Nacionalismo y Libro de Texto Gratuito

June 7, 2017 | Autor: Enrique Camacho | Categoria: Philosophy of Education, Nationalism, Political Legitimacy, Philosophy of Culture
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Para una discusión ideológica acerca del problema de la reforma educativa véase por ejemplo Coll 2013 y Navarro 2013
Véase por ejemplo Poy Laura, 2014, Periódico La Jornada, 11 de agosto, p. 36. http://www.jornada.unam.mx/2014/08/11/sociedad/036n1soc. En este artículo Poy resume la postura de Tatiana Coll y Cesar Navarro.
Cf. VV.AA. 2004. Nueva Historia Mínima de México. COLMEX
Plan de estudios 2009 http://basica.sep.gob.mx/reformaintegral/sitio/pdf/primaria/plan/PlanEstEduBas09.pdf


TIPO DE CONTRIBUCIÓN:
Artículo
TITULO:
Nacionalismo Y Libro de Texto Gratuito
NOMBRE:
Dr. Luis Enrique Camacho Beltrán
DIRECCIÓN DE CORREO ELECTRÓNICO
[email protected]





Resumen: En México no queda claro cuál debe ser el papel de la educación pública después de la transición. ¿Debe continuar el proyecto de construcción nacional iniciado por el régimen priísta o debe abandonar todo contenido ideológico? Este trabajo comienza por preguntarse si para una democracia liberal como México es permisible inculcar contenidos ideológicos a través de la educación pública. A manera de simplificación me concentro en el caso de la enseñanza de la historia patria articulada mediante la ideología del nacionalismo revolucionario a través del libro de texto gratuito. Argumento que para una democracia liberal no es permisible inculcar el perfeccionismo cultural que parece implicar la enseñanza de la historia patria. Sin embargo espero que el argumenta pueda extenderse a otros casos similares de adoctrinamiento infantil.

Palabras Clave: Educación pública, construcción nacional, multiculturalismo, autodeterminación política, cultura política, legitimidad, derechos humanos, liberalismo, perfeccionismo cultural, democracia, dignidad.

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TITLE: Nationalism and free official text book

Abstract: After Mexican political transition, it is not clear what should be the role of public education. Should public education continue with the nation building process first conducted by the PRI's regime? Or should it instead abandon any ideological endeavor? This paper begins by asking if it is morally permissible for a liberal democracy like Mexico, to indoctrinate children using the schooling governmental apparatus. As a means of simplification I discuss only the case of history free text books where Mexican history seems to be still constructed around the ideology of the revolution-nationalism. I argue that it is not permissible for a liberal democracy to indoctrinate children with the kind of cultural perfectionism entrenched in the patriotic doctrinal history books. The hope is to extend my argument to similar cases of children endoctrination.

Keywords: Public education, nation building, multiculturalism, political self-determination, politic culture, legitimacy, human rights, liberalism, cultural perfectionism, democracy, dignity.
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Se dice que en México el estado precedió a la nación (Vázquez, 1969, 19). Desde cierto punto de vista esto es cierto, pues fue necesario un estado que emprendiera el gran proyecto social, político, económico y cultural de construir el México que conocemos. Pero desde otro punto de vista esta afirmación esconde una verdad incómoda. La corrugada materia con la que se moldeó este país estaba formada de varias decenas de naciones que fueron desplazadas por las minorías dominantes que abrazaron los distintos proyectos de país que se han enfrentado entre sí a lo largo de nuestra historia independiente.
Hoy a estas naciones desplazadas del espacio público las llamamos pueblos indígenas, probablemente por cuando menos dos razones: primero, por el éxito relativo que el estado mexicano tuvo al ejercer su poder político para establecer conceptualmente una conexión intrínseca entre el imperio azteca y el México moderno que fuera capaz de imprimir la identidad nacional, sus símbolos y principios esenciales en la gran mayoría de los mexicanos (Von Hau, 2009,135). Pero también por el fracaso descomunal de insertar a la mayoría de mexicanos en el esquema de los beneficios y las oportunidades del arreglo social en el que vivimos (Morales, 2006, 237-8).
