Notas para una nueva ascética

July 17, 2017 | Autor: Juan A. Guerrero | Categoria: Asceticism, Contemporary Spirituality, Ascetical Theology
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HACIA UNA NUEVA ASCÉTICA[1]

(Publicado en J.A. Pagola, E. Martinez, J. Arregui y J.A.
Guerrero Alves, Hacia una espiritualidad para nuestro tiempo, Idatz, San
Sebastián 2007, pp. 87-123)

Juan Antonio Guerrero Alves, sj*




Para muchos cristianos, hablar de ascesis suena a cilicios,
disciplinas, autoflagelaciones, penitencias... Ascesis evoca algo rancio y
del pasado. Sin embargo, la ascesis no es algo ajeno a nuestra vida
cotidiana, ni está tan pasada de moda.

Sacrificarse llegando pronto al trabajo y saliendo tarde,
regalar gratis muchas horas a la empresa para ganarse el puesto o por un
posible ascenso es ascesis. Mortificarse madrugando, trasnochando y
viajando para poder ganar más dinero o para sacar adelante lo que tenemos
entre manos es ascesis. Vestirse con incómodos ropajes para determinadas
situaciones, como expresar solemnidad, dolor, fiesta o simplemente para
satisfacer los patrones de comportamiento esperados es ascesis. Los
adolescentes, y también los menos adolescentes, hacen sacrificios enormes
por pertenecer a un grupo y ser aceptados en él; eso también es ascesis. La
Dirección General de Tráfico nos bombardea con infinitos consejos,
proponiéndonos que antes de conducir no bebamos alcohol, que respetemos las
reglas, etc., ejercicios ascéticos al fin y al cabo. Y qué decir del body
building: la negación del apetito a la hora de comer, los duros ejercicios
físicos y las largas horas de sufrimiento y esfuerzo que exige en el
gimnasio para modelar el tipo, son otros modos de ascesis. Si pensamos en
los deportistas de elite, tienen controlados hasta los menores detalles de
su alimentación, ejercicio físico, ocio y descanso, ellos también practican
otro modo de ascesis.

Los ejemplos se podrían multiplicar. Desde este punto de vista
no se puede decir que la ascesis esté pasada de moda o que haya muerto.
Estamos dispuestos a hacer muchos sacrificios, a sufrir, a pasar dolor
también físico, a madrugar y a trasnochar en aras de nuestra imagen,
nuestro físico, nuestro yo, nuestro status. Y no lo vemos como algo que
hace a la gente amargada, tensa o malhumorada, sino como algo que da un
cierto autocontrol, sube la autoestima, hace sentirse mejor, permite
conseguir lo que se quiere y estar más flexible, no sólo corporalmente sino
también anímicamente.

Quizá seamos los hombres y mujeres religiosos de los países
tradicionalmente cristianos los únicos que de hecho dudamos del valor y de
la necesidad de la ascesis. Pero cada forma de vida tiene su propia
ascesis. Nuestra vida cotidiana está plagada de ejercicios ascéticos al
servicio de los diosecillos pequeño burgueses: el trabajo, la imagen, el
bienestar o el status. No se puede afirmar que la ascesis esté pasada de
moda y que sea algo del pasado. Lo que sucede es que la ascesis ha cambiado
de lugar y de dirección porque también han cambiado nuestros dioses. Para
las personas que tienen un deseo unificado en una dirección casi nada da
igual. ¿Por qué habría de dar igual para nosotros, cristianos? ¿No será que
lo que nos falta, es precisamente esa unificación del deseo en lo que
decimos desear?

Los cristianos necesitamos ascesis, pero el actual rechazo de la
ascesis tiene motivos que hay que escuchar, por ello comenzaremos por
escuchar nuestra historia reciente en esta materia y buscar lo que podemos
aprender de ella. La ascesis que necesitamos ha de ser adaptada al momento
que vivimos, de ello trataremos en un segundo momento: veremos que una
nueva espiritualidad y un nuevo contexto requieren una nueva ascesis y que
para que esa ascesis sea cristiana no puede perder sus dos referencias
esenciales, que son las de de Jesús: Abbá y Reino. En el tercer momento
desarrollaremos las notas de una ascética actualizada en tres pasos:
liberarse o salir de Egipto; situarse o atravesar el desierto y entregarse
o habitar la tierra prometida.

1. NUESTRA HISTORIA RECIENTE Y LA DIFICULTAD DE HABLAR DE ASCESIS

Hay toda una generación de cristianos que al hablar de ascesis
se incomoda y se pone en guardia ante los posibles peligros de una ascesis
mal entendida[2]. La ascesis les suena a volver a un pasado del que ya se
habían liberado, a volver a una vida constreñida y con poca libertad, a
revivir un cristianismo de gesto adusto, áspero, ceñudo y tenso. La ascesis
les evoca mutilación de la naturaleza, falta de expansión, coerciones,
poner obstáculos al desarrollo de la propia personalidad, incluso crimen
contra uno mismo o el amor del prójimo, etc. Hablar de ascesis les suena a
volver a ponerse en relación con las partes más obsesivas o culpabilizantes
de sí mismos y a la imagen de un Dios poco misericordioso. En la ascesis
ven la amenaza de vuelta a un cristianismo voluntarista y farisaico que
pretendía comprar a Dios con sus obras y construir la escalera para llegar
al cielo, como si Dios no hubiera bajado gratuitamente. Y todo esto, sin
contar con las personas con heridas personales por una ascesis indiscreta.

Esta experiencia, aunque no dice la última palabra sobre la
ascesis, al menos sí contiene una parte de verdad que ha de ser muy tenida
en cuenta y escuchada. De hecho, algunos grupos cristianos que no han
aprendido esta lección y educan con una ascesis que castiga el cuerpo en
exceso, que no ve la bondad de la creación y que considera que cualquier
placer es malo, han dado bastante clientela a las clínicas de psicólogos y
negocio a la industria farmacéutica de tranquilizantes, ansiolíticos y
somníferos. Esa ascesis plantea un problema humano que acaba pasando
factura, porque amputa partes de nuestra humanidad. También plantea un
problema teológico, porque tiene problemas con la bondad de la creación y
en el fondo no reconoce el carácter gratuito de la salvación que nos ha
sido dada en Cristo, como si tuviésemos que ganárnosla, como si el amor de
Dios fuera intermitente y dependiente de nuestros logros y realizaciones.
Es comprensible que esta ascesis suscite temores.

La mayoría de los cristianos hoy tenemos muy claros los peligros
de la ascesis. Al menos de un tipo de ella. Pero quizá el temor a los
excesos ha hecho perder también lo valioso y no darnos cuenta de los
peligros de la falta de ascesis. El elogio de la "espontaneidad" y de la
"naturalidad" en una cultura en que la espontaneidad está colonizada y la
naturalidad sigue unos patrones de comportamiento socialmente inducidos,
también está lleno de peligros; lo que se pretende que nos haga libres y
nos abra a la gracia, nos deja encerrados en nosotros mismos y a merced de
los vientos que soplan. El fruto de la falta de ascesis, del inmediatismo,
la indefinición y la anomía de una vida cristiana sin estructura,
continuidad ni esqueleto, también inunda las clínicas psicológicas y da
negocio a la industria farmacéutica. La espontaneidad y la naturalidad no
se pueden dar por supuestas, también requieren su ascesis y, para los
adultos, son más bien un punto de llegada que de partida: como nos invita
el Evangelio "hay que hacerse como niños".

La vida cristiana, como cualquier empresa humana valiosa,
necesita ascesis. Necesitamos método, examen, ejercicios, hábitos. Hay un
necesario cuidado de las disposiciones para la conversión, para la vida
espiritual, para el seguimiento de Cristo, para la entrega a los demás o
para acercarnos al pobre, que por lo general, parece bastante olvidado.

