Los petroglifos de O Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén).

June 1, 2017 | Autor: Julio Fernández | Categoria: Petroglifos Edad De Bronce, Prehistoria De Galicia
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3 Julio Fernández Pintos

LOS PETROGLIFOS DE O ALARGO DOS LOBOS (AMOEDO, PAZOS DE BORBÉN)

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Marzo 2013

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ÍNDICE

1. LA ESTACIÓN DE GRABADOS RUPESTRES DE O ALARGO DOS LOBOS (7). 1.1. Contexto geográfico general (8). 1.2. Descripción topográfica de la estación (11). 2. LOS GRABADOS RUPESTRES DE LA ESTACIÓN DE O ALARGO DOS LOBOS (13). 2.1. Descripción general (13). 2.1.1. El Complejo nª. 1 (14). 2.1.2. El Complejo nº. 2 (19)). 2.1.3. El complejo nº. 3 (29). 2.1.4. El Complejo nº. 4 (34). 2.2. Estudio general (35). 2.2.1. La estación de grabados rupestres de O Alargo dos Lobos (35). 2.2.2. Análisis morfológico e iconográfíco de los motivos (38). 2.2.2.1. Consideraciones previas (38). 2.2.2.2. Las combinaciones circulares (41). 2.2.2.3. Improntas de ungulados y otros motivos (46). 2.2.2.4. Los cuadrúpedos (46). 2.2.2.5. Las coviñas (48). 3. LOS ASENTAMIENTOS DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN EL ÁREA DE AMOEDO (51). 3.1. Ambiente paleoclimático (52). 3.2. Los poblados prehistóricos del área de Amoedo (54). 3.3. El poblamiento prehistórico del área de Amoedo y los petroglifos (63). 4. ASPECTOS CRONOLOGICOS Y CULTURALES DE LOS GRABADOS RUPESTRES (67). 4.1. Las combinaciones circulares (69). 4.1.1. La cronología absoluta (69). 4.1.2. Aspectos culturales (71). 4.2. Los cuadrúpedos y las escenas de equitación (72). 4.2.1. La cronología absoluta (72). 4.2.2. El caso particular de las escenas de equitación (76).

6 4.2.3. El papel social del caballo en la Prehistoria Reciente y la Antigüedad de Europa (80) a) La cuestión de la domesticación del caballo (81). b) Europa Oriental (82). c) El caballo y la cuestión de los indoeuropeos (84). .

d) Oriente Próximo (85) e) El ámbito del Egeo (86). f) Europa Central (90). g) La Península Ibérica (92). h) El caballo en el Arte Rupestre peninsular (100).

4.2.4. Conclusión: las escenas de equitación en el Arte Rupestre Gallego (102). 4.3. Las representaciones de coviñas (104). 5. RECAPITUACIÓN Y PERSPECTIVAS (107). 6. BIBLIOGRAFÍA (109). .

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1 LA ESTACIÓN DE GRABADOS RUPESTRES DE O ALARGO DOS LOBOS.

La estación de grabados rupestres de O Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén), nos fue mostrada recientemente por el miembro de la comunidad de montes de esa parroquia Antonio Graña. A nivel bibliográfico era desconocida, y una vez examinada y comprendida su importancia creímos lo más adecuado la realización de un estudio profundo sobre sus implicaciones arqueologicas. La riqueza rupestre del área de Amoedo1 es ya conocida desde los mismos inicios de la investigación rupestre galaica. Dibujos de petroglifos habían sido ya realizados por E. Feijoo Alfaya a comienzos del siglo XX 2. Más amplia fue ya la recopilación realizada por R. Sobrino Buhigas3, con exposición de muchas fotografías y planos, continuada más tarde por la de J. Filgueira y A. García Alén 4 donde se recogen petroglifos que todavía subsisten hoy en día, pero también otros muchos que o bien ya han sido destruidos o aún no se han redescubierto. Habrá que esperar casi tres décadas para que se publique un primer inventariado realizado a partir de la bibliografía publicada y otras referencias de la mano de A. García Alén y A. de la Peña Santos5. Un breve estudio de algunos de los petroglifos de este área la haremos nosotros mismos en un artículo periodístico en 19906, como fruto de un reconocimiento de la zona tratando de localizar aquellas y otras nuevas manifestaciones7. Más reciente es el trabajo de Y. Seoane-Veiga con la publicación de una serie de petroglifos inéditos localizados al N. del río Alvedosa8. También M. Santos Estévez se ocupará en varios de sus trabajos de petroglifos de esta área, bien como parte de estudios locales, bien como apoyo de síntesis más amplias9. De todos modos el catálogo más extenso conocido hasta el momento, aunque se restringa a un simple mapa cartográfico fue el publicado por las investigadoras E. Lima Oliveira y M. P. Prieto Martínez con motivo de la excavación del yacimiento del Monte

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Cuando nos referimos al "área de Amoedo" aludimos a un amplio espacio triangular en torno al curso alto del Río Alvedosa, desde la Portela de Valongo por el SO., siguiendo la cadena de serranías recorridas por el límite con el municipio de Redondela por el O. hasta el Monte Espiño y la serranía adyacente por el N. regresando por el E. por la vega agrícola de Amoedo y el Monte da Serra, por el SE. 2 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980. figs 2 y 96). 3 Sobrino Buhigas (1935: 85 y ss.) 4 Filgueira Valverde, J. y García Alén, A. (1953:84-85). 5 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:87 y ss.). 6 Fernández Pintos, J. (1990). 7 Para esta labor contamos con la inestimable ayuda del aficionado vecino de Matamá (Vigo) Juan Alonso Campos. La deuda que hemos contraído tanto el que esto escribe como la Arqueología gallega con esta persona, por su prolongada, desinteresada y anónima labor, merece todo nuestro respeto y reconocimiento. 8 Seoane-Veiga, Y. (2006). 9 Santos Estevez, M. (1996; 2007:77 y ss.).

8 Buxel, donde además de petroglifos se hacen constar mámoas y yacimientos de la Prehistoria Reciente (Fig. 2)10. Otras menciones a petroglifos de este área han aparecido en los últimos años en publicaciones digitales, bien como noticias de periódicos11, bien en páginas web12. Este área merecía un inventariado más detallado donde quedasen debidamente integrados los cinco asentamientos, la veintena de mámoas, y el casi centenar de paneles rupestres conocidos hasta la fecha. Por nuestra parte, en esta ocasión, además de presentar la estación inédita de O Alargo dos Lobos abordaremos un examen de los hábitats prehistóricos, tratando de ver en qué medida se relacionan con las manifestaciones rupestres. De todos modos, se necesitaría un estudio más amplio sobre el conjunto de los petroglifos existentes en el área. Pero además de este examen contextual nos vamos a ocupar más extensamente de temas que atañen propiamente al mundo del Arte Rupestre Gallego, como es el análisis de los paneles con representaciones circulares, tratando de avanzar en su conocimiento. Sin embargo nuestro principal esfuerzo se centrará en el tratamiento del tema de los cuadrúpedos y las escenas de equitación, pues en esta estación hay un panel con figuraciones de este tipo, y dado que desde hace años se viene sugiriendo por parte de algunos autores una cronología excesivamente antigua, vemos totalmente necesario exponer los resultados de nuestras investigaciones sobre este asunto. 1.1. CONTEXTO GEOGRÁFICO GENERAL. La presente estación rupestre se localiza en la parroquia de San Sadurniño de Amoedo, en el municipio de Pazos de Borbén. Amoedo está situado a 4,5 Kms. al E. de la villa de Redondela, en el fondo de la Ría de Vigo (Fig. 1). Como es normal en esta comarca, se trata de un espacio eminentemente serrano, con profusión de cordales de amplios y sucesivos domos con sus respectivas terrazas y rellanos situados a distintas alturas y cuyas cimas alcanzan cotas entre los 380 y 500 m. de altitud (Fig. 2), las cuales encierran depresiones de excavación más o menos amplias por las que discurren pequeñas corrientes, las cuales incluso pueden ser endorreicas constituyendo terrenos anegados. En la observación del mapa topográfico de la zona (Fig. 2) 13 se aprecia por el Sur en su zona central la existencia de un amplio valle fluvial de aspecto triangular recorrido por el río Alvedosa y que de un modo genérico denominamos como Valongo. Hacia el centro, el río realiza un brusco giro en dirección Oeste. En este planalto se enclava tanto parte de la zona agrícola actual de Amoedo como su habitat histórico. Ambas unidades se sitúan a no más de 290 m. de altitud. La inmensa mayoría de los yacimientos arqueológicos se emplazan sin embargo en las serranías a distintas cotas. En lo que se refiere al contexto general rupestre gallego (Fig. 1), el área de Amoedo, que tal como ya hemos comentado más arriba es de una especial fecundidad arqueológica, concuerda holgadamente con el ambiente general de las Rías Baixas, en cuyo territorio se desarrollaron de un modo profuso las manifestaciones rupestres. Más 10

Lima Oliveira E. y Prieto Martínez, M. P. (2002) Faro de Vigo del 14 y 16-4-2009. 12 Galovart, J. L. (s/f). Entrada del 4-9-2009. 13 Este mapa ha sido obtenido de Lima Pereira E. y Prieto Martínez, M. P. (2002:117) si bien lo hemos modificado añadiendo nuevos elementos inéditos. 11

9 hacia el interior, en dirección E. aparecen una serie de estaciones que distribuidas en una banda en forma de arco se disponen de norte a sur desde la Serra Castrelada en Pontecaldelas pasando por el valle del Tea en Mondariz, y prolongada hasta la vertiente del Paradanta en la ribera del Río Miño. Ignoramos que significación se puede deducir de esta distribución, si es que es factible su procesamiento. Pero hemos observado, que a diferencia de lo que ocurre en el litoral de las Rías Baixas, hacia el interior los emplazamientos de los petroglifos semejan mostrar una cierta tendencia a espaciarse territorialmente, y también en ciertas ocasiones, a presentarse en formas de grandes paneles. Esta circunstancia se contempla en el área de Amoedo, pero también en Gargamala (Mondariz)14, y en el Monte Pedamúa (Pontecaldelas)15, donde recientemente se ha instalado un parque arqueológico. En principio, este espaciamiento territorial no puede ser explicado desde un punto de vista litológico, pues en el contexto general encontramos todas las formas posibles de modelado granítico con extensa y continua plétora de afloramientos.

Fig. 1.- Situación de la estación de O Alargo dos Lobos en el contexto gallego de petroglifos de combinaciones circulares16.

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Costas Goberna F.J., Novoa Álvarez, P. y Albo Morán, J.M. (1990). Peña Santos, A. (1993); Santos Estévez, M. (1996; 1998:77 y ss) 16 En este mapa los puntos no señalan únicamente paneles singulares, sino también complejos de varias unidades, e incluso estaciones más amplias. 15

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Fig. 2.- Carta Arqueológica del área de Amoedo realizada por E. Lima Oliveira y M. P. Prieto Martínez 17 (modificada).

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Lima Oliveira, E. y Prieto Martínez, M. P. (2002:117).

11 De momento vamos a dejar el comentario en este punto, esperando que futuras investigaciones nos permitan explicar más satisfactoriamente si esta especial distribución se debe a alguna causa de tipo socioecómico, o simplemente es el resultado de un vacío de investigación. 1.2. DESCRIPCIÓN TOPOGRÁFICA DE LA ESTACIÓN. La estación del Alargo dos Lobos se asienta en un roquedal situado en el margen derecho del curso alto del río Alvedosa en un espacio que de un modo general se denomina Valongo (Fig. 3)18. Por esta zona el río no pasa de ser un arroyo de cierta consideración.

Fig. 3.- Situación topográfica de la estación de O Alargo dos Lobos (punto negro). Se señalan también mámoas (cuadrados ámbar) y el asentamiento del Monte Buxel (rombo azul).

Se trata de un valle de aspecto triangular isósceles de 1,5 kms. de lado por 0,5 kms. en su base, con el vértice dirigido hacia el SSO. y situado en torno a los 290 m. de altitud sobre el nivel del mar. Por el SE. lo cierra el elevado Monte da Serra que alcanza los 502 m. de altitud, mientras por el O. se extiende una cadena serrana con alturas que oscilan entre los 320 m. en el NO. hasta los 461 m. del Monte Cosel en el SO. Curiosamente todos los yacimientos arqueológicos conocidos, a excepción precisamente de este de O Alargo dos Lobos se localizan en esas serranías que se yerguen por doquier sobre la plataforma de Amoedo. Pero este valle fluvial que hemos denominado Valongo no es uniforme. Mientras la mitad O. vierte hacia el río con cierta pendiente, la parte E. donde está el Alargo dos Lobos se resuelve en una suave planicie con una inclinación casi imperceptible (Figs. 3 y 4). 18

Las coordenadas geográficas son x: 536634 e y :4681686, obtenidas con empleo del visor IBERPIX del ING (http://www2.ign.es/iberpix/visoriberpix/visorign.html).

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Fig. 4.- Perfil NO.-SE. del valle del curso alto del Alvedosa (nº. 2), y situación de la estación de O Alargo dos Lobos (nº. 1).

Esta sector de naciente está en la actualidad pródigamente invadida de una espesa e impenetrable masa forestal a base de pinos, sauces, matorral y tojedos, por lo que su examen visual no ha sido todo lo completo que se debiera. De todos modos, aún se percibe en medio de la espesura vegetal el trazado de fincas privadas cerradas con muretes bajos de piedras, los alargos, conocidos en otras zonas como cavadas, tomadas o cerradas. De todos modos hemos podido comprobar que en amplias áreas es un terreno con tendencia a encharcarse, tipo braña, dado que el nivel freático es muy superficial a causa del sustrato parcialmente impermeable, de lo que dan fe los numerosos afloramientos rocosos observables en las fotografías aéreas19. Es por ello que esta zona ha sido tradicionalmente despreciada para la práctica agrícola. Las referencias etnográficas que hemos recogido hablan del pastoreo de inmensos rebaños de centenares de ovejas. De todos modos, ello no excluye que en algunos puntos concretos cercanos a esta zona se pudieran llevar a cabo en tiempos antiguos una agricultura más rudimentaria o tipo marginal. En efecto, la excavación del yacimiento del Monte Buxel (Fig. 2) reveló la existencias de aterrazamientos cuya única explicación es el acondicionamiento del espacio para ser cultivado20. Además constan menciones orales de prácticas agrícolas en el entorno de las mámoas de a Chan dos Curros, en el entorno de las mámoas situadas a unos 500 m. hacia el NO. del petroglifo. Por último, es importante señalar que por el centro de la estación del Alargo dos Lobos, en la estrecha banda de terreno existente entre los complejos nº. 1 y nº. 2 discurría el llamado camiño de Borbén, que comunicaba esta parroquia situada hacia el E, con otros itenerarios procedentes del SO.

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Visor IBERPIX del ING (http://www2.ign.es/iberpix/visoriberpix/visorign.html). Lima Oliveira, E. y Prieto Martínez, M. P. (2002:).

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2 LOS GRABADOS RUPESTRES DE LA ESTACIÓN ARQUEOLÓGICA DE O ALARGO DOS LOBOS.

2.1. DESCRIPCION GENERAL. La estación de grabados rupestres de O Alargo dos Lobos está integrado por 17 paneles con distintas tipologías de grabados, dispersos por una serie de rocas inmediatas y sobre el margen derecho del cauce del curso alto del Río Alvedosa, por entre las cuales, tal como ya hemos indicado pasaba el camino que daba servicio a la parroquia de Borbén, situada hacia el E. Aunque hay algunos peñascos, y otras rocas prominentes, el tipo de soporte pétreo básico es la laja en sus diversas variedades. Este conjunto de rocas se extienden en una banda pedregosa con ligera pendiente hacia el NO. sobre el arroyo, con el cual linda (Fig. 4).

Fig. 5.- El Complejo 2 visto desde el NO.

La estación la podemos estructurar en cuatro complejos bien definidos. El Complejo 1, inclinado hacia el arroyo, engloba los paneles 1 al 6, extendidos por una superficie pedregosa tipo laja, sumamente fracturada de 13,5 m. por 5,5 m. El Complejo 2 (Fig. 5) lo encontramos a 8 m. hacia el SE. del anterior, comprendiendo los paneles 7 a 12. Su superficie es de 8,5 m. por 8,3 m., integrada por una serie de lajas también en pendiente hacia el arroyo, y en la parte superior dos peñascos ligeramente elevados donde se instalan los paneles 11 y 12. El Complejo 3 se localiza a 9 m. en dirección E. del anterior. Se trata de una laja en leve declive hacia el N. de 7 m. por 4,7 m., y donde están los paneles 13 y 14. El Complejo 4, donde encontramos los paneles 15 y 17, está

14 ya un tanto apartado de éstos, pues se sitúa a unos 25 m. hacia el NE. del anterior en un conjunto de peñascos que miden 3 m. por 3 m. y 1,4 m. de altura por el N. En suma, se trata de una serie de paneles rupestres esparcidos por una zona sumamente pedregosa de unos 40 m. de longitud por 14 - 8 m. de anchura correspondiente a los complejos 1 y 2, más los peñascos separados del Complejo 4. La numeración y descripción de los paneles la hemos realizado a partir del extremo NO, del Complejo 1 (Panel nº. 1).

Fig. 6.- El Panel nº. 1 visto con luz rasante.

2.1.1. El Complejo nº. 1. El panel nº. 1 se localiza en una laxe de 1,2 m. por 1.9 m. de superficie ondulada y pendiente hacia el NO. (Figs. 6 y 7). El centro del panel lo ocupa una combinación circular de 36 cms. de diámetro con surcos de muy difícil lectura a causa de la fuerte erosión que presenta. Adosada a ésta por el O. hay un círculo de 25 cms. de diámetro con un anillo de sección 35/221 y relleno con coviñas del tipo 35/3. Hacia el O. vemos un círculo de 21 cms. de diámetro con un anillo de 35/2, relleno de coviñas del tipo 30/3.

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Para facilitar la lectura descriptiva, las secciones de los surcos se expresarán de este modo. Así un surco o una coviña de 35/2 debe ser entendido como que posee una sección de 35 mm. de anchura por 2 mm. de parofundidad. En lo referido a los surcos, las medidas son siempre de corte representativo.

15 En este panel es curioso el hecho de que con luz rasante se aprecia una gran combinación circular (Fig. 6) en el centro del panel, que no obstante es muy difícil de definir con el uso de una luz neutra (Fig. 7), u otro tipo de dirección del haz de luz22.

Fig. 7.- Plano y perfil del Panel nº. 1.

El panel nº. 2 (Fig. 8 y 13) se localiza justo a continuación del anterior por la zona superior hacia el S. Se trata de una superficie en forma de lomo de ballena de 1,4 m. por 2, 1 m. y 25 cms. de altura dividida por dos largas diaclasas longitudinales. Vemos dos círculos que de E. a O. son de 31 cms. por 37 cms. con surco de 50/10 y otro de 34 cms. de diámetro con un surco de 50/5. Ambos círculos fueron grabados 22

Es necesario llamar la atención sobre este tema, pues en la actualidad se está usando mucho para la lectura de los petroglifos la luz rasante artificial, con lo cual, diversos accidentes de las superficies de las rocas son muchas veces tomados como de factura antrópica.

16 aprovechando ligeras protuberancias redondeadas de la roca, sobre todo el situado más hacia el E., que delimita rigurosamente el mamilo por su arranque.

Fig. 8.- Plano y perfiles del Panel nº. 2.

El Panel nº. 3 (Fig. 9) se ubica a 1,2 m. hacia el NE. del Panel nº. 1. La roca es tipo laja de aspecto cuadrangular, de 1,75 m. por 1,13 m. y 35 cms. de altura, inclinada hacia el NO. En ella se aprecia un pequeño círculo de 22 cms. de diámetro con una sección de surco de 45/7, relleno de coviñas del tipo 30/3, acompañado de una serie de trazos, uno de los cuales, de 30 cms. de longitud, ondulante, con sección de 40/5, se dirige hacia el exterior de la roca a modo de surco de salida. Inmediatamente junto a aquél vemos otro pequeño círculo de 18 cms. de diámetro, con un anillo de 40/3 y coviña central de 50/6, del que parte un largo surco de salida de diseño sinuoso, de 61 cms. de longitud, sección máxima de 60/9, el cual se desliza por el lomo de la roca, y es bruscamente interrumpido por una rotura intencionada de la roca. Los paneles nº. 4 y nº 5 los estudiamos conjuntamente dado que los soportes pétreos en que fueron grabados están contiguos. Ambos paneles se hallan a 1 m. hacia el O. del panel nº. 3. Ocupan rocas bajas del tipo laja, que por el NO. caen bruscamente realizando una especie de alto escalón, desde donde se desciende ya en fuerte pendiente hacia el lecho del río (Figs. 10 y 11).

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Fig. 9.- Plano y perfil del Panel nº. 3.

Fig. 10.- Plano y perfil de los paneles nº. 4 y 5.

El Panel nº. 4, situado hacia el S. fue grabado en una roca muy plana de forma cuadrangular, de 2 m. por 1,10 m. En el centro hay dos arcos de 46 cms. y sección 50/4 que parecen corresponder a una combinación circular inacabada, pues rematan abruptamente. Junta a éste hay varias coviñas midiendo las más grandes 50-80/9 y

18 80/14. Hacia el E. vemos un pequeño círculo de 23 cms. de diámetro con anillo de 35/4 repleto de coviñas del tipo 25/1-2.

Fig. 11.- Los paneles nº. 4 y nº. 5 vistos desde el NO.

El Panel nº. 5 se extiende en una banda de 2,5 m. de longitud estirada desde NE. a SO, donde se pueden distinguir cuatro sectores. En el Sector SO. hay un pequeño círculo monoanular de 14 cms. de diámetro y una sección para el anillo, de 40/4. Junto a este consta lo que quizás en origen fue un pequeño círculo de 22 cms. de diámetro, pero que en la actualidad presenta la forma de un rebaje circular. El Sector NO. está integrado por un único círculo de 26 cms. de diámetro y una sección de surco de 35/4, con algunas coviñas en su interior. En el Sector central fueron grabadas varias líneas y algunas coviñas. El Sector NO. lo compone una combinación de 3 anillos de 48 cms. de diámetro con coviña central de 65/12, con una sección para el anillo externo de 50/8. Observamos que entre los anillo fueron grabadas algunas coviñas, pero una de las más grandes está superpuesta al anillo interno. El Panel nº. 6 (Fig. 12) lo encontramos a unos 2 m. hacia el NO. de los anteriores. Fue realizado en una roca de tipo laja, de aspecto trapezoidal, de 1.3 m. por 82 cms. y unos 25 cms. de altura. Se grabó allí un amplio círculo de 37 cms. de diámetro con una sección de surco de 45/2, englobando en su interior excéntricamente otro pequeño circulo de 12 cms. de diámetro y sección de 25/2 con coviña central de 30/4. Varios trazos más se asocian al círculo grande, uno a modo de surco de salida de 44 cms. de longitud y sección de 55/6, que concluye en el mismo borde de la superficie.

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Fig. 12.- Plano y perfil del Panel nº. 6.

2.1.2. El Complejo nº 2. Lo componen los paneles 7 a 12. Mientras los paneles 7 a 9 han sido insculpidos en rocas de tipo laja y mantienen la inclinación del terreno hacia el río, los paneles 10 y 11, están en el llano, y ocupan peñascos de escasa proyección (Fig. 5).

Fig. 13.- El Panel nº 2 visto desde el NE.

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Fig. 14.- Plano y perfil del panel nº. 7.

El Panel nº. 7 (Figs. 13 y 14) se encuentra en una gran roca plana tipo laja, de contorno trapezoidal, parte de una unidad aún mayor, escasamente sobresaliente, y de superficie sumamente ondulada e inclinada hacia el NO. El centro del panel lo ocupa un círculo de 29 cms. de diámetro con una sección de 35/4 relleno de coviñas del tipo 3035/6. A unos 60 cms. hacia el Sur encontramos un compacto grupo de coviñas del tipo 35/5 configurando un espacio circular de 20 cms. por 28 cms. Estos dos grabados fueron

21 realizados en el interior de unas leves concavidades existentes en la superficie de la piedra (Fig. 14).

Fig. 14.- El Panel nº 7 visto desde el N.

Los paneles nº. 8 y nº. 9 se localizan a escasa distancia hacia el SO. y O. del anterior, situados en al misma roca. Están integrados únicamente por algunas pequeñas coviñas. El Panel nº. 10 se halla a 4 m. hacia el E. del nº. 7 (Fig. 15 y 16). Ocupa una roca de forma trapezoidal de superficie plana, inclinada hacia el NO. En el centro del panel vemos una combinación circular de 22 cms. de diámetro de dos anillos con coviña central de 30/5 y una sección para el anillo externo de 35/6. Hacia el O. hay un pequeño círculo de 15 cms. de diámetro y una sección de 25/2, y hacia el N. otro pequeño círculo de 13 cms. de diámetro con coviña central. Estas dos últimas unidades son apenas perceptibles. El Panel nº. 11 (Fig.17) se sitúa a 4,2 m. hacia el S. del nº. 7, y muy cerca del importante panel nº. 12. Le sirve de soporte un pequeño peñasco redondeado sobresaliente y de configuración irregular, de 2,2 m. por 1,3 m. y unos 50 cms. de altura, sumamente fracturado por varias diaclasas. En su superficie vemos algunos pequeños círculos y coviñas, así como trazos dispersos.

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Fig. 15.- Plano y perfil del Panel nº. 10

Fig. 16.- El Panel nº. 10.

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Fig. 17,. Plano del Panel nº. 11.

El Panel nº 12 se localiza a 2 m. hacia el NE. del anterior. Fue realizado en una roca prominente y alargada de 3 m. por 2,06 m. y 70 cms. de altura, en forma de lomo de ballena (Figs. 18, 19, 20, 21, 22 y 23). La roca presenta una vertiente de plano muy acusado en su mitad NO., mientras la restante superficie es de forma redondeada con otro plano ligeramente inclinado hacia el SE. El motivo nº. 1 es un círculo de 38 cms. de diámetro, de dos anillos muy separados, con una anillo externo de 50/6, con el espacio interanular relleno con coviñas del tipo 30-45/2-9, y coviña central de 50/12. Esta unidad, facturada con surcos anchos y profundos es la que más destaca en el panel a simple vista, además de ocupar el sector más prominente de la roca. Adjunto a éste por el SE. vemos un conjunto de trazos de 39 cms. por 35 cms. y secciones de 30/3, presentando algunas coviñas superpuesas de 50/5, 50/12 y 60/12. En torno a este conjunto se disponen una serie de coviñas de 80/12, 50/11 y 70/12, así como una línea horizontal de 32 cms. de longitud, con sección 30/1 y una coviñas superpuesta de 50/9. La unidad nº. 3 consiste en una coviña de 60/18, con un surco de salida de 36 cms. de longitud y sección de 30/4, con una longitud de 36 cms, que finaliza en una diaclasa . La figura nº. 4 es un diseño subcircular de 62 cms. por 57 cms., con una sección de 30/3, con un círculo con coviña central internos, pero excéntrico, y un trazo diametral prolongado externamente con un surco de salida de 37 cms. En esta unidad se aprecia la curiosa circunstancia de poseer un anillo externo incompleto, discontinuo y de escaso relieve; sin duda se trata de un proyecto inacabado. Se rellena con coviñas del tipo 25-30/2-3, constando una coviña superpuesta en el anillo interior de 50/7, y otra en el trazo intermedio de 50/5. Entre las figuras 1 y 4 hay dos coviñas de 60/15 y 60-90/14. La figura nº 5 se asocia a la anterior usando el anillo periférico y el surco de salida. Se trata de un diseño subcircular de 41 cms. por 54 cms. y sección de 35/7, presentando un relleno de coviñas así como varios trazos más estando

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Fig. 18.- Panel nº. 12. Numeración descriptiva de los motivos y perfiles de la roca.

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Fig. 19.- Plano del Panel nº. 12.

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Fig. 20.- El Panel nº. 12 visto desde el NO.

27 adosados. Por el O. se le superpone ligeramente la figura nº. 17. El nº. 6 señala la existencia de dos pequeños círculos de 13 cms. de diámetro, uno de los cuales delimita rigurosamente por su base un mamilo de no más de 3 cms. de altura, mientras el otro se reduce a un arco de12 cms. de diámetro. Con el nº. 7 indicamos un conjunto de tres coviñas la mayor de las cuales mide 50/8. El nº. 8 indica la existencia de dos trazos. El motivo nº. 9 es una círculo de dos anillos muy separados, con coviña central de 30 cms. de diámetro, y sección de 40/5, con coviñas interanulares de 30/5, y un surco de salida de trayectoria curva de 11 cms. de longitud que concluye en una diaclasa.

Fig. 21.- El Panel nº. 12 visto desde el S.

Las restantes figuras, nº. 10 a 16 se encuentran en el sector inclinado del NO. del panel. En líneas generales este sector muestra un alto grado de erosión, presentándose las superficies un tanto rugosas. La figura nº. 10 mide 45 cms. por 43 cms. y ofrece surcos con secciónes inferiores a 35/5. Representa una escena de equitación con el animal al galope. Por la parte superior parten sobre la cabeza del jinete dos líneas arqueadas, susceptibles de ser interpretadas como bridas. La cabeza del équido se confunde con una figura de aspecto alargado y segmentada de 12 cms. por 31 cms., con secciones inferiores a 25/4. De todos modos con el empleo de la luz rasante (Fig. 23) se observa perfectamente el diseño del équido. El motivo nº. 11 es un pequeño cuadrúpedo de aspecto estático, de 30 cms. por 21 cms., con unas secciones de surco inferiores a 35/4. El motivo nº. 12 son dos rebajes de forma rectangular simétricos, de 17 cms. por 20 cms. y 10 mms. de profundidad. De uno de ellos parte un surco de 26 cms. de longitud con una sección de 30/4 que concluye en una diaclasa. Por la parte superior se le superponen ligeramente las extremidades de un cuadrúpedo, y por la parte inferior,las orejas de otro animal.

28 Presumiblemente representen improntas de bóvidos, aunque plasmadas de un modo muy particular, dada su forma cuadrangular.

Fig. 22.- El Panel nº. 12 visto desde el SE.

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Fig. 23.- Detalle del Sector NO. del Panel nº. 12

El motivo nº. 13 es un pequeño cuadrúpedo de 34 cms. por 25 cms. y surcos con sección máxima de 25/3. La figura nº. 14 es un conjunto de trazos asociados al motivo nº. 5 de 42 cms. por 38 cms. La figura nº. 15 es también otro conjunto de trazos de 38 cms. por 34 cms., de secciones muy erosionadas. El motivo nº. 16 es una figura de forma triangular-trapezoidal muy segmentada interiormente pero de un modo irregular de 41 cms. por 54 cms. y con surcos de 35/7. 2.1.3. El Complejo nº. 3. Este complejo (Fig. 24) lo hemos distribuido en dos únicos paneles porque si bien el Panel nº. 13 se podría separar en otros dos paneles, la proximidad de los grabados, junto a que la verdadera división es una simple línea de sedimentos recientes depositados en una cavidad alargada y estrecha de una misma roca, nos ha decidido a reconocer en este panel sólamente dos sectores. Por otra parte, aunque el Panel nº. 14 se localiza en la misma roca, está lo suficientemente alejado y ocupa una forma particular de la piedra. Se trata de una roca tipo laja de contorno irregular y de superficie muy segmentada por diaclasas, ligeramente inclinada hacia el N. y O. El Panel nº. 13 se distribuye dentro de un triángulo de 3,1 m. de lado por 2,85 m. (Fig. 25), y en el se distinguen dos sectores: el sector SO. que comprende los motivos 1 a 6 (Fig. 26), y el sector NO. donde están los motivos 6 a 11. Una de las principales características de los grabados de este panel es el elevado grado de erosión detectados. Abundan los grandes granos de cuarzo prominentes, incluso afectando a los surcos de los diseños rupestres. El motivo nº. 1 es una combinación circular de 50 cms. por 63 cms., de dos anillos con secciones de 50/5, y completamente relleno por un conjunto de coviñas del tipo 30-35/3-4. Posee un breve surco de salida que le conecta con el motivo nº. 2. Constan varias coviñas superpuestas sobre los surcos de esta figura por la zona NO. La figura nº. 2 es una pequeña combinación circular de 20 cms. de diámetro, de dos

30 anillos, con una sección de 35/4, y una coviña central de 50/10. Sobre el anillo externo, por el O. se aprecia la superposición de una especie de rebaje de 120-50/5. El diseño nº. 3 es una combinación circular de 60 cms. de diámetro, de dos anillos, con sección de hasta 50/6, colmatado con coviñas del tipo 35/3-5. Desde una pequeña coviña central parte un surco en dirección SO. que concluye en una diaclasa. Este círculo fue grabado aprovechando un pequeño mamilo de 4 cms. de altura al ciñe el anillo interior. El círculo nº. 4 es una pequeña unidad de 16 cms. de diámetro, con un anillo de 40/4 y una coviña central de 40/4. La figura nº. 5 mide 60 cms. por 38 cms. de surcos muy poco perceptibles. Lo integran un círculo de sección 30/2 con coviñas internas del tipo 25/3-5 asociado a una forma ovalada de surco con sección de 50/3. El círculo ocupa también una prominencia mamilar de 4 cms. de altura. El nº. 6 señala un conjunto de trazos de 34 cms. por 47 cms., así como un pequeño círculo simple de 24 cms. de diámetro.

Fig. 24.- El Complejo nº. 3 visto desde el NO.

