¿Nuevo enfoque para un viejo tema? El concepto de estructuras de clases geográficamente situadas

June 14, 2017 | Autor: Osvaldo Blanco | Categoria: Economic Geography, Geografía Humana, Geografia Crítica, Clases sociales y estratificación
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“¿Nuevo enfoque para un viejo tema? El concepto de estructuras de clases geográficamente situadas”  Por Osvaldo Blanco Contenido a) Resumen ....................................................................................................................................................... 1 b)

Los usos del análisis de clases ............................................................................................................................ 2

c)

Las estructuras de clases geográficamente situadas .................................................................................................. 4

d)

Producción capitalista del espacio y desarrollo geográfico desigual................................................................................ 7

e)

Reterritorialización/desterritorialización .............................................................................................................. 9

f)

Conclusiones: Algunas líneas de investigación ...................................................................................................... 12

g)

Bibliografía.................................................................................................................................................. 15

a) Resumen ¿Es posible demostrar que el “giro espacial” proveniente de la geografía humana puede dar nuevos aires al viejo debate sociológico entre estratificación y clases sociales? ¿Qué nuevas preguntas o líneas de investigación es posible abrir para revitalizar lo que hasta hoy es un tema clásico de las ciencias sociales? El presente artículo propone formular un objeto que puede resumirse como el análisis de las estructuras de clases geográficamente situadas, fenómeno de relación entre los conceptos de estructuras de clases, desigualdad territorial y distribución de las oportunidades de vida. Dicho fenómeno encuentra su base no solamente en las condiciones geofísicas del territorio, sino en el modo de producción y en la concreción de éste en formaciones sociales geográficamente situadas. Lejos de hablar de una estructura de clases siempre igual en todos los lugares (países, regiones, continentes, etc.) o siempre igual en todas las “sociedades capitalistas”, lo que existen son “estructuras de clases geográficamente situadas” que muestran configuraciones distributivas variables que derivan en oportunidades y condiciones de vida territorialmente desiguales para individuos, familias y grupos. La dimensión espacial de las estructuras de clases puede ser pensada como condición para su variabilidad en base a la heterogeneidad geográfica de las actividades de producción, distribución, intercambio y consumo de recursos en el marco de una formación social concreta. Por lo mismo, el espacio es también parte sustancial y activa del contexto de una estructura social, política y económicamente situada en determinado territorio. El artículo termina con un conjunto de propuestas de investigación a modo de abrir una agenda de estudios empíricos y teóricos relativos al giro espacial de la teoría de estructura de clases y estratificación social.

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Este es un artículo no publicado, por favor no citar. Texto redactado a partir del marco teórico de mi tesis doctoral “Estructura de clases, espacio y desigualdad” a presentar en el Programa de Doctorado en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado en el mes de Marzo de 2016 (esperado). Email: [email protected]

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Palabras claves: estructuras de clases geográficamente situadas – desigualdad – producción capitalista del espacio – desarrollo geográfico desigual – reterritorialización/desterritorialización capitalista.

b) Los usos del análisis de clases Los análisis de clases sociales y estratificación reúnen una extensa serie de debates, posturas, autores y aplicaciones diferentes. El concepto de clase social describe sistemas de desigualdad derivados de las relaciones de propiedad, trabajo y dominación social. Ha sido uno de los conceptos centrales para el estudio de las diferenciaciones y divisiones estructurales, así como de los factores potenciales de conflicto social en el capitalismo, aunque existe un amplio número de perspectivas respecto de su significado, así como del paso desde niveles “estructurales” hacia los “agenciales” y viceversa. Por su parte, el enfoque de la estratificación social también cobija a una plástica gama de perspectivas que aluden a un sinfín de atributos (ingresos, escolaridad, estatus, etc.) que caracterizan a una determinada población, siendo usado por analistas provenientes de enfoques teóricos tan diferentes como el funcionalismo, hasta versiones neo-weberianas, marxistas, entre otras. Para poder precisar de mejor forma los términos de este debate, parece significativo distinguir entre: a) un análisis de clases preocupado por abordar preguntas relativas a macrofenómenos de transformación y cambio social a gran escala (por ejemplo, las revoluciones, las transformaciones en los modos de producción, etc.) (Wright, 1994; 1997); b) un análisis de clase preocupado por explicar fenómenos de nivel micro entendidos como efectos en las actitudes, comportamientos o posibilidades de vida de agentes específicos (Wright, 1992; 1997; Goldthorpe, 2010). En principio, no hay ninguna razón para reunir estos dos programas en uno solo y asumir la conjugación de las fuerzas sociales que entran en juego en tales contextos (Grusky, Weeden & Sørensen, 2000: 1). No obstante, esto no agota el análisis de clases sociales, pues se puede agregar c) un análisis de clase alejado de cualquier interés por vincularse a cuestiones subjetivas, asumiendo la realidad objetiva de las estructuras de clase en tanto posiciones dentro de la estructura social (Portes, 2003). Estudiar las clases sociales no necesariamente obliga a reconocer el aspecto de la conciencia clasista; la “estructura de clases” se refiere a formas de relaciones sociales en las que están inmersos los individuos, posiciones sociales objetivas ocupadas por los individuos o familias y que los insertan en lugares dentro del proceso de producción y dominación social. El estudioso que opta por un análisis de clase tiene, a lo menos, las tareas de: i) identificar los grupos (clases) cuyos miembros tienen intereses similares en determinado tema; ii) especificar cómo podrían estos intereses de clase expresarse en determinadas acciones concretas; iii) ofrecer una explicación del fenómeno en términos del poder relativo de los grupos así identificados (Grusky, Weeden & Sørensen, op.cit). Pero aquí nuevamente habría que señalar que los análisis de las estructuras de clases no tienen por qué estar relacionados con los intereses políticos o las movilizaciones sociales, pudiendo en cambio servir iv) como herramienta para el estudio de la desigualdad (muchas veces no consciente), fenómeno que puede ser independiente de la conciencia de los sujetos.