Hay personas de hondura religiosa y existencial que vemos
logradas y felices en sus vidas, ésas que con su sola presencia y forma de
estar nos remiten al Misterio del mundo y nos hacen desear ser mejores,
éstas puede que critiquen los excesos ascéticos del pasado y no den ninguna
importancia a los propios ejercicios o esfuerzos, pero han ido forjando
unos hábitos y unas actitudes que les ayudan y disponen a caminar en la
vida cristiana: un modo de orar que han ido personalizando y haciendo
cotidiano, salvando unos tiempos y cuidando unas disposiciones, una forma
de prepararse a la celebración de la Eucaristía, un estilo de trato con las
personas, una manera generosa y discreta de darse a los demás, una
disciplina en el trabajo y en el estudio, un aguante ante la adversidad, un
modo sereno de enfrentar y padecer las dificultades que sobrevienen en la
vida, etc. Nosotros sabemos que la paz, la gratitud y la gratuidad no son
algo espontáneo, pero estas personas nos revelan que pueden llegar a serlo.
Si les preguntamos cómo lo hacen, insistirán en que no es algo que hayan
conseguido, sino que les ha sido dado. Nosotros sabemos que se han
dispuesto a recibir el don.

Por otra parte, hay otro grupo de personas que sienten la
necesidad de ascética. Se han puesto en camino porque han atisbado algo
bello en la vida espiritual, en el amar, en el servicio desinteresado a los
demás, en la convivencia de pareja..., pero cuando llevan un trecho andado
se tropiezan con las dificultades habituales y preguntan: ¿Y esto cómo se
hace? ¿Cuál es el camino de esa paz en el amor que veo en otros? ¿Cómo
tener una experiencia personal de Dios? ¿Cómo puedo acercarme a los pobres
sin endurecerme y sin perder la alegría? ¿Cómo perseverar en el amor?
Probablemente, aquí hay que recurrir a una cierta pedagogía y proponer
algunos ejercicios, que si no prometen un resultado fijo, sí que disponen
mejor a recibir el don. Estos dos tipos de personas nos invitan hablar de
la ascesis desde la gratuidad y sin perder de vista a quienes piden ayuda y
métodos para ponerse en camino.

La danza es una actividad que requiere muchísima ascesis. Puede
ser ilustrativa para nosotros y nos puede ayudar a hablar de la ascesis que
necesitamos. En Enero de 1991, Rudolf Nureyev, ya en cama y consciente de
que le quedaban muy pocos días de vida, concedió una entrevista a un
periodista que le preguntó: - ¿Qué consejos daría a un joven bailarín?. Le
diría: - "si puedes vivir sin la danza, déjalo inmediatamente. Le diría que
hay que meterse en ello de cuerpo y alma. En fin, le recomendaría dejarse
devorar por su profesión. Que cada vez baile como si fuera la primera o la
última vez". Para bailar siempre como si fuese la primera o la última vez,
hay que estar profundamente enamorado de la danza. Sólo desde esa intensa
seducción de la danza es comprensible que un bailarín pueda asumir la
ascesis que le acompañará toda su vida. Nureyev nos enseña que hablar de
ascesis pide un tono positivo. No se empieza por la ascesis, ésta viene
precedida de un deslumbramiento, de una pasión. Como escribía Antoine de
Saint-Exupéry: "Si quieres construir un barco, no empieces por buscar
madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sino que primero has de
evocar en los hombres el anhelo del mar ancho y libre". Jesús no empieza
diciendo que el que quiera seguirme que tome su cruz y me siga, sino que
empieza por el anuncio del Reino y por las señales del mismo. Luego sabemos
que no hay nada grande y valioso que no requiera esfuerzo y empeñar la
vida.

Maurice Béjart, otro hombre de la danza, en 1969 escribía así:

"Creo que la ascesis es una de las cosas más
necesarias para el desarrollo del ser humano y la construcción
de cualquier tipo de arte. La ascesis consiste en elegir en cada
momento lo esencial. Solamente conservando lo esencial y lo
necesario, mantiene uno la vitalidad y la verdad. (...)

La ascesis consiste en contentarse con el vaso de
agua y el trozo de pan y saborearlos con deleite, porque en el
fondo, uno tiene la esencia de la vida –el agua y el pan– y no
precisa de más. Pero si el agua y el pan se convierten en una
mortificación, uno se siente condenado a pan y agua y lo percibe
como un castigo. En el fondo, la ascesis es algo gozoso, que uno
va descubriendo poco a poco.

El cuerpo ha de estar profundamente trabajado para
que descubra su libertad. Esta libertad se encuentra más allá de
la disciplina. Para participar de ese gozo y de esa libertad
total, el cuerpo debe pasar por varias etapas purificadoras.

Si pensamos en la profesión de bailarín, un bailarín
es alguien que ha comenzado entre los diez y los catorce años a
hacer una serie de ejercicios cada mañana, y los hace durante
toda su vida, sin interrupción alguna, todas las mañanas. El
mismo se autoimpone al principio una especie de disciplina que
le permite encontrar una inmensa libertad. (...)

Creo que hoy día el drama de nuestra época reside en
hacer creer a la gente que, si se multiplican sus necesidades,
van a ser más felices. En realidad lo que aumentan son sus
ataduras. (...)

La única salida que tiene nuestro mundo actual es, no
la privación –no me gusta esa palabra– sino el gozo del
despojo"[3].

Béjart nos hace entrever que hablar de ascesis requiere realismo
y despojo. Realismo porque no se puede ocultar a quien quiere un cuerpo
flexible que necesita ejercicio constante y a quien quiere libertad que
necesita disciplina; y en nuestro caso no podemos perder de vista las
preguntas de quienes comienzan, de quienes buscan y se preguntan ¿qué hago?
¿eso cómo se hace? o simplemente de quienes luchan, dudan, se esfuerzan y
tratan de disponerse para recibir la gracia de encontrar a Dios, la alegría
en el servicio, la paz en el amor... etc. Y despojo implica que no se trata
tanto de proponer hacer más cosas sino más bien de padecer lo que nos toca
vivir y quitar lo superfluo, para quedarnos con lo esencial. Como bien
escribió Angelus Silesius: "hacia Dios no iremos vestidos, ni desnudos,
sino desvestidos".

Además de un tono positivo, realista y despojado, también hemos
de buscar un modo actual de tratar la ascesis. Esto significa que a la hora
de pensar cómo nos disponemos mejor para la oración, para ayudar a los
demás, no podemos seguir proponiendo caminos más propios de un mundo rural
y agrícola que del nuestro.

2. NECESITAMOS ASCESIS, PERO NO VALE CUALQUIERA

1. Nuevos contextos piden una nueva ascética

Es cierto que junto a la mala prensa de los excesos del pasado,
la ascesis ha tenido poco aggiornamento en las últimas décadas, al menos
explícito. No hemos acabado de encontrar un equilibrio entre la ascesis un
poco dolorista de la época de Tomás de Kempis y prescindir completamente de
ella. Nuestro mundo, no podemos negarlo, ha cambiado. Lo que nos sirvió en
otro tiempo ya no nos sirve. La ascesis en un mundo rural y agrícola como
ha sido el nuestro hasta prácticamente la mitad del siglo pasado no puede
ser la misma que en nuestro mundo urbano, posmoderno e hipercomunicado.

Amar a Dios, amar al hermano, escuchar la palabra personal que
Dios nos dirige, meditar la vida de Cristo, contemplarle, encontrarle en la
vida cotidiana, entregarse a los demás... son dones que en las actuales
condiciones encuentran dificultades y posibilidades nuevas, y hemos de
aprender a lidiar con ellas... Algunas de ellas pueden ser las siguientes:

El mundo ya no es natural y los tiempos no siguen los ritmos de
la naturaleza y de las estaciones; tampoco vivimos a toque de campana, el
tiempo se reparte de otra manera más individualizada y significa algo muy
diferente a lo que significaba hace unas décadas; hoy la prisa y el estrés
invaden incluso la paz de los monasterios; la sociedad de consumo y la
civilización del ocio, nos han hecho la vida más fácil, han puesto a
nuestra disposición los productos que necesitamos para la vida, pero
también producen una sobre-estimulación del deseo y una hiper-excitación de
los apetitos, muy distintos a los de las sociedades más tradicionales, que
tienden a dispersar y quitar la paz interior; por otra parte, la cultura
del "usar y tirar" nos lleva a vivir con un cierto desconcierto nuestro
deseo de pobreza y frugalidad; el progreso económico nos ha abierto muchas
posibilidades, nos ha hecho más agradable la vida y nos ha aportado
bienestar, pero la lógica económica se ha introducido en espacios vitales
que no le son propios, ha educado nuestro razonamiento y nuestros hábitos
cotidianos con el cálculo coste-beneficio, nos ha restado sensibilidad
espiritual, tiende a ocultarnos la parte de la vida que no puede someterse
a cálculo y ha generado su propio infierno con muchos seres humanos
excluidos; el igualitarismo y la movilidad social está lleno de
posibilidades para todos, pero ha sobrevalorizado el hecho de 'situarse en
la vida' generando ansiedad por el estatus[4]; los medios de comunicación y
las nuevas tecnologías tan llenos de posibilidades también se han
convertido en mecanismos de saturación y de colonización del yo, que hacen
menos accesible nuestra interioridad y nuestros mismos deseos[5], llenan
nuestro ambiente de voces mudas que hablan en nosotros, haciendo difícil
reconocer cuáles son las palabras, las ideas, los patrones de
comportamiento propios, los inducidos desde fuera y la Palabra que
desciende de arriba y apela a nuestra libertad; el avance en las
comunicaciones nos permite ser casi ubicuos: es un logro poder estar en
muchos lugares casi simultáneamente, sin embargo, quizá se pierda calidad
de presencia, de encuentros y vínculos; la entrada en escena de lo
inconsciente y de las fuerzas socio-históricas ha aumentado nuestra
lucidez, pero también ha servido para restar responsabilidad a lo que uno
hace y por ello el sujeto se ha hecho más frágil, no tan autodirigido desde
su núcleo personal libre; el desarrollo de la psicología nos ha dado un
mayor conocimiento de nuestros mecanismos internos y ha ayudado a aliviar
el sufrimiento de muchas personas, pero también la cultura psicológica se
ha hecho casi normativa; para hablar de abnegación y de entrega de uno
mismo, hay que pedir permiso a la 'autoestima' y la 'autorrealización';
etc., etc.

Nuestro mundo plantea unas nuevas posibilidades y dificultades a
la relación con Dios, con los demás y a la vida cristiana y, por tanto,
pide un tipo de ascesis nuevo. No podemos entrar pormenorizadamente en los
ejercicios ascéticos que pide este mundo, baste constatar que un mundo
nuevo pide una ascesis nueva. No puede ser más de lo mismo. Los temas de
una nueva ascesis tendrán que tocar el uso del tiempo, el consumo, el ocio,
el trabajo, nuestros esquemas de pensamiento, ideologías, formas de
comunicación, uso que hacemos de los medios, etc. Pero sería insensato y
fatuo querer proponer una ascética absolutamente nueva porque como expresa
muy bien Rahner:

"Se ha de evitar considerar los nuevo y lo antiguo como
compartimentos estancos dentro de la espiritualidad cristiana:
lo nuevo sólo es auténtico cuando conserva lo antiguo; y lo
antiguo sólo sigue teniendo vida cuando es vivido en forma
nueva"[6]

Es pretencioso y necio dejar el pasado como insensato y
creernos, como el último hombre de Nietzsche, que hemos encontrado e
inventado la felicidad[7]. De hecho, para poder vivir hoy nuestra fe con
hondura, no es una pequeña ayuda la lectura espiritual de los clásicos de
la espiritualidad. Hay hombres y mujeres que han buceado en las
profundidades del alma y son siempre una fuente de la que se aprende: nos
descubren aspectos de la realidad, del ser humano y de su interioridad, a
la vez que caminos para avanzar y sortear dificultades, que, muy
probablemente, sin su ayuda, no encontraríamos por nosotros mismos. Una
buena lectura espiritual siempre nos ayuda a reconocernos. De ella siempre
salimos más enriquecidos, aunque hemos de leer con realismo, haciendo las
traducciones necesarias, sin olvidar que el mundo de aquellos autores ya no
es el nuestro.

2.2. Nueva espiritualidad pide nueva ascética

En un famoso artículo, Karl Rahner hablaba de una nueva
situación de la fe, en la que ésta ya no estará tan protegida y sostenida
socialmente y el creyente tendrá que autoacreditarse. De esta nueva
situación veía Rahner emerger una nueva espiritualidad con dos notas
características: más mística, con más experiencia personal del Dios
incomprensible, y más mundana, de mayor compromiso con las realidades
temporales. Para esta nueva espiritualidad también veía surgir una nueva
ascética, que prescinde de lo espectacularmente heroico, que ya no tendrá
el carácter de lo adicional y extraordinario, sino de la libertad
responsable ante el deber y de los límites que uno ha de imponerse a sí
mismo[8].

Más recientemente, Paul Evdokimov, ha escrito en el mismo
sentido notando que "hoy día las prácticas espectaculares de antaño son
interiorizadas. Lo heroico se oculta bajo el manto de lo cotidiano"[9] y
nota, con una sensibilidad más terapéutica que la de Rahner, el cambio de
época y sus consecuencias en la ascesis:

"La ascesis cristiana no es más que un método al servicio de
la vida y ella buscará ponerse de acuerdo con las nuevas
necesidades. (...) El hombre no necesita de un dolorismo
suplementario: cilicio, cadena, flagelación, correrían el riesgo
de herirlo inútilmente. La mortificación sería la liberación de
toda necesidad de auto-estimulación: velocidad, ruido,
excitantes, alcohol de cualquier clase. La ascesis consistiría
más bien en el reposo impuesto, la disciplina del sosiego y del
silencio, períodos regulares en los que el hombre encuentra la
facultad para hacer un alto para la oración y la contemplación,
incluso en el corazón mismo de los ruidos del mundo y, sobre
todo, de escuchar la presencia de los otros. El ayuno, al
contrario de la maceración que con él se inflige, sería la
renuncia a lo superfluo, el compartirlo con los pobres, un
equilibrio saludable"[10].

He aquí, resumiendo, algunas notas de una nueva ascesis o del
nuevo modo de redecir la ascesis: "libertad responsable ante el deber",
"liberación de la necesidad de auto-estimulación", "renuncia a lo
superfluo", "reposo, disciplina del sosiego y silencio" y "compartir con
los pobres"; una ascesis "menos dolorista", "menos heroica y más
cotidiana". Parafraseando e interpretando a Evdokimov, Olivier Clément
sugiere que la ascesis hoy debe "tender menos al rechazo que a la
transfiguración". Frente a "la civilización de la técnica, de las grandes
ciudades y de las imágenes y de los ruidos" que "arranca al hombre de lo
vital, de lo fundamental", la ascesis ha de consistir más bien en
pacificar, profundizar la vida, hacer un pacto nupcial con la creación[11].

3. Las dos referencias de la ascética cristiana: Abbá y Reino.

La ascesis no es algo que haya surgido inicialmente en el ámbito
cristiano y, como hemos visto, no se mantiene sólo en él. Forma parte de la
vida humana. Algún tipo de ascesis se encuentra en todas las sabidurías del
mundo pagano, en las filosofías antiguas y en las religiones[12].

Hay un amplio campo semántico de conceptos afines cuyo uso y
relación con la ascesis no es claro ni unívoco: ascética, abnegación,
humildad, renuncia, pureza de corazón, despojo, purificación,
mortificación, penitencia, sacrificio, privación, continencia,
indiferencia, libertad interior, dominio de sí mismo, combate espiritual,
rectitud de intención, lucha contra instintos y tendencias naturales,
etc.[13] Todos esos conceptos que vemos relacionados con la ascesis apuntan
a una realidad más profunda que es la relación del hombre con Dios y el
amor al prójimo, los dos vectores de la vida de Jesús: Abbá y Reino; y es
precisamente desde esta doble relación donde pueden cobrar sentido, pues
guardan la relación de medios para el fin. El principio esencial de la
ascesis desde la época de los padres del desierto es que "una ascesis
privada de amor no acerca a Dios"[14]. No le ha faltado a la ascesis
autocrítica en este sentido; como ya constataba un padre del desierto:
"muchos han postrado su cuerpo sin discernimiento alguno y han muerto sin
conseguir nada. Nuestra boca exhala mal aliento de tanto ayunar, sabemos la
escritura de memoria, recitamos continuamente los salmos pero no tenemos lo
que Dios busca: el amor y la humildad"[15]

Entre los muchos modos de comprender la ascesis cristiana[16],
podemos distinguir dos tipos: uno que subraya más el aspecto negativo de
renuncia, y otro que parte de un sentido positivo que se ha encontrado, de
una relación fundante a la que todo se subordina: el amor a Dios y al
prójimo. A partir del sentido encontrado se subraya el esfuerzo metódico y
el ejercicio encaminado a realizar el bien. La visión de la Iglesia
tradicionalmente ha sido la segunda.

