MINUTO A $200

June 5, 2017 | Autor: S. Sediles M. | Categoria: Literatura Latinoamericana
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Descrição do Produto

MINUTO A $200.oo
Samuel E. M. B. Sediles M.

"Time is on my side,
yes, it is"
The Rolling Stones
Time is on my side

IBA TARDE, como de costumbre. Veinte minutos tarde. Mientras caminaba en dirección al vendedor que pregonaba "minuto a $200.oo", recordó la amenaza que Ella le hizo de no volver a esperarlo.
—Una llamadita, hágame el favor.
—No, bacán, sólo vendo minutos.
—Por eso –insistió Él mientras peinaba su cabello tinturado de amarillo—. Necesito un minutico a un celular.
—Usté no me entiende, parce –sentenció el vendedor meneando su cabeza mientras veía por encima de las gafas negras al joven cliente—. Yo vendo es minutos, no llamadas.
En eso llegó un muchacho que, con mucha confianza, saludó al vendedor y le pidió diez minutos.
—¿Le cogió la tarde, perrito? –preguntó el vendedor mientras su pulgar derecho digitaba números a toda prisa.
—No –respondió el comprador—, es que tengo un examen y creo que no me caen mal unos minuticos de más.
El vendedor llevó el celular a su oído, y luego de unos segundos dijo "listo". El joven le dio las gracias y se retiró.
—Entonces qué –retomó el vendedor—. ¿Cuántos minutos le doy?
Él se negó. Dio las gracias y se fue a buscar otro lugar para llamar.
—No necesito recargar saldo, sólo reportarme —pensó.


A la mañana siguiente volvió a encontrarse con el vendedor de minutos.
—¿Cuánto es lo menos que recarga?
—Lo que necesite. De un minuto en adelante.
Pidió 30 minutos. El vendedor procedió con la recarga y le dijo que podía activar su saldo cuando quisiera.
—Marque gratis "asterisco MON" y siga las instrucciones.
A bordo de la buseta Él activó su recarga. Tomó el celular y siguió las instrucciones que le dio el vendedor. Una grabación femenina, con acento algo sensual, le habló:
—Para activar minutos, marca 1. Para reservar saldo, marca 2. Para consultas, marca 3. Para repetir, marca 4. Marca 0 para cancelar, o simplemente cuelga.
Presionó el número uno. Luego la voz prosiguió:
—Tu recarga de… treinta… minutos… será activada cuando cuelgues. Gracias por utilizar nuestros servicios.
Colgó y luego marcó el número de Ella. Sonó una voz masculina muy seria:
—Estimado cliente, usted no tiene saldo para realizar llamadas. Por favor, recargue su cuenta.
Extrañado, volvió a intentarlo, pero obtuvo la misma respuesta. Entonces marcó el número de servicio al cliente y consultó su saldo.
—Su saldo es de… cero… pesos.
Colgó con rabia y volvió a llamar a servicio al cliente, pero esta vez escogió la opción de hablar con un operador.
—Le recuerdo, caballero, que la única forma de recargar su saldo es comprando tarjetas prepago o recargando en distribuidores autorizados.
Se puso de pie y se acercó a la puerta del bus. Iba a bajarse, pero se tranquilizó y regresó a su puesto.
—Ese desgraciado me robó de frente –pensó—. Pero mañana se las cobro.
Al día siguiente localizó al vendedor para reclamarle. Con cortesía le explicó lo sucedido con la recarga que le había comprado.
—Viejito –replicó el vendedor—. La primera vez que vino le dije que no vendo llamadas, sino minutos. Tampoco vendo recargas para llamar. Vendo minutos, mi-nu-tos. Tiempo real, adicional y para usar en lo que quiera.
—¿Qué luego no son minutos de llamadas?
—Son minutos. Usté verá en qué los usa. Lo que sí le digo es que no sirven pa' recargar saldos de llamadas. Sirven para… para cualquier cosa. Por ejemplo, si usté va, digamos, cinco minutos tarde a un lugar, activa cinco minutos de saldo y llega a tiempo. O si quiere llegar anticipado, activa minutos. O si quiere dormir otro ratico, activa los minutos que tenga, y va a ver que cuando se despierte no se le ha hecho tarde.
Él se quedó en silencio. Mientras tanto, el vendedor marcó un número en su móvil y luego se lo puso al oído, escuchó una información, digitó unos cuantos números más, y volvió a escuchar. Luego colgó.
—Usté activó sus 30 minutos de saldo anoche —comentó.
—Supuestamente, pero no pude llamar a nadie.
—Es que los minutos que yo vendo no son para llamar –insistió el vendedor—. ¿No se dio cuenta si pasó anoche más tiempo en la buseta? ¿No llegó a su casa más temprano? ¿No sintió nada raro anoche?
—No, todo normal.
El vendedor asintió con la cabeza. Luego metió la mano en el bolsillo frontal de su chaleco y sacó dos billetes de tres mil pesos.
—Eso fue que no se dio de cuenta. Ahí está, le voy a regresar su plata, y pa' que vuelva, le voy a regalar diez minuticos. Eso sí, actívelos en un momento en que los necesite para que vea que sí sirven.
Él aceptó la oferta, pero no lograba comprender a qué se refería el vendedor con eso de activar los minutos en caso de necesidad.
—Ahí se va a dar cuenta. Créame, le va a gustar.


