Igualdad, prioridad y animales no humanos

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Igualdad, prioridad y animales no humanos* Catia Faria Universitat Pompeu Fabra

1. Introducción Se asume habitualmente que a los seres humanos se les debe dar una consideración moral preferente, cuando no una prioridad absoluta, sobre los miembros de otras especies. Esta idea ha prevalecido de manera general en el debate moral y político. Con todo, también ha sido disputada desde diferentes perspectivas normativas. Consideremos, por ejemplo, la teoría de los derechos. Como es sabido, Tom Regan (1983) ha defendido que todo individuo que es sujeto de una vida tiene valor intrínseco, con lo que satisface una condición suficiente para la plena consideración moral. Otras teóricas y teóricos han sostenido que a los animales deben serles reconocidos derechos sobre la base de otras perspectivas, como la kantiana, tal y como lo ha defendido Christine Korsgaard (2005), o la contractualista, como lo ha hecho Mark Rowlands (1998). El antropocentrismo ha sido igualmente disputado desde las teorías basadas en el carácter. Por ejemplo, Stephen Clark (1977) ha argumentado que difícilmente puede alguien ser un agente moral virtuoso si desconsidera los intereses de ciertos individuos, bien por la especie a la que pertenecen, o bien por otras características que consideraríamos irrelevantes cuando se trata de actuar hacia los miembros de nuestra propia especie. Y lo mismo se ha afirmado desde la ética del cuidado. Teóricas como Josephine Donovan (2007) han argumentado que alguien no puede ser una agente cuidadora (“caring agent”) si ignora la grave situación en la que se encuentran los animales no humanos. Además, el antropocentrismo ha sido también cuestionado desde otras teorías que *

Este artículo fue publicado en Ávila Gaitán, Ivan Darío (comp.). La cuestión animal(ista). Bogotá: Desde

Abajo Ediciones, 2016: 327-340. Una versión anterior de este texto fue publicada originalmente en Inglés con el título “Equality, Priority and Nonhuman Animals” en Dilemata 14, 2014: 225-236.

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atribuyen plena consideración a los animales no humanos basándose en su capacidad para tener experiencias positivas (disfrute) y negativas (sufrimiento). Esto es algo que ha sido extensamente defendido por utilitaristas como Peter Singer (2002, 2010). Pero esta posición ha recibido también el apoyo de autoras, como Martha Nussbaum (2006), que sostienen una perspectiva distinta, centrada en el desarrollo de las propias capacidades del individuo. En este texto argumentaré que desde una perspectiva igualitarista y prioritarista es también posible defender la consideración moral plena de los animales no humanos. Examinaré las implicaciones que estos enfoques tienen para la consideración de los animales no humanos. En primer lugar, definiré qué son el igualitarismo y el prioritarismo y derivaré de ellos una tesis normativa común que permita distinguir ambas teorías de otras aproximaciones normativas. La llamaré la “tesis igualitarista amplia”. En segundo lugar, analizaré las implicaciones que esta tesis tiene para la consideración de los animales no humanos, y evaluaré las consecuencias que la exclusión de éstos tiene para la teoría igualitarista. Finalmente, trataré de algunas de las implicaciones aparentemente contraintuitivas de sostener un igualitarismo consistente. Concluiré que se sigue necesariamente del igualitarismo la consideración plena de los animales no humanos, a pesar de las arraigadas actitudes especistas que sugieren lo contrario. 2. Igualitarismo y prioritarismo El igualitarismo y prioritarismo son dos posiciones normativas según las cuales: (I) Debemos actuar con el fin de aumentar la igualdad entre los individuos que puedan ser afectados por nuestra acción o debemos actuar con el fin de reducir la desigualdad entre los individuos que puedan ser afectados por nuestra acción. (P) Debemos actuar con el fin de asignar los mayores beneficios a los individuos en situación peor que puedan ser afectados por nuestra acción.

