Palabras en memoria a Víctor L.docx

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EN TORNO A VÍCTOR L. URQUIDI
Joseph Hodara
Emprender un diálogo con Víctor L. Urquidi, más allá de la cotidiana realidad y rozando lo buberiano, fue el afiebrado impulso que me condujo a esbozar su trayectoria. Sabemos que no escribió una autobiografía. Tal vez no le alcanzó el tiempo, o más bien prefirió consagrarlo a ponderar el siglo perdido que habría descalabrado el desarrollo y el equilibrio de América Latina. Sin descalificar estas razones, opino que el origen de esta ausencia fluyó de su temple singular. De ordinario, las expresiones autobiográficas, con su ordinaria alquimia de verdad y engaños, presentan rasgos marcadamente narcisistas; el narrador suele imaginarse indispensable y cardinal, como protagonista o testigo, en el armazón de su texto. Esta fantasía no gravitó en los pasos de Urquidi. Ciertamente, en la intimidad con amigos y colegas acostumbraba aludir a experiencias personales y profesionales, a temas que le exigían atención, a proyectos que cortejaban su fantasía. Y en paralelo jamás silenció discrepancias con celebradas figuras políticas y académicas que se habrían desviado de lo que consideraba correcto y necesario. Pero sólo en singulares ocasiones y con interlocutores cercanos, articulaba preocupaciones personales y familiares, y siempre con apretada brevedad. Sin embargo, le fue extraño el ejercicio cronológico y exhaustivo de su quehacer profesional y de su íntima dialéctica, si bien como reflejo y testimonio de su quehacer guardó pulcramente un desbordante caudal de documentos oficiales, de intercambios epistolares y las huellas de múltiples hoteles que le hospedaron, amén de apuntes de carácter personal donde cabe encontra amorosos versos a Citlali, su nieta.
En esta matriz cabe insertar su trayectoria intelectual, una incansable aventura que me condujo a enhebrar la biografía de Víctor L. Urquidi que, sin eximirse de inevitables sesgos, tuvo por propósito sugerir los múltiples temas académicos y políticos, mexicanos e internacionales, que le obsesionaron. Retrato que se sustenta en textos, archivos y reminiscencias personales que pretenden, en conjunto, dibujar su vital y fecunda travesía
Esta expedición biográfica mereció el estímulo y el apoyo de múltiples personas. Las recuerdo con sensible gratitud en el prólogo y en la coda del libro ya publicado por El Colegio de México. Señalar aquí a dos de ellas es, sin embargo, inexcusable. Al doctor Javier Garciadiego, primero, quien sin reservas se arriesgó a concederme el estímulo personal e institucional para iniciar y completar esta aventura en un lapso razonable. Y después, a Antonio Bolívar quien, con infalible puntería, mejoró -sin lastimar- los hilos del texto. Para ambos mi reconocimiento.
Conocí a Urquidi en la convulsiva segunda mitad de 1968. Había llegado a México invitado por la entonces Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM para colaborar en su transformación como Facultad. Muchos temas y trajines inflamaron entonces mi curiosidad. Uno de ellos fue la misteriosa y tapada liturgia de la sucesión presidencial que hoy presenta superior transparencia. Publiqué entonces un breve ensayo sobre este asunto. Debido a las inquietudes públicas y universitarias que acontecieron aquel año, la tesorería de la UNAM conocía dicultades para pagar puntualmente los salarios a los catedráticos visitantes. Ocurrió así que Friedrich Katz- celebrado historiador y fina persona - y quien esto relata coincidimos en la ineludible antesala en espera de buenas noticias. En nuestra jugosa plática esbocé la sustancia de mi escrito en tanto que Katz me confesaba su deseo de abandonar Alemania oriental junto con la familia con rumbo a México o Estados Unidos. Supongo que él transmitió ulteriormente a Urquidi las atrevidas tesis de mi texto. Dos semanas más tarde me invitó a su oficina. Al entrar, mis ojos no pudieron eludir las huellas de la metralla que El Colegio había padecido como resultado de la protesta estudiantil. El diálogo fue cordial y directo. Y poco después Urquidi me dejó en manos de don Daniel Cosío Villegas y de Ramón Xirau. Desde entonces y durante más de tres décadas nuestros vínculos se fueron enriqueciendo con ramificadas pláticas académicas y personales, amén de múltiples encuentros en México,Venezuela, Argentina, Europa y Medio Oriente. En mi calidad de funcionario de la CEPAL, primero, e investigador asociado de El Colegio, después, coincidimos en múltiples temas y preocupaciones, sin descartar aprietos personales que nos abrumaban. Pero en todo momento el usted marcó una respetuosa distancia.
