LA AVENTURA DE ALFREDO IRIARTE

June 8, 2017 | Autor: Víctor Cuchí Espada | Categoria: Narración Cuentos
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1

LA AVENTURA DE ALFREDO IRIARTE Quizás de todas las ideas de Ana Laura ésta sea la peor. De cualquier manera, eso poco importa; hace mucho que aprendí a permitir que las cosas me rebasen, siempre y cuando me dejen tranquilo. La verdad, poco se compara con una buena espera. Afuera, tras la ventana, el apagón impide ver... lejos; y el cuarto parece un recipiente, al menos, amado. A través de la puerta: la fiesta. Hace ruido y me recuerda varios años de fantasías. Con franqueza: váyanse. No puedo decirlo. Pasear... Contrastar la algarabía de la sala con este silencio tan permeable. Es visible: tiene la cama vacía, el anaquel con mi historia, el cajón repleto de la acumulación de lo involuntario y ajeno. Por enésima vez... distinto y... habitual. Debería redecorarla. Afuera: todo en blanco. No he saludado a nadie; eso debo hacer. —Cuánto falta: el tiempo es como un estirón. Me llegará a faltar aire. Pero... quiero que algo pase; como cuando me siento enfrente de un papel y escribo sobre él. —El teléfono. Papá me lo regaló en mi cumpleaños; porque me lo merecía, dijo. Pt. Las cuentas eran altas, y hay otros dos. No eran suficientes, se arguyó. “Es para ti solito.” Bueno, así no te molestará nadie. La pluma... Garabatos. Al calce el nombre de la compañía de gas impreso en la nota. La lista de invitados: Cornelio y Ana Laura, los últimos por justicia. Sonrío. Borraré los dos anteriores; mejor no: subrayaré el de Mayagoitia. Ese cuadro es suyo: un dibujo bicromo en gouache. Cómo es posible dar crédito y no atemorizarme al final. Cuántos manuscritos habré destruido por tu culpa. Una vez arranqué la portada de Nivel del avatar del Espíritu; Cornelio me dijo que era malo el título. A las dos semanas lo repasé —con el mismo número de letras y las palabras de antes. Resolví no volverle a enseñar nada más a Cornelio. Si quiere verme que mire: esta noche no pasaré inadvertido. —¿Qué haces todavía aquí? Ana Laura... No te he visto en todo el tiempo que he estado aquí. Aún me pregunto cómo me la saqué, pero entró en mi vida desgarrando tanto que apenas me estoy reponiendo. Te recibí cual un asterisco. Nada ha vuelto a ser como antes... Algunas cosas por suerte seguirán iguales. Otra sorpresa así podría matarme. —Me reiría de ésta si Ana Laura no me estuviera mirando preguntándose no sé qué, pues lee la mente en los ojos. Tanto he visto; me gusta estudiar: a Ana Laura la observaba cuando entraba y salía de la facultad, que es enorme y yo me regodeaba con cuanto deseaba. Y, sin embargo, alcanzaba... a discernirla... entre los destellos, como fechas... los seres con intención. Ante mí, sin que yo pudiese recolocarlos y ¿para qué? Todo era irreconocible, como los proyectos de ella la tarde que posó sobre mí sus ojos ambarinos. Me leyó entero, conociendo lo suficiente, tanto que aún me niego a confesarlo.