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De esta manera, un enfoque objetivista define a las clases como agregados sociales amplios no necesariamente percibidos por los actores, aprovechados para el estudio de muchos procesos sociales concretos1. Se puede hacer uso del análisis de clase en tanto herramientas heurísticas para caracterizar y explicar fenómenos de tipo distributivo. Por ejemplo, si se estudian fenómenos tales como los niveles educativos, la distribución del ingreso, las condiciones laborales o el impacto de la inmigración, sin el telón de fondo de la estructura de clases, se puede caer en una representación de la sociedad donde los efectos de los procesos sociales son semejantes en todos los estratos, conclusiones donde las diferencias obedecen a características individuales, familiares o comunitarias. A decir del propio Portes, “sin esta herramienta conceptual [que es la estructura de clases] sería imposible explicar adecuadamente quién gana y quién pierde con dichos procesos, y qué fuerza impulsa su marcha” (ibíd.: 18). Es posible incluso sostener que los análisis objetivistas pueden mostrar a los enfoques subjetivistas las desigualdades estructurales o, como señala Bourdieu, el momento objetivista puede permitir que los individuos y grupos se vean a sí mismos dentro de la estructura social, haciendo que la política (la clase movilizada) utilice esta elaboración científica para esclarecer las fronteras de divisiones del mundo social (Bourdieu, 2001). Sin pretender reducir la complejidad de los usos y perspectivas de las investigaciones de clases sociales, se puede decir que la vinculación de la estructura con el nivel agencial suele ser un programa del análisis de clase ligado a un enfoque marxista, mientras que el asumir la no necesaria correspondencia entre uno y otro nivel es el producto de un enfoque más ecléctico que bien podría articular las perspectivas marxistas, weberianas, funcionalistas, u otras. Se podría argumentar, desde algunas corrientes provenientes del marxismo, que la vinculación entre el nivel macro-estructural y el micro-agencial es una tarea eminentemente de carácter político. Sin embargo, a esta altura señalar esto es problemático. De hecho, el giro “postmarxista” de la crítica al esencialismo clasista debilita en gran parte las condicionantes de las estructuras sobre la consciencia de clases. Una gran parte de teóricos –incluidos muchos marxistas– ya no creen que exista una vinculación directa entre la posición ocupada en la estructura de clases, la conciencia y la acción de clase, por lo que la identidad es vista como una actividad sociopolítica atravesada por operaciones discursivas y contingentes (Laclau & Mouffe, 2004). Ello da cuenta de una problemática mayor dentro de los enfoques marxistas sobre cómo pasar desde las abstracciones de las estructuras de clases a los análisis de la conciencia y formación de clases concretas.

Uso la terminología “objetivista” aprovechando el aporte de Bourdieu al separar la “clase probable” (objetivista) de la “clase movilizada” (subjetivista) (Bourdieu, 2001). Si bien es cierto que ello no lleva a la superación de la dicotomía objetivo/subjetivo, al menos logra conservar la perspectiva constructivista articulada con el uso de recursos objetivistas y estadísticos (ibíd.). En efecto, esta opción matizada aleja a Bourdieu de enfoques radicalmente subjetivistas y constructivistas (Thompson, Boltanski) que se paran críticamente frente al esencialismo de clase que supone que éstas existen de forma anticipada a la práctica, proponiendo cómo las clases se construyen en la práctica a través de la historicidad de los propios sujetos. Este constructivismo radical hace que “cuestiones planteadas dentro de marcos objetivistas (como la del uso de cuadros estadísticos a propósito del acceso desigual a los recursos económicos, culturales, políticos, etc.) tienden a verse tratadas de modo inadecuado” (Corcuff, 2013: 92). 1

