Obra teatral: Cafetín, de Rodolfo Kusch

July 1, 2017 | Autor: G. Moscovici Vern... | Categoria: Tango, Filosofía, Rodolfo Kusch
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Esbozo sobre Cafetín de Rodolfo Kusch conjurado por Filosofía desde el Arte

Declarada de interes Cultural por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires Res: 7311 Año 2014/15

FILOSOFÍA DESDE EL ARTE Es un espacio colectivo de participación y de creación. Fue fundado por la profesora Cristina López con el propósito de promover talentos teóricos, artísticos y técnicos, los que alrededor de un eje temático fundamentalmente filosófico, se complementen para producir diferentes objetos culturales (textos, composiciones musicales, coreografías, escenografías, piezas dramáticas, etc.) De tal modo, sus obras luego puedan ser mostradas en un espectáculo integrador como el Teatro y/o la Lírica con fines académicos y didácticos.

"Que curiosa fragmentacion sufre el hombre en el siglo XX. Se viven las cosas por etapas. Por un lado el rito como espectáculo, y por el otro, la salvación. Y en ningun momento toda la plenitud." Rodolfo Kusch, 1966

Hay imágenes, olores y sonidos que pueblan el misterio de nuestra historia. Como los pasos que apuran el desgaste del bicentenario empedrado porteño, la neblina invisible que salpica humedad y el murmullo de una finísima llovizna que anuncia el fin de los tiempos. ¿Y dónde estamos nosotros? Detrás del cristal a medio empañar, con el café a medio tomar y el diario a medio leer: somos el pálido rostro que apunta a los charcos pisoteados, los mira y bebe despacio al amparo de un cafetín y sus míticas glorias pasadas. Conjurando esta escena porteña emerge, como el pícaro violín de un tango tristísimo, la obra de teatro “Cafetín”. Fue escrita en 1966 por el filósofo argentino Rodolfo Kusch en homenaje a Discépolo. Pero luego de escribirla Kusch se distanció para siempre del teatro argentino. La obra no fue estrenada, no llegó a las tablas, ni a los pibes, ni al pueblo... hasta ahora. Como el café a medio tomar o el diario a medio leer, como nuestros ideales tercermundistas de progreso, o de consagrarnos en algo y “ser alguien” en la vida, Cafetín quedó a mitad de camino, condenada a poblar el misterio de nuestra tristeza. Hoy, un equipo de actores, músicos, investigadores y docentes elegimos conjurar su suerte, pues su maldición es grande. Sin anunciar lo esperable para una reseña de una obra de teatro que cuadra en su género -no es el caso- , hablar de sus personajes arquetípicos o el contenido costumbrista de su trama de gallegos, tanos, estercitas y compadritos, podemos adelantar que la obra explora – podríamos decir que baila sobre- la pregunta por la raíz del ciudadano porteño y que en su baile se desnudan las miserias culturales, políticas e ideológicas de una sociedad que no termina de encontrar su fundamento, su suelo.

Decir esto es invitarnos a pensar, a revisar nuestra histórica relación con el suelo. Entonces, al lector americano -usted señora hija de inmigrantes, usted de apellido europeo o criollo- le propongo un sondeo imaginativo mientras espera que llegue el momento en que la obra empiece. Un viaje a lo que “está ahí”, en silencio, jugando en las penumbras del guión. Primero apuntemos a la oscuridad de nuestros pies e imaginemos lo profundo. Debajo de usted, en las víceras del suelo y sus estratos embarrados encontraríamos decenas de metros de basura que sepultan empalizadas de fortines, huesos de caballo o vaca, ruedas de carretas y ranchos. ¿Hasta donde llega nuestra historia porteña? Brevemente digamos que los primeros pobladores europeos del s.XVI fundaron en repetidas ocasiones la ciudad de Buenos Aires (en 1534 por Diego García de Moguer, 1536 Pedro de Mendoza y 1580 Juan de Garay). En ellos latía la necesidad imperiosa de generar un paso, una posta, un puente, “una puerta a la tierra”, a su tierra, una desesperada salida -comercial- al Atlántico desde el Potosí. ¿Y en nosotros no late la necesidad de fugarnos de donde estamos? ¿Dónde estamos? Trecientos y pico o cuatrocientos años después nacemos nosotros, y ya en la superficie de la ciudad, escuchamos o tarareamos un tango en una coyuntura, hacinada de dictaduras, guerras y luchas sociales. Pero no cualquier tango. Si la metáfora desplegada por un tanguito for export nos lleva a imaginarnos engominados en la fachada de Caminito o un bicentenario empedrado, acariciados por la luz de un farol brillante en la noche de una ciudad sin estrellas, el cambalache que puebla esta obra nos enfrenta a la oscuridad, a la desgarradora verdad que ese farol eléctrico no puede iluminar.

Y es que el despliegue teatral de Cafetín nos invita a escapar de la esquina pulcra. ¿Para qué? Para enfrentar el miedo que aflora como un abismo sin fondo cuando nos piden una moneda o se nos escapa el sentido de la vida. Para enfrentar el miedo que elegimos esconder en el ritual cotidiano de los pasos apurados al trabajo y a ninguna parte, en las máscaras de la felicidad, en la comodidad enlatada, en nuestros hábitos (mal) importados de europa o en nuestras academias e instituciones escolares, científicas o democráticas que renovadamente se jactan de saber comprender, responder, medir, encausar, articular, abotonar, apaciguar o encarnar la voluntad del pueblo. Ayer como europeos lejos de su tierra y hoy como engendros de dos mundos, seguimos buscando nuestra tierra que no es Europa, ni esta ciudad que tanto costó edificar en la pampa, la patagonia o el resto de America. Como en el siglo XVI, seguimos náufragos, a mitad de camino a algún lugar que creemos ver en el progreso, pero sospechamos está escondido en lo profundo de nosotros. El telón se está por abrir. Digamos, antes, que el Cafetín de Kusch es un espejo, posiblemente de esos que se encuentran en las ferias de los circos ambulantes. Ahí estamos nosotros reflejados, para asumir nuestras deformidades y comenzar la tarea de des(en)terrar con risas y lágrimas los dioses y demonios de nuestra verdad americana. Gabriel Angel Moscovici Vernieri Docente de FDA

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