HUESPEDES SECRETOS, Manuel del Cabral

July 25, 2017 | Autor: F. Leonardo Henri... | Categoria: Poetry, Cabral, Interiorismo
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Por Fausto Leonardo Henríquez





Introducción


Manuel del Cabral (Rep. Dominicana, 1907-1999) es el autor del poemario Los
Huéspedes Secretos (1950) el más grande y complejo, bajo mi punto de vista,
que haya escrito el poeta quisqueyano.


El aliento creador que hay en Huéspedes Secretos es equiparable a "Diálogos
del conocimiento" del poeta español Vicente Aleixandre; a "El canto de la
locura", del puertorriqueño Francisco Matos Paoli; a "Altazor" de Vicente
Huidobro; y al de otros poetas contemporáneos dominicanos, a saber: Pedro
José Gris, con su obra "Las voces"; José Acosta, con su obra "Territorios
extraños".


Manuel del Cabral arriba a la madurez creadora en Huéspedes Secretos
después de muchos intentos diferenciados en sus libros anteriores. En éstos
ya está latente la inquietud fundamental de nuestro poeta: la metafísica,
la cual desarrolla en la obra que hoy nos ocupa. Estos apuntes estarán
enfocados básicamente en esta línea.


Sabemos que hay otros aspectos importantes de la poética cabraliana, a
saber: la poesía popular, la poesía negra, el aspecto social, entre otros.
Sin embargo, por lo que interesa a la Poética Interior, el de la realidad
trascendente o metafísica lo configura y determina más que ningún otro
móvil creador.


1. La inteligencia poética del Ser


Huéspedes Secretos recupera la temática de Sangre Mayor –la metafísica[i]-,
la sobrepasa y culmina. El lenguaje, bien manejado por el poeta, explora
nuevos sentidos semánticos que empalman con un declarado propósito de
encontrar la fuente originaria del Ser, del alma, de lo infinito: "¿Tendrán
los ciegos, oh infinito, / más niebla que los ojos que te miran? // Sólo
cuando yo estoy junto a los niños / a nombrarte me atrevo, oh infinito. //
Oh infinito, cómo puedo ser hombre / si tú desde lo alto me enseñaste a ser
niño"[ii].


Concitado por la presencia del Ser –intuición profunda de la inteligencia
poética– que es como decir experiencia religiosa, el poeta pregunta: "Con
qué ojos puedo mirarte. / Con qué frente puedo concentrar tu inefable
estatura". El Absoluto se le presenta a Cabral materialmente inmaterial, él
lo sabe, pues su materialidad es justamente suprasensorial e inefable. De
ahí la agónica desesperación expresada en el verso "¿con qué ojos puedo
mirarte?"


En un diálogo directo con la Presencia del Absoluto, Cabral se propone
contemplar las mil maneras en que aquélla se revela. La actitud del hombre
ante la revelación de lo trascendente tiene que ser consciente y libre,
como acontece en nuestro poeta: "Me he preparado para poder contemplar tu
plural presencia".


Alguien nos situó en el mundo, alguien nos puso una gota de "nostalgia de
lo eterno", como diría el poeta dominicano Óscar de León Silverio, un
anhelo profundo de hallar la matriz divina que nos concibió. Al hombre, a
pesar de su pensamiento, no le es dable conocer del todo la grandeza del
Absoluto, ni sus nieblas ni sus abismos. Nuestro poeta sí participa de ese
privilegio en un grado superior, mientras que, en cambio, el común de los
humanos ni siquiera percibe en los seres pequeños la grandeza que poseen,
aunque a veces se admiran de su belleza.


El deleite intelectual es, tácitamente, una nota preponderante en todo el
poemario. Somos una piedra arrojada que busca con angustia el origen y su
descanso último. Una piedra que anda husmeando a su dueño porque está
dentro de él, rodando inefablemente. En este orden, el hombre sí puede
"derribar desde su frente / las bestias que viven en su sangre desde su
origen; // y podrá, también, comprender que lo soltó un hondero; / que
somos una piedra –quizá la de David-, / una piedra que hace siglos anda en
busca de su blanco, / pero una piedra, ¡ay!, que no encuentra al gigante,
porque inefablemente rueda dentro de él".