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Para ejemplificar lo que estas posiciones implican, consideremos el caso siguiente: Primera misión. Supongamos que vamos en una misión a África para trabajar en un orfanato. Allí hay dos grupos de niñas A y B. A son niñas sanas y razonablemente felices que viven en condiciones materiales modestas. B son niñas que viven en las mismas condiciones materiales, aunque sufren de una enfermedad debilitante. Tienen vidas que vale la pena vivir, pero experimentan niveles de bienestar inferiores a los de las niñas del grupo A. Disponemos de una cantidad limitada de dinero con que mejorar la situación de estas niñas. Así, tenemos que decidirnos entre una de dos situaciones posibles: (S1) usar el dinero para comprar el tratamiento médico que las niñas del grupo B necesitan; o (S2) usar el dinero para hacer mejoras en la escuela a que asisten las niñas del grupo A. El resultado que es esperable alcanzar en cada caso puede describirse del modo siguiente: (S1): A: 200; B: 100 (S2): A: 300; B: 50 Si nuestro objetivo fuera maximizar la cantidad agregada total de bienestar de A y B, es obvio que deberíamos escoger S2 (pues genera un total de 350). Eso es, claramente, lo que un o una utilitarista haría. Obrar de otro modo sería moralmente incorrecto ya que, de acuerdo con esa teoría, S1 (300) no es el mejor estado de cosas posible. Sin embargo, muchas personas estarían en desacuerdo con el utilitarismo respecto a escoger S2. Ello se debe a que creen que, a la hora de decidir qué debemos hacer, no es suficiente con perseguir la maximización de la suma total del valor recibido por cada uno de los individuos. Se entiende de forma común que también deberíamos tener en cuenta cómo está distribuido ese valor entre los diferentes individuos que son afectados por nuestras acciones. Así, un aspecto relevante, a tomar en consideración, consiste en el hecho de que en B están peor que en A. O, en otras palabras, que el valor está distribuido de forma desigual entre A y B, de modo que en B están peor que en A. De acuerdo con

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ello, hay quien sostendría que lo moralmente correcto es escoger S1 en vez de S2, en la medida en que ello supondría una mejor distribución del valor entre A y B. Diferentes posiciones definen de forma distinta lo que constituye una distribución mejor, con lo que sus razones para escoger S1 en vez de S2 pueden variar. Aquí consideraré las siguientes razones: (i) S1 reduce la desigualdad entre A y B respecto de S2 (lo que la hace mejor para el igualitarismo). Y, (ii) S1 asigna mayores beneficios a los que están peor, B, que S2 (lo que la hace mejor para el prioritarismo). Al introducir nuevas variables en el cálculo distributivo, las respuestas que nos dan el igualitarismo y el prioritarismo difieren de la ofrecida por el utilitarismo. Aunque en la práctica ello haga que lo prescrito por el prioritarismo suela coincidir con lo prescrito por el igualitarismo, existen, no obstante, diferencias entre estas dos posiciones. 1 En lo que respecta al igualitarismo, entre las razones para sostener (i) podría decirse que la desigualdad es mala en sí misma y que, así, cuando perseguimos la igualdad estamos persiguiendo un mejor estado de cosas. O podría sostenerse, de manera distinta, que la desigualdad no es mala en sí misma, aunque deberíamos promover la igualdad por

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Esto sucede, en particular, en relación con cómo el igualitarismo y el prioritarismo se pueden defender de

la conocida como objeción de la igualación a la baja. La objeción consiste en afirmar que si una distribución de valor más igualitaria hace en sí que una situación sea mejor que una donde la distribución de valor sea menos igualitaria, entonces una situación donde haya más igualdad pero menos bienestar es siempre mejor que una situación donde haya más bienestar pero menos igualdad. Y esto, se concluye, parece ser altamente inaceptable. Para ver, en la práctica, en qué consistiría el compromiso con tal escenario, ver nota 2. Para un análisis certero del compromiso del igualitarismo respecto de situaciones de igualación a la baja ver Temkin (1993) y Horta (2010a).