2 Aquí estás y me dijiste palabras contundentes. Igual que mi sorpresa. ¿Qué podré esperar de ella, ahora y mañana? Es demasiado; vete. Tu presencia me hace evocar. Cuánto. En los primeros días, después del repentino vistazo, no hicimos salvo entrar en la espiral del no acercarnos, con toda mi cómplice voluntad. Tal vez eso fue lo que motivó tu interés y sin querer te salpiqué ganas de buscarme a solas. Supo dónde; en parecidas circunstancias... excepto que se ocupó de que mi silla estuviera en la terraza donde nadie nos escuchara. E hizo ese mismo comentario que en mi memoria suena diferente. —¿Por qué no has bajado? Todos preguntan por ti. No entiendo tu preocupación. —Siempre me estás vigilando. Realmente, no confío en ella. Se había sentido sola y me ha venido a buscar… para devorarme. Creo que fue un malentendido grave, Ana Laura, que hemos dejado que los demás divulguen y se convenzan... Debe ser el último; pero tú sabes que no tengo carácter. Por eso acepté. Mi especialidad es cortar el tiempo. Por antropología y un impulso interno. Aferrarme por otra razón sería aterrador. —¿Ha llegado Mayagoitia? —pregunto. —Todavía no. Por favor, ven conmigo. —No quiero. Es absurdo. No creo que deseen verme. Si no lo han hecho, no irán a empezar ahorita. Además, estoy bien cansado. Si quieres, quédate. —Perdóname. No quise... Y se sienta tan al lado mío que su calor me apretuja. Soy tan malagradecido. —Perdóname tú. Es que quiero ser precavido. Aún no sé... —Te lo garantizaron, Alfredo. Le tomo la mano. No la soltaré. Divorcio de nuestros deseos, el motivo. Ana Laura: si supieras entenderías. —Ven. ¿Por qué no vienes?—vuelve ella. —Quien sabe... Es que deseo seguir esperando la llamada. —Contestaremos por ti. No te preocupes, vas a ser el primero en enterarte y luego nos dices a todos. Es cierto; es, incluso, razonable. Desgraciadamente. Uno, dos...; es imposible que ella me persuada. Diez, once... El teléfono. ¡Doscientos! —Suena... suena... Y me notificarán con alguna anécdota cómica. Descendemos; Ana Laura me toma del brazo eficientemente. Exhibición, eso es. Se quiere casar conmigo. Estoy sudando donde siento el contacto de sus dedos. —Ahí están, son más de los que imaginé. Forman un rombo; esas caras asombradas. ¡Catorce! conocidos míos. Yo: con acrofobia... Sonríe. Hola, etcétera. Bien-venidos to-dos; ahora elógienme, para eso vinieron... Bueno, al menos, felicítenme.

3 —Te alarmas demasiado, ¿ves? —susurra Ana Laura a mi oído. ¿Qué puedo decir, Alfredo encantador? Más gente viene del comedor: veintiuno. Si hubiera olvidado algo para tener que regresar, y así no acercarme a esos rostros hambrientos. Sostenme, Ana Laura. Bajo escalón por escalón para no deslizarme. Gracias, amor. No por esto. Aquí estuvo todo el día preparando el agasajo. No es por nada; aguántame, solamente tú lo puedes impedir —ni yo sé a qué me refiero. Oye los aplausos: tengo la intención de no creerles. Ya me lo han dicho: tus recitales son de lo más aburridos; tiene la mala costumbre de jamás mirar al público. La verdad, nos irrespeta de la peor manera. Lástima que su literatura sea tan buena. —Raro que me impacte. Es la situación. Y las lámparas. Muchos se han escondido en las sombras; a lo mejor no se han dado cuenta de que aquí voy; qué importan. —Ana: algunos de ellos... Son los mismos orates que aquella vez... En el auditorio. —No hagas caso. La literatura no es un espectáculo. ¿De dónde proviene tu confianza, amor? Anímame, si puedes: Eres tan duro contigo. Soy justo, Ana Laura. Esto lo merezco. Déjame ir. Ese tono; quiso afirmar: tranquilo, ellos no te comprenden, no tienen por qué, pues así son: tal es su posición en el mundo, sentados al otro lado del podio; como lo diría Cornelio. ¿Dónde está tu hermano? Mira, Alfredo, tu maestro de Español I. Estréchale la mano. ¿Qué hace aquí? Ana Laura hace de embajadora, como siempre; por favor, cuando vuelvas mándame una carta narrándome todo. MAESTRO DE ESPAÑOL Ven acá, Alfredo. Te quiero decir algo y quiero que los demás lo oigan. Te he estado conociendo desde hace mucho; creo que desde el primer curso. Estoy orgulloso de ti. Has cumplido una promesa que se hacen muchos que inician la carrera y bien pocos pueden decir que la han satisfecho. Tú sí. Eres el mejor. No tienes por qué mirar hacia atrás. Nosotros en cambio nos… dedicaremos a mirar... hacia arriba. El premio es sólo tu reconocimiento. Qué tierno. Pudo extenderse. Le faltaron las lágrimas. Lo que tomó ganarme sus palabras. Ahora debo inclinarme; sacará de mí ese placer. Me dijo cómo y luego me soltó; suelto ya, quiso que yo retornara al regazo con el fin de que lo sucediera y fuese su monumento. Si pudiéramos recordarnos solos. Qué rabia. Apláudanle que su discurso vale más que la certeza de que el escritor soy yo y lo escrito vidas indistintas. El Glencora, sus bodegas cargadas de petróleo, cruzó el estrecho de Wawa. El capitán Gordon, al avistar la costa, creyó ver su destino en los surcos rectilíneos de un cubo. Wawa: gracioso, la verdad. Ana Laura tiene razón, sólo debo dejar que mi lengua fluya. Suena a australiano. Gordon vuelve de Saipán, donde halló que, en la integración de las cosas, sus habitantes habían encontrado la felicidad. Cuánto los envidió. Pudo quedarse, mas decidió regresar