Él nunca despertó interés en activar los tales minutos. Pasaron los días y hasta olvidó al vendedor y sus recargas, pero cierto día, mientras se alistaba para ir a encontrarse con Ella, llegó a su celular un mensaje de texto que decía "Todavía tienes saldo disponible, ¡aprovéchalo!". Como remitente figuraba *MON. Dudándolo un poco, y extrañado por la casualidad, marcó al dichoso número y pidió la activación de sus minutos. Después salió a encontrarse con su chica. Ya se le había hecho tarde.
Al llegar al punto de encuentro no la vio por ningún lado.
—Ya se fue –musitó, recordando la amenaza.
Dio la vuelta con desgano, de regreso a casa, pero lo detuvo la voz de Ella, que a gritos lo llamaba.
—¡Milagro! – saludó—. Es la primera vez que llegas antes que yo.
Vio el reloj. Faltaban dos minutos para la hora de la cita.


Al día siguiente se topó al vendedor de minutos. Trató de evitarlo, pero éste se hizo notar por la fuerza.
—¿Cómo me le fue con los minuticos? ¿Siempre sí pudo usarlos?
Él permaneció en silencio, con la mirada perdida. Luego balbuceó:
—No sé. Ayer tenía una cita. Ya se me había hecho tarde, y llegué antes de tiempo.
El vendedor se rió. Luego se frotó las manos y exclamó:
—¿Ve que no era cuento mío?
—No sé – sollozó Él, todavía incrédulo—. Pudo ser una casualidad.
—Entonces hagamos una cosa –añadió el astuto vendedor—. Le voy a regalar otros diez pa' que ahora sí me crea.
Él aceptó, no sin cierto temor.


La noche lo encontró destapando amargas con unos amigos. Al salir del bar su reloj marcaba las 12:53. Como el último bus que lo llevaba a casa salía a la 1:00, pensó que no llegaría a tiempo. Entonces, animado por el alcohol, sacó su celular y activó los minutos que el vendedor le había regalado.
—Ahora sí vamos a ver qué tanto habla ese tipo —pensó.
De camino a la estación estuvo pendiente del reloj. Cuando llegó, era la 1:04.
—Yo sabía que eso no servía para nada —murmuró.
Sin embargo, la estación estaba abierta y había personas esperando. A los pocos instantes llegó el bus. De inmediato mandó su mirada al reloj, y vio, para su asombro, que marcaba las 12:54.


—¿Vio que los minuticos sí sirven, papá?
Él escrutó con su mirada al misterioso vendedor.
—No se mi'asuste, viejo, que eso no es nada, sólo es un servicio.
—¿Cómo lo hace?
—Nada… sólo activo los minutos.
Él interrogó al vendedor. Estaba asustado, pero también seducido, pues era la solución que necesitaba para sus problemas de impuntualidad. Sin advertirlo, había dejado a la vista una chispa de interés en tener ese servicio. Chispa que, por supuesto, encendería una llama que después habría de propagar un incendio incontrolable.