En el Sector NO. el diseño nº 7 mide 64 cms. por 87 cms., tratándose de una figura compleja tomando como base una combinación circular de dos anillos, cuyo anillo externo se prolonga abarcando una superficie segmentada por varios trazos. La sección máxima del anillo exterior es de 50/5, mientras las coviñas internas son del tipo 35-40/3-5. Sobre el anillo interno, hacia el SO. observamos la superposición de una serie de estas pequeñas coviñas interiores. Por su lado O. parte un breve surco que concluye en la gran diaclasa. Este círculo fue grabado aprovechando una forma redondeada de la superficie, un aparente mamilo, que en el mejor de los casos no supera los 6 cms. de altura. El nº. 8 señala la existencia de dos pequeñas coviñas emplazadas sobre unos mamilos alargados y prominentes, hasta 5 cms. de altura. Las figuras nº. 9, 10 y 11 son restos de pequeñas combinaciones circulares, con surcos muy erosionados que no alcanzan secciones de 40/6 y coviñas internas de 30-35/3-5.

31

Fig. 25.- Plano del Panel nº. 13.

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Fig. 26.- Figuras nº. 1 a nº. 4 del Panel nº. 13.

Fig. 27.- Plano y perfil del Panel nº. 14.

El Panel nº. 14 se ubica a 3 m. hacia el SE. del anterior (Fig. 27), en un extremo elevado de la laja. Se trata de un pequeño círculo de 24 cms. de diámetro con surcos de 40/4 instalado en una especie de mesa de reducidas dimensiones ligeramente elevada de la superficie de la roca unos 15 cms.

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Fig. 28.- Plano y perfiles de los paneles 15 y 16.

34 2.1.4. El Complejo nº. 4. Está constituido por un grupo de grandes rocas de 4,5 m. por 4,1 m., con una altura máxima de 1, 10 m. (Fig. 28). Este complejo lo hemos estructurado en tres paneles porque los dos más grandes se sitúan en superficies ubicadas a distintas alturas (Fig. 28, perfil C-D). Así el Panel nº. 15 es el más alargado (Fig. 28, perfil A-B, y el nº. 16 es el situado en la roca más alta del batolito (Fig. 28, perfiles C-D y E-F). Habría que señalar la existencia de un Panel nº. 17 integrado únicamente por una coviña, el cual se sitúa en una roca inmediata por el NO. al Panel nº. 16 (Fig. 28, perfil E-F). En el Panel nº. 15 se pueden distinguir dos sectores separados por una diaclasa. En total mide 3,6 m. po 1,4 m. En el Sector SE. vemos un pequeño círculo de 12 cms. de diámetro, con un anillo de sección 25/4 y coviña central de 50/11, el cual posee un surco de salida de 19 cms. de longitud, con una sección de 35/6. Rodeando el círculo hay una orla de coviñas del tipo 30-35/2-6. Una coviña de 60/6 se superpone al anillo, mientras otras dos al surco de salida, bien en su trayectoria (40/7), bien a su remate final (45/9). Completan este sector un círculo de 16 cms. de diámetro con un anillo de 40/5, y varias coviñas más, la mayor de ellas de 65/16. La descripción del Sector NO. la vamos a iniciar en el extremo SO., donde vemos aprovechando unos mamilos prominentes que coronan la superficie de la roca (Fig. 28, perfil A-B), el trazado irregular de una gran figura ovalada de 73 cms. por 43 cms., de surco poco perceptible (sección de 35/2) la cual delimita la turgencia por su arranque. En su interior hay dos pequeños círculos de 14 cms. y 17 cms. de diámetro respectivamente con coviña central. El situado más hacia el E. ha sido profundamente grabado, con una sección para el anillo de 50/7, y una coviña central de 55/12, además de poseer un breve surco de salida. Entre ambos círculos fueron grabadas tres coviñas de 60/10, 60/11 y 75/18, ligadas por trazos. De éstas, hacia el NO. parte un surco de 50 cms. de longitud con una sección de 50/7. Hacia el SO. parte otro surco que conecta con otra coviña de 130/50, y esta a su vez con otra de 90/28. Junto a éstas por el NO., y bajo el óvalo, al que se asocia mediante un trazo vemos dos coviñas asociadas de 70/12 y 6080/5. En el interior del óvalo aún se aprecian algunas coviñas y trazos más. Más hacia el SO. fue grabado un círculo radiado de 25 cms. de diámetro diseñado con surcos de escasa calidad, de sección 35/3. A su lado constan los anillos y la coviñas central de una pequeña combinación circular aparentemente incabada. Hacia el NO. de éstos diseños se grabó una gran cantidad de coviñas, las mayores de las cuales son de 65/4, 85/18 y 90/21, así como dos coviñas ligadas por un surco recto corto de 60/14 y 35/5. Hacia el NO. del óvalo hay un conjunto de coviñas de 110/30, 95/21, 55/14 asociadas mediante surcos, de las que sale un trazo rematado en una coviña de 65/10, la cual se superpone a una de las líneas de salida de las coviñas situadas dentro del óvalo. Más hacia el NO. aparecen tres rebajes de aspecto irregular, de 100-210/10, 130-230/16 y 100-170/9. Estas fioguras fueron grabadas en el extremo de la superficie de la roca, en un pequeño plano inclinado previo a la caída en vertical. Del rebaje central parte una línea ondulante de 67 cms. de longitud con una sección de 35/4 acabada en una coviña de 55-70/11. Junto a los rebajes hay un pequeño círculo de 11 cms. de diámetro con coviña central y un corto surco de salida. Junto al remate de la línea ondulante antes mencionada, una figura cruciforme griega con brazos de 14 cms. y secciones de 35/2. Junto a ésta hay un círculo de 16 cms. de diámetro, así como varias coviñas, la mayor de las cuales es de 45/5. Completan el panel dos coviñas más situadas hacia el NO., la mayor de ellas de 85/14. El Panel nº. 16 se sitúa hacia el O. del anterior en una roca elevada sobre esta de

35 unos 40 cms., midiendo 1,3 m. por 1,85 m. En el centro del panel destaca una gran coviña de 95/28, con un surco de salida de asociado a otros trazos. Por el NO. de esta figura consta un conjunto de coviñas de 40/4-9. A continuación, más hacia el NO. hay un círculo de 13 cms. de diámetro don un surco de salida acabado en una coviña de 50/5. Junto a estos motivos vemos también un rebaje de aspecto irregular de 110120/12. Completan el panel algunas coviñas más. 2.2. Estudio general. 2.2.1. La estación de grabados rupestres de O Alargo dos Lobos. Como se deduce por la descripción general, los grabados aparecen dispersos por una serie de rocas próximas en un punto geográfico concreto. Las fotografías aéreas nos han permitido comprobar la existencia de más afloramientos graníticos cercanos, si bien de mucha menor entidad, que tampoco hemos podido examinar. En este lugar específico del Alargo dos Lobos, pocas han sido las superficies que han quedado sin usar, si bien se habrá de considerar el haberse realizado antiguas pequeñas labores de cantería que habrán podido hacer desaparecer algunos grabados. Se trata de una estación con gran profusión de paneles, aunque la mayoría son de reducido desarrollo artístico. Estaciones con esta misma característica son conocidas en otros lugares, como por ejemplo en Agualonga (Valadares, Vigo)23, o Fonte da Plata (Morgadáns, Gondomar)24. En este tipo de estaciones rupestres, múltiples paneles se disponen en rocas próximas, a veces quedando pocas superficies pétreas sin grabar. Por la concentración de motivos en un mismo lugar más o menos amplio, pero en diferentes paneles, el Alargo dos Lobos es en cierto modo análogo a la cercana e inédita estación de A Pedra Sardiñeira, emplazada a 300 m. hacia el O. en la otra orilla del río25. Se compone esta estación de un elevado número de paneles, aproximadamente una veintena, dispersos en rocas cercanas, en un espacio ampliamente rocoso de forma cuadrada de 100 m. de lado, si bien en este caso el número de rocas exentas de grabados es considerable. La inmensa mayoría de los paneles están integrados por algunas coviñas, generalmente no muchas, a veces una o dos, mientras las combinaciones circulares que hemos podido identificar no pasan de cuatro pequeñas unidades. Por la fotografía aérea vemos que este sitio de A Pedra Sardiñeira es un roquedo aislado Un patrón semejante, es decir, la concentración de grabados en un mismo espacio se puede apreciar en la estación del Outeiro dos Lameiros (Baiona)26, si bien en este caso los petroglifos se sitúan en los márgenes, en el interior y en el entorno de un rellano abrigado de la ladera de la serranía, y en un área más amplia. Ya diferente es el patrón de emplazamiento de los petroglifos del área Rego Novo - Lágoa Seca, zona de concentración de manifestaciones rupestres situada hacia el NO. de Amoedo (Fig. 2)27, en los comienzos de la serranía, donde una docena de paneles se disponen en un arco de 300 m. de diámetro rodeando una leve vaguada parcialmente endorreica. En este caso, en algunos puntos, si han quedado muchas rocas sin insculpir. 23

Costas Goberna, F. J. (1984:144 y ss.). Costas Goberna, F. J., Domínguez Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1986: 111-1119 y figs. 6 y 7). 25 Agradecemos nuevamente al Sr. Antonio Graña el habernos mostrado la existencia de esta interesante estación. 26 Costas Goberna, F.J. (1984:15 y ss.) 27 Seoane-Veiga, Y. (2006) ; Santos Estévez, M. (1996) 24

36 Más diferentes aún son los casos de los grandes complejos rupestres con un elevado número de grabados realizados en una misma roca, a veces despreciando las cercanas, como por ejemplo el del Coto Barcelos (Mougás, Oia)28, pero en ocasiones, tampoco se disponía de otras junto a aquéllas, como por ejemplo en algunos paneles de Gargamala (Mondariz)29, y también en Portaxes 1 (Tebra, Tomiño)30. La génesis y evolución de cualquier tipo de estación que se escoja, siempre vendrá definida por la constante y/o periódica afluencia a un mismo lugar de gentes portadoras de una tradición rupestre. Estas estaciones son la consecuencia de procesos de concurrencia y emulación31, producto de individuos que al llegar al mimo lugar se veían estimulados por los grabados preexistentes, y procedían a realizar nuevos diseños, quizás como una reactualización ritual de aquellos viejos petroglifos. En el curso de estas sucesivas adiciones, la insculturación de los nuevos grabados se practicaba junto a los anteriores, a veces asociándolos, o incluso superponíéndolos ligeramente, nunca de un modo destructivo. Estas repetidas y ulteriores adiciones, podrían pertenecer a un mismo estrato cultural, pero no faltan casos de añadidos en ciclos culturales posteriores. La elucidación de este último aspecto se abordará en el epígrafe siguiente (cf. apartado 2.2.2, pgn. 39). Esta constante concurrencia a un mismo lugar durante prolongados períodos de tiempo que abarcan varios milenios debe contar con una explicación coherente. Muy interesante era la idea de A. M. S. Bettencourt, que al hablar de los petroglifos del Norte de Portugal32, veía en ellos el testimonio de la confluencia periódica y estacional a estos sitios de comunidades en busca de pastos más adecuados. Serían como lugares centrales de alto valor sagrado, donde en épocas señaladas se llevarían a cabo rituales comunitarios. Esta tesis, que ya había sido manejada con anterioridad por M. Santos33, aunque de un modo poco convincente, sería en principio viable para explicar cierto tipo de grandes petroglifos aislados, pero su fragilidad queda de manifiesto al observar las dispersiones rupestres existentes en las Rías Baixas, en áreas como Campolameiro, Gargamala, o éste del área de Amoedo. Habría que hablar de numerosos puntos centrales, muy cercanos unos a otros, e incluso de escaso valor en muchos casos, porque la diferenciación entre estaciones grandes y estaciones pequeñas34, explicando para esta diversidad de apariencia, razones de distribución geográfica, es completamente irreal. Júzguese el caso del presente Alargo dos Lobos, para que sirva ejemplo. A nuestro modo de ver, la explicación se obtiene de otro modo. Desde siempre hemos defendido la idea de que los petroglifos, al margen de su tipología, exceptuando los recientes de término, son obra de pastores35, sin otras especiales connotaciones, exceptuando su evidente sentido religioso. Esta certidumbre deriva de la observación de los patrones de emplazamiento geográfico, que en general aluden a ambientes de serranía con un entorno de suelos muy pobres desde un punto de vista agrícola, cuando ello es posible (por ejemplo a veces se trata de áreas con fuertes 28

Costas Goberna, F. J. y Pereira García, E. (2006). Costas Goberna F.J., Novoa Álvarez, P. y Albo Morán, J.M. (1990). 30 Costas Goberna F. J. (1987). 31 Fernández Pintos, J. (s/f y 2012:) 32 Bettencourt, A. M. S. (2010). 33 Santos Estévez, M. (1999:110). 34 Santos Estévez, M. (1999:109). 35 Fernández Pintos, J. (1993:121). 29

37 pendientes). A una escala de mayor detalle pudimos observar que numerosos petroglifos se sitúan en laderas o cimas de pequeños outeiriños o cotos rocosos, o en los bordes de terrazas, desde los que se contemplan amplias áreas de pastos. Desde estos puntos hay un buen control del territorio inmediato. Evidentemente la actividad pastoril no se reduce a subirse a un coto y desde allí controlar impasiblemente al ganado que pasta a sus pies; pero esa situación de privilegio visual de los petroglifos sobre zonas de pasto es incuestionable. Sin embargo, la estación de O Alargo dos Lobos no concuerda con este tipo de emplazamiento elevado. Se trata en su mayoría de una serie de rocas de tipo laja, apenas perceptibles desde lejos, si exceptuamos las integrantes del Complejo nº. 4, que no obstante podrían haber servido de punto de referencia paisajístico por tratarse de peñascos relativamente sobresalientes, enmarcados en un espacio aplanado. No obstante el sitio sí es perfectamente visible desde la ladera opuesta al curso del río a causa de la progresiva pendiente de esta zona. No es pues un punto que pase desapercibido en un paisaje abierto, lo cual además cororborarán los análisis palinológicos que comentaremos más abajo (cf. apartado 3.1., pg. 52). No obstante, ya lo hemos indicado más arriba, se trata de un área con tendencia a anegarse, y por lo tanto, de carácter pastoril en ciertas épocas del año, a medida que se reducen los episodios lluviosos. La topografía y las rocas del lugar son éstas y no otras, por lo que para hacer un uso ritual de ellas análogamente a como se llevaba a cabo en lugares cercanos con privilegio visual, no había otra alternativa. Pero además desde estos petroglifos con una vegetación baja se debía controlar casi todo el valle. El hecho de estar junto a la misma ribera de un río, no creemos que sea un hecho relevante, si bien debemos tener en cuenta que algún petroglifo ha aparecido asociado directamente con el curso de torrentes, como el famoso del Río Vilar (Pedornes, Oia) 36. Es un tipo de emplazamiento excepcional, y además, en O Alargo dos Lobos no había otra opción. En este análisis tampoco queremos dejar pasar por alto la circunstancia de situarse la estación en medio de una ruta de comunicación local. En efecto, según nos han comentado los vecinos, por la estrecha franja que separa los Complejos nº. 1 y nº. 2 discurría la ruta que comunicaba Borbén al NE. con la Depresión Meridiana en Os Valos, hacia el SO. el cual todavía es perceptible en la actualidad. Esta ubicación de estaciones arqueológicas junto a vías de comunicación ha sido muy explotada recientemente por algunos investigadores, que a fin de cuentas, acabaron por descubrir lo obvio: que las personas se mueven por los lugares más accesibles. Si hablamos de pastores, no habremos de olvidar que su actividad se desarrollaba en un amplio espacio, atentos a la evolución de los rebaños, procurando que no se dispersasen, y reconduciéndolos hacia zonas de más fácil control, subiendo y bajando laderas, yendo de un lado para otro, y todo esto de un modo continuo. Es evidente que estos movimientos de los rebaños buscando mejores pastos, tendrían que verificarse por los lugares más fácilmente transitables. Ciertamente no han descubierto nada que no se supiese ya. Sin embargo, con la sobrevaloración de esta obviedad en algunos casos, y entre otros motivos, se trataba de relacionar los petroglifos con los poblados que la arqueología ha estado sacando a la luz en las últimas décadas, y que todo parecía apuntar a que se trataba de pequeñas comunidades portadoras de una rudimentaria 36

Costas Goberna, F. J., Novoa Álvarez, P. y Sanromán Veiga, J. A. (1993:135).

38 economía agropastoril. Combinando estos datos se llegó a diferentes conclusiones, tan ingeniosas como artificiales. Así haciendo un burdo uso de la etnografía se conjeturó que los petroglifos debían suponer señales de apropiación de aquellos pastizales, como advertencia para futuros advenedizos que circulasen por ese itinerario37. Sin embargo, para M. Santos38 dado que estamos en una época de segmentación territorial y que aquellas comunidades vivían en las serranías, y dado que según este autor, los petroglifos suelen estar situados en sus márgenes inferiores, los grabados rupestres no serían otra cosa que marcas territoriales externas, es decir, funcionarían a modo de fronteras en la construcción de los territorios de aquellas comunidades. Un simple examen del mapa de la Fig. 2 revelará sin dificultades que ni de rutas ni de territorios, ni de señales coercitivas se puede hablar si se pretende actuar con propiedad. Pero además, no vemos cómo adaptar estas hipótesis para explicar la existencia de petroglifos en la cumbre del prominente Monte de San Trega39 en A Guarda, donde posteriormente se establecería un poblado galaico-romano40: ni se trata de un pastizal de especial importancia, ni aquellos se sitúan en ruta alguna, ni suponemos que ninguna comunidad querría reducir su existencia a vivir en la cima pedregosa de este lugar. Tratar de manejar este u otro tipo de hipótesis con tintes de viabilidad exige el previo estudio interno de los grabados rupestres, algo que no realizaron aquellos autores, que simplemente se limitaron a emitir conjeturas derivadas de la simple observación visual, y todo ello en un marco teórico ya predefinido. Estas teorías parten de esquemas muy simplificados como por ejemplo el de hablar de petroglifos tomados de un modo general, sin precisar ciclos culturales, ni dispersiones territoriales concretas, circunstancias que ya hemos dejado perfectamente definidas hace tiempo41 2.2.2. Análisis morfológico e iconográfico de los motivos. 2.2.2.1. Consideraciones previas. Tal como ya hemos expuesto en el examen descriptivo de la estación de O Alargo dos Lobos, la integran 17 paneles con grabados rupestres de distinta importancia, desde los más reducidos con una coviña (nº. 18) o un par de ellas (nº 8 y 9), hasta los grandes conjuntos representados por los paneles nº. 12 y 13. En estos paneles se observa la existencia de varias tipologías ya clásicas en el Arte Rupestre Gallego: coviñas, escotaduras, improntas de ungulados, combinaciones circulares, cuadrúpedos, entre ellos una escena de monta, líneas amorfas, y un cruciforme. Todos o parte de estos motivos pueden coincidir en un mismo panel, pero ello no es argumento válido para hablar de sincronicidad. La contemporaneidad o extemporaneidad de las tipologías han de quedar determinadas por las característica de la insculturación de los mismos motivos, y no por la imaginación o los intereses del investigador. El modo de aproximación a este tema pasa por el examen de estratigrafías horizontales, verticales (superposiciones), configuración de paneles autónomos, y disparidad en la calidad de los surcos.

37

Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994-95). Santos Estévez, M. (1999). 39 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:64 y ss.) 40 Peña Santos, A. (1986). 41 Fernández Pintos J. (1993). 38

39 Debemos ya adelantar que no hemos obtenido resultados relativos a una hipotética estratigrafía horizontal que permitiese hablar de motivos más antiguos que otros. Como excepción podría manejarse en cierto modo un análisis dell panel nº.12 en cuyo sector inclinado se centran los motivos naturalistas. Sin embargo, en otras estaciones no es raro ver paneles casi verticales con cuadrúpedos. Hay varios paneles donde constan únicamente combinaciones circulares (nº. 6 y nº. 13), pero ello no nos parece significativo. Lo normal en esta estación es la coincidencia en un mismo panel de coviñas con otros motivos, prioritariamente combinaciones circulares, aunque esto no es óbice para suponer una contemporaneidad de ambos tipos tal como veremos más abajo. Respecto a la comparación de la calidad de los surcos entre motivos, sí podemos mencionar dos hechos. En el panel nº. 16, tanto el cruciforme griego como el círculo con cuatro radios, aún habiendo sido realizados con instrumento lítico, presentan un surco de aspecto grosero, aún siendo escasamente perceptibles, es decir, sin una especial erosión, si se compara con los motivos con los que comparte panel. Ya desde hace tiempo este tipo de motivos no se consideran prehistóricos42. El otro caso relevante es el que atañe a la escena de equitación del panel nº. 12. El surco que define sobre todo el cuerpo del jinete presenta mucha menor patina que cualquiera de los círculos de este mismo panel, incluso considerando que esa cara casi vertical presenta una mayor erosión superficial que el resto de la roca. Hay además que añadir la diversidad técnica de ejecución que diferencia a ambos tipos de grabados. Estamos por lo tanto ante otra importante diacronía. De mayor interés son los resultados obtenidos al buscar estratigrafías verticales. En la Figura 29 se muestran los casos documentados en esta estación. Exceptuando los ejemplos del Panel nº. 12 (Fig. 29: 7 y 9), en los restantes casos, se trata de superposiciones de coviñas sobre combinaciones circulares. Estas superposiciones se producen tanto sobre el anillo externo, como el interno, como sobre las figuras asociadas a los citados círculos. No suelen ser ni muchas unidades juntas, ni tampoco especialmente muy grandes, a lo sumo del tipo 50/12. Sin embargo en el Panel nº. 15, se aprecia la superposición mutua de dos combinaciones de coviñas conectadas por trazos. Algunas de estas coviñas son ya de mayor entidad oscilando entre 55/14 y 130/50. De distinta enjundia son las pequeñas coviñas aparecidas superpuestas sobre el anillo interno de la figura nº 7 en el Panel nº 13 (Fig. 29:4). En principio son unidades de escaso desarrollo, en todo semejantes a las que rellenan el espacio central e interanular de esa combinación circular, la cual además responde a una tipología específica y bien conocida. Pero aquellas tres coviñas están incuestionablemente superpuestas sobre el anillo, y dudamos que se trate de "errores de ejecución" al fallar en el impacto del percutor. A nuestro juicio, es también otra superposición más, si bien la tipología del motivo de coviña usado no desentona con la forma de las coviñas usadas par la realización del círculo. En esta misma figura del Panel nº. 13 existe en el espacio interanular una gran coviña, la cual posiblemente sea también un añadido posterior. Otra superposición rara es la que afecta al círculo nº 3 también de este panel. Estamos en este caso ante una especie de rebaje, por lo que quizás mejor que de superposición habría que hablar de manipulación diacrónica. 42

Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:100).

40 Quedan por último citar las tres superposiciones halladas en el Panel nº. 12. Vemos así como sobre la figuración de una impronta de ungulado se superponen las extremidades posteriores y las orejas de dos cuadrúpedos. Consta también la ligera superposición de la figura nº 16 sobre la nº . 5.

Fig. 29.- Superposiciones detectadas en los paneles del Alargo dos Lobos. Diseños a diferentes escalas.

41 De este examen podemos deducir varias conclusiones. La primera es la frecuente superposición de coviñas sobre combinaciones circulares. Esta usual eventualidad ya la habíamos indicado hace tiempo43, vendría a confirmarla casos como el panel nº 6 de O Preguntadouro (Chandebrito, NIgrán)44, la estación de la Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)45, y volvemos a encontrarla otra vez en el Alargo dos Lobos. Estamos ante una evidencia tan extendida46 que forzosamente ha de ser entendida como una diacronía posterior a las combinaciones circulares. La superposición de cuadrúpedos sobre las supuestas improntas de ungulados es un tema de gran importancia, dado que hasta el momento no se contaba con una información precisa que permitiese valorar la posición cronológica relativa de esta tipología rupestre, por lo demás, muy rara, con pocos casos conocidos. 2.2.2.2. Las combinaciones circulares. En la estación del Alargo dos Lobos se han identificado un total de 47 combinaciones circulares, presentes en 14 de los 17 paneles. Estas combinaciones circulares responden a varias tipologías (Fig. 30). En el panel nº. 13 se localizan las de tipo Tensiñas (Fig. 30:1), caracterizadas por estar integradas por dos anillos muy separados, el interior muy pequeño, con coviña central, y el espacio interanular relleno por multitud de coviñas. Esta tipología la encontramos en otros paneles del sector meridional del área de Amoedo como son el epónimo de As Tensiñas47, Chan do Castro48, y las cercanas y aún inéditas de Pedra Sardiñeira, mientras la de Légoa Seca49 la encontramos en el sector N. El tipo Alargo dos Lobos se ofrece como una combinación circular de dos anillos externos juntos que dejan un amplio espacio central reservado a la insculturación de coviñas (Fig. 30:2), y donde no se individualiza de un modo claro una verdadera coviña central. Este tipo sólamente lo encontramos en el panel nº. 13. La clásica combinación circular de tipo multianular (Fig. 30:3), tan común en el Arte Rupestre Gallego, a duras penas está representada en el Alargo dos Lobos. Cuatro sencillas combinaciones circulares en los paneles nº. 5, 10 y 13, son las únicas muestras detectadas. Este tipo de combinación circular abunda sin embargo en la zona de petroglifos del área N. de Amoedo. Las pequeñas combinaciones circulares monoanulares (Fig. 30:4) con coviña central aparecen 11 veces, con presencia en muchos paneles, aunque sin embargo, es en el complejo nº. 4, sobre todo en el panel nº. 15, donde más ejemplos encontramos. Este tipo de círculo puede tanto aparecer de un modo solitario como con un surco de salida, a veces desarrollado. Constan también varios ejemplos del tipo policupular (Fig. 30:5), consistente en un círculo cerrado relleno de pequeñas coviñas. En líneas generales, y en lo que afecta a otras estaciones, se trata siempre de un tipo muy homogéneo, de figuras de no muy 43

Fernández Pintos, J. (1993). Fernández Pintos, J. (2001). 45 Fernández Pintos, J. (2012:). 46 Fernández Pintos, J. (s/f). 47 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:88, fig. 24) y Sobrino Buhigas, R. (1935). 48 Santos Estévez, M. (2010: fig. 3.26). 49 Galovart, J. L. (s/f: http://jlgalovart.blogspot.com.es/2008/12/arte-rupestre-en-pazos-de-borbn.html). 44

42 desarrolladas dimensiones, mejor con tendencia a ser de pequeño tamaño, repletos de diminutas coviñas, y apareciendo usualmente solitarias, e incluso en no pocos paneles en áreas periféricas, como por ejemplo en los paneles nº. 1, 3 y 4. Dentro de este tipo debemos individualizar el panel nº. 7.

Fig. 30.- Tabla de motivos circulares.

Respecto al tipo monoanular simple, es decir, consistente en un mero aro (Fig. 30:6), vemos casos de pequeño tamaño en los paneles nº. 5 y 10, y otros de mayores dimensiones (paneles nº. 2 y 13), que no obstante habremos de tomar con prudencia pues el interior de esos círculos quizás contasen con grabados en sus orígenes los cuales en la actualidad estén perdidos a causa de su escasa incidencia y la actuación de los agentes erosivos, tal como lo sugiere la existencia de lo que parecen ser restos de antiguos trazos, hoy desaparecidos. Por último señalar la existencia de un círculo segmentado por dos diámetros en forma de cruz de pequeñas dimensiones (Fig. 30:7), y con un surco de escasa calidad, todo lo cual nos lleva a proponer para este caso una cronología no muy antigua, quizás ni siquiera medieval. Curiosamente, a pesar de la gran cantidad de combinaciones circulares detectadas en esta estación, apenas constan tres casos de composiciones (Fig. 31). Los ejemplos más representativos son aquellos definidos por una combinación circular básica a la que se asocia un segmento curvo, relleno o no con coviñas (Fig. 31: 1, 2 y 3). En el panel nº. 13 encontramos una figura de complejo desarrollo (Fig. 31:4), a base de una combinación circular cuyo anillo externo se prolonga y engloba un espacio

43 segmentado, recordándonos tanto éste como los ejemplos precedentes algunas figuras de A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)50. De estos casos de asociación de combinaciones circulares detectados en el Alargo dos Lobos queremos destacar por su importante contenido el que se encuentra en el centro del panel nº. 1 (Fig. 31:2). En medio del panel vemos los vestigios de una combinación anular, tal vez del tipo multianular, de la cual sin embargo sólo quedan restos, pero cuya conformación general se adivina por el examen de la fotografía con luz rasante. A esta original combinación circular cincelada con escaso vigor, se asocia una unidad del tipo policupular, trazada con un surco más relevante, y en la cual se aprecia perfectamente cómo se adapta a la forma circular del anillo externo de la primera. Las diferencias de la técnica de ejecución de ambos motivos, son muy elocuentes, y ello muy probablemente deba ser entendido como una asociación realizada diacrónicamente, a partir de un motivo previamente existente, más antiguo.

Fig. 31.- Tabla de composiciones de las combinaciones circulares (diferentes escalas).

Esta posibilidad se deduce de la confrontación del estilo de los surcos, y es por ello que creemos que es viable. Lo mismo puede estar aconteciendo en el panel nº. 12, en las figuras nº. 4 y nº. 5 (Fig. 31:1), y si bien aquí la diferencia de los surcos no es significativa , sí lo es el hecho de que la figura nº. 5 se adapte a las formas derivadas del diseño de la figura nº. 4. Otro caso es el de la figura nº. 5 del panel nº. 13 (Fig. 31:3). Aquí vemos un pequeño círculo policupular al que se le adapta un óvalo grande, también con ostensibles diferencias en las técnicas de ejecución de los surcos de ambos motivos. Quizás estemos una vez más ante otro caso de asociación diacrónica. La cuestión de las asociaciones diacrónicas, como acabamos de ver puede entreverse fácilmente en algunas de las composiciones que hemos examinado. Pero ello no nos debe extrañar si observamos detenidamente otros paneles de esta misma estación. Por ejemplo, si tomamos los paneles nº. 2, 4, 5 o 10, vemos que en las superficies de las rocas se grabaron un serie de círculos muy próximos, pero no 50

Fernández Pintos, J. (2012: pgn. 13; figs. 10, 3 y 4).

44 asociados. Es decir, estos paneles son el resultado de la acumulación progresiva de grabados más o menos extendidos a lo largo de un segmento temporal, aún por concretar. Comparten panel, pero no se asocian, y además responden a distintas tipologías. Esta dinámica es también la que afecta al panel nº. 13, pero con matices. Se aprecia en este panel una profusión de combinaciones circulares del tipo Alargo dos Lobos, siendo curiosamente el único panel de toda la estación en el que están representadas. A nuestro modo de ver, aún considerando esta circunstancia, tampoco quizás dejen de ser grabaciones diacrónicas, si bien, respondiendo a una misma tipología, por otra parte exclusiva. La explicación a esta eventualidad debe radicar en un proceso de concurrencia y emulación, según el cual, los futuros artistas ante la imagen de una figura antigua cuyo significado conocen, grabarían una nueva junto a la anterior, y además con cierta proclividad a imitar su forma51. Pero también podría ocurrir que los motivos mas modernos sean de diseño y contenido distinto, por lo que la adición respondería entonces no obstante al tema de la articulación de los ciclos artísticos. Esto es lo que ocurre en el panel nº. 12, donde combinaciones circulares, cuadrúpedos y coviñas coinciden en un mismo panel, pero cronológicamente están muy separados y configuran estratos culturales desiguales. En esta estación hemos obtenido algunos datos relativos al modo de conducta de los artistas en el tallado de los círculos. Abundan los casos de insculturación incompleta de los motivos, que no pueden ser explicados por razones erosivas. En el panel nº. 7 vemos un círculo de tipo policupular y un conjunto circular y compacto de coviñas análogas al anterior. En el examen del primero observamos que las coviñas internas fueron grabadas previamente a la factura definitiva del anillo, tal como lo documenta el trazado del sector SE. de ese círculo. Respalda además esta hipótesis la existencia del otro conjunto de coviñas, las cuales probablemente hayan permanecido sin haber sido ceñidas por un círculo, que sí debía estaba proyectado. En el panel nº. 4, también tenemos un caso de una combinación circular de dos anillos que quedó claramente a medio facturar. Por último, la figura nº. 4 del panel nº. 12 posee un anillo externo incompleto de grabado muy difuso, sólamente visible en algunos sectores, del cual sospechamos que tampoco fue acabado. Este tema, es decir, el dejar motivos a medio hacer, que se puede comprobar en otras estaciones, plantea una serie de interrogantes que por el momento no estamos en condiciones de responder. Insistimos en que la erosión no fue la causa de la desaparición de los grabados, porque simplemente nunca fueron realizados, o bien, como mucho, se rayó superficialmente la roca, pero desde luego, en los casos señalados no se materializó el trazado de los surcos, ni siquiera someramente. De estos datos se deduce la inconstancia en el grabado de los motivos, al menos en los casos señalados, que puede llevar a ser abandonados definitivamente sin haber sido acabados. Además todo ello induce a pensar que un mismo motivo, una vez planificado, si es que se realizaba un proyecto previo, no era realizado de una vez, sino en sucesivas etapas, y a lo mejor, por distintas manos sin planificación previa. en consecuencia, estaríamos ante un proceso parecido al que hemos estudiado respecto de los círculos centrales del panel nº. 1. La inconclusión de un motivo tal vez se deba entender como causa de una muy breve estadía en el lugar.

51

Fernández Pintos, J. (s/f).