4 a sus tierras de concreto. Tuvo quizás miedo de contagiarse. Prefirió su buque al mundo de las madreperlas, el terror al aburrimiento del inimaginable sueño en una concha de nácar. No recuerdo más. Iré a servirme alguna cosa. Empujo el trago. Distraerme. El queso, blanco como el teléfono. El Comité. Si deciden... Ana Laura. No está. Juliana miró a Carlos a los ojos... A ver, ¿qué vio Juliana? —Mi estómago, ni modo, está vacío; comía tan poco y ahora... Ciertamente quisiera que Ana Laura no hubiera subido. Es tarde. Claro. Esos invitados. Tengo una idea: no debieron venir, estoy enfermísimo, léanlo todo en los diarios, es siempre más entretenido ver las fotos; mírame. ¿Qué? A mí comiendo. Cotorrean: come... y oye la radio; sin embargo, no le gusta la televisión. Ana Laura me lo ha comentado. Entonces, ¿qué hay? Uno que come porque tiene hambre. Piensa, además: sus ideas son tan interesantes… Es lo único que posee, aparte de su novia. Sabes qué, amor: lo que me encanta de tus cuentos, de lo que escribes, de lo que me lees, es que me hablas de tu mundo interno, tanto que por ello sé lo que te ocurre. No sabes cuánto quiero hablar por ti mientras elaboras tus visiones. Porque en ellas estamos, y estoy yo. Y así sé que te importo... De lo contrario no estaríamos aquí, Alfredo. Cuando conozcan a Mayagoitia veré si serán capaces de dar cincuenta pesos por mí. Eso sí: vendrá con un regalo. Nos complementarán falta con falta: tus ojos, mis oídos, tus manos con formas adheridas, las mías y sus oraciones. Ah, y podré soltar a Ana Laura, que ya no sé dónde está. Mayagoitia vendrá, aunque no hable en toda la noche. Vendrá con sus colores. Lo aguardo eterno, inconmensurable. Ansío vivir contigo. Sí, sí. Para no tener más miedo; amor hoy y perfidia mañana. Sólo así atravesaremos los umbrales de la hora y la historia, la nube y el grano, el hombre y el cristal de nieve. Ven. —Qué te parece. Cornelio. No me dignaré en volverme; la voz me indica quién es. Repite la frase como pregunta. No lo desdeño; te admiro, francamente, eh. Te he echado de manos. Le pude preguntar a tu hermana por ti. —Es que deseaba que no me vieras. Debería entretenerme con la música, hacer que simplemente no existes, pero tu presencia es demasiado fuerte. Me abochorna. Cornelio me pasa la mano por el hombro. Tiemblo. Casi podría abrazarlo. Requiere su contestación; esa mano significa énfasis. Es imperativo. Te necesito, más que a Ana Laura. En verdad, lo buscaba. No lo reconocía, mas es cierto. Sobre todo ya que aún no ha llegado Mayagoitia. Hay otros como él; precisamos

