Petroglifos de Galicia 01

July 27, 2017 | Autor: Julio Fernández | Categoria: Arqueología, Arte Rupestre Prehistórico
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Julio Fernández Pintos

CONCURRENCIA, EMULACIÓN Y TRADICIÓN LLa dinámica artística de los grabados rupestres gallegos

Marzo 2015

Julio Fernández Pintos

CONCURRENCIA, EMULACIÓN Y TRADICIÓN. La dinámica artística de los Grabados Rupestres Gallegos.

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Marzo 2015

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ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN (9). 1.1. Planteamiento crítico (9). 1.2. Planteamiento metodológico (11). 2. EL MONTE MAÚXO (13). 2.1. El marco geográfico (17). 2.2. El contexto arqueológico (17). 2.2.1. Historia de la investigación (18). 2.2.2. El contexto arqueológico (18). 2.2.2.1. Hallazgos líticos (18). 2.2.2.2. Mámoas (18). 2.2.2.3. Asentamientos de la Prehistoria Reciente (19) 2.2.2.4. Los petroglifos (21). 2.2.2.5. Las estaciones con equipos de molienda rupestres (23) 2.2.2.6. Posibles lugares cultuales de la Prehistoria Reciente (42). 2.2.2.6. Castros (43). 3. LA OCUPACIÓN MAMILAR (45). 3.1. Introducción (45). 3.2. Combinaciones circulares y ocupación mamilar en el Monte Maúxo (46). 3.3. La adaptación mamilar (63). 4. CONCURRENCIA Y EMULACIÓN (69). 4.1. Descripción morfológica de los paneles (72). 4.2. Estudio iconográfico (83). 4.3. Conclusión: el proceso de concurrencia y emulación (89). 5. LOS PETROGLIFOS DE LÍNEAS Y LA MANIPULACIÓN SINTÁCTICA DE LA TRADICIÓN RUPESTRE (93). 5.1. La estación de Socastro (Chandebrito, Nigrán) (94). 5.1.1. Descripción morfológica (95). 5.1.2. Estudio iconográfico (101). 5.2. El tema de las líneas en los petroglifos de círculos. (107). 5.2.1. Petroglifos con líneas del Tipo A de Socastro. (107)

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5.2.2. Las líneas del petroglifo de A Coutada Pequena (Coruxo, Vigo). (115) 5.2.3. La cuestión de la diacronicidad de las líneas Tipo D de Socastro. (123). 5.3. Sistematización de los petroglifos de líneas. (129) 5.4. Conclusión: la configuración diacrónica del panel unitario. (132) 6. DINÁMICA EVOLUTIVA DE LOS PETROGLIFOS DE COMBINACIONES CIRCULARES: LA JERARQUIZACIÓN GRÁFICA. (135) 6.1. Petroglifo de Laxielas (Coruxo, Vigo). (136) 6.1.1. Descripción morfológica. (136) 6.1.2. Estudio iconográfico. (138) 6.2. Paneles de combinaciones circulares con jerarquización gráfica.(140) 6.3. La jerarquización gráfica y la reactualización ritual. (145) 7. PETROGLIFOS DE CÍRCULOS Y SUPERPOSICIÓN DE COVIÑAS: ASIMILACIÓN Y REACTUALIZACIÓN RITUAL. (155) 7.1. Planteamiento previo. (155) 7.1.1. El tema de la asociación de motivos. (155) 7.1.2. La cuestión de los petroglifos de coviñas. (157) 7.2. La relación gráfica entre petroglifos de círculos y coviñas. (159) 7.3. Sobre la superposición de coviñas: asimilación y reactualización ritual. (171) 8. SOBRE EL ORIGEN Y DESARROLLO PETROGLIFOS: EL PASTOREO. (177)

CULTURAL

DE

LOS

8.1. Las hipótesis territorialistas. (178) 8.1.1. Relación entre petroglifos y asentamientos. (179) 8.1.2. Movilidad territorial y petroglifos. (183) 8.1.3. Los petroglifos como elementos de demarcación y/o apropiación territorial. (187) 8.1.4. Petroglifos y centros de concurrencia estacional. (189) 8.1.5. Petroglifos como monumentos de organización espacial. (192) 8.1.5. Conclusión. (192) 8.2. El emplazamiento topográfico de los petroglifos. (193) 8.2.1. El análisis de la ‘segunda escala’. (196) 8.2.1.1. El caso del Monte Maúxo. (200) 8.2.1.2. Estudio comparativo con otras zonas.. (208)

7 8.2.1.3. Conclusiones. (216) 8.2.2. La escala topográfica primaria de los emplazamientos. (219) 8.2.2.1. El emplazamiento en relación con superficies aplanadas. (220) 8.2.2.2. Emplazamientos en combinado de superficies. (230) 8.2.2.3. Los emplazamientos en laderas de serranías. (235) 8.3. Sobre el emplazamiento de los petroglifos. (239) 8.4. Conclusión: petroglifos, pastizales y pastoreo. (257) 9. ASPECTOS CRONOLÓGICOS Y CULTURALES DE LA TRADICIÓN RUPESTRE. (259) 9.1. La configuración de los ciclos artísticos. (261) 9.1.1. La cuestión de las figuraciones de cuadrúpedos. (262) 9.1.1.1. La diversidad morfológica. (262) 9.1.1.2. La disparidad distributiva territorial. (263) 9.1.1.3. La configuración interna de los paneles. (265) 9.1.2. Las representaciones de armas. (273) 9.1.3. Datos para la cronología absoluta de las combinaciones circulares. (283) 9.1.3.1. Formulaciones cronológicas anteriores (283). 9.1.3.2. Una hipótesis para la cronología de las combinaciones circulares (290). 9.2. El contexto cultural. (307) 9.2.1. Paleoecología de la Prehistoria Reciente de Galicia. (308) 9.2.2. Panorama cultural del III y II Milenios cal. A. C. (322) 9.2.2.1. Galicia. (323) 9.2.2.2. Península Ibérica. (332) 9.2.2.3. Conclusiones . (336) 9.3. Una hipótesis para la cronología de las combinaciones. (337) 9.4. Sobre el significado de los petroglifos de combinaciones circulares. (339) 9.4.1. La cuestión del chamanismo. (341) 9.4.2. Datos para su significado. (345) 10. CONCLUSIONES Y PERSPECTIVAS. (353) 11. BIBLIOGRAFÍA. (357).

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1 INTRODUCCIÓN

1.1. PLANTEAMIENTO CRÍTICO. En los últimos decenios hemos asistido a un desarrollo de las publicaciones sobre el Arte Rupestre Gallego sin parangón en la historia precedente. Vieron la luz multitud de publicaciones, desde artículos en revistas especializadas, pasando por libros y divulgaciones más asequibles a un público general, hasta una cierta presencia en la prensa y publicaciones electrónicas. En estos últimos años ha cuajado la propagación popular del Arte Rupestre con la proliferación de visitas nocturnas guiadas, así como la inauguración y puesta en marcha del Parque Arqueológico de Campo Lameiro, sin olvidar la señalización de numerosos petroglifos, y la musealización de otros importantes conjuntos como los de Baiona, Marín, Poio y Pontecaldelas, y de un modo embrionario los de Amoedo en Pazos de Borbén. Sin embargo, aún a pesar de tan cuantiosa incidencia social y científica, tras una sosegada crítica constructiva no nos costará mucho llegar a la conclusión de que en realidad, nuestro estado de conocimientos estimable con una mínima sólidez quedó detenido a comienzos de los años 90 del pasado siglo XX. Podría ser considerada esta afirmación un presuntuoso atrevimiento ante la imagen de tan ingente esfuerzo editorial y de inversión pública, en el que incluso han participado numerosos reputados investigadores internacionales. Sin embargo, lamentablemente es a la conclusión que se llega tras examinar el precario método usado como norma general, y los resultados y conclusiones vertidas en los trabajos. Cuando decimos método, lo decimos por decir algo con consistencia, porque los únicos procedimientos empleados fueron los de siempre: el levantamiento de calcos y la somera observación del medio geográfico circundante, que curiosamente es tan sólo el primer paso de nuestra praxis. Para la inmensa mayoría de los arqueólogos las tareas de adquisición de información concluyen precisamente tras realizar estas dos operaciones, si se llegan a practicar, que tampoco se producen siempre. Con una enorme sinceridad corroboran esta metodología A. de la Peña y J. Rey cuando expresan que el análisis de los complejos rupestres en sí mismos derivó en una situación de claro agotamiento y casi extenuación del método1. El problema de esta afirmación, es que salvo algunas excepciones, de las que desde luego quedan excluídos ambos investigadores, pocos casos conocemos de estudios explícitos, conscientes e intrínsecos de los paneles rupestres en fechas previas a aquellos años, e incluso con posterioridad hasta hace muy pocos meses. No es pues extraño que tras aquel planteamiento metodológico A. de la Peña, en el curso de una entrevista realizada en un medio informativo 2, no muestre reparo en afirmar la imposibilidad de la averiguación del significado de los grabados 1

Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993:12). Faro de Vigo (29-11-2011) (http://www.farodevigo.es/portada-pontevedra/2011/11/29/4000-anos-habialenguaje-unia-islas-britanicas-galicia/601594.html). 2

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rupestres, y sí, mejor su funcionalidad social. Debemos indicar que la palabra imposible la juzgamos impropia del vocabulario de cualquier investigador. Personalmente, ni ha guiado, ni servirá de directriz en nuestros estudios. Por otra parte, que no es tampoco nuestro caso, no vemos la razón de perder el tiempo revolviendo continuamente en un entramado artístico del que estimamos que jamás sabremos su significado, y malamente su papel social. Aquella desalentadora afirmación es precisamente la consecuencia natural del deficiente planteamiento metodológico, pero también del escaso o nulo esfuerzo por mejorarlo. Y ello se percibe en el espacio que algunos investigadores dedican a las combinaciones circulares en sus trabajos. Así por ejemplo, un reciente estudio general de sobre el Arte Rupestre Gallego de A. de la Peña, de unas 80 páginas, tan sólo dos párrafos están dedicados a los círculos3. Pero esta situación no prospera con otros investigadores: por ejemplo, un trabajo de F. J. Costas aún tratándose de una síntesis de divulgación de 9 páginas, las combinaciones circulares tan sólo han merecido 7 líneas 4. Recuérdese que las combinaciones circulares son el motivo más característico del Arte Rupestre Gallego, por lo que eludir su estudio y centrar los esfuerzos en la periferia temática, en motivos minoritarios o en temas anecdóticos, prácticamente conduce a la vaguedad conceptual. Pero aún podríamos hacer alusión a otros investigadores que realizan amplias síntesis sin haber estudiado prácticamente ningún petroglifo, ignorando además sistemáticamente la bibliografía aportada previamente por otros colegas. A la vista de semejantes hechos estamos legitimados para preguntarnos cómo esperaban algunos autores el avance de conocimientos. Ha habido quien se creía que el estudio del Arte Rupestre se limitaba a visitar los lugares donde se encontraban los petroglifos y a continuación suponer divagaciones basadas en impresiones personales, nada más; o asimismo recurrir a la visita nocturna con ayuda de focos, para obtener impresionantes fotografías, muy artísticas, eso sí, pero inoperantes científicamente. Incluso, en algunos trabajos se deja ver la influencia, creemos que inconscientemente, de la reciente práctica turística de visitas guiadas a petroglifos, lo cual sinceramente produce rubor, y es manifestación de una cándida inocencia. No obstante, si creíamos que la ausencia casi generalizada de análisis pormenorizados de los paneles rupestres nos habría llevado a un callejón sin salida, realmente habríamos incurrido en una verdadera ingenuidad, pues una mente metódica no está plenamente capacitada para imaginar la ilimitada capacidad humana para producir mitos y fantasías. Y es así de este modo que en las páginas de las publicaciones rupestres que salieron a la luz en prestigiosas revistas especializadas y libros financiados por organismos públicos, veremos desfilar chamanes, grupos de iniciados, consumo de sustancias psicoactivas en el curso de rituales rupestres, contenidos astronómicos, investiduras reales sobre combinaciones circulares, etc. Evidentemente la falta de método de adquisición de datos se suplió con el recurso a las más burdas de las comparaciones etnográficas, a la indiscriminada e inadecuada aplicación bilbiográfica teórica, o simplemente a la libre inventiva. En ocasiones, algunos trabajos giran en torno al más espantoso de los ridículos, y sin embargo, ello no ha impedido que fuesen 3 4

Peña Santos, A. (2005). Costas Goberna, F. J., 2004.

11 editados en revistas de renombrado prestigio internacional, y emitidos por reputados investigadores y arqueólogos y profesores universitarios con un amplio bagaje de publicaciones a sus espaldas. Hemos citado las más disparatadas concepciones, que no las únicas, porque si además consideramos las más verosímiles, la magnitud de las teorías expresadas es bastante difícil de manejar, pero por suerte, a causa de su futilidad, no muy complicadas de desmantelar. En estos últimos veinte años, sencillamente se perdió la necesaria prudencia y paciencia que debe acompañar todo trabajo científico, y es por ello que una vez examinado todo el material bilbiográfico producido, queda la sensación que desde comienzos de los años 90 del pasado siglo XX, a pesar del indudable impulso experimentado por los estudios sobre el Arte Rupestre, apenas se mejoró nada en el campo de los conocimientos teóricos, porque el sinfín de destempladas sugerencias emitidas (mejor que hipótesis), nos trae a la memoria aquella máxima de Cicerón: “En verdad, prefiero una silenciosa prudencia a que no una tonta locuacidad”. Ni tan siquiera se siguió aquella de Nasón indicando que “por el camino de en medio irás más seguro”. Y no exageramos en lo más mínimo: la lectura de la abundante producción bibliográfica impresa en estas últimas décadas es muchas veces una verdadera tortura para el intelecto. 1.2. PLANTEAMIENTO METODOLÓGICO. El presente estudio nace con la aspiración de alejarse de esta nefasta dinámica, y sí con el objeto de mejorar nuestro conocimiento sobre las combinaciones circulares, que a fin de cuentas son el motivo más característico del Arte Rupestre Gallego. Las conclusiones que se van a desprender de los detallados análisis serán sin lugar a dudas de muy corto alcance, pero buscaremos siempre la solidez de su viabilidad. Es un estudio con aspiraciones de corte predictivo de carácter general, pero se derivarán del examen inicial de estaciones del Monte Maúxo, en el sur de la Ría de Vigo, si bien se tomarán como apoyo muchas estaciones de otras comarcas gallegas. El desarrollo de la temática del presente trabajo podría alcanzarse también con el estudio de algunos petroglifos dispersos por la geografía gallega. Sin embargo, si hemos elegido un área muy concreta como base para el arranque de los análisis no es por otro motivo que el de contextualizar geográfica y topográficamente un cierto conjunto de petroglifos localizados en este área. El Monte Maúxo presenta además varias peculiaridades que lo ofrecen muy atractivo para su estudio. Primero por la alta concentración de manifestaciones rupestres allí localizadas, que hacen de él una zona muy representativa del Arte Rupestre Gallego. Es además una unidad serrana perfectamente individualizada en el entorno geográfico inmediato, de no mucha extensión, pero tampoco de tan reducidas dimensiones que invaliden cualquier discusión generalizadora. Pudiera parecer sorprendente que la investigación rupestre no comience por el análisis del emplazamiento de las estaciones rupestres, habiéndose dejado este tema para protagonizar el penúltimo capítulo. Sin embargo, a estas alturas, después de que se haya escrito tanto acerca de su componente sociológico, el tema del emplazamiento de los petroglifos, de sus implicaciones antropológicas, exige una aclaración de la que es condición indispensable la comprensión morfológica y simbólica de los grabados de esas rocas. Es decir, primero debemos determinar ante qué estamos, qué materia estamos manejando, al menos aunque sea de un modo difuso. Ello exige el previo

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estudio detallado de los petroglifos. Una vez que alcancemos o nos hagamos una idea más completa acerca de ellos, veremos entonces qué puede suponer tal o cual emplazamiento. Es por ello que tras la presentación geográfica y contexto arqueológico del Monte Maúxo, se aborde ya directamente el tema de la relación existente entre combinaciones circulares y sus soportes pétreos, de la cual hemos repetidamente reclamado más atención en trabajos anteriores. Queremos desterrar la idea de que las rocas no dejan de ser meros paneles de diseño a falta de otros materiales. Otra idea, ya vieja en nuestros estudios, es la complejidad cronológica de la inmensa mayoría de los paneles rupestres. En otras ocasiones hemos referido la articulación del Arte Rupestre Gallego en varias etapas culturales en función de la diversidad de motivos. Pero asimismo, también hemos insinuado más recientemente la posibilidad de que un panel monotemático haya sido realizado paulatinamente a lo largo de un período más o menos dilatado, materializando continuas adiciones. De esta teoría derivan varias consecuencias que habrán de ser comprobadas minuciosamente. Destacamos así no sólo la mera adición de motivos semejantes, sino además que los más tardíos se asocien a los más viejos por medios físicos, a través de líneas, por contacto, por superposición, o incluso con la mera coincidencia en el mismo panel. Ello puede llevar implícita también la manipulación de los grabados más antiguos, pero asimismo una posible evolución morfológica. El tema cronológico y la adscripción cultural serán abordados en último lugar. Las mejoras que percibamos en la exposición de estos asuntos serán la consecuencia de la información suministrada por los análisis previos de los capítulos precedentes.

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2 EL MONTE MAÚXO

2.1. EL MARCO GEOGRÁFICO. El Monte Maúxo integra el extremo SO. de una cadena serrana que cierra por el S. el valle de Fragoso, actual emplazamiento del municipio de Vigo (Figs. 1, 2, 3, 4 y 5). Todo ello situado en el SO. de la provincia de Pontevedra, y al SO. de la Ría de Vigo. Administrativamente pertenece a los ayuntamientos de Vigo y Nigrán. Se trata de un gran domo individualizado (coordenadas 518125-4668597)5 de unos 3 kms. de diámetro y una altitud máxima de 456 m., situado a no más de 1,5 kms. de la línea de costa. Hacia Poniente encontramos la estrecha llanura costera de Saiáns y Oia, en plano inclinado hacia el mar; por el norte en la parroquia viguesa de Coruxo, el terreno se resuelve en una sucesión de amplias terrazas, que ya en la zona de Fragoselo, hacia el NE., alcanzan los 145 m. de altitud. Por naciente encontramos la penillanura de Chandebrito, en la cota de los 300 m., que sirve de enlace a unidades serradas de mayor entidad extendidas hacia el SE. Por el S. y SO. se extiende el amplio valle fluvial del Miñor correspondiente al municipio de Nigrán, también resuelto en una serie de terrazas.

Fig. 1.- Situación del Monte Maúxo en Europa y en la Península Ibérica. 5

Según el visor IBERPIX (http://www2.ign.es/iberpix/visoriberpix/visorign.html). Para la obtención de coordenadas y para las descripciones geográficas y topográficas se usará el mencionado visor.

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Fig, 2.- Situación del Monte Maúxo en relación con las estaciones rupestres de combinaciones circulares en Galicia (cada punto puede señalar tanto uno como varios paneles o estaciones próximas).

Este gran domo (veanse figs. 5 y 93 a 100 – pgns. 201 a 208) , aunque cubierto en líneas generales por potentes capas edáficas, delata claramente su naturaleza granítica con la abundancia de afloramientos bajo los más diversos tipos: domos cupuliformes y campaniformes altos y bajos (los más desarrollados no superan mucho los 40 m. sobre el entorno inmediato), berrocales, bolos y lanchares, los cuales se encuentran un poco por todas partes. Sus laderas no son muy pronunciadas, siendo su acceso en líneas generales fácil. No obstante por el Sur, sobre Nigrán se han de salvar 150 m. en un una línea horizontal de 400 m., siendo ésta la zona de ascenso más difícil, pues por el Oeste son 300 m. de altitud en 1200 m., por el Norte 300 m. en 1500 m.,

15 mientras que por el Este son 80 m. en una distancia de 700 m. Es en efecto, por esta zona de naciente por donde más cómodo se realiza el ascenso, aunque insistimos que el tránsito hacia la cima por cualquiera de las laderas es perfectamente factible sin considerables esfuerzos, pues por todas partes hay pequeñas terrazas intermedias por las que discurren los derroteros, incluso también por esa zona tan complicada que es el Sur.

Fig. 3.- El Monte Maúxo y la distribución de estaciones de petroglifos con combinaciones circulares en el Sur de la Ría de Vigo (equidistancia de las curvas de nivel: 100 m.).

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De la simple observación de un mapa topográfico se desprenderá la existencia de una intrincada red de antiguos caminos que discurren horizontal y transversalmente por todas las laderas. Como tantas otras serranías, su cima se resuelve en una zona razonablemente plana en varios niveles, salpicada por varios pequeños domos cupuliformes que se elevan sobre el terreno no más de 40 m. Desde un punto de vista geográfico, el Monte Mauxo es un área terminal, es decir, queda al margen de cualquier vía de comunicación local o regional, a excepción de la penillanura de Chandebrito, que sí funciona como punto transicional hacia la serranía por el SE., pero no probablemente se usase este espacio como lugar de tránsito desde el valle de Nigrán hacia la costa de Vigo por Coruxo o Matamá, pues es más fácil bordear la serranía por Poniente por las franjas costeras de Saiáns, Oia y Coruxo. Por último conviene indicar que en su cima se extiende una gran terraza que actúa a modo de área de acumulación de agua (Chan da Lagoa), que permite unos excelentes pastos en verano, y que desde esta zona superior bajan varias corrientes, siendo la más importante la que desciende hacia el NE., e incluso constan fuentes en varios puntos de esa misma cima (Fonte do Sapo, Fonte de San Amedio).

Fig. 4.- El Monte Maúxo visto desde el NO. rodeado por el valle litoral de la Ría de Vigo correspondiente a Coruxo, Oia y Saiáns.6

Para la economía tradicional esta unidad serrana fue un espacio de uso complementario y marginal, fundamentalmente reservado para el desarrollo del pastoreo, así como otros aprovechamientos (leña, extracción de piedra, etc). Los relatos etnográficos y los compendios toponímicos así como la observación directa del terreno avalan esta idea. No fue un área apropiada para prácticas agrícolas de relieve, aunque en algunas zonas bajas del E. próximas a Chandebrito tal vez si se pudo intentar una agricultura con el sistema de rozas. La existencia de cerradas, sobre todo en las laderas, algunos antropónimos (Outeiro dos Lagartos, Chan do Caganavisas), y fuentes documentales decimonónicas permiten suponer que la explotación pastoril de este espacio fue intenso en épocas pasadas, sobre todo en las cotas más elevadas. 6

Todas las fotografías aéreas que acompañas este trabajo fueron obtenida de Google Maps, y modificadas para la obtención de imágenes topográficas más reales que las ofrecidas por este servidor.

17 2.2 EL CONTEXTO ARQUEOLÓGICO. 2.2.1. Historia de la investigación. Hasta los comienzos de los años noventa del pasado siglo XX, la potencialidad arqueológica del Monte Maúxo era prácticamente desconocida. Dejando a un lado ciertos precedentes bibliográficos más antiguos, los primeros datos conocidos provienen de las publicaciones del insigne investigador L. Monteagudo que en 1943 da cuenta de la célebre Pedra da Moura de Fragoselo7. A continuación, en los años sucesivos, como fruto de las prospecciones llevadas a cabo por arqueólogos y aficionados fueron apareciendo otros petroglifos en esa zona de Fragoselo y en Chandebrito, divulgados puntualmente a comienzo de los años ochenta del pasado siglo en artículos periodísticos, la mayoría por J. M. Hidalgo Cuñarro, y F. J. Costas Goberna. Estos hallazgos, y algunos otros nuevos, se recogieron en la catalogación de los petroglifos del S. de la Ría de Vigo publicada por F. J. Costas Goberna8. Después será R. Patiño quien dé noticia de la mámoa da Chan da Lagoa en la terraza superior9. A pesar de estas contribuciones el Monte Maúxo, sobre todo en sus zonas más altas y las laderas, permanecía casi como un yermo arqueológico. Pero la apertura de pistas de acceso y merenderos, y sobre todo, el desbroce de algunas partes permitirán una más amplia investigación del enclave. En el año 1988 el aficionado vigués J. Alonso Campos localiza una serie de petroglifos sobre la parroquia de Priegue (As Requeixadas) que tiene la amabilidad de mostrárnoslos personalmente10. Sin embargo, ya desde hacía algún tiempo en esta zona venían desarrollando una ardua labor de prospección miembros del Clube Espeleolóxico do Maúxo. La tarea de este colectivo, sobre todo de J. B. Costas Goberna y X. Groba González, fue intensísima, prospectando prácticamente todo el territorio del Maúxo, fruto de la cual fue la localización de una ingente cantidad de petroglifos. Es gracias a este minucioso trabajo que aparecieron petroglifos en la ladera N. en lugares de no fácil acceso a causa de la profusa vegetación. Una reseña de estos trabajos que por entonces se estaban llevando a cabo fue publicada por nosotros mismos en un artículo aparecido en un periódico local11. Estos investigadores del C.E.M. presentaron el resultado de sus extensos y minuciosos trabajos en el II Congreso Gallaecia celebrado en el municipio pontevedrés de A Guarda en 1990. No obstante, en 1992 algunos de estos petroglifos fueron publicados por otros investigadores locales pero con nuevos planos, tomándolos como hallazgos propios, y sin mencionar estos precedentes bibliográficos ni tampoco sin hacer la más mínima alusión a las trabajosas tareas de prospección llevadas a cabo por otras personas y sobradamente divulgadas, que sin lugar a dudas eran bien conocidos por todos12. Sin embargo la publicación definitiva de estos petroglifos por aquéllos

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Monteagudo, L. (1943). Costas Goberna, F. J. (1984) 9 Patiño Gómez, R. (1986). 10 Una vez más estamos obligados a mostrar nuestra más sincera gratitud a esta persona que gracias a su afán prospector es el autor de numerosos hallazgos, sobre todo petroglifos, en el S. de la Ría de Vigo, e incluso en lugares más alejados, como los célebres petroglifos de Gargamala (Mondariz). Si su identidad y esfuerzo fue siempre sistemáticamente ignorada, únicamente se debe al egoísmo e irresponsabilidad de ciertos investigadores que, aún a sabiendas de ese injusto proceder, optaron por invisibilizarlo. 11 Fernández Pintos, J. (1990b). 12 Domínguez Pérez, M., Rodríguez Sobral, J. M. y Costas Goberna, F. J. (1992). 8

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miembros del Clube Espeleolóxico do Maúxo no será efectiva hasta 1994 13, dado que las actas del citado congreso de A Guarda quedaron sin publicar. Más reciente en una página web de A. del Prado, aparentemente aún no cerrada, de construcción permanente, se vienen presentando espectaculares fotografías de las estaciones más llamativas, incluyendo también su geolocalización, así como la divulgación de algunos paneles todavía desconocidos14. 2.2.2. Contexto arqueológico. En este área se localizaron una gran cantidad de yacimientos arqueológicos, sobre todo manifestaciones en rocas, petroglifos y molinos rupestres, pero tampoco faltan túmulos funerarios, así como asentamientos de la Prehistoria reciente y varios castros, e incluso hallazgos líticos, tal vez aún más antiguos (Fig. 5). 2.2.2.1. Hallazgos líticos. Del área de Chandebrito proceden una serie de instrumentos líticos localizados en distintos puntos de la parroquia, varios de los cuales fueron encontrados casualmente en el Monte Maúxo15. Del entorno del Monte Gurugú, al SE. del barrio de As Tomadas procede un pequeño chopper de talla unifacial. Varios hallazgos más se produjeron en la ladera de naciente de la serranía, de entre los cuales destaca un bifaz. Otro punto de especial riqueza en hallazagos se localiza al NO. de la mámoa de A Chan da Lagoa, en la terraza superior del Monte Maúxo16, de donde proceden un hendidor de tipo 0, una lasca levallois, y cuatro bifaces. A falta de un estudio más preciso sobre las industrias líticas gallegas, por comparación no parece inviable otorgarles una cronología antigua, al menos perteneciente al Paleolítico Inferior. 2.2.2.2. Mámoas. En el Monte Mauxo se han localizado varios túmulos (Fig. 5, señalados con un asterisco). Uno se encuentra en la Chan do Rapadouro, en medio de la gran planicie, en la base del Maúxo por el E. (figs. 93 y 94, pgns. 201-202 ). Otro está situado en el llano central de la cima, al borde del terreno anegadizo de A Chan da Lagoa 17 (fig. 100, pgn. 208), y el último en una terraza meridional de la cumbre, en As Requeixadas, cerca de una gran superficie pedregosa de tipo lanchar donde hay numerosos petroglifos (fig.5; fig. 98, pgn.206). Sobre la cronología de estos monumentos nada concreto podemos indicar, dado que permanecen sin excavar. En líneas generales, pudieran remontarse a la segunda mitad del V Milenio cal. A. C. o al IV Milenio cal. A. C., sin descartar pervivencias posteriores. No obstante, el de A Chan do Rapadouro cuenta con información adicional que merece ser comentada detenidamente. Se trata de un túmulo de escasas dimensiones, cubierto por una coraza pétrea y sin restos aparentes de cámara, siendo el monumento apenas visible en el entorno, tanto, que debido a la maleza, aún no muy desarrollada, impidió siempre su 13