45 Algunas de las combinaciones circulares de esta estación poseen lo que venimos denominando convencionalmente como surcos de salida, denominación que usamos siguiendo la tradición arqueológica rupestre gallega, y que de momento no ha sido sustituida por una alusión más adecuada. Se definen por un trazo que se puede originar bien en el centro de la combinación circular, en su coviña central, bien en el anillo externo, y que discurre sobre la superficie de la roca. Los hay de tipo breve, con corto desarrollo, desde el anillo externo, como en el panel nº. 1, 4, 5, 10 y 15 hasta los de mayor recorrido como los largos y ondulantes de los panel nº. 3 o nº. 6. De todos ellos queremos destacar los ejemplos señalados por los círculos nº. 9 del panel nº. 12 y nº. 7 del panel nº. 13. En ambos casos, cortos surcos de salida concluyen en una diaclasa, una hendidura en el primer ejemplo, y una concavidad alargada en el otro caso. De un examen de los restantes señalados podemos comprobar que tras un recorrido más o menos largo, los surcos de salida rematan sin otra particularidad sobre la misma superficie de la roca. A este tipo de vínculo ya hemos hecho referencia en trabajos anteriores52. La intencionalidad de esos pequeños trazos que ponen en contacto una combinación circular con una diaclasa es la de vincular al motivo circular con el entorno natural circundante: la diaclasa se convierte en el conducto simbólico usado para comunicar la entidad representada en el interior del panel rupestre con la realidad externa a la roca. Otro tema de gran interés es el caso de las ocupaciones mamilonares, tendencia que ya hemos sistematizado hace años53, y sobre la que hemos insistido recientemente54. En la estación del Alargo dos Lobos la hemos documentado en los dos círculos del panel nº. 2, en el motivo nº, 6 , del panel nº. 12, en los motivos nº. 3, 5, y 7 del panel nº. 13, y en los dos grandes círculos del panel nº. 15. Todos los casos señalados se caracterizan por la delimitación o adaptación de los círculos a las protuberancias existentes en la superficie de la roca. Estas formas mamelonares prominentes, son muy típicas del modelado granítico. Estas turgencias pueden ser muy desarrolladas pero en el Alargo dos Lobos, en general son de escasa proyección, lo cual lleva implícito un estudio minucioso previo de las superficies. Muy interesante es el caso del panel nº. 13, extensa laja donde dominan las superficies lisas, pero donde también constan tres amplias aunque apenas e imperceptibles prominencias, que pasarían desapercibidas si se contempla la roca desde un punto de vista general, pero que sirvieron para asentar combinaciones circulares. Otro caso de importancia es el del pequeño círculo nº. 6 del panel nº. 12. también ciñendo una diminuta protuberancia. En los casos de ocupación mamilar, la combinación circular tiende a adaptar su trazado a la configuración general de la turgencia, a veces delimitándola por su arranque, y casi siempre funcionando a modo de curvas de nivel si el mamilo es muy desarrollado en altura. Tanta y tan reiterada preocupación por procurar un mamilo, aunque se trate de una ligera elevación casi imperceptible, lleva inevitablemente implícita la intencionada búsqueda y detección de estas formas naturales, muchas veces casi sin importancia visual, para usarlas como soporte del trazado de los círculos. La valoración positiva de estas concretas características naturales de las rocas graníticas debe forzosamente implicar un cierto contenido simbólico, que de momento no alcanzamos a comprender, pero que es fácilmente perceptible en los frecuentes usos de grandes prominencias pétreas. 52

Fernández Pintos, J. (1989a). Fernández Pintos, J. (1993:120 y fig. 2) 54 Fernández Pintos, J. (2012:14) 53

46 2.2.2.3. Improntas de ungulados y otros motivos. En el sector inclinado N. del panel nº. 12 constan dos curiosos diseños que por su rareza merecen un estudio aparte. Se trata de lo que hemos identificado como improntas de bóvido y una figura triangular (Fig. 32). En el centro de este sector N. del panel nº. 12 vemos dos rebajes simétricos que recuerdan las improntas de bóvidos. En realidad su conformación es un tanto geométrica resultando dos escotaduras de aspecto subrectangular, y además, de una de ellas parte un surco que remata en una diaclasa, imitando a los típicos surcos de salida de las combinaciones circulares que acabamos de examinar. No obstante la semejanza formal con otros casos conocidos como los ya clasicos de A Pedra das Ferraduras (Fentáns, Cotobade), es obvia, aún a pesar de su geometrización. No obstante el tema de las improntas puede ser complicado si hacemos referencia a las escotaduras de los paneles nº. 15 y 16, donde se observan una serie de rebajes de formas redondeadas que en algún caso evocan lejanamente la forma de una impronta de pie humano, pero en otros no, por lo que quizás la apariencia de una huella de hombre sea casual (véase el apartado 2.2.2.5, pg. 48).

Fig. 32.- Otros motivos.

El otro motivo curioso del panel nº. 12, lo define esa figura de aspecto triangular con el interior segmentado por una apretada serie de líneas oblicuas que delimitan una retícula. No es fácil establecer ante qué estamos, si se trata de un ideograma o sencillamente de un objeto que no alcanzamos a identificar. Se individualiza perfectamente, por lo que no lo podemos considerar el resultado de un desarrollo casual. Sin lugar a dudas, mantiene un vago parecido con los célebres escutiformes de los petroglifos de armas. No obstante, la comparación de ambos motivos revelará también obvias diferencias. 2.2.2.4. Los cuadrúpedos. Uno de los principales atractivos de esta estación es la presencia de la figuración de varios cuadrúpedos, uno de los cuales es un équido con su jinete. En el ámbito del Sur de la Ría de Vigo, el hallazgo de una representación de animales es siempre un acontecimiento de importancia dada su extrema rareza. Algo más abundantes son en el

47 extremo SO. de la provincia de Pontevedra, pero tampoco de un modo particularmente especial55.

Fig. 33.- Representaciones de cuadrúpedos en el área de Amoedo. (1) Alargo dos Lobos; (2) As Tensiñas 3; (3) As Tensiñas 456 ( a diferentes escalas).

En el área de Amoedo se conocen otros dos casos más de figuraciones animalísticas (Fig. 33). De la estación de As Tensiñas proceden los otros dos ejemplos. En As Tensiñas 3 (Fig. 33,2) vemos dos animales corriendo, el posterior un ciervo. El que va delante podría ser una cierva, y en consecuencia estemos ante una escena de acoso a la hembra propia de la época de brama. La asociación a la combinación circular allí existente de los animales es también obvia, pero además de apreciarse ligeras superposiciones, tal como ya expondremos más adelante (véase apartado 4.2, pg. 72), pertenecen a épocas distintas, siendo los animales más recientes cronológicamente. Ya una verdadera escena de acoplamiento sexual parece asistirse en el desaparecido panel de As Tensiñas 4 (Fig. 33,3), donde de un ciervo macho adulto, ubicado en la zona más alta del panel, parten dos surcos paralelos que conectan con los cuartos traseros de un animal que presumiblemente sea una cierva. Se trata de un tema sin verdaderos paralelos en el Arte Rupestre Gallego, pero ello no excluye la viabilidad de esta interpretación, dado que hay más casos donde se recogen otros ejemplos del comportamiento sexual de los animales propia de la época de celo. De más controvertida comprensión es el caso del panel nº. 12 del Alargo dos Lobos (Fig. 33,1). Vemos en él un jinete montado probablemente sobre un caballo al galope, y delante dos pequeños animales asexuados y de especie desconocida. Es lícito preguntarse si no estaremos ante una escena de comprensión unitaria, por ejemplo, una cacería, o 55 56

Costas Goberna, F. J., Martínez Tamuxe, X., Novoa Álvarez, P. y Peña Santos, A. (1994-95). García Alén, A. y Peña Santos, A. (1981).

48 simplemente no deja de sur una mera eventualidad, y lo que realmente subyace es una acumulación de motivos, dentro de un mismo ciclo cultural, pero diacrónica e inconexamente elaborados. En realidad en el Arte Rupestre Gallego se conocen algunos casos de cacería, pero practicadas por cazadores a pie, o incluso con la adición de proyectiles a los lomos de animales, y también casos de jinetes montados a caballo blandiendo lo que quizás sean lanzas (véase apartado apartado 4.2, pg. 72). 2.2.2.5. Las coviñas. Cuando hablamos de petroglifos de coviñas nos estamos refiriendo a aquéllas que no se supeditan a otros motivos. En efecto, vemos como coviñas forman parte de las combinaciones circulares tanto tipo Tensiñas, como Alargo dos Lobos, como en las policupulares, e incluso como punto central de las mulltianulares. Son éstas, coviñas dependientes, cuyo significado está en función del motivo más grande en el que participan. Las coviñas que nos interesan ahora son las que tienen capacidad de constituir paneles autónomos, en los que no constan otros motivos, o bien se erigen con significación propia, si bien coincidiendo en un mismo panel con figuras distintas, pero sin asociarse, aunque como ya hemos visto en un apartado anterior (cf. 2.2.2.1, pg. 38), hay una evidente tendencia a recurrir a la superposición sobre los círculos. Hemos contado más de 130 unidades de este tipo repartidas por los distintos paneles, respondiendo a distintos tamaños, aunque es en los paneles nº. 15 y nº. 16 donde se observa una mayor concentración. Y ello no es raro, porque los paneles de este Complejo nº. 4 fueron insculpidos en unos peñascos sobresalientes, tipo de soporte muy frecuente en los petroglifos de coviñas57. Es precisamente en estos paneles donde encontramos las coviñas de mayor tamaño, y donde se comprueban los únicos casos de asociaciones de coviñas, con predominio de trazos vinculantes de desarrollo distinto. Otro dato a tener en cuenta es el tema de las superposiciones sobre los anillos y otras partes de los círculos (Fig. 29:1-6). Estas superposiciones probablemente no se realizaron descuidadamente: se sabía que allí mismo había grabados más antiguos, pues aún hoy se perciben perfectamente. A nuestro modo de ver, estas superposiciones tienen carácter asociativo, pero diacrónico, realizadas con mucha posterioridad al tallado de los círculos. En el Alargo dos Lobos, pocos son los paneles donde no se grabó alguna coviña. Esta prolificidad, las catapulta a erigirse en el motivo más representado de la estación, y ello no nos debe extrañar, pues en líneas generales, por lo menos en el Sur de la Ría de Vigo, es con mucho el tipo de grabado más infinitamente registrado, donde constan varios centenares de petroglifos de coviñas. La superabundancia de este tipo de motivo contrasta con la escasa atención que tradicionalmente ha merecido, sin lugar a dudas, derivada de la parquedad gráfica con que son representadas. Con esta negativa actitud simplemente se ha marginado un tipo de manifestación artística rupestre particular de una o varias etapas culturales. Los paneles del Complejo nº. 4 son los que muestran mayor acumulación de coviñas, y por lo tanto constituyen un buen ejemplo de un tipo básico de este tipo de petroglifos, integrados por un nutrido conjunto de coviñas de variables dimensiones, y con no poca frecuencia ubicadas en la cima de peñascos elevados. Si bien en esta ocasión han de compartir las superficies con otros motivos. Además de aparecer 57

Fernández Pintos, J. (1993:120).

49 dispersas e inconexas por los paneles, o bien superponiéndose a los círculos grabados con anterioridad, encontramos también algunos casos de coviñas encadenadas a través de trazos. Es éste un esquema compositivo que ya conocemos de otros petroglifos58. Las restantes manifestaciones de coviñas en esta estación constituyen, tal como ya hemos observado, presencias testimoniales de unas pocas unidades en casi todos los paneles, bien acompañando a los motivos más antiguos, bien superponiéndose a estos, pero de un modo disperso y sin formar asociaciones entre ellas, ni tampoco configurarse como genuinos petroglifos de coviñas autónomas que ignorasen los motivos precedentes. El tipo de petroglifo integrado por una única coviña o un número corto de ellas es más frecuente de lo que cabría suponer. Sin embargo, en el Alargo dos Lobos, esta constante presencia en casi todos los paneles, quizás se deba al atractivo que suponía la existencia de figuraciones más antiguas, cuyo significado ya posiblemente se desconocía, pero que mantenían el prestigio de ser el testimonio de los antepasados que habían poblado ese mismo espacio. Desde un punto de vista iconográfico no es mucho lo que se pueda decir que no se haya dicho ya. Encontramos coviñas grabadas aisladamente, y coviñas asociadas a otras coviñas mediante trazos. Hay algunos casos de coviñas dotadas con surcos de salida, siendo el ejemplo más interesante el que muestra una coviña en el panel nº. 12 de la que parte un largo trazo que concluye en una diaclasa. En las asociaciones de coviñas visibles en los paneles nº. 15 y nº. 16 las asociaciones se verifican mediante surcos de variables longitudes que pueden poner en contacto varias coviñas de distintos tamaños. Sin embargo, se aprecia la repetición de varios casos de una figura básica integrada por una asociación de un par de coviñas, una de las cuales es mucho mayor que la otra, y que a su vez, aún se asocian a otras. En los paneles nº. 15 y nº. 16 se documentan una serie de rebajes caracterizados por ser alargados, de configuración irregular, y de escasa profundidad en relación con sus dimensiones en planta. En algún caso tienen un vago parecido con la huella de una pisada humana, pero por norma general son subovalados. Este tipo de grabados no son precisamente frecuentes, y en su estudio se habrá de tener en consideración, al menos de un modo preventivo, las conocidas improntas de ungulados, como por ejemplo las del panel nº. 12, así como claras pisadas humanas, con figuraciones de dedos como en el petroglifo de As Penizas Pequenas (Panxón, Nigrán)59. No obstante también se habrá de considerar que en algunos petroglifos de coviñas constan motivos parecidos, sin que por ello podamos hablar de ningún modo de improntas60.

58

Fernández Pintos, J. (1993: fig 4,2). Santos Estévez, J. M. (2007:116). 60 Fernández Pintos, J. (1993: fig. 4, 3-1). 59

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51

3 LOS ASENTAMIENTOS DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN EL ÁREA DE AMOEDO.

En los estudios de Arte Rupestre Gallego se ha dado siempre por hecho la adscripción cronológica de los petroglifos en uno o varios segmentos del transcurso de la Prehistoria Reciente regional. Y en efecto, el uso destructivo de los motivos circulares practicado durante la época castreña nos permite establecer un término ante quem con una mínima verosimilitud. Más problemático se presenta determinar el momento preciso de su despegue, si bien la presencia de armas como las alabardas con dataciones muy concretas en diversas zonas de Europa, así como prototipos de puñales evolucionados, sin olvidar la existencia de los laberintos, tolera suponer que a grandes rasgos nos estamos moviendo en la primera mitad del II Milenio cal. A.C 61. La idea de A. de la Peña y J. Rey, para marginar los petroglifos del pasado megalítico 62, es interesante, pero improductiva, pues en no pocas zonas petroglifos y mámoas no se excluyen topográficamente, y además, los resultados de las más recientes excavaciones arqueológicas han puesto de manifiesto asentamientos del IV Milenio cal. A.C., donde no constan mámoas (por lo menos en la actualidad), e incluso en áreas bajas, cercanas a los actuales valles agrícolas, de donde se deduce que el poblamiento de época megalítica era más extenso de lo que permitía concebir el emplazamiento geográfico de las mámoas, casi siempre localizadas en serranías. Sin embargo, esta relativa certidumbre histórica no soluciona en el fondo el problema de la significación y el rol social desempeñado por los petroglifos en el seno de las comunidades que los crearon y desarrollaron. Obsérvese que en la datación de los petroglifos el método usado generalmente se ha realizado siempre a partir de datos materiales, y no de su correlación con procesos culturales. Esta situación se debía antaño a la casi ausencia de información veraz acerca de las comunidades que poblaron nuestra tierra durante los III y II Milenios cal. A.C. Es por ello que algunos autores achacaban a esta preocupante privación de datos el escaso conocimiento que se tenía en torno a los petroglifos, postulándose entonces la necesidad de esperar a resultados arqueológicos para materializar avances significativos. En realidad esta postura, que en principio parece muy respetable, sencillamente escondía una ostensible falta de método, por no decir una falta de interés, en el estudio de los petroglifos. Cuando ahora leemos aquellos comentarios queda muy patente la ingenuidad con la que se hacían, pues da la impresión de que muchos investigadores esperaban que los resultados de las excavaciones arqueológicas solventaran de golpe todos los problemas. En la actualidad se cuenta con una nutrida cantidad de yacimientos de los III y II Milenios cal. A.C. ya excavados y publicados, y sin embargo, paradójicamente nuestro conocimiento sobre los petroglifos no ha mejorado ni un ápice dependiendo de estos resultados. O por lo menos, no hemos hallado aún el método de interpretar los rendimientos de las excavaciones aplicándolos a los petroglifos. Téngase 61 62

Fernández Pintos, J. (2012:16). Peña Santos, A. y Rey, J. (1993).

52 en cuenta que sorprendentemente muchas de las más recientes líneas de interpretación de los petroglifos son más aventuras especulativas que el producto de una reflexión sobre los datos suministrados por las excavaciones arqueológicas. Para la exposición de muchas de esas gratuitas teorías no era necesario esperar a las excavaciones; más barato hubiera sido ya hace varias décadas dejar volar la imaginación y la fantasía, tal como se ha hecho recientemente. Evidentemente es una obviedad que no merecía ni ser mencionada, pero la previa investigación interna de los petroglifos, con el objeto de disponer de un cierto bagaje de conocimientos propios de la realidad rupestre es una condición imprescindible para consolidar avances. A este propósito hemos consagrado las paginas anteriores. Si no se han obtenido resultados especialmente sustanciales tal vez sea debido a que la aplicación de este método constituye una novedad procedimental que se aplica tan sólo por segunda vez. Quizás sea necesario algo de paciencia esperando que el estudio sistemático de las morfologías y regularidades rupestres arroje mejor información en futuros estudios. Sea como fuere, no conocemos otro modo de avanzar, si no es el del esfuerzo continuado. No obstante, en el área de Amoedo se han descubierto, excavado y publicado varios yacimientos pertenecientes a estos III y II Milenios cal. A.C. Es por lo tanto obligado realizar un examen de los datos divulgados para disponer al menos de un referente histórico-cultural donde de algún modo enmarcar las manifestaciones rupestres, y tras su exposición ver cómo hacerlo sin forzar la realidad de los hechos. A esta tarea se destina el presente capítulo. Simplemente se van a presentar las conclusiones de esos trabajos arqueológicos, y a partir de estos datos intentar la obtención de la mayor cantidad de información posible, tratando de ver cómo se pueden relacionar con lo que ya objetivamente sabemos de los petroglifos, lo cual ha quedado expuesto en el capítulo precedente (véase apartado 2.2., pg. 35). 3.1. AMBIENTE PALEOCLIMÁTICO. Para el área de Amoedo disponemos de documentación paleoambiental procedente de análisis palinológicos realizados en los estratos que colmataban varios silos de aprovisionamiento del poblado del Monte Buxel63 (Fig. 2). La deposición de los niveles internos de estos silos se conformó con la sucesiva aportación de tierras y basuras tanto arrojadas antrópicamente en el interior, como producto de los arrastres de las lluvias. De una primera impresión podría deducirse una evidente y controvertida limitación de los resultados de aquellos análisis planteados de este modo; sin embargo, la coincidencia de la información obtenida de los citados silos y la evidente concomitancia con columnas polínicas procedentes de otros yacimientos permiten en líneas generales considerarlos aceptables. De la combinación de datos suministrados por el análisis palinológico de los estratos interiores de las fosas se dedujo la existencia de dos episodios ecológicos distintos. Ambos momentos tienen en común su desarrollo en un ambiente húmedo, aunque con matices. En una primera etapa nos encontramos ante un paisaje relativamente bien forestado, con una masa arbórea en cierto modo extensa, constituida principalmente por robles, y en menor medida alisos, avellanos, álamos y enebros. Se aprecia también un 63

López Sáez, J. A., López García, P. y Macías Rosado, R. (2002:91 y ss.).

53 razonable desarrollo de las formaciones arbustivas degenerativas a base de brezo y jaras, todo ello como fruto de un proceso de transformación antrópica. De todos modos, todavía no podemos hablar de la existencia de grandes praderas, pues el polen de herbáceas es escaso. El polen de cereal está ya presente, aunque no en grandes proporciones, junto a las plantas típicas que indican la existencia de tierras cultivadas. Sin embargo estaban muy desarrolladas las actividades ganaderas, con gran abundancia de los palinomorfos que indican su práctica. Es factible considerar una potencial tendencia hacia un clima más seco, aunque se advierte una evidente humedad ambiental. Este panorama da paso a un paisaje en cierto modo aún relativamente forestado, con masas dispersas de bosque caducifolio muy variado (constan abedules, avellanos, alisos, chopos, nogales y pocos robles), pero ya despejado, con predominio de la pradera de herbáceas, dado que el polen de origen arbóreo no supera el 20 %. La deforestación habría sido muy intensa, pues incluso no se detecta ya una particular presencia de formaciones arbustivas. El antiguo paisaje de carballeiras habría ya casi desparecido. La presencia de polen de cereal acompañado de plantas ruderales nos remiten a tareas agrícolas llevadas a cabo en la proximidad del asentamiento. Las actividades ganaderas también estaban presentes, y se vislumbra que eran muy importantes, tal como lo demuestra, entre otros datos, la abundancia de los pastizales de gramíneas de carácter antrópico. A diferencia de la etapa anterior, ésta se desarrollaría en un contexto de mayor humedad ambiental. Ambos estadios de la evolución paisajística durante la Prehistoria Reciente de Galicia son bien conocidos bibliográficamente. La presencia de polen de cereal nos marca un mínimo centrado en la segunda mitad del V Milenio cal. A. C., cuando el viejo bosque mesófilo era el protagonista indiscutible del paisaje tal como lo demuestran las columnas palinológicas donde el polén arbóreo supone el 75 u 85 % del total. Esto no excluía que periódicamente y ya desde el VII Milenio cal. A. C. las comunidades epipaleolíticas llevasen a cabo prácticas deforestadoras esporádicas, puntuales y discontinuas, relacionadas con la apertura de claros para la instalación de los poblados y el desarrollo de tareas domésticas, así como para la producción de pastizales con el objeto de propiciar la actividad cinegética64. A partir de fines del V Milenio cal. A.C. y hasta los comienzos del II Milenio cal. A.C. con la paulatina consolidación de la economía agropastoril, los episodios de deforestación se hacen más frecuentes, aunque en el paisaje siga predominando una razonable masa boscosa, con valores del polen arbóreo superiores al 50 % del total65, y donde la recolección todavía juega un importante papel en la economía doméstica66. Sería ésta la época del desarrollo del landnam, tipo de paisaje eminentemente forestal en el que los episodios deforestadores serían discontinuos tanto espacial como temporalmente, en función del grado de presión antrópica ejercida, dando paso a ocasionales formaciones arbustivas y herbáceas. Este tipo de paisaje correspondería al primer estadio detectado en el registro polínico del Monte Buxel, más arriba descrito. La siguiente etapa paisajística tendría sus orígenes entre los siglos XIX y XIII del II Milenio cal. A. C., y perduraría hasta el siglo V A. D. Como consecuencia de la expansión de una economía de base agropastoril, pero con mayor peso del pastoreo, esta 64

Gómez Fernández, A. (1994:70). Ramil Rego, P. y Aira Rodríguez, Mª. J. (1996:273 y ss.) 66 Gómez Fernández, A. (1994:72 y ss.). 65

54 etapa se caracteriza por un considerable deterioro de la masa forestal, que deja ya de ser predominante en el paisaje, pues el valor del polen arbóreo no alcanza el 25 % del total67. Estaríamos ante lo que se viene denominando la estepa cultural caracterizada por una hegemonía de las praderas de herbáceas salpicadas con algunas islas de bosques. Como dato complementario que ayuda a fechar el comienzo de esta etapa se señala la aparición del género Fagus en algunos registros polínicos como el de las turberas de Pena Veiga68 y Sever69, y que viene fijándose en torno a los años 2144-1955 cal. A. C. (3680±35 B.P.)70 en los Montes de Buio. Una de las primeras consecuencias de la información paleoambiental ahora presentada es el descrédito absoluto en que cae aquella teoría que señalaba un catastrófico vacío demográfico para el II Milenio cal. A.C71. La considerable expansión del proceso deforestador es prueba más que evidente de la constante presencia de comunidades humanas que no dudan en destruir los bosques para desarrollar un modo de vida en el que el pastoreo entraña un item de enorme importancia. De hecho, el bosque comenzará a recuperarse coincidiendo con la crisis que señala el final de Imperio Romano en el siglo V A. D. En consecuencia, a la luz de la documentación disponible, no consta tal vacío demográfico, tal como además lo sugiere el estudio estratigráfico del depósito del Coto da Fenteira en el Monte Penide (Redondela)72. Este es el marco general paisajístico producto de las tareas de contenido económico que revelan los análisis de las columnas polínicas, donde se puede medir la evolución del impacto de la acción humana sobre el entorno natural. Una vez definido el escenario, veamos quiénes son sus protagonistas. 3.2. LOS POBLADOS PREHISTÓRICOS DEL ÁREA DE AMOEDO. El poblamiento prehistórico del Área de Amoedo alcanza cronologías muy antiguas, que podrían sin especiales problemas remontarse a fines del V Milenio cal. A.C., tal como lo documenta la presencia de varios grandes túmulos megalíticos dispersos por este territorio. Los asentamientos de estas comunidades del IV y primera mitad del III Milenios cal. A.C. no han sido todavía detectados. Sin embargo, recientemente sobre las tierras de uno de los túmulos de A Chan dos Curros73 hemos localizado dos pequeños fragmentos cerámicos lisos, de fábrica manual, uno de ellos de paredes gruesas, que por su localización no proceden de las labores de saqueo que sufrió el monumento, sino del acarreo original de tierras en su construcción. Por lo tanto, en las proximidades de este túmulo habría habido un antiguo asentamiento, lo cual tampoco no es extraño, pues hechos análogos se han documentado sobradamente en yacimientos análogos. Existen además en este área varias pequeñas mámoas, todavía sin excavar, pero que por comparación, quizás nos estén remitiendo a enterramientos funerarios tardíos del III o II Milenio cal. A. C. 67

Ramil Rego, P. y Aira Rodríguez, Mª. J. (1996:278 y ss.) Ramil Rego, P. y Aira Rodríguez, Mª. J (1993a). 69 Ramil Rego, P. y Aira Rodríguez, Mª. J (1993b:132). 70 Las cronologias absolutas se presentarán siempre calibradas con un rango de confianza superior al 90 % y a 2 δ. Para la calibración se ha utilizado el programa Calib 6.0 (http://calib.qub.ac.uk/calib/calib.html). 71 Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993). 72 Martínez Cortizas, A.; Fábregas Valcarce, R. y Franco Maside, S. (2000:183). 73 Coordenadas geográficas (visor IBERPIX): 536.361.05-4.682.107,13 68

55 No obstante, el principal caudal informativo procede de los trabajos realizados en relación con el trazado de las dos grandes infraestructuras públicas como fueron el gasoducto y el oleoducto, cuya construcción permitió el descubrimiento en este área de Amoedo de cinco asentamientos prehistóricos cuyos materiales exhumados nos remiten a épocas recientes de nuestra Prehistoria, que como veremos, por arriba no superan los mediados del III Milenio cal. A.C. La información sobre estos hábitats es en realidad más deficiente de lo que cabría esperar. En ocasiones los asentamientos fueron identificados una vez que las máquinas desmantelaron el terreno, y en otros se realizaron excavaciones de las cuales sólamente la del Monte Buxel fue ampliamente registrada. En suma, además de algún dato disperso, el grueso de la información proviene del estudio de los materiales cerámicos exhumados realizado por M. P. Prieto Martínez74 y de la excavación del yacimiento del Monte Buxel75. Los poblados conocidos hasta el momento son cinco, extendidos a lo largo del trazado del oleoducto y del gasoducto, desde el Monte Espiñeiro por el Norte, hasta la Portela de Valongo por el sur, con una prolongación hacia el SO., donde encontramos el yacimiento de O Arieiro, fuera ya del área de Amoedo, pero que integraremos en este estudio por su evidente vecindad (Fig. 2). Evidentemente, no debemos olvidar que la situación de esta alineación de yacimientos es consecuencia de las obras realizadas, por lo que quizás, debamos sopesar la posibilidad de que hubiese asentamientos en otros puntos de este área, de momento aún no identificados. Del examen topográfico lo que primero llama la atención acerca de estos poblados es su ubicación en la línea de cumbres de una cadena serrana de altitudes moderadas, oscilando entre los 340 y los 430 m76. Esta cadena serrana se yergue sobre las actuales vegas agrícolas perilitorales de Redondela por el oeste y de Soutomaior por el norte. En dirección E. hacia el interior del territorio constituye la primera cadena serrana. Por el SE. queda delimitada por una honda depresión longitudinal que desde Os Valos alcanza la Portela de Valongo, recorrida en su fondo por un arroyo, y en cuyas laderas se escalonan las terrazas agrícolas de Cepeda. Desde la Portela de Valongo, se extiende en dirección N. el valle fluvial del Alvedosa que ya hemos descrito más arriba, concluyendo el recorrido en la chan de Amoedo. El acceso a aquellas cumbres serranas tanto desde el Valongo como desde la vega agrícola de Amoedo se realiza cómodamente toda vez que la diferencia de altitudes no son tan acusadas. Pero esta serranía es ya menos asequible, tanto desde la vega de Cepeda, como desde Redondela o desde Soutomaior, desde donde se habrán de salvar escarpadas pendientes. Las comunicaciones con el exterior de este área en dirección al litoral debieron practicarse precisamente a través de estas serranías por puntos de los extremos SO. y del NO. tal como aconseja el examen de los mapas topográficos y corrobora la información etnográfica disponible En efecto, la comunicación con Os Valos, encrucijada de caminos que conduce a la Depresión Meridional gallega, por donde andando el tiempo se trazó la romana Vía XIX del Itinerario de Antonino77, y su sucesor el camino de Santiago (Camino Portugués), y de aquí hacia el Valle del Fragoso (Vigo) por el Oeste, se realizaba precisamente por la ladera de levante de la cadena serrana donde se 74

Prieto Martínez, M. P. (1998 y 2001) Lima Oliveira, E. y Prieto Martínez, M. P. (2002). 76 Para el adecuado seguimiento de esta descripción topográfica recomendamos que se acompañe con el uso del visor IBERPIX del ING (http://www2.ign.es/iberpix/visoriberpix/visorign.html). 77 Peña Santos, .A. (1991). 75

56 encuentran los yacimientos del Monte Buxel y Coto Cosel. Otras menciones orales refieren que las comunicaciones con el litoral de Arcade, e incluso Redondela se practicaban a través del Monte Espiñeiro. De hecho varios de los petroglifos existentes a los pies de esta serranía, en dos puntos distintos y alejados, en el norte y en el sur del área de Amoedo, son llamados Pedra Sardiñeira, porque era aquí donde las mujeres que traían el pescado de la costa apoyaban sus cestos para descansar. Curiosamente la inmensa mayoría de los yacimientos arqueológicos descubiertos en este área parecen distribuirse en torno a estas líneas de tránsito, sean éstos, poblados, mámoas o petroglifos. Es una circunstancia que se viene observando en otras zonas y que generalmente a nuestro juicio se sobrevalora en demasía en muchos estudios, pues para algunos autores esta distribución marcaría itinerarios por donde se desplazaban las comunidades seminómadas de esta época. Ya lo hemos comentado más atrás (páginas 39 y ss): plantear las cosas de este modo, prácticamente es como no decir nada extraordinario a la más elemental lógica78. En otro sentido, la relación de proximidad, íntima diríamos, entre monumentos prehistóricos y vías de tránsito es más aparente que real; por decirlo de otro modo, habría que demostrar que están exactamente junto a los caminos, lo cual evidentemente no es cierto. Planteadas las cosas de otro modo, no acabamos de comprender donde está el mérito del descubrimiento, pues es obvio que allí donde hay una manifestación humana, ha llegado el hombre, y éste por algún espacio se ha tenido que desplazar, que siempre va a ser el más asequible físicamente. Suponer que estas líneas de tránsito, generalmente detectadas en análisis de zonas poco extensas, marcarían itinerarios de comunicación intercomarcal recorridas por rebaños trashumantes sigue siendo excesivo. Sencillamente la dispersión de los puntos arqueológicos marcan hábitats en su expresión geográfica, y como tales, obviamente estarán conectados de alguna manera con otros hábitats, y en ellos, los individuos se moverían de un lado a otro según las necesidades de cada momento. Tampoco entendemos con total seguridad la noción de control expresado con asiduidad acerca de algunos elementos arqueológicos emplazados en las proximidades de estas vías de tránsito. Es todo este entramado teórico un planteamiento tan estéril como tratar de deducir algo fuera de lo común al observar la distribución de una serie de pueblos a lo largo del trazado de una carretera, o como sugerir que la gente se mueve territorialmente por los lugares más accesibles. En consecuencia estos asentamientos parecen estar más bien relacionados con la explotación económica de esos ambientes serranos de moderadas altitudes huyendo de las áreas más bajas, las actuales vegas agrícolas, que ciertamente son más fértiles, pero también de más difícil laboreo desde un punto de vista agrícola si se emplea una tecnología rudimentaria. Son estos espacios serranos zonas de evidente vocación pastoril, pero donde también es posible la práctica de un tipo de agricultura primitiva de bajos rendimientos en algunas de las reducidas terrazas por allí existentes, tal como revelará la excavación del yacimiento del Monte Buxel, y como evidencia la aparición de elementos de equipos de molienda en el curso de las excavaciones arqueológicas. Pero además el estudio topográfico de los enclaves desvela también un virtual alejamiento de los espacios endorreicos o de difícil escorrentía (las famosas lagoas), tal como se deduce de su emplazamiento sobre cimas y laderas de cotos. Son enclaves 78