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c) Las estructuras de clases geográficamente situadas Tradicionalmente, las investigaciones sobre clases y/o estratificación social suelen proponer sistemas de clasificación presentados como “promedios nacionales” (Méndez & Bilbao, 2007: 6), asumiendo la inexistencia de heterogeneidad interna y delimitando sus objetos a una sociedad definida territorialmente por los contornos de su Estado nación y/o su modelo de desarrollo. Por el contrario, el espacio representa un elemento renovador para demostrar que los sistemas de clasificación de grupos (clases) varían geográficamente, sino también la distribución de bienes, servicios y activos sociales entre los distintos grupos de las distintas estructuras de clases geográficamente posibles de configurar. Aunque el giro espacial hoy en día comienza a gozar de buena salud en las ciencias sociales, las investigaciones sobre clases sociales y estratificación social no han entrado de lleno en el debate. En el caso de Chile, existen pocos estudios donde la dimensión geográfica cumpla un papel significativo. Los que ya han avanzado en articular mediciones de modelos de clasificación de clases desde una perspectiva espacial, sin duda son estudios pioneros en este campo. Cabe mencionar a las investigaciones llevadas a cabo por los investigadores asociados al núcleo “Proyecto Desigualdades” (Bilbao, 2008; Holz, 2009; Barozet, Espinoza, Holz & Sepúlveda, 2009; Barozet & Candia, 2009; Barozet, Mac-Clure & Maturana, 2014). Sin embargo, estos estudios analizan el mismo modelo de clases –el del Goldthorpe– para luego aplicarlo en cada región territorial. Es decir, usan un sistema de clasificación de clases sociales surgido en otra realidad social y lo aplican para ejercicios de análisis de la realidad local, sin cuestionar la posibilidad que territorios particulares configuren esquemas de clases particulares. Por su parte, la investigación geográfica chilena no ha abordado la perspectiva territorial y su relación con las estructuras de clases, aunque sí algunos economistas y geógrafos económicos han investigado sobre la composición regional de los mercados laborales (Escolano & Ortiz, 2009; Lufin & Atienza, 2009). Algunas investigaciones han abordado la composición y heterogeneidad territorial de las matrices productivas en las regiones de los países latinoamericanos (CEPAL, 2009), mientras que otros estudios han hecho avances sobre mercados laborales de los centros urbanos más significativos del país (Santiago, Valparaíso) desde la perspectiva de las “ciudades duales” (De Mattos, Riffo, Warner & Salas, 2005; Riffo, 2005; Carroza & Valenzuela, 2010). Mi propuesta de análisis de lo que llamo “estructuras de clases geográficamente situadas” parte del supuesto que las estructuras de clases y sus configuraciones de desigualdad cambian porque el propio capitalismo es un fenómeno en constante transformación tanto histórica como espacialmente. Las clases sociales y las estructuras sociales pueden ser caracterizadas en base a relaciones de poder y propiedad sobre medios de producción disponibles en determinado territorio, todo lo cual comporta un tipo especial de relaciones sociales de producción y de reproducción de la estructura social, así como la distribución desigual de las oportunidades de vida. Quienes poseen y controlan la propiedad de los medios productivos, así como quienes ejercen poder político sobre el territorio y quienes venden su fuerza de trabajo, establecen relaciones particulares que forman parte de un conjunto social específico, una estructura o

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formación social geográficamente situada. Esta formación social, al estar atravesada por la desigual distribución de propiedad, poder y acceso a activos para la satisfacción de necesidades, produce y reproduce diferencias que pueden ser estudiadas a partir de establecer modelos de estructuras de clases sociales, modelos que siempre serán geográficamente específicos. En las sociedades capitalistas el proceso que estructura el espacio es el referido a la reproducción simple y ampliada de la fuerza de trabajo. La vinculación entre territorio y estructuras de clases parte de la premisa del cierre de oportunidades y la desigual distribución de bienes, servicios y oportunidades de vida. Esta desigualdad no sólo es función de las diferencias entre clases, sino que entre clases de territorios determinados, es decir, diferencias entre clases, entre territorios y entre las configuraciones de desigualdad que surgen de la interacción entre clases y territorios. La “estructura social” es el conjunto de mecanismos de trabajo (creación de valor), acumulación, apropiación y regulación de la apropiación del excedente en un territorio dado o producido para dichos efectos. La “estructura social” se articula a través de una forma de división social del trabajo basada en una división jerárquica de poder y dominación que produce y reproduce estas dinámicas a lo largo del tiempo y del espacio. El paso de la reproducción simple a la reproducción ampliada –el proceso de renovación constante de toda la producción social capitalista en volumen creciente (Marx, 2010)– no puede logarse sin un soporte social que tiene al espacio (y a la producción de éste) como factor esencial (Sánchez, 1991; Lefebvre, 2013). La apropiación del plus-producto social está íntimamente relacionada con los fenómenos urbanos (Harvey, 2007b: 205-300). La relación entre el proceso de creación del espacio y el modo de producción debe buscarse en la producción y apropiación del excedente que brota de determinadas relaciones sociales de producción (Lefebvre, 1972, 2013; Sánchez, 1991; Harvey, 2007b; Castells, 2008; Blanco, 2015). A partir de las relaciones sociales en torno a la producción, apropiación y distribución del plus-valor se va produciendo al espacio mismo: “las ciudades se forman a través de la concentración geográfica de un producto social excedente (…) [el cual] el modo de integración económica debe ser (…) capaz de producir y concentrar” (Harvey, 2007b: 226). Tal y como señala Harvey, “desde su principio, las ciudades han surgido gracias a concentraciones geográficas y sociales de excedente de producto” (Harvey, 2009: 14). La ciudad funciona como lugar de utilización del plus-producto: desde la arquitectura monumental, pasando por el consumo, hasta la creación de necesidades social e históricamente producidas (Lefebvre, 2013). “Cosas tales como comercio y mercados, dinero, ciudades, diferenciación en clases sociales, incluso la civilización misma, deben seguir a la aparición de un excedente” (Harvey, 2007b: 233). De este modo, “el urbanismo en las sociedades capitalistas puede ser analizado en función de la creación, la apropiación y la circulación de plusvalor” (ibíd.: 242). El conjunto de prácticas urbanas implican formas de articulación de los procesos de reproducción humana y del conjunto de la estructura social conformada por dimensiones ideológicas, institucionales, de intercambio y de consumo, todas en continua transformación por la lucha de clases (Castells, 2008: 277-285). El sistema urbano es “la articulación específica de las instancias de una estructura social en el interior de una unidad (espacial) de reproducción de la fuerza de trabajo” (ibíd.: 280). Vale decir, el sistema urbano es el conjunto que organiza las relaciones entre los elementos de 1) la producción (medios de producción específicos), 2) el consumo

