Juego de Pelota

July 5, 2017 | Autor: Ó. Perea Rodríguez | Categoria: Spanish History, Cervantes, Spanish Literature of the Golden Age
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ni dineros que gastar. (Autoridades) PELÓN, vn taquin vn raquedenare, vn homme chiche, vn pincemaille, c'est aussi vn pauure pelé et belistre, vn pauure gentil homme. (Oudin, Tesoro, 1607) PELÓN, spilorcio, misero, taccagno. (Franciosini, Vocabolario, 1620) PELÓN, a paultry fellow, a scoundrel. (Stevens, Dictionary, 1706)

pelota «–Ya os he dicho, amigo –replicó el cura–, que esto se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos; y, así como se consiente en las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar» (Q, I-XXXII, 249b). «A doquiera que llegaban, él se llevaba el precio y las apuestas de corredor y de saltar más que ninguno; jugaba a los bolos y a la pelota estremadamente; tiraba la barra con mucha fuerza y singular destreza» (Git., 530b). «En todas las aldeas y lugares que pasaban había desafíos de pelota, de esgrima, de correr, de saltar, de tirar la barra y de otros ejercicios de fuerza, maña y ligereza, y de todos salían vencedores Andrés y Clemente, como de solo Andrés queda dicho» (Git., 533b34a). LÉXICO PELOTA, instrumento conocido con que se juega. Ay muchas diferencias de pelotas pero la ordinaria es la que está embutida con pelos, de donde tomó el nombre. Tiene figura redonda y está hecha de quartos. Con ésta se juega en los trinquetes y por esta razón se llamo trigonal, pelota chica de sobre cuerda. Ésta era la pelota cortesana que se jugaua con la palma a mano abierta. Era a propósito para los moços por la prestez y ligereza que quiere. Otra era de viento, que llamaron follis, ésta se jugaua en lugares espaciosos, assí en calle como en corredores largos. La tercera se llamó paganica porque la vsauan los villanos en sus aldeas. Era embutida de pluma. A la quarta dixeron harpasso o harpasto. Ésta se jugaua casi como aora la chueca, porque se ponían tantos a tantos, diuidiendo el campo, y hazían sus pinas y el que por entre las dos del contrario passaua el harpasto ganaua, y el que la arrebataua yua corriendo con ella, el contrario acudía a detenerle hasta venir a la lucha. (Covarrubias) PELOTA. La bola pequeña que se hace de cuerto fuerte y se suele rellenar de borra y sirve para el

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juego, que de ella tomó el nombre. Viene del nombre Pelo, de que se forma. Lat. Pila, ae. (Autoridades) PELOTA, COMO QUIERA, globus, i. (Nebrija, Vocabulario, 1495) PELOTA, pelote ou plote, boulet, boulette, paume ou bale et est oeuf à iouer. (Oudin, Tesoro, 1607) PELOTA, pilotta, palla da giucare. (Franciosini, Vocabolario, 1620) PELOTA, a ball, a bullet; met. a wild wench. (Stevens, Dictionary, 1706)

Con este nombre se designa de forma genérica a toda actividad física lúdica y deportiva relacionada con un objeto esférico, de mayor o menor tamaño, a través del cual los competidores deben mostrar su habilidad. El lugar predominante que estos juegos y deportes tienen en nuestra sociedad actual es en gran parte herencia del pasado, en el cual estos juegos de pelota también alcanzaron gran solvencia y sus participantes conseguían fama y grandes cantidades de dinero. De forma tradicional, las pelotas y balones se hacían aprovechando las vejigas de algunos animales, sobre todo cerdo y buey, o también de tiras de piel forradas de pelo, serrín, plumas, pelo, o cualquier otro material lábil. Ya en el Egipto faraónico se han encontrado representaciones de estos juegos de pelota, como sucede en los frescos de Banu Hassan, datados hace algo más de cuatro milenios. Como curiosidad, la representación egipcia muestra a mujeres, y no hombre, practicando estos juegos con un elemento esférico. En Grecia, pese a que fuera el atletismo el verdadero deporte-rey, como todavía se le conoce, los juegos con balón o pelota se practicaban con frecuencia. En sus Nueve libros de Historia, Herodoto señala a los lidios como los ‘inventores’ de estos juegos, concretamente durante el reinado de Atis, hijo de Manes (García Candau, 530), como prueba de los muchos años desde su primigenia práctica. El mismísimo Platón, en el siglo IV a.C., escribió una carta a Dionisio de Siracusa en la que, entre otros signos de su amistosa relación, le ruega que salude de su parte “a los compañeros en el juego de pelota” (García Romero, 2). No fue el único eminente sabio heleno en practicar con acierto este tipo de actividades; por ejemplo, hace relativamente poco tiempo filólogos e historiadores han descubierto que la broncínea estatua de

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Isócrates de la Acrópolis ateniense representa al más tarde famoso orador cuando era niño y destacaba en un juego con pelota incluida de origen y práctica incierta, pero que recuerda ciertamente al hockey al precisar también de bastones para lanzar y/o sujetar la pelota (García Romero, 14). Homero incluyó una referencia a este juego en el canto VI de la Odisea: cuando la princesa Nausícaa descubre a Ulises, que dormitaba escondido tras su naufragio, la hija del rey de los feacios se encontraba jugando a la pelota con algunas otras mujeres de su séquito (García Romero, 6). La famosa escena homérica todavía estaba en pleno vigor durante la época de Cervantes, pues a ella aludía, como testimonio del origen del juego de pelota, el más completo tratado para conocer los deportes que se practicaban en los Siglos de Oro de que disponemos en la actualidad: los Días geniales o lúdicros, escritos por el licenciado hispalense Rodrigo Caro (II, 26-27). La mención a Nausícaa y sus compañeras de juego en Homero parece estar de acuerdo a la especial querencia de la pelota como ejercicio ciertamente idóneo para las féminas en la época griega. Es de notar, sin embargo, que la esencia de estas actividades era aún mucho más lúdica que deportiva, y que la complejidad de sus reglas y normas era nula: se trataba más bien de sencillos pasatiempos, basados simplemente en botar la pelota contra el suelo –como el juego llamado apórraxis–, o bien lanzarla al aire para ver quién la cogía antes –uranía–, modalidad ésta asimismo señalada por Homero en la Odisea con respecto a la estancia de Ulises en tierras feacias (García Romero, 12). Algo más complicado en su funcionamiento parece haber sido el juego llamado harpastón –a veces también phainínda–, descrito por el poeta Antífanes en el siglo IV a.C. La etimología de ambos vocablos incide en que en el juego se utilizaban tretas y engaños para esconder el balón al rival, que, a su vez, podía hacer uso de cualquier elemento físico, incluida la fuerza, para intentar recuperarlo de manos del otro equipo. Es decir: la descripción de Antífanes sugiere que el harpastón era algo muy parecido al actual rugby, ya practicado por los griegos y que alcanzaría en los años posteriores una mayor presencia en los ámbitos sociales. En tiempos de los romanos los juegos de pelota comenzaron a ganar algunos adeptos más que en