Empezó por cargar diez minutos a la semana. Sabía distribuirlos muy bien, pero pensaba que tal vez debería subir la tasa a 20 para sentirse todavía más tranquilo. Además, hacerlo no afectaría sus finanzas.
—¿20? —le preguntó el vendedor—. Si quiere le puedo ofrecer una promoción de 35 minutos para la semana por $6.000.oo. Le salen como a $180.oo cada minuto, y tiene la posibilidad de distribuirlos en cinco minutos diarios.
Él aceptó la promoción con mucho gusto. Pero cinco minutos diarios pronto fueron insuficientes. Así que volvió con su vendedor de confianza, y éste le ofreció la jugosa oferta de 450 minutos para el mes por el precio de 400.
—Con eso le salen a $160.oo y tiene a su disposición 15 minutos diarios. O media hora cada dos días, o una hora completa cada cuatro días. Puede ahorrar minutos para activarlos cuando esté con su amorcito, ¿sabe?, pasándola sabroso, o cuando esté de rumba, o para dormir, y va a ver que ahí sí que le rinde.
15 minutos al día le parecía algo exagerado. Pero cuando pensó en todo lo que podría hacer con Ella si acumulaba minutos en las fiestas… los fines de semana… despertar más tarde el lunes… y no se pudo resistir. Y tampoco pudo resistirse a la oferta de subir a media hora diaria por $140.oo el minuto, ni a la oferta de subir a dos horas diarias por la módica suma de $80.oo el minuto.
—Con dos horas diarias puede verse una película todos los días.
—Pero…
—Puede dormir lo que le de la gana.
—Es que no creo que sea…
—Puede acumular tiempo y tener a favor 14 horas para dormir, pasear, parrandear…


Dos horas diarias. Tenía tiempo para lo que fuera. Ya nunca decía la frase que más repiten las personas mayores: "no tengo tiempo". Él sí tenía tiempo. A nadie negaba su compañía. Iba a todas las fiestas, a todos los paseos, a todos los planes. Sólo era cuestión de tomar su celular y marcar.
Pero esa felicidad tenía un costo.
A medida que incrementó el consumo de minutos empezó a sentir recesión en su cartera, pues en ellos invertía casi la mitad de su salario.
Dejó de ahorrar.
Dejó de comprar ropa de marca.
Dejó de comer en restaurantes.
Se vio en problemas con el arriendo y los servicios públicos.
Y un buen día… dejó de ir a fiestas y a paseos, porque el dinero no le alcanzaba.
Tenía tiempo para todo, pero no tenía dinero para nada. Y no estaba dispuesto a dejar de comprar saldo, porque ya había ajustado su modus vivendi a días de más de veinticuatro horas. Así que para ayudar a cubrir sus gastos consiguió un trabajo nocturno de medio tiempo. Pero pronto se vio necesitado de más tiempo para poder descansar, y tuvo que aceptar un nuevo plan de minutos, pero el dinero empezó a hacerle falta, así que tuvo que pasarse a la jornada completa. Entonces necesitó más tiempo, y luego más trabajo, y después más tiempo… hasta que llegó a vivir días de 48 horas, de las cuales trabajaba 36.
No podía parar. Necesitaba el tiempo para trabajar, y trabajaba para tener el tiempo.


Había arrancado ya muchas hojas del calendario desde que se introdujo en su ciclo de trabajar para comprar tiempo. Al principio lo hacía con gusto y tenía el vigor para responder a las exigencias físicas del trajín diario, pero por el exceso de vigilia sus fuerzas habían empezado a abandonarlo, y su rendimiento fue disminuyendo, no poco a poco, sino mucho a mucho, y fue despedido de los dos trabajos.
Ahora, sin ingresos para comprar tiempo, se sentía desesperado. Y tenía, además, una gran deuda con el vendedor por concepto de varios meses en mora que éste le había ofrecido a crédito "con facilidades de pago". Así que, no pudiendo contemplar otra opción, se decidió por aquello que, pensaba, debió hacer mucho tiempo atrás.
Con rabia, como si el aparato fuera alguien que le hubiera hecho una ofensa imperdonable, tomó el celular y lo arrojó en la cesta de la basura del baño, y le prendió fuego. Después empacó las pocas pertenencias que la consabida crisis le había dejado, y salió del feo cuartito de alquiler en el que había llegado a vivir, sin saber para dónde, pero firme en su determinación de intentar rehacer su vida y, más que cualquier otra persona, recuperar el tiempo perdido.
Pero no fue más que ira del momento, y Él, como muchos adictos que vuelven al regazo de su vicio, por su incurable impuntualidad y adicción al círculo vicioso del tiempo adicional, poco después de su huida, se puso nuevamente en contacto con su distribuidor.
—Fresco, mijo—le dijo el vendedor—, que yo lo comprendo y le voy a dar facilidades de pago.
A la mañana siguiente, un nutrido grupo de personas se reunió para curiosear la diligencia de medicina legal.
—Dicen que el señor se murió fue de muerte natural pero, según los papeles, tenía menos de treinta —comentó uno de los curiosos.
—Eso yo creo que fue por las deudas, ¿verdad? —comentó un vendedor de gafas negras que pregonaba "minuto a $200.oo" acompañado de un joven de cabello tinturado de amarillo.






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