En la sangre bulle el mar, bulle el misterio abismal del origen de la vida.
Nuestro poeta ha identificado algo grande en su sangre que no acaba de
poner al descubierto. Asimismo, revela una verdad universal –aporte
fundamental en este poemario–: el hombre está en el mundo porque alguien lo
puso en él, fue lanzado al mundo (arrojado diría Martín Heidegger) por un
hondero, y por tal motivo tiende, como bumerán, al lugar de donde salió.


Esta intuición cabraliana es una constante en todo el poemario.
Tácitamente, el poeta rastrea todas las formas de manifestación de lo
suprasensorial. Ése es su mayor logro.


2. Las cosas extrañas del ser, nexo con lo sagrado.


Del Cabral tiene una experiencia metafísica del ser que lo creó. Ese
hallazgo de la realidad trascendente la poetiza brillantemente en Huéspedes
Secretos. Parafraseando a Agustín de Hipona, el poeta podría decir que
nuestra alma está inquieta y no descansará hasta que lo haga en Dios. Hay
una entidad o "instancia última" heideggeriana a la cual tendemos. Pues
como dice en la Metafísica Aristóteles:


"Necesariamente tiene que haber alguna entidad eterna, inmóvil… Ha de haber
un principio tal que su entidad sea acto"[iii].


Esa entidad primera, o sea, el huésped primero, el hondero, es Dios: "Los
ríos todavía no robaban paisajes, / aún andaban tibios por las venas de
Dios, / y todos los caminos comenzaban apenas / a dibujarse en las arrugas
de su frente; / la espuma de los peces meditaba, ya inédita, / en los
bucles de su amo". El poeta Rainer María Rilke nos confirma la
universalidad de los versos cabralianos, cuando él mismo escribe: "Me giro
hacia Dios en este giro sin edad, / desde hace millares de años. / ¿Quién
soy? No lo sé aún: halcón, tempestad / o cántico poderoso".


La intuición poética de Cabral no dista de la del filósofo Aristóteles.
Aquél proclama una verdad poética trascendente: "Ahora estás aquí. / ¿Pero
puedes estar? // Tú dices que te llamas… Pero no te llamas… // Tu puro ser
se muere de presente. / Se muere hacia el contorno. // Se muere hacia la
vida". Éste –el sabio de Grecia- proclama una verdad intelectual profunda,
filosófica: "hay algo que mueve, siendo ello mismo inmóvil, estando en
acto, eso no puede cambiar en ningún sentido… Se trata de algo que existe
necesariamente, es perfecto, y de este modo es principio"[iv]. Ese ser
inmóvil es el hondero. Cabral habla poéticamente de él, Aristóteles
filosóficamente. Dos maneras de ver la misma realidad: la trascendente.


En Dios hay vida, pues la actividad del entendimiento es vida, y él se
identifica con tal actividad: "Se muere hacia la vida". Y su actividad es,
en sí misma, vida perfecta y eterna. Dice literalmente el sabio- "que Dios
es un viviente eterno y perfecto. Así, pues, a Dios corresponde vivir una
vida continua y eterna. Esto es, pues, Dios"[v]. A esa entidad eterna y
divina, infinita es que canta nuestro poeta con desgarrado aliento: "¡Oh
infinito, / sólo mi nacimiento puede dolerme igual / que tu presencia
virgen ante el hombre!"


Dios es el nombre absoluto del huésped total. Dios mueve la tierra, y "las
entrañas del viento y de las aguas". En el poema "Piedra de Sol", el
célebre poeta, Octavio Paz, nos acerca a lo que queremos decir: "El mundo
se despoja de sus máscaras / y en su centro, vibrante transparencia, / lo
que llamamos Dios, el ser sin nombre, / se contempla en la nada, el ser sin
rostro / emerge de sí mismo, sol de soles, / plenitud de presencias y de
nombres". Dios, el Huésped, es una "presencia transparente", o sea,
metafísica. Los Huéspedes en general, son las mil maneras con que Dios se
manifiesta al poeta. A esto lo llama Octavio Paz: "plenitud de presencias y
de nombres".

