es el único escritor antiguo que recoge la reforma institucional llevada a cabo por el estado romano para normalizar la administración de los territorios hispanos. Así, señala que en el 198 a. C., los comicios escogieron para el año siguiente, por vez primera, seis pretores en vez de los cuatro ordinarios hasta entonces, debido a que se habían incrementado tanto el número de provinciae como el imperium de Roma56. La fórmula aplicada para ampliar la maquinaria estatal fue la misma que la que se empleó en su día tras las anexiones de Sicilia, Córcega y Cerdeña57. Del mismo modo, también en el caso de Hispania se produjo un interludio entre los inicios de la presencia permanente y la creación de mecanismos administrativos estables que la articulasen. Por tanto, a partir del 197 a. C., Roma pasó a disponer de ocho magistraturas anuales: dos pretores para Italia (urbanus y peregrinus); dos para Sicilia, Córcega y Cerdeña; y, finalmente, otros dos más para las provinciae hispanas. Respecto a las últimas, Cayo Sempronio Tuditano y Marco Helvio fueron los nuevos pretores designados para hacerse cargo del gobierno de la Citerior y de la Ulterior respectivamente58. Evidentemente, esta resolución plasma la voluntad de las autoridades romanas de anexionarse los territorios hispanos que se hallaban bajo su control. Además, supone un cambio trascendental en la forma de conducir los asuntos de la zona, optándose por un modelo de administración mucho más centralizado y reglado que el de la fase precedente. A estas alturas, el temor a un resurgimiento del poderío púnico en Hispania debía haberse desvanecido totalmente. Superada esta cuestión geoestratégica, los problemas y 53 54 55 56 57 58

Liv. XXXI, 49, 7. La única referencia a este acontecimiento la constituye Cic. Pro Bal. XXXIV, 34. Liv. XXXIII, 21, 8. Liv. XXXII, 27, 6. Liv. Per. XX Liv. XXXII, 28, 11.

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limitaciones de la etapa precedente debieron servir de incentivo a la nueva regulación. En este sentido, ya hemos destacado la ausencia de entidades políticas, al modo helenístico, con las que Roma pudiera mantener relaciones estables que propiciasen cierto respeto en cuestiones de autogobierno y soberanía. Esta carencia habría propiciado que la anexión se perfilase como único medio factible para asegurar su control efectivo59. Para entonces, la política de establecer acuerdos con los líderes y comunidades locales había revelado un alto grado de ineficacia, propiciando situaciones de conflictividad. Muchos de estas entidades aprovechaban los momentos propicios para desafiar la supremacía del estado itálico. Por otro lado, tampoco las poblaciones con las que se mantenían mejores relaciones, en especial Sagunto y las antiguas colonias griegas, tenían capacidad por sí mismas para garantizar la seguridad en áreas amplias. Atendiendo a cuestiones internas, la naturaleza excepcional de los mandatos en la Península se hacía patente a los procónsules cuando éstos regresaban a Roma y solicitaban el triunfo en reconocimiento a sus victoriosas campañas60. En todos los casos, éste les fue rechazado por haber desarrollado sus misiones sine magistratu61. Incluso la ovatio, ceremonia de rango inferior, podía serles denegada por los tribunos en base a la misma consideración62. Evidentemente, un sistema que impedía a los gobernantes disfrutar de un mecanismo de glorificación personal e instrumento de promoción política tan importante63, no debía satisfacer a buena parte de los dirigentes romanos64. La normalización administrativa permitía convertir los gobiernos en Hispania en un excelente trampolín de ascenso político para quienes los desempeñasen65. De cualquier modo, el continuo clima de conflictividad mantenía a la Península Ibérica como un destino perfecto para quienes aspirasen hacer carrera mediante la actividad militar66. Si atendemos a los personajes que desempeñaron los mandatos en Hispania entre el 218 y el 198 a. C., se observa una fuerte preeminencia de individuos pertenecientes o vinculados con la gens Cornelia67. Es posible que un sector de la cámara senatorial desease limitar la influencia de esta facción en esos territorios. A su juicio, los comicios 59

