Historia(s) y Derechos Humanos

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Historia(s) y Derechos Humanos Juan Pablo Ferreiro1 “La

verdadera

figura

del

pasado

relampaguea. El pasado sólo puede ser capturado como una imagen que surge en el instante en el que puede ser reconocido y nunca se lo vuelve a ver (…) pues cada imagen del pasado que el presente no reconoce como una de sus propias preocupaciones amenaza con desaparecer sin remedio… “ -W. BenjaminLa Historia es la dimensión prototípicamente humana, la estructura antropológica fundamental que no sólo se expresa a través del lenguaje (el lenguaje es la casa del hombre, diría Heidegger), sino que además justifica la existencia de éste último como reservorio de la experiencia humana, siendo ésta una actividad vivencial que precipita un sedimento de conocimiento. Esto constituye la base esencial de la cultura. Sin embargo, cuando uno interpela los documentos, o a la gente, lo que encuentra son historias (en minúscula). En ellas se depositan y conservan la experiencia humana a través de las memorias de los sucesos. Por esa vía tales experiencias se transforman en razón argumental, en recurso, en fuente, en método. Esas historias nos llegan bajo la forma de relatos, que poseen sus propias normas y formas de expresar y al mismo tiempo escamotear los mecanismos que permitieron su registro. Relatos que son, ellos mismos y por estas mismas razones, expresiones/funciones del poder (poder leer/escribir; poder relatar lo acontecido, poder recordar, etc.) poder que está, como todos sabemos, distribuido desigualmente en la sociedad y esa distribución, lejos de ser permanente, remite a un momento y lugar específicos. Allí confluyen, se conjugan y confunden dos planos o ámbitos distintos, aunque convergentes. La historia

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Antropólogo e Historiador, Investigador del CONICET y Profesor de la FHyCS-UNJu

como cronología, como registro del paso del tiempo medido en unidades de experiencia; y como relato fuente de sentido. Y, aunque ese sentido es siempre común, habitualmente también está desigualmente distribuido. En dichas historias se encuentran, el desempeño de los individuos y las limitaciones y habilitaciones que lo colectivo les impone. Justamente allí, en ese cruce de caminos en el que las historias pierden sus particularidades y pasan a ser un patrimonio de muchos, nace la Historia. La Historia como relato ordenador del mundo. Como mecanismo articulador de toda experiencia. Es lo que se dice acerca de lo que ocurrió. Y si bien a esto último hay que rastrearlo a través de esas historias particulares, estas no adquieren sentido, no existen de manera relevante, sino es a partir de un lugar en el cosmos; en el orden de las cosas. Todo lo relatado es a partir de un sitio particular. Sólo el gran relato es “en general”, y lo es porque reduce todas las historias a una condensación significativa, elaborada alrededor de un eje o ejes, que explican, aún implícitamente, porqué las cosas son como son y no de otra manera. Según el antropólogo norteamericano M. Sahlins “un acontecimiento llega a serlo al ser interpretado; sólo cuando se lo hace propio a través del esquema cultural adquiere una significación histórica (…) El acontecimiento es una relación entre un suceso y una estructura (o varias estructuras): un englobamiento del fenómeno en sí mismo como valor significativo del que se deduce su eficacia histórica específica…” 2. Rastrear esta “estructura del significado” implica una arqueología o deconstrucción de los mecanismos que permitieron el registro, y esto no es otra cosa que el poder en estado históricamente puro. La Historia, entonces, como una condensación de relatos particulares, comienza a aparecer como un campo de batalla y un terreno de producción y distribución de poder político. Pero, precisamente por todas esas razones, la Historia es, además, mucho más que eso. Es, ante todo, el más fundamental y monumental acto de hegemonía en las sociedades con escritura3. A través de ella se adjudican las pretensiones, derechos y obligaciones de todos los agentes, establecidos sobre algún principio de acuerdo, parcial, coyuntural, o de mayor extensión (aquello que Rousseau llamó, justamente, “contrato social”).