No hay duda de que Manuel del Cabral se ve poseído por la realidad
trascendente: "Oigo un rumor de flautas antiguas". Esto es lo que hace
distinto al hombre llamado Manuel de todos los hombres. Él se ocupa de las
cosas extrañas de su ser, y los demás mortales de las cosas externas y
pasajeras.

En su delirio poético el aeda es un taumaturgo, un dios terreno que
vivifica a las cosas y a los objetos: "Al contacto de mis manos toman otra
estatura". El rostro del huésped es un "rostro de mañana que huye". Por lo
tanto, resulta imposible asir su realidad óntica, su forma siempre en fuga.
Ni siquiera el poema puede atrincherar su impalpable presencia.

El huésped amigo se revela de forma tan diversa que nadie puede predecir de
qué otra manera se le presentará de nuevo. Es un huésped secreto que sólo
su intuición mira. Huésped que se presenta repentinamente y deja la herida
por donde "de súbito cae un poco del día" y "sale un poco la historia de la
sangre". El poeta francés Robert Sabatier en su poema "Estoy herido",
enuncia una experiencia análoga: "Estoy herido por un ser y sé / que su
herida es hermana de la mía. Sólo puedo subsistir / sin cuidarlo pues yo
soy su veneno".

Huéspedes Secretos canta el orden suprasensorial de la realidad, la propia
realidad humana que está vinculada a algo sublime, a quien "el útero virgen
del pensamiento preña", a "un sentido no propio que trabaja / desde un
remoto aliento". Es un combate furibundo, paradójicamente bello, el que
libra el poeta: "¿Dime, aire puro, qué voz es la que escucho, / que ya no
me detengo y es con la luz que lucho?"

3. Lo corpóreo, sede de lo intangible

En lo profundo del ser el poeta metafísico siente arañazos en sus carnes,
cincelazos del huésped en su cráneo. Concitado por el huésped interior el
poeta pregunta: "Huésped mío, / ¿Qué buscas? / ¿qué quieres, / que a fuerza
de ser mudo me golpeas / como un odio sin puertas?"

El huésped que contempla Manuel del Cabral "se hiere cuando silba", el que
con "su garganta pone / más azul en los charcos que pisan los boyeros". Es
el que "en el cutis del mar escribe cartas", "el que empuja la mañana como
el río sus rizos", el que "bebe en el ojo suelto de un río".

El tacto y el olfato excitan los sentidos interiores de nuestro iluminado
poeta, de forma que queda atrapado por lo que éstos últimos perciben: "¿Por
qué tan insistente / esto que no me toca, pero que a ratos / respiro, / lo
siento, / me tiembla?" "Hablo con las tijeras que cortan los jardines /
para saber si hieren a mi huésped. Porque aquel que me rodea / duerme en la
rosa familiar su siesta".

La poesía trascendente de Manuel del Cabral gana intensidad a medida que
uno avanza en la lectura del poemario. En este proceso algo en uno queda
trastocado. Nadie que posea un mínimo de sensibilidad puede quedar
impasible ante los Huéspedes Secretos. El mismo poeta dice: "Aquello que
late, sin agua, / sin viento, / sin lumbre, / sin tierra, / ¿lo comprenden
los hombres? ¿Lo comprenden las cosas?.. Todo está como el agua, / como la
ola; / ¡Sólo el temblor me inventa a cada instante!".

Manuel del Cabral pretende darnos a conocer, de muchas maneras, con
Huéspedes Secretos, la certeza metafísica de la presencia impalpable del
Ser, del Absoluto, de Dios. Lo podemos entender de cualquiera de las
formas. Nuestro poeta no hace una confesión de fe, sino una revelación
poética de la verdad profunda que su alma no puede dejar de propalar en su
poesía transida de una fuerza extraña y estremecedora.