Fernández Pintos, J. (2012)

57 situados en líneas generales en lugares altos, incluso sobre crestas de pequeñas elevaciones, pero que gozan de amplia visibilidad sobre parte de su entorno. De todos modos, insistimos en que la orientación ganadera de estos enclaves debía representar la principal preocupación económica, tal como lo pone en evidencia un poblado como el del Monte Espiño de Abaixo, establecido en una pendiente con cierto carácter pedregoso. Los materiales cerámicos exhumados en estos yacimientos del área de Amoedo, así como algunos artefactos más, aluden a contextos domésticos79, si bien se ha mencionado una interesante excepción en O Arieiro que ya comentaremos más adelante. Será a partir del estudio de los restos cerámicos que podamos realizar un encuadre cultural aproximativo. El vaso campaniforme está presente en tres de estos yacimientos: Monte Espiño de Abaixo, Coto Cosel y Arieiro. En el Monte Espiño de Abaixo aparecieron vasos campaniformes de tipo normal con decoración marítima y con impresión de concha, junto a cerámica lisa donde destacan las formas troncocónicas de fondo plano, de escasa capacidad, decoradas con un cordón bajo el borde, así como vasos de hombros, y algún cuenco. En Coto Cosel la cerámica campaniforme presenta cazuelas, alguna de carena marcada, y vasos de perfil en S, pero panzudos en relación con la parte superior, más estrecha, y en la decoración, aunque no falta la internacional, constan también esquemas más complejos. Respecto a la cerámica lisa encontramos grandes recipientes de almacenamiento subcilíndricos, con fondo plano, asas, mamelones y cordones bajo los bordes. El yacimiento de O Arieiro es de más compleja definición. Además de la típica cerámica campaniforme con decoración marítima, surgieron grandes recipientes de almacenamiento subcilíndricos, decorados con el típico cordón bajo el labio. Sin embargo de este yacimiento procede cerámica medieval, pero también se localizó una fosa acompañada de una posible estela, y donde se había depositado cerámica que se adscribió al Bronce Final o primeros compases de la Edad del Hierro80, que tal vez deba de ser interpretada como un monumento de carácter funerario. Otro yacimiento de este área es el del Monte Espiño de Arriba, donde sólamente constan cerámicas lisas no encontrándose ningún ejemplo campaniforme. Se trata de cazuelas carenadas, cuencos y algún vaso de hombros, abundando los fondos planos. Ignoramos por qué M. P. Prieto retrotrae la edad de este asentamiento a un Neolítico Inicial o Medio81, pues el único criterio, los elementos cerámicos, en buena medida son ajenos a esas cronologías, y encajan perfectamente en épocas posteriores, del II Milenio cal. A.C., tal como tendremos oportunidad de argumentar más abajo. La ausencia de la cerámica campaniforme no es suficiente para sostener aquella datación. Exceptuando el Monte Espiño de Arriba, en aquellos otros tres yacimientos (Coto Espiño de Abaixo, Coto Cosel y Arieiro), junto con cerámica lisa apareció cerámica campaniforme. Del estudio de este género cerámico se deduce la presencia de los tipos marítimos, junto a decoraciones más evolucionadas. Cada poblado muestra una variedad distinta de decoración cerámica en esta familia evolucionada. Incluso la forma de la vajilla es también distinta. Respecto a la cerámica lisa, asimismo debemos indicar la disparidad morfológica en la comparación de estos yacimientos. 79

Prieto Martínez, M. P. (1998:61 y ss.) Aboal Fernández, R. et alii (2005:175). 81 Prieto Martínez, M. P. (2005:21). 80

58 En esta cerámica lisa encontramos grandes vasijas de aprovisionamiento y decoraciones plásticas a base de cordones, así como cierta abundancia de fondos planos. Estos rasgos frecuentemente caracterizan la cerámica del II Milenio cal. A.C. Sin embargo, la coincidencia de la cerámica lisa con los tipos campaniformes en un mismo asentamiento complican su lectura. Este tipo de yacimientos, por norma general, más que poblados concretos son el resultado de una serie de ocupaciones reiteradas y discontinuas estiradas a lo largo de milenios. Por ejemplo, un yacimiento recientemente excavado como es el del Monte dos Remedios (Moaña)82, pone de manifiesto un uso que se extiende desde épocas aparentemente tempranas de fines del V Milenio cal. A. C. a momentos avanzados ya dentro del II Milenio cal. A.C. Es por ello que en la bibliografía gallega se ha asentado el término de áreas de acumulación83 como modelo teórico más adecuado de estudio para aludirlos. Uno de los principales problemas de estos sitios es la existencia de un sólo nivel arqueológico, mientras los materiales exhumados proceden de las sucesivas etapas culturales por las que pasó el yacimiento. A lo más que se ha llegado es a tratar de diferenciar áreas concretas de mayor presencia de una etapa determinada, en la que predomina un tipo de item, en detrimento de otras zonas del yacimiento. Como se podrá entender, esperar buenos resultados de este planteamiento teórico quizás sea muy optimista, si bien también se debe reconocer la dificultad de encontrar otro método de mayor validez. Los procesos naturales posdeposicionales y los continuos pero diacrónicos asentamientos, o reorganizaciones internas, son los causantes de esta compleja situación. Al no existir niveles arqueológicos, la cuestión más crucial es cómo corresponder las dataciones radiocarbónicas obtenidas con la disparidad histórico-cultural detectada. Este es el problema para historiar y comprender la evolución de las comunidades del III Milenio cal. A.C. y II Milenio cal. A.C. En Galicia apenas se conocen varias dataciones radiocarbónicas de algún modo relacionables con el campaniforme, y cuando las hay, son escasamente operativas. En consecuencia la datación de esta moda cerámica habrá de ser realizada por medios teóricos. Un buen recurso sería la observación del estilo cerámico, pero también aquí tropezamos con problemas insolubles. El dilema surge al tratar de separar la cerámica de estilo decorativo campaniforme de la cerámica lisa que generalmente le acompaña, pero que asimismo en algunos yacimientos surge aisladamente. El comienzo del Campaniforme en Galicia se establece para mediados del III Milenio cal. A.C., desarrollándose aparentemente como una etapa posterior a las cerámicas incisometopadas de tipo Penha. Sin embargo, su conclusión no se caracteriza precisamente por haber sido determinada con precisión. En los estudios más recientes sobre el campaniforme gallego no hay acuerdo sobre el establecimiento de una cronología final, pues tanto cautelarmente se deja caer hacia finales de la segunda mitad del III Milenio cal. a.C.84, como se extiende a los primeros siglos del II Milenio cal. A. C.85 Por traer a colación varios ejemplos cercanos a nuestro entorno, en la Extemadura portuguesa para el 2200 cal A.C.86 ya habría desaparecido, idea compartida por algunos autores respecto

82

Bonilla Rodríguez, A., Fábregas Valcarce, R. y Acuña Piñeiro, A. (2011). Méndez Fernández, F. (1994). 84 Bonilla Rodríguez, A., Fábregas Valcarce, R. y Acuña Piñeiro, A. (2011:268-269). 85 Suárez Otero, J. (2005). 86 Cardoso, J. L. (1997). 83

59 al Norte de Portugal87, mientras en la Meseta Central, las dataciones llevan como mucho hasta el 2000 cal A.C.88 Alguna de las cronologías sugeridas para Galicia recuerda mucho la advertencia realizada hace ya años por V. LLul, que con dataciones radiocarbónicas en la mano indicaba la prolongación más o menos larga del campaniforme en algunos lugares de Europa dentro del II Milenio cal. A.C 89. Sin embargo queda sin aclarar el tema de la cerámica sin decorar y que acompaña al campaniforme, pero que a veces surge sin su concurso como lo demuestran algunos yacimientos, de entre los cuales muy interesantes son los enterramientos en cistas. Estas cerámicas lisas suponen una ruptura con los tipos comunes del Calcolítico de la primera mitad del III Milenio cal. A.C., pero de parte de ellas se sospecha una posterior evolución a partir de las formas campaniformes90 proyectándose ya dentro del II Milenio cal. A.C. tal como se detecta en yacimientos como A Costa da Seixeira (Cangas)91 o A Devesa do Rei92. Algunas dataciones absolutas obtenidas para fechar esta cerámica corroboran esta suposición: 2005-1777 cal. A.C. (3555±45 B.P.) en Devesa do Rei y 1758-1526 cal. A.C. (3370±45) en la Cista de A Forxa93, por mencionar tan sólo testimonios directos. Otra datación conocida es la de un fragmento proveniente del yacimiento de A Lágoa (Toques), que se remonta al período 2466-2133 cal. A.C.94 y que concuerda perfectamente con el período campaniforme, ampliamente representado en este yacimiento. Por lo tanto, esta es la típica cerámica de la primera mitad del II Milenio cal. A.C., caracterizada por la gran variedad formal, la existencia de grandes contenedores de almacenamiento, las formas troncocónicas, subcilíndricas, y vasos de hombros, fondos planos, algunos bordes horizontales, y algunas asas, y sin apenas decoración, y cuando la hay, se reduce a aplicaciones plásticas a base de cordones y mamelones. Los recientes estudios sobre la cerámica del II Milenio cal. A.C. remiten a una evolución cultural sin rupturas a partir de la época campaniforme, es decir, y ésto ya se sospechaba desde hace tiempo según denunciaban la proliferación de las cistas, la sociedad del II Milenio cal. A.C. es heredera directa del mundo campaniforme. Esta es la dinámica en la que caen los yacimientos del Monte Espiño de Abaixo, Coto Cosel, Arieiro, y el Monte Espiño de Arriba. El Monte Buxel no ofrece más que cerámicas lisas, pero para él se disponen de dataciones radiocarbónicas, y de otras informaciones culturales que nos remiten a momentos tardíos de la segunda mitad del II Milenio cal. A.C, o incluso la primera mitad del I Milenio cal. A. C., por lo que le dedicaremos mayor atención a continuación, al final de este epígrafe. Las cerámicas procedentes del Monte Espiño de Arriba en líneas generales remiten a formas que tanto podemos documentar en los yacimientos con campaniforme arriba citados, como en otros claramente adscritos al II Milenio cal. A.C., como por ejemplo el del Monte Buxel. La aparición de cerámica lisa junto a la campaniforme en numerosos yacimientos, junto con la certeza de que parte de aquella cerámica es datable 87

Bettencourt, A. M. S. (2011). Garrido-Pena, R.; Rojo-Guerra, M. y García-Martínez de Lagrán, I. (2005). 89 Llul, V.; González Marcén, P. y Risch, R. (2010:91 y ss). 90 Suárez Otero, J. (1998). 91 Suarez Otero, J. (1993). 92 Aboal Fernández, r. et alii (2005). 93 Prieto Martínez, M. P.; Lantes Suárez, O y Martínez Cortizas, A. (2009:95). 94 Prieto, M. P. (1998:345). 88

60 en momentos avanzados del II Milenio cal. A.C., es lo que ha llevado a algunos investigadores a suponer una pervivencia del Campaniforme hasta mediados del II Milenio cal. A.C.95, hipotésis respaldada indirectamente además por las conclusiones ya citadas de V. Llul, así como por la ausencia de dataciones precisas para el campaniforme gallego. Para M. P. Prieto, autora que ha defendido esta tesis reiterademente, ambos tipos son categorías del estilo que caracteriza la cerámica de la Edad del Bronce. Esta conclusión fue extraída básicamente del estudio de los materiales de yacimientos como el de A Lagoa (Toques)96. No obstante, procedentes de este complejo arqueológico se conocen hasta cinco dataciones radiocarbónicas que se extienden grosso modo desde mediados del III Milenio cal. A.C. hasta mediados del I Milenio cal. A. C. Para algunos investigadores a los que ahora nos sumamos, este planteamiento teórico no es válido para el establecimiento de tal cronología para el Campaniforme. Además de implicar una pervivencia de casi un milenio, entraría por ejemplo en contradicción con los sólidos estudios teóricos de la cerámica del II Milenio cal. A.C., que postulan una evolución a partir de las formas propias del campaniforme y su cerámica lisa de acompañamiento. Por otra parte del estudio del yacimiento de a Lagoa, F. Méndez asienta el concepto de área de acumulación para definir el prototipo de yacimiento de la Prehistoria Reciente de Galicia, caracterizado por la sucesiva ocupación de un área más o menos amplia de un modo puntual, parcial y dispersa, y discontinua y diacrónica a lo largo de varios milenios, tal como ya hemos indicado más arriba. Evidentemente no se puede descartar que esta dinámica sea la que subyace tras la formación de yacimientos como el Monte Espiño de Abaixo, Coto Cosel y Arieiro, dada la diversidad morfológica apreciable tanto en la cerámica campaniforme como en la lisa, sugerido asimismo por la observación de motivos decorativos que son ya propios del II Milenio cal. A.C., a la que ahora debemos adherir el Monte Espiño de Arriba, desprovisto de campaniforme. La otra posibilidad, la de que respondan a un único nivel de ocupación supondría o bien la larga pervivencia de las cerámicas campaniformes, de lo cual no hay pruebas concluyentes, o como conjeturaron otros investigadores, el retroceso demográfico del II Milenio cal. A. C., tal como ya hemos examinado más arriba, y ya habíamos visto que era irreal. A nuestro juicio, muchos de estos yacimientos no dejan de ser otra cosa que meras áreas de acumulación de configuración diacrónica. En conclusión, y refiriéndonos ahora ya al área de Amoedo, apreciamos la proliferación de comunidades a lo largo de la segunda mitad del III Milenio cal. A. C., caracterizadas por sus vistosas cerámicas simbólicas campaniformes, y continuadas durante la primera mitad del II Milenio cal. A. C. por las cerámicas lisas. Se trata de pequeñas comunidades que tal como revelan los análisis paleoambientales practican una economia extensiva, donde si bien la agricultura está presente, es en realidad la ganadería su principal item. Estos asentamientos, probablemente fuesen temporales, cíclicos, en función de la explotación del medio, donde posiblemente las actividades pastoriles representaban el principal vector en la configuración de su mayor o menor movilidad. Desde luego, difícilmente podremos hablar de sedentarismo, viendo la pobreza de los restos materiales sacados a la luz por las excavaciones arqueológicas. No obstante, en la primera mitad del II Milenio cal. A.C., este panorama parece evolucionar. La presencia de grandes vasijas de almacenamiento indica un 95 96

Prieto, M. P. (1998:345 y ss.). Méndez Fernández, F. (1994) y Prieto Martínez, M. P. (1998:345).

61 aprovechamiento económico más intensivo del medio, al que se suma ahora la paulatina transformación del entorno natural ya en cierto modo antropizado, en la estepa cultural revelada por los registros paleoambientales. De muy distinta índole es el asentamiento del Monte Buxel. Dada su indudable importancia para caracterizar el poblamiento de la segunda mitad del II Milenio cal. A.C. nos detendremos en su exposición. A no más de 1 km. en línea recta hacia el SO. de la estación rupestre del Alargo dos Lobos se encuentra el yacimiento del Monte Buxel (Fig. 2). Este establecimiento al igual que los otros fue localizado en el curso de las obras de instalación del gasoducto y del oleoducto cuyo trazado les afectaba. El poblado estaba localizado en el arranque de la ladera de una elevación serrana, dominando un amplio espacio aplanado, en una zona de ligera inclinación. Los trabajos arqueológicos sacaron a la luz una extensa área habitacional a la cual la excavación le llegó tarde, pues las máquinas ya habían realizado una vasta destrucción. De todos modos, aún se pudieron localizar varios agujeros de postes y otras estructuras que permitieron identificar construcciones levantadas con materiales perecederos. Pero lo que otorga gran importancia a este yacimiento son los 9 grandes silos excavados en el sustrato rocoso. Estas cavidades tenían forma globular y eran de grandes dimensiones, de hasta 2 m. de profundidad, por una anchura máxima de 1,5 m., oscilando su capacidad entre los 1.000 y los 2.000 litros. Tras su vaciado las paredes interiores habían sido revestidas con una capa de argamasa impermeabilizadora.. Según la excavadora, habrían servido para el almacenamiento de cereales, pero el registro palinológico de los depósitos internos, no detectó la existencia de ningún tipo de simientes. Como suele ser costumbre con este tipo de yacimientos, la cultura material documental era escasa y pobre, procediendo una parte no despreciable de las tierras de relleno que colmataba los silos, lo cual indica que estos tras un uso de almacenamiento inicial, se convirtieron en basureros. En la cerámica se acredita cierta abundancia de grandes recipientes de almacenamiento, así como de fondos planos. Casi toda ella carece de decoración, y es de superficies alisadas, constando algunos vasos de hombros, así como pequeños cuencos hemisféricos de borde horizontal y asas, todo lo cual nos remite a una cronología avanzada, presumiblemente de la primera mitad del II Milenio cal. A.C. Para este yacimiento se obtuvo una cronología de 1455-1263 cal. A.C. (3103±44 B.P.), lo cual concuerda con lo que se viene argumentando acerca de la pervivencia de los cuencos hemisféricos de borde horizontal (los conocidos bibliográficamente como longobordos, vasos de borde revirado o vasos en forma de chapeu invertido). Esta datación coincide con la idea de J. Suárez97 quien considera a este tipo de vaso, está esbozado ya en época epicampaniforme, esto es, hacia el 2000 cal A.C., pero no obstante sus formas más evolucionadas, como las que ahora nos ocupan, parecen materializarse con el arranque de la metalurgia del bronce, y por lo tanto, con posterioridad al 1650 cal. A.C. Un ejemplo ilustrativo procede del Castro de Sola (Braga), en el cual para el nivel Sola II con longobordos y un molde para fundir hachas Bujões-Barcelos, se obtuvo una cronología de 1628-1511 cal. A.C98., fechación análoga a las obtenidas en la necrópolis de fosas del Tapado da Caldeira, las cuales se remontan 97 98

Suárez Otero, J. (1997). Cruz D. J. y Huet B. Gonçalves, A. A. (1998-1999:16).

62 al período 1690-1442 cal. A.C. (3290±55B.P.), 1618-1391 cal. A. C. (3210±55 B.P.) y 1387-1109 cal. A C. (2990±50 B.P.)99. Asimismo, de la necrópolis de cistas de Agra de Antas (Esposende, Braga), con fuerte presencia de longobordos se obtuvo una datación practicada a un esqueleto de 1383-1051 cal. A.C. (2980±50 B.P)100, en consecuencia semejante a la última del Tapado da Caldeira. Pero incluso, este tipo de recipiente se detecta en hábitats más recientes como el de Bouça do Frade con dos dataciones de 976800 cal. A. C. (2720±50 B.P.) y 943-797 (2710±50 B.P.)101, alcanzando por lo tanto el siglo IX cal. A. C., ya en vísperas de la Cultura Castreña, a la cual no llegan este tipo de vasos en forma de sombrero invertido. No obstante no podemos tampoco descartar que el poblado del Monte Buxel se remonte a una época anterior, esto es, a la primera mitad del II Milenio cal. A.C., dado que ciertas formas cerámicas allí presentes así lo sugieren. Aquellas grandes fosas globulares de almacenamiento tras su abandono se fueron colmatando, bien sucesivamente usadas ya como basureros, bien debido a arrastres. mientras algunas de ellas se rellenaron en grandes proporciones de una vez o en pocas veces. Realmente se ignora qué se almacenaba en estas fosas. Del análisis palinológico se deriva que presumiblemente no funcionaron como silos de aprovisionamiento de cereales, pues cabría esperar el registro de una mayor cantidad del polen específico, o de restos antracológicos. En el norte de Portugal encontramos varios paralelos, si bien la información es todavía incompleta dado que sepamos aún no se han publicado los resultados de múltiples análisis. En el asentamiento de As Cimalhas102 se documentaron junto a dos fondos de cabaña 105 sepulturas del tipo fosas, y 127 silos de almacenamiento semejantes a los del Monte Buxel. Este tipo de arquitecturas y los materiales cerámicos recuperados no debieran superar el siglo XVII cal. A. C., tal como aconsejan los paralelos más arriba citados. El otro poblado conocido es el do Pego (Braga)103, el cual ya estaba delimitado por una cerca, y en cuyo interior además de 12 fosas sepulcrales (con ofrendas consistentes en vasos en forma de chapeu invertido), se localizaron más de una veintena de fosas de aprovisionamiento. Este poblado según parece fue abandonado en el lapso 803-508 cal. A.C. (2530±B.P.). Las arquitecturas documentadas en ambos establecimientos parecen señalar un tipo de sociedad aparentemente sedentaria dada la importancia de las construcciones (cercas, silos) y la extensión de las necrópolis, donde fueron enterradas varias generaciones. De algún modo esta conclusión se podría llevar al yacimiento del Monte Buxel, pues aún considerando la modestia del número de silos, su mera presencia ya denota una obvia previsión de acopio económico a corto y largo plazo, de donde además se deduce algún grado de sedentarización. Por desgracia desconocemos que se almacenaba en esos silos; desde luego, cereal no podía ser: ni así lo revelaron los análisis edafológicos, ni tampoco lo hace factible una simple observación del territorio circundante, pues serían necesarias muchas hectáreas de terreno susceptible potencialmente cultivable para alcanzar los 14.000 litros de capacidad total, del que ciertamente no disponían en las inmediaciones. La cronología del yacimiento del Monte Buxel se adscribe en líneas generales a una etapa tardía de la Prehistoria Reciente, con materiales que oscilan entre mediados 99

Jorge, S. O (1985). Cruz D. J. y Huet B. Gonçalves, A. A. (1998-1999:16). 101 Jorge, S. O. (1988:63-64). 102 Brochado de Almeida, P. y Fernandes, F. (2007; 2008). 103 Sampaio, H. A. y otros (2008). 100

63 del II Milenio cal. A.C. y el siglo IX cal. A.C., y una cronologìa particular extendida desde mediados del siglo XV cal. A.C. a mediados del siglo XIII cal. A. C., pero no podemos excluir un uso anterior a estas fechas. Las fosas de aprovisionamiento procederían de un momento avanzado de la vida del asentamiento, previo a su abandono, pues aún serían usadas como basureros. Otro yacimiento donde también se detecta una ocupación más tardía aún del que apenas disponemos de noticias es el de O Arieiro104. En este lugar se ha identificado una fosa excavada en el suelo que según parece estaba acompañada de una estela hincada como marcador visible de la deposición. Tanto a partir de la cerámica extraída de su interior como por su paralelo con el monumento de A Devesa do Rei (Vedra, A Coruña), todo lleva a pensar en una cronología muy reciente, cuando menos en la primera mitad del I Milenio cal. A.C., previa a la Cultura Castrexa o de un momento transicional hacia ésta. Sea como fuere se trataría de un monumento de carácter funerario, sin apenas paralelos en Galicia a no ser el ya citado de Vedra, pero con abundantes manifestaciones semejantes en otras áreas europeas en un momento inicial de la Edad del Hierro. 3.3. EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL ÁREA DE AMOEDO Y LOS PETROGLIFOS. En los dos epígrafes anteriores hemos tratado de establecer el marco paleoambiental y cultural en el que se habrá de insertar las manifestaciones rupestres. Hemos asistido a una creciente antropización del territorio, acelerada desde los inicios del II Milenio cal. A.C., que acabará por reducir los bosques autóctonos a su mínima expresión con la aparición de extensas praderas en aras de una creciente explotación ganadera del territorio. El poblamiento más reciente del área de Amoedo ya habría comenzado de un modo patente hacia fines del V Milenio cal. A.C., tal como lo documenta la presencia de grandes túmulos, pero no será hasta mediados del III Milenio cal. A.C. cuando comencemos a disponer de información doméstica. Se aprecia una primera etapa que englobaría la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. y la primera mitad del II Milenio cal. A.C., donde pululan pequeñas comunidades dedicadas a una economía extensiva de base ganadera lo cual les obligaba a practicar cierta movilidad territorial. Sin embargo, paulatinamente, y ya probablemente desde fines de esta larga etapa, las comunidades han dejado testimonio de una incipiente sedentarización, la cual probablemente se concretice más acusadamente en la segunda mitad del II Milenio cal. A.C. Esta parca información es sobre la que habremos de trabajar a la hora de valorar culturalmente las manifestaciones rupestres. A día de hoy, nada se ha encontrado en los poblados de la Prehistoria Reciente que permita su extrapolación en los petroglifos, ni siquiera la decoración de las cerámicas. Ante tal panorama, huelga comentar que tratar de extraer conclusiones de validez sociocultural que sean objetivables para la comprensión del Arte Rupestre, a parte de ser una total ingenuidad, exige un vigoroso acto de fe, el cual declinamos. No decimos nada nuevo que no se sepa ya, pues incluso F. Méndez hace ya años advertía de las dificultades implícitas en este planteamiento105. Y sin embargo, esta información era por la que clamaban algunos autores no hace muchas décadas. Siempre estuvimos convencidos que esa exigencia metodológica o 104 105

Aboal Fernández, R. et alii (2005:175). Méndez Fernández, F. (1993).

64 bien era una plegaria, o más sencillamente, trataba de ocultar un escaso interés personal por los petroglifos, tenidos como una dedicación marginal u ocasional, pero cuyo estudio exige un continuado esfuerzo que no se pretendía asumir. De hecho, las hipótesis más disparatadas se han realizado precisamente en años recientes, cuando ya se disponía de la información por la que antaño tanto se rogaba, y curiosamente no están basadas en el análisis de los resultados de las excavaciones, sino en meras comparaciones etnográficas, cuando no en fantasías. Tratar de poner en relación aquellos poblados con las manifestaciones rupestres de esta misma localidad, tal como lo propusieron en su momento A. de la Peña y J. Rey106, tomando como base la carta arqueológica del Morrazo no deja de ser un arriesgado ejercicio altamente especulativo, y además carente de fundamento. El desconocimiento de los márgenes cronológicos exactos de los petroglifos, unido a la larga pervivencia que se supone de algunos de estos asentamientos, sino de todos, convierte en una ilusoria tentativa cualquier adscripción cultural. Para aquellos autores, los poblados enumerados extendían su cronología a la segunda mitad del III Milenio cal. A.C., posibilidad que la investigación posterior se encargó de desmentir. Conectado con lo anterior encontramos también el socorrido tema de la intervisibilidad entre asentamientos y petroglifos, otra de las ideas que innecesariamente se puso sobre la mesa. Para llegar a tal conclusión primeramente, del mismo modo que hicieron los autores arriba citados, hay que compaginar cronológicamente unos petroglifos y unos asentamientos determinados, lo cual es toda una desalentadora aventura, cuya comprobación dista mucho de poderse verificar siempre, si es que se puede realizar alguna vez. En realidad ignoramos qué subyace tras esta hipótesis. Probablemente no se trate más que de un estéril ejercicio dialéctico, sin mayores pretensiones, como aquel que además relaciona los petroglifos con supuestas vías de tránsito. Sólamente pretendemos que se tenga en cuenta un detalle: tanto los asentamientos estudiados, como los petroglifos, y ambos de modo independiente, han revelado la existencia de una economía de base ganadera y el pastoreo es una actividad que exige movilidad. Los paralelos etnográficos relativos a Galicia en épocas recientes relativos al pastoreo ponen de manifiesto que la realización de la actividad pastoril no se explica con el uso de isocronas. A los habitantes de una misma aldea podían pertenecer pequeños rebaños que pacían en los alrededores de las casas, como algo más lejos en las serranías inmediatas, e incluso en medios verderamente montañosos, a un día o más de distancia, y sin embargo estamos hablando de un pueblo completamente sedentario. Suponer que un petroglifo por estar cerca de un poblado de la Edad del Bronce es ya identificable con éste, es sin más, una innecesaria impertinencia. De todos modos no todo ha sido tan estéril. El paso del landnam a la estepa cultural creemos que es un hito cronológico, que aún percibido de un modo difuso ha de ser muy tenido en cuenta, debido a su alto contenido económico. Los comienzos de su desarrollo se han fijado desde inicios del II Milenio cal. A.C., cuando se documentan los primeros compases epicampaniformes. Es ahora en esta primera mitad del II Milenio cal. A.C. cuando proliferan los enterramientos en cistas, que nos ponen en contacto con una sociedad jerarquizada, dirigida aparentemente por unas élites de carácter guerrero, lo cual traduce una conducta competitiva. Sin embargo en el seno de aquellas 106

Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993).

65 comunidades este liderazgo social, quizás deba de ser entendido de un modo laxo, probablemente fuese más consentido o consensuado que impuesto. En efecto, no se acaba de ver claramente cuál podría haber sido el apoyo económico para el sostenimiento de jefaturas plenamente coercitivas, pues la agricultura, dado tanto el tipo de suelos explotados como la penuria tecnológica empleada, difícilmente derivaría en un excedente suficiente para financiar esa estructura social. Tampoco la ganadería, aunque de ella suponemos la principal fuente de riqueza de la época, sería una actividad generadora de especiales plusvalías, toda vez que el mantenimiento de grandes cabañas ganaderas exigiría para ser factible extensas áreas para no entrar en un continuo de colisiones de competencia, expectativa que tampoco las ofrece el territorio. Sin embargo, este panorama va transformándose paulatinamente a lo largo del II Milenio cal. A.C., tal como lo pone de relieve la creciente importancia que adquieren las vasijas de almacenamiento, así como la existencia de la proliferación de silos. Esta información nos permite suponer que para fines del período, es decir, en el Bronce Final, sí estaríamos ante la formación de verdaderas jefaturas de carácter militar con control de la economía social, y por lo tanto con capacidad coercitiva. Tal como veremos, cuando en el capítulo siguiente hablemos de la importancia de la generalización del uso del caballo como símbolo de prestigio, la consolidación de este proceso se percibirá llegando el siglo XIII A.C. cuando se inicie el desarrollo de la metalurgia atlántica.

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4 ASPECTOS CRONOLOGICOS Y CULTURALES DE LOS GRABADOS RUPESTRES.

Desde comienzos de los años noventa del pasado siglo XX a propuesta de A. Peña Santos y J. Rey García se fue extendiendo la convicción de la gran antigüedad de los grabados rupestres prehistóricos gallegos, concretamente con un origen y desarrollo en la segunda mitad del III Milenio cal. A.C., admitiéndose cierta continuidad residual durante los primeros siglos del II Milenio cal. A.C107. Es decir, serían coetáneos a la época de uso de la cerámica campaniforme, de la que hemos hablado más arriba. Esta hipótesis cronológíca se basaba en varias ideas que en el fondo no resisten una mínima crítica, sobre todo porque su planteamiento implica ciertas contradicciones, así como atrevidas conjeturas, cuando no demagógicas manipulaciones. En su estudio estos autores tomaron como base la Carta Arqueológica de la Península del Morrazo, unidad geográfica, que aún a pesar de su coherencia, no nos parece el territorio más apropiado para extraer conclusiones válidas extrapolables al resto de las Rías Baixas (donde se concentran la mayor cantidad de manifestaciones rupestres), debido a su peculiaridad geográfica caracterizada por conformarse en una peculiar serranía rodeada de mar. El primero y más evidente error es de corte metodológico. Se basa en la intencionada confusión en la definición del término coincidencia, alusivo a la concurrencia de los diferentes motivos en un mismo panel, con el término asociación, tomado como análogo al anterior. De todos modos tal confusión es ya tradicional y consustancial en los estudios del Arte Rupestre Gallego. El uso descuidado y constante del vocablo asociación como equívoco equivalente de coincidencia condujo a hacer valer su verdadero significado. De este modo, todos los grabados que compartían un mismo panel, estuviesen o no relacionados por contacto o por vínculos lineales (trazos, líneas), estaban asociados, lo cual llevaba implícita la idea de analogía cultural y también participación en una misma simbología. No obstante quedaban exentos cruciformes y otros motivos, de cuya reciedumbre nadie dudaba, y por lo tanto, aunque podían compartir paneles con combinaciones circulares, no se asociaban a aquéllas. Si en vez de cruciformes fuesen armas o cérvidos, sí estarían asociados. Aunque no creamos necesario ningún comentario de mayor calado para acreditar la pobreza de este planteamiento, el lector debe darse cuenta que este método de investigación constituyó la principal directriz de los más renombrados investigadores del Arte Rupestre Gallego en los últimos decenios. El siguiente paso fue el de desacreditar las advertencias cronológicas que suponía la existencia de los laberintos y las escenas de equitación, motivos tenidos siempre por tardíos. Para los laberintos se propuso un improbado proceso de convergencia cultural que las independizase de sus homólogas del Egeo, siempre de datación muy tardía, y la escenas hípicas se despacharon aduciendo que desde el IV Milenio cal. A.C. ya en las estepas del sur de Rusia se montaban caballos. A su vez, las 107

Peña Santos, A. y Rey J. (1993).