Ahora bien, la mayor parte de las democracias liberales han nacido mediante un sangriento e ignominioso proceso de construcción nacional. En estos procesos la educación fue un arma de homogenización cultural. Como sugieren los dos párrafos anteriores, México no fue la excepción. Pero en las democracias liberales desarrolladas, el autoritarismo ha dado paso a los valores políticos que celebran el pluralismo. Siguiendo esta corriente, México en sus principios fundamentales y esencias constitucionales celebra el pluralismo y protege la multiculturalidad. Pero en la realidad la historia es otra. Para empezar no queda claro cuál ha de ser el papel de la educación pública después de la transición. ¿Ha de continuar la labor de la construcción nacional por ejemplo mediante la enseñanza de una historia patria construida con los valores que legitimen el régimen político? o bien ¿debe abandonar los contenidos ideológicos y limitarse a la inculcación de los valores políticos fundamentales de la ética pública?
Este agosto unos 7 millones de niñas y niños que cursan de cuarto a sexto de primaria, recibirán sus nuevos libros de historia. Algunos académicos denuncian que la historia patria articulada en estos libros, profundiza la visión conservadora y nacionalista que identifica al estado (y no a la sociedad) como principal actor social; y a las reformas del estado como un beneficio social intrínsecamente bueno. Según este sesgo valorativo introducido en la instrucción pública, es el estado nacionalista y revolucionario, el único heredero de la historia mexicana y por eso sus reformas conducen inevitablemente al bienestar.
Al margen del sesgo valorativo, el problema que yo veo es el siguiente. Aunque hay densas discusiones ideológicas acerca de cuáles son los valores que debe contener el libro de texto como conquista histórica y herramienta educativa; yo no veo una discusión normativa seria y meticulosa acerca de qué tipo de enseñanza es moralmente permisible en la educación básica.
En este trabajo argumento que la imposición del libro de texto gratuito constituye una forma de poder político. Cómo toda forma de poder político está sujeta a criterios de moralidad pública. Esta moralidad apunta a la idea de que aquellos sujetos al poder político deben serlo sin que por ello pierdan su dignidad. No es para nada claro que el libro de texto gratuito como artefacto social, que usa la historia patria para el adoctrinamiento, cumpla con ese criterio. Al contrario defiendo que el libro de texto no debe ser estructurado de manera ideológica y que debe limitarse a transmitir las virtudes públicas políticas fundamentales que permiten el florecimiento de una variedad amplia de culturas.
Para argumentar esto, en la siguiente sección planteo el problema del libro de texto como artefacto social de adoctrinamiento desde la perspectiva mexicana. En la segunda sección argumento en contra de la idea de que una democracia liberal como México pueda en general usar el poder político con fines doctrinarios y sectarios. En la tercera parte concluyo que esto implica que el libro de texto no debe ser un instrumento de adoctrinamiento y de justificación de un régimen político sino solo de formación para la ciudadanía basado en concepciones fundamentales de ética pública.

1. Historia Patria y Educación Pública. La historiografía contemporánea ha corroborado que una parte muy significativa e importante de la historia patria presente a lo largo de buena parte de la historia del libro de texto gratuito está compuesta de falsificaciones históricas que obedecen objetivos políticos. A pesar de lo controvertido del tema, atendiendo a hechos familiares de la historia revisada contemporánea de México, voy a tratar de identificar un conjunto de valores que fueron en su momento introducidos a la cultura política pública de los mexicanos por medio de la historia oficial del libro de texto gratuito. En esta sección me refiero principalmente a las ediciones correspondientes a la etapa cuando menos desde su creación en 1959 hasta el acuerdo nacional para la educación básica del Doctor Zedillo en 1992. El objetivo de esta sección no es para nada articular una interpretación histórica del libro de texto, sino solamente mostrar por qué es normativamente interesante discutir qué tipo de contenidos sobre la historia son permisibles moralmente.
El nacionalismo es la idea de que la nación y el estado deben coincidir lo más posible (Gellner, 1983; Miller, 1995). Por ello la ideología nacionalista ha sido el instrumento de unificación mediante el cual se han creado los estados-nación europeos (Beitz, 2008). Éstos, sin embargo, tras la tragedia de dos guerras mundiales se han movido desde los ideales nacionalistas de sangre y tierra, a los de la democracia liberal que sentaron las bases para la Unión Europea. Hoy el nacionalismo se considera una doctrina poco liberal (Abizadeh, 2012). Más adelante explicaré por qué.
