LA NECRÓPOLIS DE BOADILLA: ASPECTOS FUNERARIOS Y CONTEXTO CRONOCULTURAL DE UN ASENTAMIENTO DE ÉPOCA VISIGODA

July 14, 2017 | Autor: Raúl Catalán | Categoria: Visigothic Spain, Grave Goods, Social Stratification and Inequality
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CONTEXTOS FUNERARIS A LA MEDITERRÀNIA NORD-OCCIDENTAL (SEGLES V-VIII)

Joan Pinar Gil i Toni Juárez Villena (ed.)

Sant Cugat del Vallès 1 - 3 d’octubre de 2009

COMITÈ CIENTÍFIC Isabella Baldini Paolo de Vingo Toni Juárez Joan Pinar Eulàlia Subirà

(Universitat de Bolònia), (Universitat de Torí) (AREDAT - GEL) (Aredat) (Universitat Autònoma de Barcelona)

ORGANITZACIÓ Michelle Beghelli (AREDAT) Irene Gras (AREDAT) Toni Juárez (AREDAT - GEL) Domènec Miquel (GEL) Júlia Miquel (AREDAT) Joan Pinar (AREDAT) AREDAT Associació per la Recerca, Estudi i Difusió en Antiguitat Tardana [email protected]

GEL Grup d’Estudis Locals de Sant Cugat del Vallès [email protected] COL·LABOREN

PINAR - JUÁREZ (ed.) CONTEXTOS FUNERARIS (s.V-VIII)

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LA NECRÓPOLIS DE BOADILLA: ASPECTOS FUNERARIOS Y CONTEXTO CRONOCULTURAL DE UN ASENTAMIENTO DE ÉPOCA VISIGODA Raúl Catalán Ramos – Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo

RESUM Entre els anys 2005 i 2008, amb motiu del desenvolupament urbanístic de la ciutat d’Illescas (Toledo), es trobaren al nord d’aquesta població una sèrie de jaciments amb una cronologia que abasta un període ampli, des de l’Edat del Bronze fins a època islàmica. Entre ells, destaquen per la seva importància les restes d’època tardoromana i visigoda, entre les quals es troben l’hàbitat de La Alameda del Señorío i la necròpolis de Boadilla, que sens cap mena de dubte formaven una unitat poblacional, anàloga en les seves característiques a les documentades recentment a la Comunitat de Madrid, i amb un arc cronològic semblant, comprès entre els segles v i vii dC.

RESUMEN Entre los años 2005 y 2008, con motivo del desarrollo urbanístico de la ciudad de Illescas (Toledo), se localizaron al norte de dicha localidad una serie de yacimientos cuya cronología abarca un amplio periodo que comprende desde la Edad del Bronce hasta época islámica. Entre ellos, destacan por su importancia los restos de época tardorromana y visigoda, entre los que se encuentran el hábitat de La Alameda del Señorío y la necrópolis de Boadilla, que sin duda formaban una unidad poblacional, análoga en sus características a las documentadas recientemente en la Comunidad de Madrid, y con un arco cronológico similar, comprendido entre los siglos v y vii dC.

SUMMARY The strong urban growth that the city of Illescas has undergone in the last five years has lead to great advances in our knowledge about Late Antiquity in this area, mostly due to the findings related with an ancient settlement from the 5th to 7th centuries, found not far from the north side of the city. The necropolis of Boadilla, taking its name from a water stream that flows in the surroundings, and the main settlement, recorded as La Alameda del Señorío, are in fact the remains of a small village that has its closest parallels in the settlements located in the last years in other areas of the southern areas of Madrid. Codis, Códigos, Codes UNESCO: 550301, 550403, 550501

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Introducción: aspectos generales y precisiones geográficas

que abarca una extensión considerable que a día de hoy no puede precisarse con exactitud, ya que los trabajos de exhumación de estructuras continúan en la actualidad al otro lado de la autovía A-42, como se ha puesto de manifiesto recientemente en un congreso celebrado en Toledo.1

El conjunto de yacimientos abarca una extensa superficie de terreno, situada al noroeste de la actual ciudad de Illescas, en la región de La Sagra, topónimo de época islámica que designa, grosso modo, un amplio territorio que se extiende por el norte de Toledo y que ocupa también parte del sur de la Comunidad de Madrid. Dicha localidad se encuentra situada junto a la autovía A-42, equidistante de las ciudades de Toledo y Madrid, a menos de 35 kilómetros aproximadamente de ambas. Illescas, tradicionalmente, se ha considerado siempre como un punto intermedio en la vía que desde la Edad Media enlazaba Madrid con Toledo, si bien parece que los orígenes de la ciudad se remontan a época romana, como parecen constatar los restos de esta cronología documentados en varios puntos de la ciudad. Durante toda la Edad Media se erigió en una de las principales villas de la zona, alcanzando su momento de máximo esplendor hacia mediados del siglo xvi, cuando llegó a contar con 12.000 habitantes.

Los trabajos de excavación que han permitido documentar los distintos espacios que conforman este núcleo poblacional se desarrollaron entre los años 2005 y 2008, por diversos equipos y de forma independiente. La excavación de la necrópolis se efectuó entre los años 2005 y 2006, bajo la dirección de Gema Garrido Resino y Jaime Perera Rodríguez, para la empresa J. M. Rojas Arqueología. Por su parte, la excavación del área habitacional fue llevada a cabo bajo la dirección de Raúl Catalán Ramos y Mª José Calvo, entre los años 2007 y 2008, intervención a la que hay que sumar los trabajos desarrollados previamente por otras empresas de arqueología en zonas contiguas.