5 alter egos que nos conduzcan por entre los muebles para que no choquemos. Explícame, fraternidad consustancial y milagrosa. Ana Laura, qué vale. Ya puedo aspirar. Y nada digo. Sigue ahí: qué horror desesperarle. —Mira nomás: ¡cómo si el premio fuera de todos! —No es verdad, es tan sólo mío. Ambos nos volteamos hacia la sala. Me extrañó su comentario. Fue inesperado. —Francamente, en un sentido. Pero eso no es lo que ellos creen. Y no se entiende, Alfredo. Díselo a mi hermana. ¿Ves? Sería tan cruel romperle el corazón después de lo que ha hecho por ti. —Para mí. —Sabes qué: prefiero la crueldad unilateral. No te diviertes, a que no. Te conozco demasiado bien. En lo único en que has cambiado es en que ya no disimulas como solías. Me comentó Ana Laura que andas angustiadísimo con lo de la llamada. No es para menos; si no te hablan, ¡harás un ridículo! —Yo no. Lo hará tu hermana. —Vamos, no me digas que no te sentirías decepcionado. ¿Otro día será? Bueno, al menos sería una nueva experiencia. ¡Lo que no haría con ella! Pienso que esto es prematuro. La fiesta, digo. Debiste esperar. Por supuesto, ya para qué. Lo que no es ser cínico. Tal vez el premio sea extemporáneo. Te dirá bien poco. No te convertirá en mejor. Sólo eres el que tuvo la inspiración más afortunada del año. —Dile eso a mi mano. Me la agarra. —¿Acá, o al oído, dónde se supone? No deseo deshacerte la fiesta. Más. —Acompáñame... Detesto este lugar. Me han pedido que lo ame. Con todo pienso que ha sido usurpado. —Eso es lo que conlleva contaminarse. Ponte en el lugar de ellos. Abrevan de tu generosidad. El deber de un genio es compartir lo que le sobra; o sea, lo que los demás desean de ti. Es tu responsabilidad hacerte cargo de ellos, aunque no lo sepan. Eso sí: no lo digas a nadie; hazte ese favor. Se difundirá que eres un pedante y los vas a perder. Y, ¿quién pagará tus libros y tu cómodo (no me digas que no) nivel de vida? ¿Quién te dirá lo que no quieres oír? Nadie vino a entenderte. Vinieron por ellos mismos. Es una lástima no ser el centro en medio de él. —Baja Ana Laura. —Estaba con Martín. —Chance los llevó a ver mi recámara. —Allí no estaban. ¡No me mires así! —Siempre es como si ahí estuviera.