Mientras el nacionalismo europeo se caracteriza por la exaltación de la casta en virtud de su superioridad genética y moral, el nacionalismo mexicano se caracteriza por el victimismo y el resentimiento (Paz, 1997). Sirvió como cualquier nacionalismo para articular la cohesión y la unidad pero también exacerbó el provincialismo y el aislamiento (Vázquez, 1969,19). El nacionalismo revolucionario mexicano fue construido y cuidadosamente hilvanado por la educación pública post-revolucionaria con el fin de construir la cultura política pública del régimen. Si bien la mayoría de los estados del mundo cuentan con una historia patria que fundamenta el orgullo y las virtudes públicas para abastecer un sentido de pertenencia, el problema con el libro de texto gratuito post-revolucionario es que se conformó en su momento como un mito antiliberal que dificulta la asimilación de los valores democráticos y liberales complicando enormemente la vida política y la productividad (Schettino, 2008).
La conformación de la historia patria postrevolucionaria se desarrollo a través de varios periodos. Destacan en particular dos momentos que le dieron la forma y dimensiones ideológicas que conocemos (Vázquez, 1969). El General Cárdenas construyó un régimen colectivista que agrupó y organizó a los distintos sectores del sistema productivo y político mexicano a la manera que recuerda a la sólida estructura institucional colonial. (Rojas, 2010; Schettino. 2008; Aguilar, 2000). Pero no fue sino hasta que el Presidente López Mateos creo la Comisión Nacional de Libros de Texto, que el proyecto nacionalista de la secretaría de educación pública pudo llegar a la mayoría de los mexicanos. López Mateos se enfrenta con la tensión entre la guerra fría, el agotamiento de la revolución mexicana y el prestigio de la revolución cubana. Entre modernización y revolución, López Mateos escoge intentar revitalizar la revolución consolidando los grandes monopolios estatales, aumentando las dimensiones del estado y finalmente articulando la celebración de los derrotados en la revolución mexicana (Zapata y Villa) como culminación de la historia de México mediante la invención del libro de texto gratuito (Vázquez, 1969, 21).
A la luz de estos hechos familiares de la historia de México la tesis interpretativa es la siguiente: Varias generaciones de mexicanos tienen una cultura política pública hostil a los valores de la democracia liberal porque el libro de texto gratuito les presentó una visión de la historia patria que distribuye ese tipo de valores. Por ejemplo conciben aún a la revolución mexicana como el fin de la historia de México donde se privilegia la rebelión sobre la negociación, la violencia sobre la política y se ennoblece a los héroes derrotados como Zapata y Villa sobre los personajes ganadores como Carranza, Obregón y Calles. Sobre todo esta historia patria introduce a la cultura política pública los valores del nacionalismo revolucionario que busca la cohesión y la unidad pero a través del resentimiento y victimismo con respecto a las naciones del mundo atribuyendo las grandes tragedias nacionales al extranjero, desde la dominación española hasta la hegemonía norteamericana.
La historia ideologizada del nacionalismo revolucionario ha sobrevivido ya a varias décadas de revisionismo histórico (Rojas, 2010). La apuesta de López Mateos por el nacionalismo revolucionario pudiera quizás ser considerada razonable y explicable en virtud del entorno global en donde las democracias liberales enfrentaban una crisis económica brutal y donde la sombra del fascismo europeo seguía siendo una amenaza. Sin embargo en 1992, en plena apertura comercial del país no parece tan claro que el nacionalismo educativo sea la respuesta correcta para reforzar la identidad nacional. Así mismo provoca perplejidad pensar qué los regímenes de transición renunciaron a su prerrogativa legítima de revisar la historia patria hasta el 2009 con la llamada reforma de la educación básica.
La reforma integral de la educación básica del 2009 plantea dos objetivos que parecen difíciles de cumplir al mismo tiempo. Por un lado exige el reconocimiento de la diversidad y la multiculturalidad para que la "escuela se convierta en un espacio de diversidad". Pero al mismo tiempo busca reforzar un sentido de pertenencia haciendo énfasis en la historia local. No parece obvio sin embargo que los contenidos programáticos de historia de México persigan ese fin. Mientras que la genealogía del régimen postrevolucionario ha sido abandonada cuando menos en sus manifestaciones más obvias, la historia de México seguía organizada en clave de un conflicto de clases y subordinación donde la revolución desempeña el papel liberador que no acaba por purgar del todo la ideología del nacionalismo revolucionario.