Contexto cronocultural

En cuanto a la morfología geológica, se trata fundamentalmente de aportes arcillosos de época cuaternaria, situados sobre un sustrato terciario compuesto esencialmente de yesos de época miocena. La orografía de la zona, cuya altitud media se puede situar a una cota de 650 metros sobre el nivel del mar, está constituida por una serie de lomas de pendiente suave, alternando con grandes llanos en los que la nota dominante es el cultivo de cereales y, en menor medida, olivos. Junto a ellos se pueden localizar algunas pequeñas huertas, situadas de forma ocasional junto a los cursos de agua estacionales o aprovechando pozos que la extraen del subsuelo. En algunas ocasiones se mantienen restos de los antiguos encinares y bosques de ribera autóctonos, muy reducidos en extensión y afectados fundamentalmente por la intensa labor de transformación del paisaje llevada a cabo por el ser humano desde la Edad del Hierro. Es posible que, en el periodo tardoantiguo, las masas de arbolado fueran más extensas que en la actualidad, dando lugar a un aspecto general configurado por un paisaje de dehesa aclarada dominada por los campos de cereal.

La implantación romana bajoimperial, previa al desarrollo del nuevo hábitat que irá tomando forma entre finales del siglo v y mediados del siglo vii, es sin duda un factor determinante a la hora de explicar el origen del nuevo asentamiento. Por ello hay que mencionar tres aspectos fundamentales para la articulación del territorio en época romana y que van a ser definitivos a la hora de conformar el modelo de explotación territorial en época visigoda. En primer lugar, hay que señalar que nos encontramos en el territorium de Toletum. Sin duda alguna, el papel desempeñado por la ciudad en la ordenación del territorio circundante es fundamental, tanto desde el punto de vista político y administrativo como económico, pues buena parte del desarrollo económico de la zona debió de estar condicionado por las necesidades de la población de Toledo y viceversa, ya que a buen seguro parte de los bienes consumidos en el territorium toledano solo podía adquirirse en los mercados de la ciudad, como sucedería con ciertos objetos cuya producción requería de un cierto grado de especialización difícilmente sostenible en un entorno rural.

El conjunto de yacimientos que vamos a presentar a continuación se articula mediante dos espacios claramente diferenciados, tanto desde el punto de vista espacial como funcional. En la zona sur, junto al arroyo de Boadilla, del que toma su nombre, se localizó el espacio funerario, situado a media ladera sobre una loma de pendiente suave y claramente visible desde el entorno. Al otro lado del arroyo, hacia el norte, se desarrolla el espacio de hábitat,

En segundo lugar, pero también vinculado a Toletum, hay que tener en cuenta la existencia de las vías de comunicación. En efecto, parece que el desarrollo de muchos de los hábitats que se configuran durante la tardoantigüedad en la comarca debe relacionarse directamente con el trazado de la vía que unía Emerita con Caesar Augusta, pasando por Toletum, de la que a su vez se generaban una serie de ramales secundarios (como el que atravesando

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Fig. 1. Vista general y plano de la necrópolis de Boadilla.

el Sistema Central enlazaría con Segovia-Cauca y la Meseta Norte). La importancia del control de este eje de comunicación se debe a que es la principal vía de enlace terrestre entre Emerita Augusta, la antigua capital de la Diocesis Hispaniarum, y la Galia Narbonense. Como ya han argumentado otros autores con anterioridad (Velázquez y Ripoll, 2000; Carrobles et al., 2007), es muy posible que la importancia que Toledo va adquiriendo de forma paulatina a lo largo de los siglos v y vi esté vinculada a su estratégica posición como nudo de comunicaciones entre el norte y el sur de la meseta, y entre las provincias de Lusitania y Tarraconense.

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En definitiva, el control de este importante enlace configurado en torno a Toledo suponía el dominio efectivo del paso a través del centro de Hispania. El trazado de esta vía debió de situarse en las inmediaciones de la actual autovía A-42, que une Madrid y Toledo, siendo incluso posible que en buena parte del trazado los tramos sean completamente coincidentes. La gran cantidad de yacimientos localizados en los últimos años en el entorno inmediato de esta carretera, como por ejemplo los documentados en los parajes de Acedinos y El Bañuelo, en Getafe y Fuenlabrada respectivamente, o los yacimientos tardorromanos y visigodos de Torrejón de Velasco y Torrejón de la Calzada, parecen aportar indicios acerca del posible trazado de la vía. En tercer lugar, hay que mencionar la implantación rural de época romana, ya que el origen y desarrollo de nuevos hábitats a partir de los siglos v y vi va a seguir condicionado en buena manera por las circunstancias que generaron el modelo de implantación territorial bajoimperial. En gran medida, el territorio aparece mediatizado, al menos en un momento inicial, por los extensos latifundios cuya expresión más evidente serían las suntuosas villae documentadas en la zona durante las últimas décadas, como la recuperada en Cabañas de la Sagra y, sobre todo, la célebre villa romana de Carranque. Este singular yacimiento, cuya riqueza está fuera de toda duda y que podemos adscribir sin muchos

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problemas a los niveles más altos de la aristocracia romana provincial (independientemente de la identidad de su propietario y de su vinculación, más o menos directa, con la familia imperial), nos permite constatar la presencia de una elite de muy alto rango con evidentes intereses en la zona, al menos en los momentos finales del siglo iv e inicios del v. Por el momento, no podemos precisar cómo se desarrollan los procesos de transformación y abandono en estos grandes complejos señoriales a lo largo de los siglos v y vi, ya que para ello sería necesario contar con estudios integrales que aborden la excavación de amplias áreas dentro de la villa, algo de lo que por el momento carecemos. No obstante, a partir de los datos disponibles parece que estas villae perderían su función original a lo largo de un prolongado proceso que se iniciaría en el siglo v y culminaría en los siglos vi y vii, cuando muchas de las estancias dedicadas originalmente a servir de espacios de habitación o de representación pasan a ser empleadas como espacios funerarios, fenómeno constatado y bien conocido en todo el Occidente europeo.2

necrópolis ni del hábitat (lo que excede con mucho el propósito de esta reunión), sino ofrecer una primera valoración del conjunto y poner estos datos a disposición de la comunidad científica, aun a sabiendas del valor en cierto modo provisional de los mismos y de que muchos de ellos pueden sufrir variaciones sustanciales una vez evaluadas todas la variables y contrastadas con las aportaciones de las analíticas que en este momento se están llevando a cabo.