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diferentes razones morales. Podría considerarse, por ejemplo, que no hay razón para que individuos diferentes no tengan acceso a porciones iguales de lo bueno. De este modo, debemos escoger S1 porque en esta situación la distribución es mucho más igual que en S2.2 El prioritarismo, sin embargo, no toma posición alguna en relación con la igualdad. Sostiene únicamente que, al decidir qué hacer, debemos dar un peso adicional (esto es, prioridad) a los intereses de quienes están peor. Para simplificar, asumiré que los intereses de un individuo se refieren a su bienestar. La idea tras ello es que cuanto más bajo es el nivel de bienestar de un individuo, más valioso es mejorar su situación. Así, cuanto más bajo es el bienestar, más fuertes son las razones para beneficiar. Se sigue pues, que debemos actuar con el fin de maximizar los beneficios de los individuos que están peor. Para el prioritarismo lo valioso no es cuán igualmente distribuido entre los individuos se halla el valor, sino cuál es su situación individual, sin efectuar comparaciones interpersonales de bienestar. Sin embargo, puesto que siempre recomienda ayudar a quienes están peor, en la práctica, reducir la desigualdad suele ser precisamente la forma de mejorar la situación de estos individuos. Dado que en B están peor en comparación con A y que S1 beneficia más a B que S2, lo moralmente correcto es escoger S1. Así, a pesar de sus diferencias, tanto igualitarismo como prioritarismo están comprometidos con lo que podríamos llamar la “tesis igualitarista amplia”:

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Es importante percatarse de que un “igualitarista puro” se comprometería con (i) incluso si (i) implicara

que A y B estuvieran en una situación igualmente mala. Esto es, la situación hipotética S3 en la que A: 50; B: 50 sería todavía preferible a S2. Sin embargo, en la práctica, no conozco a ningún igualitarista que no rechace esta conclusión. Los y las autoras igualitaristas sostienen una posición mixta que incorpora tanto el valor de la igualdad como el del bienestar agregado total, de forma que otorgan peso a ambos valores al decidir qué hacer. Así, podría decirse que aunque S3 fuera mejor que S2 en términos de igualdad, puesto que es mucho peor en términos de bienestar total, entonces S3 sería peor, habida cuenta de todo, que S2.

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(IA) Debemos llevar a cabo la distribución más igual de recursos entre individuos (o grupos de individuos) tal que quienes están peor se vean afectados para mejor.3 De aquí en adelante emplearé el término “igualitarismo” para designar tanto al igualitarismo como al prioritarismo. Examinaré a continuación las implicaciones respecto a la consideración de los animales no humanos que se siguen de aceptar el igualitarismo. 3. Las implicaciones del igualitarismo para la consideración de los animales no humanos Consideremos la variante siguiente del caso anterior. Segunda misión. Supongamos que vamos a África en una misión parecida, aunque esta vez nuestro trabajo estará dedicado a ayudar a chimpancés. Llegamos a un centro donde hay dos grupos de chimpancés: C, aquellos que viven con los seres humanos dentro de las instalaciones, y D, aquellos que viven fuera de ellas en la naturaleza. Por falta de financiación, los chimpancés de C, aunque son alimentados de forma adecuada y reciben la atención médica debida, no viven en condiciones materiales óptimas, con lo que en ocasiones se aburren. Los de D deben enfrentarse a las muy duras condiciones de vida que son habituales en la naturaleza y padecen una enfermedad infecciosa debilitante. A causa de ello, sus niveles de bienestar son mucho menores que los experimentados por los chimpancés de C. De nuevo, 3