Costas Goberna, J. B. y Grova González, X. (1994). Prado, A. (s/f). 15 C.E.M. (1997:43 y ss.). 16 Costas Goberna, J. B., Groba González, X. y Méndez Quintas, E. (2008). 17 Patiño Gómez, R. (1987:31) 14

19 identificación hasta que en el curso de unos trabajos de repoblación forestal se pusieron al descubierto diversos fragmentos cerámicos18. De entre el material cerámico descubierto por las remociones de tierra, tanto del túmulo como del entorno, destacan las cerámicas campaniformes, de tipo marítimo, y evolucionado, y fragmentos de grandes vasijas de almacenamiento con el típico cordón bajo el labio, así como algún fondo plano, y cerámicas lisas de labio recto.Estas cerámicas son las propias de la segunda mitad del III Milenio cal. A.C., y de la primera mitad del II Milenio cal. A.C. A la vista de la información disponible, no queda claro si la cerámica procede en su totalidad del túmulo o de sus inmediaciones, dado que los trabajos realizados no parece que el monumento haya sido completamente arrasado. Además la coincidencia en un mismo lugar de tan variopinta gama cerámica parece aludir mejor al tipo de asentamientos domésticos propios de la época señalada, si bien coincidiendo con un túmulo en sus inmediaciones. 2.2.2.3. Asentamientos de la Prehistoria Reciente. Se han localizado también cuatro concentraciones de hallazgos que nos remiten a asentamientos relativos a la Prehistoria Reciente (Fig. 5; señalados con un rombo azul). Todos ellos se sitúan en puntos de la ladera baja cerca de la transición hacia las actuales terrazas agrícolas. Los encontramos en las vertientes Oeste, Norte y Este, pero de momento aún no constan por el S. Parece apreciarse una cierta relación con los puntos de tránsito más cómodo para el acceso a las laderas y a la cumbre. En los yacimientos detectados, los materiales se dispersan por una amplia área, lo cual es típico de los yacimientos de esta época. La existencia de estos asentamientos la conocemos a partir de hallazgos superficiales, dado que aún no han sido excavados, por lo que acerca de su cronología, solamente podremos realizar algunas precisiones puntuales. Acabamos de comentar en el epígrafe anterior el caso del entorno de la mámoa de A Chan do Rapadouro donde se localizó cerámica campaniforme que remite a cronologías centradas en la segunda mitad del III Milenio cal. A.C., pero también otras decoradas con cordones que nos llevan ya al II Milenio cal. A.C. Hacia el NO. en el sitio de As Ventaniñas se localizaron en diversos puntos un durmiente de molino, una lámina en sílex junto a fragmentos cerámicos indefinidos y una azuela pulimentada, que quizás procedan en realidad de varios yacimientos. Hacia el Norte, sobre Fragoselo, encontramos el yacimiento de As Presiñas, situado en un plano inclinado, y del que proceden varios fragmentos cerámicos lisos. De mayor importancia es el yacimiento de Cal do Outeiro, en la ladera de Poniente, donde se documentaron cerámicas lisas, campaniformes y con decoraciones plásticas, así como artefactos de piedra pulimentada. La cronología de estos yacimientos parece extenderse cuando menos a la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. (cerámica campaniforme), pero también al II Milenio cal. AC, tal como revela la presencia de cerámicas con decoraciones plásticas, cordones, entre éstas. En consecuencia los yacimientos de Cal do Outeiro y A Chan do Rapadouro parecen haber conocido una vida muy prolongada, probablemente como suele ser típico para este tipo de asentamientos, de un modo intermitente y quizás con varios episodios culturales.

18

C.E.M. (1997:58).

20

Fig. 5.- Dispersión de yacimientos arqueológicos en el Monte Maúxo (círculos blancos: petroglifos; asteriscos amarillos: mámoas; rombos azules: yacimientos del III y II Milenio cal. A.C.; cuadrados negros: castros; círculos amarillos: ofrendas en cavidades graníticas.

21 Estos asentamientos semejan emplazarse en clara relación con la explotación conómica de la serranía, más concretamente, las actividades pastoriles. La vinculación directa con las actuales terrazas agrícolas es difícil de apreciar dado que un estudio de detalle más cercano revela una situación un tanto lejos de ellas (a varios centenares de metros de distancia cuesta arriba). De todos modos tampoco debemos descartar algún tipo de relación más estrecha y que desconocemos por falta de pruebas concretas. En lo que respecta a su posición en relación con lugares de penetración en la serranía, no deducimos ninguna consecuencia excepcional. Sobre la relación de los asentamientos humanos con los espacios más indicados para desarrollar desplazamientos locales por el territorio, ya nos hemos extendido recientemente19, y aún sobre este tema hemos de volver otra vez en esta ocasión. Y ya tal como allí se indicó, es de esperar que en la explotación económica de esta serranía las comunidades se estableciesen en puntos de las rutas de acceso más cómodas, pues es por aquí por donde se movían personas y animales en su deambular. Pretender ver en este hecho una intencionalidad de control político o económico de lugares de tránsito no nos parece el modo más acertado de abordar este tema. 2.2.2.4. Los petroglifos. Los petroglifos constituyen el principal item, con una cantidad en torno al centenar de paneles. Fundamentalmente están integrados por combinaciones circulares (veanse figs. 5 y 93 a 100 – pgns. 201 a 208), pero constan también coviñas, reticulados y dos paneles con cuadrúpedos. Las combinaciones circulares están presentes en el 50 % de los casos (hemos contado en torno a los 180 diseños), mientras las coviñas también constan en el 50 % de los paneles. Ambos motivos, coviñas y círculos coinciden en el mismo panel en numerosos casos. Los reticulados están presentes en el 10 % de los casos, si bien hay que señalar que siete de ellos, por su morfología regular y su situación en planos lisos y horizontales deben ser considerados como tableros de juego, estimados como de época ya histórica20. Hay además otros motivos más raros como los que integran el petroglifo de A Gabacha21 o As Lagoas 322, de más difícil adscripción por su morfología atípica. En la Fig. 3 (supra, pgn. 15) mostramos la dispersión de estaciones con combinaciones circulares en el ámbito del Sur de la Ría de Vigo. Se puede apreciar que en el Monte Maúxo se produce una fuerte concentración de ejemplos de este motivo, con una densidad muy superior a la de otras zonas de la comarca. No obstante no debemos olvidar que estamos en un área de intenso y extenso poblamiento especialmente en las últimas centurias, y donde la actividad extractiva y de explotación de canteras ha sido particularmente proporcional a esa expansión demográfica, no sólo para la construcción de edificaciones, sino también para cierres de propiedades, y otros trabajos. Esta intensa labor desplegada por canteros se realizaba prioritariamente en áreas próximas a los puntos de poblamiento tradicionales, por lo que tal vez la amplia destrucción de petroglifos haya sido cierta, preservándose en cambio aquellos más alejados enclavados en espacios serranos de menos fácil acceso, o simplemente cuyos soportes pétreos no estimularon su explotación por cualquier motivo. En consecuencia 19

Fernández Pintos, J. (2013:56). Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. () 21 Costas Goberna, J. B. y Grova Gonzálex, X. (1994:153). 22 Costas Goberna, J. B. y Grova Gonzálex, X. (1994:139). 20

22 no debemos perder de vista esta circunstancia antes de caracterizar una dispersión territorial de corte predictivo. Dado que éste es el tema principal del presente estudio, remitimos a los capítulos sucesivos donde nos ocuparemos más extensamente de los particulares aspectos iconográficos, simbólicos, cronológicos y espaciales. Sin embargo, dado que en el respectivo capítulo de este trabajo se hará más hincapié en el análisis de la vinculación territorial de las combinaciones circulares, se exige ahora unas someras consideraciones respecto al conjunto de los petroglifos en general en su manifestación territorial. En la Figura 5 con un punto blanco señalamos los paneles de Arte Rupestre, sean éstos coviñas, combinaciones circulares, reticulados, zoomorfos y otros. La primera impresión que tenemos es la de estar ante una profusa y abigarrada incidencia de los motivos rupestres, en un territorio realmente reducido. No obstante, un análisis en un mapa con una cartografía realizada a mayor escala nos permitirá ver que las distancias entre los petroglifos, sin ser excesivas, si conforman estaciones individualizadas. La presencia de petroglifos se extiende prácticamente por todo el área serrana del Maúxo, pero también se aprecian ciertas peculiaridades. La ladera NE. y E., es decir la que va desde Fragoselo (Coruxo, Vigo) hasta Chandebrito (Nigrán) es la que cuenta con mayor cantidad de petroglifos. En esta zona, los petroglifos se disponen inmediatamente sobre las vegas agrícolas actuales, disminuyendo a medida que se alcanza altura por la ladera. Es interesante señalar que la zona por donde más cómodamente se accede a la cumbre es precisamente desde Chandebrito. Otra área de concentración, pero algo más difusa se encuentra hacia el NO., situándose los petroglifos en pequeñas terrazas a media altura de la ladera. Estas terrazas también se encuentran sobre las tierras agrícolas de Oia, pero a mayor altitud que en los casos de Chandebrito o Fragoselo. Otra densa agrupación de petroglifos se encuentra en la ladera de SO. sobre Priegue (Nigrán), pero incluso ya a mucha mayor altura relativa sobre las vegas agrícolas que en los casos anteriores. Estos tres modelos de emplazamiento quizás estén en función de distintas modalidades de explotación del medio. El caso de la zona E. tal vez nos esté sugiriendo un contacto y una dependencia más estrecha con las vegas inferiores. La disposición de los petroglifos en la ladera NO. nos sugiere un desplazamiento por el territorio más bien de trazado horizontal, de terraza en terraza, incluso como un apéndice de la zona de Fragoselo sin tampoco ignorar una posible relación con los valles agrícolas. Propicia esta posibilidad el hecho de que en la ladera norte, entre los 250 y los 390 m. de altitud existe una ancha y larga banda exenta de manifestaciones rupestres. Por último la dispersión de la ladera SO. parece jalonar una frecuente ruta de explotación desde las vegas agrarias a pesar de lo fatigoso del ascenso. Estas observaciones se hacen tomando el estudio de la totalidad de los petroglifos sin diferenciación de motivos. No obstante no debemos olvidar que tal como venimos argumentando desde hace tiempo, los grabados rupestres se articulan en ciclos culturales sucesivos (véanse pags. 260 y ss.), si bien, algo que los vincula a todos es la más que probable filiación con las actividades pastoriles desarrolladas en la zona23. Por lo tanto, estas observaciones ahora expuestas deben de ser consideradas como directrices generales que señalan el modo de cómo se explotaba el Monte Maúxo en tiempos prehistóricos y más recientes, por lo menos a nivel de pastoreo. Asimismo, 23

Fernández Pintos, J. (1993).

23 parece quedar clara una evidente relación con las tierras bajas dedicadas históricamente a la agricultura. 2.2.2.5. Las estaciones con equipos de molienda rupestres. Las estaciones de equipos de molienda rupestre suponen en el panorama arqueológico del Monte Maúxo un tema que no puede ser despachado con breves comentarios, dada su particular importancia y problemática. Por una parte se relacionan con el mundo rupestre, tanto por haber sido practicados en las rocas, como por compartir a veces el mismo panel con petroglifos, e incluso por constar algunas figuras asociadas a ellos claramente. Pero como veremos, son elementos de molturación, por lo que poseen una vertiente funcional, y en consecuencia remiten a una actividad, que mientras no se demuestre lo contrario, implica una tarea de corte económico, sin menosprecio de otras consideraciones. De este modo aparentemente suponen además una presencia prolongada, muy prolongada, de las comunidades humanas en un mismo lugar. Esta ambigüedad ha hecho que bibliográficamente en no pocas ocasiones se documenten como un petroglifo más, e incluso sean con frecuencia insertados a todos los efectos en las numeraciones de denominación de los paneles de las estaciones rupestres donde se encuentran. Creemos que tal postura no es la más adecuada. En realidad constituyen una categoría arqueológica diferente del SO. de Galicia, a la que no se le ha prestado toda la importancia que merecen.

Fig. 6.- Estación de equipos de molienda rupestres de Os Pintos (Coruxo, Vigo).

Los equipos de molienda rupestres vieron por primera vez la luz en la presentación de varios petroglifos de la península del Morrazo por J. Otero Suárez 24, el 24

Otero Suárez, X. (1979).

24 cual los denomina Ideogramas Os Olleiros II, alusión explicable dada la parquedad de la información que manejaba pues todavía no disponía de datos suficientes para separarlos de los grabados rupestres. La primera vez que se habla de ellos como verdaderos útiles de molienda vendrá de la mano de X. Martínez, en su catalogación de los petroglifos del Monte Torroso entre A Guarda y Oia25. Pero no será hasta la catalogación de los petroglifos del Sur de la Ría de Vigo de F. J. Costas Goberna 26, denominados entonces con el nombre de piletas rectangulares de sección navicular longitudinal, cuando adquieran su verdadero carácter, y ello no es de extrañar, puesto que aquel inventariado se realizará en la comarca más fértil para estas manifestaciones. En este primer estudio, aunque se barajaba una posible utilidad como molienda, no se le da mucho crédito a esta expectativa. Será el que esto escribe quien por primera vez los estudie sistemáticamente ya sin ambigüedades en su característica como equipos de molienda, en un trabajo que desgraciadamente quedó sin publicar27. Una alusión tangencial de esta investigación se publicó en un estudio posterior28, así como en un artículo periodístico29. En los últimos años siguieron apareciendo más estaciones de equipos de molienda, sobre todo en el Monte Maúxo, con lo cual el número de casos conocidos se eleva a más de medio centenar (Fig. 9). Dado que en estos momentos estamos preparando un estudio monográfico sobre estos molinos rupestres, que verá la luz en los próximos meses, las siguientes líneas deben tomarse como un anticipo de lo que entonces se publicará. Los equipos de molienda rupestres son propios de las serranías del sur de la Ría de Vigo, aunque se conocen algunos casos aislados en Tui, Oia, Tomiño, en el Morrazo y en Poio (fig. 9), e incluso en lugares más lejanos como el N. de Galicia y el N. de Portugal, según algunas referencias. Por los datos de que disponemos, en total se conocen unas 75 estaciones con equipos de molienda rupestres en Galicia. En el Sur de la Ría de Vigo se han localizado un total de 48 casos (64 %), siendo 26 pertenecientes al Monte Maúxo, pudiéndose elevar a 31 estaciones si consideramos las zonas inmediatas a esta serranía (41 %). Son pues un elemento propio del área señalada, pero principalmente del Monte Maúxo, en cuya reducida área se encuentra el 35 % de las estaciones con molinos rupestres. Se trata de equipos pasivos para la molturación excavados en las superficies de las rocas (figs. 6, 7 y 8). El tipo más común (fig. 8) consta de una durmiente rectangular (macrocomponente) acompañada por ambos extremos por sendos rebajes también rectangulares, ovalados o irregulares (microcomponentes), ligeramente separados (lugares de trasvase). Existen casos donde faltan uno o más excepcionalmente los dos microcomponentes, e incluso también consta algún ejemplo más complejo. Lo normal es que sus dimensiones máximas oscilen entre los 60 y 70 cms. de longitud por 20-25 cms. de anchura, aunque no faltan casos que tanto no alcanzan como superan sobradamente esas medidas. Los macrocomponentes describen longitudinalmente una forma cóncava y suelen medir entre 30-40 cms. de longitud por 20-25 cms. de anchura, alcanzando en algunos casos 11 cms. de profundidad. Los microcomponentes muestran cierta disparidad de medidas, sobre todo cuando los equipos de molienda ocupan 25

Martínez do Tamuxe, X. (1982). Costas Goberna, F. J. (1984:227 y ss.) 27 Fernández Pintos, J. (inédito). 28 Fernández Pintos, J. (1993). 29 Fernández Pintos, J. (1990b). 26

25 superficies de notable pendiente. En estos casos, el microcomponente superior suele ser de menores dimensiones, a diferencia del inferior más amplio, profundo y mejor acabado. Para darnos una idea aproximada de sus dimensiones, digamos que con frecuencia oscilan entre los 14-23 cms. de anchura por 8-13 cms. de largo, mientras la profundidad no sobrepasa los 25 mm.

Fig. 7.- O Viveiro 1 (Coruxo, Vigo).

En líneas generales, estos equipos de molienda fueron excavados prioritariamente en superficies ligeramente inclinadas, si bien tampoco faltan casos de ubicaciones en rocas completamente llanas. La preferencia por los planos inclinados se aprecia bien en algunas estaciones donde los equipos se adaptan en las respectivas rocas a pequeñas pendientes de reducida extensión, localmente las más viables. El estudio de los planos interiores de estos equipos revela su indudable condición de elementos de molienda. El macrocomponente ofrece no sólo un perfil longitudinal en vaivén, sino además un intenso pulimento sobretodo en los granos de cuarzo, (a pesar de los fuertes procesos erosivos siempre quedan algunos restos de desgaste), último testimonio de la fricción producida por la tarea de molturación. El examen de los fondos de los macrocomponentes muestra en ocasiones negativos longitudinales más acusados en una zona, que permiten suponer la existencia del uso de muelas en torno a los 9-11 cms. de anchura. Es interesante indicar que tanto en el abrigo del Alto de Peneites (Chandebrito, Nigrán) 30 como en O Viveiro (Moaña)31, esta vez en el curso de una excavación arqueológica, fueron localizados junto a los equipos de molienda rupestres lo que parecen ser muelas de granito perfectamente adaptables a la

30 31

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:155). Seoane Veiga, Y. y Mañana Borrazás, P. (2005:70).

26 mano32, y probablemente usadas en la molienda en estas estaciones. Sin embargo, los microcomponentes parecen ser lugares reservados para un proceso de trituración o preparado previo de los productos que se iban a moler a continuación. Así lo sugiere la calidad rugosa de su fondo plano, donde no faltan espacios más pequeños en los cuales se concentró una mayor actividad, o incluso la forma irregular de algunos de ellos, más producto de un continuo machaqueo que de una forma previamente planificada. El rebajado apreciado en los lugares de trasvase indica que los materiales procesados en los microcomponentes eran empujados para ser molidos en los macrocomponentes.

Fig. 8.- Ejemplo y nomenclatura de un equipo de molienda rupestre (1: macrocomponente; 2: microcomponente superior; 3: microcomponente inferior; 4: lugar de trasvase superior; 5: lugar de trasvase inferior; 6: fosas).

El proceso de molturación realizada debía implicar la concentración de un cierto esfuerzo, y no propiamente de un desplazamiento largo de la muela. Así lo sugiere la forma cóncava corta longitudinal del macrocomponente, con tendencia a profundizar el centro. En los planos inclinados este trabajo se realizaría de arriba hacia abajo, con el operador de la muela tras el microcomponente superior, o por lo menos realizando el esfuerzo con esta trayectoria, tal como se documenta de la observación de los perfiles de numerosos molinos. Sin embargo, el pulimento, en ocasiones se extiende a todo el interior de esa unidad. La existencia de dos microcomponentes a cada lado parece estar pensado para la contribución de dos personas en las tareas de molturación.

32

C.E.M. (1997:64).

27 Sin embargo, debemos considerar la posibilidad de numerosas excepciones. El usuario de la muela verosímilmente se situaba más propiamente a continuación del microcomponente superior, pero quizás no siempre. En algunos casos, dado su proximidad a paredes verticales de rocas se hace imposible el uso del microcomponente superior por una segunda persona a no ser de un modo perpendicular. Algunos microcomponentes inferiores son muy amplios y profundos, realizados con cierto esmero, lo cual evoca su participación también como depósitos provisionales de la harina producida. No siempre constan los microcomponentes, por lo que aún constituyendo un hecho excepcional, ello parece implicar que tampoco eran tan estrictamente necesarios. Creemos en suma, que tal vez desde un punto de vista funcional no sea factible el hallazgo de regularidades absolutas, y sí mejor una comprensión más flexible de este testimonio cultural.

Fig. 9.- Dispersión de los equipos de molienda rupestres en el SO. de Galicia.

28 Estos equipos de molienda se realizaban previamente excavando ligeramente la superficie de la roca conformando y definiendo lo que sería el futuro molino, incluso ya con los microcomponentes. Así lo prueba la presencia de varios ejemplos en algunas estaciones, de lo cual también se deduce, que aún siendo intencionadamente elaborados, sin embargo quedaron sin ser usados con posterioridad.

Fig. 10.- Distribución de los equipos de molienda rupestres (círculo negro) y las combinaciones circulares (círculo azul) en el ámbito del Monte Maúxo.

Lo más llamativo de las estaciones de equipos de molienda rupestres es la frecuente multiplicidad de unidades en una misma superficie, siendo especialmente muy atrayentes las típicas disposiciones en hileras (figs. 6 y 7). Componen conjuntos que van desde 1 unidad pasando por los 6 molinos documentados en O Viveiro (fig. 7)33 y Alto da Bandeira (figs. 17 y 18)34, hasta las 21 unidades que vemos en As Penizas Pequenas (Panxón, Nigrán)35. Esta acumulación de molinos apretadamente distribuidos en un espacio reducido, a veces no muy holgado, paradójicamente impide un uso simultáneo de todos, dado que los individuos que utilizaban uno se disponían inevitablemente sobre los otros, o bien molestaban excesivamente el trabajo en los adyacentes. Dado que todos ellos, aparentemente eran utilizados en la misma actividad, no es fácil descubrir la lógica de esta repetición, bien en una misma roca, bien en rocas próximas. En varias ocasiones para explicar estas hileras de equipos se ha aducido que su empleo no era simultáneo, y que una vez alcanzada cierta profundidad se abandonaba y se elaboraba 33

Costas Goberna, F. J. (1984:131). Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:). 35 (http://petroglifosdomauxo.com/2012/02/22/as-penisas-pequenas/). 34

29 uno nuevo, y así sucesivamente36, lo cual no nos parece convincente. En efecto, con frecuencia las profundidades alcanzadas en los macrocomponentes de los molinos de una misma estación son similares y apenas hemos enocontrado un caso de manifiesta obsolescencia. Por otra parte, dado que el modo de trabajo era de arriba hacia abajo, a favor de la pendiente, la progresión en profundidad de la molienda, se podría compensar con la prolongación del macrocomponente a costa del microcomponente inferior. Además raros son los casos en que se alcanzan los 11 cms. de profundidad, e incluso en estos ejemplos extremos la molienda sigue siendo perfectamente practicable. Pero aún habría que considerar los ejemplos de estaciones con múltiples molinos poco ultilizados. Estamos convencidos de que estas hileras de molinos en batería se realizaron para aprovechar al máximo los planos inclinados más idóneos, y que estas peculiares distribuciones en el fondo no son de naturaleza diferente de las otras estaciones donde aparecen desordenados. M. Santos, además de asumir la idea de F. J. Costas, la enriquece postulando la explicación de la multiplicidad de molinos en hileras en una misma roca como la consecuencia de un determinado y complejo proceso de elaboración, realizado por una única persona, que usaría cada molino para una tarea distinta en el preparado final de un producto37, todo ello dentro del marco de una actividad ritual. No compartimos esta hipótesis por el simple hecho de que cada estación ofrece un número dispar de molinos, según lo cual no vemos por qué en algún caso se contentaron con un sólo equipo, pudiendo haber realizado otros más dada en ocasiones la amplitud de algunas de esas rocas. Además la forma de los molinos es siempre la misma, de donde se sigue la incapacidad para concebir un uso distinto de cada uno. No acabamos de ver tampoco por qué generalmente se excavan dos microcomponentes, uno a cada lado de la durmiente si la tarea de desmenuzamiento que en ellos se practicaría es la misma y la llevaría a cabo una sola persona. Por otra parte la supuesta actividad ritual de molienda está lejos de poder ser demostrada, aún sopesando la proximidad e incluso asociación de algunos motivos del Arte Rupestre Gallego con aquéllos. Sin embargo, en ciertas estaciones con varios ejemplos, las profundidades alcanzadas no son tan acusadas, y sin embargo ello no impidió el que si se dispusiesen en hileras, o se labrasen otros nuevos. Hemos observado que en algunas ocasiones, las hileras de molinos aprovechan al máximo un plano inclinado determinado (Figs. 6 y 7). A nuestro modo de ver, la multiplicidad de equipos de molienda en un mismo panel, tanto en hileras como desordenados, quizás pueda tanto ser debido a la necesidad de disponer de varios artefactos de uso indistinto pero que de este modo repartían el trabajo evitando la excesiva profundización, que de todos modos se alcanzó en algunos casos, o bien, tampoco se puede descartar la expectativa de cierta titularidad personal o comunal de cada molino, hipótesis ésta a la que le concedemos más verosimilitud. En varias ocasiones, han sido documentadas estaciones en el interior de abrigos o pequeños refugios rupestres, pero también al amparo de peñascos elevados, no faltando tampoco casos de exposición en la ladera N. del Maúxo, desde donde se contemplan estupendas vistas de la Ría de Vigo, y por lo tanto desprotegidos de los vientos. No obstante, se observa una cierta predilección por su emplazamiento en lugares resguardados de las corrientes de aire, protegidos por elevados peñascos. En 36 37

Costas Goberna, F. J. (1984:229). Santos Estévez, M. (2007:116).

30 consecuencia, podríamos pensar que la localización en abrigos, meros refugios de escasa capacidad, sin dejar volar nuestra fantasía quizás atiendan a razones prácticas, y no simbólicas como a veces se insinúa.

Fig. 11.- La estación de equipos de moliendas rupestres de Laxielas (Coruxo, Vigo). En el Monte Maúxo, topográficamente los encontramos por todas partes (Fig. 10), en la cima y también a los pies del monte, pero son más abundantes en la ladera Norte a distintas cotas. No ha sido aún establecido si estos molinos pudieran estar asociados con asentamientos arqueológicos adyacentes. De no ser así, habría que explicar el gran uso que se les propició, desde luego muy intenso, lo cual es síntoma de una cierta vinculación territorial, intermitente o no, pero sí continua y prolongada Sin lugar a dudas son verdaderos molinos, dada la forma navicular del durmiente, y por el hecho de que muchas veces aún constan granos de cuarzo no desprendidos con un intenso pulimento en el interior de las durmientes. Su cronología no puede ser precisada por el momento con totales garantías; de hecho, recientes excavaciones realizados en el entorno de la estación de O Viveiro, en Moaña38, y en una de Agua da Laxe (Vincios, Gondomar)39 no han revelado ningún dato cultural de interés. Quizás se necesite elegir una estación adecuada y realizar una excavación más amplia, que no se ciña únicamente a las inmediaciones de la roca. Pero al menos 38 39

Mañana-Borrazás, P. y Seoane, Y. (2008:70) y Mañana-Borrazás, P. (2011). Vázquez Rozas, R. (2005).