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(reproducción de la fuerza de trabajo específica), 3) la distribución y estratificación social (desigual distribución de riquezas y mercancías), 4) la ideología (significados sobre las prácticas y los marcajes simbólicos e identitarios sobre el espacio, tales como las viviendas, calles, barrios, monumentos, espacios públicos, etc.) y 5) la gestión política (el funcionamiento de las organizaciones en el espacio local: municipios, planificación urbana, representantes del poder central, etc.) (Castells, 2008; 1981)2. Todos estos elementos se conjugan espacialmente, permitiendo la reproducción de los medios de producción, la reproducción de la fuerza de trabajo y, por último, la apropiación del producto por parte del no-trabajo. Una vez señalado todo lo anterior, puedo señalar que el concepto de “estructuras de clases geográficamente situadas” define a las posiciones relacionales de los grupos sociales a partir de los siguientes criterios3: a) La propiedad de medios de producción: Tal y como se deriva de la tradición marxista, la clase propietaria está determinada por su capacidad de compra de fuerza de trabajo, así como propiedad de las condiciones y productos de la producción. La propiedad de medios de producción se relaciona con la localización de los medios de producción en una zona geográfica determinada con los costes de transporte asociados a ello y la morfología espacial de actividades que esto genera ligada a la habitabilidad y consumo para la reproducción de la población (fuerza de trabajo) (Smith, 1980; Pòlese, 1998; Gregory & Gertler, 2000; Camagni, 2005). b) La organización de la producción: En ciertas ocasiones, parte de la clase obrera puede llegar a ejercer la función de la “organización” (control) del trabajo de terceros, es decir, cumplir una función de poder de mando al interior de los procesos productivos. Aquí se abre un significativo debate teórico ligado a darle un estatuto de clase a estos grupos a partir de los problemas de su cualidad contradictoria, indeterminada y fragmentada. El debate sobre la irrupción de las clases medias dentro de la crisis de la matriz keynesiano-fordista introdujo los conceptos de las posiciones de “autoridad” (Dahrendorf, 1968), su clasificación como trabajo “improductivo” y consiguiente determinación político-ideológica (Poulantzas, 1977; 1983), el uso de credenciales educativas como estrategias de “cierre social” (Parkin, 1984) y su carácter “contradictorio” y de “explotaciones múltiples” (Wirght, 1983; 1994).

Para Castells, lo “urbano” es la ideología producida y difundida en el capitalismo transnacional que intenta hacer creer en el avance de la ciudad, siendo que en realidad es una forma de invisibilizar y homologar las diferencias entre los procesos de urbanización de zonas centrales y periféricas (Castells, 1981; 2008). El antiguo abismo de ingresos y desarrollo entre campociudad está siendo reemplazado por un abismo igualmente profundo entre ciudades pequeñas y las gigantescas metrópolis. El precio del crecimiento urbano será el aumento de las desigualdades entre ciudades de diferentes tamaños y especializaciones económicas (Davis, 2007). 2

He elaborado una operacionalización de estos factores en base a dos variables (CIUO 88 y CISE) que no expondré en esta oportunidad. 3

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c) La calificación de la fuerza de trabajo: Factor que remite a distintos grados de calificación o capital instruccional/educativo que se expresan como título o crédito educativo reconocido y valorado socialmente. Al igual que con el caso de la “organización” del trabajo de terceros, la “calificación” puede representar mayores probabilidades de mejoras en la situación de clase de quienes venden s fuerza de trabajo. Sin embargo, calificación y organización no son términos intercambiables, sino más bien independientes uno del otro. El hecho de poseer credenciales no significa necesariamente estar en posiciones de “autoridad”, “gerencia” o control del trabajo de terceros (“bienes de organización” según la terminología de Wright), aunque sí es posible sostener que se trata de un fenómeno ligado a la separación respecto del trabajo manual en el seno de una progresiva importancia del sector servicios. d) El poder burocrático y la dominación política sobre un determinado territorio: Factor que remite al poder burocrático, el cual controla el nivel del diseño urbano o planificación urbana, así como los procesos jurídicos e institucionales que aseguren la producción, el intercambio, la acumulación/apropiación del excedente y la reproducción de la población y la fuerza de trabajo en determinadas zonas territoriales. Desde la posición marxista, las clases sociales se entienden como estructuras objetivas y sus relaciones son vistas como sistema objetivos de conexiones regulares (Poulantzas, 1974: 46). Por lo tanto, las estructuras de clases son sistemas cuyos agentes –las personas– son los “soportes”, no pudiendo ser reducibles a relaciones interpersonales (ibíd.: 47). También es cierto que las relaciones interpersonales –y los agentes mismos– son los soportes que las (re)producen, es decir, las mantienen o transforman a lo largo del tiempo y en determinadas escalas espaciales. En suma, una estructura de clase geográficamente situada expresa un espacio configurado por las relaciones de poder económico y político que se expresan en formas de producción y distribución del excedente en una zona territorial determinada. Estas posiciones y relaciones son ocupadas y reproducidas por los individuos y sus familias. Se trata aquí de una relación directa entre las estructuras de clases y las pautas desiguales de la reproducción de la especie. En esta dimensión, se involucran formas particulares de consumo, endeudamiento y procesos de sobrevivencia y cuidados a nivel familiar. De esta manera, es importante estudiar de qué forma hombres y mujeres se insertan en las estructuras de clases sociales, además de ver si esta inserción en las estructuras muestra alguna tendencia que pueda ser expresada en configuraciones diferenciales de tipo geográfico.

