Los penúltimos románticos
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Opinión
CORDOBA, VIERNES 19 DE SEPTIEMBRE DE 1986
Los pen~ltimos románticos
Manuel Pérez Vruela
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STA de moda reivindicar la condición de úUimo romántico. Quienes lo hacen parecen querer imitar el canto del cisne del romanti cismo y proclamarlo antes de que muera definitivamente. Pe ro esta actitud es poco román tica, más bien contradictoria. Es mucho más romántico tener confianza en su presencia casi eterna. En que los románticos de todas las causas, los que creen que desde las parejas hasta las nacianes pueden orga nizarse cada vez mejor con mayores· dosis de felicidad, nunca mueren. Aunque la reali dad cotidiana les demuestre lo difícil que lo tienen, lo román tico es no abandonar, lo román tico es morir de amor, aunque sea poco práctico. Pero se comprende que los últimos románticos tengan ra zón para serlo. Ya lo . .dicen nuestros rockeros con la impú dica y agresiva espontaneidad
con que a veces nO:5,devuelven la realidad: "mal,l tiempos para la ¡¡rica". N&cabruman con la idea de un m'Bndo en el que todo está demas~í1ido hecho, demasiado encarrilado, para el que no hay alternativa. Un mundo que, como ya decian algunos sociólogos funciona listas, americanos sobre todo, es así porque no puede ser de otra manera. Tanto que hasta en las cosas más pequeñas y manejables, en las que podría mos experimentar' solucio:nes más románticas incluso sin poner en peligro, a veces todo lo contrario, ese· mundo tan dificil-de-mejorar, tampoco son posibles las alternativas. Nos hemos resignado a pen sar en nosotros, en nuestras sociedades, con un modelo similar al que ha desarrollado la ciencia para los fenómenos naturales: como una realidad sometida a leyes universales y eternas que el hombre no
puede cambiar y sólo, como mucho, utilizar en su propio beneficio o perjuicio una vez desveladas. Pero como dice el sociólogo alemán NorbertElias, pensar de los hombres y sus sociedades en esos términoses tan incorrecto como querer interpretar la naturaleza de la forma que lo hicieron nuestros antepasados: como manifesta ción de las iras. las pasiones y los deseos de los dioses. Las iras, las pasiones y los deseos de los hombres caben muy difí cilmente en modelos y concep tos tan fríos como los de 1as ciencias naturales. Por eso, quizás quede aún lugar para el romanticismo y no lo veamos desaparecer. Para ello .tendremos que quitarnos de encima la losa en la que está todo escrito y recuperar la fun ción crítica del pensamiento que tantos frutos dio otrora para el' progreso. La crítica social sobre las enormes des!
gualdades ~e vemos a4uí Y más allá.'. crítica política sobre los é'ttos y fracasos de las democrmas al realizar los principios de igualdad, justicia, libertad y participación. La crí tica cultural sobr~ el modelo de hombre que emerge en las cond1ciones actuales y ias múi tiples dimensiones de frustra ción y alienación que aún rodean la vida cotidiana. Y sobre todo, el alumbramiento y discuSión de alternativas de progreso, no sólo en la macro política sino en los ámbitos pequeños del quehacer diario de cada ciudadano. Probable mente haya que romper con sólidas tradiciones intelectua les y desacralizar sin miedo tabúes que frenan ese renaci~ miento. Eso sólo aumenta el atractivo de la av~ntura. A mí no me gustarla contar entre los últimos, sino, en todo caso, entre los penúltimos ro mánticos.
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