31 sabemos que en varios paneles las combinaciones circulares que les acompañan llevan sus anillos o surcos de salida por sus superficies internas, señal de que ya no se molía cuando se grabaron éstas. También encontramos algunas coviñas grabadas en sus planos interiores, y asociadas a aquellos. Su extraordinaria proliferación territorial en el Maúxo no es fácil de interpretar, principalmente porque con exactitud no sabemos que uso específico se les deparaba, y su distribución es irregular, pero a veces se aprecian concentraciones difusas en espacios determinados, áreas que por lo demás no disponen de un potencial agrícola tan importante como para merecer su vinculación a esta actividad, ni tampoco el especialmente duradero (o intenso, también) uso que manifiestan. Tenemos la impresión de que estos molinos estaban destinados al procesamiento de materiales quizás vegetales, pero no de origen agrícola. Sea lo que fuere lo que se procesaba, forzosamente tenía que existir exclusivamente en las inmediaciones, y no en otras zonas, y tal vez no compensase su transporte, o bien se aprovechaba la estancia en las inmediaciones para trabajar en ellos, por ejemplo durante actividades de pastoreo. Como ya hemos indicado más arriba, y tendremos oportunidad de comprobar en distintas estaciones recogidas en este trabajo, en ocasiones, en la misma roca además de equipos de molienda rupestres fueron grabados petroglifos como combinaciones circulares, coviñas o líneas, y algunas veces estos motivos aparecen claramente asociados a los molinos. Esta circunstancia motivó que hace ya tiempo hubiéramos abordado el tema desde la vertiente de la significación de los petroglifos40. Uno de los paneles estudiado era el del Laxielas (fig. 11)41. En esta estación, el equipo de molienda nº. 1 fue realizado en una roca lisa en pendiente, desde cuyo microcomponente inferior parte un surco que tras una breve trayectoria, acaba en el mismo borde de la roca. Este surco comienza de un modo vigoroso y paulatinamente pierde intensidad. En el mismo panel consta un pequeño círculo que mediante un trazo se asocia a aquella línea. Esta línea muestra todos los indicios para considerar su insculturación con la intención simbólica de permitir la salida de líquidos retenidos en el cuerpo del equipo de molienda, toda vez que no fue dotado de acusada profundidad, y por ejemplo, no desagua las precipitaciones que recoge. Quedémonos con el dato de que este pequeño círculo se asocia a este simbolismo. Casos de combinaciones circulares asociadas claramente a pilas naturales aún conocemos más, si bien realmente son pocas, y dada la ingente cantidad de petroglifos de combinaciones circulares, aunque ciertamente este tipo de asociación es muy significativa, su casuística se puede valorar como excepcional, y además generalmente afecta a pequeñas unidades, salvando algún caso, como por ejemplo el de Pena Longa (Cortegada, Silleda), donde un conjunto de combinaciones circulares fueron grabadas dentro de una gran pila natural parcialmente endorreica. Uno de estos casos, el más próximo, lo encontramos en el panel central de O Currelo 1 (Priegue, Nigrán) 42. En este panel vemos como una pequeña combinación circular se asocia mediante dos pequeños círculos adosados y con un pequeño trazo a una gran pila natural de carácter endorreico (fig. 12). Podríamos aún mencionar varios casos más, pero creemos que con este es suficiente para plantear el tema. 40

Fernández Pintos, J. (1993a). Fernández Pintos, J. (1993a:77). 42 Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:142). 41

32 Esta intencionada asociación a pilas endorreicas es factible que sea vista como la búsqueda de relacionar los círculos con un simbolismo emanado de la retención de las aguas de lluvia en esos depósitos naturales. Aunque debemos contar con ello, a priori no disponemos de información adicional para argumentar en contra de esta hipótesis y suponer que en ellas se manipulaban otro tipo de sustancias. En consecuencia se podría considerar que en los grabados rupestres de combinaciones circulares subyace un simbolismo de carácter acuático, análogamente a lo que sucede con las coviñas43. Aunque ello es viable a la vista de la documentación que presentamos, todavía se deberá matizar esta idea más detalladamente. Otra estación donde vemos asociadas combinaciones circulares y molinos rupestres es en la de Monte Pequeno (Oia, Vigo)44. En el sector central de este panel (Fig. 13) se observa una alineación de cuatro equipos de molienda de gran profundidad. Lo primero que se percibe es la centralidad de esos molinos y la perifericidad de los restantes motivos. Pero además los equipos de molienda están rodeados por un rosario de coviñas y combinaciones circulares a los que decididamente se asocian. Las coviñas, usan trazos, pero algunas fueron realizadas en el mismo interior de aquéllos. Interesantes son también las asociaciones de círculos de las cuales constan dos casos. De un borde longitudinal del molino más meridional vemos nacer y morir un gran arco, relleno de coviñas de cuyo interior sale un surco de salida de corta trayectoria. Entre dos molinos, en su parte inferior, hay un pequeño círculo con coviña central excavado en clara superposición sobre microcomponentes inferiores e incluso los macrocomponentes.

Fig. 12.- Panel central de O Currelo 1 (Priegue, Nigrán).

43 44

Fernández Pintos, J. (1993b:122). Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:162).

33 Otro caso de asociación de combinaciones circulares con equipos de molienda lo encontramos en el panel nº 2 de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán)45. En este panel (fig. 14) una combinación circular de varios anillos y coviña central conduce uno de sus anillos por el interior del macrocomponente de uno de los molinos allí existentes, mientras el anillo externo engloba la totalidad del molino por uno de sus lados.

Fig. 13.- Estación de Monte Pequeno (Oia, Vigo). 45

Fernández Pintos, J. (1993a:79).

34 Aún se podría mencionar el caso del petroglifo de A Porteliña (Trasmañó, Redondela)46, donde el anillo externo de una gran combinación circular se superpone sobre el microcomponente de uno de los dos molinos allí usados47, e incluso el del Monte da Bandeira (Saiáns, Vigo)48, del que hablaremos en el siguiente capítulo (pgns. 48 y ss.), donde el surco de salida de la combinación circular penetra ligeramente dentro del microcomponente superior de uno de los molinos. Todas estas asociaciones ponen de relieve que indefectiblemente, al menos en esos paneles, las combinaciones circulares son posteriores a los equipos de molienda. Podrán éstas asociarse a aquéllos, pero tal acto se realiza con posterioridad. Esta obvia realidad es descartada por M. Santos Estévez, para el cual se trata de intencionadas asociaciones sincrónicas. Quizás este autor ha pasado por alto que en el curso de esas asociaciones, los círculos son siempre realizados con posterioridad, y además, el mero hecho de que las líneas de los anillos se hayan trazado por el interior de los molinos supone el previo abandono del uso de estos últimos. Además, la tendencia general de las estaciones de equipos de molienda rupestres es a no concurrir con petroglifos, y a integrar paneles y estaciones monotemáticas, lo cual marca una clara diversidad, quizás no sólo cronológica, sino también funcional. Una vez aclarada esta cuestión es necesario el estudio de las implicaciones simbólicas de las mencionadas asociaciones, que como acabamos de indicar, apuntan a una clara diacronía. En el caso de O Preguntadouro 2 (fig. 14), la combinación circular, en realidad una elipse, en el fondo es consecuencia de su instalación en un mamilo y de su contorneo topográfico. El tema de la adaptación mamelonar de las combinaciones circulares será tratado extensamente en el Capítulo 3 de este estudio (pgns. 45 y ss.), por lo que para su mejor conocimiento nos remitimos a su examen. Sea como fuere la ocupación de estas turgencias es algo tan extendido en el mundo de las combinaciones circulares, que no nos debe extrañar que nos topemos con ello en este panel. En este caso, quizás se estén combinando dos asociaciones: a un equipo de molienda rupestre y a un mamilo. Debemos añadir que estos molinos en particular, por su escaso desarrollo no retienen el agua de las lluvias, ni cualquier otro líquido, al contrario de lo que sucedía en Laxielas 1. Muy distintas son las asociaciones documentadas en el panel del Monte Pequeno (fig. 13). Aquí no se puede hablar de ocupación mamilar para aquellos dos círculos señalados, por lo que la asociación a los molinos está fuera de toda duda. Sin embargo, concluir que éstos hayan sido tomados por meras pilas semejantes a las pilas naturales, para otorgar a estos motivos un valor acuático, por analogía con las verdaderas vinculaciones a pilas naturales de algunos círculos, quizás no sea el mejor modo de proceder. Tampoco podemos asegurar esta prevención. No perdamos de vista que el caso del equipo nº. 1 de Laxielas (fig. 11) es formalmente distinto y no nos sirve como paralelo. En el siguiente capítulo aún mostraremos otros casos de rocas donde coinciden combinaciones circulares con equipos de molienda rupestres sin asociarse. Es cierto no obstante, que de un microcomponente inferior de uno de los molinos de Monte Pequeno parten roca abajo dos surcos, que pueden estar simulando simbólicamente la 46

Fernández Pintos, J. (1993a:82). No obstante Fábregas Valcarce, R. (2010:33) indica que el microcomponente superior del molino se superpone al círculo, lo cual no es cierto. 48 Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:). 47

35 precipitación de líquidos (son muy tenues, casi imperceptibles), y también es cierto que son muchas las coviñas que se les asocian, lo cual nos trae a la memoria el carácter acuático de éstas, pues en no pocos casos aparecen asociadas a pilas naturales 49. Todo ello es cierto, y de momento debe dejarse sobre la mesa, sin embargo sin contradecirlo, quizás también sea necesario el ensayo de otra óptica que enriquezca nuestra visión de los hechos.

Fig. 14.- O Preguntadouro 2 (Chandebrito, Nigrán).

En los sucesivos capítulos de esta obra tendremos ocasión de desarrollar el tema de la concurrencia y emulación, dinámica en la cual debe de ser entendido el desarrollo y proliferación del Arte Rupestre Gallego. Tal como concluiremos de esas conclusiones, 49

Fernández Pintos, J. (1993b:122).

36 los actuales paneles de petroglifos no dejan de ser el resultado final de un largo proceso en el que la existencia de motivos antiguos estimulaba la grabación de otros nuevos. Las estaciones de equipos de molienda rupestres difícilmente se podían escapar del conocimiento de individuos que en sus labores de pastoreo recorrían lenta y repetidamente el monte por todas partes tras sus rebaños, y que además para la molienda en sus granos utilizaban molinos naviculares, a veces muy parecidos. En consecuencia, estas asociaciones tal vez no eran otra cosa que la materialización de una actitud respetuosa hacia las creaciones de los ancestros. Es posible que fuesen considerados como elementos idóneos para la realización de los rituales rupestres por su vinculación con el pasado, por proceder de tiempos anteriores, con el objeto de obtención de prosperidad económica (fertilidad de la tierra) por mediación de los antepasados. Ello evidentemente no excluye que también fuesen vistos además con la acepción de contenedores de agua, y por lo tanto como un reflejo de aquella pretensión. Ésta es nuestra visión de las cosas, pero existen otras, que no juzgamos acertadas. Así, M. Santos Estévez plantea varias hipótesis en un mismo trabajo. Primero barajando la posibilidad de que los grabados rupestres hayan sido pintados y entonces sugiere la idea de que en los equipos de molienda se hayan elaborado pigmentos con ese objeto, dado que algún petroglifo como en el entorno de la famosa Pedra das Procesións (Vincios, Gondomar) hay varias estaciones con equipos de molienda50, lo cual no deja de ser una idea muy aventurada, si además recordamos que de los cuatro paneles que conocemos en ese lugar, todos excepto uno se localizan a una distancia en cierto modo un tanto alejada. Sin embargo este autor en otro capítulo51 plantea la expectativa de una íntima relación entre petroglifos y equipos de molienda dada la frecuencia de asociación, coincidencia en una misma roca, o aparición en rocas próximas. Observando los casos de coincidencia en un mismo panel describe una aparente intencionada estratigrafía horizontal en la que los círculos ocupan la parte superior de las rocas, mientras los molinos se disponen en los planos inclinados inferiores. Según este autor los molinos rupestres tenían como objeto la elaboración de alguna sustancia (colorante, alucinógeno, o alimento) de las usadas en los ritos realizados sobre los petroglifos. Toda esta construcción teórica de M. Santos implica la contemporaneidad de molinos y combinaciones circulares, coviñas y líneas que son los motivos que más frecuentemente vemos compartir o asociarse con aquéllos. Sin embargo, ya hemos indicado que algunas de esas asociaciones se realizan cuando el molino ya dejó de ser usado, dado que los trazos de los círculos penetran en el interior de sus unidades operativas. Por otra parte, las líneas que se asocian a algunos de estos molinos no pueden ser tomadas como canaletas de desagüe, idea que maneja M. Santos para indicar la participación de líquidos en el proceso de molturación, dado que esos trazos son tan tenues que de servir como de desalojo de líquidos, en todo caso tal hecho será totalmente de carácter simbólico52. Además de los casi 60 paneles que conocemos con presencia de equipos de molienda, asociaciones seguras con combinaciones circulares solo contamos con cuatro, coincidencias en un mismo panel, incluyendo las anteriores, no se eleva a más 10. Pero las cosas quedarán más claras si el cómputo lo hacemos al revés, es decir, si planteamos cuántos paneles con combinaciones circulares cuentan 50

Santos Estévez, M. (2007:61). Santos Estévez, M. (2007:116 y ss). 52 Fernández Pintos, J. (1987:77-79). 51

37 asimismo con manifestación de molinos, cuya respuesta por abrumadora no necesita mayor aclaración. Pero la idea de finalidad ritual de los equipos de molienda no es compartida sólamente por M. Santos. Ha sido desarrollada también por R. Fábregas Valcarce53. Este autor procedió al análisis de micro depósitos adheridos en los componentes de molinos localizados en el Coto do Corazón (Chaín, Gondomar)54, Agua da Laxe 1 (Vincios, Gondomar), Alto de Peneites (Chandebrito, Nigrán) y A Porteliña (Trasmañó, Redondela). Los resultados de los análisis fueron dispares; mientras en Agua da Laxe 1 y A Porteliña dio negativo, en Peneites se identificaron restos orgánicos de gramíneas (poaceae) y helechos, y en el Coto do Corazón se dedujo la presencia de fitolitos de óxido de hierro, pero también lo que parece ser restos orgánicos de hiosciamina. La hiosciamina es un componente activo presente en las solanáceas, pero sobre todo en el beleño. Tradicionalmente las hojas y semillas del beleño fueron usadas tanto para la elaboración de preparados terapéuticos como sustancias psicoactivas. La expectativa del uso de la hioscamina y otros productos psicoactivos como sustancias narcotizantes ampliamente documentados ciertamente en distintos momentos de la Prehistoria, dio pie para suponer que los equipos de molienda rupestres se destinaban a la preparación de alucinógenos. No creemos necesario insistir en recordar que los molinos rupestres llevan varios miles de años a la intemperie, expuestos a todo tipo de inclemencias atmosféricas y arrastres de escorrentías, y que las conclusiones de R. Fábregas derivan del análisis de meros restos orgánicos. Pero incluso también a merced de otros usos ocasionales posteriores, por lo que la validez de esos análisis nos parece inasumible, a parte de que los resultados comentados tampoco son seguros, y no están respaldados por la publicación de un estudio químico que nos permitiesen calibrar la entidad del hallazgo. Podríamos comentar costumbres mantenidas por niños pastores contados por ellos mismos, del empleo que en el curso de sus juegos daban a grandes coviñas y pilas naturales, donde preparaban comidas, e incluso en cuyo interior vertían leche de cabras para consumirla con sopas de pan, y todo ello, y aún más, no hace ni 70 años. Además nos parece que la emisión de aquella hipótesis no tiene en cuenta la morfología específica de los molinos rupestres, pues no se ve qué necesidad de trituración previa y molienda posterior necesitaría un producto tan blando como el beleño. El caso del Coto do Corazón o Pedra Cavada es no obstante, digno de un estudio más pormenorizado. Estos molinos se encuentran en el interior de una gran roca hueca a cuyo habitáculo se accede arrastrándonos por el suelo o bien entrando ya con mayor dificultad por una ventana natural elevada. A pesar de todo ello no es un lugar totalmente cerrado, quedando expuesto por las rendijas inferiores tanto a arrastres pluviales como a la acción eólica. Además era un lugar sobradamente conocido en las cercanías y muy concurrido por niños, y de hecho desde hace tiempo se sabe de su uso, tanto por las menciones orales como por las señales de fuego que hay en las paredes interiores. En tan negativas condiciones, admitir los resultados, por otra parte ambigüos propuestos por R. Fábregas no nos parece precisamente ni lo más idóneo, ni merece mayor atención. Sin embargo esta idea encaja muy bien con la fantástica línea de investigación en boga puesta en práctica en los últimos años por algunos investigadores, 53 54

Fábregas Valcarce, R. (2010:60 y ss.). Costas Goberna, F. J. (1985:45).

38 que ven en los petroglifos una fuerte actividad ritual, mediando, claro está, el obligado consumo de sustancias psicoactivas. Recientemente R. Fábregas y C. Rodríguez han publicado varios paneles con cuadrúpedos, coviñas y círculos encontrados en Porto do Son55 localizados al abrigo de pequeños refugios de escasa capacidad, que ni llegan a la consideración de verdaderos abrigos, ni de lejos son cuevas. Sin embargo este hecho es análogo al emplazamiento de algunas estaciones de equipos de molienda56, elementos en los que no nos olvidemos, según R. Fábregas se procesaban alucinógenos. Según estos autores, en estos ambientes "cerrados" se reproducía una especie de efecto mágico: lo oculto del lugar, la oscuridad del espacio iluminado por luz artificial, la reverberación del picoteado de los grabados unido a cantos o recitaciones, junto a los efectos de la ingestión de esos productos psicoactivos, contribuirían a la escenificación de un marco de gran teatralidad magíco-ritual, propia de iniciado. Excúseme el lector de entrar a comentar tan fantástica hipótesis, porque creemos innecesario rechazar algo que no se sostiene ni por sí mismo. Quizás se le haya dado excesiva importancia al hecho de que algunas estaciones de molinos rupestres se encuentren bajo aleros rocosos57. Sin embargo, sí debemos especificar que estos refugios ni son verdaderos abrigos, ni tampoco covachas, sino eso, meros refugios, a veces muy desprotegidos, de escasa capacidad y de incómoda estancia (rara vez se puede estar de pie), y que necesitan ser muy complementados si se pretende algún aprovechamiento de protección de lluvias y corrientes de aire. No se debe perder de vista que en el caso de los equipos de molienda, junto a los ya mencionados casos de emplazamiento bajo pequeños refugios, que en realidad, insistimos, de poco resguardan, hay una cierta tendencia a aparecer al amparo de grandes peñascos, que a nuestro modo de ver lo que buscan es evitar las corrientes y vientos del NO.-SO. al igual que los citados refugios. Hay no obstante casos de estaciones de equipos de molienda localizados en clara conexión paisajística con la Ría de Vigo, y situados en puntos altos de la serranía, de donde se deduce una fuerte exposición a las corrientes. Sin embargo, también es posible que en estos casos se pudiese interponer una pantalla de elementos perecederos hoy desaparecida. Creemos que a esas ubicaciones bajo aleros rocosos no se les debe atribuir nada extraordinario, que no se explique desde la más pura lógica práctica. Es por esta búsqueda de protección de las corrientes de aire imperantes en la zona, así como su tendencia a disponerse en planos inclinados, a lo que se añade su específica morfología, que postulamos una funcionalidad estrictamente material de estos equipos de molienda, al margen, de que tal como ocurre en cualquier sociedad de pequeña escala, cualquier hecho cotidiano sea explicado por un mito preciso y no se comprenda fuera de un marco trascendental. Las sustancias molidas no podían ser de origen agrícola, aunque así lo han sugerido algunos autores58. Los cereales no necesitan una trituración previa; pero además muchos de los emplazamientos de estas estaciones descartan tales prácticas. A veces las pendientes son muy acusadas, y hay una ausencia total de zonas llanas en las inmediaciones; en otras ocasiones, la pedregosidad del área inmediata, las pendientes, o la exagerada exposición altitudinal no son los mejores ámbitos para desarrollar prácticas 55

Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012). Además del ya citado del Coto do Corazón se podrían citar A Esplainada (Cháin, Gondomar), y dos de O Xestoso (Coruxo, Vigo), uno de ellos todavía inédito. 57 Groba González, X. y Méndez Quintas, E. (2008:122 y ss.). 58 Vázquez Rozas, R. (1998:46 y 2005:33). 56

39 agrícolas. Tampoco nos parece viable el contar en la molienda con la participación de líquidos, tal como argumentaba M. Santos, pues las canaletas de desagüe que ha creído identificar en algunos molinos, no son más que simples líneas, a veces, casi imperceptibles. A nuestro modo de ver, y como hipótesis que venimos barajando desde hace tiempo, pero que no conseguimos confirmar palpablemente, en estos molinos se debían procesar frutos caracterizados por una protección exterior dura como bellotas, avellanas o piñones. Este tipo de frutos exige el desprendimiento previo de las cáscaras para extraer los dicotiledones, y éstos para su consumo han de ser molidos. Evidentemente, no es necesario recordar la importancia de estos artículos en la alimentación humana hasta no hace mucho. La ubicación en las laderas serranas de las estaciones de equipos de molienda confirma que lo molido eran productos silvestres, y además la frecuente búsqueda de la protección de los vientos del NE. y NO. no entra en contradicción con la época de recogida de bellotas, avellanas o castañas, productos otoñales, cuando este régimen de vientos en nuestra comarca precisamente se acentúa. De todos modos, de ser así, estos frutos necesitarían un tueste previo al proceso de molturación. La idea de la molienda de minerales de ocre u otros también ha sido sugerida59, pero no vemos qué material podría haber sido, pues la emisión de tal hipótesis exige la identificación de una mineralización próxima a las estaciones de molinos rupestres, lo cual dista mucho de poderse afirmar. Cabe no obstante traer aquí como testimonio la abundantísima presencia de molinos rupestres localizados en Pino del Oro (Zamora)60. Aparecen estos molinos en lajas a ras de suelo formando conjuntos análogos a los del SO. gallego, si bien en cantidad mucho mayor, y solamente integrados por la durmiente (el equivalente al macrocomponente). Se habla de más de mil unidades en esta pequeña comarca leonesa. En estos paneles se presentan desordenados o integrando hileras pero frecuentemente constituyendo abigarrados conjuntos de varias decenas. Se relacionan con la explotación aurífera de época romana, y siempre se localizan junto a los lugares de donde se extraían los minerales. Se conocen como morteros naviformes de abrasión, y su objeto era la molienda de las rocas ya previamente desmenuzadas para convertirlas en una fina harina de donde seleccionar el oro. No obstante, aún contando con la evidente semejanza formal, estos molinos rupestres de Pino del Oro no son plenamente comparables con los del SO. de Galicia. Se echan de menos los microcomponentes, y son además de mucho mayor tamaño (40-60 cms. de largo frente a los 30-40 cms. de los macrocomponentes de los gallegos, y profundidades que pueden alcanzar los 20 cms.), pero sobre todo aquí faltan las necesarias mineralizaciones. Por norma general en este área el marco geológico es el definido por la más pura litología granítica, sin más particularidades. Además las superposiciones y disposiciones periféricas de las combinaciones circulares suponen un dato de incontestable entidad; y si a ello le sumamos el elevado grado de erosión experimentado, el cual ha motivado la práctica desaparición casi en su totalidad del pulimento en las durmientes, aconsejan alejar ambas manifestaciones peninsulares, y valorar su coincidencia morfológica como fruto de la respuesta a una necesidad parecida pero producida en épocas muy distantes cronológicamente.

59 60

Por ejemplo, entre otros, Vázquez Rozas, R. (2005:33). Sánchez-Palencia F. J. y Currás, B. (2010); Sánchez-Palencia et alii (2010).

40 Quizás relacionados con la molienda de algún tipo de material diferente, y por lo tanto cronológica y culturalmente distintos a los normales del SO. de Galicia sean los localizados en la estación del Areal do Fortiñó (Saiáns, Vigo)61. Se encuentran éstos a los pies del Monte Maúxo, pero en las rocas aún salpicadas en la actualidad por el oleaje del mar. Este caso debe de ser provisionalmente separado de la categoría de los molinos rupestres como entidad cultural prehistórica definida que estamos estudiando en estas líneas, y considerarlo, al igual que los de Pino del Oro, como un posible ejemplo de convergencia diacrónica. No obstante respecto de la cronología de los equipos de molienda rupestres gallegos, ciertamente tampoco mucho podemos decir con total seguridad. La posibilidad de su anterioridad a las combinaciones circulares queda documentada por los casos de superposición o usos realizados a posteriori ya señalados y también las aparentes estratigrafías horizontales perceptibles en varias estaciones. Sin embargo los casos detectados son especialmente escasos. De entrada descartar un posible solapamiento es arriesgado, pues hay argumentos para sopesar esta otra alternativa. A este respecto un hecho que nos llama poderosamente la atención es la tendencia a la exclusión topográfica entre estaciones de combinaciones circulares y equipos de molienda (fig. 10, pgn. 28)62. Esta palpable circunstancia nos ha llevado hace ya tiempo a no dejar de lado la posibilidad de una dualidad funcional, si no queremos renunciar a una posible sincronicidad, al menos parcial. En efecto hay un hecho que no debemos perder de vista: en teoría, las estaciones de arte rupestre exigen espacios abiertos para el desarrollo de las actividades pastoriles (véase pgns. 238 y ss.), mientras los equipos de molienda necesitan una cierta masa forestal para la obtención de los frutos. Sin embargo, ambas exigencias no son estrictamente excluyentes. La observación del mapa de dispersión de las estaciones con molinos en el Maúxo (fig. 10) nos llevaría en primera instancia a ver ampliamente forestada toda su geografía. Y a esta percepción no podría oponerse la posibilidad de que la cíclica aparición y desaparición de masas forestales por doquier son la razón de esta amplia distribución geográfica, porque el elevado uso manifestado por estos artefactos implica la presencia muy prolongada de bosques, y sugiere un uso relativamente sincrónico, sino de todos, al menos de la inmensa mayoría de ellos. No obstante, un análisis detallado de los emplazamientos de petroglifos de combinaciones circulares y equipos de molienda rupestres nos llevaría a observar una generalizada exclusión topográfica donde las coincidencias son muy pocas. Si este hecho no se aprecia a partir del mapa de la Figura 10 es a causa de la escala. Una comprobación sobre el terreno nos permitiría observar claramente esta palpable circunstancia. Es por ello que se presenta tan difícil descartar tajantemente una posible sincronicidad de ambas manifestaciones rupestres, al menos parcial, con algún tipo de solapamiento cronológico, en el cual, de todos modos, las combinaciones circulares se prolongasen más en el tiempo. En efecto, hasta la primera mitad del II Milenio cal. A.C. (cuando parece ser que se desarrollan los petroglifos de combinaciones circulares63) los bosques, si bien ya muy disminuídos mantienen su presencia en el paisaje, y sin embargo, los registros palinológicos hablan de pujantes actividades pastoriles desde 61

Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/03/10/muinos-de-fortinon/). Fernández Pintos, J. (1993a:83 y ss.). 63 Fernàndez Pintos, J. (2012:16 y 17 y 2013:71). 62

41 mucho antes64. La completa decadencia de los bosques y el paso del landnam a la estepa cultural con predominio de herbáceas sólo se materializará progresivamente a partir de esta época. En consecuencia, de ser cierta esa aparente dualidad funcional entre equipos de molienda y círculos, tal vez la cronología para estos molinos rupestres se desarrolle como muy tarde a comienzos del II Milenio cal. A.C., como una manifestación de algún modo paralela al inicio del ciclo de las combinaciones circulares. Sin embargo, tampoco se puede despreciar la posibilidad de que los equipos de molienda rupestres sean anteriores en virtud de las superposiciones y estratigrafías horizontales documentadas. La circunstancia de la dualidad de ubicaciones no tendría porque ser necesariamente explicada, y la simple coincidencia ciertamente frecuente de combinaciones circulares y molinos rupestres en una misma estación, en rocas próximas, podría estar dotada ya de por sí de una cierta lógica. Además, si postulamos un uso simultáneo de todas las estaciones de equipos de molienda rupestres, ello nos llevaría a concebir un Monte Maúxo cubierto por un denso robledal, situación más bien propia del III Milenio cal. A.C. y comienzos del II Milenio cal. A.C., es decir, anterior al desarrollo de las combinaciones circulares. Esta lejanía cronológica también explicaría el porqué de las asociaciones, en función de que para entonces los molinos rupestres eran ya considerados algo muy antiguo, obra de antepasados. Personalmente nos inclinamos mejor por esta última posibilidad, tal como argumentaremos a continuación. Otro aspecto de los equipos de molienda rupestres que apenas se ha tocado es su gran profusión en el Monte Maúxo y su enrarecimiento en el resto del SO. de la provincia de Pontevedra. Esta enorme proliferación en un territorio tan pequeño como es el Maúxo, además de un elevado grado forestal, implica también una fuerte presión antrópica sobre su ecosistema, y también un cierto desarrollo demográfico. Recordemos que casi ninguno de los 50 molinos estudiados había llegado aún a la obsolescencia, por lo que se puede perfectamente concebir un uso contemporáneo de todos. De ser así, ello podría implicar una competición por la producción de los robles, y exigiría la existencia de algún tipo de regulación para evitar conflictos, lo cual necesariamente debe traducirse en una formulación de corte político con cierta jerarquización social. Supone además el aprovechamiento cíclico y estacional de esos frutos, y por lo tanto cierta y prolongada sedentariedad. En esta misma clave habla la masiva concentración en este punto de equipos de molienda y su limitada irradiación geográfica, lo cual se contradice con el supuesto seminomadismo que se les viene atribuyendo a las comunidades de esta época, y si mejor con el establecimiento de contactos fluidos, sin descartar tampoco posibles pero limitados desplazamientos e intercambios. Es viable concebir la existencia en el entorno del Monte Maúxo de una entidad cultural bien diferenciada y razonablemente organizada de algún modo político cuya vida se debía desarrollar en el área meridional del actual municipio de Vigo, en las terrazas elevadas de los pies del Monte Maúxo, por las parroquias de Coruxo, Oia y Saiáns con prolongación por el SO. hacia Priegue, y por el E. hacia Chandebrito, ambas localidades ya en Nigrán. La localización de los asentamientos mencionados anteriormente (véase pgns. 19 y ss. y fig. 5) no viene sino a corroborar esta hipótesis. Es a causa de esta información por lo que creemos que estos equipos de molienda rupestres no pueden ser llevados cronológicamente más allá del III Milenio 64

Fernández Pintos, J. (2013:53 y ss.)