Hoy, el libro de texto se estremece entre dos fuerzas contrarias. Las que pretenden remover los vestigios nacionalistas y las que pretenden usarlo como artefacto de adoctrinamiento. Por un lado se trata de eliminar toscamente el nacionalismo del victimismo y el resentimiento para facilitar la introducción de México a la arena global. Por ejemplo en los libros nuevos ya no se habla más de conquista sino de virreinato y del encuentro de dos mundos. Pero al mismo tiempo se invoca al estado revolucionario como el garante de la moralidad pública por ejemplo cuando se define reforma como "cambiar, innovar, o mejorar algo con la intensión de garantizar un orden a través de las leyes que permitan a los integrantes de la sociedad la satisfacción de sus necesidades materiales, educativas, de recreación, entre otras" (Libro de Texto Gratuito 5º año, Historia, 44).
Desde mi perspectiva esta proclividad del libro de texto gratuito a la restauración o cuando menos a la conservación del nacionalismo revolucionario o al estatismo merece la mayor atención porque podría inclinar a México al lado de las repúblicas nacionalistas corporativas en vez del lado de las democracias liberales alejándose de hecho de las políticas públicas multiculturales y transnacionales, de la liberalización de mercados y de la distribución de derechos universales. Creo que esto abre una ventana de oportunidad notable en la que parece pertinente discutir qué papel debe jugar el libro de texto gratuito. Si debe seguir jugando un papel ideológico como artefacto de socialización o si debe ceñirse a su papel educativo limitándose a transmitir los contenidos esenciales básicos que fundamenten el pluralismo y la multiculturalidad de la ética pública de una democracia liberal.

4. Nacionalismo Cultural. En el apartado anterior he tratado de explicar solamente por qué es interesante preguntar por el papel del libro de texto gratuito. Hay que notar que para mi argumento no es necesario que la interpretación de los hechos históricos que sugiero sea verdadera o siquiera atractiva. Es suficiente con que sea una interpretación plausible, para considerar pertinente discutir acerca de la moralidad del libro de texto en general y en particular de la permisibilidad moral de utilizar la historia patria como un artefacto de socialización mediante valores nacionalistas.
Ahora podemos reformular la cuestión como sigue ¿Puede permisiblemente una democracia liberal como México utilizar el libro de texto gratuito como un artefacto social que sirva a los fines del nacionalismo revolucionario o del nacionalismo de estado? En esta sección explico la incompatibilidad del nacionalismo con un régimen democrático. Voy a argumentar que una democracia liberal no puede ser nacionalista en el sentido sustantivo del término sin abandonar sus principios fundamentales.
Pongo a su consideración primero los siguientes postulados, en la espera de que no sean demasiado controvertidos. El primero es que México hoy es en su orden fundamental y en sus principios una democracia liberal. Ya no vivimos en la república nacionalista que imaginó el Gral. Cárdenas; ni en el estado central social que concibió Luis Echeverría. México se ha deslizado en su forma institucional y esencias constitucionales a los principios que defienden las libertades básicas, la ciudadanía democrática y los derechos humanos. No es necesario discutir si esto es pertinente, atractivo o correcto. Es suficiente saber que es un hecho. Tampoco es necesario discutir qué tanto este arreglo constitucional fundamental se verifica en los hechos. Por el momento es suficiente compartimentalizar la discusión en el plano normativo.
Supongo también que la democracia es más que el gobierno de las mayorías. La voluntad de la mayoría debe estar limitada por los derechos de las minorías. El segundo postulado es que la igual consideración a las personas (qué está entre estos derechos básicos de todos y en particular de las minorías) en principio va más allá de la igualdad política y la igualdad de oportunidades. Por ejemplo los ciudadanos, aun aquellos que forman parte de las minorías deben poder pensar acerca de sí mismos que son fuente de demandas razonables y legítimas; en vez de pensar en sí mismos como sometidos a la suerte o a otros. Eso significa que la sociedad debe proveer las condiciones necesarias para que todos sean miembros de la comunidad sin perder su dignidad (Dworkin, 2001).