la era helenística, donde el atletismo había dominado estos deportes. Tal vez tuvo que ver la cada vez mayor participación masculina en esta época, pues, si hacemos caso de Ovidio (Ars amandi III, 381-384), en aquella época se consideraba al varón más dotado para estos juegos (García Romero, 7). A pesar de la opinión ovidiana, las mujeres de Roma continuaron disfrutando por mucho tiempo de los juegos de pelota, como lo prueban diversos testimonios escritos, como los epigramas de Marcial, y también arqueológicos, en especial el famoso mosaico de la Piazza Armerina, conocido frecuentemente entre los historiadores del Arte como el mosaico “de las chicas en bikini” (García Romero, 7), que realmente permite retroaernos a una especie de partido de voleibol playero –sin red divisora y sin límites lineales– ocurrido en el siglo IV de nuestra era. La tremenda militarización de la sociedad romana fue lo que hizo posible no ya esta mayor presencia masculina en su práctica, sino el hecho de que en los juegos de pelota los ingredientes competitivos del deporte comenzasen a primar por encima de la pura diversión. Ya en la Grecia clásica se practicaba una actividad deportiva por equipos, el epískyros, a la que Pólux denomina “juego efébico y comunal” (García Romero, 13) y bien conocido por Caro, que también incide en el hecho de jugarse en bandos (II, 42-43). Este último atribuye a los romanos la práctica de un juego llamado fuelle, que, al igual que el anterior griego, recuerda bastante al inocente balón-prisionero con el que todavía hoy disfrutan miles de escolares en los patios de recreo, y que fue convenientemente adaptado por los romanos (Caro II, 27-28). Seguramente la mezcla del epískyros, en el sentido de llevar al equipo contrario hacia los límites del campo, y del harpastón, en esconder el balón al rival y utilizar la fuerza para arrebatárselo, acabaría por configurar algo muy parecido al actual rugby, ya practicado por los griegos y que alcanzaría en época del imperio romano una destacadísima presencia. Otra de las claves para el desarrollo de juego de pelota es su valor como ejercicio físico y entrenamiento de soldado muy conveniente para la educación de los jóvenes. De hecho, en el siglo II el famoso doctor Galeno de Pérgamo escribió su tratado Sobre los ejercicios con pelota pequeña, un verdadero panegírico de las virtudes para la sa47

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lud de esta actividad física, sobre todo por su carácter de juego practicado generalmente en equipo. Precisamente por esta causa su popularidad había sido menor en Grecia, dado que en los Juegos Olímpicos solo se competía de forma individual; sin embargo, más apercibidos de sus cualidades para el entrenamiento militar, incluyeron juegos de pelota en la educación de sus jóvenes, tal como hacía Sidonio Apolinar, obispo de Galia en el siglo V, que equiparaba la importancia del juego de pelota con la lectura de libros para la formación de los jóvenes que iban a las escuelas (Epístolas 5.17.6). Aunque se sospecha que había varios juegos en los que la pelota era esencial, no han llegado demasiados datos ni reglas a nuestros días, de forma que solo tenemos referencias indirectas a su práctica. Sabemos que se escribieron algunos libros importantes que trataban de esta materia, como la Ludicra historia de Cayo Suetonio, pero solo han llegado breves fragmentos de la misma a nuestros días. No obstante, por algunas referencias contenidas en comedias de Plauto, se puede avanzar que había dos modalidades principales: la llamada ‘pelota romana’, que se jugaba en un círculo y que consistía en ver quién atrapaba una pelota que se tiraba al suelo para que rebotara hacia arriba, como la uranía griega. En segundo lugar, está el más conocido juego del ‘trigón’, famoso porque es el deporte que practica Trimalchio, uno de los personajes principales que Petronio introdujo en su Satiricón. El trigón es el antecedente del actual béisbol, pues se jugaba en un triángulo y en él estaban involucrados hasta tres jugadores, llamados trigonali, cada uno situado en una de las esquinas del triángulo. Siguiendo los epigramas de Marcial, el objetivo era el de lanzar una pelota que el contrario podía o no atrapar, contabilizándose de forma distinta en caso de hacerlo o no. El ganador era quien primero llegaba a veintiún tantos. Es la figura del gran escritor cordobés latino, Séneca, la que nos da a conocer en su obra De beneficiis el más famoso juego romano, el frontón, jugado generalmente por parejas y que consistía entonces, tal como ahora, en arrojar la pelota contra una pared con la suficiente habilidad como para que el rival no pudiera responder con otro golpe similar (Caro, II 35-36). La práctica estaba reservada en principio solo a las más altas clases sociales del imperio, en tanto que “la elite cons48

truye casas en las que el frontón es, junto a palestras y gimnasios, un signo de distinción” (García Candau, 531). La continuidad de los deportes practicados en tierras hispánicas entre la época romana y la Edad Media parece asegurarse a raíz de la obra de San Isidoro, en tanto que en ella figura el reconocimiento de la etimología, vía Tertuliano, que hacía al adjetivo latino para el juego, ludi, descendiente de aquellos lidios que inventaron, según Herodoto, los juegos de pelota. De Séneca y de Marcial toma también las referencias a los ya vistos juegos del frontón, el trigón, o trigonalia, y el harpastón griego. Rodrigo Caro alude una descripción del mismo San Isidoro (Ethimologiae I, 25) para anunciar que ha visto un juego de pelota “en Castilla la Vieja, vi jugar ese juego entre mujeres, y le llamaban la olla” (II, 39), que supuestamente se jugaba en la España medieval, donde el jugador se ponía en medio de un círculo y lanzaba la pelota a alguien que no lo esperaba, fintando el lanzamiento a otros de los integrantes de la rueda. San Isidoro al margen, y a pesar de que el deporte se practicó ampliamente en la península ibérica, la primera referencia escrita en castellano al juego de la pelota en la Edad Media se halla en Las Siete Partidas alfonsíes, donde encontramos la prohibición a los eclesiásticos “de ir a ver los juegos assí commo a lançar a tablado o bohordar o lidiar los toros o otras bestias bravas, ni ir a ver los que lidian […] ni dados ni tablas ni pelota ni trebejo o otros juegos semejantes d’estos” (I, VII, 2). Jovellanos, en su Memoria, sospechaba que estos deportes, casi todos procedentes de Oriente, debieron de llegar antes a la Corona de Aragón y el reino de Navarra que a Castilla y Portugal (8485). Y, en efecto, es el médico Arnau de Vilanova quien, en su Regimen sanitatis ad Regem Aragonum (1305), recomienda el juego de pelota como el más adecuado para poner en forma todos los miembros del cuerpo (“exercicium parve pille multum est comendandum quia in tali exercicio laborant omnia corporis membra”, 623). Al margen de sus virtudes físicas, idea heredada de los romanos, los textos medievales relacionados con el juego de la pelota transmiten una necesidad de espacios propios para la práctica de este deporte. En principio, se jugaba en las plazas o en las calles de las villas españolas, pero pronto arreciaron diversos problemas relacionados con esta

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práctica. Las propias Ordenanzas reales de Castilla hacían referencia a que cualquiera que “en calle poblada jugare pelota o bola o herrón, o otra cosa semejable, e por ocasión matare a algún ome, peche el omezillo e non aya otra pena, ca maguer que lo non quiso matar, non pudo ser sin culpa porque fue trebejar en logar que non devía” (fol. 250v), lo que nos indica que los accidentes por culpa de estos juegos debieron de ser abundantes. En la Corona de Aragón, existe un bando promulgado por el Consell de Valencia el 14 de junio de 1391 mediante el cual quedaba prohibido practicar tal actividad en la calle debido a que “per occasió del joch deius escrit se seguien diverses blasfemies en offensa de nostre senyor Deu e dels sants e diverses inyuries de paraula e fet a les gents anants e stants per los carrers e places de la Ciutat” (Historia de la pelota valenciana). Similares noticias nos transmite el Libro de acuerdos del Concejo de Madrid en 1504 por culpa de que dos de los fieles del cabildo matritense juegan el dicho Garçía d’Ocaña a la pelota e Mendaño a las tablas, y porque en ello se inpiden y el pueblo padeçe, que ninguno d’ellos jueguen durante el ofiçio que tienen, so pena de çinco mill maravedís (Sánchez González, fol. 233r).