42 cal. A. C., y sí mejor a momentos avanzados, tal vez hacia la segunda mitad del III Milenio cal. A. C.65 o comienzos del II Milenio cal. A. C. cuando la arqueología ha puesto de manifiesto una gran multiplicación de los asentamientos, lo cual contrasta con las épocas anteriores referidas al Neolítico Final o Calcolítico de la primera mitad del III Milenio cal. A. C. Asimismo, tampoco parece muy adecuado adelantarlos más en el tiempo, superando esta época, porque al menos desde un punto de vista teórico la actividad de recolección masiva de bellotas que sugiere la presencia de los molinos, pues a partir de estos momentos los registros palinológicos avisan de la progresiva desaparición de los bosques autóctonos probablemente a causa de la expansión de las actividades pastoriles (véanse pgns. 305 y ss.). Y no debemos olvidar que los petroglifos de combinaciones circulares se relacionan directamente con estas tareas y son prueba palpable de su magnitud, lo cual concuerda muy bien con las superposiciones y periferismos observados en algunos paneles. Otro referente que no hemos de olvidar es la gran semejanza de los equipos de molienda rupestres con ciertos tipos de molinos procedentes de yacimientos calcolíticos como pueden ser en la Península del Morrazo O Regueriño66 y Montenegro67, datado éste grosso modo entre 2880-2130 cal. A. C. En estos establecimientos fueron exhumados molinos realizados en lajas móviles, con una impronta de molienda alargada y profunda en su centro, dejando un reborde liso alrededor, y con unas dimensiones del orden de 20 x 25 cms, o incluso de 25 x 40 cms. lo cual concuerda bastante con los ejemplos de macrocomponentes rupestres (fig. 8, pag. 26). Es ésta una hipótesis que no se habrá de descartar en futuros estudios. Para su datación podemos ponerlos en relación también con las investigaciones paleoecológicas realizados en el Monte Penide68, donde constan dos estaciones con equipos de molienda. En este estudio se dectan dos grandes pulsaciones deforestadoras, una en la primera mitad del III Milenio cal. A. C., y otra en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. Es por lo tanto aceptable suponer que los equipos de molienda rupestres se desarrollasen en torno a mediados y finales del III Milenio cal. A. C. mientras se recuperaba y se mantenía la cobertera forestal. 2.2.2.6. Posibles lugares cultuales de la Prehistoria Reciente. En este apartado haremos referencia a unas cavidades donde todo apunta a que en la Prehistoria Reciente se llevaron a cabo actividades rituales. Nos referimos a los lugares de O Folón y A Porteliña. No se encuentran precisamente en el Monte Maúxo, pero sí prácticamente a sus pies (O Folón) o bastante cerca (A Porteliña), habiendo sido localizados, explorados y publicados por los infatigables miembros del Clube Espeleolóxico do Maúxo69. Del Folón contamos además con un estudio adicional centrado sólamente en los hallazgos cerámicos70. Queremos advertir que contrariamente a lo que a veces se opina71, nosotros preferimos distinguir entre sistema de cavidades y refugios. El hecho de que un simple 65

Para la calibración de las cronoologías absolutas se ha empleado el programa on line Calib 7.0. Baqueiro Vidal, S. (2006:68 y 69). 67 Gianotti, C, Mañana Borrazás, P. Criado Boado, F. y López Romero, E. (2011:fig.4). 68 Martínez Cortizas, A., Fábregas Valcarce, R. y Franco Maside, S (2000). 69 C. E. M. (1997) 70 Rodríguez Saíz, E., Hidalgo Cuñarro, J. M. y Suárez Otero, J (1997). 71 Grova González, X. y Méndez Quintas, E. (2008). 66

43 alero, más o menos desarrollado haya cobijado una reiterada ocupación humana, no nos autoriza a considerar este tipo de lugares como relacionados directamente con una actividad ritual. Tema muy distinto es el respectivo al sistema de cavidades al que pertenece O Folón. En realidad se trata de un gran complejo de bolos graníticos hundidos por una falla, y bajo los cuales se desliza una corriente subterránea. En realidad, las galerías no dejan de ser los espacios dejados entre sí por los bolos apoyados unos en otros, por lo menos en los niveles superiores. Sin embargo, el carácter ctónico del lugar es indudable por la existencia de corredores muy desarrollados en profundidad. De este lugar, cerca eso sí del acceso proceden varios útiles de piedra pulimentada y vasijas de distintas cronologías. La más antigua parece ser una de forma hemisférica con decoración de triángulos de impresiones demarcadas por líneas de zigzag, y que parecen corresponder a los siglos en torno a c. 3000 cal. A. C. En antigüedad le seguirían las inciso-metopadas tipo Penha con una cronología que podemos establecer en la primera mitad del III Milenio cal. A. C., quizás más concretamente entre el 2900 y el 2400 cal. A.C. También se encontró cerámica que por su forma y decoración se asimila con la propia del Bronce Inicial, de fines del III Milenio cal. A. C. o bien de la primera mitad del II Milenio cal. A. C. Pero también se localizaron grandes vasijas de almacenamiento cuyas formas y motivos decorativos nos llevan al Bronce Final; e incluso hay cerámica más reciente, de época romana y medieval. Curiosamente faltan los otros tipos de cerámica simbólica como son la campaniforme y los vasos de borde revirado. A nuestro modo de ver, la estación de O Folón, de momento es un tipo de yacimiento arqueológico único y excepcional, sólo en cierta medida vagamente comparable con otras cuevas de la Galicia Oriental, donde no sólo se ocupaban como habitación sino también como lugar de inhumación, y por lo tanto con carácter ritual. Se insertaría también en el hecho arqueológico ampliamente contrastado desde épocas remotas de la Humanidad de cultos realizados en las entrañas de la Tierra, cuyo significado exacto se desconoce y quizás haya sido variable. Pero asimismo no se debe de momento desligar del estudio de este tipo de yacimientos una serie de hallazgos realizados en pequeñas cavidades y en fisuras de peñascos, también ampliamente documentados en Galicia, y cuyas principales manifestaciones se extienden al II Milenio cal. A. C. y que si bien aparecen en forma de escondrijos, tal vez deban de ser entendidos mejor como ofrendas. Sin embargo, de estas categorías sí debemos apartar las estaciones de equipos de molienda rupestres, relacionados con cavidades, las cuales nos parece lo más adecuado considerarlas como simples refugios en los que resguardarse de las inclemencias atmosféricas. 2.2.2.7. Castros. Quedan por último las manifestaciones de la Edad del Hierro, de los castros (fig, 5; señalados con un cuadrado). Vemos que en la cumbre, uno de aquellos domos campaniformes, fue acondicionado para albergar un emplazamiento castreño. El asentamiento en una serranía de un castro es muy raro, pero no excepcional, toda vez que la vocación agrícola de esta etapa es contradictoria con este tipo de ámbito geográfico. Y en efecto se observa la localización de castros rodeando por todos los lados el Maúxo por su base, en la misma intersección de las terrazas agrícolas con las laderas. Muy interesante es el caso del SO. con la ubicación de tres castros muy próximos entre

44 sí, mientras hacia el N., excepto en el sector NE., no ha sido documentado ninguno, y hacia el E. encontramos el famoso castro de Chandebrito, al otro lado de la terraza agrícola, y cuya etapa más antigua se cifra en los primeros compases de la Edad del Hierro, si bien su ocupación se prolonga aún más tiempo72. El tipo de emplazamiento de los castros y de los otros asentamientos prehistóricos es evidentemente muy diferente, aunque difícilmente creemos que en época castreña quedase el Monte Maúxo sin ser explotado, entre otras, con una actividad pastoril, de la cual parece ser un indicio claro la ubicación del Maúxo Pequeno en su cumbre.

72

Hidalgo Cuñarro, J. M. (1980); Ladra, L. y Vidal Ibáñez, X. (2008).

45

3 LA OCUPACIÓN MAMILAR.

3.1. INTRODUCCIÓN. Como modo de comenzar este capítulo sería conveniente preguntarnos qué es para nosotros una combinación circular. Esta interrogante nos la hemos hecho todos los que de algún modo nos preocupamos por el Arte Rupestre Gallego. Es aún muy pronto para ofrecer una respuesta satisfactoria si lo que estábamos preguntando era acerca de su significado. Dado que esta temporal evidente incapacidad interpretativa hace ya tiempo que la tenemos bien asumida, lo que realmente pretendíamos elucidar con aquella pregunta, eran cuestiones relacionadas con la esencia, la naturaleza de las combinaciones circulares. A pesar de la sencillez de su proposición y de la flagrante insuficiencia de conocimientos no es tan descabellado el planteamiento de este tema en estos momentos, frente a lo que cabría suponer a primera vista. En efecto, después de examinar cientos de combinaciones circulares, hay ciertos principios en los que sí es posible estar de acuerdo. Por ejemplo podemos abandonar sin mayores problemas la idea de que los círculos sean la referencia gráfica de algo concreto, de una cosa, una entidad tangible. La firme convicción en esta hipótesis hizo que hace ya algunos años se manejase el término abstracción para aludir al mundo de las combinaciones circulares. Con este vocablo se pretendía declarar la intrínseca vocación no material de estas manifestaciones rupestres. Sin embargo esta locución, aún sin ser necesariamente inadecuada, suponía la aplicación de la categorización de una tendencia artística moderna a una manifestación prehistórica cuya naturaleza específica se desconoce, por lo cual se convertía en sospechosa dado su contenido semántico previo. Además, los petroglifos de cérvidos o de armas, aún siendo el reflejo de una realidad perfectamente mensurable podrían ser la expresión concretizada de una elaboración conceptual. Es por ello, que el término arte geométrico parece más adecuado por quedar en un plano meramente descriptivo y superficial dejando sin definir de antemano el significado de las combinaciones circulares, aún a sabiendas de su evidente contenido trascendente. En consecuencia, los petroglifos de combinaciones circulares remiten a un universo mental, a ideas y conceptos que aquellas comunidades no conseguían o no podían exteriorizar de un modo más literal. Las rocas graníticas fueron las mesas de dibujo sobre las que plasmaron estas ideas. He aquí, en esta última frase, de apariencia inocente, posiblemente uno de los grandes errores de la investigación de estos motivos geométricos. Efectivamente, de tanto esforzarnos por desentrañar el simbolismo o el contenido de los círculos es como si nadie se hubiese percatado de que estos petroglifos, precisamente se habían realizado en rocas naturales. Semeja que inconscientemente hubiésemos dado por hecho que a falta de otro tipo de material las piedras eran un estupendo soporte para que aquellas gentes desarrollasen sus inquietudes artísticas. También se podría haber manejado el

46 principio de perennidad del uso de las rocas que definen los mitógrafos en la comparación de religiones, si bien ello nos parece un burdo uso del paralelo etnográfico. Sin embargo, desde hace tiempo venimos llamado la atención sobre la extendida tendencia de las combinaciones circulares a aparecer grabadas en prominencias de las superficies de las rocas73 (fig. 16) porque siempre hemos sospechado que esta circunstancia no es una mera curiosidad, ni tampoco un divertimento o una licencia artística de corte estético. La importancia de esta regularidad estilística queda claramente de manifiesto cuando el diseño resultante de la adaptación a un mamilo, no siempre es una combinación circular perfecta, sino más bien, y con frecuencia una elipse, o una figura irregular, en total consonancia morfológica con las combinaciones circulares, pero que no son estrictamente círculos, ni a veces, mucho menos. De ahí, la pregunta con que abríamos este apartado: ¿Qué es, pues, una combinación circular, una figura circular o una seriede líneas curvas concéntricas cerradas (añadiríamos ahora)?. La ocupación mamilar supone un uso de las rocas como soportes artísticos de una forma distinta a como estamos acostumbrados a ver las artes plásticas en nuestra cultura, sobre todo las más afines, como la pintura, el grabado, y la fotografía, o incluso la escultura. En estas categorías artísticas, el tema representado rara vez presenta estrechos y profundos vínculos simbólicos con la forma previa del soporte, y de los materiales usados para su realización. Aunque se podrían realizar matizaciones, e incluso mencionar alguna excepción, en el fondo, en estas categorías modernas los soportes son generalmente meros bastidores pasivos al servicio del desarrollo de la creatividad artística. En las próximas páginas vamos a examinar una serie de combinaciones circulares y figuras afines en cuya concreción plástica se usaron turgencias naturales de algunas rocas, todas ellas localizadas en el Monte Maúxo. Es nuestra intención advertir que serán analizados los casos más paradigmáticos, pero no todos, aunque al final haremos una referencia conjunta, tratando de valorar las consecuencias emanadas de esta tan extendida tendencia. Otro asunto es el modo de alusión a esta tradición artística. La hemos denominado ocupación o adaptación mamilar porque a fin de cuentas el diseño circular ocupa o se adapta a las típicas protuberancias redondeadas tan comunes de las rocas pertenecientes al modelado granítico y llamados mamilos o mamelones. Es sencillamente una mención gráfica e inequívoca, pero tampoco descartamos que cuando dispongamos de más completa información sobre este hecho, estemos en mejores condiciones de buscar una denominación más ajustada a su significado. 3.2. COMBINACIONES CIRCULARES Y OCUPACIÓN MAMILAR EN EL MONTE MAÚXO. - Alto da Cañoteira (Chandebrito, Nigrán). El Alto da Cañoteira74 (coordenadas: 519.341-4.668.358) es un pequeño domo campaniforme de unos 30 m. de altura, integrado por una acumulación de peñascos tipo berrocal, y situado a los pies del Monte Maúxo, en su zona SE., al borde de una ruptura 73

Fernández Pintos, J. (1993:fig. 2; 2012:14; 2013:45 y 71). Costas Goberna, B. J. y Groba González, X. (1994:157); Del Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/22/outeiro-da-canoteira/) 74

47 de pendiente y dominando una pequeña terraza muy aplanada, mera extensión de A Chan do Rapadouro (fig. 15; véase además fig. 93, nº. 3, pgn. 201; pgn. 223). Constan dos estaciones rupestres, una en una zona baja, integrada por un equipo de molienda, y otra en la misma cima de este coto donde en dos rocas próximas vemos otros dos equipos de molienda y dos combinaciones circulares (figs. 15 y 16). Desde esta cumbre se puede contemplar una excelente perspectiva de la vega de Chandebrito, así como la práctica del control visual de la terraza adyacente. Este segundo panel lo encontramos en dos rocas bajas inmediatas, del tipo lomo de ballena, las únicas más o menos aplanadas que constan en esa cumbre, quedando protegidas por un elevado peñasco por la zona de Poniente, elevado hasta 2 m. de altura. Los grabados se estructuran en dos paneles. Por el N. y por el E. estas rocas adquieren una altura de 1,3 m.

Fig. 15.- Outeiro da Cañoteira 1 (Chandebrito, Nigrán).

48 El primer panel se sitúa al S. Se trata de una roca redondeada de 2,2 m. por 1,5 m. Lo integran dos equipos de molienda rupestres con fuerte uso tal como lo documentan los 42 mm. (nº. 1) y 24 mm. (nº. 2) de profundidad de los respectivos macrocomponentes. Es interesante señalar que al equipo nº. 1 se le grabó una coviña en el fondo del macrocomponente, así como una especie de desagüe simbólico. Las combinaciones circulares están situadas en dos mamilos que sobresalen 7 cms. (nº. 3) y 12 cms. (nº. 4) respectivamente sobre la superficie pétrea (Fig. 16). Son las únicas protuberancias que se han podido documentar en estas rocas; las restantes superficies son curvo-aplanadas. Se trata de turgencias que destacan a la vista sobradamente, por su proyección en altura a modo de conos emergiendo en medio de superficies lisas. El anillo externo del círculo nº. 3 delimita perfectamente el mamilo, incluso por el N. que esté en pendiente. En el nª. 4 el anillo exterior rodea más bien un sector ligeramente más amplio que el mismo mamilo, función que cumple mejor el anillo interno.

Fig. 16.- Figura nº. 4 del Outeiro da Cañoteira 1 (Chandebrito, Nigrán) vista desde el SO.

Monte o Alto da Bandeira (Saiáns, Vigo). Esta estación, conocida también como Cabezo de Saiáns, se sitúa en la cumbre de un pequeño domo campaniforme, tipo berrocal, constituyendo una de las máximas cotas del Monte Maúxo (figs. 16 y 17; fig. 98, nº 9, pgn. 206; fig. 100, nº. 2, pgn. 208; fig. 109, pgn. 223; pgn. 224). Se encuentra en la misma ruptura de pendiente de su ladera NO. y dominando junto a otro coto similar una de las terrazas superiores de esta

49 serranía (coordenadas: 517.607-4.668.674). Al igual que el anterior es de carácter eminentemente rocoso con profusión de peñascos75.

Fig. 17.- Plano del Alto da Bandeira (Saiáns, Oia).

El panel (figs. 17 y 18) se encuentra en la misma cumbre, hacia el E. desde donde se domina perfectamente la terraza que se abre a sus pies, sobre la cual se alza unos 30 m. y a la que es fácilmente accesible sin mucho esfuerzo. En esta roca se practicaron seis o incluso siete equipos de molienda rupestres así como una 75

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:161); Del Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/02/18/monte-da-bandeira-i/)

50 combinación circular. La roca (fig. 18) es en realidad una gruesa plancha aplanada y elevada de 2,9 m. por 3,3 m., colocada sobre otros peñascos más pequeños y dejando una gran oquedad bajo ella. Esta piedra se halla completamente protegida por el O. por un gran peñasco de más de 2 m., pero también por el N. por otras más elevadas que conforman la cima de la elevación. Sólamente los dos equipos de molienda rupestres situados en el sector NO. han soportado un prolongado uso, tal como lo documentan las huellas de los macrocomponentes, con cotas de casi 7 cms. de profundidad en ambos casos. Alguna molienda también manifiesta el más situado hacia el N. pero poca. Los cuatro restantes, fueron excavados pero no empleados, permaneciendo por lo tanto definitivamente sin uso.

Fig. 18.- El Alto da Bandeira (Saiáns, Vigo) visto desde el NO. sobre los peñascos.

La única combinación circular aquí existente fue grabada en un mamilo situado en el extremo S. de la superficie. Este mamilo, de 12 cms. de altura es la única protuberancia que consta en toda la roca, pero lo más curioso es que se encuentra parcialmente bajo el alero de otra roca situada a más altura, lo cual dificultó enormemente su confección. Asimismo, la existencia de otros peñascos hacia el SO. también suponían una molestia en la confección del círculo si se pretendía cerrar los anillos. Había superficie suficiente en el resto de la roca si se pretendía realizar una combinación circular, sin necesidad de usar tan complicado lugar. La figura resultante se reduce a la existencia de dos arcos concéntricos que contornean de lejos el señalado mamilo, sobre el cual se grabaron otras incisiones, en las que se adivina el intento de realizar una coviña central y otro anillo, así como un surco de salida que concluye en el

51 microcomponente superior de uno de los equipos de molienda, penetrando ligera pero claramente en su interior. Es de interés señalar que el referido mamilo es de aspecto muy irregular. - As Requeixadas (Priegue, Nigrán). La estación de As Requeixadas - A Laxe se encuentra en el extremo meridional de una de las terrazas superiores del Monte Maúxo, en cierto modo anunciando la pronunciada vertiente de la ladera en este sector (pgn. 77 y ss.; fig. 98, nº. 4 y 5, pgn. 206). Se han localizado aquí una serie de paneles desperdigados por un área muy rocosa76, de los cuales, dos nos interesan ahora, mientras del nº. 1 nos ocuparemos extensamente en el Capítulo 4 (infra, apartado 4.2, pgn. 77 y ss.).

Fig. 19.- As Requeixadas 4 (Priegue, Nigrán).

El panel nº. 4 de As Requeixadas - A Laxe (Figs. 19 y 20) se sitúa sobre la cara superior de un peñasco elevado perteneciente a un conjunto de varios, emplazados en una ladera que hacia el SE. se empina considerablemente (coordenadas: 517.887 76

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:146 y ss).

52 4.667.961). En líneas generales, el conjunto de peñascos se divisa perfectamente en todo el entorno. Esta superficie superior es de tendencia horizontal, de 2,15 m. por 1,08 m., y en ella encontramos tres figuras. Hacia el O., vemos un diseño elíptico de varios anillos concéntricos de 90 por 56 cms., al que se le añade una segunda figura subcircular. El diseño elíptico engloba un mamilo alargado en el sentido NO.- SE. que apenas sobresale 5 cms., pero que se individualiza claramente, y además está situado en el extremo SO. de la roca. El anillo intermedio delimita escrupulosamente el mamilo por la base (es además el anillo más relevante visualmente), mientras el externo simplemente abarca una superficie mayor. El emplazamiento marginal del mamilo, del mismo modo que ocurría en el Alto da Bandeira (vésase supra pag. 48 y ss.), no inspiró la continuación por la pared lateral vertical de la roca del diseño, apareciendo de este modo como incompleto, aunque es posible que uno de los anillos fuese continuado simbólicamente por una diaclasa horizontal allí existente. Completan el panel una pequeña combinación circular de dos anillos, coviña central y surco de salida de 23 - 26 cms. de diámetro, y una línea sinuosa de 42 cms. de longitud.

Fig. 20.- As Requeixadas 4 visto desde el O.

El panel nº. 5 de As Requeixadas – A Laxe (Figs. 21 y 22) se encuentra en un área de abundancia de lajas, tanto, que la actual capa de tierra vegetal posiblemente cubre lo que parece ser un amplio y continuo pavimento de formas de tipo lanchar. En consecuencia, el petroglifo en cuestión se localiza en una laja literalmente a ras de suelo y de nivelación completamente horizontal (coordenadas: 517.898 - 4.667.987)77. 77

(Costas Goberna, J. B. y Groba González, X., 1994:147).

53

Fig. 21.- As Requeixadas 5 (Priegue, Nigrán).

Fig. 22.- As Requeixadas 5 (Priegue, Nigrán) visto desde el NO.

54 Está integrado por una gran figura elíptica irregular y una línea sinuosa de 76 cms. de longitud. El diseño elíptico con unas medidas de 86 cms. por 60 cms., está compuesto por dos sectores instalados en sendos mamelones, bien separados e individualizados por una especie de pequeña vaguada. La turgencia mejor definida es la situada más al N. de forma piramidal, de 32 cms. por 36 cms, y de unos 7 cms. de altura por el SO. y hasta 12 cms. por el N., mientras que la más situada hacia el SO. mide 42 cms. por 15 cms. y se levanta unos 7 cms. Los surcos que la rodean son además los más visibles. En líneas generales la elipse ciñe esa doble turgencia por la base. No obstante adquiere más relevancia el sector N., tal como ya hemos indicado (Fig. 22).

Fig. 23.- O Preguntadouro 1.1 (Chandebrito, Nigrán).

55 - Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán). El topónimo Preguntadouro alude a un pequeño coto rocoso que domina visualmente toda la Chan do Rapadouro, sobre el cual se eleva unos 20 m. en su cota máxima, y localizado al S. del barrio de As Tomadas (fig. 93, nº. 8-11, pgn. 201). Esta estación está integrada por un total de siete paneles de grabados rupestres, emplazados en la cumbre y en la ladera meridional del coto, y a sus pies por naciente donde encontramos el interesante panel de O Preguntadouro 7 al cual dedicaremos el Capítulo 6. En este apartado nos vamos a centrar en el estudio de los paneles nº. 1, nº. 2 y nº. 4.1. El panel nº. 1.1 (fig. 23, pgn. 54)78 se encuentra en una roca elevada de la misma cima del coto. Desde este punto se contemplan unas excelentes vistas tanto de A Chan do Rapadouro hacia el S. como de la vega de Chandebrito hacia el NE., e incluso más lejos, las aguas de la Ría de Vigo, hacia el NO. El soporte pétreo es una piedra caballera situada en uno de las dos cumbres del coto, la cual presenta una superficie superior inclinada fuertemente hacia el NE. de 3 por 2 m. En un punto central del sector meridional de esta superficie había un pequeño mamilo de forma ovalada de 30 por 37 cms. y 4 cms. de altura. Esta turgencia fue rigurosamente delimitada por su base por un anillo que encierra otro anillo con una coviña central así como un espacio intermedio donde fueron acumuladas múltiples coviñas. A esta figura elíptica se le añadieron otros líneas curvas cerradas que delimitan espacios subcirculares, pero lisos, es decir, sin constancia de mamilos u otras irregularidades superficiales, así como una línea ondulada, que es el grabado menos relevante de todos. Del panel nº. 2 de O Preguntadouro ya nos hemos ocupado someramente en el Capítulo 1 (fig. 14 y pgn. 35). Este petroglifo se encuentra en una terraza de la ladera meridional del citado coto. Fue grabado en una roca a ras de suelo, pero elevada por el S. a modo de escalón, 1,3 m., siendo de superficie horizontal, de 2,2 por 2,8 m. seccionada en dos sectores a distinto nivel, y todos de aspecto muy sinuoso con abundantes mamelones, concavidades, diaclasas y pilas naturales. En esta roca encontramos dos equipos de molienda con una profundidad en sus macrocomponentes de 33 y 27 mm. respectivamente, lo cual implica una molienda prolongada y semejante en ambos. Se sitúan éstos en un reducido plano inclinado de la roca, el único allí existente. Asociada a uno de ellos hay una combinación circular de tres anillos, y coviña central de de 33 x 42 cms. Esta combinación circular ocupa una suave pero evidente forma mamilar redondeada, actuando los anillos a modo de curvas de nivel. Como ya hemos adelantado uno de los anillos intermedios recorre parcialmente el interior del macrocomponente de uno de los molinos, de lo cual se sigue que cuando se grabó probablemente éste ya había perdido su función. El anillo exterior del círculo abarca todo el molino por un lado uniendo con un amplio arco los microcomponentes, a los cuales también se superpone.

78

Costas Goberna, F, J. (1985:86).

56 Ligeramente hacia el SO. de estos molinos consta en una especie de concavidad una agrupación de coviñas de distintos tamaños expandidas en un área de 85 por 54 cms., algunas de ellas asociadas. En el sector SE. vemos una figura de desarrollo complejo girando en torno a dos mamilos. Por una parte observamos una gran figura elipsoidal incompleta, aunque su trazado se continúa con una diaclasa, que recorre por su base un elevado mamilo amesetado de entre 12 y 20 cms. de altura, donde fueron gravadas varias pequeñas coviñas. A esta figura se asocia otro diseño circular grabado sobre un nuevo mamilo, si bien tan sólo de 4 cms. de altura, y también relleno por coviñas. Por último, en el sector SO. del panel vemos una pequeña figura ovalada de 22 por 21 cms. junto a una cruz de factura reciente, que delimita exactamente un pequeño mamilo de 4 cms. de altura.