Estos postulados nos permiten hacer las siguientes distinciones para que las discutamos. Hay cuando menos dos maneras en las que una democracia liberal podría ser un estado nacionalista (y sin embargo seguir siendo liberal de alguna forma). En primer lugar está el nacionalismo común. Todas y cada una de las democracias liberales son nacionalistas en la medida en la que están organizadas como estados-nación. Durante los últimos doscientos años las democracias liberales han estado íntimamente ligadas a la nación. Pero en un estado sustancialmente nacionalista, que es la segunda manera en la que una democracia liberal puede ser nacionalista, la cultura del grupo dominante es extendida a todo aquel dentro del estado.
A partir de esto, puedo elaborar la siguiente pregunta. ¿Debe una democracia liberal como México ser un estado-nación meramente cívico o debe ser un estado-nación sustantivamente nacionalista? Hay ejemplos bastante familiares acerca de los dos tipos de estado. Canadá y los Estados Unidos son ejemplos de estados-nación cívicos. Canadá contiene varios grupos étnicos y en realidad está fundamentalmente formada de dos naciones lingüísticas. Los Québécoise disfrutan de muchísima autonomía con respecto del gobierno de Ottawa. Junto con la mayoría anglo-canadiense y la minoría franco-canadiense conviven otros grupos culturales minoritarios.
A esta pregunta el nacionalismo contesta que si utilizando principalmente dos tipos de razones. Las razones instrumentales son usadas para mostrar que en una democracia liberal las condiciones son tales que los requerimientos de la democracia deliberativa y la justicia social hacen muy difícil comprometerse con el cumplimiento de la ley y con la cooperación social (Gellner, 1983; Miller, 1994; Tamir, 1993; Gams, 1998).
Las razones intrínsecas apuntan a que la identidad personal tiene una estructura tal que sería gravemente dañada si es privada de la formación que la nacionalidad alimenta. Voy a dejar de lado los argumentos del valor intrínseco porque tienden a ser más obscuros y los académicos se han centrado más en los argumentos instrumentales.
Las razones instrumentales parecen muy persuasivas, pero aun así pienso que dadas las condiciones actuales de las democracias liberales es imposible reconciliarlas con la doctrina de un estado, la misma nación porque existe una convicción prima facie de que la democracia es más que el gobierno de la mayoría y que los miembros de una comunidad política tendrían que ser capaces de aceptar el dominio del estado sin que por ello tengan que perder su dignidad. No es posible para cada ciudadano ver al gobierno como su gobierno hasta que el gobierno muestre a todos los ciudadanos igual consideración y respeto (Dworkin, 2001, 205).
Pero quizás esto es muy controversial para ser aceptado aquí, de modo que analicemos mejor lo que considero que es la demanda central de cualquier forma de nacionalismo. La doctrina de un estado, la misma nación no tiene sentido si la nación en cuestión no tiene un derecho robusto y solvente de autodeterminación política. De acuerdo con los nacionalistas culturales, la cultura de la nación ofrece a sus miembros entre otras cosas maneras de socialización, horizontes de elección y valor y modos de auto-identificación, y por lo tanto los miembros de la comunidad comparten un interés legítimo en controlar y proteger su propia cultura, porque esto es un asunto de miembros decidiendo acerca de su propio destino en común.
Este interés legítimo y la necesidad práctica de decidir cerca de su destino común es lo que fundamenta lo que consideramos un derecho solvente a la autodeterminación. Los límites del estado llegan dónde se termina la nación; y la necesidad de protección del delicado balance de la cultura nacional que fundamenta ese derecho a la autodeterminación, conecta el control de la membrecía con la necesidad de controlar el territorio y las fronteras.
Sin embargo pienso que esta justificación de la autodeterminación nacionalista es equivocada porque confunde la esfera de dominio que el estado legítimamente ejerce sobre los ciudadanos de los cuales extrae lealtad y cuya voluntad pretende representar, con el proceso mediante el cual la cultura se conforma, nutre, se protege y transforma. No es el hecho de que una comunidad sea nacionalista en su sensibilidad, carácter y cultura lo que justifica el derecho de autodeterminación política, sino más bien lo que justifica este derecho es el hecho de una población tenga una estructura social capaz de hacer de de la cultura un elemento accesibles para que la población sea socializada como miembros del grupo.
