LA PARRA, Emilio, Manuel Godoy. La aventura del poder, prólogo de Carlos Seco Serrano, Tusquets, Barcelona 2002, 582 págs.

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LA PARRA, Emilio, Manuel Godoy. La aventura del poder, prólogo de Carlos Seco Serrano, Tusquets, Barcelona 2002, 582 págs.

“Por fin disponemos de lo que, sin duda, es el libro definitivo sobre Manuel Godoy, príncipe de la Paz”, escribe el académico Carlos Seco en el prólogo a la obra del profesor Emilio La Parra. Posiblemente tenga razón a la vista de este libro, escrito con la objetividad del investigador alejado de cualquier pasión partidista y que ha profundizado en la figura y en el tiempo del personaje. Camino que ya emprendiera el propio Carlos Seco tanto con las Memorias de Godoy como con Godoy. El hombre y el político, y tan lejos de quienes adoptaron posturas excesivamente panegiristas o críticas, casos de Juan Pérez de Guzmán y Gallo, José de la Peña, Andrés Muriel, el conde de Toreno, Roger Madol, Luis González Santos, Ángel Osorio y Gallardo o el marqués de Villaurrutia. En realidad, el profesor La Parra, experto en la historia de Francia y de España, analiza tanto los aspectos negativos como positivos del personaje, su época y su entorno, haciendo acopio de una más que abundante información utilizada de forma magistral y exhaustiva en muchos casos. Porque no era fácil acometer la biografía de un Manuel Godoy tan polémico y vilipendiado como se ha presentado hasta la actualidad con intereses políticos contrapuestos. Don Manuel es un ejemplo único en la historia de España de político fiel hasta la muerte a sus amos, los reyes Carlos IV y María Luisa, que le concedieron, por su parte, todo el poder imaginable sin ser de sangre real. Por ello mismo motivo de acusaciones y de chismes sobre los supuestos amoríos del gallardo Godoy con una “pervertida” reina ante la complacencia de un rey bonachón y el odio del príncipe de Asturias. El autor demuestra, hasta donde se puede demostrar, la falsedad de tales

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acusaciones y de quienes pretendían justificar así la fulgurante carrera política del extremeño y buscar todos los medios para acabar con ella, aunque en ese proceso se vieran involucrados negativamente los mismos reyes. El cuarto del príncipe Fernando sería el centro de estas operaciones y a tal grado pudo llegar su odio que no dudará en permitir que se insulte a su augusta madre y se le tilde de puta. Así las cosas no es extraño que el estigma de la difamación persiguiera a Godoy hasta el final de su vida, especialmente durante la de Fernando VII. Pero, ¿cómo explicar esa carrera tan brillante? Ante todo por la amistad y confianza entre los reyes y Godoy, fruto de un conjunto de factores. En parte explicables porque responden a una situación concreta, y en parte, como sucede tantas veces, fruto del azar. Un poco de todo se da en este caso en el que el hidalgo extremeño es aupado a las cotas más altas del poder político, concitando en su contra todas las envidias, celos y temores de quienes eran desplazados y ostentaban la bandera del poder y de los privilegios políticos y religiosos. En ese sentido, la subida al poder de Godoy se puede entender como una corriente necesaria de aire fresco que molestaba a muchos, entre ellos al príncipe de Asturias que, con el tiempo, se entregará a la tarea de conspirar contra el extremeño, pero también contra sus padres, amigos y protectores. La última década del XVIII se revela como un momento en extremo difícil. Por una parte, la Francia revolucionaria, como elemento corrosivo de los sistemas políticos asentados en el absolutismo; por otra, un Godoy que intenta presentar y hacer creíble una vía regeneracionista de esa misma monarquía absoluta en medio de una crisis general. En esta línea cobra fuerza la doble faceta del político Godoy ¿hombre de las luces u hombre defensor del poder absoluto? Dicho de otra forma ¿reformista o conservador? El profesor La Parra rebate cualquier tópico de que la Ilustración se acabara con la muerte de Carlos III, más bien adquirió su apogeo en la etapa de su hijo Carlos IV. Y una de las figuras que lo hicieron posible fue Manuel Godoy, un político capaz, sin celos ni envidias, de proteger las letras y las ciencias; de acometer obras públicas, de dar consejos y de recibirlos, etcétera. Por supuesto que todos los proyectos no se debieron a su persona, pero supo rodearse de buenos colaboradores, que es la tarea de un buen político. Sin embargo, como en épocas anteriores, se olvida que los cambios sociales no se hacen sólo con leyes; que las decisiones de los personajes más poderosos son incapaces de cambiar, transformar, modernizar o dinamizar las instituciones cuando no se crea, o no se ha creado, la trama y la urdimbre del tejido social, capaz de superar el fanatismo y la ignorancia finisecular. Des- de este punto de vista fallan los quijotes, independientemente de que los intereses de Godoy y de sus amos estuvieran encaminados en esa dirección más que a buscar el lustre de su propia figura. Así surgen dudas sobre la rectitud política de Godoy y sobre el deslinde de lo políticopúblico y de lo personal ¿podía hacerlo? En sus relaciones con el Directorio y con Napoleón, ¿no antepuso, en ocasiones, su propia persona a los intereses públicos? ¿Cabía otra forma de actuar? Es difícil saber si fue hábil o pretencioso, fuerte o audaz. Pero, no cabe duda que se supeditó a la política e intereses franceses ¿Se podían adoptar otras so- luciones? Las salidas no eran nada fáciles y la alianza con la Francia revolucionaria, deicida y regicida de un Borbón precisamente ¿una paradoja? le podía dar un sesgo incluso de modernidad a la política de Godoy. De cualquier forma, el teatro internacional fue tan adverso y la situación de España tan delicada y débil que al príncipe de la Paz, como quizá a otro político, le fue muy complicado llevar a buen término las reformas que, torpedeadas además por las fuerzas ultraconservadoras, hubieran posibilitado un cambio de