En estos siglos ya se había diferenciado claramente el tipo de juego pelota que se practicaba entre dos jugadores enfrentados, separados por una cuerda, del que se jugaba haciendo rebotar la pelota contra una pared, más conocido como frontón, o pelota vasca, de la que Jovellanos (129) se admiraba por haberse conservado tantos recintos que avalaban su antiquísima práctica por parte de los habitantes norteños. No obstante, fue una corte regia muy dada a todo tipo de actividades lúdicas y deportivas, la de Juan II de Castilla, la que nos ha transmitido algunas noticias de su práctica. Precisamente el poeta más destacado de aquel reinado, el gran cordobés Juan de Mena, nos ha dejado una prueba de la popularidad de este deporte en un largo poema (Dutton ID 0100) recogido en el Cancionero de Oñate-Castañeda (ed. Severin): Quien bien juega a la pelota jamás bote l’embaraça, antes, mejor la rechaça qu’el que juega ge la bota.

En su Criança y virtuosa dotrina, conocido tratado sobre la cortesía palaciega compuesto hacia 1488, el todavía poco conocido poeta, genealogista y cronista Pedro de Gracia Dei certifica que tal actividad formaba parte intrínseca de la educación que se daba en la corte (fol. 8v): Entré una sala, do vi enseñar todos los pages a un grand maestro, por que fuese cada uno diestro de ser enseñado y saber enseñar en leer, scrivir, tañer y cantar, dançar y nadar, luchar, esgrimir arco y ballesta, llatinar y dezir, xedrez y pelota saber bien jugar.

De la misma forma, Juan del Encina, en sus Disparates trobados (Dutton ID 4440), hacer aparecer jugando a la pelota a “una mona y un rocín / debaxo de un celemín” (Cancionero, fol. 60v, vv. 35-36), mientras que otro poeta probablemente valenciano, que responde al enigmático nombre de Maestre Juan el Trepador, utiliza la misma referencia en un poema (Dutton ID 6777) para advertir que “a quien falta el exercicio / porque la fuerza rebota, / va jugando a la pelota / quando busca el arteficio” (Castillo, Cancionero general, fol. 230r, vv. 19-22). Ya a inicios del siglo XVI, semejante referencia haría Joan Boscán en una de sus composiciones primigenias (Dutton ID 0247), de las que están más apegadas a la lírica cancioneril que a los nuevos aires italianizantes y que se puede leer en el Cancionero de Juan Fernández de Íxar (ed. Azáceta): La pelota que va alta, si el que no sabe la juega, dará risa y hará falta.

Más adelante, el propio Boscán, en su traducción de El cortesano de Castiglione, incidirá en que “es también un buen exercicio el juego de la pelota, en el cual se conoce claramente la disposición y soltura del cuerpo” (138). Como curiosidad, en este famoso tratado encontramos tanto la afirmación de que el deporte con pelota “suele ser las más veces en público” (222) como que se trataba de uno de los ejercicios “que no convernía a una mujer exercitarse” por ser “cosas que son proprias solamente para los hombres” (353). En 1553 Cristóbal Méndez negaría este extremo, al hacer al juego de pelota apto “para los delicados”, 49

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porque “aun las mugeres lo pueden usar” (fol. 45r). De hecho, en esta misma época fue muy conocido el caso de una mujer, de nombre Estebanía y nacida en la villa de Valdaracete en 1496, de la que se contaba que “cuando llegó a tener veinte años era tan suelta e tan ligera e de tan buenas fuerzas que corría y saltaba e tiraba la barra e jugaba la pelota con tanta presteza e envoltura que, en su tiempo, ningún mancebo la igualaba” (Relaciones topográficas, 631). Llevada a la ciudad de Granada para estudiar su caso so pretexto de que “una mujer no podía hacer cosas tan heroicas”, un examen médico descubrió que se trataba de un hermafrodita; así pues, Estebanía escogió vivir como un hombre, y más tarde llegó incluso a casarse con una mujer y a ser un reputado profesor de esgrima en la ciudad del Darro. La característica principal del juego de pelota, como era el golpearla con las manos, sirvió para construir diversos símiles exitosos en la literatura, algunos de los cuales han pasado incluso al acervo común. El más común era el de comparar cualquier alteración radical de estado con la movilidad de la pelota, matiz que, ya a mediados del siglo XV, la maledicencia misógina del arcipreste de Talavera se encargó de promocionar: “Las mugeres fazen a fin de ‘faré, non faré’, ‘diré, non diré’, jugando van con su entendimiento a la pelota” (Arcipreste de Talavera o Corbacho, 189). De igual forma, la expresión ‘ir de mano en mano’ ejemplificando el mucho uso de un objeto, real o alegórico, se observa en algunas composiciones poéticas, como la carta de amores que Diego de San Pedro envió a una dama y ésta la mostró a otros caballeros para burlarse de él (Dutton ID 6189), lo que hizo que el poeta se quejase amargamente de que su carta “anduvo de mano en mano / como si fuera pelota” (III, 253). Idéntica figura es utilizada por Sebastián de Horozco en su cancionero particular para quejarse de uno de los símbolos de la gobernación, la vara alzada, que en primera persona se queja de “andar de mano en mano / como pelota de viento” (79). Cristóbal de Castillejo utilizaría en su Diálogo de mujeres parecido símil: “Alethio, lo que habláis / y pareçe que jugáis / con ellas a la pelota” (136), mientras que Francisco de Osuna hallaría la forma de usarlo de manera religiosa en su Abecedario espiritual, recordando a los fieles cómo se podía recordar a Jesucristo “tan prompto a las passiones 50

como la pelota a los golpes, recibiendo en sí la furia de los que en escarnio jugavan con Él trayéndolo golpeado y malherido, y con ímpetu y echándolo de una parte a otra” (CORDE). Son innumerables los ejemplos de textos religiosos, sermones y consejos cristianos que, durante los siglos XVI y XVII, utilizan figuras retóricas relacionadas con el juego de la pelota, como por ejemplo “si Dios os echa la pelota de sus beneficios, volvédselos de presto a la mano”, o “¡Lindos jugadores que de boleo vuelven a Dios la pelota de sus dones!”, extraídos de la obra de fray Alonso de Cabrera (594-595). La propia Santa Teresa de Jesús se referiría a “los demonios como jugando a la pelota con el alma” en su Libro de la vida (780). Hacia la primera mitad del siglo XVI muchas de estas expresiones habían pasado ya al refranero, sobre todo al recopilado por Hernán Núñez, el Comendador Griego, donde se pueden encontrar algunas tales como “Bien juega el de la pelota, mas pierde”, “Echar la pelota contra la pared”, o “Yo espero que del lodo mi pelota retorne” (CORDE). Y quizá también de forma paralela a su inclusión en el ámbito paremiológico fue corriendo la presencia de este juego en otros ámbitos fuera de las cortes regias y nobiliarias, popularizando su juego no solo entre nobles, reyes y cortesanos, sino también entre miembros de estamentos sociales menos favorecidos. Es lo que se puede derivar de la presencia de algunos de estos refranes en la segunda parte del Lazarillo de Tormes, o de la narración de cómo los hijos de un pescador practicaban tal deporte en El patrañuelo, de Juan de Timoneda, publicado en 1566 (98-99). También Durán, en el Romancero general, recoge unos versos de una sátira sobre romances moriscos, “y que en medio de las plazas / a la pelota le jueguen” (nº 252, I, 134a), que parecen indicar esta creciente popularidad de su práctica. Y Lope de Vega, en La bella malmaridada, hace que, en un diálogo entre Mauricio y Cipión, se mencione el famoso “juego de pelota” de la capital del reino (v. 560, ed. cit.), es decir, el lugar público donde se practicaba este deporte, tal como aparece en el famoso plano matritense de Teixeira (nº. 92), situado a espaldas de la calle Santa Catalina, junto a la antigua fuente de los Caños del Peral, el espacio que actualmente ocupa la plaza de Isabel II y que debe su diseño rectangular precisamente a su