68 alabardas, con el empleo de dudosos paralelos foráneos pertenecían ya a época campaniforme, lo mismo que los puñales rupestres, meras copias también de los de espigo campaniformes. Por último, ciertas figuras tenidas como ídolos también fueron llevados a esta segunda mitad del III Milenio cal. A.C., en apariencia, la cronología más apropiada para ellos. Con el tiempo restaría aún otro obstáculo adicional, no por ello menos importante: la embarcación del Río Vilar (Oia, Pedornes) 108, asociada109 a cuadrúpedos. Esta embarcación a todas luces escenifica un modelo tardío, encuadrable al menos en los siglos XIII o XII A.C.110, sino incluso en primeros siglos del I Milenio A.C.111 No obstante este asunto se solventó echando mano provisionalmente de un estudio que increíblemente veía una embarcación de juncos egipcia de las que navegaban por el Nilo en el III Milenio cal. A.C.112, pero que venía muy bien para sostener aquel planteamiento cronológíco antiguo. Más recientemente en un intento de abordar directamente el tema de esta embarcación F. J. Costas Goberna y A. de la Peña Santos, llegan a la conclusión de que esta embarcación podría representar un tipo de barco existente en el Mediterráneo Oriental desde mediados del III Milenio cal. A.C. hasta mediados del II Milenio cal. A.C113. Una vez más, se habían salvado los muebles de un proyecto de cronología absoluta basada en meras conjeturas de carácter subjetivo, muy en la línea de un pensamiento personal y de la particular mentalidad de aquellos investigadores. Quedaba no obstante un último escollo: vaciar de contenido el II Milenio cal. A.C. Para la concreción de esta hipótesis se adujo la filiación calcolítica y/o campaniforme de los asentamientos hasta entonces registrados en el Morrazo. No había datos del poblamiento del II Milenio cal. A.C. por ninguna parte, a no ser lo derivado de la constancia de algunas espadas. De todo esto se dedujo que tras el apogeo Campaniforme, se produciría una auténtica catastrofe demográfica con una retracción cultural sin parangón; incluso la aparente datación de los petroglifos corroboraban esta sospecha. Para mayor abundamiento se puso en relación los asentamientos calcolíticos con los petroglifos en función de criterios topográficos e isocrónicos, los cuales curiosamente los alejaban de los túmulos del IV Milenio cal. A. C. Sin embargo, esta gran construcción teórica en la que pocos creyeron ya desde un principio, sería inapelablemente demolida en los años sucesivos cuando se comenzó a disponer de un creciente caudal de datos precisos sobre la Prehistoria Reciente de Galicia, aunque tampoco era estrictamente necesaria una información arqueológica adicional para desautorizarla. En efecto empezaron a surgir asentamientos pertenecientes a época megalítica pero sin mámoas en sus inmediaciones, e incluso localizados muy cerca de los actuales valles agrícolas. Pero también, tal como acabamos de apreciar en el capítulo anterior, el poblamiento del II Milenio cal. A.C. es en la actualidad toda una floreciente realidad. Siguiendo al célebre físico ruso K. Tsiolkovski, nos vemos obligados a recordar aquello de que la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. 108

Costas Goberna, F. J.; Novoa Álvarez, P. y Sanromán Veiga, J. A. (1993). Así es como debe de ser expresado siguiendo el método de estos investigadores. Evidentemente para nosotros, meramente coinciden en un mismo panel, pero no están asociados. 110 Ruiz--Gálvez Priego, M. (2005 y 2008) 111 Guerrero Ayuso, V. M. (2008). 112 Alonso Romero, F. (1993). 113 Costas Goberna, F. J. y Peña Santos, A. (2011). 109

69 En consecuencia, y tal como ya hemos indicado en varios lugares de este estudio, a día de hoy, para una primera aproximación a las manifestaciones rupestres gallegas no hay otro método que el de su estudio directo. Una vez realizada esta tarea, es lícito tratar de buscar una explicación coherente echando mano de otro tipo de informaciones bien de carácter arqueológico, bien de carácter cultural. 4. 1. LAS COMBINACIONES CIRCULARES. 4.1.1. La cronología absoluta. La datación de las combinaciones circulares es un tema en el que lamentablemente no se ha avanzado mucho, dado que todavía no se ha encontrado ningún item bien fechado con el que poder relacionarlas, ni tampoco se ha profundizado en la búsqueda de un método teórico que permita su adecuado abordamiento, más allá de la burda conjetura. De ellas sabemos que fueron las manifestaciones rupestres más antiguas, si bien, de algún modo se solapan episódicamente en la siguiente fase de los cuadrúpedos, pero quizás de un modo residual, y quizás ya con otro significado114. Como veremos en el siguiente apartado, éstos se desarrollan en una etapa tardía correspondiente a lo que generalmente se denomina Bronce Final, quizás a partir del Bronce Final IC (1425-1325/1300 A.C.). De gran ayuda sería el poder establecer una correlación precisa de los círculos con los laberintos115, más allá de la mera especulación, porque está muy claro, véase como se vea, que estos motivos son una evidente aportación foránea, dando la impresión de que su inicial desarrollo debe se ser buscado en el ámbito del Egeo, o del Mediterráneo Oriental, al menos desde el Heládico Reciente, en sus formas más elaboradas. Habría que hablar también del origen de los raros casos de pseudalaberintos, algunos derivados directos de los propios laberintos, y otros a medio camino entre laberintos y combinaciones circulares. Si seguimos por esta línea no nos queda otra alternativa que admitir una cronología para las combinaciones circulares que en su fase terminal alcanzase el mencionado Bronce Final IC. De todos modos nos hacemos cargo de lo aventurado de esta hipótesis. Por ejemplo, no es segura la datación antigua de los laberintos de tipo Cretense, pues incluso podrían ser más recientes de lo que cabría suponer. De hecho, una losa con un grabado de este tipo procedente de la excavación del castro de Formigueiros, yacimiento que se data entre los siglos III-II A.C. y el I A.D.116, pone de manifiesto su conocimiento y uso durante la Edad del Hierro. En realidad, los laberintos117 son un motivo raro en el Arte Rupestre Gallego, y cuando surgen nunca aparecen asociados con los motivos típicos, ni comparten sus peculiaridades compositivas (asociaciones y/o composiciones, ocupaciones mamilares, surcos de salida). Sólamente en la famosa Pedra do Labrinto de Mogor118 están rodeados por pequeñas combinaciones circulares, pero es un caso único, y aunque se podría hablar de cierta estratigrafía horizontal, en la actualidad nos preocupa la viabilidad de esta metodología para este caso concreto. Sin embargo, sí hacemos referencia a los pseudolaberintos del tipo B y C, entonces ya empezamos a encontrar casos de planteamientos estilísticos semejantes a los de las combinaciones circulares 114

Fernández Pintos, J. (1993 y 1989b) Fernández Pintos, J. (1989a). 116 Meijide Cameselle, G.; Vilaseco Vázquez, X. I. y Blaszcyk, J. (2009). 117 Fernández Pintos, J. (1989a). 118 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 80). 115

70 como por ejemplo en Naraío119. Quizás debamos admitir un origen evolutivo autóctono para los pseudolaberintos de tipo B y C, y una aportación foránea y tardía para los laberintos y los pseudolaberintos de tipo A. Recordemos además que la representación gráfica más antigua de un laberinto en el Egeo, proviene de Pylos, de la tablilla datada a fines del siglo XIII A.C, cuando acaeció la destrucción del palacio. No obstante, dada la existencia de precedentes formales semejantes en otras áreas cercanas al Mediterráneo Oriental 120 cabe esperar que las imágenes de laberintos sean en esta zona más antiguas. De todos modos, sobre los laberintos aún habremos de volver en páginas siguientes al tratar de concretar la cronología de los cuadrúpedos. Una idea que se ha manejado con asiduidad es el correlato entre armas y combinaciones circulares, dado que incluso a veces coinciden en un mismo panel. Sería de especial provecho el poder demostrar que los pocos frecuentes petroglifos de armas se confeccionan en el marco general de la insculturación de las combinaciones circulares. Sin embargo, en la facturación de los petroglifos de armas se ha apreciado una generalizada conducta excluyente, aunque no de un modo absoluto, lo cual tampoco implica una diferenciación cultural. No obstante la escasez de manifestaciones rupestres de armas y su desconexión geográfica podría estar delatando la existencia de un marco de tradición rupestre más amplio, tal vez cubierto por las combinaciones circulares. De todos modos, incluso en los modelos de armas representados se aprecia la convivencia de modelos muy evolucionados, junto a otros de mayor apariencia arcaica, lo cual induce a conjeturar una larga pervivencia de la grabación de armas, pero realizadas de un modo espontáneo, y además alcanzando cronologías quizás no muy lejanas de los mediados del II Milenio cal. A.C., como por ejemplo lo permite sospechar, entre otros casos, uno de los puñales del panel nº. 1 del Campo de Matabois (Morillas, Campo Lameiro)121. En este tipo de petroglifos descuellan las alabardas, tipo de arma que cuyos modelos metálicos según parece se originan en las Islas Británicas desde el 2300 cal. A.C., pero cuyo desarrollo se extiende a la primera mitad del II Milenio cal. A.C. en amplios ámbitos europeos como Unetice, Argar, etc. Para nuestra región contamos con las conocidas alabardas de tipo Carrapatas, cuya datación siquiera queda bien establecida en el ya clásico estudio de T. X. Schuhmacher aunque se decide por establecer una hipotética fecha de uso en torno a los siglos de transición hacia ese II Milenio cal. A.C., con posibilidad de larga pervivencia122. Quizás en el NO. peninsular, tal como sugieren algunos autores el uso delas albardas tipo Carrapatas se concreta en la primera mitad del II Milenio cal. A.C., estando vigentes hasta el 1650 cal. A.C. cuando se empiecen a emplear las hachas Barcelos-Bujões, que marcarán el inicio de la verdadera metalurgia binaria del bronce123. En este sentido, es interesante señalar, que una cronología extendida a esta primera mitad del II Milenio cal. A.C., es la que se maneja actualmente para las losas o estelas alentejanas124, donde constan representaciones de alabardas. De todos modos, tampoco debemos olvidar que las alabardas de los grabados rupestres gallegos ofrecen un módulo de dimensiones muy distintas a las tipo Carrapatas125, pareciéndose más bien a las antiguas Clonard 119

Galovart, J. (s/f): http://jlgalovart.blogspot.com.es/2008/12/petroglifos-de-narahio-carnotamuros.html Friberg, J. (2007:219 y ss.) 121 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 20). 122 Schuhmacher, T. X. (2002:267-271 y 282). 123 Senna-Martínez, J. C. (2007 y 2009). 124 Costa Caramé, M. E. y García Sanjuán, L. (2009:217). 125 Fernández Pintos, J. (1989b:227-228; 1989c: 292-293 y 1993:121). 120

71 irlandesas, por lo menos en la forma de la hoja126, si bien tampoco podemos precisar si este rasgo, es plasmación de una realidad o el empleo de una convención artística. Otro dato del que disponemos ahora, de momento de ambigua lectura, es el creciente desarrollo a partir de los inicios del II Milenio cal. A.C. de la estepa cultural, proceso deforestador muy relacionado con la expansión de la economía ganadera. Dado que la proliferación de los petroglifos guardan una evidente relación con este tipo de espacios no sería descabellado el suponer que sea éste el contexto cronológico y cultural en el que comienzan su andadura, coincidiendo asimismo con el desarrollo de la época epicampaniforme, en cuyo seno se materializa ahora firmemente una metalurgia armamentística al servicio de las élites. En consecuencia, todos los datos más o menos objetivos que podemos manejar para datar el Arte Rupestre Gallego en sus manifestaciones más antiguas, indefectiblemente nos llevan a esa primera mitad del II Milenio cal. A.C. De todos modos, esta cronología la tomamos de un modo provisional y no ya firme, porque también somos conscientes de la fragilidad de los hitos cronológicos que acabamos de mencionar. 4.1.2. Aspectos culturales. En múltiples partes de este trabajo ha quedado claro que los petroglifos mantienen una íntima relación con los espacios de evidente vocación pastoril. En consecuencia su insculturación se vincula a esas áreas y a la actividad que allí se desarrollaba. El esclarecimiento de las consecuencias de esta asociación pasa indefectiblemente por el conocimiento de su significado, lo cual de momento estamos lejos de establecer. Sin embargo se dispone de algunos datos cuya exposición permitirá aclarar algunos de sus aspectos simbólicos. En primer lugar estamos observando que con harta frecuencia las combinaciones circulares no son grabadas siempre en los planos más o menos lisos de las rocas, si no en prominentes mamelones que delimitan por su base con un surco, mientras la coviña central ocupa la cima, y los anillos se disponen a modo de curvas de nivel de los mapas topográficos. Era ya este un hecho conocido desde hacía tiempo127. En ocasiones se adaptan a elevadas turgencias como se ha estudiado en el panel nº. 1 de A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)128 , pero en no pocas ocasiones se emplazan en mamilos apenas perceptibles como sucede en el Alargo dos Lobos en el panel nº. 13. Dado que este tema se ha estudiado poco, ignoramos que significación encierra su uso, el cual está más extendido del que se pudiera suponer a simple vista. Otro tema explotado es el de la existencia de los conocidos surcos de salida129. Los surcos de salida son líneas que partiendo del centro de la combinación circular o desde su anillo exterior, y tras un recorrido más o menos largo, pueden rematar en la misma superficie de la roca, pero asimismo, en otras ocasiones el trazo concluye intencionamente en una diaclasa, o incluso en el mismo borde de la superficie de la roca, o desciende por un plano vertical prolongándose como en dirección al suelo. Estas regularidades icnográficas nos han permitido deducir, que fuesen lo que fuere esos 126

Fernández Pintos, J. (1989b:292-293). Fernández Pintos, J. (1993:fig. 2). 128 Fernández Pintos, J. (2012:fig. 4). 129 Fernández Pintos J. (1989b). 127

72 surcos de salida es indudable la manifiesta intención de asociar la combinación circular con el exterior de la roca (las diaclasas actuarían como vehículo de vínculo). En este sentido, con esta asociación quizás se estaba indicando que la combinación circular participaba en el medio natural, quizás como una entidad, o materialización gráfica de una entidad, quizás como propiciatoria de la fertilidad de los pastos o de la tierra en general. La circunstancia de que en algunos petroglifos, ciertas combinaciones circulares se asocien también a pilas naturales, tal vez esté redundando en esa capacidad ritual fertilizante, en la que ahora se echa mano del simbolismo del agua referido por las pilas. 4.2. LOS CUADRÚPEDOS Y LAS ESCENAS DE EQUITACIÓN. 4.2.1. La cronología absoluta. La cronología de los cuadrúpedos se situaría a continuación de las combinaciones circulares constituyendo un ciclo cultural independiente. Esta idea se basa en la observación de varias regularidades. Lo primero que debemos advertir es que estamos confrontando un motivo naturalista con otro de aspecto geométrico, lo cual ya de por sí debe conllevar implícitamente alguna diferenciación cultural. La dispersión territorial de las combinaciones circulares es más amplia geográfica y cuantitavamente que la de los cuadrúpedos; las representaciones de fauna en realidad se concentran en un foco importante, como es Campolameiro, y a partir de aquí, en general se rarifican, si bien en ocasiones los encontramos abundantemente grabados en estaciones muy concretas. Con frecuencia los cuadrúpedos integran paneles autónomos donde las combinaciones circulares o no constan, o se reducen a insignificantes muestras. Cuando coinciden en petroglifos con predominio de combinaciones circulares, los animales suelen disponerse en la periferia del panel, y los casos en los que vemos intencionalidad de asociación, con asidua frecuencia se aprecia una constante superposición de los cuadrúpedos sobre los círculos. Combinado todos estos datos hemos llegado a la conclusión de que los cuadrúpedos integraban un ciclo artístico posterior a las combinaciones circulares. No obstante existen algunos casos claros de sincronicidad asociativa de animales y círculos, pero esto es algo excepcional y de aspecto marginal, de donde hemos deducido que en la etapa naturalista se respetaban y valoraban aquellos grabados circulares antiguos, testimonio de una presencia humana ancestral, por lo que no es descabellado suponer que en esta nueva dinámica se recogiera parcialmente aquel legado pero tal vez con una nueva significación. En relación con el mundo de los cuadrúpedos encontramos los casos de monta de équidos. Las escenas de equitación han sido vistas siempre como una categoría a medio camino entre las representaciones de cuadrúpedos y las figuraciones humanas. De hecho es obvio que comparten ambas características. Sin embargo, esta configuración intermedia ha conllevado la apertura de una categoría nueva y diferenciada, pero presentada y entendida de un modo a veces tan ambiguo que ha derivado en no pocas contradicciones.. Así para A. de la Peña Santos y J. M. Vázquez Varela, mientras la insculturación de los cuadrúpedos se desarrollaría a lo largo de la Edad del Bronce, cuya cronología en la actualidad abarcaría prácticamente todo el II Milenio cal. A.C. hasta el siglo XIII-XII A.C., las escenas de equitación se enclavarían, precisamente en el Bronce Final, es decir

73 desde los siglos XIII-XII A.C. hasta el siglo VIII A.C130, si aceptamos la cronología convencional referida al Bronce Atlántico. Tras esta inicial aproximación cronológica, empieza a abrirse paso la idea de la vigencia muy antigua de las escenas de equitación, tal como acabamos de examinar en páginas precedentes, enclavadas en la segunda mitad del III Milenio cal. A.C., y quizás con prolongación residual en los primeros siglos del II Milenio cal. A.C.131 Recientemente M. Santos132 propone una cronología muy tardía para la etapa de los cuadrúpedos en función de la interpretación de los resultados procedentes de dos campañas de excavación realizados en el petroglifo de Os Carballos (Moimenta, Campolameiro)133. Para este investigador el petroglifo tendría una vigencia extendida desde fines del Bronce Final, hacia el siglo VIII A.C., y a lo largo de la Edad del Hierro. En realidad, M. Santos habla de momento de uso del petroglifo, término de apariencia neutra, pero en el fondo de contenido muy confuso y ambiguo pudiendo ser entendido de varias maneras. La excavación realizada a los pies del petroglifo puso de manifiesto la existencia de varios niveles producto de continuos arrastres. Según parece, en los siglos XI-XII A.D. el gran ciervo estaba ya cubierto, mientras aún entre los siglos VIII a IV A.C., la capa de arrastres aún no había llegado a las pezuñas del cuadrúpedo, pero ya estaba cerca. Un nivel inferior caracterizado por la aparición de actividad antrópica sin mayor trascendencia, arrojó una datación que oscilaba entre 1280/1260 y el 1140/1130 cal. A.C. Este estrato, todavía no cubría el petroglifo pero M. Santos lo toma como un término post quem, cuyas razones no alcanzamos a comprender. Para este autor es concluyente el hallazgo de un depósito de esquirlas de cuarzo que supone producto de la talla de los grabados, así como de materiales arqueológicos diversos pertenecientes al estrato datado en el 799-521 cal. A. C., que al igual que el anterior, tampoco cubría el petroglifo. Dada la evidente endeblez del modo de manejo de los datos procedentes de la intervención arqueológica, esta teoría ya fue prontamente puesta en tela de juicio, aunque sin el empleo de una línea de crítica positiva y convincente134. Quizás el tono impropiamente agresivo y humillante de los autores de este panfleto explique que M. Santos no juzgase reconsiderar lo atrevido de su propuesta, pues de hecho seguirá manteniendo la validez de la hipótesis en estudios sucesivos, tomándola además como la base para el establecimiento de la cronología del Arte Rupestre Gallego135. En efecto, M. Santos se aferra a las dataciones obtenidas de C14, en apariencia bastante coherentes, pero a nuestro modo de ver insuficientes, y además de controvertida interpretación, dado que estamos en una zona de deposición de arrastres provocados probablemente por acción antrópica, así como a la inviable interpretación de los datos suministrados por la excavación. De hecho, no vemos por qué no sirve el nivel fechado desde el siglo XIII A.C. hasta mediados del el siglo XII cal. A.C., cuya prolongación en horizontal alcanzaría también las proximidades de las pezuñas inferiores del gran ciervo, tal como asimismo reconoce el investigador. De la lectura detenida de su propuesta se tiene la impresión de que análogamente a como hacen otros autores, M. Santos tenía una idea preconcebida, bien fundamentada o no, y simplemente 130

Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:56 y ss). Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993). 132 Santos Estévez, M. (2005). 133 Peña Santos, A. (1985). 131

134 135

Costas Goberna, F. J.; Fábregas Valcarce, R., Guitián Castromil, J., Guitián Rivera, X., Peña Santos, A. (2006:26).

Santos Estévez, M. (2007: 46 y ss. y 2008).

74 todo el método se redujo a aplicarla directamente sin comprender que estaba cayendo en una valoración subjetiva de una información arqueológica de carácter muy limitado, e incluso como acabamos de observar, interpretable de otro modo. Lo curioso es que la postura cronológica mantenida por M. Santos venía a corroborar parcialmente la hipótesis cronológíca que hacía varias décadas ya había ensayado el que suscribe estas líneas y que ahora parece ignorar aquel autor. Por nuestra parte, sin descartar otros medios, tal como hemos insistido repetidamente a lo largo de este trabajo, preferimos aproximarnos a la cronología de los petroglifos, primero de un modo interno con uso de un método propiamente rupestre, con el análisis y comparación de paneles. Ya hace tiempo avisamos de que no era aconsejable separar el estudio de las escenas de equitación del marco más general de los cuadrúpedos 136. Esta idea se basaba en que en los casos documentados en Campolameiro los caballos montados no se diferencian estilísticamente de los restantes cuadrúpedos, y además en otras estaciones escenas de monta y cuadrupedos se entremezclan en un mismo panel, como sucede en A Pedra do Pinal do Rei137, Outeiro dos Lameiros138 o Laxe das Lebres139. La cronología que propusimos entonces para la datación de los petroglifos de cuadrúpedos debía de ser tardía, dado que en el panel nº. 2 de A Chan da Lagoa140 un cérvido tiene una de sus astas insculturada sobre un laberinto, y por lo tanto encuadrables en el Bronce Final. Propusimos un amplio abanico cronológico extendido a la segunda mitad del II Milenio cal. A.C., y tal vez, el Bronce Final Atlántico (a partir del siglo XII A.C.), en función de la datación egea de la representación más antigua de laberinto conocida141. En consecuencia, al margen de si el inicio del ciclo de los cuadrúpedos comenzó o no en el Bronce Final IC, al menos los detectamos coetáneamente o con posterioridad a este momento, al ponerlos en relación con las figuras laberínticas. Porque en efecto, es a partir de este período cuando en el Mediterráneo Oriental, de donde proceden los laberintos, se percibe al menos desde el siglo XIV A.C. el desarrollo de una tecnología naval que permite emprender largas travesías. Es además ahora cuando en el Mediterráneo Oriental se asiste a la pujante proliferación de un comercio en manos privadas al margen del monopolio palaciego, y cuando subsiguientemente (a partir de mediados del siglo XIII A.C.) comienza el declive, retroceso y/o desaparición de las grandes administraciones centralizadas de aquél área, y cuando la necesidad de abastecimiento de materias primas empujan a la exploración del Occidente, que además coincide con una creciente demanda indígena, y que por otra parte concuerda con la expansión de los circuitos comerciales en la fachada atlántica. Y es precisamente en este contexto cuando comenzamos a encontrar rastros de su estancia, aunque en origen quizás indirecta, en la Península Ibérica (distintos items, el hierro entre ellos y las estelas del SO.), siendo este hecho incluso perceptible en los grabados rupestres escandinavos (carros datados en el siglo XIV A.C.)142. Los laberintos más antiguos de los grabados rupestres gallegos, cuando menos, debieron llegar en el seno de esta dinámica. De todos modos, para su datación, el recientemente descubierto en las 136

Fernández Pintos, J. (1993:120). García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 30). 138 Costas Goberna, F. J. et alii (1994-95: fig. 1). Curiosamente estos autores no perciben la existencia de claras escenas de equitación en este panel, y sin embargo mencionan otros casos inadmisibles (pgn. 54). 139 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 99). 140 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 19). 141 Fernández Pintos, J. (1993:120). 142 Ruiz-Gálvez Priego, M. (2009). 137

75 excavaciones del castro de Formigueiros (siglos III-II A.C-I A.D.), es toda una preclara advertencia para quien pretenda emprender aventuras cronológicas sin rumbo definido. En función de estas consideraciones, y adaptando aquella cronología antigua a la más reciente propuesta cronológica para el Bronce Final143, hemos creído como medida más prudente establecer una vigencia para el ciclo de los cuadrúpedos en el marco general del Bronce Final, desde por lo menos el Bronce Final IC (1425-1325/1300 A.C.) y cuyas cotas extremas aún habrán de ser definidas, porque sus orígenes tanto podrían remontarse hasta mediados del II Milenio cal. A.C., como sus últimos vestigios podrían alcanzar la Edad del Hierro, en los albores del siglo VIII-VI A.C. Para este último dato nos será de mucha importancia el análisis de las escenas de equitación, porque no olvidemos que a priori deben de ser estudiadas conjuntamente en el marco más general de los cuadrúpedos. A la resolución del tema de las escenas de equitación dedicaremos los siguientes tres epígrafes. Tal como veremos, los ejemplos hípicos rupestres, aún en relación con los cuadrúpedos, parecen constituir en el mejor de los casos una etapa tardía que además lleva implícita la emergencia de la figura humana como motivo merecedor de ser representado, y si bien no nos podemos olvidar de su intencionalidad alegórica, poco parecen tener que ver con el simbolismo manifestado en la grabación de un cérvido, ni mucho menos con la complejidad significativa de las combinaciones circulares. Se trata ya de otro mundo, de otra época. En consecuencia, los cuadrúpedos pueden ser estudiados de un modo independiente. Respecto a la significación de los cuadrúpedos, de momento, y dado que apenas se han realizado estudios detallados, no es mucho lo que podamos avanzar. La presencia frecuente de cérvidos machos adultos exhibiendo una ostentosa cornamenta e incluso bramando, así como las escenas de intencionalidad sexual, como por ejemplo, la ya mencionada de As Tensiñas, hacen viable situarlas en relación con creencias relativas a la fertilidad. Pero también podría estar indirectamente revelando un ambiente cultural de predominio masculino de corte guerrero. Muy interesante para comprender el significado de los cuadrúpedos es el panel nº. 1 de A Chan da Carballeda (Moimenta, Campolameiro)144. Se sitúa este interesante petroglifo en un roquedo que domina visualmente una terraza elevada en una ladera de la serranía. Para la ejecución de los cuatro cérvidos que allí constan se eligió un panel casi vertical, y en él se grabaron varios animales de gran tamaño realizados algunos con un surco profundo. De este modo los animales se pueden identificar perfectamente a considerable distancia, desde la terraza situada a sus pies. Muy semejante es el caso del panel del Outeiro dos Lameiros (Baíña, Baiona)145, donde se grabaron unos ochenta pequeños cuadrúpedos esquemáticos que en su inmensa mayoría parecen ser équidos, donde incluso constan varias escenas de equitación. La superficie escogida para la facturación de tan impresionante panel era también casi vertical y elevada, la cual domina la pequeña terraza sobre la que se emplaza, y también, desde donde es posible contemplarlo. Esta relación dialéctica visual terraza-panel no debemos entenderla como un emblema territorial o algo semejante, tal como se ha sugerido algunas veces, porque no se puede olvidar que la inmensa mayoría de los petroglifos donde constan animales no son 143

Mederos Martín, A. (1997). Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:fig. 16). En este plano falta un cuadrúpedo en el ángulo NO. 145 Costas Goberna, F. J., Domínguez Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1991:117-118 figs 3, 4). 144

76 relevantes visualmente en el paisaje. A nuestro juicio, con la confección de estos paneles parece estar indicándose de un modo excepcionalmente ostensible una identidad protectora o promotora de la fertilidad de los pastos, de los animales que allí pacen o de la naturaleza en general, por parte de un animal grabado, bien sea cérvido, bien équido, u otros, quizás como vinculado a una entidad sagrada detentadora en aquellas comunidades de la facultad protectora y nutricia. El dominio visual sobre las terrazas inmediatas, sugiere esta posibilidad significativa. 4.2.2. El caso particular de las escenas de equitación.

Fig. 34.- Algunas escenas de equitación del Arte Rupestre Gallego (a diferentes escalas).

77 Que las escenas de equitación comparten afinidades con los cuadrúpedos, ya acabamos de argumentarlo. Pero tampoco sería falso el tratar de estudiarlas desde la óptica de las figuraciones humanas, y de hecho es así como lo han entendido algunos autores146. Vistas así las cosas, y combinando los dos puntos de vista, se complica enormemente la comprensión del fenómeno, pero probablemente esta actitud se ajuste más verazmente a la realidad de los hechos. En efecto, los antropomorfos tanto pueden surgir aisladamente como montados a caballo. Y entre los cuadrúpedos a veces encontramos indudables casos de caballos, con mayor proclividad en el ángulo SO. de la provincia de Pontevedra147. Para la adecuada elucidación de esta compleja tesitura abordaremos inicialmente un somero análisis de algunas escenas de monta del Arte Rupestre Gallego, para después tratar de compararlas con los otros antropomorfos, y a continuación ensayar cómo integrarlas en el marco más general de los cuadrúpedos. Si ya de por sí los cuadrúpedos son en líneas generales un motivo minoritario, sólo en cierta medida frecuentes en áreas como Campolameiro, Cotobade o Pontecaldelas, las escenas de equitación seguras son realmente muy pocas (Fig. 34). Vemos caballos al galope; sin embargo, los casos procedentes de Campolameiro (Fig. 34: 9, 10, 14 y 17), responden al esquema dinámico propio de los cuadrúpedos de este área, por lo que esta circunstancia debe de ser tal vez entendida como la aplicación de una norma iconográfica de tradición en el área. Sin embargo, el deseo de dar idea de galope sí se distingue claramente en otros casos (Fig 34: 5, 6, 8 y 11). Los jinetes que los montan a veces se limitan a la estricta realización de esta tarea, sujetando las bridas cuando éstas se han figurado (Fig. 34: 1 a 10)., o bien espoleando al caballo con fustas (Fig. 34: 11, 12, y quizás 14 y 15). En algunos casos podríamos discutir si se trata de una fusta o de una espada (Fig. 34: 14 y 15). Si bien en estos dos últimos ejemplos no alcanzamos a resolver la disyuntiva, en otros ejemplos (Fig. 34: 13, 14, 16 y 17), los vemos manejar lo que parece ser una jabalina, mejor que una lanza. Si ahora estos modelos los comparamos con los restantes antropomorfos detectados en el Arte Rupestre Gallego148, observamos que con harta frecuencia las figuras humanas también exhiben jabalinas, pero con un matiz distinto si bien de mucha importancia, como es el de aparentemente participar casi siempre en escenas de caza de otos animales, como podemos comprobarlo en A Pedra da Beillosa149, Pedra das Ferraduras150 o en el Coto da Rapadoira151. Ya en artículos anteriores hemos manifestado nuestra opinión de que estos ejemplos ahora mencionados, por lo general parecen originarse como resultado de la adición diacrónica de un cazador a un cuadrúpedo preexistente y en origen con una significación objetivamente distinta a la cinegética152. El problema reside en cómo compaginar aquellas escenas de equitación con estas últimas claramente de orientación cinegética, y con otras donde no hay animales pero constan figuras humanas blandiendo armas arrojadizas o no. Una vía de exploración sería la de suponer una explicación de corte complementario: en unos casos 146

Costas Goberna, F. J.; Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993). Véanse los planos adjuntados por Costas Goberna, F. J. et alii (1994-95). 148 Costas Goberna, F. J.; Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993: fig. 1). 149 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980: fig. 9). 150 Aparicio Casado, B. (1986: fig. 4). 151 Álvarez Núñez, A. (1986:102). 152 Fernández Pintos, J. (1993:120) 147

78 se plasmarían cazadores y en otros escenas de equitación, y en otras ejemplos de exaltación guerrera, todo ello en el marco más general de la emergencia de la figura humana como asunto digno de ser representado junto a los motivos más antiguos. Sin embargo esta idea encierra una contradicción, pues si hemos supuesto que las escenas de equitación surgen en el ambiente de los cuadrúpedos, que nada tienen que ver con la caza, no se explica como en otros casos, de los que se presume una clara posterioridad estamos ante cazadores, cuando ya hemos dicho que las figuraciones de cuadrúpedos no habían nacido para participar en escenas de caza. El tema de la caza en el Arte Rupestre Gallego ha sido abordado generalmente con un relajamiento metodológico inadmisible. Cuando decimos que los cuadrúpedos artísticamente no se grababan para ser cazados, es porque hemos observado que cuando se asiste a la participación de cazadores en los paneles, por norma general se percibe claramente que éstos son unos invitados tardíos: o son muy pequeños e insignificantes en paneles con numerosas representaciones de animales y a veces en posición periférica e incluso marginal, o su actividad no encaja bien con el sentido global del panel, o el particular de cada animal. En efecto, los petroglifos de cuadrúpedos lejos de plasmar manadas, no dejan de ser producto de la sucesiva repetición diacrónica de un mismo motivo en un panel, en los que en no pocas ocasiones es fácil apreciar una pluralidad de estilos. Incluso en los modelos en los que los animales muestran proyectiles clavados sobre su lomo no es muy difícil argumentar una adición extemporánea de estas armas. De todo ello se deduce una etapa cultural posterior al remate del ciclo de los cuadrúpedos en cuyo transcurso se grabaron cazadores. Pero el enmarcado de las escenas de equitación implica la superación de no pocos obstáculos. En efecto, si por un lado hemos propuesto una inserción en relación con los cuadrúpedos, por otra parte, hemos indicado afinidades con los antropomorfos, parte de los cuales, parecen posteriores a los cuadrúpedos, según se deduce del análisis anterior. La explicación a este aparente contrasentido, quizás la encontremos en los casos de cérvidos montados, y más concretamente en el panel nº. 2 del Río da Angueira (Teo). En efecto, ya desde hace tiempo se ha puesto de relieve la existencia de ejemplos de cérvidos que llevaban sobre el lomo un jinete, lo cual parece ser paradójico, pero que permitió volar la fantasía de algunos investigadores. En primer lugar, debemos indicar que no todos los petroglifos alusivos a este tema que usualmente se mencionan están totalmente fuera de dudas: del mismo modo que ocurre con las escenas de equitación, la elevación al rango de ser humano de unos simples trazos situados sobre el lomo de los animales, no nos parece un procedimiento siempre válido. Algunos petroglifos que hemos estudiado directamente como el de Chan da Rapadoira (Fentáns, Cotobade)153 o el del Río da Angueira (Teo)154, revelan que los jinetes son un añadido posterior. Por ejemplo, en el Chan da Rapadoira, simplemente estamos ante una aparentemente contradictoria escena de comportamiento animal (un cuadrúpedo asexuado olisquea los cuartos traseros de un cérvido adulto), es decir reflejo de la naturaleza, a la que se le añadió un jinete, cuya ejecución en amplia superposición es sin dudas un agregado posterior, y que no concuerda con el sentido general de la escena, por no recurrir a la idea que los tres animales detectados en este panel muestran estilos distintos, de donde se sigue una sucesión de añadidos. En el Río da Angueira el tema es más complicado pero no por ello inextricable. En este panel se aprecian varias fases. La más antigua la 153 154