Creo que esto deja espacio para hacer algunas distinciones que parece que los nacionalistas confunden. Debemos distinguir entre autodeterminación política y autodeterminación cultural (Lægaar, 2007; Lippert-Rasmussen, 2009). Las naciones no son el único grupo con demandas razonables de autodeterminación: no son el único caso de autodeterminación puesto que hay muchos más grupos nacionales en el mundo de lo que hay estados-nación. Pero las naciones podrían ser un caso particular de auto-determinación cultural. Me parece que el estar legítimamente interesado en algo, generalmente no quiere decir en sí que siempre debamos elevar ese interés al nivel de políticas públicas e instituciones que demanden obediencia. El interés legítimo que la gente tiene en su cultura no fundamenta por sí sólo, directamente el derecho a la autodeterminación política.
La otra distinción que me interesa introducir se refiere a distintos tipos de cultura. La cultura es una vasta colección de cosas buenas y malas, interesantes y sosas. Me parece que para la discusión que estamos teniendo aquí sería prudente limitar la concepción de cultura cuando menos a la de un tipo de tecnología social que es capaz de acumular y transferir sabiduría tradicional para que cada ser humano no tenga que inventar el hilo negro cada vez. Este cúmulo de innovaciones sociales no necesariamente tiene que tener un carácter nacionalista, por lo que no todos los grupos están socializados mediante una cultura nacionalista. Como no todos los grupos con demandas razonables de autodeterminación son naciones y no toda la cultura es nacionalista; por lo tanto podemos distinguir entre la cultura como un todo, cultura nacionalista y cultura política pública. Una cultura política pública es una construcción política elaborada partiendo del todo cultural, que puede transmitir valores cívicos y una identidad común, sin que sea necesario en principio que transmita la cultura del grupo dominante.
Los beneficios de compartir una cultura comprehensiva no son suficientes para justificar un estado nacionalista puesto que la autodeterminación cultural y la autodeterminación política no necesariamente están relacionadas entre si, particularmente si la cultura en cuestión es diferente de la cultura de la mayoría dominante que controla al estado.
Sin embargo temo que esto no va a convencer a todos y habrá gente que de todas maneras encontrará persuasivo o atractivo el que el nacionalismo facilita de alguna manera que yo no he logrado describir, el funcionamiento del estado. Entonces supongamos que me equivoco y que el estado nacionalista tiene, en virtud de su unicidad propia, un buen caso de autodeterminación política basado en su caso de autodeterminación cultural; puesto que el contexto local y nuestras lealtades y afectos cuentan. Es la riqueza del contexto en la que el individuo se arraiga que explica mejor que nada sus motivaciones morales, deberes y responsabilidades (Miller, 2002).
La magnitud del contexto es en realidad un concepto poderoso que debe prevenirnos contra el dogmatismo conceptual y las generalizaciones ilusorias; sin embargo no creo que nos ayude demasiado en el caso del estado nacionalista porque si en verdad el contexto cultural importara tanto, entonces grupos culturales, en particular las minorías culturales deberían ser respetadas y el estado debería abstenerse de imponer de ninguna manera la cultura del grupo dominante en el diseño de las instituciones y políticas para todos. En realidad los argumentos analizados hasta ahora no proveen de ninguna razón por la cual debamos creer que el nacionalismo del estado debe tener prioridad sobre los nacionalismos minoritarios.
Pero supongamos todavía que estoy equivocado y una democracia liberal hace bien en someter a todas sus minorías a un proceso de construcción nacional usando una cultura nacionalista. Entonces yo pondría en duda si el estado debería ejercer su autoridad de manera que determine como la cultura de todos debe ser configurada, protegida y nutrida de manera que se use para socializar a todos los miembros del estado de la misma manera. Entonces ahora la pregunta es esta: Son las democracias liberales compatibles con demandas nacionalistas de autodeterminación cultural?
Supongamos que el gobierno debe tener un papel en proteger y nutrir la cultura. La cultura como un todo incluye expresiones humanas de la más diversa índole y es tan extensa que el estado no puede preservar todo. Además presumiblemente no todos los elementos de la cultura son dignos de tal protección. Si el estado o cualquier otra instancia centralizada debiera proteger la cultura nacional, entonces es de esperarse que el gobierno y sus funcionarios tengan una opinión respetable de aquello que debe ser protegido o de qué es lo que es prioritario proteger. La preservación de la cultura de la mayoría no puede funcionar sin encontrar una manera de identificar o al menos hacer juicios razonables acerca de lo que se quiere preservar o qué es lo que es digno de ser preservado. En este caso será preciso decidir qué medios son necesarios para ejercer ese fin.