Por desgracia, las referencias en cuanto a la organización de las áreas rurales en época tardorromana en el entorno de Toledo se reducen únicamente a las explotaciones de tipo villae y similares, aunque sin duda sabemos que estas debieron convivir con otros asentamientos más modestos, como los que se han documentado recientemente en la zona sur de Madrid, y que en muchos casos parecen desarrollarse en torno a la segunda mitad del siglo v (Vigil-Escalera, 2007). La dinámica socioeconómica que está en el origen de la configuración de estos núcleos de población parece ser la misma que motivará la aparición, a finales del siglo v o inicios del vi, del asentamiento tardoantiguo de la Alameda del Señorío/Cárcavas y de la necrópolis de Boadilla.

El espacio funerario: la necrópolis de Boadilla Marco general A continuación pasamos a exponer los aspectos que consideramos más significativos de este complejo funerario, de cara a su comprensión integral junto al hábitat de la Alameda. Algunos de los aspectos ya fueron tratados recientemente en la presentación del yacimiento en las III Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha (Garrido y Perera, e.p.), mientras que otros son completamente novedosos y responden al estudio pormenorizado de la necrópolis, con vistas a la preparación de la monografía relativa tanto al núcleo cementerial como al habitacional. Es por ello por lo que no pretendemos hacer una presentación exhaustiva ni de la

El número de sepulturas localizadas durante los trabajos de excavación sistemática asciende a un total de 176 (fig. 1). No obstante, hay que señalar que con toda seguridad el número de enterramientos debió de ser superior, ya que tenemos constancia de hallazgos anteriores (Hernando e Iguacel, 1994) y por otra parte es muy posible que la construcción de la autovía A-42 ocasionara la pérdida de una cantidad considerable de enterramientos en el extremo NO de la necrópolis, a consecuencia de los rebajes efectuados en el terreno para configurar el talud en el que van encajados los carriles. Por otra parte, también hay que tener en cuenta la existencia de una amplia zona, dentro del propio espacio sur de la necrópolis, en la que tan solo se ha podido hallar un enterramiento, lo que contrasta con la elevada densidad de tumbas localizadas a su alrededor. Este hecho puede estar motivado bien porque, efectivamente, se trata de un área cuyo empleo fue marginal (y de difícil explicación), o bien porque en ella los enterramientos se situaban a una cota más alta que en el resto de la necrópolis, lo que pudo originar la desaparición de la mayoría debido a fenómenos erosivos y antrópicos, como los trabajos agrícolas llevados a cabo en la zona hasta fechas recientes. La aparición de los esqueletos de dicha sepultura prácticamente a ras de suelo parece confirmar esta hipótesis. En total, estimamos que el número original de sepulturas debió de situarse en torno a doscientos, lo que convierte a este cementerio en uno de los mayores de la submeseta sur. La tipología varía desde las fosas simples, excavadas en el suelo y sin ningún tipo de estructura más allá de las propias paredes excavadas en la tierra, hasta modelos más complejos, entre los que se documentan en ocasiones cistas realizadas mediante la reutilización de material de construcción, como latericium e imbrices de época romana, e incluso tumbas dobles, con el interior delimitado mediante muretes. No se ha documentado la presencia de ajuares en sentido estricto, ya que los objetos recuperados son en realidad parte de los elementos de vestimenta con la que fueron inhumados los difuntos.3 Se ha podido constatar que en esta necrópolis se dan enterramientos de todos los grupos de población, pues se han recuperado desde inhuma-

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ciones infantiles hasta sepulturas en las que el inhumado era un anciano, pasando por enterramientos de personas adultas y subadultas. No se percibe la existencia de una organización del espacio cementerial a partir de grupos de edad, al aparecer en ocasiones los individuos infantiles rodeados por enterramientos de adultos. Tampoco parece posible establecer una división en cuanto a grupos sociales, ya que en la mayoría de los casos se alternan inhumados con elementos que pueden denotar (y de hecho en ocasiones así sucede) un determinado estatus social con inhumaciones en las que predomina una aparente pobreza, a lo que hay que sumar el hecho de que se dan casos en los que un enterramiento con “ajuar” es desplazado para dejar sitio dentro de la misma tumba a un individuo al que se inhumó sin ningún tipo de elemento distintivo de su posición social. Aun así, si bien no se puede diferenciar un modelo claro de estructuración del cementerio, más allá de una vaga configuración en hileras (que en muchos casos se pierde completamente dando lugar a aglomeraciones de sepulturas), en nuestra opinión es posible que esta falta aparente de ordenación responda en realidad a una organización de tipo familiar. En cuanto a los aspectos antropológicos, hay que resaltar que en muchos casos los esqueletos se encontraban muy deteriorados, llegándose en ciertas ocasiones hasta la pulverización prácticamente total de la materia ósea, lo que ha dificultado en gran manera precisar la edad o el sexo de los inhumados, así como las posibles patologías que les afectaron en vida. No obstante, en algunos casos ha sido posible recuperar el esqueleto en un estado de conservación excelente y en otros se han podido recuperar las piezas dentales en muy buen estado, lo que facilita la realización de estudios posteriores que podrán aportar datos importantes acerca de aspectos antropológicos fundamentales para la comprensión integral del yacimiento. Marco cronológico Como es natural, el desarrollo del espacio funerario se da de forma sincrónica con el del asentamiento, si bien es posible que se produzcan pequeñas diferencias entre el inicio y el final del periodo de uso de los dos ámbitos. No obstante, a la hora de hacer precisiones cronológicas es necesario tener en cuenta una serie de factores que pueden distorsionar la cronología propuesta de forma considerable, no tanto por la cantidad de años sino por la asignación de un determinado tipo de materiales a un contexto cronológico y cultural concreto. En el caso de la necrópolis de Boadilla, nos encontramos con que el arranque de la necrópolis puede situarse, a tenor de alguno de los materiales aparecidos, en

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Fig. 2. Hebilla de cinturón procedente de la sepultura 12.