6 —Entonces sube. En el fondo todos te desprecian. —Fácil. Estoy convencido. —A veces pienso: estás sellado, desde allá arriba. Lo planeaste todo desde hace mucho. A lo mejor alguna fantasía lo inició cuando todavía eras chico... Si fueras feliz, Alfredo: ¿qué serías? No tendrías otra existencia salvo la persecución de tus impulsos más inmediatos. ¡Y qué clase de vida sería! Te la pasarías recibiendo. En cambio, fíjate nomás: del modo como eres, intangible, todo emana de ti, a la vez que hasta tus pulsiones más elementales se tornan en objeto de reflexión, de sospecha, propensos a ser destruidos. Es imposible ser perfecto. Por lo tanto, es necesario que la perfección se invente día a día y se la ejemplifique. No como los demás que han decretado que están completos y que de ellos todo depende y todo gira; así de conformes están. Tú sabes bien que eso no es verdad; lo que exclamas pero nadie te cree. Y lo mejor del asunto es que tú no deseas ser creído. Sólo así podrás ser el único. Y ahora te digo: lo lograste. Tal es el significado de ese premio. Ojalá estés de acuerdo. Quisiera que Ana Laura me hiciera caso. Ahí está, con ellos. Pisotean mi estampa de nenúfares. Esa imagen. Dejaré a Cornelio; lo que me enseñas ya lo sé. El premio es mío. No de ella. Tú lo comprendes claramente, querido Cornelio. —Ana Laura, quítale la mano de encima a Martín. No me respeta, es obvio. Ay, se va con él. Y no creo poder seguirlos. Aquí inmóvil, Cornelio. Se fue. Ante este espectáculo de ir perdiendo mi milagro. Debo tenerlos en mi sombra. Pero concedo: me disculparé con ella por haber sido tan malagradecido; es que halla maneras tan sutiles de expresarme... No te vi esta mañana y Mamá me había anunciado que estabas. Ojalá comprenda. Inteligente pedazo de mujer, abrumadora fantasía controlarte. Acaso ya te percataste de mi adrede frialdad, de mis obligadas caricias. Nunca debí bajar. Tampoco presenciar la compensación: el premio por el fracaso. Campanada. Dos. Otro. La gente se arremolina alrededor de alguien. Presiento que es Mayagoitia. Ven para que lo conozcas Ana Laura. No estás, lo recibiré solo. —Se asemeja a Gilles, ni siquiera mira. TODOS ¡Anfitrión! ¡Anfitrión! Me acerco. Con él ha entrado una corriente de aire. Vino solo. Suéltenme para tocar su mano y unirme a ese rostro que ve más que yo. Esos dibujados abismos, bajos como su voz; me hace olvidar quién soy. —Déjennos —Tenemos mucho qué revelarnos, ese mundo interno magnífico; —Tutéame; hace poco tuve la oportunidad de ver la retrospectiva de Francis Bacon. Pensé que me recordaría tu obra, y sabes qué: no fue así. Carece de tu alegría, precisión, movimiento... —Cuando pinto a veces no me reconozco.

7 —…ese sentimiento festivo que permean tus imágenes. Me imagino lo que te divertirás con ellas. No es como la calle con sus constreñimientos. Soy de los que piensan que la calle es lo falso, el mundo de las repeticiones. Lo sé, es un peligro decirlo. Tus ojos son incapaces… —No, es mi mente la incapaz. Me digo: de dónde vienen. Sé que salen. He leído incluso de dónde proceden. Cuando firmo un lienzo es para acordarme de lo que fue. —Igual yo: invento. Me reconozco de este modo en lo irreal; que hasta para mí sea verídico. A propósito, tengo algo tuyo. Un cubo. —El cubo. Mi obra más perpetrada... con las peores intenciones. Somos otra especie, bien apartada del resto del corpus. —Y fue señor tan fácil. No sé por qué habla usted de lo divertido. Yo nunca me río. Mi gusto es por la tristeza en cuanto mérito. Ejem: a lo mejor hay algo en mí que te marea. —Es como una marca. La creación es un proceso nada inocente. Consiste en hacer, olvidando colocar los objetos en el casillero apropiado. Mientras tanto, nada más muevo las manos dentro de un espacio denso. Mi conciencia de estar parado. Aquí nos perseguimos Mayagoitia. —Te escabulles. ¿Cómo voy a decirte?… La inmediatez no me deja captarte… ¡La llamada! Eso es: la llamada, Mayagoitia. Tan pronto la reciba, volveré, ¿oqui? No te vayas. Sé que hay mucho… No somos niños. ¡Cuánto tengo para mostrarte! Esta oportunidad irrepetible. Pasa, pasa, ¿no quieres algo? —Recuerdo aquel cuadro tuyo sobre los niños muertos en el Cercano Oriente, y ese otro, Campanas matutinas, que esboza una insinuada alba que tenemos que adivinar, no nos queda de otra. Nuestras mentes aherrojadas. Entonces… —Disfrutamos del placer del cielo y evitamos el terrenal… —El cuerno mágico de los niños. ¿Por qué lo citas? Eso es lo que Cornelio habría dicho, él que está por doquier. A ver cuándo te lo presento. Es una persona fascinante, de las que más estimo. Sus pensamientos son los más reveladores, la personalidad que debería ser la de todos los hombres. Te habrás cansado de mí cuando termine contigo. —Ninguna lucha mundanal se escucha en el cielo. ¡Todo vive en la más dulce paz! —Llevamos una vida angélica… Bueno, bueno... Y no tengo más que decirle. Tan temprano. Él, nada. El momento ha llegado más rápido de lo que supuse. Lentamente debo abandonarlo. Él no se percata de que me alejo. Es mejor así: otro sonido sería un ritornello más o menos clamoroso. Lo que hace falta son temas nuevos. ¡Qué fiesta aburrida! Me sentaré, ¿y ahora? No me siento tentado a unirme a los demás —que no son nada

