Menos puede ser más

September 24, 2017 | Autor: M. Salmerón Infante | Categoria: Opera
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abril 15, 2014

Menos puede ser más Ermanno Wolf-Ferrari, El secreto de Susana y Gian Carlo Menotti, El teléfono. Orquesta Opus 23 Director de orquesta: Andrés Salado Director de Escena: Joan Antón Sánchez Solistas, Alfredo García (Barítono), y Raquel Lojendio, (Soprano) Auditorio Nacional de Música, 8 de marzo de 2014, Sala de Cámara Toda poesía es Gelegenheitsdichtung (poesía de ocasión) y toda música es Gebrauchsmusik(música de uso). O dicho de otro modo la poesía es para ser recitada, la música para ser ejecutada, cumplido este requisito, ya es un asunto secundario la mayor o menor grandeza del encargo, la riqueza de medios o la magnificencia del tema. Las dos óperas que comentamos son de cámara de formato reducido en orquestación e intérpretes vocales (hasta el punto de que en El secreto el cantante masculino hizo de Conde Gil y de Criado, eso sí, papel mudo), sus tramas son de una sencillez extrema, la representación a la que asistimos de ellas fue concertada, es decir, nos encontramos ante una reducción a lo esencial. Sin embargo no podemos decir que en ningún momento nos encontráramos ante dos óperas, e incluso, tal y como señala Juan Ángel Vela del Campo en sus notas al programa de mano, ante dos obras maestras.

De la velada habría que destacar ante todo la medida adecuación entre lo exigido por las obras, lo pretendido y lo logrado. Por una decisión de última hora, se invirtió el orden de la representación, y tal y como quedó ese orden hemos hecho figurar el título de las obras. El equívoco de celos de Wolf-Ferrari de 1909, con libreto de Enrico Golisciani, nos resulta de una chispeante y festiva ingenuidad. Que el Conde Gil vea amenazada la integridad conyugal, y sospeche de la infidelidad de su esposa Susana, por el olor de tabaco del que están impregnadas las cámaras de su residencia, resulta sin duda naif. Pero aún es más naif que ese olor proceda del auténtico secreto

de Susana, ella fuma a escondidas para no recibir reprimendas de su marido. Y lo que ya resulta sumamente cómico es ese canto final al tabaquismo mezclado con una proclama en torno a la fugacidad del tiempo y la vida (finale cantado en la función que vinos, a inhalaciones de cigarrillos hidráulicos) “En este mundo todo es humo que se pierde en el aire, pero el amor sincero y profundo fuma, fuma sin parar”. No es casual, no, que Marshall Berman describiera la posmodernidad como se estado en el que todo lo sólido se desvanece en el aire. Esta temática perfectamente asimilable a una ópera bufa, recuerda musicalmente a Rossini, punto de referencia constante de Wolf-Ferrari.

“De la velada habría que destacar ante todo la medida adecuación entre lo exigido por las obras, lo pretendido y lo logrado” El teléfono que se representó en segundo lugar por adaptarse más a la tesitura de barítono de Alfredo García (y permitir más el acomodo y lucimiento de su voz) es una ópera más contemporánea en su temática y en su música, en la línea de Bernstein o de Barber. No olvidemos que Menotti, de nacimiento italiano, desarrolla sus estudios y su carrera musical en Estados Unidos. En cuanto al tema, llevando a cabo cierta extrapolación, podríamos ver una similitud entre los males de la técnica en 1947 y en nuestros tiempos. Las dificultades que tiene el protagonista para declararse a su amada, al ver constantemente imposibilitada una comunicación vis-à-vis por las interrupciones del teléfono son análogas a las que tendría un hombre o una mujer contemporáneos para vencer al e.mail, a las redes sociales o al WhatsApp. El final es feliz, Ben consigue declararse y obtener el sí de Lucy, pero tanto entonces como hoy, nos cabe el regusto amargo de pensar que este happy-end es sólo irónico frente al poder omnímodo que ejerce la técnica sobre el sujeto.

“La Orquesta Opus 23, muy bien dirigida por Andrés Salado, estuvo ágil y versátil” En cuanto a lo que propiamente fue la velada, todo ocupó como ya hemos señalado, su lugar. La Orquesta Opus 23, muy bien dirigida por Andrés Salado, estuvo ágil y versátil para mostrarnos las sutilezas de unas partituras, que debido a la cortedad de las piezas son muy ricas en matices. Joan Antón Sánchez optó por una estética teatral naturalista, buscando en todo momento que los cantantes fueran actores y que sus papeles resultaran verosímiles. A tal efecto contó con la ayuda de dos magníficos cantantes, el ya mencionado Alfredo García, y la soprano Raquel Lojendio. Ambos consiguieron, sin descuidar lo musical, pues evidenciaron un solvente dominio del canto, una excelente interpretación que hizo sonreír a un público que reconoció con justicia sus méritos. Miguel Salmerón Infante

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