torno a finales del siglo v, mientras que el arranque del hábitat correspondería a una fecha algo más tardía, en función de la presencia de materiales de importación no antes del primer cuarto del siglo vi (vid. infra). Este fenómeno de aparente diacronía es recurrente, tal y como se ha puesto de manifiesto recientemente (Vigil-Escalera, 2007), aunque en nuestra opinión es debido a la larga perduración que ciertos elementos de la toréutica van a experimentar en este periodo, como tendremos ocasión de demostrar más adelante. Fase inicial (finales del siglo v - primer tercio del siglo vi dC) Basándonos en el repertorio de materiales recuperados, en nuestra opinión el inicio del cementerio comenzaría en torno a finales del siglo v o principios del siglo vi, en un marco cronológico que podemos situar grosso modo entre el 490 y el 510. Dentro de este periodo contamos con una serie de sepulturas en las que los elementos de vestimenta recuperados pueden englobarse sin problemas dentro de este contexto cronológico, e incluso en momentos ligeramente anteriores. Entre los enterramientos que a priori podrían ser considerados más antiguos dentro de este grupo tenemos que mencionar la sepultura 12, en la que se documentaron los restos muy degradados de un individuo inhumado con un cinturón cuya hebilla tenía una base anular y aguja recta (fig. 2), junto a los restos de un remache de una placa de cinturón articulada con base de hierro, de uno de los modelos más antiguos, lo que nos coloca frente a piezas que se enmarcan entre el último tercio del siglo v e inicios del vi. A ella hay que sumar otras inhumaciones, como la documentada en el interior de la sepultura 14, en la que se recuperó una hebilla de cinturón ovalada con la aguja recta (fig. 3), a la que se viene otorgando una cronología comprendida entre el 440 y el 530, si bien hay que señalar su pervivencia en ciertos contextos hasta el segundo tercio del siglo vi (Legoux, Périn y Vallet, 2006).

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Fig. 3. Hebilla de cinturón procedente de la sepultura 14.

Fig. 4. Pendiente en forma de “croissant”, procedente de la sepultura 9.

Junto a ellas hay que mencionar la presencia de una serie de inhumaciones cuyos materiales se vienen catalogando de forma tradicional a caballo entre los siglos v y vi. En primer lugar hay que destacar la sepultura 9. Se trata de una inhumación masculina, en la que se ha recuperado un pendiente con forma de croissant, un cuchillo de pequeñas dimensiones, cuya longitud total son 16 cm de los que 10 pertenecen a la hoja, una punta de flecha en bronce y un elemento metálico realizado en hierro, con forma de gancho, denominado tradicionalmente fiche à bélier. También aparecieron una lasca de sílex y otro objeto de hierro, muy deteriorado, cuyo contorno configura una “Y”, junto a los restos muy deteriorados de lo que pudo ser el armazón de una cartera. Entre los elementos recuperados hay que destacar la presencia del pendiente en forma de croissant (fig. 4), ya que se trata del primer ejemplar de este tipo documentado en la península Ibérica, siendo hasta la fecha el ejemplar más occidental de todos los hallados en el continente europeo. El origen de este tipo de pendientes se encuentra en el conjunto de pueblos nómadas de las estepas de Asia central (Ivaniševi c, ˇ Kazanski y Mastykova, 2006), desde donde se difun dieron hacia el Cáucaso y la costa norte del mar Negro a finales del siglo iii dC. Posteriormente, a finales del siglo iv e inicios del v, se documentan ya entre los distintos grupos culturales asentados en Europa central, constatándose su presencia en yacimientos como Untersiebenbrunn (Austria) o Csongrád (Hungría). A lo largo del siglo v se difunden hacia las zonas más occidentales del Imperio romano, perdiendo rápidamente cualquier tipo de valor como indicador cultural. En general, la cronología de este tipo de pendientes en la zona de Europa occidental se sitúa a caballo entre la segunda mitad del siglo v e inicios del vi, desapareciendo en torno al año 500 (Stutz, 2000) si bien se ha demostrado su pervivencia en contextos muy posteriores en zonas de Europa oriental (Ivaniševic, ˇ Kazanski y Mastykova, 2006).

forma muy estrecha con la tumba 51 de la necrópolis de Viminacium, en Serbia (Ivaniševic, ˇ Kazanski y Mastykova, 2006), cuyo ajuar es muy similar al de nuestra sepultura y a la que se ha asignado una cronología que se sitúa en un contexto ligeramente anterior (segundo tercio del siglo v - inicios del siglo vi). Por último, no podemos dejar pasar el hecho de que este tipo de pendientes han sido recuperados en necrópolis del sur de Francia, sobre todo en zonas en torno a Toulouse (un buen ejemplo lo tenemos en la necrópolis de Le Mouraut, tratada en el estudio de D. Paya en este mismo volumen), en contextos cronológicos similares al de nuestra sepultura.

Finalmente, hay que señalar que el conjunto de materiales recuperados se puede vincular de

En el mismo marco cronológico hay que situar una serie de sepulturas femeninas, entre las que destacan la número 39 y, sobre todo, la sepultura número 2. En cuanto a la sepultura 39, los elementos de vestimenta consisten en un par de fíbulas de arco trilaminares, derivadas del tipo Smolín-Laa an der Thaya, con pie lingüiforme y cabeza semicircular, acompañadas por una placa de cinturón articulada con decoración biselada y puntillada en bronce. También se recuperaron, desplazados de su ubicación original, una cuenta de collar y un pendiente filiforme muy deteriorado. La colocación de las piezas –sobre los hombros y a la altura del vientre de la difunta, respectivamente (fig. 5)– nos indica que la mujer fue inhumada vestida de forma acorde con la tradición germana oriental. Se trata de una de las pocas sepulturas en las que podemos constatar sin ningún género de dudas la presencia de este tipo de fenómeno, ya que desafortunadamente el resto de enterramientos que presentan materiales que pudieron responder al mismo modelo han sido reutilizados o saqueados, a tenor de los diversos fragmentos de fíbulas trilaminares o incluso elementos completos fundidos en bronce que se han hallado formando parte de reducciones. Tanto las fíbulas como la placa de cinturón (fig. 6-7) fueron elaboradas en bronce y plata, y denotan una calidad técnica elevada, sobre todo la placa de cinturón, que presenta la base de la hebilla con una recargada decoración geométrica y la aguja

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Fig. 6. Hebilla de cinturón de placa articulada (sepultura 39).