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fábrica original destinada a un espacio en el que albergar la práctica de este juego. En otro género literario muy exitoso del Renacimiento, las novelas de caballerías, los protagonistas, generalmente masculinos, solían aparecer siendo adiestrados en “exercicios corporales, como jugar a la pelota, correr, saltar, luchar, tirar la barra, tirar la lança”, como era el caso de Oliveros de Castilla y Artús de Algarbe (ed. Baranda, 188). De igual forma, Núñez de Reinoso, en sus Amores de Clareo y Florisea, hace al protagonista mostrar su admiración por “los honestos ejercicios que en aquella ínsula y casa usaban; porque unos tañían, otros cantaban, otros esgrimían, otros jugaban al ajedrez, otros a la pelota, otros estudiaban, otros se iban a caza, otros se ejercitaban en cabalgar, otros en justar, y otros en tornear, y en otros diversos y honestos ejercicios” (106). En la época, las casas nobiliarias y los palacios regios donde se formaban tenían espacios específicamente destinados a estos juegos, como sucede en la Crónica de Adramón, en la que la traición al rey se hace a través de las escaleras que conducen a uno de ellos (ed. Anderson 243-245). Tenemos un ejemplo en España de que este tipo de vías de comunicación directa entre los aposentos reales y los gimnasios para practicar juegos de pelota eran reales: durante la época coetánea a Cervantes, el mismísimo Palacio Real matritense contaba con un “pasadizo al juego de pelota”, como nos indica Cabrera de Córdoba en sus Relaciones (271). De hecho, el propio Méndez, en su Libro del ejercicio corporal, aconsejaba que si allende de conservar la salud, tanto bien se sigue del juego de la pelota, no aya cavallero que la primera cosa que en su casa labre no sea el juego de la pelota, para que assí los hijos como los criados lo usen, y se exerciten en él en su tiempo y con su moderación (fol. 51v).

A través de la recepción en España de la obra de Valerio Máximo, los Hechos y dichos memorables, los tratadistas del Renacimiento empezaron a atribuir un origen romano a los juegos de pelota. Así, Cristóbal de Villalón indica que “el primero que inventó el juego de la pelota” fue Mucio Scévola (El Scholástico, fol. 71r), que también aparece como practicante activo de este depote, junto a “Augusto y […] Dionisio Siracusano, y Marco Antonio y Licón, filósofo” (II, 970) en los Colo-

quios de Palatino y Pinciano, de Arce de Otárola, una fuente de gran valor para saber cómo se practicaba el juego de la pelota durante los años del Renacimiento español. Incluso Rodrigo Caro, citando como fuente el libro V del Astronomicon de Manilio, defendía que en la antigüedad ya se había practicado un deporte “pillam celeri fugientem reddere planta et pedibus” (II, 31-32), esto es, en el que la pelota se devolvía con destreza utilizando la planta del pie, lo que se convertiría en el directo antecedente del fútbol. No obstante, algunos eruditos se mostraban escépticos sobre tales orígenes, como hace Fernández de Oviedo ante la atribución de Plinio al rey Pirro como inventor de este juego (Historia general y natural de las Indias, cap. II). Al margen de los coloquios de Arce de Otárola, la otra gran fuente de la época para conocer de qué forma se practicaba el juego de la pelota se encuentra en el Diálogo XXII de los Ejercicios latinos de Juan Luis Vives, titulado Las leyes de juego –Leges ludi. En el imaginario paseo que sus tres personajes, Borja, Cabanilles y Centelles, realizan por la añorada ciudad natal del autor, estos dos últimos son requeridos por su estancia en París, motivo por el cual Centelles “no ha sido visto en Valencia, especialmente en el juego de la pelota de la nobleza” (Vives 118). En su amistosa conversación, tal vez por la influencia de los Coloquios de Erasmo de Rotterdam, se halla cumplida noticia de todo lo que rodeaba a este deporte. Por ejemplo, hallamos que los recintos para este tipo de juegos no eran públicos en París, sino privados, y algunas otras diferencias más en la forma en que en los dos países vecinos se practicaban los deportes de pelota: El dueño del juego proporciona allí el calzado y los gorros de juego […] El calzado es de fieltro […] En Francia y en Bélgica se juega sobre un pavimento recubierto de ladrillos, llano y liso […] Casi no hay pelotas de viento como aquí, sino bolitas más pequeñas que las vuestras y mucho más duras, hechas de cuero blanco; el relleno no s como el vuestro de serrín y trapo machacado, sino de pelo canino, por lo general, y por esta razón raramente se juega con la mano (Vives, 119-120).

Las diferencias parecen claras: la pelota valenciana, que incluso todavía hoy se juega –y se co51

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noce con el nombre de trinquete–, era más parecida al deporte que se conoce con el nombre de pelota, o frontón, jugado con la mano. En los textos renacentistas hispánicos, como el que leemos de Vives, recibe el nombre de ‘pelota de viento’, o ‘pelota gruesa’ también así denominada por Fernández de Oviedo (Batallas y Quinquagenas, 107). Entre otros ejemplos, de Ramón de Cardona, virrey de Nápoles, el polígrafo madrileño dice haberle visto “jugar algunas vezes a la pelota en Barçelona, año de 1493 e de 1493 años, y era cosa mucho de ver […] que en aquel tiempo no ovo en España tan grande e lindo jugador así de la pelota chica como de la pelota grande de viento” (Batallas y Quinquagenas, 401). Precisamente la primera, la que se jugaba con un elemento esférico de menor tamaño, debía ser la modalidad más practicada en el vecino país galo, algo mucho más parecido al actual tenis, tal como se deduce de la subsiguiente descripción de Vives, que enfatiza, por boca de su personaje Centelles, el hecho de que en Francia se jugaba la pelota con unas raquetas de cuerdas algo gruesas, casi como las sextas en la vihuela; tensan una cuerda y el resto como aquí en los juegos de nuestra ciudad; lanzar la pelota por debajo de la cuerda es defecto o falta; las señales, o, si prefieres, las rayas, son dos; los números cuatro: 15, 30, 45 o ventaja, igualdad y victoria, que tiene que ser doble, como cuando se dice: “hemos ganado la señal y hemos ganado el juego”. La pelota puede devolverse de volea o tras el primer bote, pues tras el segundo el golpe no es válido, haciéndose una marca donde la pelota fue golpeada (Vives 121).