Más aún, el mero hecho de evaluar la cultura será muy problemático porque con frecuencia los problemas culturales son una cuestión de tono y grados que son realmente difíciles de traducir en términos de políticas públicas (Dworkin, 2001, 228). Por lo tanto para tomar esas decisiones acerca del tono, grado y carácter, el estado necesitaría interpretar la cultura. Pero entonces ¿los ciudadanos estarían de acuerdo y aceptarían la interpretación selectiva que realicen las burocracias estatales? ¿Es deseable que un estado nacionalista tome partido en la formación cultural? ¿Puede la cultura volverse un asunto de administración estatal?
Me parece que si el dominio que el estado ejerciera, implicara una interpretación selectiva de la cultura, entonces cualquier intento que venga del estado de preservar la integridad y autenticidad cultural conducirán paradójicamente a adoptar un modo de vida inauténtico (Waldron, 1995, 228; Scheffler, 2007).
Volviendo al libro de texto gratuito, no es para nada disparatado entender la historia patria que encontramos en el libro de texto gratuito como una interpretación centralizada del estado, acerca de aspectos muy importantes de la cultura nacional que tiene como fin socializar a los individuos y brindarles cierto tipo de identidad. Mediante la historia patria el libro de texto pretende inculcar una serie de valores que establecen de manera ejecutiva qué es lo valioso de ser mexicano. Pero si lo que he escrito hasta ahora es coherente, entonces no es moralmente permisible que el estado controle de esta forma la cultura, o cuando menos no conozco algún argumento que lo justifique.


5. Conclusión. A lo largo de la sección anterior espero haber mostrado que aún si la mayoría tiene un interés legítimo en controlar y participar en su cultura, este interés no es equivalente a tener un derecho, aun menos implica el derecho de convertirse en un estado-nación. Sólo porque es bueno para la gente tener algo, no significa que tengan el derecho de tenerlo.
Pero quiero insistir en las razones que hacen a un estado nacionalista incompatible con una democracia liberal. Creo que ciertas decisiones no deben ser tomadas colectivamente sino solo individualmente. Me parece que ese es el caso de la cultura. Una cultura como tal puede ser sostenida y protegida no colectivamente sino orgánicamente a través de la participación de todos los interesados. La cultura es el resultado de la gente tomando decisiones libres.
¿Significa esto que una democracia liberal no tiene ningún papel con respecto a la cultura? No. Significa más bien que el estado debe suministrar las condiciones que harán posible que muchas expresiones culturales valiosas puedan florecer y prosperar (Dworkin, 2001, 229-233). La clase de cultura sobre la cual el estado puede ejercer permisiblemente dominio es la cultura política pública. Esto quiere decir que la cultura del estado debe ser de carácter cívico y no perfeccionista. En lugar de ser nacionalista, culturalmente perfeccionista o moralmente comprehensiva, debe articular solamente los valores mínimos que establecen las bases mínimas de una democracia liberal; especialmente cuando la ciudadanía mexicana está compuesta de muchos grupos culturales. Hablo de principios, valores y prácticas que explican la importancia de las libertades fundamentales, de la ciudadanía democrática, de los derechos de las minorías, de las obligaciones asociativas y de los derechos humanos.
Este texto tiene una parte especulativa y otra normativa. La parte normativa explica que el nacionalismo no es compatible con los valores de una democracia liberal como México porque el dominio del estado sobre la cultura amenaza las libertades fundamentales y la capacidad de las minorías de involucrarse participativamente en una democracia deliberativa. La parte especulativa indica que el estado no puede permisiblemente inculcar un perfeccionismo cultural como instrumento de socialización o construcción nacional porque el nacionalismo en el que este perfeccionismo cultural se basa o es trivial o es iliberal. Es muy importante notar entonces que mi argumento tendría que complementarse con otro que mostrara por qué es impermisible inculcar cierto tipo de perfeccionismos a los niños. Pero no tengo espacio aquí para sumar dichos argumentos. Confía simplemente en haber mostrado que es moralmente impermisible para el estado transmitirlos mediante el libro de texto. La esperanza es que este argumento sirva de provocación para una discusión más seria acerca de qué tipo de educación es moralmente permisible inculcar a nuestros pequeñines.


Enrique Camacho
Ciudad Universitaria a 13 de julio de 2014.


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