Esa presencia del Absoluto galopa como un caballo, pero "no podemos
tocarle, / porque galopa alto…/ y mucho antes que el tiempo, / mucho antes
/ que el hombre y la palabra". Esa presencia es la que persiste, eterna e
inagotable en los "caracoles que tienen un rumor interior, / un inefable /
rumor terco de océano".

La conciencia superior de pertenecer a otro orden, sin dejar el orden
cotidiano, inmanente, es tal vez el rasgo que, a mi juicio, crea la
angustia metafísica de Cabral: "No sé que hacer con este cuerpo mío, /
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo… Yo quiero devolverlo como me lo
entregaron; / sin embargo, / yo sé que es tiempo lo que a mi me dieron".

Desdoblada la conciencia del poeta, en la pureza de la luz, se ve a sí
mismo habitado por otro, que es él mismo en su búsqueda de absoluto:
"porque yo sé que hay dos aquí en mi carne". El problema deviene cuando
esta doble corporeidad, la material y la intangible, –porque está más allá
de lo físico y de los sentidos corpóreos–, se "atraen y se repelen". Es
decir, el cuerpo no se ocupa más que de lo sensorial, pero el alma puja,
loca, sin descanso, sin tregua, en una atroz búsqueda por hallar su paz y
su calma: "Hay uno de los dos que no descansa, que no duerme, / porque
también / está buscando al otro que en ti tiembla".

La antítesis niñez-vejez conjuga dos aspectos de una misma realidad: la de
la persona que, siendo adulta, busca su origen, su fuente originaria de
vida: "Antes de llegar al mundo / te pusiste a pensar y envejeciste". En la
vejez el ser humano tiende a su origen, como las ramas de un árbol vetusto
que buscan la tierra, hasta que al fin caen, vencidas, a ella. Para algunos
ese viaje es doloroso, como es el caso de nuestro poeta: "Con tu mañana al
hombro, / era ya inevitable / tu doloroso viaje de raíces".

Nuestro más oculto huésped no es tiempo, nunca lo ha sido ni lo será: de
ahí la profundidad de esta poesía. Apunta a algo que no es tangible,
material. Ser eterno es reconocer la presencia metafísica u oculta del
huésped del alma.

Hay una pugna consciente entre la realidad corpórea y realidad trascendente
(metafísica). Sabemos lo que es el llanto, pero no dónde nace. Sabemos que
nacemos, pero no porqué nacemos viejos, cargados de futuro: "Tú que naciste
anciano, / y tú llenas de pronto de futuro".

4. Lo eterno en el tiempo, intuición del Yo Profundo

La realidad trascendente es transparente, como un cristal. Alcanzar esa
transparencia requiere de un ejercicio infatigable de desprendimiento,
renuncia y desasimiento material, de todo lo que es tiempo: "Me fui
quitando cáscaras, /y el espejo a ponerse ya más limpio. / Al fin quedé
desnudo, / y fui al cristal para mirarme puro, / pero no pude verme".
"Quise vestirme pero fue imposible, / no podía vestir la transparencia".

La materia es depositaria de una secreta fuerza inmaterial, eterna, divina.
Algo que la configura, da ritmo y consistencia: "Fue primero la esencia, no
lo manifestado". // "Debe haber algo, / algo que se da el lujo de ser
materia, / tiempo, movimiento". Estas vibraciones suprasensoriales son las
que concitan al poeta. Esto es lo que él canta: el temblor que existe en
cada cosa que toca, que mira y se le revela. Todo lo que convoca el poeta
queda sangrando eternidad, misterio; "He salido de la casa de Octavio: /
sucia de eternidad me hallé su ropa…/ estas gotas que Octavio va sacando
calientes/ del ojo de la estatua…/ sus manos cantan bajo la tempestad, / la
feroz escultora: / la que pule y modela con viento el universo".

Hay momentos imantados de misterio: "Afuera, como perros con su hueso, /
cien panteras lamían su esperanza esperándonos…// Una de las panteras entró
para mirarme… su hermosura / era la del abismo iluminado.// Nos fuimos al
espejo para ver nuestras caras, / y en el espejo vimos tres panteras / en
vez de nuestros rostros". En el abismo de un espejo el rostro transmuta
misteriosamente. ¿Qué fue lo que vio el poeta? ¿Qué hermosura contemplaron
sus sentidos interiores en el abismo iluminado? Sin duda algo que le
arrebató la calma. Un universo que los sentidos comunes apenas si balbucen:
"Te busco como algo que hace tiempo molesta".