La ascesis cristiana tiene que ver con haber experimentado algo
que está por encima del mundo y que nos permite relativizar éste; brota de
haber atisbado una vida distinta en Cristo, haber intuido el gozo del
Reino. Pero, para vivir en comunión con Cristo en la historia, es
inevitable la cruz. Las palabras que Jesús dirige a los seducidos por el
anuncio del Reino siguen vivas: "si alguno quiere venir detrás de mí,
niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera
ganar su vida la perderá; pero quien la pierda su vida por mí y por el
Evangelio, la salvará" (Mc 8, 34-35). La ascesis cristiana no puede perder
la referencia al Reino, pero tampoco a la cruz y a la pasión de Cristo.
Estaría completamente fuera de lugar una simplificación cuantitativa que se
formulara como: "cuanto más me fastidio y quito de todo lo placentero y
bueno, más asumo la cruz, más me quiere Dios y más cerca estoy de él, o
cuanto menos participo de las cosas del mundo más dentro estoy del misterio
de Dios". La pasión tiene que ver con 'padecer', no con 'hacer', es algo
que viene impuesto desde fuera, por las circunstancias de la vida, algo que
sobreviene y es acogido libremente. "La ascética voluntaria tampoco puede
perder jamás el carácter de cosa impuesta, de tener que obedecer, de dejar
que un poder superior disponga sobre uno, de ser llamado"[17]. El esfuerzo
ascético no es, por tanto, un método para arrancar la gracia a Dios, sino
fruto de su llamada, de su consuelo, de su gracia; "la diferencia que
existe entre una ascesis pagana y una ascesis cristiana es que ésta última
no puede ser más que una ascesis de debilidad"[18], no tanto para hacer
proezas de autosuperación sino para dejar que se manifieste la gracia que
nos ha sido dada.

3. NOTAS PARA UNA NUEVA ASCÉTICA

La ascesis que necesitamos hoy, como la ascesis de siempre, será
distinta según los diferentes estados espirituales: hay un primer momento
de liberación de la esclavitud, la salida de Egipto; un segundo momento
largo que corresponde a la travesía del desierto, en que vamos siendo
probados y nos damos cuenta de nuestra verdad, pero también es ahí donde
Dios nos habla al corazón; y un tercer momento que busca el modo de habitar
la tierra prometida.

Otro modo de decirlo es: en una primera fase tratamos de abrir
fisuras en la cúpula que no nos deja ver el cielo, romper con las inercias
que nos llevan, salirnos del torbellino, liberarnos, para tener la
capacidad de tomar referencias. Es el momento de centrarnos y recuperar
nuestro ser. Luego, en una segunda etapa, se trata de situarnos, fundarnos
en terreno sólido y encontrar el camino; eso significa descentrarse y
abrirse a otro. Y en tercer lugar, caminar en el bien, "adentrarse en la
espesura", profundizar la relación con Dios, crecer en el amor, bien sea en
la pasión o en la resurrección, sobrecentrarse, reconocer nuestro centro en
Dios. Vivir en adoración, en comunión con Dios, con los demás y con la
creación, ayudando a otros en su liberación y a encontrar caminos, para que
no haya rezagados.

1. Liberarse y centrarse. (Salir de Egipto)

La primera etapa de la vida espiritual es liberarse de todo lo
que esclaviza. Para ello ha quedado como símbolo la salida de Egipto. Hoy
no tenemos egipcios sobre nosotros con látigo, pero tenemos formas sutiles
de dirigir nuestra voluntad y nuestros deseos, de interferir en la relación
con nosotros mismos y con Dios de modo que no escuchemos la palabra
salvadora que nos es dirigida y la pongamos en práctica. En orden a la
liberación, para disponernos mejor a ser liberados podemos hacer algo.

3.1.1. Abrir fisuras en la cúpula y romper con inercias

Al vivir en un mundo como el nuestro, con sus posibilidades y
dificultades, nos vemos introducidos en una serie de dinámicas no elegidas,
ni buenas ni malas, pero que no siempre nos ayudan a vivir el Evangelio.
Entre las dinámicas que nos llevan, está la del trabajo y el ocio, con sus
ritmos a veces tan poco humanos[19], las de la información, la
comunicación, el consumo, etc. Todas ellas tienen en común que nos
homogeneizan y despersonalizan en gran medida. Nos colectivizan. Nos
encogemos de hombros diciendo que "se hace así", "qué le vamos a hacer",
"todo el mundo lo hace..." y vemos cómo disminuye nuestra capacidad de dar
respuestas personales. La soledad típica de nuestro mundo individualista y
la falta de examen, nos hacen muy vulnerables a vernos envueltos en estas
dinámicas y, así, el animal político de Aristóteles se convierte en animal
de manada. Satisfacemos los apetitos como los animales, de manera
previsible y sin distancia entre el estímulo y la respuesta: comprando lo
que hay que comprar, viendo lo que hay que ver, haciendo lo que hay que
hacer, etc.; llevados y arrastrados por las inercias que nos dirigen. Pero
los seres humanos podemos procesar los estímulos sin responder
automáticamente a ellos. Es necesario romper esta inercia, pues el hombre-
masa puede tener emotividad, pero no tiene vida espiritual.

La TV, la radio, la prensa y el comercio, por ejemplo, son
bienes que nos ofrece el mundo que vivimos, pero que podemos idolatrar y
convertir en males. La TV no es indiferente para la vida espiritual: nos
educa la mirada, nos enseña a desear, nos ofrece patrones de
comportamiento, nos acostumbra a un ritmo de sucesión de imágenes. No es
posible una vida evangélica y de oración sana estando acríticamente cerca
de cuatro horas diarias ante la TV, como nos dicen las encuestas que
empleamos los españoles. Estar informados es necesario para vivir en este
mundo, pero vivir sumergidos en el mundo de informaciones y opiniones,
yendo a dormir con una tertulia y despertándonos con otra, (repetidoras de
los argumentos que apoyan y sostienen las ideas que nos han introyectado y
condenatorias, por lo general, de los que piensan de otro modo) tampoco es
una ayuda para la vida espiritual ni para educar una sensibilidad que
trabaja por una fraternidad en la que quepan todos.


Por otra parte, es claro que en este mundo necesitamos comprar
para vivir. Los tiempos del autoconsumo quedan lejos. Pero la vida
espiritual y la vida fraterna evangélica, se ven afectadas si nos dejamos
estructurar los deseos por el afán consumista, queriendo tener todo lo que
'hay que' tener, y vivimos con los apetitos continuamente sobreestimulados,
en la cresta de la ola del consumo, incapaces de bajar a las profundidades
de la vida.


Nosotros no podemos ni queremos salirnos del mundo, Jesús no lo
hizo. Como Él, asumimos la condición humana como nos es dada hoy, aunque
como Él, también nosotros necesitamos salir de la manada, dejar de ser
masa, para vivir lo que queremos vivir. En la ascética tradicional se
hablaba de que lo inferior se sometiera a lo superior, de "ser señor de
sí", para que el Señor de todo pudiera serlo efectivamente de uno también.
Desconectarse de esas inercias es una magnífica ayuda para la vida
espiritual y la vida evangélica, sólo así podremos usar esos medios,
podremos ser señores de nosotros mismos en el uso de ellos, en lugar de ser
meros apéndices de los aparatos, altavoces de los medios de comunicación, o
terminales de consumo del sistema productivo.


No conseguiremos sustraernos a esta inercia de la manada
mientras no situemos la inercia de la necesidad, que es la que más nos
animaliza, en un marco de sentido. Hay una nueva esclavitud que nos
encapsula en la necesidad y no nos deja ver por encima de ella, no nos deja
aceder al sentido de las cosas. Es la vida de tejas abajo, "debajo de la
cúpula". Los seres humanos no sólo tenemos necesidades biológicas, también
las tenemos culturales y sociales, pero son muy pocas las que son
verdaderamente absolutas. Somos naturaleza y persona, estamos sometidos a
dos movimientos: necesidad y libertad, apetito y oblatividad; a dos amores:
cupiditas y caritas. La naturaleza crece y se desarrolla absorbiendo,
engullendo, acaparando, consumiendo... La persona crece y se desarrolla
dándose, saliendo de sí, ofreciéndose oblativamente. Dos dinámicas
necesarias y contrapuestas que han de estar ordenadas. Se trata de ordenar
el apetito desde la oblatividad, la necesidad desde la libertad, ordenar
nuestros deseos naturales, nuestras pulsiones, nuestras tendencias a
absorber... ordenarlas desde el amor, desde la caritas. Parte de la crisis
de nuestra cultura está aquí: que nos vamos animalizando y
despersonalizando, que vivimos desde los instintos básicos: tener, poseer,
apetecer, poder... vivimos para las necesidades. Jesús no sólo no vive para
las necesidades, no convierte las piedras en pan para sí, sino que se
ofrece a sí mismo como pan para la vida del mundo.