Fig. 5. Sepultura 39, mujer inhumada con pareja de fíbulas y placa de cinturón articulada.

ornada con elementos antropomorfos, que configuran el cuello y la cabeza de un animal de difícil identificación (tal vez un águila, a tenor de la forma). La cronología del conjunto, teniendo en cuenta las características técnicas de las fíbulas y de la placa de cinturón, debemos situarla de forma laxa entre el año 490 y el 530 (Pinar, 2010), aunque en nuestra opinión nos inclinamos más por una fecha poco posterior al año 500. Es interesante subrayar la asociación concreta de las fíbulas trilaminares (de aproximadamente 16 cm de longitud, con pies lingüiformes y lámina de resorte redondeada) a la hebilla de cinturón articulada (con placa decorada a bisel, sin cabujones, y base en hierro, actualmente perdida). La hebilla de cinturón constituye un modelo poco frecuente ya que su decoración no parece imitar los modelos de cabujones tan característicos del siglo vi, sino que en nuestra opinión se trataría de una derivación posterior de los ejemplares decorados a bisel, más arcaicos, con los que comparte el hecho de tener una base en hierro, como el ejemplar documentado en la sepultura 32 de Duratón (Molinero, 1948). Además, la forma de la aguja es muy similar a la de la hebilla articulada de la sepultura 32 de Smolín (Tejral, 1973).

centro, este último de forma hexagonal alargada) y asociada a los restos de una fíbula trilaminar con el pie terminado en ángulo obtuso podría ser indicativa de una cronología más moderna respecto a la pieza de la sepultura 39. No obstante, hay que señalar que se trata de un enterramiento muy alterado, en el que también se documentó otra hebilla de cinturón de placa articulada, con hebilla y placa inferior de hierro, decorada con 5 o 7 cabujones, cuya cronología, por su factura, puede ser anterior (Pinar, 2010), lo que nos impide establecer una cronología segura.

La aparición en la sepultura número 48 de Boadilla de un tipo de placa de cinturón muy similar pero con cabujones (situados en las esquinas y en el

En cuanto a la sepultura 2, nos hallamos posiblemente ante el enterramiento más singular de toda la necrópolis, tanto por la riqueza como por

Fig. 7. Fíbulas derivadas del tipo Smolin, pendiente y cuenta de collar, sepultura 39.

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Fig. 9. Restos de materia textil adheridos al reverso de la placa de cinturón articulada (sepultura 2).

Fig. 8. Elementos de vestimenta y ajuar simbólico procedentes de la sepultura 2.

la composición (y disposición) del ajuar (fig. 8). Este se compone de dos fíbulas del tipo Smolín, un par de pendientes en plata con cabeza poliédrica, un collar compuesto por cuentas de pasta vítrea y garras de ave engarzadas, una hebilla de cinturón realizada en cristal de roca –con hebijón escutiforme en plata–, una placa de cinturón articulada decorada con almandinas en pasta vítrea y granates, una bulla y un colgante en forma de falo realizado en bronce. Además, hay que destacar el contraste entre el pobre estado de conservación de los restos óseos –prácticamente pulverizados, a excepción de la cabeza, los dientes y parte de los brazos– y los elementos metálicos y tejidos recuperados, cuyo estado de conservación es excepcional: se han podido documentar restos textiles adheridos a la placa de cinturón y a las fíbulas, así como en el interior de la bulla (fig. 9). A la hora de analizar los materiales recuperados es muy importante tener en cuenta una serie de observaciones respecto a la colocación del ajuar, la cronología y el valor implícito de estos objetos para comprender la importancia de esta inhumación, que pasaremos a analizar con detalle más adelante. De momento solo abordaremos las cuestiones cronológicas, ya que en el siguiente epígrafe analizaremos las implicaciones socioculturales del conjunto de sepulturas. En cuanto al espacio temporal, hay que seña

lar el amplio marco de los materiales, ya que nos encontramos con una serie de elementos que se viene datando entre el último tercio del siglo v y la primera mitad del siglo vi. No obstante, a pesar de que la mayoría de elementos se pueden fechar sin problemas en el último tercio del siglo v e inicios del vi –como el par de fíbulas y el collar, o incluso la propia hebilla de cinturón en cristal de roca–, para situar el momento en el que se lleva a cabo la inhumación debemos tener en cuenta la aguja escutiforme de plata de la hebilla de cinturón. Esta pieza es la que nos ofrece el terminus post quem del enterramiento, ya que se trata del elemento con una cronología más reciente, comprendida entre el 500 y el 570, llegando a alcanzar incluso el siglo vii como parte de las hebillas de cinturón de placa rígida (Legoux, Périn y Vallet, 2006). En nuestra opinión, nos inclinamos por una cronología situada en torno al 530, basándonos fundamentalmente en que a partir de esta fecha se constata en nuestra necrópolis un hecho que creemos excepcional, ya que se abandona el empleo de las fíbulas como elemento de indumentaria a la hora de vestir a las difuntas, dando lugar a un modelo de vestimenta más sencillo a lo largo de los siguientes decenios hasta el abandono definitivo de la necrópolis en el siglo vii. Segunda fase (530-630 dC) En efecto, a lo largo del periodo comprendido entre los años 530 y 580, el modelo femenino de vestimenta en la necrópolis de Boadilla parece sufrir un cambio sustancial, ya que aparentemente se opta por otro más sencillo. En esta fase los únicos elementos de vestimenta que aparecen representados son anillos, pendientes y collares, abandonándose por completo el empleo de fíbulas y grandes placas de cinturón típicas de este periodo en la mayoría de las necrópolis que cuentan con un porcentaje elevado de elementos de toréutica (como Cacera de las Ranas o Carpio de

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Fig. 10. Elementos de vestimenta procedentes de la sepultura 35.

Fig. 11. Hebilla de bronce con hebijón escutiforme (sepultura 7).