8 mío. No tengo nada que buscar en ellos, ni siquiera palpar a ver qué. Los miro por obligación, por casualidad están aquí. Estoy cansado. Volveré a mi cuarto. —¿Y si ahí está Ana Laura?, que me tiene harto. Olvídate. A ver qué se te ocurre. Ahogado, no me puedo mover. Para lo que todo en mi vida me ha servido. Ahora no tengo la menor idea de para qué vino Mayagoitia. Serás como yo (qué consuelo) si es que ya no lo eres. ¡Que tendrá de malo! Es un sublime modo de vivir. ¿Verdad, Cornelio, verdad, Mayagoitia, que la comprensión es un don que si se generaliza se desvalorizaría? En el cielo no cabemos todos. Cuánto lo siento. A los mediocres les espera la muerte, desechados. A mí me aguarda el recuerdo. Por tanto, ¿por qué no ha de ser mañana mi muerte? Algo falta: la cotidianidad, ese fantástico tedio que me obliga a escribir como única solución de continuidad, de finalidad. Tantas réplicas solidifican mi vida. Horrenda certidumbre: adonde vaya me toparé con muros. —El cubo de Mayagoitia, una combinación asfixiante, impenetrable; foto que le urge ser interpretada. Él ha declarado: la pintura debe ser vida, no reflejo (ve a decírselo, es un nuevo tema de plática). Parece de acero. Es grafito y nada más. Frío. ¡Cómo puede!… Mentira… Sin embargo, es tan frío. No es como lo que puede construir. Se retrató en la madriguera de su alma. ¿Qué estoy diciendo? ¡Lo niego! Miento. Un genio no cae revelando el interior de su cuerpo donde moran todas las verdades indemostrables, o perdería su integridad y no podría defenderse de quienes pugnan por apoderarse de él e incorporarlo a la miasma protectora de la conciencia pública. ¡Semejante error! Debió resistir; tal vez los sentimientos fueron demasiado intensos e indomables; así son algunos lapsos. ¿De qué se trata entonces? Es que caemos en la confusión. La mejor barrera jamás armada. Sabes: tu títere no se mueve; debes volver a intentarlo, en el interior de tu diminuta mazmorra. No te preocupes: no es sencillo… Perdón, hubo un desarreglo: uno es lo común; otro, yo, ¿cierto? Donde estamos y los demás puestos móviles, cada quien en su canal. Que yo miro y reflejo para no echar sombra. Cuán terrible sería servir de espejo. Peor de los destinos. Ese engaño tan evidente que falló. Guardaré tu pintura y buscaré otra. Una mínima equivocación, no te apures. Y un secreto que, salvo yo, nadie conocerá. Como si nada, ¿oqui? Además, ¿crees que permitiré que los enemigos lo noten? Solos tú y yo. Pero que no se repita, que no respondo. ANA LAURA ¡El teléfono! —Señor Alfredo Iriarte… Me complace informarle que el Comité acaba de seleccionarlo ganador del primer premio… A nombre nuestro, muchas felicidades.