Fig. 24.- O Preguntadouro 4.1

57 El panel nº. 4 de O Preguntadouro (fig. 932, nº 9, pgn. 201) se emplaza también a media ladera del coto, muy cerca del anterior, y está compuesto por dos paneles dispuestos uno junto al otro. En estos momentos nos vamos a ocupar sólamente del nº. 4.1 (figs. 24 y 25), dividido asimismo en dos sectores, uno superior, el más complejo, y otro inferior, a más bajo nivel integrado por un círculo grabado aprovechando una forma redondeada de la roca de suave proyección. Se trata en consecuencia de una roca en forma de escalón, con un sector superior a ras de suelo, y elevado sobre la pendiente por el SO. La parte de la roca correspondiente al sector N. ofrece una superficie de tendencia horizontal, pero sumamente irregular con varios mamilos, uno de ellos muy prominente y de gran tamaño. El aprovechamiento de estos mamilos produjo una acumulación de grabados, resultando una figura en cierto modo muy compleja. Se distingue una gran elipse de varios anillos, con un surco de salida, y a la que se asocia un pequeño círculo, instalado también sobre otro mamilo. Junto a esta gran figura constan otros dos pequeños círculos, ocupando asimismo sus respectivos mamilos, y acompañando todo ello vemos una gran acumulación de pequeñas coviñas.

Fig. 25.- Sector superior de O Preguntadouro 4.1. visto desde el S.

- O Carballoso - Última Presa (Oia, Vigo). La presente estación (coordenadas: 517.469 - 4.669.834)79 se encuentra en una terraza intermedia de la ladera N. del Monte Maúxo (fig. 96, nº. 1, pgn. 204), en cuyo 79

Costas Goberna, F. J. y Groba González, X. (1994:165); Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/03/02/o-carballoso-ultima-presa/).

58 centro hay algunos afloramientos rocosos, donde se localizan varios paneles con grabados rupestres, destacando uno con dos equipos de molienda rupestres. El panel que ahora nos interesa fue insculpido en una gran roca baja de 5 por 1,8 m. en forma de lomo de ballena, con una altura máxima de 0,5 m., en realidad parte sobresaliente de una laja mucho más amplia parcialmente cubierta por una capa de tierra vegetal (figs. 26 y 27). En un punto céntrico de esta roca abombada, había un pequeño mamilo alargado en el sentido N.-S. de 52 por 38 cms. y 10 cms. de altura. Este mamilo sería usado como base para definir una figura elíptica a la que se le asocian otros segmentos integrando un diseño complejo de 1,08 por 43 cms.. La gran elipse consta de dos anillos concéntricos lineales, más uno intermedio compuesto por coviñas, segmentada en cuatro sectores por dos radios perpendiculares, los cuales están rellenos de pequeñas coviñas.

Fig. 26.- Detalle del sector meridional de O Carballoso - Última Presa (Oia, Vigo).

59

Fig. 27.- Figura principal de O Carballoso - Última Presa visto desde el SO. (Fotografía de A del Prado; recortada).

Hacia el S. la figura se completa por un espacio acotado asociado repleto de coviñas delimitado por dos líneas curvas y por una diaclasa, y partido en dos partes iguales por un largo surco de salida procedente del radio mayor de la elipse el cual describe una trayectoria sinuosa de 57 cms. de longitud. A aquella gran elipse se le suma por el N. otro semicírculo con aspecto reticulado y coviñas interiores. Y para acabar la descripción de la figura, a ésta última unidad se le asocia otra forma elíptica muy fraccionada. Debemos aclarar que mientras los segmentos asociados a la elipse por el N.y por el S. no desentonan técnica ni estéticamente con la elipse, la última unidad descrita, situada hacia el NE. parece un evidente añadido posterior, pues además de contrastar estéticamente está grabada con surcos más tenues, de hasta 35-40/180, siendo muy difícil de identificar, mientras que el diseño adyacente presenta unos trazos de 30/3. -

Chan do Petaco 3 (Priegue, Nigrán).

El petroglifo de A Chan do Petaco81 (figs. 28 y 29) es el último en altura de una serie de varios paneles situados en la ladera de Poniente del Monte Maúxo, y que desde As Lagoas, se disponen en una doble línea hacia la cumbre, por el presente lugar de A Chan do Petaco, y por O Currelo hacia As Requeixadas (fig. 98, nº. 7, pgn. 206). De hecho este petroglifo en concreto lo encontramos cerca de la ruptura de pendiente, 80

Las dimensiones de los surcos definitorios de los motivos, las medidas serán expresadas de este modo. Por ejmplo, 30/3 indica que se trata de un trazo con 30 mm. de anchura y 3 mm. de profundidad. 81 Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:141); Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/07/13/chan-do-petaco-iii/).

60 emplazado en una vertiente y en el margen SO. de la gran terraza dominada desde el Monte da Bandeira (coordenadas: 517.514 - 4.668.351).

Fig. 28.- Plano de Chan do Petaco 3 (Priegue, Nigrán).

61 Fue realizado en un peñasco de forma irregular, vagamente troncocónico y exento, de 65 cms. de altura por 2,1 m. y 1,8 m. En la parte superior de la superficie de la roca se talló una gran figura de 48 cms. por 54 cms., compuesta por un círculo de varios anillos y coviña central instalado en un mamilo que sobresale unos 4 cms., el cual es contorneado con precisión, para a continuación el anillo externo, desdoblándose, pasa a delimitar un sector de la roca definido por los bordes de la superficie de ésta, y por rupturas bruscas del plano y el cual se rellena con coviñas. A pocos centímetros hacia el O. de esta figura, vemos un pequeño círculo de surcos muy desvaídos, pero ocupando también una curvatura prominente de la roca. Más hacia el NO. y ya en plano inclinado se labró una figura rectangular, la cual aparentemente quedó incompleta, y cuyo espacio interno fue relleno de coviñas. Mediante un trazo se asocia a la combinación circular compleja descrita más arriba.

Fig. 29.- Chan do Petaco 3 (Priegue, Nigrán) visto desde el S.

- Outeiro de Lucas (Coruxo, Vigo). La presente estación82 se encuentra en la vertiente norte del Monte Maúxo (96, nº. 2, pgn. 204), en una de sus pequeñas terrazas intermedias de la respectiva ladera (coordenadas 517.841 - 4.669.828). En las inmediaciones de este lugar, se localizan dos estaciones más de equipos de molienda rupestre, una de ellas con tres conjuntos, y uno aún inédito (O Xestoso83).

82 83

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:171). Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:172).

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Fig. 30.- Plano de la estación de Outeiro de Lucas (Coruxo, Vigo).

El lugar se constituye por un gran conjunto rocoso aflorando en la ladera unos 4 m. y de grandes proporciones desde donde se contempla una estupenda vista de la Ría de Vigo. La estación está compuesta pos dos paneles, uno de ellos recientemente localizado84, y de los cuales nos interesa ahora el nº. 1. Se encuentra este panel en una gran roca de 3,9 m. 3,7 m. de trazado superficial horizontal pero muy accidentado con fuertes ondulaciones e incluso grandes pilas naturales. Vemos aquí un equipo de molienda rupestre que acompaña a dos combinaciones circulares. La situada hacia el E. mide 23 cms. por 24 cms. y aparece en una superficie inclinada grabada vigorosamente 84

Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/12/31/outeiro-de-lucas-i/)

63 (los anillos se ven perfectamente a cualquier hora del día). Más hacia el O. hay otra combinación circular de 30 cms. por 33 cms. de dos anillos, con coviña central y surco de salida. Esta última combinación circular está asentada en una protuberancia alargada de unos 12 cms. de altura. No se trata propiamente de un verdadero mamilo circular, sino de una turgencia más de la superficie ya de por sí ondulada de la roca. En este sentido la combinación circular fue realizada aprovechando la forma redondeada y prominente, de un modo muy parecido al circulo que ya hemos examinado en O Preguntadouro 2 en el círculo del extremo N. Para acabar es interesante añadir respecto a este panel la circunstancia de que las dos grandes pilas naturales del NO. están comunicadas por un breve exutorio completamente excavado artificalmente, y en época antigua. Una de esas pilas mide de 67 cms. por 60 cms. y 25 cms. de profundidad y ha servido para que alguno de los usuarios del equipo de molienda se instalase en su interior para realizar más cómodamente su trabajo, mientras la otra pila mide 60 cms. por 112 cms. por 24 cms. de profundidad. 3.3. LA ADAPTACIÓN MAMILAR. En los párrafos precedentes hemos tenido la oportunidad de estudiar 14 casos de combinaciones circulares en cuyo labrado se ha usado de un mamilo de la superficie pétrea de algunas rocas. Como ya hemos indicado previamente en la introducción de este capítulo se trata de una selección exploratoria sobre el tema. En realidad en el Monte Maúxo aún podríamos añadir otros 22 casos más. En este área hemos documentado unas 180 combinaciones circulares, por lo que los casos de ocupación mamilar suponen el 20 % del total, lo cual indica sin lugar a dudas la magnitud e interés de esta peculiar opción artística. Otros ejemplos parecidos a los señalados también se pueden comprobar en el estudio particular de otros petroglifos analizados en este mismo trabajo como Monte Pequeno (fig. 13, pgn. 33), O Currelo 1 (fig. 60, pgn. 127), Requeixadas 1.1 (pgns. 77 y ss.), O Preguntadouro 7 (pgns. 159 y ss.), Coutada Pequena do Maúxo (115 y ss.; fig. 100, nº 1, pgn. 208; pgn. 249), o bien ya fuera del Monte Maúxo el de Socastro (pgn. 63 y ss.), As Abelaires (pgn. 150 y ss.) y Castro Loureiro 3 (143 y ss.; fig. 112, nº. 5, pgn. 225; pgn. 229). A éstos habrá que añadir los casos estudiados recientemente de A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)85 y de los paneles nº. 2 y nº. 13 del Alargo dos Lobos 86, en Amoedo (Pazos de Borbén). No obstante, el tema de la ocupación mamilar está tan extendido por la geografía rupestre gallega que parece increíble que haya pasado desapercibido para la investigación tradicional, o por lo menos que no hubiese merecido la más mínima atención, más allá de su simple alusión. Es precisamente a causa de lo abundante de esta circunstancia, que ya desde nuestros primeros trabajos hemos dejado constancia fidedigna de esta regularidad87. Ello es prueba suficiente para corroborar un aserto que repetimos con cierta frecuencia: a pesar del volumen de tinta gastado en el estudio del Arte Rupestre Gallego, sencillamente, los petroglifos, sus verdaderos protagonistas, no habían merecido la más mínima atención; los petroglifos eran meros y obligados invitados en el banquete teórico montado por los respectivos investigadores donde se les daban a degustar teorías previamente cocinadas con uso de ingredientes

85

Fernández Pintos, J. (2012:6 y ss; y 14) Fernández Pintos; J. (2013:45 y ). 87 Fernández Pintos, J. (1993:fig. 2). 86

64 exóticos, fantásticos o inapropiados, sin la más mínima consideración de sus peculiaridades. Hemos examinado casos de mamilos decorados muy prominentes (Alto da Cañoteira, Crballoso-Última Presa, O Preguntadouro 2, O Preguntadouro 4, As Requeixadas 5, Monte da Bandeira), pero asimismo otros aparentemente más discretos, en leves protuberancias (Chan do Petaco, O Preguntadouro 1, As Requeixadas 4) o en la coronilla de abombamientos de mayor radio de curvatura (O Preguntadouro 2, Outeiro de Lucas). Los casos de aprovechamiento de ligeros abombamientos de las superficies pétreas (como por ejemplo en O Preguntadouro 7; véanse pgns. 159 y ss.) podría ser cuestionado aduciendo que quizás la forma redondeada y ligeramente protuberante del plano rocoso era muy adecuada para la realización de una figura circular, pero sin mayores implicaciones. Piénsese que lo contrario, es decir, lo que trataremos de sostener en las próximas líneas, implica suponer la intencionada elección de estas discretas turgencias con valor de significación sintáctica. Estos mamilos son formas erosivas menores propias del modelado granítico. Es por esto que las podremos identificar en muchos tipos de rocas, desde lajas (As Requeixadas 5) hasta peñascos (As Requeixadas 4), pasando por una amplia gama intermedia de modelos de roquedo e incluso en piedras de emplazamientos también dispares, desde cimas de cotos hasta chans. En A Chan do Petaco 3 encontramos una combinación circular grabada en un mamilo de un pequeño peñasco exento en forma vagamente troncocónica. Otro caso similar es el de As Requeixadas 4. La ubicación de petroglifos de círculos sobre peñascos más o menos sobresalientes del terreno también la podemos comprobar en petroglifos del mismo Monte Maúxo como A Fonte do Sapo 2, Alto da Fraga 88 y A de Rial89 (fig. 130, pgn. 253), en este caso, ya un gran peñasco de 2 m. de altura. Pero una roca también sobresaliente es la perteneciente a O Preguntadouro 1, si bien ahora como coronación de un coto. Ligados a este tipo de ubicación, es decir, petroglifos en las cimas de cotos, están en este área los del Monte da Bandeira y Alto da Cañoteira. Sin embargo estos casos, aunque son muy sugerentes, constituyen en realidad una minoría; lo más normal es su hallazgo en las distintas variante de rocas del tipo laja, e independientemente del tipo de emplazamiento. En el Alto da Cañoteira apreciamos la insculturación de ambas combinaciones circulares aprovechando prominentes mamilos que por su proyección en altura no pasan desapercibidos. Son los únicos mamilos de esas rocas. Estas turgencias fueron delimitadas escrupulosamente por su arranque con un anillo, y complementadas por una coviña en la coronilla, y anillos en las vertientes a modo de curvas de nivel. La intención de decorar esos mamilos es más que evidente. Siguiendo una actitud semejante encontramos los casos de O Preguntadouro 1 y Carballoso-Última Presa, pero también As Requeixadas 5, Monte da Bandeira y O Preguntadouro 2, si bien en estos tres últimos casos, hablar de combinaciones circulares es más problemático, o por lo menos habrá que explicar su existencia correctamente, a lo cual nos referiremos unos párrafos más abajo. 88

Costas Goberna, F. J. (1985:136, lam. V20); Del Prado, A. (http://petroglifosdomauxo.com/2010/02/08/alto-da-costa/) 89 Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987:68, fig. XI)

65 La conducta de elaboración de combinaciones circulares estudiada en el Alto da Cañoteira, es decir el aprovechamiento de prominentes turgencias, es en todo semejante a la del panel nº. 1 de A Tomada dos Pedros90, existiendo un nutrido grupo de petroglifos análogos en otras estaciones gallegas. Son estos ejemplos los únicos casos que han merecido una simple mención en los trabajos de catalogación o inventariado, antaño tan abundantes. Ante la imagen de este tipo de petroglifos es pertinente preguntarse qué pretendían los artistas, si realizar una combinación circular o, en realidad decorar un mamilo usando aquel diseño. En efecto, por una parte se debe indicar que la inmensa mayoría de los círculos fueron realizados en superficies más o menos aplanadas; y además, están los casos de O Preguntadouro 2, Monte da Bandeira y As Requeixadas 5, donde realmente el mamilo está decorado por una figura circular definida por una línea exterior de delimitación, y otras líneas e incisiones de vago trazado. Las semejanzas de estos casos con las normales combinaciones circulares son obvias, pero no lo es tanto, sin embargo, su diseño. Sea como fuere, todo ello redunda en una valoración positiva de los mamilos. En estos casos las manifestaciones rupestres sean éstas combinaciones circulares o diseños afines, se realizan en función de este cometido. Su dependencia plástica del soporte turgente es tan grande que el diseño final queda condicionado por la forma de éste. Es por ello que en ocasiones más que de círculos estamos obligados a hablar de figuras subcirculares, del tipo elipse, óvalo o más frecuentemente, de trazado irregular. Otro dato suministrado por el somero inventariado precedente refiere cómo los mamilos utilizados para insculturar figuras circulares, tanto pueden estar en el centro de la roca como en un borde. En estos casos no se duda en realizar el cincelado de los surcos en verdaderos planos verticales. Un caso interesante es el referido al sector superior de O Pregundatouro 4.1. En este panel sus cuatro figuras circulares se encuentran sobre algún mamilo, y al menos tres de ellas están asociadas. A nuestro modo de ver, mejor que considerar una composición en la que interviniesen todos esos círculos, calibramos una incorporación sucesiva de los elementos, sino de todos, al menos de parte de ellos, siguiendo un proceso de concurrencia y emulación (véase infra, Cap. 4, pgns.69 y ss). Si aquí aparecen asociados, y en el Alto da Cañoteira no, ello se debe a que en esta última estación los mamilos están muy alejados, en distintas rocas. Otro caso de consideración es el ofrecido por Chan do Petaco 3, dado que en este petroglifo el círculo principal grabado en un mamilo tiene asociado un espacio subcuadrángular cuyo trazado se adapta asimismo a una forma amesetada de la superficie individualizada y delimitada por los bordes de la roca. Un esquema semejante lo hemos estudiado en el panel nº. 6 de A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)91; también aquí sobre un mamilo había una combinación circular a la que se asociaba una gran retícula de forma trapezoidal perfectamente adaptada a una forma amesetada y bien definida de la roca. En casos como en el Alto da Cañoteira se aprecia claramente la búsqueda selectiva de los mamilos con una evidente intención simbólica. Dado que las opciones de realizarlos en planos lisos eran muchas, la ocupación mamilar como tal es incuestionable. Pero más difícil es verla, aunque si aceptarla, en los ejemplos donde los 90

Fernández Pintos, J. (2012:6 y ss.); Del Prado, A. (http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/25/a-derial/) 91 Fernández Pintos, J. (2012:11;fig. 7).

66 círculos fueron grabados en formas redondeadas vagamente prominentes, como por ejemplo en As Requeixadas 1 (pgns. 77 y ss.), u O Preguntadouro 7 (pgns. 159 y ss). En estos ejemplos, que por lo demás son especialmente abundantes se podría aducir que dado que la pretensión era la realización de una combinación circular, se buscó una forma ligeramente redondeada de la roca como soporte idóneo, sin mayores consecuencias. Sin embargo, en estos paneles también se aprecia cómo todos o casi todos los referidos ligeros abombamientos están de algún modo ocupados, lo cual es también signo de valoración positiva, y por lo tanto, motivo de consideración al estudiar la ocupación mamilar. El problema reside en dónde habremos de realizar el corte y separar lo que es objetivamente ocupación mamilar de lo que no lo es, y verdaderamente creemos que ello no es posible. Este aprovechamiento de leves mamilos ya lo habíamos estudio en el panel nº. 13 de O Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)92, y ya en aquella ocasión habíamos argumentado su inserción en esta tendencia. A nuestro modo de ver, subyace siempre la intención de adaptar una combinación circular a una protuberancia de la superficie de la roca, sin consideración a su proyección vertical, la amplitud, la forma o la situación de la turgencia. La aceptación de esta hipótesis conlleva la admisión de valoraciones de gran calado. En efecto, la decoración de esos mamilos prominentes como los del Alto da Cañoteira implica forzosamente connotaciones simbólicas, y en consecuencia de esta posibilidad tampoco se escaparían las ocupaciones mamilares del tipo comprobable en As Requeixadas 1.1 (pgns. 77 y ss.) y en O Preguntadouro 7 (pgns. 159 y ss.). Concebimos la existencia de una tradición artística donde se decoraban turgencias de la superficie de las rocas, pero ello no era siempre posible por lo que tampoco se despreciaban accidentes prominentes más discretos. Esta tradición mamilar de las combinaciones circulares habrá de ser armonizada tanto con las ocupaciones de protuberancias definidas por figuras circulares atípicas, como con el hecho de que la mayor parte de los círculos no están grabados sino en superficies lisas, sin presencia de turgencias, ni prominentes ni leves. Respecto a las figuras circulares atípicas, como son los casos e As Requeixadas 5, Monte da Bandeira y O Preguntadouro 2 se debe decir que comparten con las combinaciones circulares normales la tendencia a rodear la base del mamilo por una línea más o menos cerrada, a veces de trazado irregular. Sin embargo, el centro de la figura no se resuelve de un modo multianular o policupular siguiendo las principales tipologías de las combinaciones circulares, sino con trazos vagos e incisiones dispuestos sin aparente orden. Esta circunstancia ya hemos tenido oportunidad de examinarla en el panel nº. 2 del Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén) 93, y también en cierto modo en la gran elipse del sector superior de O Preguntadouro 4.1, e incluso en O Preguntadouro 1.1. Sin lugar a dudas se inscriben en el seno de la tradición mamilar, y son diseños análogos a las combinaciones circulares, pero por el momento a falta de estudios más detallados no estamos en condiciones de calibrar con precisión este hallazgo, pudiendo oscilar las hipótesis explicativas, desde una posible evolución artística, hasta la consecuencia de una interpretación estilística individual de una norma tradicional.

92 93

Fernández Pintos, J. (2013:45 y 71). Fernández Pintos, J. (2013:15-16).

67 Más complicado se entrevé compaginar esta tradición mamilar con la existencia de una mayoría de combinaciones circulares grabadas en planos lisos de las rocas. Tal vez esa tradición rupestre era flexible y no obligaba a excluir tajantemente unos tipos de rocas respeto de otros. Pero desde luego petroglifos como O Preguntadouro 1.1, Alto da Cañoteira o Carballoso – Última Presa y otros muchos nos indican claramente que se priorizaba los mamilos sobre las superficies planas, lo cual implica su evidente prevalencia simbólica. Esta gran importancia concedida a los mamilos en detrimento de los planos lisos de las rocas se aprecia excelentemente en el Monte da Bandeira, donde la prominencia usada, además de encontrarse en un lugar periférico de la superficie, estaba debajo de otra roca, lo cual impedía el trabajo cómodo de insculturación, pero sin embargo, al igual que ocurría en el Alto da Cañoteira, su presencia era evidente y magnetizó la grabación de los diseños circulares. Este evidente magnetismo quizás era opcional pues no afecta ni a la mitad de las combinaciones circulares. Tal vez, la decisión de labrar un círculo dependiese más de circunstancias locales o personales que de otra clase de imperativos (véase pgns. 238 y ss.). La apertura de este capítulo la iniciábamos preguntándonos sobre qué sabíamos acerca de las combinaciones circulares, pero ya entonces teníamos en el horizonte el tema de la ocupación mamilar. En efecto, considerando las cosas desde este punto de vista se hace ya más difícil tomar a las rocas como meros lienzos, cuadernos o mesas de dibujo, a falta de materiales más idóneos donde aquellas gentes optasen por desarrollar sus dotes artísticas, e incluso a los mismos círculos como simples dibujos receptores de un código significativo indescriptible. No siempre son las simples rocas las favorecidas por este esfuerzo artístico, sino ciertas partes de ellas, o algunas rocas por su forma o por disponer de alguna evidente turgencia. La decoración de los mamilos implica una vinculación con la esencia de las rocas como nunca se había sospechado antes, lo cual abre una nueva vía de investigación. Desde un punto de vista morfológico la ocupación mamilar supone una imagen tridimensional de la combinación circular, pero también, y como consecuencia de ello, a veces deriva en un trazado irregular de la figura. Generalmente los anillos externos ciñendo por la base la protuberancia, al tiempo que cumplen una función de acotamiento de una realidad litológica, de su diseño se deriva la forma frecuentemente irregular de algunas combinaciones circulares. Es por ello que nos preguntábamos qué podría ser una combinación circular porque a la vista de una ocupación mamilar, el tomarlas como meros dibujos tropieza con complejas dificultades teóricas. En este sentido, ya no se trataba solamente de elaborar un diseño circular, sino de decorar una forma pétrea caracterizada por su prominencia con líneas cerradas indudablemente emparentadas con las normales combinaciones circulares, pero con una matización en apariencia de muy distinta índole. Futuras investigaciones sobre este tema, que consideramos crucial para el avance en la comprensión del arte rupestre de los círculos están ya en marcha y verán la luz en un futuro no muy lejano.