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Sahlins, M., 1988, Islas de Historia, Gedisa, Barcelona, Pp. 14 Entendida la hegemonía como un proceso mediante el cual se establece una conducción de tipo político y cultural de un sector social sobre otro, y cuyo mecanismo principal es el consenso. Distinta de la dominación, la cual se constituye alrededor del ejercicio de algún tipo de coerción violenta. 3

Precisamente por eso es, también, la fuente privilegiada de la jurisprudencia y, con ello, la principal herramienta pedagógica del poder. Es allí donde se ordena jerárquicamente toda experiencia; y es allí donde en función de esas jerarquías, y de las necesidades de ellas emanadas, también se desecha lo irrelevante, lo que no resulta necesario, apropiado o conveniente recordar. En suma, la matriz temporal de la visión del mundo, y a la vez, los argumentos principales, con carácter de sistema y transformados en relatos, que deberán informar acerca de ella a todos los agentes comprometidos en esa relación de poder, pero desde la perspectiva de los que la relatan. Las crónicas y escritos que nos llegan, entonces, son las de este grupo de personas y, en la medida en la que se relacionaban con éstos, aparecen en el registro documental otros sujetos históricos. Y es a través de estos mecanismos que se instituyen la “verdad” y la legitimidad históricas; las cuales, al tiempo que afirman, niegan , excluyen, rechazan otras interpretaciones y otros sujetos y forman parte esencial del conjunto de variantes con las que el sector dominante establece su control sobre la realidad. Control que al ser un mecanismo cultural apela al consenso y se ejerce como producto de la hegemonía, de la conducción y dirección moral, política, técnica y hasta filosófica que ese sector ejercía sobre el resto de la sociedad. Estableciendo la desigualdad a través de un proceso de naturalización, que comienza en la diferencia. Desde luego, el control sobre los relatos que ordenan y establecen el flujo de la experiencia colectiva establecen y ordenan, también, un acceso diferencial al derecho y a la legitimidad. Es a partir de estos ejercicios que resulta posible determinar qué es lo legal, y qué lo ilegal o ilegítimo, y por lo tanto, excluido de la práctica, del vínculo, de la expectativa. Aproximémonos ahora, brevemente, a los mecanismos de conservación de la memoria, de producción de fuentes históricas del estado provincial. Los materiales que son depositados en el archivo histórico sufren, antes de llegar allí, una serie de filtros, selecciones o expurgos en las propias reparticiones que los han originado, en distintos sectores del estado provincial. Si bien, por ley, todo el material producido por el estado provincial debería archivarse en el AHPJ, pero, esta masa de material es seleccionada a través de los denominados expurgos, en los que se dispone que documentación es relevante conservar, y qué otra será destruida definitiva y totalmente. Estos expurgos se hacen bajo criterios variables y particulares. Criterios que no han sido consensuados, ni están estandarizados.

Criterios individuales sujetos al sentido común o al interés del que los aplica, y aquel a su vez, producto de discursos históricos específicos, temporales. La misma institución encargada de “preservar” esa memoria del estado, ha cambiado de pertenencia; se modificaron sus límites y extensión, sus funciones, en por lo menos dos oportunidades en los últimos 8 años; lo cual implica, también, una reubicación de la memoria, del pasado, del acceso y preservación de estos a partir de modificaciones políticas. De aquí puede deducirse, rápidamente, que a pesar de la apariencia engañosa de neutralidad con la que se reviste una fuente o un archivo, de que “las cosas son como son”, en realidad, son como las hacen. Este último aspecto es la vía que nos permite acceder a la afirmación anterior de que toda historia es un acto de hegemonía. Hay etapas históricas en las que este mecanismo resulta particularmente visible. Pensamos en nuestro propio pasado colonial, como ejemplo. En los grandes repositorios locales (Archivos Histórico, Judicial y Eclesiástico) existe información relativamente abundante sobre ese período. Tales fuentes se caracterizan por estar escritas en un código al que, en aquellos momentos, sólo accedían los especialistas y registraban una selección de acontecimientos. Tanto para poderlos haber escrito, cuanto como para poder leerlos es necesario disponer de dominio sobre una técnica particular: la escritura; la cual fue, durante aquel período, una de las más raras y codiciadas pericias, y a la que, por lógica consecuencia, no había un acceso masivo; el cual es un logro posterior, de la modernidad tardía. Por lo tanto, el enorme flujo de experiencias ordenadas en relatos codificados, más breves o más extensos, y que forman hoy el cuerpo de costumbre, núcleo empírico de nuestra jurisprudencia, fueron seleccionados por peritos habilitados para registrar, de ese modo, la memoria oficial de su época o etapa. En una sociedad masivamente analfabeta, como aquella lo era, la memoria del paso del tiempo, que luego se transformaría en Historia; era entonces, el coto vedado y exclusivo de quienes sabían leer y escribir, eran autorizados para hacerlo y cuyos intereses reclamaban quedar fijados por escrito. Esta situación, menor en sí misma, tuvo y tiene consecuencias de fundamental importancia para el presente. La primera de ellas, y causa constituyente de casi todas las demás es que aquellos intereses de quienes legitimaban y autorizaban y producían los expedientes constituían el primer gran filtro a través del cual los hechos se transformaban en acontecimientos; ya que, como afirma Halbwachs: “la memoria no revive el pasado, sino que lo