d) Producción capitalista del espacio y desarrollo geográfico desigual La especificidad del sistema global capitalista implica tanto una manipulación del territorio con el objeto de la creación y acumulación de valor, así como también la conformación de una formación social, histórica y geográfica con características particulares. El espacio geográfico es tanto el lugar donde se obtienen los recursos, como el lugar de producción,

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distribución, intercambio y consumo de los productos del trabajo humano (Sánchez, 1991). La satisfacción de las necesidades vitales más básicas –alimentación, abrigo y protección– llevó a la humanidad –tanto en sus ejemplares individuales como en sus agentes colectivos– a una lucha por la supervivencia expresada en la disputa y composición constante del espacio. Con las actividades humanas (económicas, políticas y culturales), lo que se produce es el espacio mismo. Entendido como fruto de las prácticas sociales, el espacio no es “natural”, sino un producto social en sí mismo. La propiedad privada de la tierra es uno de los principales botines que ambicionan individuos, grupos y Estados, siendo el factor productivo desde donde se obtienen recursos naturales, determinando diferencias sustanciales entre los individuos, las clases sociales y los Estados. El espacio no sólo es factor determinante, sino también escenario de la lucha de clases, la institucionalización de los mercados y la implantación de sistemas jurídicopolíticos para la regulación de los procesos económicos y sociales, donde cada grupo social está condicionado por la ubicación territorial a la cual pertenece. En suma, la humanidad fue disponiendo de una práctica ligada a la disposición de un espacio geográfico del cual obtener los recursos físicos (espacio de recursos), así como también de un espacio geográfico que terminó siendo soporte, medio y factor de su vida y de sus relaciones sociales. En este proceso, la humanidad no sólo fue ampliando su conocimiento y dominio sobre el medio geográfico, sino que con ello también fue conformando las estructuras sociales mismas. Ello implica tanto una manipulación del territorio con el objeto de la creación y acumulación de valor, así como también la conformación de una formación social histórica y geográfica con características particulares. La noción de desarrollo geográfico desigual da cuenta de procesos de desarrollo económico y social desiguales en el tiempo y espacio y que pueden considerarse como endémicos al capitalismo (Massey, 1984; 2012; Smith, 1986; 2000b: 133; Harvey, 2006). Más allá de la mera carencia de igualdad geográfica en el crecimiento del sistema, el término de desarrollo geográfico desigual abarca un aspecto integral del desarrollo capitalista, al combinar procesos opuestos pero conectados de desarrollo y subdesarrollo (Smith, 2000: 134). La desigualdad geográfica está estrechamente vinculada a la acumulación de capital a diferentes escalas geográficas. La forma más básica de observar la situación del desarrollo geográfico desigual ha sido a escala de escala mundial, donde el desarrollo capitalista se ha concentrado en lo que se ha denominado como “Primer Mundo”, formado por Europa y América del Norte, mientras que el Tercer Mundo sigue siendo subdesarrollado (ibíd.; Lacoste, 1978). A su vez, todo intercambio de bienes y servicios –incluido el intercambio de fuerza de trabajo– supone cambios permanentes de ubicación: red de movimientos espaciales que generan una geografía particular caracterizada por divisiones geográficas del trabajo. Esta dimensión territorial del neoliberalismo tiene diferentes aristas, siendo dos de las más importantes: 1) la especialización de ciertos territorios (y de su fuerza de trabajo local) en determinadas actividades productivas y 2) los recursos naturales. El desplazamiento geográfico aparece como “la reubicación de determinados sectores de la producción en otras zonas de la economía-mundo que se encuentran en áreas con más bajos salarios en promedio” (Wallerstein, 2005: 65). Las diferencias entre las áreas monetarias del sistema internacional permiten que para la industria proveniente de una economía poderosa, juegue a su favor el tipo de cambio de la economía con una zona monetaria con mayor valor. Esta forma de enfrentar la lucha de clases en los territorios

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nacionales por la vía de la fuga hacia territorios externos “depende de que siempre existan nuevas áreas en el sistema- mundo en las cuales reubicarse, y esto depende de la existencia de un importante sector rural que aún no se haya enganchado al mercado del trabajo asalariado” (Wallerstein, op.cit: 65). La economía-mundo capitalista configura una unidad con características propias, estructura social que ocupa y produce sus propios espacios centrales y marginales, poseyendo límites que ayudan a explicarla y que varían con cierta lentitud. La forma espacial del capitalismo permite dividirla en zonas conformadas por núcleos, zonas intermedias y vastas zonas marginales (Wallerstein, 2005a; 2012). Esto implica que el análisis geográfico esencial del capitalismo busca encontrar tanto sus polos o centros (ciudades, centros urbanos, polos de desarrollo), como sus líneas de fuga y desestructuración.