Álvarez Núñez, A. (1986:Figs. 10 y 10a). Fábregas Valcarce, R., Peña Santos, A. y Rodríguez Rellán, C. (2011):

79 encarna la combinación circular, realizada con unos surcos profundos y anchos (de 40/3), siendo la figura más visible. Los restantes cuadrúpedos han sido facturados con una escasa incidencia, por lo que su lectura directa es más difícil (surcos de 30-35/1-2). Entre ellos apreciamos la concurrencia de varias etapas. Los más antiguos son dos cérvidos realizados con el vaciado del cuerpo, ambos de un estilo semejante, pues el más central y dinámico, además de ser el más visible de todos, se superpone ligeramente sobre uno de los anteriores. Estos animales son de mayor tamaño que los correspondientes a las escenas de equitación del sector N. del panel. El análisis del cérvido montado ha arrojado que sobre la línea de su grupa no sólamente se ha superpuesto la silueta de un jinete, sino también la de una pequeña coviña, cerca de la cola. De todas estas consideraciones quizás debamos deducir en el mejor de los casos la conteporaneidad tardía de las escenas de equitación en relación al ciclo de los cuadrúpedos. Debemos tener en cuenta que si bien existen paneles donde la integración de ambas categorías es manifiesta, muy frecuentemente las montas de équidos constituyen paneles autónomos, lo cual indica una cierta diferenciación. Los diseños de antropomorfos cazadores o guerreros debemos entenderlos como contemporáneos a los motivos hípicos, o por lo menos fruto de una misma época. Sea como fuere, las escenas de equitación no sobrepasan en antigüedad el Bronce Final al que ya hemos adscrito los cuadrúpedos. No obstante, su precisa calibración cronológica así como su significación conllevan un agudo problema teórico cuya resolución es de enorme complejidad, pero no por ello inviable. Este asunto lejos de poderse despachar con la emisión de una rápida idea general, tal como se viene practicando, usualmente más conjunto de conjeturas que resultado de un planteamiento sólido, exige un desarrollo minucioso, sobre todo, porque es uno de los pocos motivos del Arte Rupestre Gallego del cual disponemos de referencias arqueológicas e históricas concretas, que además son abundantes. En consecuencia consideramos que sólamente el detallado análisis de esta ingente cantidad de información es el único método al que reconocemos validez para asentar conocimientos con una mínima solidez. La datación de las escenas de equitación del Arte Rupestre Gallego se ha venido realizando como si de objetos arqueológicos se tratase. Para algunos autores la datación de la segunda mitad del III Milenio cal. A.C. es válida porque el caballo ya se montaba en las estepas euroasíaticas desde fines del IV Milenio cal. A. C. Esta sorprendente argumentación no tiene en cuenta, por poner un ejemplo absurdo, que también el torno de alfarero era conocido en Mesopotamia en el III Milenio cal. A. C., y sin embargo en Galicia no se introduce hasta bien andada ya la época castreña. Para M. Santos, respalda la datación tardía de los motivos hípicos la supuesta inexistencia iconográficos de jinetes en Europa antes del I Milenio A.C., lo cual, como veremos en el siguiente epígrafe es completamente falso. Una escena de equitación grabada en una roca es algo más trascendente que un jinete montado a caballo; es mucho más que una cosa: supone la plasmación de una imagen visual de una circunstancia tenida como de suma importancia en el seno de la comunidad a la que pertenece el artista. No es un hecho arqueológico mensurable pues pertenece a la esfera de lo social, y solamente haciendo referencia a la consideración de la que participa la hípica en la dinámica interna de las sociedades se puede practicar una aproximación a su cronología y significado. En este sentido, y como cualquier obra de

80 arte, es un reflejo de los intereses, de la mentalidad y de las ideas de una época determinada. Para que la posibilidad de montar un caballo sea merecedora de ser grabada junto a los ancestrales y prestigiosos diseños de combinaciones circulares, forzosamente debía gozar de una considerable importancia social. Por ejemplo la datación calcolítica de la monta de caballos no sería útil para fechar ni al Jinete Rampín de mediados del siglo VI A.C., ni la estatua ecuestre de Marco Aurelio, datada en el 176 A.C. La elaboración de estas muestras artísticas, sean estatuas o grabados rupestres, está en función de unas determinadas coordenadas sociales e históricas particulares, que nada tienen que ver con la posibilidad de montar caballos, sino con otras consideraciones de mayor calado ideológico, si bien, no obstante, la práctica usual previa de la hípica se hace imprescindible. A la elucidación de este asunto está dedicado el siguiente epígrafe. En él vamos a abordar el tema del caballo en relación con el ser humano en su evolución desde su domesticación a mediados del IV Milenio cal. A.C., hasta la consolidación de la caballería como cuerpo militar operativo en la Península Ibérica en el siglo III A.C. Una vez examinada toda la información de la que hemos dispuesto, en un epígrafe posterior trataremos de aplicar las conclusiones encontradas al caso particular de las escenas de equitación del Arte Rupestre Gallego, pero sin perder de vista a las restantes figuraciones humanas, con las que parece ser que presentan ciertas concomitancias cronológicas y culturales. 4.2.3. El papel social del caballo en la Prehistoria Reciente y la Antigüedad de Europa. La importancia del estudio del caballo como modo de profundizar en el carácter de las comunidades humanas es un tema que usualmente se pone de manifiesto. Desde su domesticación, el caballo es uno de los mejores indicadores donde se visibilizan ritmos y procesos socioeconómicos. Desde un punto de vista antropológico, la consideración social positiva del caballo generalmente implica aspectos económicos y militares pasando por los simbólicos hasta llegar a los religiosos, todo ello mezclado de un modo coherente. Desde un principio el caballo fue destinado al consumo humano y a la tracción y transporte de mercancías y personas. Sin embargo, aún contando con este importante valor material, análogo al de la inmensa mayoría de los animales, lo que le otorga un valor antropológico superior es el simbolismo derivado de su uso en el enfrentamiento militar, bien como tiro de carros, bien como montura, y del aspecto religioso con el que pronto fue relacionado. En consecuencia, la trayectoria histórica que se va a desgranar en las próximas líneas tendrá fundamentalmente que ver con los aspectos simbólicos y las implicaciones sociales contenidas en la evolución de las relaciones humanas con los caballos, tratando de deducirlas del análisis de los testimonios arqueológicos, iconográficos y literarios disponibles. No se trata ahora de ensayar una historia del caballo, ni tampoco de una selección intencionada de la documentación con un objetivo concreto predifinido de ante mano. Sería erróneo concebir la trayectoria histórica del vínculo hombre-caballo desde un punto de vista exclusivamente funcionalista, centrándonos por ejemplo sólamente en la monta, tal como hacen algunos autores155, pues tal circunstancia debe de ser entendida desde una perspectiva social global, y no como una simple posibilidad. Debemos tener muy en cuenta que la capacidad de montar un caballo no tiene 155

Fábregas Valcarce, R., Peña Santos, A. y Rodríguez Rellán, C. (2011:41 y ss.)

81 necesariamente porque implicar su reflejo artístico; es más, generalmente la aparición y desarrollo de una categoría artística está inducida por la consideración social del hecho materializado. Este planteamiento obliga a que la datación de las escenas hípicas del Arte Rupestre Gallego, deban de ser entendidas desde la perspectiva de un marco cultural más amplio, donde sea más factible su concrección. No sirve echar mano de una domesticación antigua del caballo en áreas lejanas y la más que controvertida posibilidad de una domesticación peninsular autóctona de los caballos para datar nada menos que una tendencia social a partir de grabados rupestres; porque una escena de equitación es mucho más que un ser humano subido a un caballo. En consecuencia se abordarán los aspectos más definitorios de cada estrato cultural para con los resultados obtenidos, elaborar un marco teórico viable que nos permita la interpretación e inserción cronológica y cultural de las manifestaciones rupestres hípicas galaicas, que no lo olvidemos, es a fin de cuentas el motivo último de la amplia diserción que ahora iniciamos. Aunque pudiera considerarse necesario, en nuestro estudio vamos a tocar sólo tangencialmente los antecedentes paleolíticos y mesolíticos, para centrarnos en el proceso subsiguiente a su domesticación hacia mediados del IV cal. Milenio A.C. a) La cuestión de la domesticación del caballo. En el siguiente epígrafe veremos como la domesticación del caballo inicialmente se llevará a cabo a lo largo del IV Milenio cal. A.C. en las estepas del sur de Rusia. Es éste un hecho incontestable. Aunque algunos autores han visto en supuestas paleopatologías dentarias, artefactos y pinturas del Paleolítico Superior la posibilidad de que tal domesticación ya se hubiera producido en esta época, en realidad los testimonios que manejan no dejan de ser en ocasiones muy ambiguos, y de dudoso crédito156. A finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, hacia el X Milenio A.C., la mayoría de los múltiples linajes de caballos se extinguen y los supervivientes se reducen drásticamente o desaparecen de amplias áreas de Europa. Con la retirada de los hielos hacia el Norte y la proliferación de los bosques en detrimento de las praderas, las manadas de caballos acabaron refugiándose en aquellas inmensas estepas del norte del Mar Negro prolongadas hasta Asia Central, muy aptas para su modo de vida. De esta rarificación tampoco está exenta la actividad cinegética de las comunidades humanas. Es por ello lógico pensar que la domesticación del caballo tuviese su origen en aquella área. El antecesor salvaje del actual caballo doméstico (Equus ferus caballus) era el extinto tarpán (Equus ferus ferus), del cual deriva también el silvestre caballo de Przewalskii (Equus ferus przewalskii). El tarpán era abundante en las estepas y en los bosques claros del sur de Rusia, presentando una altura hasta la cruz de 1,3 m. Sin embargo, los caballos no desaparecieron por completo de Europa, por lo que al no constituir un animal intrusivo en los distintos hábitats, ello ha motivado por parte de algunos autores la ponderación de una posible multiplicidad de hogares independientes de domesticación en Europa Central y en la Península Ibérica, si bien nunca con anterioridad al III Milenio cal. A.C. Sea como fuere, en la actualidad hay unanimidad en admitir que no será hasta los comienzos del II Milenio cal. A.C., cuando

156

Liessau von Letow-Vorbeck, C. (2005:188).

82 en Europa se comience a detectar una presencia significativa del caballo, que se incrementará notablemente a lo largo de este milenio157. La domesticación del caballo implica un proceso muy complejo, y además se reduciría a pequeños grupos controlados por cada comunidad, pero no obstante, y a diferencia de otras especies domésticas, conviviendo con manadas de caballos salvajes susceptibles de ser cazados. Se habría practicado una paciente selección de tipos y de mejora de la especie bajo un estricto control humano hasta llegar al doméstico Equus ferus caballus. Esto se aprecia por ejemplo en los caballos documentados en Krasnyi Yar los cuales presentaban en los huesos de las patas una morfología distinta de la de sus congéneres salvajes del Paleolítico. No obstante los estudios osteomorfológicos realizados para determinar el grado de transformación alcanzado por los especímenes domésticos en relación con los contemporáneos silvestres, no ha dado los esperados frutos, por lo que distinguir ambos tipos de momento no es factible158. Un problema adicional reside en la posibilidad de cruce de animales domésticos con especies salvajes, como por ejemplo el caballo de Prezewalskii. No es éste un aspecto baladí. La posibilidad de que la domesticación del caballo haya sucedido independientemente en varios lugares de Eurasia, incluso en la Europa Oriental, es respaldada por no pocos especialistas, pero recientes investigaciones la cuestionan abiertamente. Así podría suponerse si se sopesa la gran cantidad de linajes femeninos contenidos en la base genética de los actuales tipos domésticos, sin embargo esta circunstancia podría ser explicada de otro modo. En efecto parece ser que la doma de los caballos se realizó en las estepas euroasiáticas a partir del Equus ferus, si bien siempre en su propagación hacia Europa y hacia Asia continuamente se estuvo completando las manadas con la integración sucesiva y a gran escala de nuevos caballos salvajes de origen local159. En un primer estadio la domesticación del caballo originalmente se practicaría con el objeto de incorporarlo a la satisfacción de las necesidades humanas más básicas, no sólo para aprovechar su carne, sino también para consumir la leche de las yeguas, y como fuente de materia prima para la obtención de otros materiales como pieles, pelaje, huesos, etc. A continuación su uso se ampliaría en tareas de arrastre y tiro (carros y arados), desplazamiento de cargas, y quizás como montura. b) Europa Oriental. Recientemente se ha divulgado el hecho de que la domesticación del caballo haya tenido lugar en la región de Kazakhstan en el seno de la Cultura de Botai, desde al menos los mediados del IV Milenio cal. A.C. Así se desprende de los estudios llevados a cabo en el yacimiento de Krasnyi Yar, poblado en el cual se ha documentado junto a cabañas la existencia de corrales, que por el alto contenido en fósforo de sus suelos, debieron servir para encerrar caballos160. De todos modos, ya desde hace tiempo se sospechaba que hacia esta época habían sido domesticados algunos caballos en el seno de la Cultura del Dniepr-Don161. Lo que si es una verdadera novedad es la sugerencia de que quizás habrían sido ya guarnecidos, tal como parecen demostrarse al apreciarse 157

Altuna, J. y Mariezkurrena, K. (2005:21). Liessau von Letow-Vorbeck, C. (2005:189). 159 Warmuth, V. et alii (2012). 160 Outram, A. K. et alii (2009). 161 Lichardus, J. y Lichardus Itten, M. (1987:153). 158

83 ciertos desgastes en los dientes de algunos especímenes, de donde se llega incluso a deducir que también eran ya montados. Sin embargo, como acabamos de indicar en el apartado anterior esta circunstancia no es del todo muy operativa, pues este tipo de paleopatología la exhiben también especímenes netamente salvajes. Con anterioridad se suponía que la domesticación definitiva del caballo no habría concluido hasta fines del IV Milenio cal. A.C. en el transcurso de la Cultura de Serdnij-Stog II162. En las inhumaciones los difuntos eran acompañadas de cráneos y otros huesos del esqueleto de caballos, pero también de bueyes. Estas comunidades eran grandes consumidoras de carne de caballos, alcanzando proporciones de hasta el 74 % de los restos de animales domésticos conservados en los yacimientos. En la posterior Cultura de las Tumbas de Fosa (primera mitad del III Milenio cal. A. C.), van a conservarse esas mismas costumbres, pero ahora coincidiendo con la consolidación de los kurganes, encontraremos ofrendas de caballos enteros, y a su vez sigue siendo elevado el consumo de carne de caballo, con proporciones de hasta el 70-90 % de los restos de fauna doméstica. La misma dinámica se puede examinar al estudiar las inhumaciones de la subsiguiente fase de las Sepulturas de Catacumabas: junto al difunto se deponían huesos de caballos, bueyes, ovejas y cabras. La controversia acerca de la adecuada interpretación de estos datos no es fácil de elucidar y ello queda de manifiesto en la conducta dubitativa que habremos de llevar al aproximarnos a este tema. Queda muy claro que la domesticación del caballo en las estepas pónticas era un hecho real ya desde mediados del IV Milenio cal. A.C. Objetivamente estos animales eran destinados como cualquier otro al consumo humano, aunque parece que andado el tiempo con la expansión del los kurganes ha adquirido ya alguna importancia simbólica sobre los demás animales domésticos, con sacrificios de caballos, lo cual en lo sucesivo tendrá consecuencias. Se supone que eran uncidos a carros, pero también se sugiere que quizás fuesen ya montados, dado que el control de las manadas de caballos así lo exige. Pero de este extremo no hay pruebas concluyentes. En primer lugar el desgaste apreciado en los dientes, no tiene que haber sido producido precisamente por un bocado, importante elemento del arnés que tampoco está documentado, y aunque se ha sugerido su existencia a partir del hallazgo de unas camas en un nivel de la época, las investigaciones posteriores pusieron de manifiesto su intrusión posterior con una datación del I Milenio A.C.163. De todos modos, suponer una monta temprana tampoco es inviable, aunque, los rudimentarios equipamientos no deberían facilitar mucho la labor, por lo que quizás fuese ocasional, y sin una gran consideración social. De hecho las muestras artísticas atribuidas a esta época nos ofrecen carros, y bueyes tirando de carros, pero no caballos. Aunque algunos autores han especulado con varios centros de domesticación del caballo, en la actualidad se considera que este proceso acaeció originariamente en las estepas pónticas. En este área se habrían refugiado las principales reservas de caballos salvajes que con anterioridad poblaran Europa, sin que tampoco hubieran desaparecido del todo. La difusión de la domesticación del caballo por Europa, y hacia Próximo Oriente a través del Caúcaso, partió desde aquí, y según argumentan algunos autores se produjo en el seno de la expansión hacia Europa Oriental de los kurganes, que investigadores de la talla de M. Gimbutas, suponen los primeros indoeuroeos. Las 162 163

Idem, pag. 180 y ss. Quesada Sanz, F. (2005:16).

84 estepas pónticas serían pues también la cuna de los movimientos de los enigmáticos pueblos indoeuropeos, en cuyo seno el caballo si jugaba un papel de cierta consideración. Estos movimientos serían progresivos, muy lentos, y en múltiples direcciones con procesos de asimilación y/o aculturación y comprobables a escala de cientos de años c) El caballo y la cuestión de los indoeuropeos. La difusión del caballo doméstico, y de las artes relacionadas con él como la tracción de carros y la monta, se produciría a partir de estas estepas del norte del Mar Negro en todas direcciones. Se estima que esta dinámica se iniciará en la transición entre los Milenios III y II cal. A.C, y es ahora cuando se habrá de contar con los sucesivos movimientos de los incómodos indoeuropeos, pues se hace recaer en su deambular la causa de la expansión de la cultura equina. En los pueblos de filiación indouropea que a partir de ahora iremos viendo en distintas zonas de Europa, el caballo ocupó un importante papel, tanto en la vertiente social como religiosa. Este animal será considerado como la más nítida expresión visual de prestigio de la élite aristocrática de carácter guerrero, y al convertirse conjuntamente con el carro en un arma militar formidable, tanto jinete como caballo acabarían por beneficiarse de un alto rango social. Quizás esta estrecha relación con las esferas aristocrática y real le vaya confiriendo al caballo ciertas connotaciones religiosas. El caballo va adquirir un evidente simbolismo solar, pero también se aprecia cierta relación con el mundo funerario, por lo menos como animal psicopompo, e incluso con la adivinación. La vinculación que a veces se comprueba con el agua deriva de la previa asociación con el Más Allá, situado al otro lado del Océano164. No obstante, una de las más señaladas características del caballo entre los pueblos indoeuropeos es el de su sacrificio ritual. Muy conocidos son los casos del complicado asvamedha hindú, y los del October Equus y la Palilia de la Roma republicana165 y el sacrificio de un caballo en la ceremonia de investidura real céltica en la Irlanda medieval 166. En el caso irlandés, el trasfondo del ritual no deja de ser una hierogamia del rey con la Diosa Madre representada por una yegua blanca, con la cual habrá de copular el futuro monarca para después ser sacrificada. Con este ritual, no sólamente se daba legitimidad a la investidura del nuevo rey, sino además, se trataba de asegurar el bienestar de los súbditos bajo la nueva égida política. El parecido de este ritual con el asvamedha hindú es muy estrecho, si bien en este caso es una de las reinas la encargada de realizar una cópula simulada con un caballo. Pero además, tampoco podemos perder de vista las semejanzas que en materia de fertilidad ahora acabamos de examinar con las que nos volveremos a encontrar al hablar de la religíón de los griegos. E incluso entre los hititas se ha señalado una conducta análoga, aunque desconocida en detalle. Tampoco podemos olvidar la mencionada diosa céltica Epona, pues además de su vertiente equina, ofrece otra relacionada con los monarcas y la fertilidad. Según algunos autores, el sacrificio equino relacionado con la instauración de un nuevo monarca sería una práctica común a los pueblos de estirpe indoeuropea. Los sacrificios de caballo en el mundo indoeuropeo no se agotan con estos casos. Hay testimonios de época tan tardía como el siglo XI A.D. en Escandinavia, pero también se 164

Almagro-Gorbea, M. (2005:152). Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:147). 166 Alberro, M. (2004). 165

85 constata en la amplia gama de pueblos indoeuropeos: cántabros, iranianos, escitas (Heródoto menciona entre los escitas sacrificios de caballos a una divinidad celeste 167), tracios, etc. Sin embargo, el sacrificio de équidos no es patrimonio exclusivo de los pueblos de raigambre indoeuropea, pues incluso se documenta en momentos tan tempranos como el III Milenio A.C. en el Próximo Oriente168, aunque se trate en este caso de asnos. Incluso entre los pueblos altaicos y mongoles era costumbre bastante extendida el sacrificio y consumo ritual de caballos en la conmemoración de un nuevo rey, si bien en esta ocasión asistiremos una vez más a la asociación del caballo con divinidades solares169. d) Oriente Próximo. Los datos históricos procedentes de las altas culturas de Oriente Próximo nos remiten a una introducción tardía del caballo, sustituyendo a los pequeños hemiones, en el tiro de los carros, y no antes de comienzos del II Milenio A.C. Los antiguos carros sumerios estaban tirados por hemiones y eran pesados y lentos. No eran propiamente un arma de combate, sino más bien un elemento de corte simbólico, un privilegio de los individuos próximos a la esfera real. Eran vehículos ligados con la idea de prestigio, expresión de la organización estatal basada en el predominio de la monarquía. Para la aparición del carro ligero, ya verdadera arma de guerra, habrá que esperar a la primera mitad del II Milenio A.C. cuando se desarrollen en el Mediterráneo Oriental las poderosas formaciones estatales: el Imperio Nuevo Egipcio, Mitanni, Hatti, la Babilonia cassita, Micenas. La introducción del bocado, la invención de la rueda de radios, así como otras innovaciones tecnológicas convertirán al carro ligero en una formidable arma de guerra, pero recogiendo la tradición anterior, también estarán ligados a la pompa y al ceremonial, y serán tomados como símbolo de estatus privilegiado, e imagen de la magnificencia y del poder. Pero su introducción no será repentina, y de hecho parece que los caballos como tales escaseaban. Por ejemplo, el código de Hammurabi (1792-1750 A.C.) no los menciona, y en Egipto no serán conocidos hasta la llegada de los hicsos en el siglo XVII A.C. No obstante ya hacia el 1900 A.C. se sabe de las primeras representaciones plásticas de carros ligeros tirados por caballos uncidos por anillas, pues los bocados se introducirán un poco más tarde170. Sin embargo, las más antiguas figuraciones de escenas de equitación se documentan en tablillas acadias de fines del III Milenio A.C.171. Son, no obstante, figuraciones muy excepcionales: en las representaciones artísticas lo normal es la unción a un carro, bien fúnebre o conmemorativo, bien, a un carro de guerra. Se desconoce el uso de la caballería. Se supone, por lo tanto un empleo como mera curiosidad de la monta del caballo, quizás porque los tipos de sujección no evolucionaran todavía lo suficiente como para hacer factible su manejo montado. El empleo del carro ligero de guerra de forma masiva se documenta prioritariamente a partir de mediados del siglo XVII A.C., después de la introducción a a partir el siglo XVIII A.C. de las innovaciones antes mencionadas. Para el siglo XV 167

Tirador García, V. (2003:83). Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:148). 169 Alberro, M. (2005:14 y ss.). 170 Quesada Sanz, F. (2005). 171 Kriwaczek, P. (2010). 168

86 A.C. la expansión del carro ligero se habría extendido desde Grecia hasta la India. El complicado manejo del carro y del arco compuesto llevó a la profesionalización militar específica, y aparejado a todo ello, a la formación de una casta guerrera de carácter aristocrática a los cuales los monarcas recompensaban con la entrega de tierras. En época casita (segunda mitad del II Milenio A.C.) se aprecia como del arte del manejo del caballo en la guerra se había derivado un evidente proceso de diferenciación social. Las llamadas gentes del carro integraban la élite social. Los casitas habían perfeccionado la ingeniería y el uso del carro de guerra. Recordemos que los casitas eran un pueblo de raigambre indoeuropea que tras atravesar los Zagros arriban a Babilonia en el siglo XVIII A. C. poniendo fin a su primera dinastía. En esta época se asiste a cómo el caballo había ya adquirido una gran importancia social, muy ligado incluso a la esfera real, convirtiéndose en un artículo de intercambio entre monarcas, e incluso dado el interés que los reyes muestran por el estado de los caballos de sus homólogos extranjeros, el caballo se ha convertido en cierta medida en un familiar más de la casa real172. Algo semejante encontramos en el tratado de hipología hitita del mitannio Kikkuli, donde nos relata el enorme despliegue en infraestructura, personal especializado y cuidados permanentes necesarios para mantener unas caballerizas de prestigio. Pero incluso en Hatti el caballo había ya trascendido a la órbita religiosa, surgiendo divinidades protectoras o relacionadas con los equinos173. En este área el uso del carro como arma táctica aún se usará en los siglos IX y VIII A.C. en la estrategia de los ejércitos neohititas, aunque ya de un modo secundario. Para entonces ya se aprecia una consustancial disminución, a la par que proliferan las unidades de caballería empleadas en tareas de conexión entre formaciones, o reconocimiento del terreno174. e) El ámbito del Egeo. La consideración social que alcanzó el caballo en esta región ya desde época micénica lo pone de manifiesto una serie de indicios fragmentarios revelados por las tablillas escritas en lineal B. El estudio de estos documentos nos permite entrever una cierta diversificación de los aspectos equinos que remiten a un momento avanzado en la introducción del caballo. Se constatan la existencia de yeguadas, pero también una especialización de funciones relacionadas con la cría y manutención de estos animales, e incluso no faltan antropónimos, y asimismo menudean menciones de corte religioso. Algunos de los mitos que nos van a desvelar las fuentes clásicas posteriores donde participan de un modo importante los caballos, ya se atestiguan para esta época, como por ejemplo la creencia en una Señora de los Caballos175. De todo ello se deduce que la introducción del caballo no era reciente. El uso del carro ligero alcanzaría también al ámbito micénico, si bien sin llegar a la proliferación de los Imperios Orientales, pero al igual que en estos, eran los palacios los que se preocupaban por su fabricación y mantenimiento. Ello se explica por el alto valor económico de los caballos bien criados, el elevado costo de la fabricación de los carros controlada siempre por el palacio, así como el uso del carro como arma de combate en la estrategia de las batallas, pero también su asociación con las esferas que 172

Cassin E. (1984:83 y ss.) Gangutia, E. (2002:30). 174 Gracia Alonso, F. y Munilla, G. (2004:180). 175 Gangutia, E. (2002:25 y ss.). 173

87 detentaba el poder. En la guerra, los carros se habían convertido en un arma decisiva en la resolución de las contiendas. Por lo tanto se convirtieron en un item de representación del prestigio de las élites dirigentes de la sociedad, de la supremacía social en sus comunidades, y también como evidencia de su mentalidad agonística176. La asociación entre estatus y función militar respecto del carro ligero se aprecia a nivel iconográfico en la generalización en el Mediterráneo oriental a partir del siglo XV A.C de la figuración de carros guiados por monarcas pasando por encima de enemigos caídos, como símbolo de victoria. Este tipo de vehículos nunca tuvo un uso funerario, y su hallazgo en tumbas debe entenderse mejor como ofrendas de un bien de prestigio177. Pero también para esta época comienzan a dejarse ver algunas representaciones de jinetes. Del mundo micénico proceden figuraciones pictóricas en frescos y cerámicas y unas pocas estatuillas que vienen siendo datadas entre mediados del siglo XIV A. C y el XIII A. C. y que sin lugar a dudas aluden a guerreros armados montados a caballo178. Más recientes son los ejemplos egipcios de jinetes provenientes de los relieves conmemorativos de la batalla de Kadesh encontrados en la tumba real de Abu-Simbel, construida c. 1284-1264 A.C. Es una hipótesis, pero algunos datos dispersos parecen sugerir que será después de las convulsiones del siglo XIII A.C. con los movimientos de los "Pueblos del Mar", y la desaparición de Hatti y Micenas, cuando comenzamos a encontrar ya abundantes ejemplos de formaciones militares de caballería. Una mención antigua procedente de Palestina la encontramos en lo libros bíblicos de Samuel, escritos hacia el 1050-970 A.C., donde se describen batallas disputadas por los peleset con empleo de fuertes contingentes de caballería ya superiores a las formaciones de carros 179. Se supone que en estos territorios se habrían perdido las condiciones sociales, políticas y económicas que facultaron el mantenimiento de grandes unidades de carros y la cría especializada de caballos, todo ello relacionado con la existencia de administraciones estatales centralizadas que ahora desaparecen, o entran en declive. De hecho, en el Próximo Oriente el uso militar de carro ligero decayó a partir de la aparición de las primeras unidades militares de caballería entre los neohititas y en Asiria en el siglo IX A.C. Pero entonces el valor del carro de guerra se transmuta y pasaría a ser símbolo de la magnificencia de las élites. Tras la desaparición de los palacios micénicos, en Grecia el uso del caballo uncido a un carro de guerra se redujo notablemente, pero aún pervivirá en algunas comarcas. Por ejemplo en la isla de Eubea se formaría una nueva aristocracia que seguiría apreciando mucho a los caballos. Dan fe de ello, el heroon de Lefkandi y la necrópolis de Toumba, en cuyas últimas moradas, ciertos personajes importantes se hicieron acompañar de parejas de caballos180. En el ámbito griego de la Edad Oscura, aún considerando que del conjunto de representaciones de caballos atribuibles a esta época, lo más común es el aparecer uncido a un carro, la iconografía alusiva a la equitación es prueba irrefutable de que este arte comienza a usarse de un modo cada vez más frecuente aplicado a la guerra. De hecho el carro sigue siendo aún usado como símbolo de prestigio, si bien hay muchas dudas de que se usase a partir de esta época 176

Joya Guerrero, J. (1998:82). Quesada Sanz, F. (2005). 178 Salambeti, A. (2012). 179 Gracia Alonso, F. y Munilla, G. (2004:165). 180 Domínguez Monedero, A. J. (2005:212) 177

88 como arma de guerra. En los poemas homéricos se señalan dos únicas, excepcionales y anecdóticas alusiones a jinetes. No obstante, los ejemplos de carros de guerra son incontables181. No vamos a entrar ahora en considerar si la obra de Homero refleja prioritariamente el mundo micénico, el de la Edad Oscura, o es una mezcla de elementos tomados un poco de ambas épocas. Lo que sí queda claro es que aún a fines del siglo VIII A.C. cuando parece ser que se compilan los famosos poemas, la imagen del guerrero subido en un carro tirado por un caballo, sigue constituyendo el tipo de iconografía tanto literaria como plástica para la representación de la élite militar. Sin embargo, la aplicación en la guerra que otorga Homero a los carros 182, ha levantado sospechas en algunos autores. En estos poemas los héroes se desplazan al combate o a duelos subidos en carros, pero al llegar al campo de batalla tanto descienden y luchan a pie, como combaten desde los mismos carros, con armas, como las lanzas, que no parecen las más apropiadas para la ocasión. De igual modo se va a la lucha en los momentos previos a la aparición de la caballería: el jinete abandona la montura para luchar a pie. Tal circunstancia ha motivado que las alusiones homéricas se hayan interpretado como idealizaciones contemporáneas aplicadas a la guerra antigua, de la que sí probablemente habrían tenido noticias de luchas de carros, pero no aludirían de un modo exacto a cómo se llevarían a cabo. En consecuencia, de ser cierto este último comentario, en estos momentos estaríamos ante el predominio de la equitación como imagen visible del guerrero en particular, y de la aristocracia militar. Lo único que contradice, o por lo menos matiza, esta idea es la ausencia de representaciones más abundantes de monta, del tipo que sean, pero no de carros, lo cual además confirma la arqueología para los siglos IX-VIII A.C.183. En la esfera religiosa de la Época Oscura será las manifestaciones iconográficas de la segunda mitad del siglo VIII A.C. las que nos ilustren. Surgen ahora figurillas de caballos de bronce ofrendadas en santuarios. Esto concuerda bien con las alusiones literarias de épocas posteriores donde se menciona la existencia de linajes aristocráticos con apelativos equinos, y por lo tanto relacionados o bien con la cría de grandes yeguadas, o bien con un prestigio derivado del uso del caballo ya montado, pues para esta época algunos investigadores han señalado la consolidación de una infantería montada, que no obstante se apearía del caballo al llegar al lugar del combate, tal como ya hemos indicado más arriba. En algunas localidades griegas la élite social basaba su poderío y riqueza en la posesión de grandes yeguadas, de donde procedían las unidades de caballería empleadas en la defensa del territorio. Sin embargo, esta evolución no acaba con el carro ligero como expresión externa de poder político. De ello tenemos ejemplo en la Necrópolis Real de Salamina en Chipre, en cuyas de varias tumbas se inhumaron carros con sus respectivos tiros de caballos. No es extraño, pues que en la producción cerámica ateniense contemporánea veamos carros funerarios, o participando en procesiones en honor de los difuntos, así como escenas bélicas184. Estaríamos en la época de la génesis de la mentalidad agonística griega, donde las élites buscaban entroncar su linaje con el de los héroes cantados por los aedos en los poemas épicos. Los aristócratas se harán enterrar ahora con su carro e incluso sus caballos. Pero hay autores de la opinión de que tras estas muestras externas ideológicas 181