A no ser que los niveles de bienestar esperables si mejora la situación del grupo de los que están peor no

sean lo suficientemente elevados al ser comparados imparcialmente con los niveles de bienestar esperables de mejorar la situación de otro grupo de los que están peor (incluso si no son los que están peor de todos, o peor en términos absolutos). Por ejemplo, supongamos que tenemos tres grupos de individuos: G1 (100 individuos con 100 unidades de bienestar), G2 (1 millón de individuos con 10) y G3 (1 individuo con 9). Imaginemos que podemos, o bien (i) mejorar a G2 hasta 20, o bien (ii) mejorar a G3 hasta 10. En la medida en que en (i) se produce la mayor reducción de igualdad, igualitarismo y prioritarismo (ponderado) prescribirían que ello es lo que debemos llevar a cabo, aunque un prioritarismo que apele al principio del leximin (que da prioridad total siempre a quien está peor) prescribiría que G3 sería la mejor opción.

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disponemos de una cantidad limitada de dinero y sólo hay dos cursos de acción posibles: (S4) usar el dinero para comprar antibióticos y vacunas para los chimpancés de D; o (S5) usarlo para comprar juguetes para los animales de C. El resultado esperable sería, así, del siguiente modo: (S4): C: 200; D: 100 (S5): C: 300; D: 50 Parece que (a menos que hubiéramos rechazado que S1 fuera la mejor situación posible en Primera misión), deberíamos actuar de modo a realizar S4, y por las mismas razones que fueron presentadas en la sección anterior. S5 aumenta la desigualdad entre los chimpancés (o beneficia a los que ya están mejor), mientras que S4 aumenta la igualdad (o beneficia a los que están peor). En otras palabras, si somos igualitaristas, dados los dos grupos de chimpancés, debemos llevar a cabo entre ellos la distribución más igual posible de bienestar. La razón por la cual nos resulta sencillo percibir el caso de Segunda misión en términos igualitaristas es que reconocemos que los animales no humanos también poseen un bienestar propio. Lo que hace eso posible es su capacidad para experimentar el mundo de formas negativas (sufrimiento) y positivas (disfrute). De este modo, las consideraciones sobre distribución de bienestar también les son aplicables. El igualitarismo, pues, implica lo siguiente: (i) Igualdad/prioridad son aplicables a todo ser que pueda poseer un bienestar propio; (ii) Todo ser sintiente posee un bienestar propio; (iv) Por tanto, igualdad/prioridad son aplicables a todos los animales no humanos sintientes. Cualquier intento de rebatir esta implicación apelando a características distintas de la capacidad de los individuos para poseer bienestar experiencial (por ejemplo, capacidades

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cognitivas superiores), constituirá una instancia de especismo (véase Horta, 2010a). No estaría justificado realizar tal apelación en la medida en que sólo la capacidad para tener experiencias positivas y negativas es determinante para la consideración del bienestar de un individuo. Puesto que esta capacidad no es exclusiva de los seres humanos, si el igualitarismo ha de ser consistente, debe implicar necesariamente el antiespecismo. Ahora bien, es necesario hacer una consideración ulterior acerca de las implicaciones del igualitarismo para con la consideración de los animales no humanos. Consideremos una ligera modificación del caso anterior: Tercera misión. Vamos en misión a África y descubrimos que nuestro trabajo estará dedicado a ayudar a uno de dos grupos, a elección nuestra: o bien las niñas del orfanato, o bien los chimpancés que viven en la naturaleza. Sólo estos últimos padecen una enfermedad debilitante. Las niñas están sanas, aunque continúan viviendo en condiciones materiales modestas. Seguimos disponiendo de una cantidad reducida de dinero, que sólo podemos emplear para mejorar la situación de uno de esos grupos: E, que ahora incluye a todas las niñas del orfanato; o F, los chimpancés enfermos, cuyo número es igual al de niñas.