3.1.2. Del divertimento al recogimiento

Se ha dicho que esta época nuestra vive en el divertimento, en
el sentido pascaliano del término, evitando los temas fundamentales de la
existencia. Huyendo de lo central. Para no entrar en lo importante nos
dispersamos por lo intrascendente, y vivimos desparramados por un sinfín de
nonadas. Recogimiento hace referencia a recoger lo que está vertido, o
desparramado. Quizá en otro tiempo las personas tenían un contacto
inmediato consigo mismos, pero hoy andamos desparramados, descoyuntados,
quizá alienados y una primera tarea es auto-reconocernos y recogernos.
Recuperar el contacto con nosotros mismos. Ante todo el recogimiento
significa recuperar el ser, centrarse. Nadie da lo que no tiene y nadie ve
si no tiene un lugar desde donde mirar; muy fácilmente no somos dueños de
nosotros mismos ni estamos donde estamos. El recogimiento significa ser
dueños de nosotros y estar presentes a nosotros mismos (Guardini). Esto
tiene que ver con ordenar ritmos de vida, relaciones, comunicaciones,
conversaciones, hábitos del corazón, la atención, el trabajo... etc. El
recogimiento nos abre a una presencia y a la capacidad de donación.

3.1.3. Dejar de alimentarnos de lo que nos mata

La espiritualidad tradicional ha encontrado la raíz del desorden
y del pecado en la filautía[20], en la amistad hacia uno mismo. En el amor
de sí que se opone al amor de Dios. Cuando uno se siente tocado por la
gracia comprende que algo en su vida ha de cambiar: es la conversión, se
produce un desplazamiento del fundamento de la vida. Se ha producido un
encuentro, se ha encendido una luz, que ordena la vida, que hace que unas
cosas carezcan de valor y sentido y que otras los cobren. Uno ha encontrado
un tesoro en un campo y va a vender lo que tiene para comprar el campo. La
ascesis tradicional proponía la "mortificación" y la "penitencia" como
formas de ruptura con las inercias del pecado y el desorden que conducían a
la Vida. Pero ambas formas de ascesis han de ser bien entendidas.

La mortificación es como la terapia cristiana, sólo es necesaria
cuando se está enfermo. Tiene algo de desagradable como tienen tantas curas
y terapias. Mortificación tiene que ver con matar, y lo que se pretende
matar es lo que nos mata, las raíces malas del pecado y del desorden. En
Col 3 Pablo presenta, como fruto de haber resucitado con Cristo, una lista
de aspectos a mortificar, a 'necrosar', a matar. No se trata de nada que
cercene nuestra humanidad, sino más bien de lo que puede ayudar a
fortalecerla y recuperarla. Se trata de matar lo que nos deshumaniza, nos
quita la vida, lo que acaba separándonos del amor e incapacitándonos para
él: los vicios como la avaricia, la lujuria, la ira, la maldad, etc. Sin
una buena terapia de este tipo la fe cristiana estaría por debajo de las
sabidurías paganas[21].

La penitencia, es otro instrumento útil en la conversión. La
penitencia interna –la compunción, el arrepentimiento, el dolor de los
pecados, de haber ofendido a Dios, de haber sido infiel en una relación– es
la importante. La penitencia externa está en función de ella y busca
reeducar los hábitos y los apetitos, de manera que desaparezca el deseo de
aquello que nos llevó al pecado[22], aunque también puede ser una ayuda
para cuidar las disposiciones del discernimiento[23]. En la ascesis
tradicional la comida, el ayuno, y el dolor corporal tenían un lugar
importante. En nuestras sociedades opulentas, donde hay una excesiva
atención al propio cuerpo, es frecuente que la dieta conviva con el
capricho en la alimentación, y que el esfuerzo físico, incluso dolor, del
gimnasio, conviva con la comodonería en el hogar. Parece que la sobriedad,
la frugalidad y la aceptación de las incomodidades de la vida ya son un
buen ejercicio de salir de uno y una buena ayuda para crear hábitos
ordenados. Ya es bastante ascesis mantener un cierto orden que no necesita
de las acciones extraordinarias contra el desorden que se han hecho
habituales.

3.1.4. La pureza de corazón


En nuestra cultura es muy probable que nos encontremos viviendo
con el yo saturado y la interioridad colonizada. Vamos seducidos,
"aceptamos libremente", vamos gobernados desde dentro por otro, por un otro
difuso. No tenemos nunca tiempo para nada. Es como si nunca llegásemos a lo
que de verdad queremos hacer. A veces planeamos el problema del tiempo como
"cuestión de organizarse", pues "se pueden hacer muchas más cosas de las
que creemos..." –decimos. Pero los problemas con el reparto del tiempo no
suelen ser de organización externa sino de estructuración interna del
deseo, pues la distribución del tiempo responde a la estructuración del
deseo. Y la ascesis ha de dirigirnos a las raíces irracionales del alma,
hasta la fuente, pura o turbia, de la imaginación y de los deseos para
saber lo que de verdad deseamos. ¿Cómo llegar a nuestros deseos verdaderos
para orientar nuestra vida si hay tantas voces que hablan en nuestro
interior?


Es como si viviésemos en una tiranía, sometidos a otra voluntad,
pero sin identificar al tirano y con sensación de libertad. En tiempos de
saturación no captamos el problema porque estamos gobernados desde dentro y
nuestra interioridad se nos hace inaccesible. Los dos modos tradicionales
de encontrar identidad no son posibles en la cultura que nos hace vivir
saturados y colonizados: ¿Cómo elaborar mi proyecto en una cultura llena de
'lo que hay que hacer', 'lo que hay que tener'... si se nos ofrecen todas
las posibilidades de satisfacer nuestros proyectos y se nos vende qué
debemos desear? ¿Cómo acceder al deseo que alberga el fondo de mi ser si
cuando buceo en mí mismo sólo encuentro eslóganes sembrados por otros? El
deseo es inducido.

Para llegar a nuestro deseo profundo en el que Dios se nos
manifiesta, para recuperar la relación con nosotros mismos, hemos de hacer
limpieza en el interior para poder sentir y acoger una llamada, para
reconocer los movimientos del Espíritu y dejarnos conducir por ellos. Esto
es a lo que en la espiritualidad tradicional se ha llamado 'pureza de
corazón' y respondía a la bienaventuranza: "dichosos los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios". Se concebía el corazón como "un pozo
fangoso"[24], en el que estaba mezclada el agua pura con el lodo, del que
había que ir sacando agua turbia incesantemente. Al principio salía puro
barro, pero poco a poco, a fuerza de sacar, el pozo se purificaba y el agua
se aclaraba. La pureza de corazón sigue siendo necesaria para ver a Dios,
escucharle y acoger su llamada, o dicho en términos existenciales, para
aceptarnos en nuestra realidad, recuperar nuestra verdadera identidad y
hacer lo que hemos de hacer; y para ello no podemos pasar por alto los
nuevos modos como el corazón acaba llenándose de escoria que nos lo impide.


2. Situar el yo, descentrarse. (Atravesar el desierto)

En el desierto el pueblo es probado. Dice el Deuteronomio que
Dios llevó al pueblo al desierto "para humillarle", es decir, para que sepa
quién es, de cuánto es capaz, para que haga verdad en su vida.

Se pregunta en alguna conferencia el P. General de los jesuitas,
¿por qué la misión nos desgasta tanto? ¿Cómo estamos viviendo que nos
agotamos y nos quemamos tanto en nuestro esfuerzo por hacer el bien? Se
puede intuir que no estamos bien situados, que no nos damos cuenta de que
sólo Dios es Dios y que nosotros no somos Dios. 'Es agotador ser Dios'. Es
agotador sostener el mundo, cargárselo todo a las espaldas, para tratar de
solucionar todos los problemas. En el fondo es que el hombre moderno ha
dejado de creer y de concebirse como colaborador de Dios. Es como si
quisiéramos quitarle a Dios sus prerrogativas y hacerlo mejor que él. En el
camino nos quemamos y agotamos. Algo de la ascesis necesaria en esta época
es situarnos en nuestro sitio, en nuestro lugar de hombres. Si nos
mantenemos endiosados, nuestra relación con Dios es casi imposible, porque
estamos nosotros en su lugar y en lugar de colaborar con él en la misión
que él nos da, tratamos pretenciosamente de "sustituirle".

