Los pecados helenísticos según Silvina Ocampo

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Sin pecado, no hay pecador: un acercamiento al análisis de “Las vestiduras peligrosas” de Silvina Ocampo Silvina Ocampo es una cuentista conocida por su inclinación hacia lo fantástico, lo extraño, lo siniestro. En su obra, describe mundos sombríos, trastornados y sus personajes casi siempre tienen una inclinación hacia el sadismo, caracterizados por una ingenuidad ambigua, infantil y, al mismo tiempo, apática, insensible hacia las desgracias o tragedias humanas. Su cuento “Las vestiduras peligrosas”, compilado en el libro Los días de la noche (1970), es un claro ejemplo de esto. En un primer acercamiento, podemos decir que este cuento está narrado por uno de sus personajes principales, Piluca, quien tiene una focalización interna y parcial y ha sido testigo de los hechos que narra ahí mismo. Estos hechos son narrados en pretérito y no hay indicios para determinar la distancia temporal que hay entre el momento de la narración y el momento en que se dieron los acontecimientos. Por otro lado, el cuento comienza in extremis res, es decir, anticipa el desenlace al lector. Piluca nos da a entender que la otra protagonista, Artemia, que era conocida suya, está muerta. De ahí en adelante, la narradora intenta reconstruir o recapitular algunos momentos relevantes desde el inicio de la relación entre las protagonistas. Estos momentos relevantes intentan también servir como explicación o justificación para la narradora, Piluca, sobre el trágico final de la vida de Artemia. Los personajes que protagonizan el relato son dos, Piluca (o Régula), la pantalonera que se hace pasar por modista, una adulta de clase humilde y con fuertes creencias religiosas, y Artemia, la chica rica que contrata a esta modista, joven, esbelta y vana, aunque buena, según nos dice la voz de la narradora. En una primera lectura, lo primero que podemos notar es la cantidad de referencias religiosas que abundan en el discurso de Piluca, y son estas marcas las que introducen a una lectura analítica del relato ya que ninguna de ellas es casual. En la primera línea, la narradora dice: “Lloro como una Magdalena”. No es un dato menor que María Magdalena, en los relatos bíblicos, es la madre de Jesús, quien fue testigo de la crucifixión de su hijo. Cuando tiene que trabajar arduamente, la narradora pide ayuda al lirio de la Patagonia, es decir, a Ceferino Namucurá, santo de origen humilde y, no por nada, carpintero. Por otro lado, en uno de los diálogos entre las dos protagonistas, Piluca dice: “Pero niña, está bien que sea buena […] pero no hasta el punto de querer

sacrificarse por la humanidad” y refuerza la figura de Jesús y su representación simbólica en Artemia por parte de la narradora. Cabe destacar que, en presencia de tantas referencias y símbolos religiosos, el nombre de Piluca remite a Pilatos quien, por omisión y para satisfacer al populus, fue el que condenó a muerte a Jesús. En la religión cristiana existe esta contradicción que también se da en el discurso de Piluca: los mismos romanos (latinos y cristianos) que permitieron, por acción u omisión, que Jesús fuera crucificado, luego lo adoraron como a un Dios. Por otro lado, Artemia es un nombre de origen griego. Esta referencia simbólica es extranjera en un relato claramente apoyado en la tradición y moral religiosa cristiana, latina. Del mismo modo, el personaje de Artemia es extranjero en el mundo real, no encaja, no lo acepta, lo desafía constantemente a través de la exageración de su sexualidad. La diosa griega Artemisa era la diosa helena de la caza, de los animales salvajes y de la virginidad, que traía y aliviaba las enfermedades de las mujeres; despertó el interés de muchos hombres y dioses, aunque ninguno pudo ganar su corazón. Esto posibilita numerosos análisis. En primer lugar, su naturaleza helenística la relaciona a lo matriarcal, a la defensa y a la exaltación de lo femenino. La joven protagonista no quiere ser amada, quiere sentirse deseada, cazada quizás, cuando en realidad es ella quien sale a cazar. Su atrevimiento es una denuncia de los peores rasgos del hombre, ella pretende exponerlo como un animal salvaje precisamente, aunque no lo logra. En segundo lugar, también se construye como una virgen, una mujer casta que busca provocar al sexo opuesto, en vez de atraerlo o conquistarlo. Esta relación sadomasoquista también la tiene con Piluca. La narradora se siente dominada y atraída, aunque asqueada (como ya hemos mencionado, es de notoria ambivalencia la comparación con la figura de Jesús) por Artemia: “Ella nunca me impresionó mal. Dicen que estaba enamorada”. En esta última oración, al estar el sujeto elidido, no se sabe si Piluca está hablando de ella misma o de Artemia. Ambas protagonistas evidencian un claro rechazo del mundo de los hombres. Al comienzo, Piluca describe una situación de cuando era joven, en la que el lugar del hombre es el de depredador sexual, depravado:

Cuando coloqué los alfileres, la primera vez me dijo: —Tome un poco más, vamos —con aire puerco. Le obedecí y volvió a decirme con el mismo tono, riéndose: —Un poco más, niña, ¿no ve que me sobra género? Mientras hablaba, se le formó una protuberancia que estorbaba el manejo de los alfileres. Entonces, de rabia, agarré la almohadilla y se la tiré por la cara.

Aquí se evidencia la sensación de asco que le provoca el género masculino. Por otro lado, las acciones de Artemia están orientadas a provocar, desarmar, poner en evidencia y “deconstruir” el mundo de los hombres, en el que las mujeres tienen un lugar pasivo y deben ser pudorosas y sometidas. Además, su novio, a quien menciona solo una vez Piluca, parece haberla abandonado. En este contexto, la relación entre Piluca y Artemia y el mundo que comparten es enteramente matriarcal. Podría decirse que la vieja modista parece adoptar como hija a la joven rica; intenta inculcarle valores, la cuida, la protege. Sin embargo, al mismo tiempo, el personaje de Piluca es sexualmente ambiguo, tanto desde un posible furcio discursivo: “lo dejaba a uno bizco”, “cuando uno los miraba”, así como desde la expresión de su pensamiento: “Verla así, vestida de muchachito, me encantó”. Aunque el supuesto furcio discursivo tal vez a la normativa de la época. Hay una atracción sexual implícita hacia la joven en el cuento. Por último, como en todo relato bíblico, no podemos dejar de señalar la presencia constante del pecado. Artemia es no solo viciosa, sino también una pecadora. Así lo entiende y lo cuenta Piluca. (En este caso, quizás, sería más adecuado su verdadero nombre, Régula, que refiere a la regla o norma.) Podemos entonces encontrar que la joven peca de vanidosa: “La vida se resumía para ella en vestirse y perfumarse”, “¿Para qué tenemos un hermoso cuerpo? ¿No es para mostrarlo acaso?”; de avara: “A pesar de la repugnancia que siento por algunas ricachonas”; de holgazana: “La señorita Artemia era perezosa”; de envidiosa, iracunda: “Son unas copionas. Y las copionas son las que tienen éxito”, y de lujuriosa por lo indecente y lo lúbrico de sus dibujos, por salir a la calle prácticamente desnuda, para provocar. El último pecado, la gula, la insaciabilidad, a veces definido como un “deseo desordenado por el placer”, puede tal vez encontrarse reflejado en lo imperativo, en la constante exigencia de Artemia para la confección de vestidos y, también, en menor medida, en la forma compulsiva de trabajar de la propia Piluca. Esto nos remite a otro cuento de la misma autora: “Las invitadas”, que gira en torno a los pecados capitales. Piluca dice que le “atemorizan los vicios”. Su rigidez moralista y cristiana, la hace sentirse horrorizada por la figura de Artemia; como ya hemos dicho, la ve no solo como a una viciosa, sino como a una pecadora. Esto refuerza la comparación ambivalente y contradictoria que hace de Artemia con Jesús. A partir de esto, y como también le genera un cariño maternal, intenta educarla, pero se da cuenta de que, en

realidad, se siente atraída sexualmente hacia ella. Esto la convierte en una pecadora a ella también, lo cual no puede tolerar y, de alguna forma, con la confección de su última prenda, conduce a Artemia a la muerte, por acción u omisión también, como le sucedió a Pilatos. De esta manera, al eliminar el pecado, la vieja dejará de ser una pecadora. Sin embargo, no experimenta ningún tipo de culpa o responsabilidad: “Hay bondades que matan”, dice dos veces. Artemia es asesinada “por tramposa”, por despertar el deseo en Piluca, por no despertar el deseo en ningún hombre, por querer parecerse a ellos y por querer dejar de sentirse una extranjera.

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