e) Reterritorialización/desterritorialización Desde los años 70 el capitalismo genera la explosión misma del espacio, tomándose prácticamente la totalidad del planeta. Su movimiento es pendular: se vuelca hacia fuera para la creación de nuevos espacios de acumulación, así como también se vuelve hacia adentro para la destrucción y (re)creación de lo que ya existe (lo que Harvey denomina como “destrucción creativa del espacio”). El capitalismo ha invadido el conjunto de las superficies económicamente explotables, volviendo crítica la lógica expansionista que lo caracterizaba en sus fases coloniales e imperialistas. Su campo de acción lo obliga a recomponerse territorialmente también sobre sí mismo, sobre sus mismos espacios territoriales, recomponiendo también los modos de control y sujeción de las sociedades humanas. De este modo, la mundialización capitalista no es exclusivamente un crecimiento territorial hacia afuera, sino más bien una compleja lógica de fijación y dislocación (Soja, 2008: 223 y ss). El capitalismo se vuelca sobre sus propios territorios, derrumbándolos y reconstruyendo amplias zonas ya pobladas para recomponerlas, implosión y explosión en la escala de las ciudades, dando cuenta de la transformación del espacio urbano tanto desde afuera hacia adentro, como desde adentro hacia afuera. De esta forma, desterritorialización y reterritorialización son movimientos inherentes a la reproducción ampliada del sistema, tendencias que caracterizan el constante proceso de producción del espacio dentro del modo de producción capitalista. “Cada vez que se produce un descentramiento, tiene lugar un recentramiento, como si una economía-mundo no pudiese vivir sin un centro de gravedad, sin un polo. Pero los descentramientos y recentramientos son escasos y, por ello, tanto más importantes” (Braudel, 2002: 34-35). Estos movimientos se relacionan con la inherente tendencia de crisis que caracteriza al capitalismo: “centramiento, descentramiento y recentramiento parecen estar ligados, normalmente, a crisis prolongadas de la economía general” (ibíd.: 35). La territorialización es la dinámica que permite entender la creación de nuevas formas y combinaciones de identidad territorial y espacialidad social que, si bien no reemplazan a las anteriores, están produciendo geografías humanas que son diferentes y más complejas que aquellas que conocimos en el pasado (Soja, 2008: 224). La reterritorialización produce lo que Harvey denomina como “regionalidad”, fenómeno fruto de la fijación de procesos económicos,

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políticos y sociales en el territorio. La regionalidad es el proceso en el cual se configuran de forma relativamente estable unas redes de intercambios geográficamente situadas durante un determinado período de tiempo (Harvey, 2006; 2007a). Se trata de un proceso molecular de reterritorialización caracterizado por “economías regionales que consiguen durante un tiempo cierto grado de coherencia estructural en la producción, distribución, intercambio y consumo” (Harvey, 2007a: 88; cursivas mías O.B.). “Las inversiones en el ambiente construido efectivamente definen espacios regionales para la circulación del capital. Dentro de esos espacios, la producción, la distribución, el intercambio, el consumo, el abastecimiento, la demanda (particularmente para la fuerza de trabajo), la lucha de clases, la cultura y los estilos de vida están juntos dentro de un sistema abierto que, sin embargo, exhibe algún tipo de coherencia estructurada” (Harvey, 2006: 42). Estos procesos geográficamente situados ponen en una órbita geográficamente delimitada una diversidad de dinámicas, formando así una cierta coherencia organizada. Esta órbita de elementos materiales y simbólicos, productivos y reproductivos delimita los límites y formas espaciales del capitalismo. La regionalidad como coherencia relativamente centrada sobre sí misma está intrínsecamente relacionada con la función de la burocracia de Estado. El estatuto clasista de la burocracia de Estado está dado por cumplir la función de ser el factor de cohesión e imbricación ideológica de la diversidad de modos de producción presentes en una misma formación social (Poulantzas, 1972). “Lo que ocurre exactamente en cuanto a la dinámica interna y a las relaciones externas [de esta coherencia regional] depende de la estructura de clase que se establece y de las alianzas de clase en torno a las cuestiones de gobierno” (Harvey, op.cit: 89). La burocracia de Estado perfeccionará el proceso creativo del espacio mediante obras públicas o concesionadas destinadas a ofrecer un escenario para la acumulación de excedente. La acumulación de capital depende de la existencia de un entorno construido de infraestructuras materiales: ferrocarriles, carreteras, aeropuertos, instalaciones portuarias, redes de cable, sistemas de fibra óptica, redes eléctricas, sistemas de conducción de aguas y alcantarillado, oleoductos, etc., así como fábricas, hospitales, oficinas y escuelas (Méndez, 1997: 38; Arrighi, 2007: 228; Harvey, 2007a). Estas infraestructuras materiales representan capital fijo inserto en la tierra, elementos que se diferencian de otros tipos de capital fijo (automóviles, camiones, aviones, maquinarias, barcos, etc.) que se pueden desplazar de un lugar a otro. Para que el capital en su diversidad de formas físicamente móviles se pueda desplazar sobre el espacio en su búsqueda de máximo beneficio, es necesario contar con estas infraestructuras materiales fijas en el suelo (Arrighi, op.cit.: 228-229). Junto con la producción de regionalidad reterritorializante y con sus dinámicas moleculares –principalmente llevados a cabo por la clase política que coerciona soberanamente un territorio–, el capitalismo es capaz también de abrirse y desterritorializarse. No se trata de una fuerza expansionista uniforme: lejos de un territorio homogéneamente estratificado, el capitalismo tiende a producir la desigualdad geográfica, explotando y acrecentando las asimetrías surgidas por las relaciones espaciales de intercambio (Harvey, 2006; 2007a; 2007b; 2010). La riqueza de ciertos territorios aumenta a expensas de la situación de otros y ello se debe a la distribución desigual de recursos naturales, así como a la elevación de la concentración de riqueza y poder de determinados lugares generada por las relaciones asimétricas de intercambio.