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rumbo en las cosas de España. No se podía llevar a cabo una revolución desde arriba con el único soporte de los reyes. A Godoy le faltó apoyo, respaldo político y social. Fue un solitario del poder que le tocó gobernar en mal momento. Sus enemigos ganaron la batalla de la imagen, presentándolo como un ser odioso y aborrecible también al pueblo, al que se pretendía beneficiar. Pero en la misma medida fue ganando protagonismo y se hizo más intensa la trinidad –rey-reina-Godoy–, y llama la atención el inmenso poder que fue capaz de acumular en sus manos el valido y la habilidad para manejar a los monarcas. Sin embargo, todo parecía poco para enfrentarse al amo de Europa, a un Bonaparte conocedor de las interioridades de la corte y de la situación de Godoy. Para éste, que aspiraba a dar a España un lugar en Europa y a reformar el ejército, era triste tener que aceptar el escaso peso político de España y de su gobierno, siempre a merced de los intereses o caprichos de los franceses. Triste pero real, porque España parecía no poder jugar otras cartas a pesar de sus veleidades diplomáticas con Gran Bretaña. El peligro de una inminente invasión no era ficticio. Tal vez por eso, al príncipe de la Paz no le quedaba otra salida que atarse a los destinos de Napoleón, firmar el tratado de Fontainebleau y aguantar en la medida de lo posible la presión cada vez más fuerte de un Emperador que veía en España el patio particular de su finca o la piel del oso antes de cazarlo. ¿Pero acaso no esperaba también Godoy algo a cambio? ¿No suspiraba por esa partición de Portugal? La peculiar situación de la decadente monarquía hispana favoreció los planes de Napoleón, que jugó magistralmente sus cartas –sus dobles o marcadas cartas–, tal vez con el fin de solucionar la caótica situación española y buscar su regeneración. En sus proyectos sobraban Carlos IV, Godoy y el príncipe Fernando. Supo aprovecharse Napoleón del odio del príncipe de Asturias hacia el generalísimo de los Ejércitos y de la debilidad de la monarquía, manifiesta especialmente en la conspiración de El Escorial y en el Motín de Aranjuez unos meses después. El cuarto del príncipe se convirtió en el cuartel general de la conspiración. Los primeros meses de 1808 fueron convulsos, de una gran inestabilidad política, descrita con precisión por el profesor La Parra. El Motín de Aranjuez, perfectamente organizado, fue un éxito tanto para el príncipe Fernando como para Napoleón, pero nefasto para la monarquía española, incapaz de ir más allá de sus pobres y vetustas estructuras. Acabó con Godoy y con cualquier atisbo de regeneración española. Se produjo un golpe de Estado, no en nombre del pueblo, posible representante de la nación, sino en nombre del poder absoluto y de los privilegios de la Iglesia y de la nobleza. El caos tras el motín complicó la situación política con la intervención directa de Napoleón. ¿Quién mandaba en España? Fernando VII, pensando en su corona, iba a ponerse a los pies del que pasaba por amo de Europa, que ya tenía planificada su estrategia sobre la monarquía y sobre España. Así se demostró en las abdicaciones de Bayona. Fernando VII, rey vengativo, persiguió a Godoy e hizo posible toda una leyenda antigodoísta que caló profundamente en la sociedad de la época y posterior. Borró todo vestigio positivo de su acción política y fabricó una nueva historia manipulada basada en el odio y en la infamia, destacando lo peor de gobierno. Un déspota que usurpó el poder del rey y destruyó España, pero a quien el “pueblo” en Aranjuez fue capaz de quitarle la careta para siempre. A pesar de los intentos del Fernando VII por controlar la persona de Manuel Godoy, Napoleón le salvó, poniéndolo bajo su protección. Empezaba el largo exilio de quien había tenido todo el poder en España. La obra de Emilio La Parra viene a poner las cosas en su sitio sobre un personaje tan controvertido. No sé si será la obra definitiva sobre Godoy, pero no hay duda de que

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será el referente obligado para cualquiera que desee adentrarse en la figura y en la España de su tiempo. Su buen hacer nos ha regalado un obra escrita con gran maestría, que el lector podrá apreciar tanto en la forma como en el contenido. La forma, por la amenidad con que se lee. El contenido, por la vasta erudición que contiene y el rigor con el que la expone.

Vicente León Navarro

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