La vida privada de Felipe IV

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La vida privada de Felipe IV

Jenifer Álvarez García 24/01/2014 La Monarquía Hispánica: el primer imperio global Universidad Pablo de Olavide

Un reinado diferente En este ensayo me gustaría estudiar detenidamente la figura de Felipe IV para así poder comprender de qué forma influyó su espíritu festivo y libertino en su reinado y en especial en la sociedad del siglo XVII. Para ello resumiré algunos elementos más importantes de su reinado, pero brevemente ya que no trato de centrarme en su faceta como rey, sino en su faceta como hombre. Felipe IV (Valladolid, 1605 - Madrid, 1665), hijo de Felipe III y Margarita de Austria, reinó entre 1621 y 1665 con solo 16 años, debido al inesperado fallecimiento de su padre el 31 de marzo. Durante su reinado la acción gubernativa central se realizó fundamentalmente a través de un triple cauce institucional: Consejos, Juntas y Secretarios. Y al igual que Felipe III, el monarca cedió los asuntos de Estado a la figura de los validos como favoritos reales, entre los que cabe destacar el Conde-Duque de Olivares (1621-1643), que intentaron acaparar las principales funciones del gobierno de la Monarquía.1 Los influyentes personajes de la Corte confiaban que el nuevo soberano llevaría a la monarquía hispánica a recuperar el prestigio y poder de tiempos pasados. Pronto se desvanecieron las expectativas ya que el monarca no se adaptó al modelo burócrata de Felipe II. Felipe IV intentó tener un carácter reformista en su reinado, pero tuvo que hacer frente a una grave recesión económica que aunque también se dejó sentir en Europa, tuvo una mayor repercusión en España debido a los enormes gastos provocados por el intento de mantener la hegemonía en Europa. Para ello no se escatimaron recursos contra los dos conflictos principales: las Provincias Unidas y Francia.2 Todo ello provocó que la situación económica se agravara y que tuvieran lugar cuatro bancarrotas de la Real Hacienda (1627, 1647, 1656 y 1662), lo que hizo que aumentara aun más el descontento de la población y tuvieran lugar varios conflictos con Aragón, Portugal o Andalucía. Pese a los errores y fracasos de la política de su reinado, Felipe IV fue uno de los más decisivos y quizás su reinado fue el mayor momento de nuestra historia cultural. La figura de Felipe IV merece interés y respeto, un rey contradictorio, al igual que la España que le tocó vivir, aquella España tan piadosa como pecadora, tan triunfante 1

Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, J., Felipe IV: El hombre y el reinado, Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2005 (pág. 140). 2 Stradling, R.A., Felipe IV y el gobierno de España (1621-1665), Madrid, Ediciones Cátedra, S. A., 1989 (pág. 69).

como anunciadora de su próximo declive, tuvo su reflejo en un monarca atractivo e inteligente, pero débil de carácter.3 En cuanto a su vida privada, como heredero recibió una educación propia de su rango, mostrándose despierto en el aprendizaje del oficio real. En la primera mitad de su reinado, el cuarto de Felipe vivió un vértigo de espectáculos, fiestas bulliciosas, comedias, deportes, cacerías y aventuras amatorias que le hicieron contar con una fama de rey mujeriego, enamorado y libertino y de que solo atendía esporádicamente a los negocios de Estado. Es cierto que tuvo instintos de polígamo en su juventud y pese a su matrimonio con Isabel de Borbón (1615) desde una edad muy temprana, se dejó llevar por su desenfreno erótico y toda clase de mujeres eran buenas para él. Incluso tuvo varios hijos naturales, siendo el más célebre Juan José de Austria (1629-1679), fruto de una relación con una conocida actriz, la comedianta Josefa Calderón. Pero al llegar su madurez quiso ponerles fin preocupado por sus temores religiosos.

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En 1648 se casó

con Mariana de Austria y de ambos matrimonios nacieron doce hijos, de los que solamente tres sobrevivieron: María Teresa (futura esposa del rey de Francia, Luis XIV, cuyo matrimonio permitió el acceso de los Borbones al Trono de España), Margarita Teresa y el futuro Carlos II. Pero lo cierto es que el monarca fue un mecenas de las artes y las fiestas en la Corte, que promovió la creación literaria, artística y teatral. La suya fue la mayor colección de pintura que hubo en Europa en su tiempo, reunió para los palacios de la Corona (mediante encargos directos, compras y regalos) centenares de cuadros, la mayoría expuestos o guardados en la actualidad en el Museo del Prado y que se cuentan entre sus mayores tesoros. Entre los artistas de los que incorporó obras a la Colección Real figuran Rubens, Rafael, Tiziano, Van Dyck y múltiples pintores barrocos españoles como Ribera, Zurbarán o Velázquez al cual protegió y defendió durante toda su carrera.5 Además la admiración del Monarca hacia el teatro, hizo que durante todo el siglo XVII se convirtiese en el pasatiempo por excelencia.6

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Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, J., Felipe IV: El hombre y el reinado, Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2005 (pág. 5). 4 Deleito y Piñuela, J., El rey se divierte, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2006 (pág. 13-15). 5 Stradling, R.A., Felipe IV y el gobierno de España (1621-1665), Madrid, Ediciones Cátedra, S. A., 1989 (pág, 433). 6 Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, J., Felipe IV: El hombre y el reinado, Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2005 (pág. 269).