Tajo). Como ejemplo de esta segunda fase podemos poner la sepultura 35 (fig. 10), en la que contamos con una pareja de pendientes de carrete en bronce y un anillo, o la sepultura doble aislada excavada con anterioridad a la intervención de 2005 en la que una de las inhumadas portaba una pareja de pendientes de plata, del mismo tipo que los recuperados en la sepultura 35. Este tipo de materiales son bien conocidos en las necrópolis hispanas de este periodo, documentándose en yacimientos como Duratón (Molinero, 1948), Cacera de las Ranas (Ardanaz, 2000) o Cartagena (Madrid y Vizcaíno, 2006). Fuera del ámbito peninsular también contamos con paralelos centrados en ambientes mediterráneos, como por ejemplo en Castrum Perti (De Vingo y Fossati, 2001).

en otras con un final apuntado, más estilizado, al tiempo que la placa puede ir tanto decorada como lisa. Es posible que la gran variedad de tipos existentes sea consecuencia de su rápida difusión y de la existencia de varios talleres localizados en ámbitos geográficos diversos. La cronología de este tipo de hebillas se viene situando en el periodo entre el 560/580 y el 600/640, lo que parece confirmarse a tenor de los hallazgos realizados en los últimos años en yacimientos con secuencias cronológicas fiables, como por ejemplo en los niveles tardíos del Teatro Romano, en Cartagena (Vizcaíno, 2007). Es este límite cronológico el que deberemos tener en cuenta para fechar el abandono de la necrópolis, ya que no disponemos de ningún elemento que parezca presentar una cronología posterior a estas hebillas. No obstante, no podemos descartar que contemos con inhumaciones posteriores a mediados del siglo vii, pero si fue así no se depositó ningún elemento de vestimenta o ajuar que permita identificarlas sin recurrir a dataciones radiocarbónicas; además, en ese caso se habría abandonado por completo la tradición de inhumar a los difuntos con elementos de vestidura. A pesar de todo, en nuestra opinión debemos situar el abandono de la necrópolis en torno al 640, ya que, como detallaremos a continuación, esta fecha es coincidente con las últimas producciones de cerámica recuperadas en el hábitat.

En cuanto a las sepulturas masculinas hay que mencionar la sepultura 7, que cuenta con las típicas hebillas de cinturón con base arriñonada y aguja escutiforme (fig. 11). La cronología de estos elementos es bastante clara y existe consenso generalizado en situarlas en un marco cronológico que se extiende desde el primer tercio del siglo vi hasta el primer tercio del siglo vii. Posteriormente, en torno al último cuarto del siglo vi, harán aparición las hebillas de cinturón de placa rígida, que constituyen los últimos testimonios de enterramientos con elementos de vestimenta con que contamos en la necrópolis, ya que son los más recientes de todo el elenco de materiales que se ha podido recuperar mediante la excavación sistemática. Este modelo tan característico de hebillas muestra una amplísima dispersión en Hispania, localizándose ejemplares en yacimientos tan alejados entre sí como Málaga o Pamplona. Fuera de la Península, disponemos de ejemplares procedentes de Maguelone (Hernández y Raynaud, 2005) o Sontheim an der Brenz (Ripoll, 1991). Esta serie de hebillas cuenta con una gran variedad de tipos que presentan el extremo opuesto a la aguja en ocasiones con aspecto redondeado y

El área residencial y productiva: el hábitat de la Alameda del Señorío Como ya pusimos de manifiesto al inicio de la presentación, en el caso de la necrópolis de Boadilla contamos con la gran ventaja de disponer no solo de los datos proporcionados por la necrópolis, sino de la información que nos han ofrecido las estructuras documentadas en el cercano yacimiento de la Alameda del Señorío, donde se pudo constatar la existencia de parte del espacio residencial y produc-

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Fig. 12. Vista general del área SO de la parcela R-30 durante el proceso de excavación.

tivo al que se en su momento se asoció la necrópolis. Este espacio de hábitat aparece conformado por una gran variedad de estructuras que responden a la diversidad de necesidades de una población rural típica de este periodo. De este modo, las estructuras más frecuentes son los silos/basurero (fig. 12), de los que hemos podido documentar un total de 64. Este tipo de instalación, muy simple –la mayoría de las veces se reduce a un hoyo excavado en el suelo y provisto de una tapa de piedra o madera–, está destinada a conservar alimentos, fundamentalmente grano, pasando a ser empleada como basurero cuando las condiciones de conservación dejan de ser las idóneas. En el interior de este tipo de estructuras se ha podido recuperar una gran cantidad de piezas, que en algunas ocasiones se encontraban en muy buen estado de conservación (fig. 13). Junto a ellas también hemos documentado otras estructuras similares, pero de un tamaño muy superior, que creemos vinculadas al abastecimiento de agua. También se han localizado estructuras habitacionales, como es el caso de la E-4, que presenta los restos, amortizados como basurero, de un edificio con el suelo rehundido. Esta construcción contaba en una de las esquinas con un hogar, solado con ímbrices, al que se encontraba asociada una gran cantidad de ceniza. Este tipo de edificación, con paralelos idénticos en yacimientos del sur de la Comunidad de Madrid, como en Gózquez (Vigil-Escalera, 2006), se viene interpretando como cocina. Por último, también hay que reseñar la presencia de espacios productivos, como el horno documentado en la parcela R-23, que podemos situar cronológicamente en el siglo vi (fig. 14). La finalidad de esta instalación no es clara, ya que las cantidades de cerámica quemada que aparecieron junto a él

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Fig. 13. Cuenco carenado procedente del silo 37, UE 37.2. Siglo vi.