Gabba, 1977, pp. 69-70. Richardson, 1986, pp. 74-77; 1996, pp. 48-49; Roldán Hervás y Wulff Alonso, 2001, p. 93. 61 El primero en padecer esta lacra administrativa fue el propio Escipión (Liv. XXVIII, 38, 4-6). Posteriormente, con la misma barrera chocó Cornelio Léntulo en el 200 a. C. (Liv. XXXI, 20, 1-4). 62 En tal riesgo se encontró Cornelio Léntulo (Liv. XXXI, 20, 5-6), quien gracias a la presión de los senadores sobre el tribuno Tiberio Sempronio Longo pudo finalmente celebrar su ovatio. En esa misma situación, en el 199 a. C., Manlio Acidino sufrió el veto del tribuno Publio Porcio Leca (Liv. XXXII, 7, 4). El único procónsul que logró obtener la ovatio antes de la creación de las provinciae hispanas, sin hallar aparentes obstáculos institucionales, fue Cornelio Blasio (Liv. XXXIII, 27, 1). 63 Sobre la importancia del triunfo en la carrera y proyección política de los magistrados: Bastien, 2007, pp. 276286. 64 Knapp, 1977, p. 63. 65 Así, tras la institucionalización de las provinciae hispanas, en el lapso que va del 197 al 178 a. C., diez de los veinte individuos que desempeñaron una pretura en la Península obtuvieron el triunfo. Siete de ellos alcanzaron el consulado en los comicios celebrados inmediatamente a su retorno (Richardson, 1975, pp. 52-53). 66 Blázquez Martínez, 2001. 67 Léntulo, Cetego y Blasio procedían de esa rama familiar, manteniendo los dos últimos, además, vínculos políticos con Escipión (Scullard, 1951, pp. 95, 104-106). 60

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centuriados, responsables de elegir a los pretores, resultarían menos susceptibles que las asambleas populares de ser controlados de manera oligárquica68. Los ingentes beneficios económicos que Hispania proporcionaba debieron ser otro de los factores tenidos en cuenta por las autoridades romanas. A tenor de las cifras conocidas69, los botines capturados entre los años 206 y 198 a. C. habrían suscitado grandes expectativas de enriquecimiento, tanto público como privado. A estos ingresos, cabe sumar la producción minera, agrícola, artesanal y comercial que habría pasado a contribuir en las arcas del estado itálico. La racionalización administrativa debía perseguir también optimizar la gestión de esos recursos, asumiendo, para ello, los costes humanos y materiales que la aplicación de dicha reforma ocasionaría70. Como apunte final, no parece que Roma hubiera adoptado la decisión de ampliar el número de preturas hasta haber agotado todas las vías alternativas posibles. En la Península Ibérica, las consecuencias de la nueva medida no se hicieron esperar. Ante la falta de testimonios antiguos, resulta difícil establecer las causas concretas que condujeron a una nueva oleada de insurrecciones indígenas. Presumiblemente, los problemas serían similares a los que promovieron el anterior estallido del 205 a. C. Puede que, animados por la resolución de la cámara senatorial y desconocedores de las coyunturas hispanas, los nuevos pretores incurrieran en excesos de confianza o abusos de poder. En cualquier caso, poco después, Marco Helvio informó por carta al Senado de la rebelión de los régulos Culcas y Luxinio, el primero con diecisiete plazas fuertes a su mando, y el segundo con las ciudades de Carmona y Bardón. Para terminar de complicar las cosas, los malacitanos, los sexetanos y los habitantes de la Beturia se habían sumado a los insurrectos71. El hecho de que el pretor informase directamente de la situación, sin haberla solventado, como solía ser más habitual, da idea de su gravedad. Culcas, antiguo rey aliado de Escipión, aunque con una influencia política reducida respecto a la que ostentaba en el año 206 a. C.72, acaudillaba ahora una facción del bando enemigo. Ninguna referencia anterior nos informa sobre Luxinio, pero es probable que también se hubiera contado entre los favorecidos apoyos del antiguo procónsul. Definitivamente, la estructura diplomática impulsada por Escipión se resquebrajaba bajo la presión de las nuevas relaciones de directa supeditación a Roma.

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Knapp, 1977, pp. 63-64. A las suma aportada por Escipión al erario, cabe añadir las de sus sucesores en el mando. Así, Cornelio Léntulo regresó a Roma con 43.000 libras de plata y 2.450 de oro (Liv. XXXI, 20, 7); Manlio Acidino con 1.200 libras de plata y 30 de oro (Liv. XXXII, 7, 4); y finalmente, Cornelio Blasio habría ingresado 20.000 libras de plata y 1.515 de oro, y su colega, Lucio Stertinio, otras 50.000 libras de plata (Liv. XXXIII, 27, 2-3). 70 Salinas de Frías, 1995, pp. 37-38. 71 Liv. XXXIII, 21, 6-9. 72 Así, ya vimos como para el 206 a. C., Liv. XXVIII, 13, 3, informaba que Culcas gobernaba sobre veintiocho ciudades, lo que supone una notable disminución de su capacidad de movilización. 69

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