Rodrigo Caro certifica que el uso de estas raquetas, aunque conocido desde época romana, era poco habitual en España, pues el personaje de Don Fernando reconocía no haber visto jugarlo así salvo “en Sevilla, en la huerta de la Alcoba”, enfatizando además que quienes de esa forma “jugaban eran extranjeros” (II, 32). Al margen de las dos modalidades principales, pelota gruesa o de viento, y pelota pequeña, las Leges ludi de Vives dejan entrever dos cuestiones de capital importancia: la primera, que el juego de pelota parecía ser exclusivo para los nobles. En sus Días geniales o lúdricos, Rodrigo Caro pone en boca de su personaje Don Fernando el que la 52

pelota “es ejercicio propiamente de nobles y príncipes” (II, 25). Otros textos inciden de igual manera en este componente clasista, como por ejemplo la poco conocida Crónica de Adramón, en que se describe cómo el rey “pasava tiempo en oír, leer y en ver jugar la pelota y hablar con algunos grandes” (ed. Anderson, 215). Incluso la referencia del Quijote (I, 32) al respecto de esos juegos de pelota designados “para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar”, parece aludir a esta característica elitista del juego de pelota. Sin embargo, a medida que avanza el siglo XVI parece difuminarse esta diferencia social en su práctica, tal como destaca, en 1566, el Diálogo de la verdadera honra militar de Jerónimo de Urrea, para quien era digno de elogio que en la ciudad de Nápoles no solo los jóvenes de la nobleza practicaran “juegos de armas y de pelota, que les haze abilíssimas personas para todo exercicio militar”, sino que también “los mancebos del pueblo siguen sus costumbres exercitándose los días de fiesta” en similares juegos (fol. 76v). El mismo Caro relata cómo “hay quien ha visto estos días jugar en nuestro lugar los moros de Berbería a la pelota con uos garrotes de a tres cuartas en lugar de palas, y recogerlas con ellos diestrísimamente” (II, 30). La segunda idea que Vives expresaba era –y sigue siendo– moneda de uso común de la relación entre el ocio y la juventud: la excesiva cantidad tiempo que los jóvenes dedicaban al juego de la pelota, seguramente más que al estudio… en casi todas las edades de la Historia, como vemos. A través del personaje Centelles, Vives afirmaba que si algo había que envidiar a Francia cuestión deportiva, sino que allí había “una juventud muy numerosa de príncipes, grandes, nobles y hombres muy ricos, no solo de Francia, sino también de Alemania, Italia, Gran Bretaña, España y Bélgica, entregada de forma admirable al estudio de las diversas disciplinas y que obedece los preceptos y las órdenes de los educadores” (Vives 123). Así pues, no parece que los palacios y las cortes regias de entonces se distinguieran demasiado de las actividades deportivas actuales: en todas partes se encuentran quejas de que los jóvenes dedicaban demasiado tiempo a jugar a la pelota y muy poco a los libros. Del mismísimo Fernando el Católico nos recordaba Hernando del Pulgar que en juegos

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“de tablas e axedrez e pelota […], mientra fue moço, gastava algund tiempo más de lo que debía” (Crónica de los Reyes Católicos, I, 75). A su vez, el redactor de las Crónicas del Gran Capitán, al rememorar la muerte del famoso militar cordobés, ensalza de forma efusiva “quando se trocó la soltura de sus pages con el bachiller que les dio para que el tiempo que se ocupavan en los juegos de la bola y pelota, aquél fuesse en la escuela de la gramática” (ed. Rodríguez Villa, 586). En la misma línea se explica el que, según González de Oviedo, el Príncipe Luis de Saboya, siendo un adolescente de doce o trece años, tuviera limitado a un cuarto de hora el tiempo diario de jugar a la pelota (Batallas y Quinquagenas, 320). Por todo ello, tal vez se pueda considerar demasiado el tiempo que pasaba el rey Felipe III practicando este deporte, puesto que, según las Relaciones de Cabrera de Córdoba, “Su Magestad se entretiene algunos días en jugar a la pelota desde las once hasta la cuatro de la tarde” (162). Examinados todos estos casos, no es de extrañar la existencia de leyes y ordenamientos regulando esta práctica entre los estudiantes, como sugiere el artículo décimo de los estatutos de la universidad de Salamanca promulgados en 1594, en el que se prohíbe expresamente que los universitarios salmantinos practiquen el juego de la pelota en vías públicas durante los días lectivos, quedando restringida su práctica a los días de fiesta y solo en aquellos lugares acondicionados para ello en las afueras de la ciudad, o en las rondas interiores. Algunos elementos populares del juego pasaron muy pronto al lenguaje popular. El principal de todos ellos, como era la presencia de una cuerda a modo de línea divisora del terreno de juego y para indicar la altura que debía alcanzar la pelota para posibilitar su práctica, dio pie al uso irónico de este elemento. En principio, los retruécanos efectuados a este respecto se suelen basar en la bisemia de la palabra ‘cuerda’, como se colige de este chiste, recogido por Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, según el cual un caballero bromista, llamado Antonio de Velasco, hablando del juego de pelota (donde, como sabéis, se juega por encima de la cuerda) en una copla que hizo a don Diego de Bovadilla que hazía professión de servir una dama, hija del señor de la casa donde se jugava. La copla dezía assí: Don Diego de Bovadilla

no s’espante, aunque pierda: siendo su amiga la cuerda ganar fuera maravilla. Él sabe tan bien servilla y sacar tan mal de dentro qu’está seguro Sarmiento (214).

Cuestiones de lenguaje al margen, ha de quedar claro que el juego de la pelota era enormemente popular, tanto que, al igual que ocurre en la actualidad con los grandes deportistas profesionales de fútbol, baloncesto, tenis o golf, los buenos jugadores de entonces amasaban casi las mismas fortunas que los de ahora. Por ejemplo, del maestresala Hernando de Luján, perteneciente a este lustroso linaje madrileño, cuenta Fernández de Oviedo que fue un grande jugador de pelota de viento (o gruesa), con el cual juego se hizo muy rico […], que muchos millares de ducados ganó a la pelota, porque demás de se dar buena maña, era muy sabio en el hacer los partidos e sabía muy bien lo que jugaba (Batallas y Quinquagenas, 107).

No es la única referencia al dinero que se ganaba con esta actividad deportiva. En el siglo XV, dentro de una comparación de voluntad más moral que lúdica, Alfonso de la Torre se refiere en su Visión deleitable a “los que juegan a la pelota si el rey los mirase e dixese qu’él daría mil doblas al que ganase” (187), deduciéndose que elevadísimos premios eran reales y no una exageración de los textos. Ya en el siglo XVI, en el burlesco relato cronístico de Francesillo de Zúñiga, bufón del emperador Carlos V, se pueden hallar bastantes referencias a la razón principal que hacía ganar mucho dinero a los participantes: las apuestas derivadas, para muchos la esencia de este juego, tal como todavía hoy sigue sucediendo en el trinquete valenciano, en los frontones de pelota vasca y, en general, tanto legal como ilegalmente, en relación con cualquier deporte de pelota. Para corroborar este aserto, nade mejor que leer cómo el bufón Zúñiga se burla de un edil segoviano de su época al decir chistosamente “el rejidor de Segovia lo que deviere del juego de la pelota no lo niegue; y si lo pagare, que sea en estriberas viejas y tafetanes raídos” (99); de este mismo personaje nos cuenta más tarde cómo, en Granada, tuvo que defenderse “de beinte mançebos que le demandaban dineros del juego de la pe53