3.2.1. Adorar, reconocer a Dios como Dios

La adoración es la relación natural del hombre con Dios. Adorar
es vivir ante Dios, reconociéndole como tal. La abnegación es el reverso
de moneda de la adoración[25]. Si abnegación es la negación radical y el
rechazo de toda forma de endiosamiento: "yo no soy Dios", dicho en positivo
la adoración es la afirmación y el reconocimiento de que "sólo Dios es
Dios", "Él es". Independientemente de la negatividad y mala prensa que
pueda tener la abnegación, no es sino la apertura y la posibilidad de tener
una relación del hombre y Dios en la que cada uno es lo que es. El
endiosamiento y la falta de adoración es una de las fuentes de agotamiento
en la misión, que hace que la misión deje de serlo para convertirse en
trajín al servicio de las necesidades del yo.


3.2.2. Ocupar el lugar de hombre – mujer

La abnegación nos abre a ocupar nuestro lugar de hombres y
mujeres, a ser lo que somos. Situarse con los pies en el suelo, en la
tierra (humus), sin pretender estar por encima o ver desde arriba es
aceptar el lugar de seres humanos, ante Dios, en el mundo y entre seres
humanos, ni más ni menos. Eso es lo que llamamos humildad, que de una forma
u otra siempre ha sido base de una vida espiritual sana. La humildad pide
este situarse, no tanto con ejercicios de abajamiento y humillación, sino
conocerse y ser quien es uno. La humildad es el arte de encontrarse
exactamente en el propio lugar. Juan el Bautista y María son los iconos
evangélicos de la humildad, los que están en su sitio y pueden acoger y
reconocer la venida del Señor. La ascesis busca encontrar esta profunda y
adecuada conformidad del hombre con su propia verdad. Al mismo tiempo,
estar uno en su sitio y encontrar el propio lugar con humildad, es un fruto
de haber experimentado la salvación. ¿No es una fuente de agotamiento en la
misión la falta de humildad? O, dicho de otro modo, ¿el mantenimiento de la
propia imagen y la consecuente satisfacción de las expectativas de los
otros en lo que hacemos, no aparecen en la misión como añadidos que
sobrecargan y agotan?

3. Dar a las cosas su lugar de criaturas

Otra palabra tradicional de la ascesis es la renuncia. Jesús nos
invita a renunciar a todo, a dejarlo todo. "El que no renuncia a todo lo
que posee, no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 33). No se dirige sólo a los
más cercanos. Es para todos, afecta a todos los bienes y no es ni consejo
ni precepto, declara una imposibilidad. Lo que se nos está diciendo es que
sólo Dios es Dios, y ninguna cosa es Dios. No podemos amar a ninguna
criatura con el amor que sólo está reservado a Dios. Es esta la vacuna de
toda idolatría. Hay un amor soberano que sólo se debe a Dios[26]. Eso es lo
que significa la renuncia. Realizar la misión sin renunciar a todo
significa cargar con polizones interiores. Querer defender algunas cosas no
bien ordenadas, querer hacer compatible con la misión lo que no lo es,
también acaba siendo agotador y rompiéndonos.

3.2.4. Hacerse hermano/a

Fraternidad. Otro ejercicio que hoy tampoco es inmediato es
reconocer al otro como un igual y abrirnos a relaciones recíprocas. Si nos
dejamos llevar de los hábitos de nuestra vida cotidiana, alimentados por
las nuevas formas de relación en el trabajo, tendemos a tratarnos unos a
otros como objetos, como recursos, como materiales útiles para la
satisfacción de nuestros deseos. Pero el otro es una persona como yo que no
puede ser instrumentalizada. Se trata de ir abriendo el campo de visión e
interés, y de relacionarnos con los demás como personas, como iguales,
hasta reconocer hermanos y hermanas. Las relaciones personales no bien
ordenadas, cuando tienen excesivo cálculo o excesiva implicación de
necesidades del yo, también acaban siendo otra fuente de agotamiento en la
misión. Ya sabemos que "el amor no cansa, ni se cansa, ni descansa"


3.2.5. La conversión de la sensibilidad

Otra ascesis que necesitamos es la educación de nuestros
sentidos. En el desierto, cuando disminuyen los estímulos y las lucecitas
parpadeantes, se va educando nuestra sensibilidad. Nosotros nos
relacionamos con la realidad a través de nuestros sentidos. Son
importantísimos para la vida espiritual y solemos darles poca importancia.
La publicidad que nos bombardea y estimula nuestros deseos, conoce la
importancia de la sensibilidad, nos educa los sentidos y nos enseña a
desear. Podemos hacer mucha oración, reflexionar mucho, leer magníficos
libros... pero si no evangelizamos nuestra sensibilidad avanzamos poco. Si
tenemos el olfato educado por Paco Rabanne o por Calvin Klein, cuando
entremos en los lugares pobres y marginados, que no huelen bien, saldremos
corriendo. Si nuestro oído nos lo educan los halagos, el deseo de oír lo
majos que somos... cuando vayamos a personas que necesitan eso
precisamente, que alguien les diga que valen, nos aburriremos porque no
escuchamos lo que nos interesa, y tampoco ayudaremos, etc. Nuestra
sensibilidad puede estar educada por el Corte Inglés, las marcas
comerciales y sus modelos de apariencia, o por el Evangelio. Buscaremos
distintos estímulos en cada caso y sentiremos diferentes placeres. No basta
con la conversión de la mente y las ideas. Hay que ir descendiendo a la
conversión de los hábitos, de los modos de pensar, de valorar, de desear,
hasta la conversión de la sensibilidad. Para ello es necesario mirar
amorosamente mucho al Jesús del Evangelio, y desear identificarse con él,
para que su sensibilidad eduque la nuestra y elaboremos respuestas
'cristianas'. ¿No fue así como adquirimos los modos de relacionarnos con la
realidad, las valoraciones, los gestos y hasta los tics de nuestros padres?
La realidad nos entra por los sentidos y éstos están habituados a
seleccionar automáticamente la realidad que nos interesa. Hay muchas
realidades que "que no vemos", que "no oímos", que "no nos gustan", que "no
nos huelen bien" o que "no nos tocan" y a las que no prestamos atención
porque nuestros sentidos no están abiertos a ellas y otras que sí "vemos",
"oímos", "nos gustan, "nos huelen bien" y "nos tocan". Lo que acabamos
amando y nos acaba organizando la vida es lo que deseamos con las tripas y
lo que aceptan nuestros sentidos. Ahí está la importancia de la educación
de la sensibilidad y del deseo. Lo evangélico tiene que 'gustarme' de
verdad, pues al final es la sensibilidad la que elige. Acabamos eligiendo
por connaturalizad. La travesía del desierto nos va educando la
sensibilidad. No podemos vivir toda la vida contra nosotros mismos,
haciendo contra nuestra sensibilidad[27]. Esto también acaba siendo
agotador.

3.3. Entregarse, sobrecentrarse. (Habitar la tierra prometida)

El proceso de la ascesis también se podría comparar al diálogo
de Jesús con la Samaritana (Jn 4), un proceso de hacer verdad en la vida,
de avanzar en la humildad. Como a ella, Jesús nos conduce delicadamente a
nuestra verdad. Y al hacer verdad en nuestras vidas, enfrentando lo que con
frecuencia nos cuesta mirar, nos abrimos a la gracia que hace nacer en
nosotros la fuente de agua viva que apaga la sed. También para vivir el
nuevo ser recibido en Cristo es necesaria alguna ascesis.


3.3.1. Recuperar un diálogo interior

La ascesis como medio de discernimiento va encaminada a que
podamos ser liberados y dirigidos por la voluntad de Dios. De distinto modo
se ha dicho que estamos afectados y alterados por todo lo que nos rodea,
que produce resonancias en nosotros[28]. Ignacio de Loyola, recogiendo a su
modo la tradición, habla de tres pensamientos en el ser humano: "uno propio
mío, que sale de mi propio querer y voluntad, y otros dos que vienen de
fuera: el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo"[29]. Este
esquematismo permite subrayar la confrontación histórica del Reino – avance
histórico del Reino frente a resistencia histórica al Reino – que se
produce en el interior del propio sujeto. Mi libertad y querer ha de acoger
unas resonancias y rechazar otras[30].