Fig. 14. Horno localizado en la parcela R-23. Siglos vi-vii.

no son lo suficientemente elevadas como para considerar que se trata de un testar, lo que explicaría la ausencia de piezas defectuosas. Es muy posible que en realidad se trate de un horno dedicado fundamentalmente a la cocción de tejas y ladrillos para las construcciones del asentamiento, empleado ocasionalmente para la cocción de cerámicas producidas dentro de la propia aldea. En cuanto a la cultura material relacionada con los habitantes del asentamiento de Boadilla, hay que señalar que en general se trata de materiales muy modestos, habituales en un establecimiento rural. La mayoría de los elementos recuperados son restos de cerámicas comunes, si bien en ocasiones también se han podido recuperar elementos de vidrio, de buena calidad, como el ejemplar de cuenco hallado en la UE 33.1 de la parcela R-30, dentro de un silo amortizado posteriormente como basurero. Más excepcional es la presencia de cerámicas de importación. El único fragmento recuperado procede del interior de un silo cortado al realizar los trabajos de remodelación de la fábrica de cerámicas, y aunque pueda parecer un hecho anecdótico, no lo es

La necrópolis de Boadilla: aspectos funerarios y contexto cronocultural

Fig. 15. Fragmento de copa de sigillata africana, tipo ARS Hayes 96.

en absoluto, ya que se trata de los restos de una copa ARS D Hayes 96 (fig. 15) por lo que constituye uno de los escasos hallazgos de esta forma en contexto peninsular y, hasta donde conocemos, el primero que se da en el interior de Hispania. Además, esta pieza es un testimonio de la llegada de sigillata africana a las zonas del interior aún en el primer cuarto del siglo vi, si bien su difusión, como han puesto de manifiesto varios autores, debió de ser muy limitada en la zona del interior peninsular, al concentrarse sobre todo en zonas costeras (Bonifay y Bernal, 2008). Por otra parte, esta pieza nos ofrece un valioso indicador cronológico, ya que su fecha de producción y distribución, fijada entre el 490 y el 540 dC (Hayes, 1972) se solapa con la fecha de inicio de la necrópolis, si bien algunos autores prefieren adelantar su cronología a algún momento indeterminado de la segunda mitad del siglo v, para desaparecer entre el 530 y el 550 (Tortorella, 1998). Junto a esta forma contamos con algún fragmento de cerámica muy residual que podemos vincular con el grupo de las DSP. El resto del material lo constituyen producciones de cerámica común, dominando las formas globulares con pie plano y labio redondeado, ligeramente exvasado, así como los cuencos carenados, de muy diversa tipología, cuyos paralelos más cercanos se encuentran en yacimientos tan paradigmáticos como Gózquez (Vigil-Escalera, 2003). La mayoría de estas producciones están realizadas a torno rápido, modeladas con pastas en las que encontramos desgrasantes cuarcíticos y micáceos, y presentan en general buena calidad técnica. Junto a ellas contamos también con producciones a torno lento o a mano, como la peculiar bandeja recuperada en la UE 24.1 (fig. 16), con paralelos en el nivel de destrucción del barrio bizantino de Cartagena, y que se engloban (si bien no todas) mayoritariamente en el siglo vii. Esta cronología la comparten con otras producciones características de este

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Fig. 16. Fuente plana con fondo decorado, realizada a mano. UE 24.1 (siglo vii)

Fig. 17. Jarra con boca trilobulada y pico vertedor.

periodo, como las jarras con pico vertedor (fig. 17) o los gutus (piezas con vertedor trilobulado, situado en el lateral, junto al borde). Aunque algunas de estas formas perduran en la segunda mitad del siglo vii, la ausencia de las formas más características de momentos avanzados de este periodo, como las ollas globulares realizadas a mano, con borde aplanado y decoración a base de ondas mediante peine, nos llevan a proponer el final del asentamiento en un momento cercano al 640-650, coincidiendo con la cronología que proporcionan los últimos elementos de ajuar recuperados en la necrópolis.

Conclusiones El estudio conjunto de los espacios cementerial y residencial del yacimiento nos ha permitido constatar una serie importante de datos relativos a la adscripción cronológica y sociocultural de esta población. Pensamos que se trata de una aportación novedosa para este entorno geográfico, al tiempo que parece constatar las realidades detectadas en otras zonas vecinas (especialmente en el ámbito de la Comunidad de Madrid) en cuanto a la evolución diacrónica y a la dinámica sociocultural de este periodo.

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En primer lugar, pensamos que las fechas proporcionadas por los materiales recuperados en el espacio de habitación son las que tenemos que aplicar como fecha inicial de arranque de la necrópolis. Como ya hemos dicho, en nuestra opinión podemos situar este inicio en torno al año 500-525, basándonos en la tipología del material cerámico recuperado. Como ya manifestamos anteriormente, tanto las fechas que nos proporcionan las cerámicas comunes como el escaso material de importación (fragmentos de copa Hayes 96) nos sitúan en este marco, que viene a coincidir con la fecha que presentan muchos de los conjuntos cerrados más fiables de la necrópolis (a pesar de que en algunos casos los materiales puedan haber sido manufacturados en una fecha anterior, como veremos a continuación).

encia de una elite local con acceso a determinados bienes de lujo y cuya existencia se ve reflejada en el ritual funerario. En nuestra opinión, los materiales asociados a los enterramientos hay que interpretarlos en primer lugar como parte de la dialéctica de la que se sirve un grupo social determinado para expresar –y a su vez legitimar– una posición dominante en la sociedad. Como se ha puesto de manifiesto recientemente (Theuws, 2009), los entierros en este periodo no son únicamente actos mediante los que se daba descanso espiritual al difunto, sino que en realidad se trataba de auténticas escenificaciones sociales, en las que realmente no tiene por qué reflejarse la posición social del difunto, sino más bien las de su grupo familiar o social más cercano, y a través de ellas sus aspiraciones respecto a la sociedad a la que pertenecen.

Por otra parte, la fecha que consideramos que se acerca más al abandono del yacimiento debemos situarla en torno a mediados del siglo vii, o tal vez poco más tarde, basándonos de nuevo tanto en los materiales cerámicos hallados en el hábitat (formas presentes en contextos cerrados del nivel de destrucción del barrio bizantino de Cartagena, ausencia de formas típicas de momentos avanzados del siglo vii - inicios del viii) como en los materiales más recientes localizados en el cementerio (hebillas de cinturón de placa rígida con hebijón escutiforme). No obstante, en este caso son los materiales proporcionados por la necrópolis los que ofrecen una mayor seguridad, ya que la ausencia de determinados tipos cerámicos en nuestro registro no implica que estén ausentes del yacimiento, puesto que, como explicamos anteriormente, hay grandes áreas del mismo que todavía no han sido excavadas o se encuentran en estos momentos en proceso de excavación y estudio, por lo que no podemos descartar que esta serie de producciones estén presentes entre el repertorio de materiales cerámicos. Aun así, pensamos que el abandono del hábitat puede seguir manteniéndose en torno al 640660, ya que las dimensiones de la necrópolis con respecto al hábitat son más coherentes estableciendo un marco temporal de 100 años que otro de 180, sin contar con el problema que supondría explicar la ausencia total de ajuares y elementos de vestimenta de la segunda mitad del siglo vii. Una vez delimitado el marco cronológico en el que se desarrolla este asentamiento, hemos de hacer alusión al contexto sociocultural y a las implicaciones históricas que conlleva la presencia de un hábitat de este tipo en esta zona concreta, tan vinculada al desarrollo histórico de la capital del regnum toledano. En primer lugar se constata que, en algún momento indeterminado a caballo entre los siglos v y vi, surge un nuevo asentamiento en el que vamos a poder detectar, sin demasiados problemas, la pres-