Gangutia, E. (2003). Pellicer Mor, J. L. (1999:40) 183 Domínguez Monedero, A..J. (2005:213). 184 Domínguez Monedero, A. J. (2005: 214). 182

89 y funerarias relacionadas con los carros, en realidad, estaríamos ante verdaderas aristocracias ecuestres, que usan de aquellos estereotipos iconográficos en sus alusiones simbólicas de estatus. No obstante, esta incipiente caballería habrá de esperar aún algunas centurias para generalizarse, pues en los siglos VII y VI A.C. será la falange hoplítica la formación militar característica de muchas polis griegas. Pero no de todas: por ejemplo en Tesalia en absoluto decayó la caballería. Esta marginación quizás fuese el motivo de que el prestigio de esas aristocracias cuya riqueza provenía en buena medida de la posesión de grandes yeguadas, derivase hacia la competición deportiva. Las carreras de carros se citan ya en la Ilíada en el funeral de Patroclo. Será a partir del 680 A.C. cuando las carreras de cuádrigas se incorporen a los Juegos Olímplicos, en su vigésimoquinta edición, pero aún habremos de esperar al 648 A.C. para que las carreras de caballos participen en tan importante certamen La carrera de carros siguió siendo no obstante la de mayor interés; en ella participaban vástagos de linajes aristocráticos, y la victoria les proporcionaba una inmensa fama y honor185. Este dato sugiere que la monta no gozaba de la misma consideración que el desplazamiento en carro. En Grecia la caballería como cuerpo militar organizado no se comenzará a tratar de un modo generalizado hasta el siglo V A.C., y no se consolidará hasta el sigo IV A.C. Todo apunta a que el carro ligero se difunde por el Mediterráneo Occidental a partir de este foco oriental, en una época tardía, en Etruria a partir del siglo VIII A.C., y en la Península Ibérica no antes del siglo VII A.C.186, pero perdiendo ya su carácter militar, y dando paso a otro de corte simbólico, con connotaciones religiosas y como signo externo de rango. Pero asimismo, tal como veremos cuando hablemos de las estelas del SO. de la Península Ibérica, quizás su conocimiento directo o indirecto se remonte a varios siglos atrás. La figura del caballo también juega un importante papel en la religiosidad griega arcaica tal como nos relatan las fuentes mitológicas de época clásica. En efecto, el estudio detenido de esos mitos lleva a la conclusión de que la simbología en la que se ve envuelta el caballo es antigua, presumiblemente fundada cuando menos en época micénica. El caballo está íntimamente ligado a divinidades importantes como Atenea187 y Deméter, tras las cuales probablemente se oculte una antigua Señora de los Animales, una potnia theron que evoluciona hacia una potnia equina. Asimismo también debemos mencionar el caso de Helios, el Sol, que transitaba por la bóveda celeste tirado por una veloz cuádriga. También Poseidón, el dios de las aguas, y más específicamente de los mares pasaba también por ser el creador de los caballos, recorriendo sus dominios en un carro arrastrado por briosos corceles (quizás hipocampos), trasunto de las olas, del mismo modo que de las fuentes188. La lista aún se podría dilatar si mencionamos los mitos del dios Hiperión (relaciondo con Helios) o bien de los caballos Arión, Janto y Balio, Pegaso, Hipocampo o los centauros, por poner los casos más célebres. Por otra parte, el detenido análisis de algunos mitos menos conocidos permite además entrever una original asociación del caballo con el viento fertilizador, o bien de dioses con ambas características, y con el océano (mitos de Céfiro y Bóreas), así como en otra vertiente 185

Domínguez Monedero, A. J. (2005: 217). Quesada Sanz, F. (2005:52 y ss, y 61 y ss.). 187 García-Gelabert Pérez, M. P. y Blázquez Martínez, J. M. (2006:96). 188 Bergua, J. B. (1979). 186

90 con la adivinación, y con el tema de la Señora de los Animales189 (mitos de Medusa y de Podarga y las harpías). Su carácter funerario parece también claro, tal como lo demuestra su sacrificio en el curso de los sepelios, bien como tiro de los carros, bien como ofrendas190. Es ésta una costumbre típicamente oriental, visible también en Chipre, y que más tarde la encontraremos en Etruria. Retengamos por último un detalle de considerable importancia: nótese que los dioses griegos relacionados con los caballos, se mueven en carros, y no montados sobre ellos, señal indudable de que la equitación no tenía en su etapa más antigua la consideración ni la nobleza del tiro de caballos. f) Europa Central. En Centroeuropa se atribuye un uso del caballo como montura ya a las gentes de los Campos de Urnas. Hay sin embargo algunos precedentes en la periferia del área que deben de ser considerados. Señalaremos primero el famoso carro solar de Trundholm, depuesto como ofrenda en una ciénaga danesa, y datado en los siglos XIII-XIV A. C., donde al caballo se le dota de un claro componente astral. La asociación entre caballos y signos de referencia sideral es típico de la plástica indoeuropea. Pero asimismo, la comparación de este carro solar con los mitos griegos de Apolo o Helios tampoco debe ser obviado. Helios es la personificación del sol, en cuyo transcurso cotidiano se desplazaba en un carro tirado por cuatro veloces corceles 191. Otro dato, aunque más al norte son los grabados de carros de petroglifos escandinavos como los de Begby, para los cuales se maneja una datación semejante, producto de las relaciones con el mundo micénico. Y en efecto, a lo largo del siglo XIII A. C. se detectan amplios contactos comerciales con el Egeo. De todo ello se deduce también la existencia temprana de carros tirados por caballos. Sin embargo no será hasta el Hallstatt A1 en el siglo XII A.C. con la expansión de los Campos de Urnas cuando el caballo comience a participar de una simbología funeraria, patente en la deposición de arreos en las tumbas. Las primeras tumbas de carro no aparecerán hasta el Hallstatt A2, en el siglo XI A.C. Los vehículos usados son de dos ejes, es decir de cuatro ruedas, por lo que difícilmente pueden considerarse carros de guerra, y si mejor de transporte o ceremoniales. Hacia mediados del siglo VIII A.C. se asiste a la profusión de arreos y bocados de caballos. Esta circunstancia se debe a la expansión de los escitas desde la zona del Volga hacia el SE. de Europa a partir del siglo IX A.C. que acaba empujando a los cimerios de las riberas septentrionales del Mar Negro hacia la Europa Central, donde concurrirán también con los tracios. Para algunos autores esta es la época en que se fundamenta la ulterior cultura ecuestre basada en la equitación que desde entonces se extenderá por el occidente de Europa192. A partir del siglo VIII A.C. (Hallstatt C y D), ya en los albores de la Edad del Hierro, se consolidan las tumbas de carro, pero ahora con la renovación del rito de inhumación, influencia traco-cimeria. La expansión de las tumbas de carro comenzarán en este siglo VIII A.C. en la región del Alto Danubio, y no se documentarán en el ámbito galo hasta el siglo VI A.C. El hábito de las tumbas de carro de la élite guerrera hallstática se mantendrá incluso durante la época de la Tène, y no será hasta fines del 189

Gangutia, E. (2002). García-Gelabert Pérez, M. P. y Blázquez Martínez, J. M. (2006:107 y ss). 191 Bergua, J. B. (1979:169 y ss.). 192 Almagro-Gorbea, M. (2005:153). 190

91 siglo V A.C. en el que pasan a las Islas Británicas. Las tumbas de carro de la Tène desaparecerán hacia los comienzos del siglo I A.C. No obstante los carros de la Téne serán ahora del tipo ligero de dos ruedas, semejantes a los mediterráneos193. El uso militar de estos carros ligeros parece que tuvo su apogeo alrededor del siglo V A.C. en consonancia con el paso de las estructuras sociales principescas del Hallstatt hacia las jefaturas de carácter guerrero de la Tène194. Sin embargo, se supone que al igual que ocurría al Este de Europa esta aristocracia militar era asidua de la monta del caballo, si bien no obstante, estos animales se representaban en el ajuar de las tumbas en forma de carreta o carro funerario, como elemento no presente del tiro195. De hecho cuando César habla de las clases privilegiadas de los celtas alude a los equites. El estudio de estas tumbas de carro permiten señalar la existencia de jefaturas complejas, centralizadas u jerarquizadas, verdaderas aristocracias de carácter guerrero, para las cuales el caballo era considerado como un símbolo de prestigio y riqueza196. La simbología solar del caballo que ya examinamos al hablar del carro de Trundholm vuelve a quedar patente en ciertos rasgos de las tardías Jupitergigantensäulen o Jupitersäulne ("columnas de Júpiter") tan abundantes en la Magna Germania y datadas entre los siglos II y III A.D. donde se ve al Júpiter romano, cabalgando como dios del cielo y del sol, en sincretismo con dioses como el celta Taranis o el germánico Wodan, de los cuales toma la cabalgadura197. Pero también Belenus, dios solar, habría recibido figurillas con forma de caballo ofrendadas en santuarios de carácter acuático, lo que de rechazo, liga al caballo con el culto a las aguas. Otro caso notable es el célebre caballo de Uffington, realizado en la ladera de una colina caliza hacia el 50 A.C., buscando una amplia visibilidad. Ante él se realizaban en época reciente conmemoraciones y rituales relacionados con la fertilidad198. No obstante más conocida es la asociación de los caballos con Epona, la diosa protectora de la cría y la fertilidad equina, así como patrona del estamento ecuestre199, pero también diosa de la soberanía real, la fertilidad y el Más Allá, y relacionada con las propiedades curativas del agua. El culto a Epona estaba muy extendido por toda la Europa de la Edad del Hierro y la Romanización, desde Britania hasta Europa Oriental, alcanzando incluso el ámbito indoeuropeo hispano200. No podemos tampoco olvidar la representación de caballos androcéfalos en el reverso de monedas galas armoricanas, que sugiere la integración simbólica del caballo y el jinete en una misma entidad201. Los vínculos de caballo con la esfera divina y especialmente la funeraria se deducen también de los hallazgos arqueológicos. Restos de osamentas de caballos aparecen en los santuarios galos del norte de Francia, donde se rendía un culto de carácter guerrero y heroico, tal como lo demuestra la aparición de numerosas armas 193

Chapa Brunet, T. y Delibes de Castro, G. (1984). Gracia Alonso, F. y Munilla, G. (2004:430 y ss.). 195 Quesada Sanz, F. (2005:58). 196 Gracia Alonso, F. y Munilla, G. (2004:406 y ss.). 197 Rodríguez López, M. I. (2009:19) 198 Alberro, M. (2005:12). 199 Alberro, M. (2005:13). 200 Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:152 y ss.). 201 Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:153-154). 194

92 manipuladas ritualmente, y datados en época de la Téne. En estos santuarios se sacrificaron animales domésticos muchas veces para el consumo ritual, pero los caballos, aunque minoritarios, fueron meramente inmolados, de donde se sigue un evidente protagonismo ritual, y por lo tanto religioso. De todos modos, tampoco faltan huesos humanos. De los santuarios galos meridionales cabe destacar las frecuentes figuraciones de caballos en dinteles y columnas202. De la época de la Téne se han recuperado en sepulturas huesos y dientes de caballos, pero nunca el esqueleto completo. Se ha sugerido que quizás se trate de amuletos, o también de ofrendas en forma de la parte por el todo. En ocasiones forman parte de las deposiciones realizadas durante la inhumación, pero a veces fueron puestos sobre las tumbas, lo cual implica ya cierto matiz. Pero constan también inhumaciones completas de caballos, previamente sacrificados, e incluso ocasionalmente, de jinetes con sus respectivas cabalgaduras, como en el célebre depósito de Gondole, de compleja interpretación. Pero el sacrificio de caballos alcanzaba otros campos, como el de la amortización del botín obtenido en un enfrentamiento militar ofrendado a los dioses de la guerra. Constan verdaderas necrópolis donde se inhumaron multitud de caballos, lugares que debían de tener alguna connotación religiosa especial, pues algunos fueron continuados con el levantamiento de santuarios en épocas posteriores203. g) La Península Ibérica. La zooarqueología peninsular nos ha aportado una serie de datos cuya interpretación no deja de ser a veces muy problemática. Los caballos, aparentemente tan abundantes durante el Paleolítico, tal como lo documenta el arte parietal francocantábrico y otras manifestaciones rupestres coetáneas, tal vez no desapareciesen por completo con los cambios climáticos de fines del Plesitoceno tal como vulgarmente se arguye, aunque de todos modos en la actualidad se sugiere que en la cornisa cantábrica, a diferencia de la Aquitania, tampoco estuvieron muy representados 204. Su presencia en yacimientos mesolíticos205 y neolíticos peninsulares está ampliamente probado206. De todos modos la cantidad de restos exhumados es aún muy testimonial. De hecho para el País Vasco, se aprecia una fuerte disminución desde el Paleolítico Superior, ya escaso por entonces, pasando a ser extremadamente raro en el Neolítico 207. Sin embargo, también es cierto que incluso aún en yacimientos del III Milenio cal. A.C., su constatación sigue siendo muy corta, y esta dinámica aún se podría extender a los asentamientos del II Milenio cal. A.C., aunque no a todos. Por ejemplo, en el yacimiento sevillano del Cerro de la Virgen, en época campaniforme, los restos de huesos de caballos quedaban en el 5 % del total208. Complicado es asimismo aclarar si esos équidos consumidos como alimento aparecidos en los poblados, son especímenes domésticos, o no dejan de constituir simples productos de caza. Recuérdese que desde un punto de vista anatómico para esta época no es posible distinguir osteológicamente los caballos salvajes de los domésticos209. Sin embargo, también se ha señalado que la paulatina recuperación de la cabaña que se aprecia a partir del III Milenio cal. A.C., 202

Gabaldón Martínez, M. M. (2005:274 y ss.). Gabaldón Martínez, M. M. (2005:268 y ss.). 204 Altuna, J. (1980:49). 205 En referencia al Bajo Aragón véase Barandiarán, I. y Cava, A, (2000). 206 Lucas Pellicer, M. R. y Rubio de Miguel, I. (1987). 207 Altuna, J. (1990) 208 Blanco Freijeiro, A. (1984:21). 209 Altuna, J. y Mariezkurrena, K. (2005:21). 203

93 podría ser síntoma de su reintroducción foránea, y por lo tanto, de un modo ya doméstico. Y aún tratándose de animales domesticados, tampoco hay muchos datos para conjeturar su valoración simbólica social. Por ejemplo, se ha podido observar que durante el III y la primera mitad II Milenio cal. A.C. la principal fuente de procedencia de restos óseos de bóvidos y caballos son los grandes poblados fortificados tipo Zambujal, Cerro de la Encina, Cuesta del Negro, etc. En consecuencia se ha supuesto que este tipo de ganado poseía gran contenido económico, señal de la acumulación de riqueza, siendo muy útil en los intercambios y satisfacción de supuestos tributos, y por lo tanto, escasearía en la mayoría de los registros arqueológicos. Ciertas deposiciones como la del Cerro de la Encina, incluso se podrían explicar como resultado de ceremonias210. Desde luego, como veremos a los largo de los siguientes párrafos, tan sólo llegando las vísperas de la Protohistoria dispondremos de información artefactual y plástica mueble para entrever en los équidos una consideración social que ultrapase el simple utilitarismo materialista. De todos modos, esta generalizada parquedad documental presenta algunas interesantes excepciones, pero siempre tardías. Por poner algunos ejemplos, en el jienense Peñalosa, y en el ya mencionado granadino Cerro de la Encina, ambos con una cronología extendida a la primera mitad del II Milenio cal. A.C., los restos de équidos se elevaban al 19 % y al 28 % respectivamente de los fragmentos óseos recuperados211. En el soriano de los Tolmos de Caracena datado entre los inicios del siglo XVIII y comienzos del siglo XIV cal. A.C.212, eran también cuantiosos. En poblados pertenecientes al Bronce Final IC (1425-1325 cal. A.C.) como son Moncín y Majaladares en Zaragoza o ya en el SE, Cabezo Redondo (Alicante) o Monachil (Granada), entre los restos de fauna doméstica, los huesos pertenecientes a caballos alcanzan abultadas proporciones, oscilando entre el 12 % y el 40%213, lo cual indica la considerable importancia económica que tenía el caballo en aquellas comunidades ya para esta época. Sin embargo, paradójicamente nuestra información da un vuelco al acercarnos a los poblados de la primera Edad del Hierro. En los siguientes párrafos veremos como tanto testimonios plásticos como arqueológicos y literarios documentan una amplia proliferación de la cría caballar, y sin embargo, los restos procedentes de los yacimientos vuelven a ser insignificantes. Esta aparentemente contradictoria situación quizás haya que entenderla en clave simbólica, pues a medida que el valor social emblemático, emotivo y afectivo del hombre respecto del caballo aumenten, verosimilmente disminuye en proporción el consumo de su carne. Aunque hay también rarezas como los yacimientos del Berbeia (Álava), Soto de la Medinilla (Valladolid) que de todos modos descenderá en la siguiente etapa-, o Santa Ana (La Rioja)214. Los primeros signos del uso del caballo por unas élites sociales provienen de su plasmación en las llamadas estelas de guerrero del SO., de interpretación muy controvertida, donde los veremos uncidos a carros. Sobre las supuestas representaciones 210

Martínez Fernández, G. y Afonso Marrero, J. A. (2003:90 y ss.). Liesau von Lettow-Vorbeck, C. (2005:192). 212 Blasco Bosqued, M. C. et alii (1995:91). 213 Mederos Martín, A. y Harrison, R. J. (1996:39). 214 Liesau von Lettow-Vorbeck, C. (2005:193). 211

94 pictóricas de carros de los abrigos nº. 5 y 10 de los Buitres de Peñalsordo (Badajoz), tras recientes análisis teóricos se han emitido convincentes dudas sobre su verdadera significación215, por lo que no se van a tener en cuenta. En líneas generales estas estelas se vienen datando entre los siglos XIV y XI cal. A.C216. No obstante la cronología de las estelas donde se constata la presencia de carros ligeros tirados por lo que parecen ser caballos, tal vez sean más recientes. En efecto, si bien A. Mederos inicialmente las había ubicado en el Bronce Final II-IIIA (1325-925 A.C.)217, en un reciente estudio sobre las estelas más antiguas del Bronce Final II (1325-1150 A.C.) ya no las menciona, y de hecho otros autores indican que tal vez no sean anteriores a los mediados del siglo XII A.C.218. De todos modos, se constata una coincidencia general al admitir que el tipo de carro exhibido en estos monumentos imita modelos procedentes del Mediterráneo, y no centroeuropeos como se había barajado con anterioridad, pues éstos durante el Hallstatt, ya lo hemos visto, eran de cuatro ruedas. Otros testimonios indirectos son anillas procedentes de depósitos como el de Baiôes, del Bronce Final IIC (1150-1050 A.C), o de la Ría de Huelva del Bronce Final IIIA (c. 987-922 A.C.), que suelen ser interpretados como pasarriendas o elementos de arnés de caballos. Respecto a las estelas de guerrero, se ha sugerido que la presencia del carro en algunas podría ser más un rasgo simbólico que un reflejo de la realidad que es tanto como decir que en el fondo, estas aristocracias del SO. interior no contarían con carros, siendo su inserción en el panel conmemorativo un simple estereotipo imitando comportamientos o ideas foráneas desarrolladas por grupos aristocráticos en el Sur peninsular, estos sí en contacto con los comerciantes mediterráneos, y entendidas entonces como alusivas a la procesión fúnebre o al traslado al Más Allá del difunto219. Otra interpretación para estas estelas de guerrero, y ciertamente de base muy sólida, es la idea sugerida recientemente que ve en ellas más que la representación de un guerrero fallecido, elementos cultuales donde se reproducía la imagen de una divinidad de corte guerrera, o de un heroico antepasado guerrero divinizado220. No obstante, los más antiguos ejemplos arqueológicos de carros, son los procedentes de la necrópolis de la Joya (finales del siglo VIII A.C. a la segunda mitad del siglo VI A.C.), si bien la presencia de restos de carros en varias tumbas se viene datando en el último cuarto del siglo VII A.C., es decir, ya en pleno período oriental. Siguiendo el ejemplo de las aristocracias mediterráneas, estos jefes guerreros utilizarán el carro como símbolo de su prestigio. Sin embargo a sus equivalentes peninsulares no se les estima como empleados en un previo uso militar, sino únicamente como elementos de prestigio, y en consecuencia, de carácter funerario, en imitación de lo que se venía haciendo en el Mediterráneo en los ambientes aristocráticos de la época. La sustitución del carro por la equitación como símbolo de nobleza no concurrirá hasta el siglo VII A.C. durante el período orientalizante. Recordemos que desde los siglos IX y VIII A.C. se producirá en Europa la expansión de la monta como producto de los movimientos de los pueblos traco-cimerios, y también cuando desde el siglo VII A.C. comienzan en Grecia y en la península italiana a descollar socialmente 215

Joya Guerrero, J. (1998:86). Mederos Martín, A. (2008a:) 217 Mederos Martín, A (2008b). 218 Díaz-Guardamino, M. (2012:400). 219 Joya Guerrero, J. (1998:89). 220 Tejera Gaspar, A. et alii (1998). 216

95 los equites. En Hispania, el documento gráfico más antiguo bien datado de una escena de monta proviene de Tartessos, de un anillo del tesoro de la Aliseda ubicado en el siglo VII A.C221. Sin embargo, también se sospecha que la monta asidua de caballos sea mucho más anterior, tal como quizás lo esté delatando la malformación femoral conocida como "hueso de jinete" que presenta uno de los esqueletos de la tumba de Roça do Casal do Meio (Sesimbra)222, en la actualidad datada entre mediados del siglo. XI y finales del siglo IX A.C223. No obstante, en la Península la consolidación de las aristocracias ecuestres no se materializará hasta los inicios del siglo V A.C, cuando comience a proliferar una abundante iconografía donde este animal se erige en protagonista. El comienzo del proceso se observa mejor en el sur peninsular, muy ligado a las influencias mediterráneas, pues es de esta área de donde proceden los testimonios arqueológicos más antiguos relativos a la heroización ecuestre, y a santuarios específicos224. En el estudio del caballo en la Hispania prerromana, por norma general, los autores que se han ocupado del tema han distinguido la vertiente mediterránea y el sur peninsular como hogar de los pueblos iberos, del centro, occidente y norte, espacio donde residirían los pueblos de influencia indoeuropea. Por nuestra parte, en las siguientes líneas trataremos de destacar los aspectos comunes de esos respectivos ámbitos relativos al trato dispensado a los caballos, dado que creemos que por encima de las diferencias detectadas, se pueden destacar conductas coincidentes. Son muchas las fuentes literarias que alaban la abundancia y excelencia de los caballos tanto del interior peninsular225, como de la parte occidental, la Lusitania sobre todo226. Se menciona su participación en sacrificios rituales, junto con hombres y otros animales, pero también su alto valor económico y simbólico, al servir de fianza en el sellado de pactos, así como ser objeto de rapiña y ser exigidos como tributo. Muy conocida es la leyenda de la fecundación de las yeguas lusitanas por el viento, muy análogo al mito griego ya examinado más arriba (yeguas fecundadas por el viento de poniente junto al océano), que tal vez no deba de ser tomado en el caso hispano como una mera copia, sino como reflejo de un trasfondo de origen indoeuropeo. En la Hispania céltica meseteña, el caballo contribuye poderosamente a la conformación de la ideología de las comunidades. Ligado a una emergente aristocracia de raigambre militar, es usado como preclaro símbolo de su imagen política en las relaciones de poder. El caballo se convertiría en el más querido atributo personal del poder de esos guerreros heroicos elevados a las jefaturas de sus comunidades, como expresión de su prestigio y ostentación entre los siglos VI y IV A.C. Es sobre todo a partir del siglo V A.C. cuando se formen los primeros linajes aristocráticos de carácter hereditario, que en torno a los poblados fortificados de la época van configurando el entramado social de familias y clanes, alcanzándose incluso incipientes estadios de diferenciación étnica. Y es precisamente desde el siglo V A.C. cuando en las tumbas de los guerreros comiencen a deponerse bocados y atalajes de caballos 227, fenómeno 221

Almagro Gorbea, M. (2005). Mederos Martín, A. y Harrison, R. J. (1996). 223 Vilaça, R. y Cunha, E.(2005). 224 Almagro-Gorbea, M. (2005:154 y ss.). 225 Tirador García, V. (2003:80 y ss.). 226 Sánchez Moreno, E. (1996:207 y ss). 227 Tirador García, V. (2003:86). 222

96 perceptible en numerosas necrópolis vacceas y vettonas pertenecientes a la Segunda Edad del Hierro, donde la abundante aparición de esos elementos permiten una categorización jerárquica de la sociedad228. Únicamente estas élites, cuyo poder provenía básicamente de la posesión de grandes rebaños de ganado, así como del control de los recursos económicos comunitarios, se pueden permitir el lujo de sostener unas costosas caballerizas, constituyendo por lo tanto un bien escaso y de gran estimación social. No es pues extraño que en las panoplias de armas que integran los ajuares fúnebres de los guerreros vettones y vacceos, junto a una amplia gama de armas, signos de la actividad bélica, no falten en las tumbas más ricas bocados y atalajes de caballos, como señal de su rango229. Pero no sólamente se usará en la guerra; como emblema de la aristocracia servirá para establecer relaciones de dependencia en modo de cesiones clientelares redistributivas, y de regalos en las recíprocas relaciones y acuerdos entre aristocracias. El caballo tenía en esta época un amplio uso: además de ser empleado en la caza, y en expediciones de rapiña o defensa militar, el control del territorio y de sus recursos, así como de los grandes rebaños que pacían en régimen de trasterminencia. El éxito en estas empresas aumentaría el prestigio de los guerrerosjinetes, y evidentemente, es fácil de comprender que el caballo se hubiera convertido en uno de sus más preciados símbolos230. Todo este panorama se mutará en la celtiberia con las transformaciones sociales que surgen a partir del siglo III A.C, donde los desarrollos de concentración y jerarquización de poblados conducirán a procesos de sinecismo, con el surgimiento de realidades casi urbanas (castros), y a su vez parte de entidades étnicas superiores. Los descendientes de aquellas viejas aristocracias guerreras se convertirán en los rectores de los nuevos centros urbanos ahora transformadas en una especie de capitales y de centros económicos comarcales. El caballo y la equitación siguen siendo el símbolo de rango de estas nuevas élites, pero ahora también comienza a estar al alcance de una capa más amplia de la sociedad, surgiendo así la caballería. Estas nuevas oligarquías urbanas son los equites, unidades militares que se desplazan al campo de batalla en formaciones de caballeria, pero que al llegar el momento de la lucha, descienden del caballo, tal como se había ya examinado al hablar de la Grecia de la Época Oscura231. La verdadera caballería como unidad militar táctica no se materializaría en Hispania hasta el siglo II A.C. En conclusión, desde el período orientalizante se irá formando una nueva clase social aristocrática de equites o caballeros, los cuales con el tiempo acabarán detentando el poder político y económico de civites y oppidas. La tradición gentilicia en la que se movían motivó que la base ideológica en la que sustentaban su preeminecia social la fundamentaran sobre la heroización de sus antepasados232, y es aquí como veremos más abajo que el caballo juega su principal papel. Por lo que respecta al NO. peninsular, paradójicamente, la principal fuente de informacion se obtiene de las manifestaciones artisticas donde participan caballos, más concretamente los grabados rupestres con escenas de monta que ahora tratamos de datar. Es éste un dato que se habrá de sopesar detenidamente. Las fuentes clásicas 228

Sánchez Moreno, E. (1996:212 y ss.). Tirador García, V. (2003:82). 230 Sánchez-Moreno, E. (2005). 231 Tirador García, V. (2003:85). 232 Almagro Gorbea, M. (2005:153). 229

97 romanas hacen énfasis en la calidad y abundancia de los caballos galaicos233, donde se distinguen los zeldones de los más pequeños asturcones, tal como refiere Plinio234. De entre todas ellas destacamos la de Estrabón describiendo el sacrificio de prisioneros y caballos en el curso de hecatombes dedicadas a una divinidad de carácter guerrero que identifica con Ares235. Incluso se cita al pueblo de los equesios236, de dudosa localización, aunque todo apunta hacia la Galicia del SE., o NE. de Portugal. Es de justicia hacer referencia a la estela de guerrero de Castrelo del Val, análoga a las ya examinadas del SO. peninsular (véase pgn. 94), si bien en este caso, la existencia del carro y el tiro de caballos que generalmente se quieren ver no están del todo claros237. Sea como fuere, esta circunstancia da fe de fluidos contactos culturales con el S. peninsular. Del mundo de los castros de la Edad del Hierro provienen parcos ejemplos. Se conoce una placa de pizarra con la representación de équidos encontrada en el castro asturiano del Chao de San Martín, con una cronología entre los siglos V y I A.C. Una aportación reciente proviene del Castro de Formigueiros (Samos)238, en la Galicia oriental. En este castro, perteneciente al nivel más antiguo, fechado entre los siglos III y II A.C. se localizó una especie de plazuela situada entre construcciones, con un banco corrido, en cuyas losas de pizarra del pavimento se grabaron dos caballos, tres peces y otras figuras de entre las cuales destaca un laberinto y un posible tablero de juego. La diadema de Moñes viene siendo datada entre los siglos III-I A.C. Representa una escena de corte narrativo enmarcada en un contexto acuático, un río para algunos, según se han identificado como salmones los peces. Vemos en ella un desfile de caballeros e infantes, desnudos, mostrando tocados, cascos y máscaras, y exhibiendo armas (espadas, lanzas y escudos), al tiempo que algunos portan grandes calderos. En las aguas, a veces entre los caballos, vemos peces y aves zancudas, así como équidos más pequeños, todo ello acompañado por elementos de corte simbólico. Sin lugar a dudas se trata de una escena de corte ritual, que M. Marco interpreta como de apoteosis y exaltación guerrera, donde las aguas se interpretan por una parte con el camino de tránsito hacia el Más Allá, pero en cuya presencia no falta tampoco un cierto sentido de renovación iniciática del ciclo vital239. Otro caso semejante a éste, pero muy parco, en el cual se asiste a un aparente cortejo procesional donde participan individuos a pie con una lanza y caballos, se comprueba en un fragmento cerámico procedente del portugués Castelo de Faria (Barcelos). Un hallazgo de interés es la plancha de piedra procedente de Formigueiros (Amoeiro) con la representación de un desfile de cinco caballos uno de los cuales va montado, reaprovechada en la construcción de una capilla, y que algunos autores suponen haber pertenecido de un edificio cultual de la Edad del Hierro, según se deriva del tipo de decoración que acompaña el cortejo240. Conocido es también el relieve funerario procedente de Seoane de Atán (Ferreira de Pantón), datado a comienzos del siglo II A.D., e integrado por dos jinetes consecutivos armados con grandes escudos ovalados y puntiagudos241. F. López Cuevillas aún menciona otros casos de figuraciones

233

López Cuevillas, F. (1980:226 y 468). Moro, P. (s/f:57). 235 López Cuevillas, F. (1980:468). 236 López Cuevillas, F. (1980:409). 237 http://www.culturagalega.org/noticia.php?id=18914 238 Meijide Cameselle, G., Vilaseco Vázquez, X. I. y Blaszczyk, J. (2009). 239 García Vuelta, O. y Perea, A. (2001). 240 Arizaga Castro, A. R. et alii (2006). 241 Schattner, T. G. (2010:114 y ss.) 234

