Peligrosa afinidad (Relato)

May 26, 2017 | Autor: Garcia Hamburg | Categoria: Cuento, Narración Cuentos, Relato breve, Relatos breves
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Carlos García (Hamburg) © [[email protected]]

Peligrosa afinidad [El presente texto es uno de los muchos relatos que escribí de joven. La versión original es del 5-XII-1977; fue publicado por primera vez en Proa, 3ª época, núm. 16, Buenos Aires, marzo-abril de 1995, 59-61. Fue mi primer trabajo publicado. Formó parte, en versión ligeramente modificada, de una antología aparecida en la revista electrónica Axxón 151, 2005 (www.axxon.com.ar/rev/151/c-151cuento6.htm). Decidí recogerlo aquí porque he visto que en alguna página web se lo atribuye a un tal “Carlos García Revilla”, autor calumniado por la atribución a su pluma de un texto mío.]

Encontrarse abruptamente con un desconocido de aspecto inquietante, a altas horas de la noche y en una zona de la ciudad donde los edificios ralean, puede resultar embarazoso, en especial si uno es fácilmente impresionable, o si, confiando en la protección de la soledad y de la escasez de luz, uno practica al caminar ciertos juegos aprendidos en la niñez, como esmerarse en pisar únicamente cada tercera baldosa, caminar con un pie sobre la vereda y otro sobre el asfalto, o ir saltando como en la rayuela. Pasado el aturdimiento inicial, superado el bochorno, uno descifra por fin la pregunta del desconocido, formulada por segunda o tercera vez, según indica el dejo de impaciencia en su voz. Claro, como buen paseante nocturno uno también fuma, y en consecuencia, por supuesto, tiene fuego. Si el desconocido busca conversación, no hay motivo alguno para negársela, sobre todo ahora que ya está roto el encanto de ese furtivo retorno a la infancia. Al fin y al cabo, si uno está caminando por allí a pesar de la hora y de las duras condiciones climáticas, es porque no tiene nada mejor que hacer. Caminando así, a la par, rompiendo por etapas los inevitables círculos de trivialidad con que comienza toda charla entre extraños, es fácil llegar sin advertirlo a los más despoblados suburbios de la ciudad. Quizás uno se sorprenda un poco de que el curso de la caminata se haya decidido como por sí mismo. También es probable que ambos caminantes supongan, con secreto orgullo o autocomplacencia, haber sido quien determinara la dirección del paseo. De hecho, uno no tenía la menor intención de sentarse precisamente aquí; ni siquiera conocía el sitio, pero como está de ánimo conciliante, no opone reparos. El lugar, por lo demás, parece propicio para hacer una pausa y conversar. Todo lo que uno conoce del desconocido es su voz, desfigurada por la bufanda con que cubre la mitad inferior del rostro entre un cigarrillo y otro, la silueta deformada por el largo abrigo, la mano enguantada con la que fuma, y tal vez, si la iluminación fue especialmente buena en alguna esquina y si uno estaba atento, algo de la parte superior de la cara, las cejas quizás, el escurridizo perfil.

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Lo que uno ignora acerca del desconocido no impide que uno se sienta cómodo, a gusto con él, que advierta, y quizás hasta comente, la paradoja de ser también para él un desconocido, en cierto sentido un semejante. Un comentario tal sería recibido con una melancólica sonrisa, con un mudo asentimiento de cabeza o con un ceño fruncido de perplejidad metafísica. Gradualmente se va entrando en esferas más personales, las referencias se tornan más veraces, y a veces puede llegarse hasta la confesión. Todos tenemos algún que otro vicio; conocer el de los demás es interesante y ayuda a relativizar el propio. Llegado a esta etapa de la franqueza, uno puede enterarse de las cosas más insólitas, divertidas, banales – o peligrosas. Si, por ejemplo, el desconocido se pone primero nervioso y comienza a dar rodeos, pues no sabe explicarse con propiedad, y empieza por fin a contar que padece una compulsión poco común, uno se siente inclinado a comprender aun antes de saber de qué se trata, y además, si sabe algo de la vida, a perdonar. Pero esta loable actitud se enfriará notablemente si el desconocido explica, con morosidad exasperante, que a intervalos irregulares se siente impulsado a salir a la calle, en especial en noches como la presente, y a hacerse amigo de algún desconocido transeúnte solitario, como uno, para decirle que sin rencor, sin afán de lucro, sin motivo concreto, simplemente porque es enfermo, va a matarlo con el revolver que esgrime de repente. Entonces uno, después de sorprenderse de que le ocurra algo semejante, lamenta para sí, con un cinismo y una serenidad que ignoraba poseer, el agujero en el abrigo, maldice su mala suerte, y gatilla la pistola que lleva siempre en el bolsillo. Luego, sin siquiera reprocharse haber quebrado el propósito de no ceder esta noche al vicio, ya que las circunstancias justificaban de sobra el cambio de planes, uno puede dejar atrás el cadáver del ignoto colega y retomar al caminar la práctica de ciertos juegos aprendidos en la niñez, confiando en la protección de la escasez de luz y, ahora sí, de la soledad.(Witzeeze bei Büchen, 5-XII-1077, Hamburg 25-XII-2016)

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