La única gran obra realizada por Felipe IV en Madrid, y una de las más transcendentes, fue la fundación del Real Sitio del Buen Retiro, entonces parque y palacio para Felipe IV y su Corte. A pesar de los orígenes humildes de la fundación, la voz pública vio en aquella construcción un propósito para mantener al rey aun más aislado y apartado de los negocios públicos.7 Así fue, tras su inauguración en 1631 tuvo lugar una especie de carnaval (el primero de muchos que tendrían lugar posteriormente) a través de una fiesta grandiosa. Con el tiempo se convirtió en un lugar para que tanto aristócratas como cómicos, poetas de la corte acudieran a bailes, banquetes y festejos que se sucedían sin interrupción en aquel centro de bullicio y placer. Por ello no es de extrañar que la actitud del propio rey calara en la sociedad de su reino e hiciera que fuese un poco peculiar. Al igual que en todas las sociedades, la sociedad del siglo XVII gozó de aspectos nobles y gloriosos, pero también de ese grupo de maleantes que se podemos denominar como "mala vida", esos hombres y mujeres que vivían fuera de la ley y el decoro entre los que se enmarcan vagabundos, pordioseros, ladrones, asesinos, prostitutas, etc. Una mala vida que se extendía por todas las clases, y que aunque quizás pudiera desentonar a primera vista con una sociedad tan religiosa como la sociedad española del siglo XVII, al estudiarla detenidamente encontramos que la religión estaba presente también en esta clase y así podemos encontrar casos de prostitutas devotas de la Virgen, ladrones que creían servir a Dios, aquellos que defendían su fe a cuchilladas e incluso asesinos que mataban haciéndolas confesar primero.8 Sin embargo no pretendo comparar una sociedad con la otra, sino poder conocer en mayor profundidad la clase social que atrajo la atención e inspiró a numerosos escritores y que contribuyeron sin duda a crear el gran Siglo de Oro español. Dado el número de componentes de esta capa social económica y socialmente desfavorecida no podemos pensar en ella como algo marginal, sino en algo normal y cotidiano que constituía una parte más del paisaje urbano de cualquier ciudad, donde no era de extrañar entontar calles, plazas y corrales repletas de estas personas pidiendo trabajo, robando, huyendo de la justicia o haciendo cualquier otra cosa que quedara

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De Brown, J., Un palacio para el rey: el Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Madrid, Alianza, 1981. (pág. 208). 8 Fernández Oblanca, J., Literatura y sociedad en los entremeses del siglo XVII, Universidad de Oviedo, 1992 (pág. 67).

fuera de la legalidad.9 Esto no significa que siempre fuera castigado, ya que todo aquello formaba una parte más de la sociedad y constituía incluso una profesión perfectamente reglamentada y muy lucrativa según algunos testimonios de la época. La inmoralidad de la España de Felipe IV se manifestaba en todos los órdenes por una escandalosa corrupción de costumbres, donde era muy típica la sensualidad desenfrenada que el propio rey parecía respaldar. El concepto y la responsabilidad para los actos del libertinaje variaban en España radicalmente conforme a las categorías de la sociedad, como si la moral del catolicismo no fuese igual para altos y para bajos. Así el Monarca, los infantes y la alta nobleza podían tener hijos bastardos y reconocerlos, es más, aquel joven de clase social elevada que no tuviera una amante no se consideraba si quiera hombre; en cambio los plebeyos eran duramente castigados por sus excesos sexuales.10 Pero tampoco el caso de las mujeres fue muy distinto y aunque es cierto que el adulterio en la mujer fue menos general o admitido, fue aumentando a lo largo de aquella época. De entre aquellas esposas que faltaban a sus deberes, estaban las que lo hacían por debilidad o amor y estaban aquellas pecadoras que lo hacían por negocio. Incluso casos en los que el propio marido mandaba a su mujer a pedir dinero a sus amigos, haciendo la vista gorda a las consecuencias. Aun así es cierto que había menos peligro en tratar con las casadas que con las solteras, pues éstas eran hábiles para engañar a los hombres y hacerlos caer en la trampa del matrimonio. La palabra "soltera" tenía un concepto muy distinto del que podamos pensar. Si bien la soltería de una mujer significaba que aun no se había casado, no implicaba en absoluto la pureza y virginidad de la mujer; a estas mujeres puras se les denominaba "doncellas". Pero incluso aquellas que físicamente conservaban esta pureza solían hablar con los hombres sin escrúpulo de las cosas más insólitas, por lo que muchos autores consideraban que la doncella verdadera no existiera por aquella época.11 Un grupo que cabe destacar dentro de las mujeres, es aquel de las prostitutas debido a la importancia que tuvieron durante este siglo. Había tres clases de prostitutas: "manceba" 9