No es evidente que en las actuales condiciones podamos acceder a
esa diversidad interior elemental de la que nos habla san Ignacio. El fruto
de la ascesis en cuanto salir de Egipto es recuperar el diálogo con nuestra
interioridad y poder estar ante Dios. Al 'romper con las inercias que nos
llevan' y al 'situarnos' trabajamos para poder recibir el don, nos
disponemos para que Dios disponga, recuperamos nuestra humanidad y volvemos
a ser sujetos espirituales. Pero queda la difícil tarea de caminar en el
bien, habitar la tierra prometida, cuidar el don cuando se nos da. Hay que
agradecer al desarrollo de la técnica unas nuevas posibilidades de hacer el
bien, de multiplicarlo o de que llegue más lejos y a más gente: la
informática, las comunicaciones, el transporte, etc., pueden ayudar Pero
sigue siendo necesario un trabajo interior para que no se pervierta el don.
Grandes hombres que han sido maestros en la liberación del mal, por
sucumbir a ilusiones de bienes aparentes, se han equivocado en la segunda
parte del recorrido, en el caminar en el bien. Esa es la tarea, siempre
necesaria, del discernimiento.


3.3.2. El realismo espiritual. Lo de Dios se encarna

Si la primera tentación apunta a no recibir el don por no estar
en nuestro lugar de seres humanos, que es donde se nos da, la segunda, si
hemos resistido a la primera, una vez recibido el don, es pervertirlo. Los
dones que recibimos de Dios son para el bien nuestro y/o de los otros. La
Palabra personal que ha sido dicha en nuestra vida, no es nuestra, es para
ser acogida y cumplida y, como todos los dones espirituales, piden
encarnación. Para ello no tenemos más modelo y guía que la encarnación de
Dios en Jesucristo. Jesús también hubo de encarnar en su mundo lo que
experimentó como voluntad del Padre. La experiencia de lo inefable ha de
convertirse en palabras y en obras. En el camino nos asaltan varias
tentaciones que pueden dar lugar a malos aterrizajes del don: la tentación
que podemos llamar gnóstica consiste en creer que porque ya sabemos la
teoría y tenemos buenas formulaciones ya vivimos lo que decimos. Ésta puede
llevar a mantenerse en un absolutismo doctrinario, fanático o idealista sin
aterrizar nunca en la práctica; por eso hay que sospechar de algunas
"consolaciones espirituales" que nunca se hacen de carne y vida cotidiana,
y siempre nos mantienen en el terreno de lo ideal y de los proyectos. Otra
tentación es la del fariseísmo, que lleva a vivir de conductas de fachada,
a esculpir la imagen de uno mismo según los ambientes en que participa,
pero que impide el arraigo de las virtudes en el fondo de la persona. Una
tercera tentación, que podríamos llamar cínica, consiste en desplomarse
sobre la realidad plana o ante el realismo de la mayoría; capitular,
hacerse planamente mundanos. Las tres tienen en común que no han tenido la
valentía de enfrentar el don recibido con la realidad: en la primera se
queda en el conocimiento y en las propias ensoñaciones; en la segunda, en
las apariencias y, en la tercera, renuncia a ser realizado. Ha faltado el
coraje de pasar por la prueba de la realidad. La salida en positivo que se
busca es fortalecer un carácter en que el pensar, sentir y querer vivan
conectados con el núcleo espiritual de la persona, en que la relación con
Dios se haga efectiva y se encarne en una vida cotidiana de entrega y
servicio.


El don de Dios ha de hacerse presente en el espacio y en el
tiempo. Pero, como vemos, la realidad siempre plantea resistencias. Ante
ellas, es fácil que brote bajo apariencia de bien, el deseo de cambiar de
lugar o quejarnos del momento que nos toca vivir añorando un pasado o
soñando un futuro ideales. Cuando ya tenemos unos años, no hacen falta
demasiados, y un mínimo hábito de examen, descubrimos que hemos ido hacia
varios futuros en nuestra vida sin llegar jamás a ninguno y comenzamos a
encontrar nuestra patria en el presente y el lugar de la salvación en el
aquí y el ahora, en la realidad que nos toca vivir y el momento histórico
que nos ha sido dado. El ejercicio ascético es aceptar el lugar y el tiempo
en que nos toca vivir, arriesgar a equivocarse y dejarse conducir por el
Espíritu para aterrizar el don de lo alto en la realidad imperfecta y
pedestre de aquí y ahora.


Otra pauta para la encarnación del don sin que se pervierta su
sentido es doble: por una parte, conformarnos "con los mandamientos,
preceptos de la Iglesia y obediencia de nuestros mayores" y, por otra,
atender más al "sujeto de los otros" que a "los propios deseos". Este
corolario de la fe en la encarnación es el criterio que proponía Ignacio de
Loyola en una carta a una religiosa al hablar del sentido de la experiencia
inefable de Dios[31]. No se trata de someter a un criterio externo, la
Iglesia, lo que es inmediato de Dios. La Iglesia no es criterio externo de
discernimiento sino interno. Hay una razón teológica para vincular Iglesia
y experiencia: "porque el mismo espíritu divino es en todo", porque el
Espíritu que guía la experiencia personal es el mismo que guía la Iglesia.
Y en lo que hay que tener especial cuidado es en que el don recibido no se
pervierta en el camino y llegue a hacer el bien a los otros que está
llamado a hacer. Esta doble fidelidad, a la Iglesia y a los otros, en
especial a los pobres, no tiene por qué ser fácil; puede llegar a ser
dolorosa y crucificante. Monseñor Romero es un precioso ejemplo. Por no
renunciar a la lealtad a la Iglesia ni a los pobres, tuvo que padecer la
cruz de la fidelidad al don recibido y luego el martirio[32].


3.3.3. Apoyados en la fidelidad de Dios

Cuando avanzamos en la vida espiritual o habitamos la tierra
prometida no desaparecen la tentación o el mal. Desde los comienzos, y
también en el camino del bien, estamos sometidos a zozobras, que se
producen de vez en cuando y suelen venir acompañadas de un deseo feroz de
abandonarlo todo. Mayores zozobras cuanto mayores y más numerosas sean las
atracciones a que estamos sometidos y cuantas menos raíces tengamos en la
vida que hemos elegido y en Aquél que nos ha llamado a ella. También hay, a
veces, una aparente calmachicha que nos induce una falsa confianza en
nosotros mismos, debilitándonos para cuando llega la zozobra. La
permanencia, suele ser una forma de ascesis. Mantenerse en la Presencia y
en la oración cuando es de noche y hace frío. Mantener la atención en los
largos períodos de calma en los que parece que no pasa nada. Confiar en la
experiencia de otros cuando uno está ciego. Tener paciencia y esperar, no
hacer mudanza cuando nos visita la desolación, también es ascesis. Vivir el
hoy, en el hoy, presente continuo, siempre en presente, sin hacer cálculos
sobre el mañana ni resolver cuentas con el ayer. Cuidar el amor.
Abandonarse. Entregarse cuando hay luces y en medio de las sombras. No
dejarse comer por los fantasmas y los miedos, no absolutizar lo que pasa
por dentro en un momento dado. Escuchar, fiarse y seguir caminando. Y no
tanto porque nosotros nos hemos comprometido a aguantar y perseverar, sino
porque confiamos en su fidelidad. Él es fiel.

3.3.4. Todo es gracia

Las personas que se encuentran con Dios y que viven
verdaderamente entregadas a los demás no suelen insistir en lo que hacen
sino en lo que reciben. Cuando habitamos la tierra prometida, un
sentimiento dominante es el de agradecimiento porque estamos donde estamos
por pura gracia. Hemos de relativizar lo que "conseguimos" con la ascesis.
No se puede alcanzar el cielo, él ha bajado en Jesucristo. A Dios no nos lo
ganamos a pulso y su Reino tampoco, se nos ha dado gratis. Como escribe un
abad cisterciense, "lejos de ser el momento para proezas de la generosidad,
la ascesis cristiana debe ser el lugar de nuestra derrota donde sólo la
gracia de Dios triunfa. Su fin es poner en evidencia nuestra radical
debilidad para que pueda desplegarse el poder de la gracia"[33].