reconstruye…”4. Según estos vínculos y de acuerdo a la historiografía tradicional provincial, el papel de héroe fundador y padre de la ciudad fue adjudicado a don Francisco de Argañarás y Murguía, y el de rebelde anacrónico y contumaz al cacique Viltipoco; aún cuando el primero hubiese sido un advenedizo recién llegado que no podía alegar más derecho que el de su fuerza; mientras el segundo encabezaba la defensa del territorio ancestral de su pueblo y descendía de un linaje de jefes comunitarios. El conjunto de relatos así ordenados y jerarquizados poseen un altísimo valor pedagógico, ya que se constituyen en el eje vertebrador del orden de la experiencia colectiva futura; de la memoria colectiva de la cual abrevan, de una u otra manera, todas las memorias individuales a las que contiene, y que se transmite con valor de doxa. Toda esa masa documental está ordenada y recorrida por una jerarquía explícita en algunas oportunidades, y hasta codificada legalmente, e implícita, soterrada la más de las veces una/s jerarquía/s que ponen en funcionamiento un complejo y desigual dispositivo de separación, distinción y exclusión/inclusión, que nos devuelve negro sobre blanco, la imagen del verdadero vecino; el sujeto habilitado y habilitante. Blanco, patriarca, empresario propietario de esclavos y/o indios, inserto en una trama argumentada por la religión, pero a la que (intentaba) manipulaba, convencido de su superioridad étnica, etaria y de género, y de su “destino manifiesto” expresado por el derecho de conquista. Cuando decimos “verdadero vecino”, no estamos negando la existencia de otros sujetos históricos, sino remitiendo al perfil de aquel que controlaba, y para el cual estaba destinada, la trama social. En este sentido, todos los demás personajes eran actuados como accesorios de aquel, como su complemento. Y en aquel encontraban la justificación legal y política de su existencia y de su otredad. Esto es particularmente manifiesto en indios, menores y mujeres, que dependían, estaban sujetos a un varón adulto, preferentemente español (blanco). De allí que no resulten azarosas, ni mucho menos inocentes las significativas ausencias y silencios en la documentación. La voz de los pobladores originales ha llegado hasta nosotros fragmentada, recortada y siempre traducida; se han perdido, como consecuencia de ese proceso, quizás para siempre, hasta las 4

Halbwachs, M., 1925; Les cadres sociaux de la memoire, Pp. 17, Bibliothèque Paul-Émile-Boulet de l'Université du Québec à Chicoutimi, Site web: http://bibliotheque.uqac.uquebec.ca/index.htm