Fernández Oblanca, J., Literatura y sociedad en los entremeses del siglo XVII, Universidad de Oviedo, 1992 (pág. 68-69). 10 Deleito y Piñuela, J., La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2005 (pág. 26-28). 11 Deleito y Piñuela, J., La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2005 (pág. 30-37).

que vivía maritalmente con un hombre, "cortesana" asalariada con disimulo y cierta categoría y "ramera" o "buscona" la que era de todos y acechaba a pasajeros desde las esquinas. Todos estos títulos eran oficiales, estaban regulados, constaban en la legislación y estaban respaldados por el gobierno, por ello no es de extrañar que en el siglo XVII surgieran numerosos burdeles o mancebías a los que acudían los hombres en busca de diversión. Todas las ciudades contaba al menos con uno y se designaba un determinado personal para que cuidara de la limpieza, incluso aguaciles que velaban para que no hubiese escándalos tantos entres los hombres como con las mujeres. Los únicos requisitos que debían cumplir las mujeres para acceder a este oficio era ser mayor de 12 años, haber perdido la virginidad, ser huérfana, de padres desconocidos o abandonada por su familia.12 A pesar de su legalidad, Felipe IV en varias oleadas moralizadoras de su reinado intentó restringir o suprimir los burdeles; pero no desaparecieron, sino que al estar prohibidos públicamente, surgieron los clandestinos que suponían riesgos mayores en cuanto a limpieza y seguridad. Junto con la más exaltada sensualidad, la gente padecía en aquellos tiempos de furia, violencia y rapiña donde eran normales los crímenes, robos, atentados y excesos de toda índole. La vida tenía escaso valor, y a lo más mínimo se precipitaban los hombres en desafíos caballerescos para satisfacer venganzas o en peleas callejeras por motivos de juego. Cualquier cosa servía de excusa para dejar volar la violencia desde los más nobles hasta los menos pudientes. La deshonestidad y los excesos de todo tipo envolvían las calles de forma cotidiana, especialmente durante la noche, sin que vigilantes o jueces pudieran hacer nada para impedirlo o si lo hacían vieran peligrar su propia vida. Pero no todos criticaron esta actitud criminal, muchos fueron los que eran indiferentes o que incluso glorificaban a los ladrones.13 En este punto es destacable mencionar a aquellos que también robaban y se aprovechaban de los demás pero sin hacer uso de la violencia, sino más bien de la maña y astucia para conseguir sus objetivos: el pícaro. Muchos fueron los que se ganaron la vida a través del engaño y lograron sobrevivir incluso hacerse un hueco en la sociedad gracias a su habilidad, más que a su fuerza. Y si bien es verdad que pícaros existieron también en otros países, el caso español fue especial ya que el afán picaresco logró calar 12

Deleito y Piñuela, J., La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2005 (pág. 55). 13 Deleito y Piñuela, J., La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2005 (pág. 88-112).

desde las clases más bajas hasta las más elevadas de la sociedad. Por ello es normal que esta figura se convirtiera en uno de los elementos más importantes y atractivos para los escritores de la época.14 Como hemos podido observar, la sociedad del siglo XVII fue sin duda una sociedad muy peculiar y tal vez muy distinta de la que teníamos en mente (al menos en mi caso), ya que fue una sociedad muy liberal en su sentido más pícaro, donde sus excesos y diversiones no eran castigadas sino reguladas y donde el propio rey a través de sus actos fue el principal propulsor de esta mentalidad.

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Deleito y Piñuela, J., La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2005 (pág. 126-129).

Bibliografía general Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, J., Felipe IV: El hombre y el reinado, Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2005. Brown, J., Un palacio para el rey: el Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Madrid, Alianza, 1981. Deleito y Piñuela, J., El rey se divierte, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2006. Deleito y Piñuela, J., La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2005. Fernández Oblanca, J., Literatura y sociedad en los entremeses del siglo XVII, Universidad de Oviedo, 1992 Stradling, R.A., Felipe IV y el gobierno de España (1621-1665), Madrid, Ediciones Cátedra, S. A., 1989.

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