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La desterritorialización hace referencia a la creciente debilidad que caracteriza a los vínculos con el lugar, con las comunidades y culturas definidas territorialmente que abarcan desde los hogares, los barrios, el pueblo a la ciudad (Soja, op.cit: 223). Ello alcanza hasta las metrópolis, las regiones y las comunidades contemporáneas basadas en las identidades nacionales dadas por la pertenencia al Estado nación. Simultáneamente, la desterritorialización hace alusión también a la expansión geográfica capitalista en tanto despliegue de estrategias de acumulación relacionadas con desarrollos geográficos desiguales en constante reordenamiento y reestructuración (Harvey, 2007a; 2010). Dicho proceso de expansión y reorganización geográfica permite al sistema encontrar lugares donde hacer inversiones en infraestructuras materiales y sociales de mediana y larga duración: transportes y comunicaciones, enseñanza e investigación, creación de nuevos mercados con nuevas capacidades de consumo y de producción, entre las principales. Todo intercambio de bienes y servicios –incluido el intercambio de fuerza de trabajo– supone cambios permanentes de ubicación4. Vale decir, la red de movimientos espaciales que generan una geografía particular caracterizada por divisiones territoriales y espaciales del trabajo (por ejemplo, la especialización y los recursos naturales), siempre necesitan, en un momento dado de la acumulación, salir a buscar territorios para asegurar excedentes de capital y de fuerza de trabajo. Tarde o temprano, encerrados en las geografías particulares de las regionalidades estos excedentes de capital y de fuerza de trabajo no podrán ser reabsorbidos productivamente, necesitando emigrar para continuar la lógica del flujo. Las dinámicas y movimientos espaciales de la acumulación de capital tienen consecuencias para la teoría de las clases sociales. Mientras que las lógicas de desterritorialización de la acumulación del capital poseen a la gran burguesía y el capital financiero como principales actores, los procesos de reterritorialización son llevados a cabo por una clase –la clase burocrática estatal– la cual tiene un papel fundamental en la fijación territorial de la acumulación del capital (Harvey, 2007a; 2010). En ese sentido, mientras que el capital financiero y la burguesía transnacional (o transregional) desterritorializan la plusvalía y las posibilidades de su acumulación, la burocracia busca el movimiento contrario, con sus intereses puestos en la dominación del territorio físico y de su población. Respecto de este último grupo, si se analizan los esquemas de clases de E. O. Wright y Goldthorpe, curiosamente no se observan lugares que discriminen y aíslen a las clases burocráticas ligadas al Estado. No existe un tratamiento de la burocracia estatal en tanto clase social por Harvey denomina como “solución espacio-temporal” a la dinámica del sistema capitalista que contempla tanto una pausa temporal (de ralentización de la dinámica de acumulación) como la expansión geográfica que busca agilizar el dinamismo de capital ocioso. La acumulación de capital siempre ha sido un fenómeno geográfico, pues trae consigo la expansión geográfica, la reorganización espacial y el desarrollo geográfico desigual. La solución espacial de las contradicciones internas del capitalismo suelen expresarse como fenómenos de “sobreacumulación” de capital dentro de un área geográfica determinada. Junto con la inserción desigual de territorios y formaciones sociales en el mercado capitalista, la sobreacumulación crea geografías de acumulación de capital (Harvey, 2007b: 395). La sobreacumulación que se da en una determinada “regionalidad” involucra la existencia de un exceso de fuerza de trabajo (desempleo creciente) y de excedentes de capital, esto es, un exceso de mercancías en el mercado de las que es imposible deshacerse sin pérdidas, volviéndose capacidad productiva ociosa y/o excedentes de capital monetario sin salida en inversiones productivas y rentables (Harvey, 2007a: 79-110). Para saltar el obstáculo de la sobreacumulación, el sistema capitalista realiza operaciones expansivas de territorio, transformando las relaciones sociales y de poder, así como también desarrollando mercados cada vez más artificiales tanto en los ámbitos de los bienes materiales, los afectos humanos y los instrumentos financieros de los mercados de capitales. La solución expansiva le permite al sistema superar las contradicciones internas propias de la regionalidad de la acumulación de capital y la crisis que éstas generan. 4

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parte de los dos esquemas más importantes que se han generado en investigación sociológica. Esto ya fue visto cuando veíamos a estos autores y concluimos que, pese a sus debilidades analíticas, el enfoque de Poulantzas al menos tiene el mérito de advertir la función política de esta particular clase social. La clasificación neomarxista de Wright y la neoweberiana de Goldthorpe se remiten a clasificaciones relacionadas al ámbito productivo de las explotaciones múltiples y las posiciones contradictorias (Wright, 1994), así como al mercado del trabajo reestructurado por la vía de los tipos de contrato y remuneraciones (Goldthorpe, 2010). Sus aportaciones teóricas y analíticas tienen que ver con enriquecer el problema de las clases medias en el contexto de las nuevas formas de explotación capitalista (Wright), así como el darle lugar a la aparición de la clase de servicios como expresión del crecimiento de la desindustrialización y reestructuración de las sociedades capitalistas avanzadas (Goldthorpe). Esto es especialmente cierto en el actual estadio del capitalismo post-industrial y en las configuraciones urbanas de las ciudades globales (Sassen, 2003; Massey, 2008).