9 Ana Laura me abraza. Lo sabía, ¿y? Esto no pasaría, creyó. Yo menos. Ahora: no esperaré más. Déjenme, en adelante debo pensar qué haré con el dinero. Compraré otra pintura de Mayagoitia. ¿Oíste? Lo prometo, con tal de que vengas a mi casa por lo menos una vez al mes. —Ya era hora, Alfredo, finalmente. —Claro, Ana Laura— Ya vete. La decisión estaba tomada; pudieron avisarme antes. —Jamás me lo habría imaginado… Fue una broma. Basta, Cornelio. Nunca me has apoyado sinceramente. Mayagoitia, bien gracias. No viene. A empezar de nuevo. Aparento que nada se ha hecho desde el día cero. Tus ojos, Cornelio, me dicen tu envidia; eres tan sincero. Ana Laura recita mis elogios. Quiero salir, no ver. Mi habitación; cerrar la puerta tras de mí y abandonarlos a todos. ¡Qué pensarán! Ya tú lo has hecho por mí, Ana Laura, como si tu padre fuera el presidente del Comité. La realidad sería más soportable de así haber sido. Imagínate: Alfredo Iriarte, no es que fuera bueno, sino que compró el premio, ¡y ni quien se enterara! Todavía se discute, muerto yo, semejante prostitución. Pero no somos invisibles. ¡PAM! Bien hecho. Escapaste. Tomaste la iniciativa. Detrás de la ventana, únicamente aire. Su sola manifestación es el silbido del viento y el batir de las ramas. Vuelan hojas. Esa lámpara está aún encendida. Ana Laura no la apagó. Mi cama; las sábanas que he estrujado mientras escribo mis historias; el escritorio marginado, cubierto de papeles innecesarios que no me animo a tirar. Tiento de leerlos; sólo me entristecerán. No me hallaré en ellos. Pasaron y atrás de mí quedaron; tal vez creen que regresaré. Se engañan. El premio está entre nosotros. Sin embargo, cuánto observo en cada una de las letras. Igual que en cada sombra que arrojo. El espejo, la imagen que me rehúso a mirar, la más fría, estática, la menos fresca, espuria. No será así por mucho tiempo. El cubo; asemeja una virgen; son idénticos sus lados. Tantas vueltas le doy. La luz puede ayudarme a resaltar sus contornos inmutables. ¡Qué imagen desesperante! ¡Debiera romperla! La pintó ayudándose con una regla y un papelito en el que anotó las medidas. Y yo que simplemente dejo correr mi grafito hasta que se agota. ¡Para que mi modelo de creación sea esto: un anodino cubo realizado con técnicas de contador de almacén! Él mismo me lo señaló; debí ser yo quien lo adivinara. Me obnubilé por estos pobres ángulos que apuntan a ninguna parte, que sólo sirven para ejecutar un plan: unir ángulos con rectas.

10 Entonces debo concluir que restaría algo, que sería un lugar menos al cual retornar. Seguro dirán: destruyó un Mayagoitia, ¿supiste? Creo que bajaré. De súbito, incomprensiblemente, respiro de nuevo, sin espasmos. Tal es la sensación de haber entendido. Se me escapa una risotada al encontrarme ante la alfombra roja. Las fotografías que es cada una un peldaño hacia mí. Las cositas puestas en los estantes, ocultas aunque sé que ahí están. El barandal de tumbaga azul que toco. Las paredes de ladrillos: ya no me apoyo en ellas. Estoy en equilibrio. Podría quien sea apagar las lámparas y me sería imposible tropezar, o no encontrarme en los innúmeros libros; tampoco desconocer los rasgos de la mesa más diminuta o no invocar la textura de una jarra. Si muriera, así será la morada que edificaría en el paraíso. Me preguntan dónde estuve. Están alarmados. —Estaba arriba y créanme, allá todo se ve tan tétrico. Voy hacia una bocina de auto y la sueno. ANA LAURA ¿Qué haces? Ruido. Sacado como nunca. Es un requisito. —Me siento contento porque gané. CORNELIO Eso es natural.

*** Quedan bastante pocos y no notan que aquí estoy. El comentario de Cornelio me vino muy bien. Las velas son superfluas; la comida apenas sobra en polvo y migajas. Cada losa pisada es una remembranza. Insignificante, como un monstruo dormido, el teléfono permanece colgado. —Ana Laura… A ver cuándo hacemos otra igual. Acaricio su rostro con todo el cariño que me extraigo. Ven. Tú también, Cornelio. Empieza a clarear; será una mañana despejada. Camino; es fácil encontrar el rumbo después de los primeros tres pasos. Doy con Mayagoitia y le invito a acompañarme. 1987-1991

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