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lota” (149). En la Floresta española de Santa Cruz de Dueñas se recogen también varias jugosas y, en ocasiones, truculentas anécdotas sobre la práctica de este juego, y los peligros, físicos y económicos, que acechaban a sus practicantes (ed. Chevalier, 180-183); también Rufo, en sus Seiscientas apotegmas, relata varios chistes de idéntico calado (nº 200, 307). En suma, uno de los personajes de los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada, publicados en 1553, sintetiza de forma perfecta el proceso de evolución sufrido por el juego de la pelota en el Renacimiento hispánico y cómo el componente de las apuestas había hecho en muchas ocasiones olvidar la verdadera esencia deportiva del mismo: No digo yo tal cosa, que otros juegos ay lícitos, assí como birlos, pelota y axedrez y los semejantes a éstos. Y esto se entiende jugando pocos dineros, y que se tomen más por recreación que por vía de vicio y exercicio continuo, de manera que por ellos dexen de entender las gentes en lo que les conviene; que si esto se haze, ya dexan de ser buenos y honestos, y se convierten en la naturaleza de los que avemos reprovado. Y aun de tal manera se podrían usar los juegos de naypes y dados que no pudiesen tener reprehensión; pero ay pocos que no comiencen por poco que, si tienen aparejo, no vengan a picarse y a perder o ganar en mucha quantidad, y por esto tengo por mejor dexarlos del todo (255-256). El burlón cronista Zúñiga nos señala algunos grandes jugadores de pelota, como “el dotor Alfaro” (103) o uno de los parientes del propio bufón, llamado Álvaro de Zúñiga, hermano del conde de Aguilar, del cual dice Francesillo que “bivió y alimentóse del juego de la pelota” (132). Más grave podría ser aún el hecho de que algunos nobles “se conçertaron de jugar a la pelota los dineros que avía y tenía don Cristóbal de Toledo y el clavero de Alcántara y don Françisco de Tovar y don Luis de la Cueva y el monesterio de Santa Clara de Torquemada” (102), aquellos otros tres miembros de lo más selecto de la aristocracia imperial en tierras hispánicas que “acordaron de jugar a la pelota […] sus heredamientos” (146). Isaba, en su Cuerpo enfermo de la milicia española, relata asimismo los casos de un noble que “al juego de la pelota ganó tanto a traviesas, por donde ha sido 54

parte que anden los caballeros que lo perdieron […] afrentados por no cumplir al tiempo señalado” (87). Sobre todos ellos destaca el duelo entre dos caballeros aragoneses, Pedro de Torrellas y Jerónimo de Ansa, ocurrido en Valladolid en 1522, los cuales, a pesar de ser “deudos por casamientos que hubo entre sus pasados, y entre sí ellos grandes amigos y que familiarmente se trataban, en el juego de la pelota hubieron unas palabras tan pesadas que llegaron a romper malamente y se desafiaron para matarse el uno al otro” (Sandoval II, 15). Aunque al final la sangre no llegó al río, no deja de ser indicativo de las pasiones que tales prácticas conllevaban, muy difícil de explicar sin el elemento crematístico asociado. Además, tantos ejemplos nos permiten suponer que en ningún caso estamos ante sucesos anecdóticos, ni mucho menos, sino bastante graves y serios, dignos de ser tenidos en cuenta por la legislación. Así, en la pragmática dada por Carlos V en 1527, la ley II hacía referencia a “que no se juegue a crédito ni fiado a juego ninguno”, prohibiéndose específicamente este tipo de préstamos para apuestas en el “juego de pelota ni otros de los tolerados y permitidos en estos reinos” (CORDE), argumento que se repite en todas las leyes sobre el juego dadas a lo largo del siglo XVI. Pero, como suele ser habitual, estas prohibiciones afectaron muy poco la práctica de las apuestas. En El celoso, de Velásquez de Velasco, escrito en 1602, el personaje de Becerrica, ante la oferta de jugar a la pelota que le hace Cornelio, renuncia a ella aludiendo “no tengo dineros” (307), dándonos a entender que difícilmente se contemplaba ya la posibilidad de practicar este deporte por puro y simple divertimento, sino que el apostar y jugarse dinero sobre esta actividad había evolucionado tanto hasta subvertir el deporte como esencia del juego para ocupar lugar preponderante en el mismo. Segruramente por este componente económico del juego de pelota, a veces los enfrentamientos sobrepasaban la estricta linde de lo deportivo hasta resultar fatales. Fernández de Oviedo nos describe las peripecias de un caballero, Antonio de Sotomayor, que fue criado de Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, en cuya casa había un espacio para que los hombres a su servicio jugasen a la pelota –como en 1553 relatará uno de aquellos pajes, Cristóbal Méndez, en su Libro del ejercicio

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corporal (fol. 19v). En aquel espacio deportivo en el que destacaba el ya citado Antonio de Sotomayor, “gran jugador de pelota”, ocurrió que un buen día, discutiendo “sobre el juego, o palabras que ovieron él, e otro gran jugador del mismo juego, llamado Johan Fernández, valençiano, acordaron de venir a las manos, e el Johan Fernández le mató buenamente” (Batallas y Quinquagenas, 225). En la biografía del conocido poeta Juan Fernández de Heredia, a quien el mismo Fernández de Oviedo calificó como “el mayor e más lindo jugador d’ese juego que se ha visto en España en nuestros tiempos” (Batallas y Quinquagenas, 225), no suele ser muy conocido este hecho. Sí se le ha reconocido siempre su vertiente de gran jugador de pelota, pues es frecuente verlo aparecer practicando este deporte en El cortesano de Luis de Milán, impreso en 1561. Pero apenas se suele publicitar este episodio homicida que equipara al gran trovador valenciano del Renacimiento con el renombrado pintor Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, quien tuvo asimismo que huir Roma acusado del asesinato de un rival en el juego de la pelota, seguramente ocurrido en la popular Piazza della Pilota, la misma que todavía hoy es sede de la Universidad Gregoriana. Sucesos como el ocurrido entre Sotomayor y Fernández de Heredia no debieron de ser aislados, sino que tuvo que haber problemas bastante graves de similar calado. Baste como muestra el hecho de que ya los procuradores de las Cortes generales reunidos en Madrid durante el año 1528, las mismas en las que se juró al futuro Felipe II como heredero del trono, pidieran al emperador Carlos V que aunque el juego de la pelota no estuviese vedado, suplicaban á Su Majestad que no se jugase, porque acontecía jugarse gran suma de dinero en él y quedar muchos perdidos; y que si jugase alguno a la pelota no fuese más de lo que luego pusiese, y si más jugase no fuese obligado a pagar lo que perdiese (Santa Cruz, Crónica del emperador Carlos V, II).

Con todo, tal vez las muertes más famosas del temprano Renacimiento que tienen relación con este juego sean las de Francisco, delfín de Francia, muerto, según unas versiones, mientras se encontraba “en su palacio, mirando cómo dos caballeros jugaban a la pelota” (ed. Rodríguez Villa, 300), o,

según otras versiones, después de que, terminado él mismo de practicar ese deporte, “le dieron un jarro de agua gría, de que era golosíssimo, con que luego de repente murió” (Toro, 266). Este binomio, el de jugar a la pelota - beber agua fría, se convertiría en uno de los tópicos más recurrentes en los libros de medicina, en los que encontramos bastantes referencias al triste y mortal efecto de ambos elementos en la salud. En el ámbito hispánico, siempre se recordará que el rey Felipe I el Hermoso falleció en 1506 a consecuencia de “una calentura, de achaque, según algunos, de aver jugado un día mucho a la pelota, del qual trabajo se le avía recrecido grande sed y avía bebido algo demasiado” (Santa Cruz, Crónica de los Reyes Católicos, II). Sandoval también indica que “comió el rey demasiado y jugó a la pelota y hizo otros ejercicios dañosos después de comer” (I, 28b). Las muertes de ambos príncipes nos dan pie a comentar cómo los libros de medicina renacentistas, aunque siguen mostrando las virtudes para la salud de practicar tales deportes, también contienen serias advertencias contra el modo en que se jugaba y quiénes y en qué condiciones lo habían de practicar. El doctor Francisco López de Villalobos, el famoso converso médico personal del rey Fernando el Católico, advertía en su Sumario de medicina (1498) que entre las principales causas de la náusea y del vómito estaban “el mucho bever y la muy gran comida, y, sobre comer, la pelota jugar” (fol. 11ra). Y específicamente el Licenciado Fores, en su muy utilizado Tratado útil contra toda pestilencia, impreso en 1507, aconsejaba a los afectados por la terrible enfermedad que “escusen luchas e juego de pelota e cosa de plazer o del contrario, que mucho escalienta el cuerpo” (fol. 8r), aspecto también enfatizado por Luis Mercado en su Libro de la peste (1599), quien prescribía a sus enfermos “que nadie haga vehementes ejercicios de cavar ni jugar a la pelota, en especial, fuera de su costumbre” (356). De hecho, en el año 1589, Bernardino Gómez Miedes, el primer masajista de la historia de nuestra medicina, justificaba el uso de masajes, o fricciones, como él las denominaba, diciendo que “les valdrá por un juego de pelota” (fol. 72v), alegando que sus efectos eran mucho más beneficiosos para el enfermo de gota, que también debería evitar tales prácticas (fol. 74v-86v). Sin ser un libro de medi55