Cuando llegamos a la tierra prometida no todo es fácil y ni han
acabado las dificultades; simplemente tenemos otras diferentes a las del
comienzo y del desierto. Ahora hemos aprendido a confiar. Hemos descubierto
caminos, hemos visto como hemos sido llevados por ellos y sabemos que
muchas dificultades pueden venir de nuestra falta de confianza en Dios. Al
llegar a tierra prometida, tomar posesión de ella y habitarla, el
Deuteronomio (26, 1-17) invitaba a la memoria de lo vivido - a no olvidar
al que nos sacó de Egipto y nos dirigió por el desierto -, a vivir
agradecidos y a compartir los frutos de la tierra con el sacerdote, el
emigrante, el huérfano y la viuda. También en la tierra prometida sigue
siendo necesaria una ascesis de la memoria, del agradecimiento y de la
gratuidad. Memoria de tanto bien recibido. Agradecimiento por los dones de
Dios, que nunca nos faltan, y por el Dios que se nos da en sus dones,
habitándolos, trabajando en ellos y creándolos continuamente. Y desde el
agradecimiento y el reconocimiento de recibir todo de arriba, dar gratis lo
recibido gratis, con una solidaridad y un amor que no deja excluidos.




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* Jesuita, Maestro de Novicios. [email protected]
[1] Este escrito es una versión corregida y ampliada de mi artículo
"Desintoxicarse, situarse en la paz y caminar en el bien: notas para una
nueva ascética", publicado en Sal Terrae 93 (2005) 789-803.
[2] No obstante, se pueden notar cambios. Es sintomático del cambio que el
grupo jesuitas destinados a la espiritualidad ignaciana al final de los 90
(cuya edad media no llegaba a los 40 años) cuando se hizo cargo de la
revista Manresa en 2001, dedicó su primer número a la abnegación, bajo el
título: "Las cuerdas del arpa. Redescubrir la abnegación". Cf. Manresa 73
(2001).
[3] L'art Sacré nº 1 (1969). Reproducido en Notes et pratiques ignatiennes
nº 4 (1985) 23-24. Citado en Pascual CEBOLLADA, "Venir al medio. La
adicción décima y la ascesis en los Ejercicios", en: Manresa 69 (1997/2)
131-145, aquí p. 135.
[4] Cf. Alain de BOTTON, Ansiedad por el estatus, Taurus, Madrid 2004.
[5] Cf. Kenneth J. GERGEN, El yo saturado, dilemas de la identidad en la
vida contemporánea, Paidós, Barcelona 1992.
[6] Karl RAHNER, "Espiritualidad antigua y actual", en: Escritos de
Teología VII, Taurus, Madrid 1967, p. 35
[7] Cf. Friedich NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid, 1973,
prólogo, n. 5, pp. 38-40.
[8] Cf. Karl RAHNER, "Espiritualidad antigua y actual", op. cit., pp. 30-
31.
[9] Paul EVDOKIMOV, Las edades de la vida espiritual, Sígueme, Salamanca
2003, p. 188.
[10] Paul EVDOKIMOV, op. cit., p. 66, cf. también p. 188.
[11] Cf. el prefacio que escribe a Paul EVDOKIMOV,op. cit. pp. 12-13.
[12] Cf. M. OLPHE GALLIARD, "Ascèse, ascétisme: II.- Dévelopement
historique", en: Dictionnaire de spiritualité, ascétique et mystique, Tomo
I., Beauchesne et fils, Paris 1937, pp. 938- 960.
[13] Muchos de estos conceptos están muy bien articulados y dentro de una
comprensión positiva de la ascesis y fruto de la gracia, en Santiago
ARZUBIALDE, Theologia spiritualis, el camino espiritual del seguimiento a
Jesús; Tomo I, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1989, pp. 148-174.
[14] Paul EVDOKIMOV, op.cit., p. 132
[15] Enzo BIANCHI, Palabras de la vida interior, Sígueme, Salamanca 2006,
p.23.
[16] Cf. Joseph DE GUIBERT, "Ascèse, ascétisme: I.- La notion d'ascèse,
d'ascétisme", en: Dictionnaire de spiritualité, ascétique et mystique, Tomo
I., Beauchesne et fils, Paris 1937, cc. 936-938. Cf. también Karl RAHNER,
"Pasión y ascesis", en: Escritos de Teología III, Taurus, Madrid 1968, pp.
73-102; Santiago ARZUBIALDE, Theologia spiritualis..., op.cit.
especialmente el capítulo 8º dedicado al sentido cristiano de la ascesis,
pp. 148-174.
[17] Karl RAHNER, "Pasión y ascesis", op. cit., p. 99.
[18] André LOUF, Mi vida en tus manos, itinerario de la gracia, Narcea,
Madrid 2004, p. 82.
[19] Sobre la necesidad de un descanso que sea verdaderamente reparador y
sirva de embalse de sentido me remito a lo que escribí en "Pisar la tierra,
caminar con otros y mirar al cielo. Una meditación cristiana para vivir
descansadamente", en Sal Terrae 92 (2004) 459-472.
[20] Irenée HAUSHERR, Philautie: de la tendresse pour soi à la Charité
selon Maxime le Confesseur, Pont. Institutum Orientalium Studiorum, Roma
1952. Para que la 'autoestima' no se ponga nerviosa, hay que decir que ya
Aristóteles distinguía una filautía buena y una filautía mala. Lo mismo
pasa con la 'autoestima', hay una que es necesaria para la vida espiritual
y otra que la bloquea e imposibilita. No es el momento de extenderme en
esto. Pero me parece que merece cierta reflexión.
[21] Cf. Irenée HAUSHERR, "Abnegación, renuncia y mortificación", en VV.
AA. Cuestiones vitales en su perspectiva bíblica, Colección renovación,
serie adjunta, México D.F., 1973, pp. 18-19.
[22] Sobre el sentido de la penitencia puede verse Santiago ARZUBIALDE,
Ejercicios Espirituales: historia y análisis, Mensajero – Sal Terrae,
Bilbao – Santander 1991, pp. 201-214.
[23] Un buen trabajo sobre la penitencia en los Ejercicios Espirituales
puede verse en: Pascual CEBOLLADA, "Venir al medio. La adicción décima y la
ascesis en los Ejercicios", en: Manresa 69 (1997/2) 131-145.
[24] Sobre la pureza de corazón cf. Louis de LALLEMANT, Doctrina
espiritual, Grupo de Editoriales Católicas, Buenos Aires 1945. Tomo I, pp.
147-202, aquí 148. Hay unas preciosas páginas sobre la pureza del corazón y
la adoración en el bello librito de Eloi LECLERC, Sabiduría de un pobre,
Marova, Madrid 2003, pp. 113.128-131. Cf. también Thomas, MERTON, Nuevas
semillas de contemplación, Sal Terrae, Santander 2003, pp. 101-105.
[25] Cf. Irenée HAUSHERR, "Abnegación, renuncia, mortificación", op.cit.,
pp. 10-11.
[26] Ib. p.12.
[27] Sobre la importancia de la sensibilidad, la seducción y liberación de
la misma, se puede ver el bonito libro de Benjamín GONZALEZ BUELTA, Ver o
perecer, mística de ojos abiertos, Sal Terrae, Santander 2006.
[28] Dante hablaba de tres compañeros del juego divino, Dios, el hombre y
Satán; los padres del desierto precisaban la acción de tres voluntades: la
de Dios, la del hombre y la demoníaca, con fines distintos. Siempre se
trata de encontrar la voluntad de Dios y unir a ella la propia (cf.
EVDOKIMOV, o. c., pp. 69-70).
[29] Ejercicios Espirituales n. [32].
[30] Cf. Andrés TORNOS, "Dimensiones espirituales de la desolación
espiritual", en: Manresa 75(2003) 377-388, aquí, pp. 382-383.
[31] Cf. Ignacio de LOYOLA, "Carta a Teresa Rejadell de 18 de junio de
1536" en Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 19976, p. 733, n [8].
[32] Cf. Douglas MARCOUILLER, El sentir con la Iglesia de Monseñor Romero,
Sal Terrae, Santander 2004.
[33] André LOUF, op.cit., p. 82.
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