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4 CONCURRENCIA Y EMULACIÓN

En el estudio de las combinaciones circulares del Arte Rupestre Gallego la preocupación sobre su significación fue desde siempre una de las directrices de la investigación. Todos los que hemos trabajado con los petroglifos constantemente nos preguntamos qué se esconde bajo sus formas geométricas. Se trata de una aspiración muy legítima, sin embargo hoy en día sabemos, que paradójicamente aún conociendo su significado exacto, de poco nos valdría si no conseguimos comprenderlo en función de un contexto donde se tenga en cuenta el entramado social e histórico particular. Véase por ejemplo el tema de las coviñas, para las cuáles hemos propuesto una identificación simbólica con las pilas naturales de las rocas graníticas (infra Capítulo 7, pgn 115 y ss.). Aunque esta hipótesis estuviese investida de total certidumbre, por el momento no nos ha servido de mucho provecho, dado que su cronología parece ser muy extensa, afectando incluso a distintos momentos culturales contiguos, desde el Bronce Final hasta la Tardoantigüedad, y todavía no se ha ensayado incardinarlas en el engranaje de las respectivas simbologías socio-religiosas de las respectivas etapas. Pero para su exacta comprensión los grabados rupestres no sólamente han de ser puestos en relación con la simbología socio-religiosa característica de su época, aunque reconocemos que esta es una vertiente de gran importancia, sino también muy probablemente con otros aspectos y mecanismos sociales donde la separación de lo religioso y lo laico sólamente se materializa en nuestras mentes actuales, pero que en su momento sirvieron para la reproducción de un marco cultural idóneo que promovió su aparición y vigencia. En la averiguación del significado de las combinaciones circulares presumiblemente no baste con alcanzar a saber qué son en esencia, sino también por qué motivo se labraban, cómo se llevaba a cabo su factura, y de qué consideración social era merecedor su legado tras su hechura en los años y los siglos venideros. Todas estas facetas son parte necesaria de su significación, careciendo de sentido la valoración de unas sobre otras. Es por ello que en los últimos años los trabajos de Arte Rupestre se han centrado en desentrañar el tipo de sociedad que se servía de ellos y otorgar a los petroglifos una funcionalidad social dimanada de la comparación etnográfica y de la elucubración personal de cada investigador. Sobre este tema ya nos extenderemos más adelante; de momento indicar que para alcanzar sólidamente esos conocimientos que se presumen, no basta la simple intuición; primero es necesario el estudio de los grabados en sí mismos, para que de su análisis se extraiga información válida fácilmente contrastable. La experiencia de los trabajos de campo nos pone en contacto con una desconcertante y rica diversidad de tipos de estaciones y paneles lo cual exige una explicación. En ocasiones vemos excelentes roquedos donde consta un pequeño círculo nada más, mientras en rocas de escasa calidad y de menor extensión constan prolíficos conjuntos de combinaciones circulares, y en otros casos grandiosos petroglifos con decenas de círculos. Los paneles no presentan siempre el mismo número de unidades, ni

70 parecen tampoco responder a un esquema o tipologías fácilmente identificables, y la gama de presentaciones es tan variada que da la impresión de que cada panel nos cuenta una historia diferente. En unos petroglifos vemos tres o cuatro círculos dispersos, cercanos pero inconexos; en otros una gran multitud de casos yuxtapuestos, en contacto mutuo o en medio de una maraña de líneas. Muchas combinaciones circulares se presentan tal cual, es decir, una forma circular de varios anillos concéntricos con coviña central, pero en otros casos esa misma figura aparece como base de complejas composiciones. En resumidas cuentas, el abanico de posibilidades artísticas es verdaderamente extraordinario. La pregunta qué subyace a esta problemática pasa por tratar de comprender cómo se conformaba un panel de combinaciones circulares; es decir, determinar si los petroglifos se planificaban detalladamente antes de empezar a grabarlos, o no dejaban de ser simplemente lugares donde se acumularon múltiples actos de grabación inconexos cronológicamente. Como ya es bien sabido, bibliográficamente la línea de investigación que hemos mantenido desde siempre es la concepción del Arte Rupestre Gallego como el resultado de una sucesión diacrónica de estilos (infra Cap. 9, pgn. 260 y ss.)94. En este sentido, cuando en un mismo panel coinciden combinaciones circulares, cuadrúpedos, coviñas y cruciformes, entendemos que el panel actual es la consecuencia final de la adición diacrónica de motivos. Esta diacronía implica también una diversidad cultural, pues cada uno de aquellos diseños responde a un estrato histórico diferente. Aunque algunos autores pretenden negarlo, la diversidad estilística, las abundantes superposiciones, las estratigrafías horizontales, las especializaciones de paneles y la distinta distribución territorial permiten razonablemente pensar en esa dirección. De carácter más complejo es no obstante concebir la posibilidad de la evolución interna de un mismo motivo. Si hacemos alusión a los estudios rupestres veremos que por norma general, si bien a veces se insinúa la posibilidad de que todos los grabados de un mismo panel así como su disposición final no parecen ser el fruto de una calculada planificación previa, al final, el sentido de las conclusiones manejadas gira más o menos en torno a la suposición de una vaga coetaneidad de dichos motivos, en el mejor de los casos. El mero hecho del empleo abusivo del término asociación aplicado a todas las figuras que comparten una roca, es todo un ejemplo de esta tendencia. La palabra asociación generalmente se vino empleando para aludir al hecho de que varios motivos se disponen próximos y comparten una misma superficie, pero con frecuencia rápidamente se pasa a indicar que están asociados. Dicho de este modo pudiera pensarse que en el fondo se trata del empleo relajado de una palabra normal de nuestro vocabulario como un tecnicismo especializado, pero en la lectura de las conclusiones sin lugar a dudas se ve perfectamente que el vocablo asociación acaba por imponer su significación, es decir, remite a vinculación significativa, o lo que es lo mismo, coetaneidad. Sobre el asunto del valor y exacto uso metodológico del término asociación ya nos hemos extendido en otros trabajos95, y aún volveremos a aludirlo más adelante (pgn. 155 y ss.). Un ejemplo reciente de esta circunstancia la protagonizan R. Fábregas y C. Rodríguez96cuando primeramente advierten sobre la eventualidad de una posible 94

Fernández Pintos, J. (1993). Fernández Pintos, J. (2013:67). 96 Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012). 95

71 diacronía de los motivos de un mismo panel, para más adelante conjeturar que la comprensión del significado de un petroglifo probablemente no estuviese al alcance de todos los miembros de la comunidad y exigiese la existencia de personajes en cuyas manos estaba la misión de exponer a los profanos cómo se debía ver el petroglifo, desde donde y qué significado tenía cada uno de las figuras, y qué sentido poseía la globalidad de los grabados. No es éste el único caso, pero define muy bien un mismo proceso que se puede observar de manera muy parecida en otros autores. Desde luego, la suposición teórica previa de que todos los grabados de un mismo panel respondan a un único estímulo cultural o sean la consecuencia de una planificación previa, y que de este modo pervivieran inmaculadamente desde entonces, permítasenos concebirlo como una manifestación de flagrnte ingenuidad. En efecto, esta actitud no puede ser tomada de otro modo si se piensa que estamos ante un tipo de manifestación artística muy antigua, remontada a varios milenios antes de nuestra era, localizada al aire libre y a la vista de todos en multitud de rocas de nuestras serranías, incluso en la cercanía de asentamientos permanentes posteriores y siempre en el interior de unos hábitats explotados intensamente, muchas de ellas bien conocidas en sus áreas de implantación. No considerar estas prevenciones sin dejar abierta la puerta a manipulaciones sucesivas de futuros visitantes de los parajes supone estar muy alejado de la comprensión del Arte Rupestre Gallego. El tema de la diacronía de los motivos de un mismo panel, aún perteneciendo todos al mismo estilo ya lo sugeríamos hace tiempo. Recientemente en estudios más detallados de algunas estaciones, concretamente el Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)97 hemos tenido la posibilidad de explorar esta posibilidad. En el curso de esta investigación se ha podido incluso detectar como algunas asociaciones de círculos implicaban en apariencia adiciones diacrónicas, más o menos alejadas en el tiempo, pero distintas y sucesivas; además en algún caso tampoco era seguro que todos los elementos de una misma combinación circular fuesen realizados simultáneamente. En efecto, en los paneles de este yacimiento se pudo comprobar la presencia de varios estilos de combinaciones circulares que responden a concepciones estéticas distintas. Es cierto que se encontraban en rocas distintas, pero también porque en esta estación se contaba con esta expectativa, pues de lo contrario sería de esperar que coincidiesen todas en un mismo panel. Se observó asimismo un caso claro de asociación de dos combinaciones circulares cuyas características técnicas dispares sugieren cierto alejamiento temporal entre ambas. Pero lo más sorprendente fue el hallazgo de motivos que quedaron aparentemente inclonclusos, a medio hacer, o con indicios de haber experimentado manipulaciones o añadidos distantes cronológicamente. Precisamente en este capítulo trataremos de ahondar en esta problemática, pues concebimos totalmente necesario el esclarecimiento, o por lo menos la delimitación teórica de este aspecto, dado que tras su evidente realidad, probablemente se oculte información de gran valía para comprender la dinámica social e histórica relativa al desarrollo y vigencia de la grabación de combinaciones circulares del Arte Rupestre Gallego. Para ello hemos seleccionado dos petroglifos existentes en el Monte Maúxo, A Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán) y el panel nº. 1 de As Requeixadas - A Laxe (Priegue, Nigrán), los cuales van a ser estudiados en profundidad, tratando de averiguar cómo se llegaron a formar, y ulteriormente nos servirán de paradigma para comprender 97

Fernández Pintos, J. (2013).

72 más claramente este complejo proceso. Este capítulo pretende ser temáticamente autónomo, pero debe ser tomado como una introducción a la tesis que postula una evolución artística dinámica y diacrónica de los motivos integrantes de un mismo panel. Es por ello que su sentido teórico se completará necesariamente con los siguientes capítulos cuando se exploten temas más concretos relacionados con la conformación progresiva y compleja de ciertos paneles, y también de una peculiar evolución morfológica detectada en numerosos petroglifos. 4.1. DESCRIPCIÓN MORFOLÓGICA DE LOS PANELES El petroglifo de A Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán). La estación de A Chan do Rapadouro se encuentra en la parroquia de Chandebrito (Nigrán), en un espacio caracterizado por las abundantes manifestaciones rupestres, entre otros yacimientos arqueológicos (véanse figs. 93, nº. 10, pgn. 201; fig. 108, nº 1, pgn. 221; fig. 94, pgn. 202, donde describimos el lugar.). La estación es conocida ya desde fines de los años 80 del pasado siglo, localizada por el Clube Espeleolóxico do Mauxo98. Posterior es la mención del equipo encabezado por F. J. Costas Goberna99, que además presentan un plano sumamente deficiente. Recientemente A. del Prado le ha dedicado una página en Internet donde se muestran varias interesantes fotos y el plano levantado por el Clube Espeleolóxico do Mauxo en su momento100.

Fig. 31. Vista general del petroglifo de A Chan do Rapadouro desde el SO. 98

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1990 y 1994). Costas Goberna, F. J., (1993). 100 Del Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/20/chan-ou-mar-de-rapadouro/). 99

73

Fig. 32.- Plano de los grabados de A Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán).

Descripción geográfica. El presente petroglifo se encuentra en el paraje conocido como Chan o Chans o Mar do Rapadouro (519.194-4.668.042). Se trata de una amplia superficie aplanada de aspecto subrectangular, estirada en dirección NO.-SE. de unos 600 m. de longitud por 300 m. de anchura. Está situada a 300 m. de altitud sobre el nivel del mar y dista de él algo más de 4 kms. Es una zona emplazada entre serranías (a poniente se alza el Mauxo con 456 m. en el Outeiro Grande, y a naciente el Monte del Alba con 527 m. en el Cepudo). No obstante hacia norte y sur el terreno desciende progresivamente, bien hacia las tierras litorales de Vigo, bien hacia el valle del Miñor en Nigrán. La Chan do Rapadouro es una planicie de carácter ligeramente ondulado, con algunos afloramientos rocosos de escasa entidad, y emplazada levemente a más altura que las tierras de labor de la parroquia, sobre todo las contiguas. Tradicionalmente estuvo dedicada al pastoreo, pues incluso debido a su horizontalidad, hay áreas tendentes al encharcamiento estacional, aunque asimismo es también parcialmente apta para un tipo de agricultura que permita suelos más ligeros. El panel está en el extremo NO. de la chan, sector ya de por sí algo más elevado. En este sitio hay un afloramiento de varias grandes rocas pero escasamente sobresalientes que configuran una suave elevación del terreno de no mucho más de 1 m. de altura. Con una vegetación baja, desde este punto se puede controlar una amplia

74 superficie abarcando prácticamente la casi totalidad de la chan y hacia el NO. parte de la ladera del Mauxo. El lugar, no obstante no es fácil de identificar desde lejos, y por supuesto, el petroglifo pasa completamente desapercibido al haber sido grabado en una roca muy baja. La estación se localiza en medio de un área muy fértil arqueológicamente. Hacia el centro de esta chan fue localizada una mámoa de escaso porte y lo que parece ser un asentamiento de época campaniforme y del II Milenio cal. A. C. También en su extremo occidental, pero ya en la ladera de naciente del Maúxo se identificaron en superficie varios yacimientos de donde se recuperaron cerámicas, un molino navicular e incluso industria lítica de la prehistoria reciente. Todos estos yacimientos distan menos de 500 m. del petroglifo en estudio. Pero asimismo en la zona abundan las manifestaciones rupestres (figs. 93, nº. 10). Sin alejarnos mucho de este punto, en el pequeño outeiro que delimita por el N. la Chan do Rapadouro llamado O Preguntadouro, encontramos varios paneles, y más abajo constan los petroglifos de As Cancelas y O Rabete, y por el norte de la elevación, y hacia poniente por la ladera del Mauxo, constan aún varios petroglifos más.

Fig. 33.- Vista del panel de A Chan do Rapadouro desde el SE.

Descripción morfológica. La estación está integrada por un único panel grabado en una roca de forma subrectangular de 3,25 m. de longitud por 2,2 m. de anchura con el eje mayor orientado aproximadamente en sentido norte-sur (Figs. 31, 32, 33 y contraportada). La roca posee una superficie abombada tanto longitudinal como transversalmente adoptando la forma de lomo de ballena, no superando los 0,4 m. de altura máxima. Dispone de una reducida

75 área superior horizontal que englobaría a los círculos nº. 5, 8, 9, 10 y 11 (fig. 34), para a continuación caer en suaves planos inclinados en el arco que va del NO. hasta el SE. En esta superficie fueron grabadas hasta 17 combinaciones circulares, prácticamente como único motivo, si exceptuamos alguna línea (fig. 32). No constan otros motivos, como por ejemplo las tan abundantes y omnipresentes coviñas. Esta roca está recorrida transversalmente por una línea de profundas marcas de cuña realizadas con el objeto de ser aprovechada como cantera, tarea no obstante por fortuna abandonada.

Fig. 34.- Numeración descriptiva de las figuras del panel de A Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán).

Asimismo en su superficie consta un elevado número de impactos de picos o punteros metálicos, en algunos casos de notable relevancia. Estas marcas de pica o puntero, siempre las interpretamos como comprobaciones sonoras que hacían los canteros para según el sonido apreciado por la factura de la incisión valorar la viabilidad de la extracción de sillares. Así se nos indicó en alguna ocasión. Sin embargo, tampoco debemos descartar la posibilidad de que hayan sido realizados también por niños pastores en tiempos recientes hacia mediados del pasado siglo XX. En efecto, es una constante en los vecinos de ésta y otras áreas con elevada presencia rupestre la convicción popular de que los petroglifos habían sido realizados por niños que andaban

76 con los animales por el monte. Sin embargo, nunca se le ha dado mucho crédito a estas alusiones porque las intensas prospecciones de algunas zonas no han revelado más que un limitado número de figuras modernas. No obstante recientemente una mujer de Fragoselo (Coruxo) nos relató que le llevaban las herramientas a su padre al monte cuando salían con el ganado, y varias veces recibió azotes por mermar el filo de las piezas. Dado que esas supuestas figuras no aparecen con la prodigalidad qué cabría esperar, conjeturamos que esos divertimentos artísticos que tanto citan tal vez no sean otra cosa que las incisiones puntuales que actualmente observamos en muchos petroglifos, pues a veces no dejan de llevar una intención destructiva al afectar innecesariamente a los grabados, bajo la forma de escamaciones o áreas de insculturado amplias. Estas manifestaciones artísticas rupestres modernas probablemente estaban estimuladas por la presencia de los petroglifos prehistóricos, fácilmente identificables a primeras horas del día y en los atardeceres, y los cuales presumiblemente eran bien conocidos por los usuarios de aquellos pastos desde siempre. De ser cierta esta conjetura, estaríamos en consecuencia ante un nítido ejemplo de concurrencia y emulación. Para no hacer excesivamente árida la descripción morfológica vamos a obviar datos que el lector puede comprender directamente viendo las fotografías adjuntadas, como el número de anillos de las combinaciones circulares y otras características. En el sector norte (figs. 32 y 34) vemos los círculos nº. 1 a 4. El círculo nº 1 mide 32 cms. diámetro poseyendo un anillo inacabado de 45-50/6-7101, contando además con una coviña central y un surco de salida. Este anillo está realizado con cierto esmero, dando secciones tendentes a la forma de artesa. Esta unidad se asocia al nº. 2 (de 10 cms., con coviña central y seción maxima de 40/5) a través de una breve línea con un corte de 35/3. La asociación de ambas figuras integran un diseño de 52 cms. Junto a estos vemos los círculos nº. 3 (de 21 cms.; coviña central de 35/6 y anillo de 25/2) y nº. 4 ( de 13 cms., con coviña central de 35/5 y anillo de 35/5). El sector central (figs. 32 y 34) lo integran los círculos nº. 5 a 11. Destaca el nº. 5, de 48 cms. de diámetro con una forma rectangular asociada de 38 por 15 cms. rellena de coviñas, midiendo en total 78 cms. de longitud, y que concluye en una especie de círculo de 17 cms. de diámetro (nº. 6) que quizás sea una superposición al diseño anterior. La combinación circular base muestra unas secciones que van desde 35/4 hasta 50/3, mientras el apéndice rectangular no pasa de 30/3 y sus coviñas internas son del tipo 20-25/3. Al círculo nº. 5 se asocia el círculo nº. 7, de 18 cms. de diámetro, con una coviña central de 30/4 y anillos de 25-30/2. Es también de grandes dimensiones el nº. 8 (42 cms. de diámetro, con secciones de 40/1-3) del cual parte un surco de salida de 18 cms. que lleva hasta el círculo nº. 9 (10 cms.). Al lado de estos están los círculos nº. 10 (20 cms.) y 11 (18 cms., con coviña central de 35/2 y secciones de 30/3) los cuales están asociados. El sector meridional (figs. 32 e 34) está compuesto por los círculos nº. 12 a 17. Domina este sector el diseño nº 12 (72 cms. de longitud por 52 cms. de anchura con anillos cuyas secciones van desde los 35/3 hasta 45/8) constituido por un óvalo que engloba una combinación circular (de 57 cms. y de la que parte un surco de salida), y 101

Las medidas de la sección de los surcos se expresarán de este modo y en milímetros. Así una sección de 40/5 debe de ser entendida como de 40 mm. de ancho y 5 mm. de profundidad.

77 una forma semicircular rellena con algunas coviñas del tipo 30.35/5-6. Aún a éste parece asociarse por proximidad la figura circular nº. 13 (40 por 37 cms.) muy degradada físicamente. Al lado de éstos constan los círculos nº. 14, prácticamente asociado al anterior, y el nª. 15 (de 19 por 15 cms., con coviña central de 35/3, anillo interno de 25/3 y externo de 30-40/2) afectado por una línea horizontal. Otras unidades de este sector son el nº. 16 (de 21 cms. y sección de 25-30/2) y el nº. 17 ( de 17 cms. con surcos de 20-30/2), muy próximo al nº. 12. Otros grabados como largas líneas horizontales e incisiones sin mayor relevancia las encontramos por debajo de los círculos nº. 13, 14 y 15. En lo que atañe a las características técnicas de los círculos es de destacar que a simple vista (no con luz rasante, tal como se muestra en las figuras 31, 33 y contraportada) se identifican relativamente bien, pero no sin dificultades los círculos nº. 1, 5, 8 y 12, es decir, los más grandes, mientras los restantes para ser detectados habremos de acercarnos mucho a la superficie, y aún así no es tarea sencilla seguirlos. El círculo nº. 5 presenta surcos con secciones muy abiertas siendo empero de menor relieve los surcos de la forma rectangular asociada, con coviñas interiores también muy tenues. De calidad análoga se muestran los anillos del círculo nº. 8 . El círculo nº. 1 es más perceptible, primero por la profundidad del anillo pero además, y principalmente porque este anillo ha sido confeccionado tan cuidadosamente que su sección tiene el aspecto de "artesa". Una sección semejante la encontramos en el círculo nº. 12, si bien las dimensiones de sección son menores, mientras las coviñas interiores del espacio asociado son de mayor tamaño que las del círculo nº. 5.

Fig. 35. Vista general del panel nº. 1 de As Requeixadas 1 (Priegue, Nigrán) visto desde el SE.

78 As Requeixadas 1.1 (Priegue, Nigrán). Hemos denominado As Requeixadas 1.1 al panel bibliográficamente conocido como As Requeixadas - A Laxe 1102 (coordenadas: 517.846 - 4.667.970). Como se puede apreciar por el mapa topográfico correspondiente (fig. 98, nº. 4, pgn. 206), el paraje se localiza próximo al borde de una de las terrazas superiores del Monte Maúxo, situado hacia el SO. de esta unidad y a 355 m. de altitud. A partir de esta zona, el terrreno se resuelve en una ladera muy pronunciada, si bien la línea ruptura de pendiente se encuentra aún a 200 m. hacia el S.

Fig. 36.- El panel nº. 1 de As Requeixadas 1 (Priegue, Nigrán) visto desde el SE.

Asimismo, a partir del mapa adjuntado (fig. 98, pgn. 206; fig. 99, pgn. 207), se observa que la estación se halla en una zona de evidente riqueza rupestre, con otras estaciones dispersas, que ascendiendo la ladera por O Currelo, se dirigen hacia el centro del Maúxo por el Outeiro dos Lagartos. El paraje concreto donde localizamos la estación de As Requeixadas 1 constituye una especie de terraza rocosa de escasa entidad que se individualiza en una zona de suaves pendientes y pequeñas cuencas planas, exceptuando por el SO. por donde se da paso abruptamente a la ladera. Esta superficie rocosa se caracteriza perfectamente en el entorno, precisamente por eso, por su extrema litología, y por estar levemente elevada, a excepción del N., integrando la forma de un típico outeiriño si vemos el lugar desde un arco meridional que va desde O. hasta el E. La terraza mide de 102

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:146, lam. 10).

79 unos 50 m. de diámetro, está completamente pavimentada por lajas, y hacia el S. destacan algunos peñascos no muy altos, descendiendo a continuación el terreno, donde aún siguen apareciendo lajas y peñascos, pero en menor medida. Únicamente el panel nº. 5 (supra pgn. 51 y ss.) se encuentra en el laxiedo, a diferencia de los cuatro restantes paneles que en líneas generales fueron grabados en rocas en esa ligera vertiente del S. que mira sobre una pequeña superficie plana situada a sus pies. El panel nº. 4 se encuentra en un grupo de peñascos moderadamente sobresalientes emplazados hacia el SE. (supra pgn. 51 y ss., figs. 19 y 20); hay algunos paneles menores en las rocas elevadas de la coronilla del lugar, pero el principal panel de esta estación, el nº. 1, lo encontraremos en una laja que aflora bajo aquellos peñascos de la cima del outeiriño en la mencionada pendiente meridional (figs. 35, 36 y 37).

Fig. 37.- El panel nº. 1 de As Requeixadas 1 (Priegue, Nigrán) visto desde el S.

80 El panel nº. 1 fue grabado en una superficie tipo laja que aflora con ligero abombamiento, por entre la superficie vegetal (Fig. 35). Posiblemente la limpieza del entorno de los grabados nos revele un contexto litológico inmediato más amplio, e incluso no sería extraño que bajo las tierras aún se oculten más grabados.

Fig. 38.- Plano del panel nº. 1 de As Requeixadas 1 (Priegue, Nigrán).

81 Este abombamiento tiene unas dimensiones de 1,8 m. por 2,7 m. pero tampoco es uniforme, resolviéndose mejor la superficie de un modo suavemente ondulado apreciándose algunas protuberancias (Figs. 36 y 37), y además presenta una ligera pendiente hacia el S. siguiendo la tendencia de la ladera del outeiriño. En este panel hemos identificado una veintena de figuras circulares (fig. 38 y 39) de distintos tipos. Es el motivo mayoritariamente representado, pues las coviñas apenas están presentes y no constan otra clase de figuras.

Fig. 39.- Numeración descriptiva de los motivos del panel nº. 1 de As Requeixadas 1.

En la mitad septentrional del panel identificamos los diseños nº. 1 a nº. 10. La figura nº. 1 es un anillo de 24 por 21 cms. vigorosamente grabado (sección de 35/4), pero inacabado, englobando en su interior varias coviñas del tipo 35/4. El número 2 alude a varios motivos poco definidos (surcos de 35/2) donde destacan además de una

82 línea, dos pequeños, uno círculo de 20 cms. de diámetro con coviña central y breve surco de salida y el otro de 12 cms. de diámetro, anillo de 30/2 y coviña central de 60/12. La combinación circular nº. 3 mide 29 cms. por 31 cms., poseyendo un anillo exterior con sección de 35/4 y una coviña central de 50/2 de cuyo centro parte un surco de salida curvo que conecta con el diseño nº. 4; la peculiaridad de esta unidad es que el anillo externo se separa de los interiores creando un espacio que está rellenado por algunas pequeñas coviñas del tipo 30-35/1-2. La figura nº. 4 es un pequeño óvalo de 17 cms. por 22 cms. con una sección de 30/1. El nº. 5 es también un pequeño círculo con coviña central poco perceptible. La combinación circular nº. 6 es la más grande del panel; mide 48 cms. por 43 cms., con una coviña central de 35/5, y con un sruco de salida que partiendo desde el mismo centro sobresale unos 12 cms.; el anillo externo muestra una sección de 40/3, mientras el más interno es de 30/5, de donde se sigue que curiosamente es éste el más visible; otra interesante característica de este círculo es el trazado rutilante del anillo externo. La combinación circular nº. 7 mide 25 cms. por 30 cms., y ofrece un largo surco de salida que alcanza los casi 40 cms. de longitud. sioendo la coviña central de 40/5; el anillo externo, de 35/4 se separa de los internos adoptando una forma como en espiral, y en cuyo espacio interior se grabaron una serie de pequeñas coviñas de 25/1. El círculo nº. 8 mide 23,5 cms. por 22 cms. de diámetro, ofreciendo un corto surco de salida de 10 cms. de longitud; la coviña central es de 40/5 y la sección del anillo exterior es de 40/6, de donde se sigue que éste motivo es uno de los más fácilmente identificables a simple vista de todo el panel. El número 10 alude a un conjunto de trazos curvos apenas perceptibles que parecen configurar dos figuras circulares. El motivo nº. 10 es de 21 cms. por 20 cms., con una sección de anillo 35/3. En la mitad meridional del panel están los motivos 11 a 20. La combinación circular nº. 11 mide 27 cms. por 26 cms. y tiene un corto surco de salida; la coviña central es de 50/5 y los anillo de 35/5, de donde se sigue que es también este uno de los motivos que más resaltan en el panel. La combinación circular nº. 12 es una compleja figura de 45 cms. por 34 cms.; consta de varios anillos de sección 30/2 que engloban una coviña central de 30/1 y de los cuales los dos exteriores se abren para definir un espacio anexo repleto de coviñas de tipo 25/2. La figura 13 está integrada por una coviña de 50/5 de la que parte un surco ondulante de 25 cms. y una sección de 30/2, y el cual acaba en las proximidades del anillo exterior de la figura 14. Este diseño nº. 14 es también una combinación circular de 28 cms. por 25 cms. con un anillo externo de 40/6 y una coviña central de 35/2; sobre sus anillos consta superpuesta una coviña de 40/5. La figura nº. 15 es un pequeño círculo con coviña central situado junto al anterior, que incluso podría mostrar un segundo anillo, pero que no es fácil de decidir sobre su existencia; des er así, estaría asociado al círculo nº. 14; presenta una coviña central de 40/5 y una sección de anillo de 30/2. El círculo nº. 16 es también una pequeña unidad localizada junto a las anteriores de 19 cms. de diámetro con coviña central de 30/3 y una sección de anillo de 35/2. El motivo nº. 17 es un anillo de 35 cms. por 33 cms. con una sección de 35/4 el cual quedó aparentemente inconcluso. La combinación circular nº. 18 está también aparentemente incompletada; mide 29 cms. por 27 cms., encerrando un grupo de pequeñas coviñas del tipo 25/2, siendo la sección de los anillos no superior a 25/3, por lo que podríamos añadir que los surcos son proporcionalmente estrechos y profundos. El círculo nº. 19 está asimismo sin acabar, midiendo 21 cms. de diámetro, con una sección de anillos de 35/3 y una coviña central de 45/4. Otra unidad inacabada es la nº. 20, de 16 cms. por 12 cms. con un anillo de 30/3 y una coviña central de 40/6.