Desde nuestros primeros diálogos y después de calibrar la índole de sus nexos con el entorno, imaginé el temple de Urquidi como muy afín a la semblanza de l´étranger articulada por Albert Camus. Fisonomía peculiar, cercana y a la vez distante del mexicano y del criollo que Samuel Ramos describió en su tiempo con alguna tosquedad. Sus padres, Juan Francisco Urquidi Márquez y su madre Beatrice Mary (Nantzin para sus nietos) Bingham de Urquidi encarnaron dos culturas dispares - mexicana y británica – que informaron su singular fisonomía. El padre fue la figura cariñosa, cercana, íntima; falleció prematuramente ( 14 de diciembre de 1938) después de representar a México en la España convulsionada por la guerra civil . A su lado, Mary revelaba el ímpetu y la energía como mujer que "sabía hacerse escuchar", como no pocos comprobaron. La conocí en sus últimos años cuando Urquidi me pidió acompañarle para visitarla a una residencia localizada en la calle Kansas, cerca del Polyforum Siqueiros. Su belleza y la firme voz me impresionaron.Se interesó en mi quehacer, hablamos sobre la guerra civil española, y me dijo que había aprendido el idisch en diálogos con su abuelo paterno. Así, dos culturas dispares presidieron la infancia de Urquidi y le sostendrán más tarde en múltiples menesteres. Y en particular, en el sostenido enriquecimiento de una institución académica conforme al ethos y a los niveles dominantes en Estados Unidos y Europa.
El inglés fue su primer idioma; a los tres o cuatro años aprenderá el castellano. Y en ambos lenguajes revelará un celoso y puntual talento que será temible y temido entre colegas y estudiantes al someterle escritos o al intentar su publicación en tribunas académicas. Y sin concesiones perseveró en la lectura de todas las revistas fundadas por El Colegio.
Conviene recordar algunos tramos de su vida. Nació en Neuilly, suburbio parisino,el 3 de mayo de 1919. Sus padres le llamaron Victor para evocar el triunfo de ingleses, franceses y norteamericanos en la Primera Guerra. Su padre desempeñaba a la sazón las funciones de tercer secretario de la Legación Mexicana en Francia jefaturada por su íntimo amigo Alberto Pani. En el andar de los años, Pani y Isidro Fabela serán los padrinos de sus hermanas María y Magda. Enlaces distinguidos que, en mi opinión, revelan afinidad con las pautas endogámicas que han normado, particularmente en el último siglo, la estructura y conducta de las élites políticas, económicas y culturales de México.
Entre británico y latino, el temple de Urquidi se fue consolidando en el curso de las peregrinaciones diplomáticas de sus padres: Francia, Inglaterra, Colombia, El Salvador, Uruguay, España. Lapsos y tramos en los cuales tendrá relaciones fugaces con niños y adolescentes de su edad. Al final de los treinta y en Londres iniciará sus estudios de economía; allí conocerá a Josué Sáenz, distinguida figura que gravitará en su vida personal y profesional de múltiples maneras. Ignoraba entonces que otro personaje – Albert O. Hirschman - con quien ulteriormente cultivará fecundas relaciones se encontraba también en esos años en el London School of Economics realizando estudios avanzados.
Cual Ulises retornando a Ítaca, Urquidi llegó a México en 1940. Amplía entonces el estudio de los problemas nacionales y se integra al Banco de México. De inmediato reveló profundo interés por todo lo que ocurre en el país, y, en particular, por su desenvolvimiento económico y social. Corresponde apuntar que no encontré en los archivos ni fue tema de nuestros diálogos un hecho singular que sacudió al país en 1940: el asesinato de Trotzky. Me atrevo a sugerir que esta ausencia se explica por la identidad de las personas encargadas de investigar el crimen: el general Leandro Sánchez Salazar, jefe de los servicios secretos de la policía mexicana y su eficiente ayudante René, hermanastro mayor de Urquidi por el lado de su madre y llamado en este contexto el "agente 63 ". Como los nexos entre Víctor y René no fueron ni continuos ni apretados, esta omisión – a mi juicio – se explica. Es una expresión de la humana y caprichosa fragilidad que suele manifestarse en íntimos entornos.
Seguirán en los cincuenta y sesenta actividades febriles en el Banco de México, en la Universidad Nacional, en el Colegio de México, en Bretton Woods, en repetidas misiones internacionales, en el Banco Mundial, en la CEPAL y en las Naciones Unidas. El lector encontrará hitos y señales de su ágil trajín en diferentes capítulos de la biografía y en los aportes de amigos y colegas que le conocieron.