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cina, sino de entretenimiento relacionado con el deporte, también Cristóbal Méndez afirmaba que “se ha visto morir hombres de jugar mucho a la pelota” (fol. 22r). La poca conveniencia de tomar agua fría después de hacer un ejercicio similar llegaba incluso a los tratados de cetrería; por ejemplo, Zúñiga y Sotomayor desaconsejaba en el suyo refrescar a las aves depredadoras en pleno esfuerzo, pues “podría hacerle el mesmo daño que suele hacer al que, acabando de jugar a la pelota, bebe un jarro de agua” (127). Durante la segunda mitad del siglo XVI, una vez asentada la presencia de los españoles en el continente americano, muchos de los primeros cronistas de Indias comenzaron a destacar, entre otros hechos, que las poblaciones nativas de ese continente también practicaban deportes y juegos en los que la pelota era elemento esencial, siendo algunos de ellos de notable antigüedad. El propio Fernández de Oviedo, gran conocedor de estos juegos cortesanos, como antes se ha hecho notar, explica en su Historia general y natural de las Indias que los indígenas practicaban el “juego del batey, que es el mismo que el de la pelota, pero en diferente manera y pelota ejercitado” (I, 142a), y también que “en cada plaza que había en el pueblo o villa, estaba lugar diputado para el juego de la pelota, que ellos llaman batey” (I, 143b). Más tarde, explica en profundidad las reglas y los materiales de que estaban fabricadas las pelotas: Quiero decir de la manera que se jugaba y con qué pelotas, porque en la verdad es es cosa para oír e notar. En torno de donde los jugadores hacían el juego (diez por diez, y veinte por veinte, y más o menos hombres, como se concertaban), tenían sus asientos de piedra. E al cacique e hombres principales poníanles unos banquillos de palo, muy bien labrados, de lindas maderas, e con muchas labores de relieve e concavadas, entalladas y esculpidas en ellos, a los cuales bancos o escabelo llaman duho. E las pelotas son de unas raíces de árboles e de hierbas e zumos e mezclo de cosas, que toda junta esta mixtura paresce algo cerapez negra. Juntas estas y otras materias, cuécenlo todo e hacen una pasta; e redondéanla e hacen la pelota tamaña como una de las de viento en España, e mayores e menores (I, 145b).

El padre Las Casas, que también recogería alguna de estas tradiciones, señalaba que ciertas cos56

tumbres indígenas incluían el hecho de que “en el juego de la pelota, quien perdía era esclavo”, aunque denunciaba también que “esto era con fraude y dolo, persuadiendo, importunando y engañando los más astutos jugadores” (232). En ocasiones estos cronistas de la recién descubierta América, sobre todo Herrera y Tordesillas, López de Gómara y Cervantes de Salazar, inciden en describir el rotundo éxito de estos juegos entre los americanos nativos, especialmente, el capítulo VI, “Del juego de la pelota que entre los indios se usaba” de la Crónica de la Nueva España, de Cervantes de Salazar (I, 314 ss.). Asimismo, en diversas ocasiones se advierte de los peligros de robo y altercados que solían ocurrir merced al tumulto formado por los muchos asistentes a tales eventos; sin embargo, estos sucesos no fueron privativos únicamente del Nuevo Mundo, sino que también en el Viejo Continente eran susceptibles de acontecer, como, entre otros ejemplos, el narrado por Ribadeneira en la Vida de San Ignacio de Loyola, cuando algunos jesuitas que se encontraban jugando a la pelota tuvieron que defenderse de “un golpe de gente perdida y armada para matar a los nuestros” (695). Los años finales del Quinientos e iniciales del Seiscientos continuaron mostrando similares características del juego de la pelota, sobre todo el excesivo tiempo que dedicaban a su práctica algunos nobles y, por supuesto, los peligros que venían aparejados a las apuestas que sobre este deporte se realizaban. Las Relaciones de Luis Cabrera de Córdoba nos informan, primero, del apego que Felipe III tenía a este tipo de deportes, indicándonos cómo “algunas mañanas juega el Rey la pelota” (136). Algunos médicos de su corte atribuyeron las enfermedades del monarca precisamente “al ejercicio de pelota que jugaba muchas horas, con que se le encendía la sangre” (153), de forma que finalmente le fue prohibida específicamente la práctica de este juego (Cabrera de Córdoba, 187). Pero no solo el rey tenía problemas con este deporte, sino que algunos de sus nobles protagonizaron un tenso incidente que narrado por el mismo Cabrera de Córdoba (513): Jugando a la pelota el Almirante y el duque de Cea, y ganado 100 ducados el de Cea, se los fue a pedir al Almirante a las diez de la noche, en el zaguán de su casa, adonde le encontró; el cual le dijo los descontase de 500 que le debía, y repli-

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cándole que se los diese, y no queriendo el Almirante, diciéndole que era mal pagador, el otro le desmintió, y el Almirante le tiró el sombrero, y el otro la daga, que si no se desviara le hiriera, y pusieron mano a las espadas y anduvieron los de casa que los despartieron.

Al margen de alguna mención suelta en tratados sin demasiada conexión con actividades de ocio, como el hombre que “jugaba a la pelota seis horas sin pesadumbre” al que se refiere Malón de Chaide en su Conversión de la Magdalena (II, 146), hay tres textos fundamentales para entender cuáles eran las características básicas de este deporte en la época de Cervantes. El primero, el más breve, pero no por ello menos importante, es el formado por las Ocho redondillas al juego de la pelota del valenciano Francisco Tárrega, compuestas en 1592 y recogidas en el voluminoso cancionero de la Academia de los Nocturnos, lo cual, a su vez, deja entrever el enorme prestigio de la ciudad de Valencia en la práctica de este deporte, sin duda el enclave urbano más notorio de toda España en cuanto a juego de pelota se refiere y el único lugar donde aún se practica el trinquete a la manera renacentista. El segundo texto es el Libro del ejercicio corporal y de sus provechos, de Cristóbal Méndez. Impreso por vez primera en 1553, fue muy leído a lo largo de la centuria, especialmente los capítulos III-VI del tercer tratado (fols. 48r55v), dedicados los juegos comunes, donde encontramos todo tipo de referencias a la práctica del juego de la pelota. A Méndez se le debe una magnífica descripción de las cualidades que debía tener todo aquel que quisiera practicar con éxito este deporte: El buen jugador de pelota no avía de ser muy alto de cuerpo (porque los que lo son no se hallan muy diligentes), y que avía de estar flaco, por que sufriesse el trabajo; y avía de tener las manos largas, por que pudiesse tomar mejor la pelota; y assí los braços, por que los estendiesse muy bien quando fuere necessario; y avía de tener la cintura delgada, por que mejor se pudiesse doblegar […] y avía de ser en todo muy ligero, buen corredor y saltador, y, sobre todo, gran certero, avisado, diligente, de gran entendimiento para poder dañar y defenderse del daño. Y no avía de bever vino ni mucha agua, sino acostumbrado a bever poco, porque aunque tuviesse sed en el juego la sufriesse; y en la comida avía de

ser templado, y, sobre todo, avía de tener gran costumbre en el juego, por que no se cansasse con el trabajo que en él se halla (fol. 51r).