Sólo existen dos situaciones posibles: (S6) usar el dinero para comprar

antibióticos y vacunas para los chimpancés; o (S7) usar el dinero para mejorar las instalaciones de la escuela del orfanato. De nuevo, el resultado esperable puede ser representado del modo siguiente: (S6): E: 200; F:100 (S7): E: 300; F:50 Si (como implica el igualitarismo) rechazamos el especismo, es obvio que debemos escoger S6. Las razones deberían ser evidentes. El bienestar humano y el no humano deben ser igualmente considerados, de forma que debemos llevar a cabo la distribución de bienestar más igual entre individuos, con independencia de la especie a la que pertenezcan. En este caso, quienes están peor son claramente los chimpancés enfermos,

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que padecen la enfermedad debilitante. Las niñas humanas tienen vidas saludables y razonablemente felices, lo que les convierte en los que están mejor. Así, lo moralmente correcto es realizar S6. Obrar de otro modo favorecería a los individuos que ya están mejor. De esta manera, el igualitarismo implica que debemos aumentar el bienestar de los animales no humanos en vez del bienestar de los seres humanos si se da el caso de que, en el escenario en cuestión, los animales no humanos son quienes están peor.

4. Una objeción: la “Conclusión Problemática” Muchas autoras y autores no han logrado ver las implicaciones del igualitarismo respecto de la consideración de los animales no humanos (entre las excepciones a la norma se cuentan Persson, 1993; Holtug, 2007; Vallentyne, 2004; y Horta 2010b). No obstante, hay quien sí ha reconocido que el igualitarismo prescribe que una cantidad significativa de recursos debería ser desplazada de la mayoría de seres humanos hacia los no humanos. Ello, sin embargo, no equivale estrictamente a que tales implicaciones hayan sido completamente aceptadas. Peter Vallentyne, en su influyente artículo “Of Mice and Men: Equality and Animals” (Vallentyne, 2004), sostiene que sería muy contraintuitivo defender esta implicación, a la que ha llamado la “Conclusión Problemática”. Sugiere, por el contrario, que deberíamos pensar en alguna forma de hacer del igualitarismo una posición menos exigente en relación con nuestras obligaciones para con los restantes animales. La solución de Vallentyne es un tipo de igualitarismo en el que la igualdad es relativa al estatus moral (“moral standing”), de modo que: (i) La igualdad es aplicable tanto a animales sintientes humanos como no humanos (esto es, a todos los que pueden tener bienestar); (ii) Una menor capacidad para el bienestar implica un estatus moral inferior; (iii) La mayoría de los animales no humanos no están peor que la mayoría de

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animales humanos porque tienen una menor capacidad para el bienestar (y, así, un estatus moral inferior); (iv) Por tanto, no se sigue ningún desplazamiento significativo de recursos de la mayoría de animales humanos hacia la mayoría de animales no humanos. Sin embargo, como Nils Holtug (2007) ha señalado, la teoría de Vallentyne presenta serios problemas. Como se verá, estos problemas no son sólo un mal augurio para la posición de Vallentyne, sino también, más generalmente, para todo “igualitarismo” especista.4 Si aceptáramos la solución que Vallentyne ofrece para la “Conclusión Problemática”, el bienestar humano sería siempre favorecido por encima del bienestar no humano. Ello nos conduciría a escenarios difícilmente aceptables desde una perspectiva igualitarista, como se muestra más abajo en la tabla 1.

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Para hablar con más precisión, si el igualitarismo implica la consideración de los animales no humanos,

entonces es imposible ser igualitarista en serio y no considerar plenamente a los animales no humanos. Así, no puede existir algo así como un “igualitarismo especista” consistente. Empleo esta expresión como atajo para referirme a cualquier posición que intente combinar la tesis igualitarista amplia con el antropocentrismo moral.