f) Conclusiones: Algunas líneas de investigación Defino a las estructuras de clases como configuraciones geográficamente situadas de grupos sociales definidos por 1) la propiedad de medios de producción, 2) la organización (control) de la producción, 3) la calificación de la fuerza de trabajo y 4) el poder burocrático sobre un determinado territorio. La vinculación entre territorio y estructuras de clases parte de la premisa de que la desigual distribución de oportunidades de vida no sólo es función de las diferencias entre clases, sino que entre clases de territorios determinados, es decir, diferencias entre clases, entre territorios y entre las configuraciones de desigualdad que surgen de la interacción entre clases y territorios. En ese sentido, vinculo explícitamente el concepto de estructuras de clases con el de “desarrollo geográfico desigual” (Massey, 1984, 2004, 2012; Smith, 2000; Harvey, 2006, 2007a; 2014: 149-166), para sostener la existencia de “estructuras de clases geográficamente situadas” que muestran configuraciones distributivas variables, oportunidades y condiciones de vida territorialmente desiguales. La “estructura social” (mecanismos de trabajo, creación de valor, acumulación, apropiación y regulación de la apropiación del excedente en un territorio dado o producido para dichos efectos) se expresa en una forma de división social del trabajo basada en una división jerárquica de poder y dominación que produce y reproduce estas dinámicas a lo largo del tiempo y del espacio. El capitalismo en tanto fenómeno geográfico es una órbita de seres humanos, capital, mercancías, lenguaje y relaciones sociales y de poder, es decir, una “regionalidad” (Harvey, 2006, 2007a). Esta última es la capacidad de fijar una serie heterogénea de elementos dentro de determinada zona territorial, tendencia que organiza procesos moleculares de coherencia regional. En este proceso se configuran de forma relativamente estable unas redes de intercambios geográficamente situadas durante un determinado período de tiempo (Harvey, 2006a; 2007a). En esos espacios, la producción, la distribución, el intercambio, el consumo, el abastecimiento, la demanda (particularmente para la fuerza de trabajo), la lucha de clases, la cultura y los estilos de vida están juntos dentro de un sistema que exhibe algún tipo de coherencia

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estructurada (ibíd.). Las estructuras de clases geográficamente situadas son las configuraciones de la desigualdad de riqueza y poder dentro de las regionalidades. Los vaivenes en los ritmos y espacialidades de la acumulación capitalista producen efectos en las estructuras de clases. Si la regionalidad reterritorializante nos permite hablar de estructuras de clases geográficamente situadas, la desterritorialización remite a fenómenos de descentramiento de las características de estas estructuras clasistas. Dichas estructuras de clases no son iguales en todos los sectores, sino que la cantidad de clases, formas de distribución y características generales, variarían según las dinámicas productivas y las formas de regulación institucional propias de las formaciones sociales concretas, incluso dentro de un mismo país. Las consecuencias de este fenómeno no tienen relación solamente con desmentir la tesis de la condición de igualdad de los mercados ideales y de funcionamiento perfecto encerrados virtuosamente en sí mismos, sino también señalar el hecho que estos procesos de desigualdad geográfica implican consecuencias inmediatas en las estructuras clasistas. Aparecen algunas preguntas que pueden orientar una primera indagación: 

¿Cómo están distribuidas geográficamente las oportunidades vitales que proporcionan las posiciones de clases?



¿Cómo estas oportunidades se encuentran distribuidas por distintos grupos o clases sociales? 13



¿Cuáles son las características principales de las estructuras de clases cuando se las analiza según la diferenciación geográfica, específicamente en cuanto a la cantidad de grupos, los patrones de inserción por parte de hombres, mujeres y etnias, así como al acceso y distribución de bienes, servicios y oportunidades vitales?



¿Existe una relación entre la predominancia de sectores productivos (extractivistas mineros, agroindustriales, pesqueros, industria, servicios y comercio, etc.) en un determinado territorio y las características principales de las estructuras de clases geográficamente situadas?



¿Existen clases sociales con características propiamente locales mientras que otras poseen cualidades inter-regionales o nacionales? Si ello es así, ¿qué grupos (clases) se diferencian y en qué sentido lo hacen?



Y, por último, ¿cuáles son las características de los “mapas” de las estructuras de clases en términos de su fijación y descentramiento geográfico?

Como objetivo principal de investigación propongo desarrollar una indagación teórica y empírica sobre la relación entre las estructuras de clases, la desigualdad territorial y la distribución de las

oportunidades de vida, específicamente para el caso de Chile. Sobre esta base, los objetivos específicos de investigación serían los siguientes: a) Elaboración de tipologías de clases representativas de las dinámicas económicoproductivas regionales en base a los factores teóricos de la propiedad de medios de producción, la organización de la producción, la calificación de la fuerza de trabajo y el poder burocrático sobre un determinado territorio. b) Analizar para cada estructura de clases geográficamente situada, así como para la interseccionalidad entre clases, los sexos y la pertenencia a etnias, la distribución de variables tales como ingresos, pobreza, educación, tipo de contrato, extensión de la jornada, consumo de bienes, endeudamiento, sistema previsional, el acceso a vivienda, acceso al sistema de salud, participación en organizaciones sociales y/o políticas, provincia y comunas. c) Realizar comparaciones inter-regionales entre las estructuras de clases, así como también entre clases sociales específicas presentes en diferentes regiones geográficas, estableciendo cuán diferentes son y en qué características se basan tales diferencias. d) Indagar la existencia de relaciones entre sectores productivos (extractivistas mineros, agroindustriales, pesqueros, industria, servicios y comercio, etc.) y la configuración de las estructuras de clases geográficamente situadas, mostrando de qué forma es posible plantear la existencia de estructuras de clases según el (los) modelos económicos predominantes en determinados territorios. e) Proponer una tipología de clases a nivel nacional y analizarla comparativamente con los tipos de estructuras de clases geográficamente situadas, estableciendo un análisis que permita identificar cuáles clases sociales poseen características de escala regional o nacional, así como determinando en qué términos es posible caracterizar estas diferencias y similitudes. f)

Detectar dinámicas temporales de las estructuras de clases construidas desde el año 2000 en adelante.

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