Aquí pondré acento en su estilo de presidir El Colegio de México durante casi veinte años (1966-1985). Difícil y áspera responsabilidad que en las entrevistas merecieron apreciaciones que oscilaron entre la irrestricta admiración (lider carismático y admirable ) y la filosa crítica ( manejó la institución como si fuera su estancia). En cualquier caso, muy pocos pueden ignorar este hecho: Víctor L. Urquidi atinó a gestar en el curso de su periodo presidencial una institución de altos y exigentes estudios en un contexto organizacional – como el académico – donde ambiciones y celos, obsecuencias y complicidad, innovación e inercias, hierven simultáneamente. En todo momento la defendió de gratuitas agresiones, con prescindencia de su índole u origen.Y a través de sus alertas y frecuentes visitas a los más prestigiosos núcleos de investigación, logró mexicanizar temas y preocupaciones que maduraban en las vanguardias intelectuales y académicas del mundo.
Aciertos e innovaciones que, para mejor ponderarlos-, obligan a considerar el carácter del enjambre político en el que El Colegio debió desenvolverse en el curso de su tramo presidencial. Aludo a una pauta de gobierno orientada entonces por un autoritarismo ilustrado, estilo institucional que se desmembrará pausadamente hacia el final del siglo XX mexicano. Urquidi atinó a negociar con sabiduría en esta incierta y agitada constelación preservando en todo momento los más altos grados de libertad en la institución que presidía. Así logró sustantivos avances en una constelación y entorno apenas inclinados a tolerar efervescencias intelectuales.
Al concluir el largo ciclo presidencial en 1986 se refugió en su cubículo para concentrarse en labores de docencia e investigación, sin interferir en las iniciativas emprendidas por las sucesivas autoridades de El Colegio. Devolvió puntualmente el autómovil y el chófer que le sirvieron en sus altas funciones y, en paralelo, retomó el volante cursando las sinuosas calles del Distrito Federal con un wolkswagen que me pidió en préstamo. Ardua peripecia que relató en nuestra correspondencia personal.
Su temple – directo y a veces severo – se manifestó en todo momento fuera de El Colmex poniendo énfasis, con estricta puntualidad, en las fallidas políticas gubernamentales respecto a cardinales asuntos como el rezago de la ciencia y la tecnología en México y en el resto de América Latina, las negligencias ominosas en el cuidado ambiental, los desaciertos de las políticas demográficas, económicas y fiscales, y el irresponsable descuido de los impactos de la acelerada globalización en el desarrollo de los países de menor ingreso, los latinoamericanos en particular. Temas que ampliará con sólidos fundamentos en su última obra que constituye- a la vez - origen y testamento de sus inquietudes.
¿Cuál es el legado de Urquidi ? ¿A qué nos obliga? Primero, a cultivar y difundir el interés interdisciplinario puesto que la escisión de temas y especialidades es artificial y limitante; inhibe con frecuencia la aprehensión sistémica de la realidad y la gestación de nuevos paradigmas. Después, a atender y sortear las señales de entropía y decaimiento que amenazan constantemente a personas y a instituciones, circunstancia que obliga a imaginar y poner en marcha equilibrados reajustes. Atender, por último , las perspectivas nacionales, regionales e internacionales que el cultivo de las disciplinas sociales nos procuran, sin acallar críticas a situaciones contemporáneas que mellan las más altas expresiones de la cultura, el desarrollo, la equidad y la democracia.
" Que es un soplo la vida " dice el tango de Gardel. Para no pocos, ni soplo llega a ser. Para otros, es apenas un ligero suspiro. Para Víctor L. Urquidi fue una refrescante y húmeda brisa que con sus oscilaciones – amables a veces y a veces caprichosas –inspiran y comprometen a instituciones y personas que le conocieron y aún le recuerdan.




Víctor L. Urquidi- Trayectoria intelectual, El Colegio de México, México 2014.
El Archivo Histórico de El Colegio de México guarda celosamente estos testimonios.
Evoco estas vivencias en S. Schmidt, México visto desde lejos, México, Taurus, 2007.
Para mayores detalles véase M. Urquidi Bingham, Misericordia en Madrid, México, Costa Amic, 1975, y J. Hodara, op. cit., pp. 20-22
Véanse sus memorias en L. Sánchez Salazar, Así asesinaron a Trotzki, Populibros- La Prensa, México, 1955.
Véase el Boletín de México, 170, El Colegio de México, julio-agosto de 2014.
La lista de personas entrevistadas aparece en J. Hodara, op. cit. p. 401
Víctor L. Urquidi, Otro siglo perdido, México, Fondo de Cultura Económica, 2005. Esbocé una reseña de esta obra en Letras Libres, año viii, número 89, mayo de 2006.

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