lenguas que hablaban muchos de ellos. Otro tanto puede decirse de los españoles y criollos pobres, de quienes han sobrevivido escasos y sesgados registros. De la población negra, salvo los pregones que algunos de sus miembros voceaban, no ha quedado nada que no nos llegue relatado por otros; y aún esto de manera exigua y escueta. Llegados a este punto es necesario precisar que el olvido es el par antitético de la memoria; el ejercicio de ambos proviene de una definición amplia de poder. Como señalábamos antes, poder recordar, poder olvidar. El poder funcionando como verbo auxiliar, pero inevitable y permanentemente presente. El olvido es el principal recurso de la manipulación de la memoria. Su sobreabundancia, así como su inexistencia son patológicas, y esta última se transforma en su condición extrema en esa aporía que conduce al memorioso Funes borgiano. A esto se le opone aquello que P. Ricoeur ha definido como el “atrévete a narrar por ti mismo”. La manipulación del olvido conduce a la trivialización o a la naturalización del mal, relativizándolo a través del olvido selectivo. El “narrar por uno mismo” reestablece la mirada polifónica sobre la Historia, el lugar de las historias, y el derecho a un lugar en la memoria. A través de la situación que comentamos es posible observar cómo el vínculo de un pueblo con una parte fundante de su propio pasado es escamoteado, fracturado y luego sustituido por una operación en la que la parte reemplaza al todo. La historia del grupo dominante, recién llegado y colonizador se entroniza, entonces, como LA historia de TODA la comunidad, absorbiendo y desplazando a la del sector derrotado y subordinado y asumiendo la representación de todo el conjunto social. Esto resulta una paráfrasis de la afirmación hecha por Antonio Gramsci, “la filosofía de la parte siempre precede en toda ocasión a la filosofía del todo, no sólo como anticipación, sino como necesidad real…”5; y para quien la filosofía no era otra cosa que la Historia de una época determinada; o mejor aún, la Historia de la dominación de una época por un sector social específico. Por estas vías se ve afectado, manipulado, y hasta se podría decir que producido, uno de los derechos básicos e inalienables de todo grupo social, el derecho a la memoria, a su memoria, que no es otro que la fuente de donde surge el derecho a la identidad, colectiva e individual.

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Gramsci, A., 1984, La formación de los intelectuales, Enlace- Grijalbo, México, Pp.78

La historia del desarrollo de una estructura social es sustituida por un relato, más o menos mítico, elaborado por y para retratar y expresar un determinado orden de organización social. Obviamente, y aunque resulte tautológico, la manipulación de estos derechos tiene vastas consecuencias políticas en el presente. No obstante, esta maniobra habitual y a veces deliberada (piénsese en los comentarios acerca de la historia y su realización presentes en la correspondencia entre Mitre y Sarmiento, p. ej.), no es, ni mucho menos, una condena eterna. Ya lo dice el proverbio venezolano “no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo soporte”. Resulta aquí útil recordar que “lo que hace a una nación es el pasado, lo que justifica a una nación ante las otras es el pasado, y los historiadores son las personas que lo producen…”6. En este sentido, es posible que una mirada interesada, atenta y comprometida, pueda atisbar a través de las grietas y observar lo que no se ve. Un claro ejemplo de esto lo brinda el período histórico más reciente de nuestra historia nacional. Diversas técnicas (bioantropología, Historia oral, etc.) y el compromiso de vastos sectores permiten recuperar aquellos fragmentos negados que desmienten la construcción que los sectores dominantes pretendieron imponer sobre este pasado reciente. Tal como lo demuestra el renovado interés por parte de nuevos y nuevas investigadores/as por rescatar grupos y sucesos desarrollados al margen de la interpretación oficial de la Historia. Y es, sobre todo, el rescate del pasado a través del indicio (el rastro muchas veces mínimo, que han seguido, entre otros, las Abuelas de Plaza de Mayo), además del documento y el testimonio no escrito, lo que permite la existencia de otros relatos y miradas que ponen en discusión el relato monolítico oficial de otras épocas, cuya profunda y terminal crisis anuncian. Finalmente, somos conscientes, al citar como ejemplos casos de la documentación del período colonial que si bien puede resultar un anacronismo hablar de Derechos Humanos para cualquier momento histórico anterior al S. XX, no olvidamos, tampoco, que toda lectura es hecha y guiada desde un presente, cuyos intereses son los que imponen las preguntas y las búsquedas; ya que “Ningún hecho que es una causa es, por eso mismo, histórico (…) un historiador que lo toma como su punto de partida deja de relatar la secuencia de los hechos

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Hobsbawm. E,, en: Fernández Bravo, A., 2000, La invención de la nación. Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha, Manantial, Bs. As., Pp. 173

como las cuentas de un rosario. Más bien capta la constelación que su propia era ha conformado en relación a la previa… “7

Publicado en: Rubinelli, María Luisa (comp.), 2008, ¿Los otros como nosotros? Interculturalidad y Ciudadanía en la Escuela. Reflexiones desde América Latina, T. II, EDIUNJU, San Salvador de Jujuy.

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Benjamin, W., “Tesis sobre filosofía de la Historia”, Decursos, Año I, N° I, abril 1955, CESU-UMSS, Cochabamba. Pp. 37

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