La nada es ese misterio esencial que nos posee el tiempo, la carne: "Yo te
cuento los años en mi carne; / tu profunda estatura va en mi metro de
huesos". De todo el cuerpo el cráneo, "piedra mayor del esqueleto", esconde
en sus profundidades la intangible presencia del huésped más secreto de
todos: la nada, la nada habitada. Nada honda como una caverna de la cual
sale "tu primer huésped / que sale como ayer de tu guarida / armado de
cariño y luz felina".

Estamos en el mundo, pero tendemos hacia alguien o algo. Parece que,
contrariamente a Heidegger, no somos seres para la muerte, sino para
permanecer junto a alguien o algo que ha tenido en zozobra e infieri
nuestro ser en el mundo: "¿Hacia qué levantados designios nos lleva el
viento?". La pregunta ¿adónde nos lleva el viento con "ritmos eternos"?, es
fundamental en la obra cabraliana. Vicente Aleixandre en el poema "Sonido
de la guerra" nos aproxima a la gran verdad que intuimos: "Más allá de la
muerte vive algo, / un resto, en vida propia. Y ando, aparto / esa otra
vida a solas que no entiendo".

La temporalidad se riñe con lo eterno, pero al mismo tiempo se compenetran.
Hay atracción y repulsión de la realidad palpable y de la realidad
intangible: "Siempre apedreamos al tiempo. Con las piedras profundas de la
Esfinge".


El poeta tiene la virtud de "pensar en aquello" que aún no es un problema
para nosotros. Esto es, su Yo Profundo, en sintonía con lo real
trascendente, jadea en el abismo metafísico, donde "existe sólo aquello que
nunca hemos visto". Los espíritus intuitivos, como el de Manuel del Cabral,
lo olfatea en "el aire que hace que a veces no muera un caballo, / el aire,
el que respira a veces por un ojo el astrónomo".

Lo más sorprendente es que el poeta identifica a tal huésped como alguien
que está en sus profundidades: "Alguien toma la noche como pañuelo oscuro /
para secar la nada que concentra / profundidades de humedades mías".

La nada en la concepción poética de Manuel del Cabral es una "amante
transitoria", una "concubina del tiempo". La nada no es el lugar donde no
existe cosa alguna, la nada poética cabraliana es esa inquietud profunda
del ser donde "he juntado los silencios".

En síntesis, Huéspedes Secretos responde a la inteligencia poética del Ser,
de ahí que la concepción metafísica que registra el poemario esté vinculada
estrechamente con lo sagrado del mundo y con lo divino. En el mismo orden
de ideas, lo corpóreo, lo inmanente, es la sede de lo intangible, el lugar
en que se revela lo real trascendente. El poeta se sabe tiempo, pero
también eternidad, esto es, inmanencia y trascendencia. La poesía de
Huéspedes Secretos es el resultado del encuentro terrible entre esas dos
realidades. Y ese "entre" tiene un nombre: Manuel del Cabral, quien,
jalonado por lo tangible y lo intangible, nos introduce en un género de
creación poética que traspasará los siglos.

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[i] Candelier, Bruno Rosario "La Búsqueda de los Absoluto", Ateneo Insular,
Colección "Por las Amenas liras", Moca, República Dominicana, 1997, págs.
43-57.
[ii] Todas las cursivas, salvo indicación, pertenecen al poemario
"Huéspedes Secretos" y responden a un orden secuencial que va desde el
primer poema hasta los últimos.
[iii] "Metafísica". Libro XII, 1071b, 5-15. Editorial Planeta deAgostini,
S.A., España, 1997. Traducción de Tomás Calvo Martínez, ISBN 84-395-5480-X
[iv] Ibid, 1072, 5-10.
[v] Ibid, 1072, 25.
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