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Tabla 1 – Escenarios desigualitarios C - Pequeño aumento en bienestar no humano

D - Gran aumento en bienestar no humano

E - Pequeño aumento en bienestar de no humanos con capacidades superiores (alienígenas)

A - Pequeño aumento en bienestar

A es mejor que C

A es mejor que D

B es mejor que C

B es mejor que D

A es peor que E

humano B - Gran aumento en bienestar

B es peor que E

humano

Consideremos (A)-(B). Siempre se favorecería un ligero aumento en el bienestar humano por encima de un gran aumento en el bienestar no humano ya que, de acuerdo con Vallentyne, de una menor capacidad para el bienestar se sigue un estatus moral de grado inferior. Puesto que la igualdad (o la prioridad) ha de ser relativa al estatus moral, un pequeño beneficio a un individuo con alto bienestar, pero también de elevado estatus moral, posee mayor peso que un beneficio enorme a un individuo de bajo bienestar, pero con un estatus moral reducido. Sin embargo, esto parece implausible tanto respecto a la consideración de seres humanos como respecto a la de no humanos. En primer lugar, hay personas (entre ellas, ciertamente, las igualitaristas) que jamás aceptarían que una situación en la que se satisfagan intereses triviales de seres humanos (por ejemplo, cada ciudadana y ciudadano tiene un televisor nuevo) sea mejor que una situación alternativa en la que se satisfagan los intereses fundamentales de los animales no humanos (por ejemplo, cada perro callejero tiene espacio en un refugio y está a salvo

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de que lo maten). Es posible observar esto claramente, dado que esta implicación se aplica también al caso humano. Por ejemplo, un gran aumento en el bienestar de seres humanos que debido a alguna discapacidad o a algún tipo de enfermedad poseen baja capacidad para el bienestar (y, por ello, según el criterio de Vallentyne, un estatus moral inferior) sería desplazado por pequeños aumentos en el bienestar de seres humanos con capacidades normales que estuvieran mucho mejor. Esto sería claramente incompatible con la posición dominante entre igualitaristas, de acuerdo con la cual los seres humanos con discapacidades deberían tener prioridad sobre los humanos que no padecen tal condición. En segundo lugar, la implicación es aplicable de arriba abajo. Consideremos (B)(E). Esto es, imaginemos una especie alienígena con una súper-capacidad para el bienestar, mucho mayor que la capacidad humana. Imaginemos, además, que tiene lugar un conflicto de intereses acerca de, por ejemplo, los recursos naturales de la Tierra. Aunque pudiéramos necesitar esos recursos más que los y las alienígenas (podemos suponer que obtener nuestros recursos les entretiene), deberíamos no obstante transferírselos a ellos, dada su mayor capacidad para el bienestar (y, por tanto, su estatus moral superior). Sin embargo, esto resultaría ciertamente inaceptable para la mayoría de nosotras. Finalmente, si consideramos niveles negativos de bienestar, ello también nos lleva a aceptar una situación en la que una gran cantidad de sufrimiento padecido por no humanos con bajo nivel de bienestar es siempre mejor que una pequeña cantidad de sufrimiento infligida a humanos con alto nivel de bienestar. Sin embargo, esto no estaría justificado. En este caso particular poseer capacidades superiores no haría que los intereses humanos en cuestión tuvieran mayor entidad, ya que la intensidad del sufrimiento padecido por los humanos sería menor. Todos estos escenarios desembocan en que los intereses de los individuos con menores niveles de bienestar son sacrificados en aras del bienestar de los individuos mejor dotados. Esto no puede ser aceptable desde una perspectiva igualitarista. Si Vallentyne no logra deshacerse con éxito de forma plausible de la “Conclusión