83 Como se ha podido observar por la descripción. ninguna de las combinaciones circulares señaladas presenta una ocupación mamilar tal como se ha estudiado en el Capítulo II (supra, pgn. ), y aún considerando que la superficie de la roca ofrecía algunas protuberancias moderadas. No obstante se observa que algunas combinaciones circulares (sobre todo las nº. 1, 3, 14 y 18) sí han sido grabadas en relación parcial con alguna de esas formas redondeadas prominentes. 4.2. ESTUDIO ICONOGRÁFICO. Ambos paneles A Chan do Rapadouro (en adelante ACHR) y As Requeixadas 1.1. (en adelante ARQ.1) ofrecen posibilidades de estudio de múltiples aspectos, pero éstos serán tratados más pormenorizadamente en los capítulos sucesivos de este trabajo como por ejemplo los tipos de emplazamiento (infra pgn. 192 y ss.), y de roca (infra pgn. 238 y ss.) elegidos para llevar a cabo estas manifestaciones rupestres. En este apartado, nos centraremos en el análisis del aspecto meramente iconográfico, pues su examen nos proporcionará una información de corte cultural que probablemente no obtendremos de otro modo. Los dos paneles se caracterizan por haber sido grabados en rocas bajas de tipo laja, abombadas, apenas sobresaliendo del suelo, de reducidas dimensiones, pero mostrando multitud de grabados. La veintena de diseños de ambos paneles se distribuyen en los 2,5 m² de ACHR, y los 3 m² de ARQ.1. Tanto la superficie insculturada como el número de motivos son muy semejantes. La principal diferencia entre estos paneles consiste en la configuración del panel, que es de lectura horizontal en ACHR mientras en ARQ.1, lo es vertical. Pero ello se debe a la combinación de la forma de la roca y su ubicación en el terreno (en llano en ACHR, en pendiente en ARQ.1); de esta circunstancia no estimamos la derivación de algún contenido simbólico, sino mejor la adaptación a los condicionantes geológicos, y además, la comprension global de un panel se puede abordar de otro modo, tal como iremos desgranando a continuación. En efecto se aprecia una acumulación de figuras en un espacio reducido. La cuestión que se nos plantea ahora es determinar si todos estos diseños han sido realizados siguiendo un programa iconográfico determinado, o bien por el contrario son el resultado de múltiples grabaciones efectuados por los visitantes del lugar, fuere cual fuese su actividad, a lo largo de un período de tiempo aún por establecer. El mero hecho de la coincidencia de tantos motivos en paneles tan reducidos, no es para nosotros indicio seguro de una posible planificación previa con el objeto de elaborar una composición narrativa compleja donde a cada figura correspondiese un significado preciso y por tanto formase parte de un relato de corte mítico coherente más amplio. Aunque razonamientos de esta índole ya se han venido ensayando regularmente, a nadie se le escapa que la validación de una conclusión de tan considerable importancia se habrá de justificar a partir del estudio detallado de las formas plasmadas en los paneles y no de la vaga conjetura superficial. Como ya hemos dejado indicado en la introducción de este capítulo (véase supra pgn. 69), la simple circunstancia de que varios motivos coincidan en un mismo panel, incluso apretadamente como son los casos de ACHR y ARQ.1 no es garantía de que estén asociados sino ofrecen una vinculación gráfica incontestable que nosotros podamos evaluar objetivamente. Que sepamos, no disponemos de otro modo de comprender el

84 mundo de los códigos del arte rupestre sino es a partir de las evidencias físicas identificables y sistematizables en función de nuestros conocimientos actuales. En un trabajo anterior habíamos hecho alusión a la existencia de una cierta gama de posibilidades de paneles y estaciones rupestres103. En efecto, encontramos estaciones como ACHR integradas por un único panel donde se acumula desde una hasta una gran cantidad de combinaciones circulares, pudiendo llegar a constituir grandiosos paneles. Muchas veces, estos paneles se encuentran en la única roca apta del lugar, pero también en ocasiones en la única roca disponible como son los casos en el Maúxo, de A Valgada da Fonte do Sapo 1104, y en Gondomar la Tomada do Xacove (pgns. 166 y ss.; fig. 108, nº. 3, pgn. 221). En ocasiones aún disponiendo de excelentes posibilidades en las superficies adyacentes, los grabados se concentran apretadamente unos junto a los otros, como sucede en el petroglifo cangués de As Abelaires105. Otro tipo de estaciones son las constituidas por una serie de paneles distribuidos por rocas cercanas, paradigma de las cuales son Agualonga en Valadares (Vigo)106, A Fonte da Plata (Morgadáns, Gondomar)107, el Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)108, y también la presente de As Requeixadas 1, donde como ya se ha visto está constituída por cinco paneles. Es evidente que en los ejemplos de estaciones como estas últimas, donde los grabados se reparten en las rocas cercanas, nadie hablaría que todos aquellos paneles estarían asociados. Podría discutirse su mejor o peor coetaneidad, pero difícilmente se podría decir que todos ellos forman parte de un entramado mítico o ceremonial intencionadamente configurado, a menos que pretendamos pecar de superficialidad, porque desde luego no contamos con argumentos solidos, a no ser los que elabore nuestra imaginación. Para este tipo de estaciones es viable suponerles una génesis y evolución caracterizada por la acumulación sucesiva de grabados en rocas cercanas de un lugar concreto elegido por algún motivo. Pero esta dispersión de combinaciones circulares muy separadas físicamente las unas de las otras también se aprecia en estaciones donde la roca base es una inmensa superficie pétrea. Un buen ejemplo de este supuesto lo encontramos en la estación de Pé de Mula (Sabaxáns, Mondariz)109. La estación de Pé de Mula está constituida por una gran cantidad de grabados donde constan grandes y medianas combinaciones circulares, coviñas, y otros petroglifos más modernos como cruciformes y figuras cuadradas e incluso alfabetiformes distribuidos todos ellos por una descomunal laja, en un espacio no inferior a los 800 m². Si nos ceñimos a las combinaciones circulares, observaremos que se sitúan muy separadas las unas de las otras, incluso a veces varios metros, y sin que medie entre ellas vínculo alguno, donde forzosamente sería un atrevimiento el sugerir su asociación. Este fenómeno puede identificarse en otros muchos paneles y estaciones, siendo un modelo de panel que se repite con mucha frecuencia, si bien generalmente la conforman rocas mucho más pequeñas, y los paneles los integran unos pocos círculos. 103

Fernádez Pintos, J. (2013:35 y ss). Costas Goberna, F. J. y Groba González, X. (1994: 166). 105 Peña Santos, A. (2005:50). 106 Costas Goberna, F. J. (1985:144 y ss.). 107 Costas Goberna, F. J., Domínguez Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1991:118 y ss.) 108 Fernández Pintos, J. (2013). 109 Prado, A. (s/fb). 104

85 De hecho el término panel que nosotros usamos tan asiduamente como equivalente a un conjunto de motivos asociados o no pero muy próximos en una misma superficie, o en un sector muy concreto de una superficie pétrea mayor separado de otros sectores, bien por diaclasas, bien por un evidente alejamiento físico, presenta su punto más débil al tener que decidir cuánto debe estar alejado un motivo de otro para constituir un panel diferenciado. En este sentido, en los casos más problemáticos hemos aplicado algún tipo de razonamiento particular que juzgamos más adecuado. En conclusión, sin contacto físico entre combinaciones circulares no es viable hablar de asociación ni tampoco de coetaneidad absoluta. Las asociaciones se verifican de varios modos. La ligera superposición o contacto entre los anillos exteriores es uno de los métodos usados: en ACHR los vemos entre los círculos 5 y 7 y los 12, 13, 14 y 15. Otro recurso es la vinculación mediante una línea tal como vemos en ACHR en los círculos 1 y 2 y también 8 y 9, y en ARQ.1 entre 3-4 y 6-7. Otros sistema de asociación que no vemos en estas estaciones son el adosamiento (cuando una combinación circular se asocia a otra renunciando a parte de su superficie) o el entramado configurado por una superposición parcial de los anillos exteriores. Muy distinta es la asociación entre los círculos 10 y 11 en ACHR, que tanto podría ser un adosamiento como la composición de una figura más compleja análoga a la nº. 12 tanto de ACHR como en ARQ.1. Por lo tanto, en ambos paneles de entre una cuarentena de motivos, tan sólo hemos identificado asociados una minoría. Pero incluso, en estas asociaciones tampoco es totalmente seguro que los motivos ligados hayan sido confeccionados a la vez. Cuando hemos estudiado el panel nº. 1 del Alargo dos Lobos110 comprobamos como la asociación de dos combinaciones circulares que ocupan su centro estaba realizada paradójicamente con técnicas muy dispares. Mientras los anillos del círculo central apenas eran identificables, los del círculo aparentemente adosado se veían perfectamente, presentando perfiles más claros. Esta diversidad técnica más allá de algo accidental y sin trascendencia, probablemente denunciaba una asociación diacrónica, según se deriva del empleo de dos técnicas de ejecución muy distintas111. Esta curiosa contundente divergencia de secciones de surcos de los anillos aún se puede identificar en otros petroglifos, como por ejemplo en ACHR en varios casos. Del examen de las secciones de los surcos (supra, pgns. 72 y ss., y de las imágenes con luz rasante (figs. 31 y 33) se observa esa disparidad entre la asociación de círculos 6-7 y 12-13. Este hecho no es posible comprobarlo en todas las asociaciones de muchos petroglifos, pero sí afecta a una enorme cantidad de combinaciones circulares Por lo tanto, las evidencias físicas de las asociaciones de algunos petroglifos, al revelar un modo de ejecución de los surcos de las respectivas unidades vinculadas de un modo diferente, nos hace sospechar sino estaremos ante asociaciones diacrónicas. Además tanto en ACHR del mismo modo que sucede en otros petroglifos, los círculos menores asociados a los mayores, son precisamente los menos perceptibles, facturados así con una percusión más ligera (véanse comentarios para el Ato de Santo Antuiño 1: pgn. 232 y fig. 118). La excepción la encontramos en el mencionado panel nº. 1 del Alargo dos Lobos, si bien este caso no modifica el sentido de la hipótesis.

110 111

Fernández Pintos, J. (2013:14 y 43). Fernández Pintos, J. (2013:14-15 y 43).

86 Si por lo tanto sospechamos de la absoluta coetaneidad de asociaciones tan claras, porque disponemos de indicios razonables, forzosamente nuestras dudas las habremos de llevar a las restantes figuras del panel, sobre todo a las que permanecen inconexas, que son la mayoría en ACHR y ARQ.1. Constan aún sin embargo, las asociaciones mediante líneas más o menos largas. En ARCH sólamente manifiesta este tipo de vínculo las figuras nº. 1 y nº. 2. En ARQ.1. afecta únicamente a los círculos 3-4 y 6-7. En esta asociación debemos destacar un cierto matiz: mientras unas asociaciones se verifican a través del surco de salida, otras se realizan con un trazo entre los anillos externos, variante que también vemos en A Tomada do Xacove (pgns. 166 y ss.; fig. 108, nº. 3, pgn. 221). Pero incluso estas asociaciones quedan en entredicho si tomamos las conclusiones del siguiente capítulo nº. 5 (infra pgn. 93), donde podremos comprobar como las líneas integran un tipo de motivo que en algunos paneles se manifiesta con posterioridad a la ejecución de las combinaciones circulares, pero sin ignorarlas, llevando no obstante a veces una vida propia, vinculándolas entre sí. Pero también examinaremos casos de trazados de líneas vinculantes entre combinaciones circulares que muy probablemente fueron ejecutadas con posterioridad a la grabación de los círculos. En consecuencia, si la mera coincidencia de distintos motivos en un mismo panel no es garantía de su íntima asociación, sospecha que se puede extender a buena parte de los que sí aparecen relacionados de un modo gráfico, sólo queda pensar en que estos paneles no son sino el resultado de la acumulación sucesiva de círculos durante un lapso de tiempo indeterminado. Un atento examen de la distribución de los diseños sobre la roca en ACHR y ARQ.1, como en otros tantos petroglifos similares, lleva a considerar esa hipótesis: las figuras están distribuidas unas junto a las otras, como si de aportaciones particulares se tratase. En ACHR apreciamos la existencia de una serie de grandes combinaciones circulares labradas en las mejores zonas de la roca (figs. 31 y 33). Estas unidades además de ser las de mayor tamaño, presentan también un grabado más contundente y asimismo necesariamente son las que mejor se perciben con luz cenital. Las restantes combinaciones circulares son pequeñas unidades que aparecen por la periferia o entre los huecos dejados por los grandes círculos, usualmente grabadas con un surco tenue, y por lo tanto las más difíciles de percibir. Toda la información iconográfica disponible para este modelo de panel apunta por lo tanto a que las combinaciones circulares se iban grabando paulatinamente unas próximas a las otras. No hay entonces visos de la configuración de un programa artístico previamente planificado, y en el que cada componente tuviese un significado preciso y que adquiriera sentido sólamente en el conjunto colectivo de los grabados. Porque en efecto, y he aquí uno de los principales problemas inconográficos de las combinaciones circulares: no siempre este motivo se presenta de igual manera. Dejando a un lado la diversidad básica, y ciñéndonos a modo de ejemplo únicamente a los tipos multinaulares, junto a las formas puramente circulares con una coviña central y varios anillos, aparecen otras complementadas con un surco de salida o con una figura adicional, o conformadas de un modo especial (nº. 5 y 12 en ACHR y nº. 3, 7 y 12 en ARQ.1). Sin embargo, estas matizaciones morfológicas no impiden identificar como base fundamental de la composición siempre la típica combinación circular, bien de tipo cupular, bien multianular.

87 Esta invariable persistencia en la incansable representación del mismo motivo supone en primera instancia una tradición artística muy definida y de gran peso. Bajo cualquiera de estas formas circulares debe ocultarse siempre el mismo significado; e incluso las matizaciones iconográficas ahora mencionadas, podrían no ser más que una complementación o explicación de su significado. Si en efecto, consideramos que los distintos círculos de un mismo panel no son estrictamente coetáneos, no vemos tampoco como podemos sugerir una cierta gama de significados para unos motivos que siempre se presentan sujetos al mismo aspecto. Todo parece sugerir que este modelo de panel es el resultado del sumatorio de multitud de grabaciones de un mismo motivo con idéntico significado, por gentes que concurrían a un mismo lugar frecuente, periódica u ocasionalmente durante un segmento temporal aún sin precisar. Piénsese que más adelante, en épocas más cercanas a nosotros, en algunos de estos petroglifos se grabaron cruciformes y otros diseños, lo cual delata una concurrencia ya muy diacrónica hacia ese lugar, por otro tipo de cultura, donde la presencia del antiguo petroglifo impelía a la emulación del gesto de insculpir, si bien con uso de otro tipo de motivos más acordes con la mentalidad moderna. Algo semejante debió de suceder durante la Prehistoria, pero con el uso constante de un mismo motivo, sean estos coviñas, círculos, cuadrúpedos o armas. Esta tradición artística se basaba en la facturación de combinaciones circulares. Sería de considerable interés explicar cómo se llevaba a cabo el tallado de tales motivos, porque a nadie se le escapa que su labrado, sobre todo cuando estamos ante un diseño de cierta magnitud, llevaba su tiempo. Además como habíamos visto en el panel nº. 12 del Álargo dos Lobos112, los anillos de una misma figura podrían ser la consecuencia de varias fases, o bien de haber dejado incompleto definitivamente el trabajo. Sobre el tema de la manipulación de los grabados rupestres más antiguos versarán los próximos capìtulos (infra Capítulos 5 y 6) por lo que ahora no vamos a abordar el asunto del modo de ejecución de las combinaciones circulares. En el Capítulo 6 hablaremos sobre la posibilidad de que algunos motivos de un mismo panel sufriesen posteriores reactualizaciones volviendo a cincelar o resaltar los surcos. Esta circunstancia no nos debe causar extrañeza; entra dentro de lo lógico, pues los petroglifos son muy antiguos y muchos de ellos eran conocidos, porque se percibían nítidamente aún en épocas históricas, sobre todo en ciertas horas del día cuando la luz solar incide en un ángulo bajo respecto del plano de la superficie de las rocas y se encontraban en zonas transidas constantemente por pastores, los cuales permanecían en esos sitios largas jornadas. A este respecto ya hemos hablado de las puntadas que aparecen en ACHR, las cuales, quizás no sean concretamente catas de cantero, sino trabajo de niños (pgns. 73-74). Sin ir muy lejos, cercano a éste y junto a O Preguntadouro 1.1. (pgn. 55 y ss.) hay una combinación circular de cuatro anillos y coviña central superpuesta a un tablero de juego ajedrezado (O Preguntadouro 1.2), pero realizada con instrumento metálico, y creemos que es un grabado original, es decir, que no estropea uno anterior. El primer asunto que abordaremos es el de la conducta seguida en el cincelado de los petroglifos de combinaciones circulares. En la estación del Alargo dos Lobos habíamos apreciado en la figura 4 del panel nº. 12113 que el anillo externo de ese diseño 112 113

Fernández Pintos, J. (2013:44). Fernández Pintos, J. (2013:23 y 44; figs. 18, 19 y 22).

88 poseía un trazado incompleto, intermitente, siguiendo el anillo interior, pero inacabado, y además sus surcos eran poco relevantes respecto al anterior. Esta circunstancia nos hizo barajar la posibilidad de que este anillo externo fuese un añadido posterior, que no obstante, permaneció incacabado. Una circunstancia parecida se identifica en otros muchos petroglifos, sin ir más lejos en los círculos nº. 3 y 7 de ACHR. Este hallazgo, si se confirma, supondría un vuelco de importantes consecuencias para la comprensión del Arte Rupestre Gallego, pues de ello se deriva que una figura algo compleja y de apariencia unitaria podría estar reflejando varias fases. En ACHR tenemos el caso de la figura nº. 5, que sin duda es un diseño complejo, con un círculo adosado (el nº. 7) y un apéndice rectangular relleno por coviñas acabado en un extremo por el círculo nº. 6. Como ya hemos indicado, el círculo nº. 6 está superpuesto, mientras que el nº. 7 constituye una adición posterior; pero el apéndice rectangular fue insculpido siguiendo una técnica que dejó unos surcos de mucho menor relieve que los de los anillos del círculo base nº. 5. Podríamos estar ante cuatro fases en la realización de una única figura. No estamos del todo seguros, por lo que será tarea del futuro comprobar si estos apéndices rellenos de coviñas que vemos asociados frecuentemente a combinaciones circulares y que semejan configurar un complemento de su significación son en realidad siempre coetáneos. Respecto a la adición diacrónica de anillos a una misma combinación circular nos viene a mente el caso de As Requeixadas 1.4 (véase supra, figs. 19-20, pgn. 51-52), donde el anillo interno que demarca el mamilo es de mayor sección que el otro externo, lo cual es bastante raro, y que también puede ser un indicio en la dirección señalada. Otro caso que nos llama poderosamente la atención es el del círculo nº. 6 de ARQ.1, donde el anillo exterior muestra un trazado irregular y que parece ser el resultado de la facturación de la combinación circular desde el centro hacia la periferia, y auque ello no excluye una planificación previa de toda la figura, tampoco nos autoriza esta suposición a descartar que los anillos exteriores se añadiesen sucesivamente en momentos posteriores. En efecto, es aún poco lo que sabemos de cómo se llevaba a cabo la realización de las combinaciones circulares, y nos referimos sólamente al aspecto técnico, y no ya a la vertiente ritual. Lo más lógico es suponer el uso de un percutor duro como por ejemplo lo es el cuarzo, muy abundante en nuestra litología. Pero para alcanzar las secciones conservadas actualmente y después de haber sufrido varios milenios de erosión, se precisaba un trabajo enérgico y prolongado cuyo fruto serían surcos anchos y profundos. Pero no todos los diseños ofrecen una calidad nítida en sus trazos, siendo frecuente un necesario gran esfuerzo y una alta experiencia del investigador actual para la correcta lectura de los surcos. Suelen ser surcos del tipo 30-40/1-2 muy difíciles de distinguir, y cuyo aspecto se atribuye a una mayor erosión sectorial. Sin descartar esa idea, tampoco se debe despreciar la posibilidad de un esfuerzo menor del artista o de un trabajo en curso de elaboración y abandonado. Eso es lo que sugiere por ejemplo el anillo exterior de la figura nº. 4 del panel nº. 12 de O Alargo dos Lobos. En realidad ignoramos cuál era la conducta seguida por aquellos artistas al ejecutar los petroglifos. Hay combinaciones circulares de trazado perfecto, como si fuesen elaboradas a compás, y con surcos confeccionados con sumo cuidado, que ponen de manifiesto una cierta dedicación. Sin embargo, contamos con abundantes casos de combinaciones circulares innecesariamente irregulares, como la nº. 6 de ARQ.1, donde no es descaballedo conjeturar que la figura resultante es la consecuencia de la adición sucesiva de anillos no previamente planificados. Pero más preocupantes son los

89 ejemplos de combinaciones circulares inacabadas. Ya se habían detectado varios casos en el Alargo dos Lobos114 y con ellas nos volvemos a topar en ARQ.1, en los círculos nº. 1, 17 y 18. No se trata de la consecuencia de la incidencia de efectos erosivos, sino sencilla y llanamente que no se llegó a cavar el segmento que falta del anillo. Pero ello no impide pensar que originalmente sí había un círculo completo, marcado, por poner un caso, con una piedra o con un carbón, y cuya línea fue cinzelada hasta que se interrumpieron los trabajos. Este dibujo previo, que simplemente puede ser tenido como un acto pictórico, aunque se realizase rascando una piedra sobre la superficie, habría desaparecido pronto por efecto de la erosión, pero en apariencia, en su momento quizás daría la imagen de una figura completa. Sea como fuere, la interrupción del acabado definitivo de un motivo, nos lleva a concebir, por lo menos para estos casos, cortas estancias de los potenciales visitantes en el lugar, y por otra parte una consideración religiosa de los diseños aparentemente de corte inercial: habría un cierto interés por imitar, manipular y completar aquellos grabados precedentes en el panel, probablemente siempre venerados, pero de un modo más ritualizado, ya con cierto relajamiento. Los artistas quizás estimulados por los círculos antiguos, tal vez se viesen impelidos a emular el gesto ritual de grabar un nuevo motivo semejante al anterior, siguiendo una tradición socio-religiosa y artística de gran raigambre, pero ya sin un gran convencimiento. El abandono de un motivo sin acabarlo plenamente lo interpretamos en clave de relajada inercialidad. 4.3. CONCLUSIÓN: EL PROCESO DE CONCURRENCIA Y EMULACIÓN. En el párrafo precedente hemos asistido a una realidad artística rupestre más compleja y enrevesada de lo que cabría esperar de una primera impresión. En los siguientes capítulos tendremos la oportunidad de contemplar un retorcimiento aún mayor de esta imagen ya de por sí tan dinámica. Los petroglifos de combinaciones circulares como los examinados en ACHR y ARQ.1 no fueron realizados precedidos del detenido planteamiento de un cierto programa iconográfico, sino de la acumulación diacrónica de motivos en un mismo panel. En el marco de esta coyuntura se concibe la asociación del nuevo motivo a uno más antiguo, pero incluso también la adición de elementos a una misma figura. Todo ello es prueba de que el lugar era visitado, ignoramos con qué frecuencia, pero repetidamente. Por alguna razón las gentes concurrían a este sitio, y usaban esa o esas rocas. En el labrado de los motivos sucesivos, en líneas generales se usaba un mismo tipo de combinación circular, aunque hay excepciones. Ello nos pone en contacto con una tradición artística muy concreta, pero también con una tradición cultural bien definida en virtud de la cual, en la concurrencia a ese lugar, los futuros visitantes manifestaban una elevada consideración hacia aquellos grabados precedentes, porque entre otros motivos, eran la expresión de lo Trascendente. Si no todos, por lo menos algunos de aquellos visitantes, en función de esa tradición artística y cultural, emulaban la conducta de grabar nuevos motivos análogos a los anteriores, o enriquecer los más antiguos, asociándoles nuevos diseños o añadiéndoles más elementos. Todo ello redunda en un evidente respeto hacia los paneles rupestres. Es muy posible que esta complejidad morfológica no esté reflejando toda la complejidad socio-religiosa que 114

Fenández Pintos, J. (2013:44).

90 giraba en torno a los petroglifos, tanto en términos mítico-simbóllicos, como rituales, pero por lo menos, deja entreverla. La importancia simbólica de los grabados más antiguos del panel queda de relieve si estudiamos estaciones como la de As Abelaires (Coiro, Cangas do Morrazo)115. Este importante petroglifo se localiza sobre un afloramiento rocoso que en tiempos geológicos antiguos debió ser un gran peñasco granítico de 20 m. de longitud por 10 m. de anchura pero que erosionado por sus diaclasas se convirtíó casi en un canchal de multitud de superficies redondeadas adyacentes dispuestas a distintas alturas. Pero los grabados rupestres realizados en esta estación se extienden únicamente a la mitad meridonal de este roquedo, dejando la otra mitad del macizo sin la presencia de una sóla inscultura, y aún considerando que estos lienzos no aprovechados ofrecían condiciones tan idóneas como los usados. La consecuencia fue que los grabados se acumularon muy próximos unos a los otros. Es frecuente observar cómo en un lugar con abundante roquedo o afloramientos próximos tan idóneos unos como otros, sin embargo, los paneles rupestres presentan la frecuente tendencia a aparecer unos junto a los otros, o incluso en una misma roca, en detrimento de las restantes. Esa tendencia al desprecio por las superficies o rocas próximas en favor de las insculturadas, que a veces no son precisamente las de mayor calidad, nos lleva a entender mejor el proceso de emulación: no sólamente se imitaba el gesto, e incluso la iconografía previa, sino también se buscaba la proximidad de los grabados más antiguos. Todo apunta a que estos lugares habían sido dotados por los grabados antiguos de una cierta importancia simbólica, valga la analogía, al modo de santuarios o de polos de manifestación de lo Trascendente. Esta dinámica también pone de manifiesto que hacia o por estos lugares pasaban las gentes con cierta periodicidad, manifestándose en consecuencia un proceso de concurrencia. Lo que debemos aclarar ahora es si esa concurrencia era intencionada, de corte puramente religioso o se explica de un modo digamos más pedestre, desde un punto de vista económico de explotación del hábitat. Este tema será abordado en el Capítulo 8 (pgn. 177 y ss). Concurrencia y emulación son dos conceptos teóricos que interrelacionados permiten una primera explicación a cómo se conformaron los petroglifos tal como los vemos hoy en día. Pero ambas ideas, las dos unidas o cada una por separado no son suficientes para comprender el por qué en algunas estaciones, dado un elevado conjunto de rocas, o una roca de grandes proporciones, los grabados tienden a concentrase en un sector concreto, dejando libre grandes lienzos. No se trata de un hecho comprobable a gran escala, pero sí caracteriza a bastantes petroglifos. Es lo que denominados el principio de la tendencia a la contigüidad física de los motivos que integran un panel. En función de esta idea se explica por qué los grabados del panel nº. 3 de O Rego Novo (en Amoedo, Pazos de Borbén ver imagen de portada) están todos concentrados en apenas un metro cuadrado, cuando la laja en la que se encuentra es especialmente extensa. Asimismo paradigmático para comprender esta circunstancia es el ya más arriba mencionado petroglifo de As Abelaires (Aldán, Cangas do Morrazo). El único modo coherente que vemos para explicar esta actitud artística, es de por sí suponer los principios de concurrencia a un mismo lugar, y emulación de los grabados 115

Peña Santos, A. (2005:50).

91 precedentes en virtud de unas ciertas coordenadas culturales. Pero además, da la impresión de que los grabados antiguos actuaron como un polo de atracción para los más recientes. Creer que esta apretada disposición de grabados responde a temas como el horror vacui, y por lo tanto, son todos contemporáneos y su situación planificada de alguna manera, es mucho suponer. El estudio de petroglifos como A Chan do Rapadouro o As Requeixadas 1.1 permiten contemplar las cosas con una postura muy distinta, por muy compleja que nos parezca. En los próximos capítulos iremos enriqueciendo estas ideas. Tras comprender los procesos de concurrencia y emulación, se introduce ahora complementariamente la teoría de la tendencia a la contigüidad física de los grabados, en virtud de la cual los grabados más recientes acompañan a los anteriores imitándolos tipológicamente, y disponiéndose inmediatamente junto a aquellos, e incluso asociándose a ellos, despreciándose así buenas rocas próximas. La otra posibilidad, la más común en la bibliografía especializada y divulgativa, que se define por dar por sentado vaga o fehacientemente que todos los grabados de un mismo panel fueron planificados y ejecutados expresando una idea unitaria, o realizados sincrónicamente, es algo que necesita un contundente respaldo documental, que no sólo estamos lejos de poder demostrar, sino que además hay argumentos para indicar que es la adición sucesiva de motivos el modo en cómo se configuraron los paneles que actualmente podemos contemplar. Esta tendencia a la contigüidad física de los grabados diseñados en un mismo panel se aprecia tanto en motivos idénticos como dispares. No solamente comparten el panel, sino asimismo en su ejecución se puso énfasis en aproximarlos físicamente lo más posible asociando las nuevas figuras con las antiguas, e incluso, tal como delatan algunos petroglifos que iremos estudiando en próximas páginas, a ser manipulados añadiendo una figura a otra anterior, pero sin modificarla gráficamente. Vistas las cosas de este modo, la tendencia a la contigüidad física de los grabados puede conducir a procesos de asociación diacrónica. En apariencia, la intencionalidad de la asociación diacrónica es el aprovechamiento del simbolismo de una figura más antigua, a la cual se le concede importancia, o simplemente un determinado significado. El nuevo grabado, o bien se beneficia de la reputación del precedente, o bien reactiva ritualmente su función simbólica. Por otra parte creemos que la intencionalidad e implicación simbólica de la asociación diacrónica no son las mismas si se consideran casos de disparidad cronocultural.

92

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5 LOS PETROGLIFOS DE LÍNEAS Y LA MANIPULACIÓN SINTÁCTICA DE LA TRADICIÓN RUPESTRE.

