HISTORIAS FORTUITAS, TEXTO PARA WALDO VINCES

June 16, 2017 | Autor: Atilio Doreste | Categoria: Painting
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Galería Espacio Abierto, noviembre de 2015, SC de Tenerife. Exposición Historias fortuitas, del pintor norteamericano Waldo Vinces. Waldo Vinces arriba a las islas en marea baja, y en el lento oleaje se decanta el material que generó aquella resaca. La vieja nave que vendría cargada de materiales nuevos para la efervescente arquitectura racionalista, las misivas del emigrante con noticias de sus logros americanos, cartografías amarillentas que fueron dobladas y redobladas, algunas fotografías de estudio retocadas con preciso pincel. El pintor reúne tesoros que depura el mar, cajas de donde los plátanos viajaran, algún que otro horcón tallado en nife y embarrancado por las lluvias. El barco es ahora maqueta descolorida, ya no es adorno en vitrina tras el bureau. Habría sido tocado como objet trouvé, o quizás fagocitado en alguna composición cuasi-dadá de Vinces. La memoria, las huellas, la caligrafía, las piezas del puzle que se reúnen en este espacio intermedio que habitamos… El tiempo se detiene, y todo ocurre en un instante reunido, en una especie de birlibirloque, de pirueta aterrizada, o garabato dorado de brocha fina. Aquí la geografía es densa y las voces tienen un eco extraño. Es el lugar donde te regresas, sí o sí, para entender un estado del arte. Mezcla y resonancias extrañas propias de una isla detenida, un poema que Rafael Arozarena escribiera. Y es en este punto en que la obra del autor se ofrece ante mis ojos, con el difícil compromiso que la amistad promueve: una lectura de tantas aristas que, por mucha vocación poliédrica que tenga, no conseguirá cerrar una descripción lo suficientemente adecuada a este reto. Es de admirar la hermosa fluidez creativa que promueve su inspiración neoyorkina, aunque viviera en Atlanta. Waldo trae sin complejos las impresiones cromáticas más conectadas con su lazos latinos, y cala profundo en el hueco donde se aloja el cuadro dentro del cuadro. Es así que me hace recordar las incorporaciones más físicas de Julian Schnabel, pero sin ser para nada bad painting, más contrario, se desarrolla en azarosa composición y calientes trazos. Yo no se si ahora esta forma de “esculturización” de su pintura venga del mismo efecto de estética vanguardista alentado por un Bretón que mira el Pico Teide montado a camello, quizás por el estilo que recompone un sujeto tal que The Mechanical Head de Raoul Hausmann (o cualquiera de sus collages más europeos); quizás el hallazgo de una pieza tridimesional de Oscar Dominguez en una muestra que impulsara Eduardo Westerdahl, o seguramente por la interpretación más fluxus de sus amigos músicos de acá. Estas pinturas u objetos de arte beben de la respuesta más clásica asentada y atemporal del centro de este pertinente enredo. El puzle siempre es feliz para él, y no se aferra a soluciones fijas, sino que brinda, a cada adquiriente de la obra, un ajuste perfecto a su realidad domestica. Esto lo manifiesta el pintor sin problema alguno,

pues defiende, como parte del propio camino y experiencia, sus años de ejecutivo de talante práctico y efectivo. Las piezas son flexibles, recogen las memorias personales y adopta otras, dejándolas agrupadas para que se readapten al nuevo hogar. Están hechas para ser apropiadas a modo de mapa compuesto y recompuesto, pues para eso son los sitios de nadie, donde el que reside entiende que solo por la generosidad se articula la casa propia. Recoger las piezas sueltas del tesoro, sacarles el brillo, y lanzarlas de nuevo a la marea. Así y ahora, en el rumor de las olas, y pasando las páginas incrustadas de hallazgos, espero que el autor sepa entender la mirada que el aquí presente ha sesgado. Atilio Doreste, a 1 de octubre de 2015

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