98 de caballos y jinetes en cerámicas y piedras localizadas en castros 242, pero mal documentadas. En materia artística no es necesario mucho esfuerzo para percatarse de que la iconografía del caballo en la Edad del Hierro peninsular es abundantísima y abarca una tan amplia variedad de manifestaciones que se hace muy difícil categorizarlas. Por poner un ejemplo anecdótico de la magnitud de este dato, las humildes representaciones de figurillas de caballo en barro encontradas en los ambientes de la Segunda Edad del Hierro del área ibérica y celtibérica ascendían hace ya años a casi un centenar, apareciendo en una amplia variedad de contextos, tanto poblados como santuarios como en necrópolis, bajo la forma de esculturillas y relieves (en ocasiones con jinete o atalajes) o también como apliques decorativos en partes de recipientes 243. De entre todo este ingente material plástico existen items que destacan por su significación al poner de relieve el elevado estatus social y político de su portador, como por ejemplo las fíbulas de caballito244, los anillos con figuraciones de caballos245 , o los signa equitam246, verdaderos cetros. Importantes son también ciertas acuñaciones monetarias del NE. peninsular, concretamente aquellas donde figura en el anverso la efigie de un varón y en el reverso un jinete armado con lanza. Son los heros equitans, héroes guerreros fundadores y protectores de las ciudades o de los grupos sociales dominantes, verdaderas divinidades locales asociados a los caballos247. Pero el tema no se agota con estas menciones, pues incluso el caballo y la equitación estarán presentes en las estelas funerarias, en decoraciones cerámicas, bien pintadas o en relieve, en la decoración de multitud de objetos como mangos de utensilios y apliques, figurillas de caballos de barro o bronce, etc248. Sin lugar a dudas era considerado un animal de gran importancia tanto económica como comunitaria, pero su prolificidad plástica parece estar mejor en consonancia con la mentalidad y los intereses de los grupos sociales dominantes valorándolo como símbolo de prestigio de las aristocracias249 Este uso masivo de la iconografía ecuestre, aplicado a items relacionados con las aristocracias, como las fíbulas de caballito, las signa equitam, los anillos o las acuñaciones monetarias no tienen otro objeto que la mitificación y heroización de un antepasado guerrero, como forma de legitimización del poder que detentan. Esta aristocracia comenzaría a formarse en le período orientalizante, pero no será hasta la plena Edad del Hierrro cuando cuaje definitivamente al ejercer el poder político en sus respectivas comunidades. De este modo asistiremos al desarrollo y expansión de la heorización ecuestre como una forma de culto relacionado con la consolidación de una nueva élite de carácter ecuestre, la cual utiliza el caballo, y la rica mitología que se desarrolla en torno a él para la fundamentación ideológica de su poder social250. En lo que se refiere al papel jugado en la órbita religiosa por el caballo en la Hispania prerromana, es también muy abundante la información que ha llegado a 242

López Cuevillas, F. (1980:428). Quesada Sanz, F. y Tortajada Rubio, M. (1999). 244 Tirador García, V. (2003:82). 245 Almagro Gorbea, M., Cano Martín, J. J., Ortega Blanco, J. (1999). 246 Lorrio, J. (2010). 247 Almagro Gorbea, M. (2005:173 y ss). 248 Sánchez Moreno, E. (1996:215 y ss.). 249 Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:139 y ss). 250 Almagro-Gorbea, M. (2005:152). 243

99 nuestros días, sistematizada recientemente por J. M. Blázquez251. De entrada debemos indicar, que a pesar de esta excepcionalmente prolífica manifestación plástica donde el caballo y la equitación son protagonistas, en ningún momento se puede hablar de un dios caballo252, Pero para el ámbito hispano indoeuropeo algunos autores sí admiten que fuesen considerados como animales sagrados, y constituyesen una epifanía en relación con Epona o Lugus253. No obstante esta hipótesis ha de ser armonizada con los abundantes ejemplos de sacrificios de caballos, tanto en el ámbito ibérico254 como especialmente en el indoeuropeo que en principio contradicen, o por lo menos matizan esta posibilidad. Sin embargo si se han podido identificar divinidades protectoras de los caballos como la céltica Epona, relacionada también con la fecundidad y el Más Allá, así como otras del área ibérica, quizás mejor como Señora de los Animales, figurada con iconografía de origen oriental, así como una divinidad masculina. Muy interesante es también una estela leonesa tardía datada en los siglos II-III A.D. dedicada a los Dei Equeunui en León, probablemente divinidades protectoras de la cabaña equina, y en los cuales se ha querido ver una filiación solar255. En este sentido, de gran interés es la información proveniente del área ibérica particularmente la relativa a la existencia de verdaderos santuarios, sobre todo localizados en el SE., donde dada la gran cantidad de exvotos de caballos, parecen estar especializados en la protección de estos animales256. Por otra parte tampoco podemos olvidar la observación de T. G. Schattner sobre los relieves donde participan caballos y jinetes procedentes del ámbito peninsular occidental (véase pgn. 97), y dónde se aprecia una evidente tendencia a las figuraciones de cortejos procesionales257 de claro contenido guerrero. Es difícil averiguar qué creencias subyacen relativas al caballo bajo esta abundante plástica. Por ejemplo las menciones de las fuentes clásicas al sacrificio de caballos tienen distinto valor, oscilando entre el sello de pactos, ofrendas al dios de la guerra, ritos propiciatorios, y de otra índole como el referido al consumo de su sangre, que en este caso se puede entender como la apropiación del poder y la vitalidad del animal. Sea como fuere, el sacrificio de un caballo en el curso de un ritual se debe entender como una ofrenda de un bien valioso a una divinidad. Procedente del ámbito indoeuropeo se suele destacar el valor simbólico de los équidos con una significación solar y astral, así como su vinculación con el mundo de ultratumba como animal psicopompo, o relacionado de algún modo con el Más Allá, orbitando de este modo en asociación con alguna divinidad como las mencionadas. En este sentido, también es de señalar su conexión con aspectos acuáticos tal como se aprecia en la diadema astur de Moñes, generalmente en referencia al Océano, a fin de cuentas, lugar de tránsito al Más Allá. Pero también se ha señalado una posible vinculación con la fertilidad, tal como lo demostrarían las figuras equinas ofrendadas como exvotos en santuarios, así como su asociación con divinidades como Epona. Tampoco debemos olvidar la íntima relación del caballo como símbolo de las jefaturas, 251

García-Gelabert Pérez, M. P. y Blázquez Martínez, J. M. (2006:89 y ss.). García-Gelabert Pérez, M. P. y Blázquez Martínez, J. M. (2006:102). 253 Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:150). 254 Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:145 y ss.). 255 Quesada Sanz, F. y Gabaldón Martínez, M. M. (2008:153). 256 Almagro Gorbea, M. (2005:157). 257 Schattner, T. G. (2010). 252

100 lo cual le conferirá un valor mítico y ritual258. En alusión a este concepto, nos encontramos con la heroización ecuestre la cual no sólamente se comprueba en los reversos de monedas ibéricas. También queda patente en las esculturas hípicas de tumbas y los relieves y grabados de estelas funerarias. De ello se ha supuesto que el caballo es un símbolo de la heroización, de la inmortalidad y de la apoteosis del difunto, siendo el caballo el animal encargado del traslado de las almas al Más Allá259. Todas estas facetas quizás haya que entenderlas yuxtapuestas y no imbricadas en un discurso coherente260, es decir como en parte relativas al ámbito social, y en parte a la esfera religiosa, y en este sentido quizás no sea asimilable la heroización ecuestre con la deposición de ofrendas en santuarios. h) El caballo en el Arte Rupestre peninsular. En el apartado precedente hemos excluido intencionadamente las figuraciones rupestres protagonizadas por caballos descubiertas en la Península Ibérica. Tampoco vamos a referirnos ahora a los casos galaicos, pues de ellos ya hemos hecho amplia alusión más arriba y son precisamente el motivo de esta prolongada disertación, al tratar de practicar su inserción cultural y dotarlos de una significación coherente. La apertura de este nuevo epígrafe se debe a que las dataciones manejadas para las manifestaciones rupestres provienen de la comparación con la información derivada de los resultados de los estudios arqueológicos y de otras materias. Es decir, la especulación cronológica para los grabados rupestres pasa por su atribución a un estrato cultural determinado a partir del análisis de aquellos datos, y no al revés, tal como algunos autores pretenden forzar. En realidad, exceptuando Galicia, los casos documentados son verdaderamente muy pocos, y están muy dispersos261 por toda la geografía. De hecho, a la luz de los mapas de catalogación publicados, hay muchas más figuraciones pertenecientes al Arte Rupestre Gallego, que en el resto de la Península. Caballos y escenas de equitación tanto pueden presentarse en forma de grabados como pinturas, si bien esta última categoría es muy minoritaria. La plasmación artística de équidos asociados con seres humanos tiene algunos testimonios en la pintura rupestre262. Vemos desde animales acompañados de personas, hasta escenas de equitación, pasando por otros uncidos a cuerdas. La verdad es que en ocasiones la interpretación temáticas de estas pinturas presenta perfiles subjetivos. De todos modos, parece que en este tipo de arte, en conjunto se ha tratado de plasmar más la asociación équido-hombre, es decir, el hecho de la domesticación, que otros simbolismos de mayor calado socio-cultural. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos por datar estas manifestaciones pictóricas, nada se sabe con precisión de su cronología. Todos los datos iconográficos más o menos seguros de que se dispone apuntan mejor hacia etapas culturales avanzadas, incluso ya dentro del I Milenio cal. A.C. Para J. I. Royo Guillén todas estas manifestaciones, sean grabados o pinturas pertenecen en bloque a la Edad del Hierro y son el reflejo del ascenso de las élites ecuestres, si bien no aclara por qué la proyección de esta realidad social motivó la 258

Almagro Gorbea, M. (2005:152 y ss. ). Beltrán, M. (1996: 178 y ss.). 260 Quesada Sanz, F. y Gabaldón-Martínez, M. M. (2008:142). 261 Royo Guillén, J. I. (2004:160). 262 Lucas Pellicer, M. R. y Rubio de Miguel, I. (1987). 259

101 realización de petroglifos. Esta teoría queda ya definida al ocuparse del Panel II del Puntal del Tío Garrillas (Ponzondón, Teruel), del que destaca su localización cercana a un castro abandonado a fines del siglo II A.C.263. De mayor entidad cronológica son algunos de los grabados insculpidos en sillares del exterior de la muralla del castro salmantino de Yecla de Yeltes264. Este castro, del cual no se conocen bien su prolegómenos protohistóricos, comienza su andadura hacia el siglo V A.C, experimentando un importante empuje a partir del siglo III A.C., prolongándose su existencia hasta bien entrada la Edad Media. En varios sillares de la muralla hay grabados caballos y escenas de cacería a caballo, pero también grabados de cuadúpedos, así como otros motivos (círculos y coviñas) se encuentran en rocas naturales inmediatas. Aún así, no cabe la menor duda de que algunos de los grabados (sobre todo la célebre escena de cacería a caballo) fue realizada una vez construida la muralla, pues figuras y escenas están perfectamente centradas en lo sillares. En alguna ocasión se ha insinuada la convicción de que los constructores de las murallas se habrían fijado en los grabados existentes en las peñas y cortasen éstas de modo que las figuras quedasen en el centro de la cara del sillar265, lo cual no deja de ser un innecesario malabarismo, pues ello supondría un espectacular dominio del corte de la piedra ajeno a la técnica extractiva aplicada al granito. Otro dato de interés para la datación de las escenas de equitación lo definen la plasmación de escenas de luchas de guerreros blandiendo lanzas y defendidos por escudos circulares, y también de escenas de cacería donde volvemos a ver proyectiles que podemos identificar con lanzas266. Pero estos casos ya eran de sobra conocidos para los investigadores del Arte Rupestre Gallego, y sin embargo, no todos los utilizaron. Desde la perspectiva galaica, el primer reparo que podemos formalizar frente a estos ejemplos peninsulares es la dudosa calidad de los paralelos, alejados geográficamente e insertos en contextos desconocidos con exactitud, exceptuando el caso de Yecla de Yeltes. En las piedras graníticas gallegas abundan motivos de reciente factura (antropomorfos, coches, iglesias, escenas de equitación, etc.) que nos avisan de la peligrosidad del empleo acrítico de lejanos paralelos. De hecho, caballeros manejando lanzas no es difícil encontrarlos en sillares de edificaciones medievales267. No obstante el principal criterio que utiliza J. I. Royo para la datación de caballos y escenas de equitación es la abrumadora cantidad testimonial procedente de la Protohistoria peninsular, de la cual hemos hecho un repaso en el epígrafe anterior. Este autor no presta interés a los datos anteriores al siglo VI A.C., y que como hemos visto son abundantes. Así, para la datación reciente de las escenas hípicas galaicas en la Edad del Hierro menciona la configuración del cuerpo de algunos jinetes con una doble línea, lo cual, según él, es un convencionalismo propio de esta época268. Evidentemente, no es éste el mejor modo de proceder para inscribir culturalmente estos motivos. De todos modos, tal como veremos en el siguiente apartado, este planteamiento cronológico tardío tampoco está carente de sentido, y por lo tanto de momento no debe de ser descartado. 263

Royo Guillén, J. I. (2004). Martín Valls, R. (1983). 265 Pereira García, E., Costas Goberna, F. J. e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999:16-17). 266 Royo Guillén, J. I. (2004 y 2005). 267 Fernández Ibáñez, C. y Lamalfa Díaz, C. (2005:fig 2.3) 268 Royo Guillén, J. I. (2005:162-163). 264

102 4.2.4. Conclusión: las escenas de equitación en el Arte Rupestre Gallego. A lo largo de este extenso epígrafe anterior hemos visto al caballo en relación con el hombre de muy distintos modos. Sin embargo, durante estos casi cuatro milenios estudiados es posible marcar dos períodos separados por la cesura que supone el paso del III al II Milenios cal. A.C., caracterizadas ambas etapas por tendencias bien definidas, sin que ello no excluya imbricaciones o excepciones puntuales. En la primera fase el caballo aparece en el seno de las comunidades humanas relacionado con procesos de domesticación y explotación económica. El siguiente período, comenzado en los albores del II Milenio cal. A.C. promovería el ascenso simbólico del caballo, derivado de su importancia económica y su uso como arma de combate. Esta dinámica se percibe inicialmente en los grandes imperios orientales, pero su generalización se hace evidente en toda Europa hacia fines de este II Milenio cal. A.C. No obstante en la Europa Occidental su importancia antropológica se incrementa exponencialmente después de la proyección hacia Centroeuropa de los movimientos de los pueblos tracocimerios hacia el siglo VIII A.C. Pero su relevancia ganará aún muchos enteros a partir del siglo V A.C. cuando acaben por conformarse las élites ecuestres. Esta evolución histórica es pareja a su enriquecimiento simbólico. Desde que disponemos de elementos sólidos de juicio, se aprecia una permanente vinculación del caballo con las élites sociales. La posesión de caballos se consideraba signo de riqueza. El alto coste que suponía su cría, mantenimiento y adiestramiento para ser montados o en forma de tiro de carros, destinados a actividades muy específicas como la caza o la guerra, era un proceso largo, delicado y muy especializado. Tampoco podemos olvidar la necesidad de infraestructuras destinadas a estas tareas como establos y tierras para la obtención de forrajes. Todo ello condujo a que sólamente las aristocracias pudieran gozar de su servicio, y se convirtiesen en un símbolo de distinción social269. Este proceso se comienza a percibir gradualmente desde fines del III Milenio cal. A.C., pero no se generalizará de un modo contundente hasta el siglo V A.C. Forzosamente la evolución simbólica del caballo debió correr paralela a este lento devenir. Los dos principales usos del caballo en esta materia, bien tiro de carros, bien como montura, en ambos casos, probablemente su empleo sea casi tan antiguo como su domesticación. Sin embargo, la información que disponemos nos indica cómo el uso del carro ligero comienza a expansionarse hacia el siglo XVIII A.C., primero como arma de combate, y después simultaneando esta función con la de item funerario de prestigio, mientras la equitación con aplicación militar no comenzará su desarrollo hasta el siglo VIII A.C., eclipsando por completo al carro hacia el siglo V A.C. Los testimonios plásticos no vienen sino a corroborar esta trayectoria. La ingente acumulación de información artística procedente de esta Segunda Edad del Hierro no debe llevarnos al error de datar todas las manifestaciones hípicas en función de esta época. Entre otras circunstancias, por ejemplo no valdría para fechar las estelas del SO. Sin lugar a dudas, la datación de las escenas de equitación del Arte Rupestre Gallego habrá de realizarse en este contexto tardío cuyas más antiguas manifestaciones se detectan desde fines del II Milenio cal. A.C. Pero antes de ensayar una aproximación cronológica más precisa es necesario tratar de hacerse una idea del significado iconográfico primario que se representa en una escena de equitación. 269

Tirador García, V. (2003:80).

103 En un epígrafe anterior ya habíamos dejado constancia de nuestra convicción de que las escenas de equitación no podían ser separadas de las otras figuraciones de antropomorfos (véase 4.2.1 y 1.2.2). En ambos casos estamos ante el enaltecimiento de la figura humana: ahora el hombre es merecedor de ser representado junto a los demás grabados rupestres. El Hombre o algunos hombres sólamente. Observamos a seres humanos portando escudos circulares y alzando espadas, blandiendo jabalinas o lanzas, cazando, montados en caballos al galope atizados con fustas, y exhibiendo armas. Ver en estas representaciones comportamientos de la vida cotidiana de individuos de una comunidad probablemente sea insuficiente. Seguramente se trata de la representación de creencias o conmemoraciones míticas. La simple labra en una roca debe estar ya de por sí dotada de trascendencia religiosa; y de la presencia de la figura grabada debe esperarse algo más tangible que un mero goce estético, o la documentación de un hecho histórico. A nuestro modo de ver la ejecución de figuras humanas en el fondo no contiene una significación distinta de la facturación de una combinación circular o un cuadrúpedo; no busca otra cosa que la prosperidad de la comunidad, que la garantía de la fertilidad de la tierra. Y esta aspiración en muchas sociedades queda en manos de un antepasado mítico, y llegando la Segunda Edad del Hierrro, es función de un heros equitans, guerrero mítico fundador y protector de la comunidad en la que se le rinde culto. Es precisamente a partir del Bronce Final IIA (1325/1300-1225 A.C.) cuando las estelas decoradas del SO. y los depósitos representativos de la metalurgia atlántica, como por ejemplo el de Hío270, hacen referencia explícita a la existencia de una aristocracia de carácter militar, y de adquisición hereditaria, que exhibe su preponderancia social con la acumulación y exhibición de artículos de prestigio. M. Mederos echará mano de esta información y combinándola con la contenida en los poemas homéricos de algún modo nos ilstrará lo que habría podido ser la vida de aquellas aristocracias guerreras. Así describe la costumbre de la higiene y el cuidado personal, de conductas sociales como el banquete y la hospitalidad, pero también el desafío del combate heroico individual, lanza en mano y protegido por un escudo, o la práctica de la caza como deporte271. Todo aquel armamento, y su más preciado item, los caballos y el carro sobre el que se dejaban ver en actos solemnes y en el que se dirigían al combate, eran signos de preeminencia social, y por lo tanto no es extraño que les acompañasen en sus enterramientos, porque además probablemente su llegada al Hades se haría precisamente subido a un carro, como corresponde a su dignidad aristocrática militar. El caballo como montura paulatinamente fue sustituyendo al carro en este papel de preponderancia social. En consecuencia, asistiríamos en esta época a la gestación de una verdadera clase social dirigente. Esta dinámica tendría su origen en las estructuras sociales de la Edad del Bronce y perdurará durante la Edad del Hierro tal como se aprecia en las distintas culturas de la Europa Templada272. Estos petroglifos serían el exponente de una nueva mentalidad, de un ideal de corte aristocrático, de una sociedad que glorificaba la lucha, y en la que a nivel rupestre la figura humana, como un reflejo de la realidad social imperante, se erige sobre las antiguas representaciones geométicas o zoomórficas estandarizadas de épocas

270

Ruiz-Gálvez Priego, M. (1979). Mederos Martín, A. (2008:59 y ss). 272 Gracia Alonso, F. y Munilla, G. (2005:424 y ss.). 271

104 anteriores. Se basa en la idea del combate heroico como directriz básica vital, y cuyo reflejo incidía sobre el estatus social del individuo. Creemos que este es el marco adecuado en el que se desarrollan los petroglifos con representación de figuraciones humanas, y más concretamente, las escenas de equitación del Arte Rupestre Gallego. No obstante, es necesario no olvidar tampoco que buena parte de las asociaciones de antropomorfos con cuadrúpedos se han realizado con posterioridad a estos últimos. Abundan las escenas de caza, pero también otras donde el personaje simplemente blande lanzas e incluso yergue una espada, como ocurre en A Pedra das Ferraduras273, el cual es también otro añadido, pero de gran valor iconográfico. En este sentido podríamos paralelizar a nivel iconográfico nuestros petroglifos gallegos de antropomorfos con las estelas de guerrero del SO., una de las cuales, recordemos fue encontrada en Galicia, y donde el guerrero aristócrata es el protagonista de la representación artística. Por lo tanto, el contexto general más apropiado para la insculturación de antropomorfos y más concretamente las escenas de equitación sería esa larga etapa que se vislumbra desde el Bronce Final IIA (1325/1300-1225 A.C.). Pero este contexto ideológico aún se puede documentar durante la Edad del Hierro, en fechas posteriores al siglo V A.C., tal como advierten las insculturas de la muralla del castro de Yecla de Yeltes. Asimismo, se debe tener en cuenta que las escenas de equitación parecen representar una etapa tardía del ciclo de los cuadrúpedos, que como ya vimos probablemente se desarrollen, al menos parcialmente, durante el Bronce Final. Por otra parte, si consideramos estas escenas de monta en relación con el tema del heros equitans, ello nos lleva como mínimo a los siglos VI-V A.C. Por el momento no disponemos de información de mejor calidad para realizar una datación más precisa, pero todo apunta a que las escenas de equitación del Arte Rupestre Gallego delatan una ideología propia de la Edad del Hierro, si bien sus raíces se remontan al Bronce Final. Tal vez la primera mitad del I Milenio A.C. sea provisionalmente la mejor datación para su desarrollo, sin descartar por completo pervivencias posteriores. 4.3. LAS REPRESENTACIONES DE COVIÑAS. Sobre las representaciones de coviñas poco más podemos añadir de lo que ya hemos publicado hace veinte años274, dado que poco hemos vuelto a incidir sobre el tema, y también son escasas las aportaciones de otros investigadores, cuando no equivocadas. Las figuraciones de coviñas constituyen un tipo de petroglifo más frecuente de lo que a primera vista se podría suponer. Haciendo referencia únicamente a los petroglifos de coviñas autónomos, es decir aquellos paneles en los que sólamente se documentan coviñas, probablemente constituyan la representación más abundante. En los municipios del Sur de la Ría de Vigo personalmente conocemos una ingente cantidad, en torno a los varios centenares, de los que sólamente se han divulgado algunos275. También regularmente se vienen publicando en páginas electrónicas

273

Aparicio Casado, B. (1986:fig. 4; lam. 4). Fernández Pintos, J. (1993). 275 Costas Goberna, F. J. (1984). 274

105 referencias a numerosos casos localizados en la zona SE. de Galicia 276, curiosamente, el único tipo de petroglifo bien representado procedente de esta área. Sin embargo, otras zonas que conocemos relativamente como Campolameiro, apenas hay algunos ejemplos, a diferencia de las características combinaciones circulares, cuadrúpedos y armas. Cuando hablamos de petroglifos de coviñas, debemos evitar el suponer que este tipo de paneles está siempre integrado por multitud de unidades. De hecho, los pocos casos de petroglifos de coviñas publicados son en realidad los grandes paneles, lo cual no contribuye a mostrar la verdadera imagen de esta tipología artística. En el sur de la Ría de Vigo es frecuente la existencia de petroglifos de coviñas integrados por una, dos o unas pocas unidades. En el área de Amoedo disponemos de un ejemplo parecido en la inédita estación de A Pedra Sardiñeira a la que ya hemos hecho alusión. La posibilidad de que los petroglifos de coviñas integren paneles monotemáticos es un hecho de sobra conocido, tanto, que desde siempre se les ha considerado como un motivo aparte dentro del corpus rupestre, principalmente a causa de las tesis emitidas en su día por J. Ferro con la idea de que no eran otra cosa, sino elementos de término realizados en época histórica277. Esta hipótesis es recogida aún recientemente en algunos trabajos278 y a ella se hace en ocasiones vagas referencias. El peso de esta hipótesis, y otras consideraciones no bien explicitadas, es tan fuerte que incluso en una publicación reciente A. de la Peña opta por dejarlas en cuarentena279. Pero en realidad, J. Ferro otorgaba valor de petroglifos de término al conjunto rupestre, no sólamente a las coviñas. Algunos autores en el estudio de ciertas áreas donde constan megalitos y petroglifos de coviñas en sus inmediaciones relacionan ambas manifestaciones otorgándole a los grabados un papel simbólico de construcción territorial de carácter funerario280. A esta idea hace referencia también M. Santos, que no la contradice, pero tampoco se define por una propuesta cronológica y cultural concreta281. Este supuesto vínculo entre túmulos megalíticos y petroglifos de coviñas se basa en interpretaciones paisajísticas subjetivas de los autores, que creen ver distribuciones territoriales de intencionalidad simbólica, donde lo único que ciertamente hay con verosimilitud es el testimonio de la frecuentación del lugar por pastores cuyo acervo cultural rupestre implicaba la grabación de petroglifos de coviñas. En casi todos los paneles del Alargo dos Lobos hemos comprobado como junto a otros tipos de grabados fueron realizadas algunas coviñas. Estas coviñas, generalmente en escaso número y de diversas dimensiones aparecen yuxtapuestas a los otros motivos, pero en algunos casos, también superpuestas. El tema de la superposición de las coviñas sobre combinaciones ciruculares, ya lo hemos visto recientemente en la estación de A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)282, pero con el cual ya estábamos familiarizado, pues son numerosísimos los ejemplos que se pueden traer a colación. Dada la evidente proclividad de los petroglifos de coviñas a asumir paneles monotemáticos, lo cual 276

Página web "Patrimonio Galego" (http://patrimoniogalego.net/). Ferro Couselo, J. (1952). 278 Costas Goberna, F. J. (1984). 279 Peña Santos, A. (2005:19). 280 Filgueiras Rey, A. I. y Rodríguez Fernández, T. (1994) y Viloch Vázquez, V. (1995). 281 Santos Estévez, M. (2007:55). 282 Fernández Pintos, J. (2013). 277

106 implica la existencia de una tradición artística diferenciada, a la que se suma la ahora comentada persistente superposición, hemos llegado a la conclusión que ha habido un ciclo artístico propio de coviñas posterior a las combinaciones circulares. Sin embargo, coviñas aparecen también superpuestas en varios tableros de juego reticulados, cuya cronología parece apuntar a tiempos históricos antiguos, quizás introducidos durante o en torno a la romanización283. Se ha mencionado incluso el caso de las coviñas realizadas en el miliario anepígrafe de Santiaguiño das Antas (Vilar de Infesta, Redondela)284, levantado entre los siglos I a III A.D. en todo equiparables a las de cualquier petroglifo. Pero asimismo, J. Ferro Couselo trae a colación documentación del siglo X A.D. donde en el curso de apeos de demarcación se mencionan petroglifos de coviñas como algo ya muy antiguo. No obstante, tampoco podemos olvidar que en el curso de las excavaciones del Castro de Torroso (Mos) aparecieron varias rocas con coviñas. Todos estos datos nos llevan a pensar en una grabación reciente para los petroglifos de coviñas, según parece a partir del Bronce Final, constituyendo un motivo que pervivirá durante largo tiempo, hasta quizás la Tardoantigüedad. No obstante, la exigible más precisa aclaración de este aspecto cronológico necesita un esfuerzo de profundización más intenso, pues en el fondo, de este tipo de petroglifo es muy poco lo que sabemos, incluso al más básico nivel morfológico. Si tal como venimos indicando, los petroglifos de coviñas se han practicado pausiblemente durante la Edad del Hierro o la Romanización, parecería sencillo su interpretación simbólica y significación social. Sin embargo, este asunto está aún pendiente de ser abordado. No obstante contamos con alguna información adicional que debe ser comentada. Se ha observado cierta proclividad de los petroglifos de coviñas a aparecer en la cima de peñascos, grandes o pequeños, aislados o en grupos, pero siempre elevados y fácilmente identificables desde lejos, como por ejemplo sucede en los paneles 15, 16 y 17 del Alargo dos Lobos. También se ha comprobado cómo en algunas coviñas de otros paneles aparecen asociadas a pilas naturales, típicas del modelado granítico. Pero asimismo se ha apreciado que en las asociaciones complejas de coviñas, éstas siguen unos parámetros gráficos que recuerdan muy estrechamente la disposición natural de conjuntos de pilas naturales vinculadas entre sí mediante canales o por yuxtaposición de algunas. Es por ello, por lo que hemos creído conveniente ver en la grabación de las coviñas la intencionalidad de reproducir estas pilas naturales, pues con ellas comparten no sólo la analogía iconográfica, sino también el tipo de roquedo, pues de hecho, raras son las pilas naturales que no se encuentran sobre peñascos más o menos elevados. Esta intencionalidad imitativa, quizás deba de ser entendida desde el punto de vista de una simbología relacionada con el agua. En consecuencia, cronología tardía muy probablemente ya parcialmente de época histórica y significación relacionada con el simbolismo acuático podrían resumir en pocas palabras los datos referentes por el momento a las coviñas.

283

Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1986) Una fotografía puede verse en la página web http://anecdotarioredondelan.jimdo.com/que-ver/osmiliarios/ 284

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5 RECAPITUACIÓN Y PERSPECTIVAS

A lo largo de este trabajo hemos tratado de fundamentar una información que veníamos contrastando repetidamente en la observación de las estaciones del Arte Rupestre Gallego: que los paneles no eran ni planificados previamente, ni todas las figuras se hacían en un mismo momento. Más bien generalmente son la consecuencia de una dilatada dinámica acumulativa en función de procesos de concurrencia y emulación. Asimismo, incluso comienzan a menudear argumentos que permiten sospechar la manipulación diacrónica de algunos motivos. La formulación teórica de esta realidad fácilmente constatable habrá de ser sin embargo abordada con mayor concrección y con el empleo de un método estricto285. Creemos asimismo que cada vez se dispone de más pruebas que corroboran la estructuración del Arte Rupestre Gallego en un serie de fases sucesivas, de donde tampoco se puede excluir posibles imitaciones e imbricaciones. Lo que ya supone una novedad, que habrá de ser debidamente contrastada en futuros estudios, es la posibilidad, por otra parte muy lógica, de la existencia de una evolución morfológica interna de los motivos de cada ciclo artístico, sean estos, combinaciones circulares o cuadrúpedos. Lamentable es la penuria cronológica en la que nos movemos. Pocas referencias temporales son seguras, muchas, la inmensa mayoría, son más conjeturas, indicios, postulados viables, que verdaderas dataciones. Una posible vía de penetración de mayor potencialidad para mejorar este panorama tal vez la encontremos en la inserción de los grabados en períodos históricos o tendencias culturales determinadas con unas características bien diferenciadas. Entre otros mencionados destacan circunstancias como la expansión de la estepa cultural, con las implicaciones culturales, económicas y de cambio de ritmo histórico que ello supone, o la evolución del uso del caballo en el Occidente, por su simbología social. Fueron éstos algunos de los recursos que hemos empleado en este trabajo tanto para proponer la datación del desarrollo del Arte Rupestre en general, como de los antropomorfos y las escenas de equitación en particular. No sería ésta la primera vez que se emplea este método en el Arte Rupestre Gallego, si bien, la metodología empleada es conscientemente muy distinta. Los grabados se relacionan con una época concreta en función de la información suministrada a partir de su análisis previo, y no desde la perspectiva de planteamientos teóricos apriorísticos y externos, generalmente subjetivos, más en la línea de la mentalidad del investigador de turno. No ignoramos la precariedad de este método, pero de momento es el único de que disponemos, y las conclusiones derivadas de su aplicación, son no sólamente viables, sino, algo más importante, probables. Parece ya fuera de toda duda que los petroglifos fueron hechos por pastores. No obstante, a día de hoy nos parece ya una noción insuficiente, y cuya exacta comprensión

285

Es en esta tarea en la que venimos trabajando desde hace algún tiempo, y que verá la luz bilbiográficamente en próximos meses.

108 dista mucho de haber sido aclarada. Es necesario coordinar este dato con la simbología explicitada por la elaboración y presencia de las estaciones y paneles rupestres, no sólo contemporáneamente, sino también en las sucesivas culturas que pasaron por el lugar. Ignoramos aún qué papel social jugaban estas manifestaciones rupestres; cómo eran estimadas estas rocas insculturadas. Si hace ya algunos años priorizábamos la averiguación del significado de los petroglifos, en estos momentos, sin en absoluto renunciar a esta aspiración, vemos también imprescindible, tal cómo acabamos de expresar en el párrafo anterior su precisa adscripción cronológica y cultural. A finales del siglo XX apenas existía información arqueológica de los III y II milenio cal. A.C., y en líneas generales las dificultades bibliográficas eran también considerables. No es extraño, por lo tanto que en aquellos años la dirección de la investigación la dirigiéramos hacia la aclaración de los aspectos cronológicos y simbólicos. En la actualidad el estado de conocimientos ha evolucionado exponencialmente, y por ello podemos situar a mayor nivel la cota de exigencia, pero ello no excluye, que inserción cultural, cronología y significación puedan ser estudiadas independientemente. Además no admitimos una interpretación simbólica o social de los petroglifos sin haber aclarado al menos vagamente su significado. Estamos seguros que la significación intrínseca de los petroglifos se puede alcanzar en cierto grado, pero ello exigirá largos, monótonos, improbos y dealentadores programas de investigación como el presente. Es una obviedad afirmar que cualquier hecho humano, sea este un artefacto, una conducta, un gesto ritual, una costumbre social, etc., para su correcta comprensión inicialmente habrá de ser reducido a nociones objetivamente mensurables, para después tratar de insertarlo en su relación con la sociedad que lo creó y usó. Este y no otro es el modo de proceder en el Arte Rupestre Gallego: como cualquier elemento arqueológico, un panel con grabados en primer lugar habrá de ser estudiado en sí mismo, para según las conclusiones que se deriven del análisis morfológico previo, ponerlo en relación con esferas sociales cada vez mayores. Si precisamente algo caracterizó a la investigación rupestre gallega reciente fue la elusión de esta inevitable tarea, pero ello no impidió la emisión de las más fantásticas hipótesis.

109

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