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Problemática”, parece que sí debemos comprometernos con un desplazamiento significativo de recursos (o bienestar) de humanos hacia animales no humanos. El igualitarismo no puede, así, excluir de forma consistente a los animales no humanos sin abandonar el igualitarismo mismo. Alguien podría insistir en la idea de que tal desplazamiento de recursos de humanos hacia no humanos va contra algunas de nuestras intuiciones morales básicas, que favorecen a los humanos por encima de los demás animales. Sin embargo, este argumento no es más que una petición de principio acerca de la prioridad de los intereses humanos. Pensándolo bien, nos damos cuenta de que la mayoría creemos que algunos seres humanos, por causa de sus mermadas capacidades cognitivas, están peor que el resto, y que ello debería otorgar prioridad a sus intereses. De acuerdo con ello, deberíamos pensar lo mismo respecto de los animales no humanos, que poseen un bienestar mucho menor que la mayoría de humanos. Así, debemos rechazar el especismo y aceptar que la “Conclusión Problemática” puede que no sea tan problemática después de todo. 5. Conclusión: las consecuencias prácticas del igualitarismo La tesis igualitarista amplia nos compromete a asignar prioridad a la mejora de la situación de los animales no humanos, puesto que ellos están peor en comparación con los seres humanos. Habitualmente se persigue el beneficio humano en un amplio elenco de ámbitos que causan sufrimiento y muerte sistemática a los animales no humanos. Los animales no humanos padecen un sufrimiento enorme, llevan vidas cortas y terribles y se les mata dolorosamente para que puedan ser comidos, transformados en ropa y utilizados de muchas otras formas. Además, la situación de los animales que no son explotados por los humanos tampoco es buena. El bienestar de los animales no humanos no se halla amenazado únicamente por la acción humana. Al igual que los humanos, los demás animales habitualmente sufren y mueren por causas naturales y se encuentran en situaciones muy perjudiciales provocadas por fenómenos naturales (por ejemplo, incendios, hambrunas, o condiciones climáticas adversas). Éste es el caso en particular de los animales que viven en la naturaleza, cuyas vidas se hallan lejos de ser idílicas, aunque

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ello sea frecuentemente ignorado. De hecho, como algunos autores han señalado (Ng 1995, Tomasik 2009, Horta 2011), los procesos naturales son una fuente principal de sufrimiento y muerte para los animales que viven en la naturaleza. Todo esto muestra que los animales no humanos están peor en comparación con los humanos. De acuerdo con el igualitarismo, esto significa que tenemos fuertes razones para cambiar la situación en la que actualmente se encuentran. Estas razones son más fuertes que aquellas que pudiéramos tener para mejorar la situación de los seres humanos. Puesto que no está justificado infligir una cantidad considerable de daño a los individuos que están peor para beneficiar a los que están mejor, se sigue que los seres humanos deben rechazar todas las prácticas que contribuyen a agravar la situación de quienes están peor. Respecto de los animales domesticados, esto significa abandonar toda práctica que los dañe. A nivel personal, implica adoptar un estilo de vida vegano y trabajar animando a otras personas a que hagan lo mismo. A nivel colectivo, nos exige trabajar activamente hacia una sociedad libre de explotación animal. Respecto de los animales que viven en la naturaleza, debemos impedir o reducir los daños que padecen naturalmente. Así, el igualitarismo implica ayudar de forma positiva a los animales no humanos cuando estén en necesidad, ya sea por responsabilidad de los seres humanos o por causas naturales. Se piensa habitualmente que, incluso si de verdad tenemos obligaciones de peso para no interferir en el bienestar de los animales no humanos, todo lo que debemos hacer es dirigir nuestra actuación a reducir el impacto negativo de los seres humanos sobre los animales no humanos. Sin embargo, evitar dañar a los otros animales no es suficiente para aumentar de forma significativa su bienestar, sacándolos así de los muy bajos niveles en que se encuentran. Para lograrlo es también necesario ayudarles de forma activa. Y de hecho esto es algo que el igualitarismo típicamente prescribe. De acuerdo con el igualitarismo, no sólo debemos abstenernos de dañar a los que están peor, sino que debemos actuar positivamente para mejorar su situación siempre que esté a nuestro alcance hacerlo. Esto es ampliamente aceptado para el caso de seres humanos. Y, como hemos visto aquí, también debería ser aceptado cuando se trata de animales no humanos.

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