Finalmente, el tercer texto es el tratado de Luque Fajardo, publicado en 1603 con el título de Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos. Su autor intenta ofrecer soluciones para los “hombres apasionados por pelota o truques” (I, 51), además de hacer un repaso por todos los autores clásicos que trataban el juego de la pelota, como Herodoto o Polidoro (I, 79-81). Luque Fajardo ensalza a algunos grandes personajes de la Antigüedad, como por ejemplo, a Julio César, “estremado jugador de pelota, el cual daba por razón de este ejercicio que con el mucho que en él se hacía se aumentaban las fuerzas” (I, 81), pero al mismo tiempo se refiere a todas las leyes que contra su práctica se han promulgado (II, 223-225). En la poesía del Siglo de Oro es acusado el uso de metáforas y juegos de palabras relacionados con el deporte de la pelota, siguiendo la pauta que ya se visto durante la lírica medieval y renacentista. Así, Luis de Góngora demuestra dominar algunos de estos tópicos ya mencionados, como el ir de mano en mano a la manera que lo hace el objeto esférico protagonista del juego: “Una moza de soldada / nunca soldada aunque rota, / en más manos que pelota, / más fregona que fregada” (ed. Jammes, 228). Góngora incide, en otras ocasiones, en los aspectos más técnicos del juego, como el romance en el que se indica estar “esperando esta pelota / dicen que está un don Pelote, / para que, en haciendo él falta, / la toque del primer bote” (ed. Carreira, 25). Asimismo, el gran cordobés pone unos suspiros en boca de un enamorado de una dama llamada “Violante, que, un tiempo, fuiste / pelota de mi trinquete, / de mis botones, ojal, / y de mis cintas, ojete” (ed. Carreira, 577). Otra letrilla atribuida a su pluma nos escenifica una particular escena con todas las modalidades descritas del juego de pelota: Yo vi levantados ciento que la envidia derribó, y a cada cual les tocó como pelota de viento; la una le da con tiento, la otra con fuerza aprieta, la lisonja con raqueta pero la envidia con pala 57

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(ed. Jammes, 224).

Su gran rival literario, Francisco de Quevedo, no le anduvo a la zaga en el uso de tales recursos líricos, como en la siguiente letrilla satírica, en la cual maneja a la perfección la bisemia de la palabra ‘falta’ para afirmar de manera socarrona que “sin ser juez de la pelota, / juzgar las faltas me agrada, / no pudiendo haber preñada / que tenga más, si se nota” (ed. Blecua, II, 143). Y otro gran poeta aurisecular, Vicente Espinel, se refirió a la importancia de saber mantener la distancia a la práctica de este deporte en caso de no ser agraciado con dones para practicarlo: “Y el que pelota, ni balón, ni trompo / sabe jugar, estese quedo y mire, / porque no hagan burla en los corrillos” (276). Como conclusión, la vertiente cortesana del juego de pelota continuaba todavía muy presente en tiempos de Cervantes, como lo prueban las referencias a la práctica de “la argolla / como a naipes y ajedrez, / dados, trucos y pelota” en El viaje entretenido de Rojas Villandrando (I, 279), o que Gutiérrez de los Ríos lo enmarcase entre las “artes pueriles” y “exercicios del cuerpo para habituarle a los exercicios de guerra” (104). Sin embargo, el juego de pelota ya no era de práctica exclusiva por las capas sociales más favorecidas, sino que se había extendido hacia todos los ámbitos sociales, como el mismo Cervantes lo prueba al mencionar a sus personajes Andrés y Clemente en La gitanilla. De igual forma, a presencia de este juego en La pícara justina o en el Guzmán de Alfarache también avala la popularidad del mismo durante la época de máxima difusión de la obra cervantina. BIBLIOGRAFÍA Anderson, G. ed., La Crónica de Adramón, Newark (Delaware), 1992. | ARCE DE OTÁROLA, J. de, Coloquios de Palatino y Pinciano, ed. de J. L. Ocasar Ariza, Madrid, 1995. | AZÁCETA, J. Mª., Cancionero de Juan Fernández de Íxar, Madrid, 1956. | BARANDA, N., ed., La historia de los nobles caballeros Oliveros de Castilla y Artús d’Algarbe, Madrid, 1995. | BOSCÁN, J., trad., El cortesano de Baltasar de Castiglione, ed. di M. Pozzi, Madrid, 1994. | CABRERA, fray A. de, De las consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma, ed. de M. Mir, Madrid, 1906. | CABRERA DE CÓRDOBA, L, Relación de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614, pref. R. García Cárcel, Salamanca, 1997 (facs. de la ed. de Madrid, 1857). | CARO, R, Días geniales o lúdicros, ed. de J. P. Etienvre, Madrid, 1978 (2 vols.). | CASAS, fray B. de las, Tratado sobre los indios que han sido hechos esclavos, ed. de R. Hernández y L. Galmés, Madrid, 1992. | CASTILLEJO, C. de, Diálogo de mujeres, ed. de R. Reyes Cano,

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«recibiéronle [a Rocinante] con las herraduras y con los dientes, de tal manera que, a poco espacio, se le rompieron las cinchas y quedó, sin silla, en pelota» (Q, I-XV, 184b). «Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla» (Q, I-XXII, 210b).

Para las personas que leyeron El Quijote en el siglo XVII, la expresión “en pelota” no significaba lo mismo que para un lector actual, ya que hoy en día quien escucha este modismo interpreta que la persona a la que se refiere está completamente desnuda, mientras que en época de Cervantes el significado era otro, concretamente, estar despojado de las vestimentas exteriores, luciendo sólo la ropa interior, en ese momento compuesta por la camisa y los calzoncillos, bien por decisión propia, al desnudares para poder acostarse, o bien por voluntad de terceros, al robar el traje que se llevaba puesto. En el caso de Rocinante, al llevar como única vestimenta la silla de montar, una vez que se le privó de ella, el animal se vio desnudo, según la concepción del momento de la escritura del libro, y es ahí donde radica la gracia del símil, comparar a un caballo con el caballero que lleva encima. BIBLIOGRAFÍA BERNIS, C., El traje y los tipos sociales en El Quijote. Madrid, 2001. | VV. AA.: Enciclopedia Universal Ilustrada, Madrid, 1908-2004.

Ignacio Saúl Pérez-Juana del Casal.

pelras «pues, ¡tomadme las manos, adornadas con sortijas de azabache!: no medre yo si no son anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con pelras blancas como una cuajada, que cada una debe de valer un ojo de la cara» (Q, II-XXI, 376b). «MOZO.- Quien se halla más a mano; aunque las más veces sale una fregoncita que se llama Cristina, bonita como un oro. SOLDADO.- Así que ¿es la fregoncita bonita como un oro? MOZO.- ¡Y como unas pelras!» (GC, 1137b). LÉXICO

Lo mismo que perlas, por metátesis de consonantes líquidas.

Óscar Perea Rodríguez.

penante pelota, en

«busquéis hebras de tocino, / sin hacer del unto ca59

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