El sugerente ejemplo de F. Theuws respecto a la interpretación de la célebre tumba de Childerico deja patente la importancia de la comunicación que se establece entre los distintos asistentes al entierro (¿la tumba del líder merovingio refleja la personalidad real y aspiraciones del padre de Clodoveo, o en realidad este último está presentando a su padre en el momento de su sepelio de forma acorde con sus propios intereses políticos?). Es fundamental entender la compleja relación que se establece entre los tres protagonistas que asisten a estas ceremonias, considerando como tales al propio difunto y su significado para la comunidad, al entorno más cercano a éste –los auténticos protagonistas en tanto que son ellos en realidad quienes deciden la forma final de la ceremonia– y a los asistentes, destinatarios finales del mensaje. Si ignoramos este lenguaje no escrito corremos el riesgo de caer en interpretaciones simplistas que desvirtúan completamente no solo el significado del conjunto, sino también la propia evidencia material. Teniendo esto en cuenta, podemos hacernos las mismas preguntas cuando tratamos de examinar determinadas sepulturas en la necrópolis de Boadilla, como la sepultura número 2 o la número 39. ¿Reflejan estas sepulturas la imagen real de las personas inhumadas o, por el contrario, son una representación de las aspiraciones del núcleo más próximo a ellas, buscando la promoción social dentro de la comunidad? En el caso de la sepultura 2, los materiales recuperados y su disposición son fundamentales a la hora de entender el contexto sociocultural de esta inhumación. En primer lugar, la presencia de ciertos elementos de prestigio y la amortización de estos son claros indicios de que nos encontramos ante un grupo social y económicamente privilegiado. Un ejemplo evidente lo representa la hebilla de cinturón en cristal de roca. Se trata de un elemento excepcio-

La necrópolis de Boadilla: aspectos funerarios y contexto cronocultural

nal, como lo prueba el reducido número de ejemplares recuperados en toda Europa (Quast, 1996);4 de hecho, constituye hasta la fecha el único ejemplar de este tipo recuperado en toda la Península. El valor de este tipo de pieza queda patente con su asociación a personajes como el jefe merovingio enterrado en Saint-Diziers (Truc, 2007), que contaba con una hebilla de este tipo entre los elementos que conformaban su rico ajuar (incluyendo un freno de caballo con damasquinado en plata, una cartera en cloisonné fabricada con almandinas de granates, procedentes de la India y, junto al difunto, la sepultura de su caballo). Por otra parte, la presencia de la pareja de fíbulas laminares de arco y los pendientes de cabeza poliédrica o el collar conformado con garras de ave tienen paralelos respectivamente en las sepulturas número 32 de Smolín y 6 de Basel-Gotterbarmweg, respectivamente (Tejral, 1973; Mastykova, 2006), lo que indica una estrecha relación con el entramado cultural germano oriental. Lo mismo puede aplicarse también a la sepultura 39, donde la difunta fue inhumada de forma acorde con la costumbre arraigada entre las elites de componente cultural germano oriental, portando dos grandes fíbulas sobre los hombros y ataviada con una gran placa de cinturón. No obstante, sería un error hacer una lectura simplista de este hecho y dar una interpretación étnica (y mecanicista) del mismo. En nuestra opinión, estos enterramientos fundamentalmente ponen de manifiesto el deseo de autoafirmación de una nueva elite surgida en áreas rurales, y no una pertenencia a un determinado grupo étnico, para lo que toman como manifestación externa atributos que seguramente serían reconocibles en todo el Occidente europeo desde varias décadas atrás. Ahora bien ¿cuál es el origen de estas “elites” que parecen surgir en torno a finales del siglo v o inicios del vi, y que tenemos que vincular al desarrollo de nuevos asentamientos como Gózquez o la Alameda del Señorío? En nuestra opinión, solo futuros estudios –apoyados en una sólida base metodológica– y el avance de las técnicas derivadas de los análisis físico-químicos pueden aportar datos que nos ayuden a esclarecer cómo se configura el paisaje sociocultural de este apasionante periodo.5

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Notas 1. I Congreso Internacional sobre “Espacios Urbanos en el Occidente Mediterráneo, siglos vi-viii”. Comunicación a cargo de E. Domínguez y R. López Lancha. 2. Aunque toca de forma muy tangencial este fenómeno, para tener una idea global acerca de la transición entre el mundo romano y el medieval es imprescindible el trabajo de Wickham (2005). 3. No obstante, algunos de los elementos recuperados en la sepultura 2, a pesar de entrar dentro de la categoría de la toréutica, pueden considerarse como ajuar funerario ya que no formaban parte de la vestimenta con la que fue enterrada la difunta sino que fueron depositados de forma separada sobre su cuerpo. 4. Agradecemos al profesor D. Quast la información proporcionada respecto a este tipo de piezas. 5. En especial, los análisis de estroncio, que ya han sido aplicados con éxito en otras zonas de Europa para problemáticas similares, con interesantes resultados (Pilet, 2008). A pesar de sus limitaciones, estos estudios pueden aportar datos muy valiosos acerca de los orígenes de estas “elites” rurales –supuestamente procedentes del exterior– bien corroborando la presencia de una población ajena en su origen a la Península, o bien rebatiendo por completo la argumentación tradicional, certificando un origen hispánico de estos individuos considerados de forma tradicional como “germanos” únicamente en virtud de su indumentaria.

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