En el capítulo precedente veíamos cómo en algunos petroglifos era sencillo vislumbrar la sucesión diacrónica de los motivos de un mismo panel. En principio no era nada nuevo, pues ya sabíamos que el Arte Rupestre Gallego se articulaba en fases culturales históricamente distintas que en lo respectivo a su faceta más antigua se extendía aparentemente a lo largo de los II y I Milenio cal A. C.116 Sin embargo, aunque el tema de la disparidad diacrónica de los motivos de un petroglifo pertenecientes al mismo ciclo cultural era algo que cabría esperar, porque presumiblemente está en la esencia de cualquier ciclo de arte rupestre, exigía una demostración que superase el simple desideratum. En el capítulo anterior tuvimos la oportunidad de estudiar petroglifos donde los círculos estando dispersos sobre el panel sin asociarse era viable considerar su facturación en clave diacrónica; incluso la asociación directa por contacto de varias combinaciones circulares tampoco puede ser siempre garantía de sincronía. Pero estos paneles eran realmente de composición muy sencilla, seleccionados intencionadamente para introducirnos en el tema. Sin embargo, el examen de un libro con una colección de planos de petroglifos nos pondrá en contacto con paneles de suma complejidad, con multitud de círculos asociados por contacto y adosamiento y también a través de una maraña de líneas. Es importante señalar que en las publicaciones divulgativas o de síntesis proliferan los paneles más exhuberantes, o los planos más estéticos, pero ello no debe hacernos olvidar que una alta proporción de petroglifos de círculos son modestas manifestaciones donde constan una o varias unidades. Esta circunstancia se percibe bien en la publicación de las más detalladas catalogaciones. Sea como fuere, estos grandes paneles con multitud de combinaciones circulares donde proliferan las líneas vinculantes necesitan una explicación adecuada, dado que las conclusiones alcanzadas en el capítulo precedente no explican coherentemente la formación de estos grandes y complejos paneles. En efecto la observación de algunos planos de petroglifos ya clásicos como el panel nº. 23 del Lombo da Costa117, Coto da Braña 3118, Pedra Redonda119 o Tras as Rasas120, todos en Cotobade, podría llevar a concluir que todos aquellos grabados fueron premeditadamente concebidos con la finalidad de expresar un mensaje muy amplio y de intrincada exposición. De hecho así viene siendo considerado, e incluso respecto de estos petroglifos ha habido quien ha sugerido la existencia de artesanos itinerantes especializados en la realización de petroglifos, grabados que permanecían desconocidos para el conjunto de la colectividad, 116

Fernández Pintos, J. (2013:67 y ss.). García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig.53). 118 Peña Santos, A. (2005:40). 119 Peña Santos, A. (2005:59). 120 Álvarez Núñez, A. (1986:fig. F44); Peña Santos, A. (2005:103). 117

94 mientras el desciframiento y lectura exacta del petroglifo quedaba en manos de un individuo iniciado, y por lo tanto únicamente él capacitado para explicar a los visitantes cómo ver el panel y qué significaba cada uno de sus grabados 121. Esta hipótesis, que nos recuerda vivamente a los actuales guías de una estación arqueológica atendiendo a interesados turistas, y a los cuales cuentan mil y una historias tan fabulosas como falsas, es una de las muchas fantasías que han menudeado en los últimos años, y es señal de que quien la emite no se ha preocupado del estudio arqueológico de ese y otros paneles, y que para solventar la consecuente deficiencia de datos recurrre a la mera elucubración personal completamentada e inspirada por su experiencia personal actual y la inapropiada comparación etnográfica. La existencia de estos complejos paneles es un asunto que no podemos eludir tras describir en el capítulo anterior el doble proceso de concurrencia y emulación como el motor que implementó la configuración de muchos paneles rupestres. Para la introducción de este tema recurriremos a varios petroglifos del Monte Mauxo o de su entorno. Analizaremos varias estaciones donde las líneas juegan un papel determinante en la configuración de la complejidad de los paneles junto a las combinaciones circulares. Estudiaremos a fondo primeramente la estación de Socastro (Chandebrito Nigrán), para a continuación reforzar las hipótesis que de allí se deriven con el análisis de otros paneles como el célebre de Pedra da Moura, seguidos por el de la Coutada Grande, Fonte do Sapo 1, O Currelo 1 y Outeiro do Castro 1. Con el estudio de estos paneles trataremos de comprender cómo se incardinan las figuraciones de líneas en los petroglifos de combinaciones circulares, funcionando a modo de paradigma, para que las hipótesis derivadas puedan ser de aplicación en esos grandiosos paneles de tan complejo diseño. 5.1. LA ESTACIÓN DE SOCASTRO (CHANDEBITO, NIGRÁN). La estación de Socastro se encuentra en la parroquia de Chandebrito (Nigrán), a unos 750 m. hacia el norte del barrio de Igrexa, enclavada en el paraje conocido como A Lapela espacio donde abundan las manifestaciones rupestres122. En realidad integra un área de gran fertilidad rupestre semejante a la que se manifiesta en la ladera de naciente del Monte Maúxo, al otro lado de la vega agrícola de Chandebrito, y a una distancia de no más de 500 m. la una de la otra (fig. 113, nº. 3, pgn. 226). Como más importantes en este entorno podemos citar la estación del Castro da Lapela a 200 m. hacia el SE.; a unos 250 m. en dirección NE. se sitúa el Penedo de Ana María; a 300 m. hacia el norte localizamos el poco conocido pero muy interesante complejo de la Tomada dos Pedros; a unos 30 m. hacia el NO. estaba la desaparecida estación de A Lapela 7, e incluso 475 m. hacia el SE. consta el inédito panel de O Carballoso. Por último, hay que señalar la existencia de varios paneles más con coviñas y algunas combinaciones circulares por esta zona. En consecuencia el área de A Lapela fue un espacio de especial desarrollo rupestre. La estación de Socastro fue publicada inicialmente por F. J Costas Goberna123 donde se menciona como Grupo VI de A Lapela. A continuación la recogen el colectivo

121

Peña Santos, A. (2005:74 y ss). Costas Goberna, F. J. (1984:87 y ss); Fernández Pintos, J. (2012:4 y ss.) 123 Costas Goberna F. J. (1984: 88, lám. N8). 122

95 C.E.M. en su trabajo sobre la historia de Chandebrito124, de la que ofrecen un buen plano. Más recientemente será A. del Prado a quien debemos la aportación de un reportaje fotográfico, así como del plano ya avanzado en el año 1997125. 5.1.1. Descripción morfológica. El complejo rupestre (coordenadas: 520.909,72-4.668.366,72) se localiza en la vertiente de naciente de una pequeña elevación rocosa, a modo de amplio y bajo domo cupuliforme en transición hacia el berrocal y muy cubierto de sedimentos. Las rocas elegidas para la ejecución de los grabados son del tipo laja y se encuentran a los pies del domo en los confines de la planicie de A Lapela, al borde de un viejo camino que servía para la comunicación hacia el N., de los vecinos de Chandebrito. La chan de A Lapela es una superficie bastante aplanada de superficie cuadrangular, de 18 hectáreas de extensión, delimitada por elevaciones rocosas y que en este sector muestra una ligera inclinación hacia el Sur, por donde discurre el denominado Río Seco. Desde los paneles grabados, merced a una disposición ligeramente más elevada, se contempla un dilatado sector de esta área, primordialmente la que vierte hacia la mencionada corriente. Los grabados no ocupan las rocas más altas del alto del coto, sino las más bajas.

Fig. 40.- Aspecto general de la estación de Socastro (Chandebrito, Nigrán) vista desde el NO.

La estación se compone de dos paneles (Fig. 40) separados 1,10 m. y dispuestos a ambos lados de una roca más elevada. Como se puede observar por las imágenes

124 125

C.E,M. (1997:70). Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/11/23/lapela-vi/).

96 adjuntadas, la superficie pétrea aparece sumamente accidentada, muy subdividida por diaclasas, en ocasiones profundas, y presenta amplias ondulaciones.

Fig. 41.- Plano del panel nº1 de Socastro (Chandebrito, Nigrán).

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Fig. 42.- El panel nº. 1 de Socastro (Chandebrito, Nigrán) visto desde el O.

El panel 1 (figs. 40, 41, 42 , 43 y 46) mide 2,5 m. de longitud por 1,13 m. de anchura, y se estira en sentido noroeste-sureste, emplazándose en una superficie subrectangular de ligero plano inclinado, fuertemente diaclasada. Los grabados se distribuyen por las superficies compartimentadas por las grietas. Este panel está integrado por 7 círculos, varias líneas y una agrupación de coviñas. Lo primero que se aprecia al estudiar el panel, es el desplazamiento de los grabados hacia la periferia de la roca por el S. y hacia el sector E. de la superficie pétrea (Figs. 40, 41 y 42), precisamente en la zona más diaclasada e irregular, enclavándose algunos círculos en casquetes esfericos naturales de la roca de escasa proyección situados marginalmente, y

98 despreciando el sector NO. de la superficie, amplio espacio liso, muy apto para el trabajo, pero que queda vacío de grabados. En la parte más elevada de la superficie, en una amplia diaclasa transversal, comienza su trayectoria ondulante la línea nº. 1 (figs. 41, 42 y 43) dirigiéndose al círculo nº. 2 al cual después de asociarse contornea con otro ramal, quedando inconclusa en sus inmediaciones. Esta unidad posee secciones muy variables, desde los 50/4 en los inicios, hasta los 35/4, 40/4 o 40/2 en las inmediaciones del círculo nº. 2. La línea nº. 10 parte del círculo nº. 3 y después de circundar el círculo nº. 4 se bifurca concluyendo uno de los ramales en el círculo nº. 6, mientras el otro remata en una diaclasa existente cerca del círculo nº. 5 tras bordearlo. Otra unidad compleja es la nº. 11 que en realidad está integrada por dos líneas que se originan en los círculos nº. 3 y nº. 4, las cuales confluyen para después acabar en una diaclasa. Estas líneas son de sección muy tenue en torno a los 25-35/1-2.

Fig. 43.- Numeración descriptiva de los grabados del panel nº. 1 de Socastro (Chandebrito, Nigrán).

99 En este panel figuran grabadas hasta siete combinaciones circulares, todas pertenecientes a la misma tipología (un anillo simple repleto de coviñas en su interior), y de medidas muy parecidas (fig. 40, 41, 42 y 43). El círculo nº. 2 mide 21 por 17 cms. con secciones para el anillo de 25/1-2, mientras las coviñas interiores son de 35/4-5. Posee además un pequeño surco de salida de 11 cms. con sección de 35/5 concluido en una coviña de 40/6, y que se origina dentro del círculo. Fue grabado en una ligera protuberancia redondeada de la roca. Una línea lo conecta con el círculo nº. 3. El círculo nº. 3 mide 22 por 18 cms.; el anillo ofrece secciones de 25/1, y las coviñas centrales de 20-25/1-3. Por su parte inferior desde el anillo, y superponíéndose a éste, sale una línea de 18 cms. de longitud de 40/3 concluída en una coviña de 40/3, semejante a la que vimos en el círculo nº. 2, pero en este caso prolongada y vinculando con la línea procedente del círculo nº. 4. El círculo nº. 4 mide 26 x 20 cms., presentando un aspecto muy erosionado. Fue grabado en una superficie plana. El círculo nº. 5 mide 18 x 15 cms. colocado también en una forma redondeada de la roca. De él parte un surco que penetra en el círculo nº. 7. El círculo nº. 6 mide 20 cms. de diámetro, habiendo sido grabado asimismo en un sector esférico de la roca. Aparece asociado a un pequeño sector circular de 10 x 5 cms. Su anillo posee secciones de 30/1 hasta 35/2-3, mientras las coviñas interiores quedan en los 20-25/2. Al igual que los círculos nº. 2 y nº. 3 se le asocia una corta línea de 12 cms. de longitud con 35/5 de sección y concluida en una coviña de 40/5. Esta vez la línea figura en la zona superior, pero también se superpone al anillo. El círculo nº. 7 está también ubicado sobre un mamilo esférico; mide 30 cms. de diámetro. Las secciones del anillo oscilan entre los 25/1 y 35/2, mientras las coviñas interiores son de 30/2-3. A este círculo llega un surco proveniente del círculo nº. 5 de 40/2, el cual penetra en su interior superponiéndose al anillo. Por la parte inferior del círculo vemos una línea ondulante de 32 cms. de longitud que comienza en el interior del círculo en una coviña de 50/5 y después de atravesar el anillo remata en otra de 45,35/1. El círculo nº. 8 mide 17 cms. y todavía como casi todos los anteriores fue grabado en un saliente esférico de la roca, y asimismo presenta una pequeña línea que comienza en una coviña y entra en su interior superponiéndose al anillo. Hay que señalar por último la pequeña agrupación de coviñas nº. 9 análogas a las que encierran los círculos estudiados, pero en este caso no presentando el respectivo anillo. Para su grabación se usó un saliente redondeado. El panel 2 (figs. 39, 44, 45 y 46), mide 2,16 m. de longitud por 54 cms. de anchura, disponiéndose análogamente al anterior panel nº. 1 en sentido NO.-SE. La superficie empleada es del tipo lomo de ballena, pero de muy pequeño formato. Los grabados se extienden por el vértice alargado, amplio y redondeado de la roca la cual es de sección triangular, dividida en tres sectores por varias diaclasas (Fig. 39 y 43). Destaca la composición de 1,41 m. de longitud integrada por un óvalo al que se asocian dos círculos a ambos lados. En el sector central encontramos una figura elíptica (o rectangular de esquinas redondeadas) repleta de coviñas (nº. 14) de 28 x 45 cms. para cuya insculturación se empléo una protuberancia alargada, y de la cual parten y descienden por el plano inclinado de la superficie de la piedra una serie de líneas paralelas que concluyen en un trazo transversal replegado en sus extremos que parece recogerlas, configurando un espacio de 46 x 29 cms. asociado a la mencionada figura elíptica. La sección del anillo de la elipse es de 35/4 y las coviñas interiores son del tipo 30-35/2-4. Hacia el NO. sale de la figura nº. 14 un surco de 32 cms. de longitud que remata en un círculo (nº. 15) de

100 22 x 16 cms. y también repleto de pequeñas coviñas. Desde la misma figura nº. 14 parte otro surco hacia el SE. de 15 cms. de longitud que lo vincula con un círculo de dos anillos (nº 13) de 34 x 29 cms. (el exterior apenas se comenzó), relleno con pequeñas coviñas de 35/1-2 instalado en un sector esférico de la roca. Por último, en el extremo septentrional de la elipse, pero en el exterior, en el pequeño espacio delimitado por su anillo, el surco superior, la diaclasa y los surcos inferiores, vemos un nutrido grupo de pequeñas coviñas del tipo 30/2, diseñando un espacio triangular (nº. 16).

Fig 44.- Plano del panel nº. 2 de Socastro (Chandebrito, Nigrán).

Fig. 45.- Numeración descriptiva de los grabados de Socastro (Nigrán, Chandebrito).

101

Fig. 46.- Perfiles de los paneles de Socastro (Chandebrito, Nigrán).

A continuación del círculo nº. 13, y ya en pendiente, hay un círculo (nº 12) de 37 x 34 cms. de dos anillos y coviña central grabado en una ligera depresión redondeada de la roca a la que se adapta. Es posible que tuviese un tercer anillo interno que hoy en día apenas se intuye. Las secciones de los anillos son del tipo 35/4-5. De todo este panel nº. 2 es este círculo el de surcos más relevantes, y por lo tanto el que más destaca. Al lado de este círculo, descendiendo por el plano inclinado de la roca vemos una línea ondulante de amplias curvas (nº 18), de 76 cms. de longitud que comienza de un modo bífido en las inmediaciones del anillo externo del círculo nº. 12, pero sin llegar a entrar en contacto con aquél. Es apenas perceptible, con secciones de 35/1 y 50/1. Otros grabados, pero apenas identificables los encontramos en el sector NE. de la roca, sobre una forma redondeada ligeramente elevada, y donde parece apreciarse una especie de pequeña combinación circular con un surco de salida (nº. 17). 5.1.2. Estudio iconográfico. La tipología de los grabados de la presente estación se reduce a combinaciones circulares, líneas y agrupaciones de coviñas. En los siguientes párrafos vamos a abordar el estudio de estos motivos por separado, pero sin perder de vista su relación con las otras formas con las que comparten panel y con las del modo que veremos se asocian.

102 En este sentido, y respecto a los círculos, su análisis lo vamos a dividir en dos apartados. En una primera aproximación los abordaremos separadamente de un modo morfológico, y en un posterior estudio, tras haber examinado los restantes motivos, se planteará su relación con el soporte pétreo, circunstancia que creemos muy importante en este petroglifo. La razón de esta estrategia radica en que sobran indicios para suponer una grabación sucesiva tipológica en esta estación, de donde, para la comprensión exacta del ciclo de las combinaciones circulares necesitamos separarla de aquellos motivos que las acompañan pero que fueron añadidos con posterioridad. A excepción de la figura nº. 12, los círculos estudiados pertenecen al tipo anular cerrado conteniendo en su interior un nutrido grupo de coviñas y que recientemente hemos venido llamando policupulares126. Estas coviñas son de pequeño formato, logradas tras pocas percusiones, todas ellas de aspecto semejante, y ocupando la totalidad del espacio interior ceñido por el anillo. En el círculo nº. 13 parece que se proyectó un segundo anillo, que no obstante se dejó inconcluso. Todos estos motivos son de forma circular, excepto el nº. 15, configurado como una especie de rectángulo de esquinas redondeadas o de desarrollo elíptico. En realidad este motivo circunda la parte superior de una protuberancia de la superficie de la roca (fig. 46; secciones C-D y E-F), por lo que su imagen quizás sea la consecuencia del estricto contorneo de la citada turgencia, tema estudiado en un capítulo precedente de este mismo trabajo (Cap. 3). Como vemos, todas las figuras circulares responden a una misma tipología, salvo la nº. 12. Esta combinación circular parece seguir las directrices del tipo multianular con coviña central. Se localiza en una posición periférica en el panel nº. 2, en un plano inclinado, y sus surcos grabados con mayor vigor respecto a los demás círculos. Quizás estas observaciones constituyan indicios suficientes para pensar en una relativa posterioridad cronológica de este motivo circular respecto de los restantes de este panel. Además de círculos encontramos líneas, a las cuales para facilitar su estudio vamos a agrupar en seis categorías distintas, sin que ello suponga necesariamente una estricta clasificación tipológica127: Tipo A.- En el panel nº. 1 las líneas nº. 1, 10 y 11, discurren entre los círculos, o a partir de ellos, quedan sueltas, vinculan círculos entre si, o acaban en diaclasas, e incluso se bifurcan. Tipo B.- En el panel nº. 1, en los círculos nº. 2, 3, 6, 7 y 8 se pueden estudiar pequeñas líneas que comienzan en el interior de uno de esos círculos o en el anillo y tras un breve desarrollo externo concluyen en una pequeña coviña. Tipo C.- En el panel nº. 2 de la elipse nº. 15 parten por por el plano inclinado un apretado haz de líneas paralelas que rematan en una transversal de extremos vueltos. Tipo D.- En el panel nº. 2 a ambos lados de la elipse nº. 15 salen sendos trazos que respectivamente asocian esta figura con los círculos nº. 13 y nº. 15. 126

Fernández Pintos, J. (2013:41). Esta tipología es de corte provisional es ensayada para facilitar el estudio de la estación de Socastro. La sistematización definitiva de los petroglifos de líneas se abordará en el Apartado 5.3 (pgn. 129). 127

103 Tipo E.- En el panel nº. 2, en el círculo nº. 17 consta una pequeña línea que partiendo desde el anillo concluye en una diaclasa. Tipo F.- En el panel nº. 2, por debajo del círculo nº. 12, vemos una línea ondulada (nº. 18) que comienza de un modo bífido.

Figs. 47 y 48.- Detalle de los círculos nº. 2, 3 y 6 del panel nº 1 de Socastro (Chandebrito, Nigrán).

Las líneas de tipo A, son diseños de largo recorrido y trazado sinuoso. Ciertamente vinculan círculos entre sí, y también éstos con diaclasas, e incluso la sección de su surco muestra unas características y una apariencia semejantes a las de los anillos de los mencionados círculos. Sin embargo una detenida observación de su trazado pondrá de relieve que en no pocos casos contornean las figuras de los círculos, eludiéndolos en su desarrollo, de donde se sigue la anterioridad de aquéllos. Además se aprecia una formulación en cierto modo autónoma en su evolución gráfica. Por ejemplo, la línea nº. 1 comienza en la zona alta de la roca, donde no hay ningún grabado, y tras enlazar con el círculo nº. 2, un brazo lo rodea para concluir allí mismo sin otra particularidad; la línea nº. 10 vincula el círculo nº. 3 con el nº. 6, pero no con el más cercano nº. 4, al cual sin embargo elude circundándolo, y cuyo ramal originado en esta zona tampoco se asocia al círculo nº. 5, que también evita, para al final concluir en una diaclasa. Respecto a las líneas englobadas bajo el número 11, debemos indicar que parten respectivamente de los círculos nº. 2 y nº. 4, para por un lado confluir, y por otra parte acabar en una diaclasa. Las líneas de tipo B aparecen en muchos de los círculos del panel nº. 1. (figs. 47 y 48). Consisten en trazos de corto desarrollo de diseño rectilíneo, pero también curvo, e incluso ligeramente ondulado que comienzan en el interior de los círculos, o en sus anillos y rematan en una coviña. Sin lugar a dudas estas líneas son añadidos posteriores a la facturación de los respectivos círculos, dados los fuertes contrastes visibles en la

104 ejecución técnica de ambos motivos, donde incluso se aprecian contundentes superposiciones sobre los anillos de los círculos a los que se asocian. Las líneas del tipo C parecen ser un complemento iconográfico de la elipse nº. 15, de la que parten, toda vez que no hay argumentos técnicos para opinar lo contrario, y además es un recurso parecido al manifestado en otras estaciones. Las líneas de tipo D se utilizan para vincular motivos circulares un tanto separados. Se trata de un tema muy usado en el arte rupestre gallego. El resultado final es la consecución de una composición compleja en la que participan varios motivos, debidamente asociados por estos trazos. Si en el panel nº. 2 de Socastro es ésta la consecuencia de una planificación previa o el producto de varios añadidos, es algo que por el momento no podemos aclarar satisfactoriamente. Si esta composición respondiese a una sucesión de adiciones, de todos modos, en última instancia se buscaría la imagen que configuran en la actualidad los círculos nº. 13, 14 y 15. Las línea del tipo E, es decir que conectan una combinación circular desde su anillo externo o desde la coviña central con una diaclasa es también al igual que las líneas de tipo D muy frecuentes en el arte rupestre gallego. Son las que en la bibliografía especializada suelen denominarse surcos de salida, pudiendo quedar también rematadas sobre la misma superficie de la roca sin otro particular. La línea citada como tipo F, manifiesta muchos puntos de coincidencia con las examinadas como de tipo A, e incluso E, si bien al ofrecer ciertas particularidades hemos preferido citarla como un subtipo distinto. Esta línea emprende su desarrollo a pocos milímetros del anillo del círculo nº. 12, pero sin llegar a entrar en contacto plenamente (Tipo A). Se inicia con una especie de breve doble ramal, a modo de fauces, para pasar a evolucionar de un modo sinuoso u ondulante. Técnicamente fue lograda con una leve percusión, lo cual se traduce en una difícil identificación sobre la superficie, a diferencia del inmediato círculo nº. 12, fácilmente visible, de lo cual se sigue una disparidad muy acusada en su ejecución, y probablemente una cierta diacronía. No obstante su arranque, muy próximo al anillo exterior del círculo nº. 12 indica el deseo de asociación de la línea con el círculo (Tipo E). Es evidente que se trata también de una adición realizada con posterioridad a la confeccíón de aquel círculo dado que no hay contacto pleno entre ambos motivos, y las diferencias de sección de surco son muy acusadas (la línea es apenas perceptible). A nadie se le escapa que una grabación de esta línea desde el anillo de la combinación circular se consideraría sin mayores problemas como parte gráfica de aquél. De hecho, son muchas las combinaciones circulares que presentan desarrollados surcos de salida (o líneas apendiculares o apéndices, como también se les denomina por algunos autores; líneas de Tipo E de Socastro, ahora para nosotros), rectos, curvos u ondulantes que tras una cierta trayectoria a veces corta, a veces larga finalizan sobre la superficie de la roca (ocasionalmente en una coviña). Cada caso necesita un examen particular, pero en este panel de Socastro todo apunta a su posterioridad respecto al círculo nº. 12, aunque también es innegable la intencionalidad de asociación. La principal particularidad de esta línea nº. 18 reside en su peculiar desarrollo gráfico, pues a nadie se le escapa su enorme parecido con una representación de una serpiente. Es por lo demás una de las mejores figuraciones serpentiformes que conocemos. No obstante, una cosa es lo que parece y otra muy distinta lo que es en realidad, pues por el momento, y mientras no se demuestre con tesis que superen el

105 simple deseo personal, para nosotros no hay representaciones de serpientes en el Arte Rupestre Gallego, aún considerando las célebres Pedra da Serpe del Castro de Penalba de Campo Lameiro o incluso el petroglifo del Castro de Troña, aunque éste si parece ser la imagen de una serpiente, pero ajena al mundo rupestre galaico que nos interesa. Nuestra negativa a admitir esta posibilidad estriba en que los petroglifos de líneas permanecen sin haber sido estudiados siquiera someramente, por lo que cualquier atribución en base a un lejano parecido formal no es un método válido. No estamos ante cérvidos, armas o antropomorfos, y del mismo modo que este tipo de motivos se parecen a ofidios, también podrían ser interpretados como corrientes de agua o caminos, por poner dos ideas que siguiendo esta relajada y arriesgada línea de investigación también serían viables. Y en efecto, en el momento que pretendemos atribuir un simbolismo ofídico a esta línea nº. 18, surgen para cuestionarlo la presencia de las líneas de tipo A de este mismo petroglifo, las cuales difícilmente podrían recibir tal atribución. Insistimos en que se necesita un estudio profundo de estos motivos para llegar a alguna conclusión que supere la mera especulación de componente personal. Considérense estos párrafos como una insuficiente introducción a esta temática. De distinta índole son las líneas indicadas como de tipo B. Son pequeños trazos, rectos, curvos o ligeramente ondulantes que partiendo de un punto desplazado del interior de los círculos o desde su anillo, y tras un corto recorrido concluyen en una pequeña coviña. La línea que acompaña al círculo nº. 7 comienza en una coviña situada en el interior de aquel y más grande que las restantes. En las particulares descripciones realizadas de cada caso se dejó constancia que con frecuencia su tallado suponía la superposición al citado anillo, y también una disparidad de secciones de surco. Estos motivos presentan en algunos casos una relevancia muy acusada respecto al círculo al que se asocian (figs. 47 y 48). A nuestro entender, son también adiciones elaboradas con ulterioridad a los círculos, aún considerando que las muestran casi todos los círculos del panel nº. 1. Se aprecian dos agrupaciones de coviñas, una en el panel nº. 1, señalada con el nº. 9, y otra situada junto a la elipse y señalada con el nº. 16. Las coviñas del conjunto nº. 16 técnicamente no se diferencian de las que rellenan los círculos grabados en esta estación. Por su situación esta concentración de coviñas parece haber sido realizado para dar una idea unitaria de nutrido conjunto y figurar como asociada por extrema proximidad a la elipse nº. 14, a sus líneas y a la línea vinculante con el círculo nº. 15. No es por lo tanto difícil colegir una evidente posterioridad a estos motivos a los que no obstante se añade con intención asociativa. Es una circunstancia con la que nos hemos encontrado en otras estaciones como en el panel 1 de O Preguntadouro 4, no muy lejos de allí (figs. 23 y 24, pgns. 56 y ss), o también en el panel nº. 3 de O Rego Novo (ver fotografía de portada), en Amoedo (Pazos de Borbén), por citar dos casos, de entre muchos que conocemos. Frecuentemente, aunque no siempre, se presentan de la misma manera: un apretado conjunto de numerosas pequeñas coviñas adyacente a las combinaciones circulares, ocupando huecos dejados entre aquellas. Pero incluso en el petroglifo de O Rego Novo, algunas de las coviñas periféricas de la agrupación se superponen al anillo externo de uno de esos círculos, prueba concluyente de su ya intuida posterioridad. Con su grabación se busca la asociación a los grabados facturados con anterioridad, pero

106 probablemente además del componente cronológico tardío, quizás conlleven un concepto artístico distinto, o por lo menos matizado. Tal vez de diferente modo debamos interpretar la agrupación nº. 9 de Socastro. Seguimos en efecto estando ante un conjuto de coviñas, pero ya en cantidad limitada y aisladas, reunidas de modo circular, y grabadas en un saliente redondeado parecido al que ocupan muchas combinaciones circulares. Sin descartar completamente una filiación con la conducta artística del conjunto nº. 16, tampoco debemos excluir una posible relación crono-cultural con los restantes círculos de este panel, pues acaso se trate de un círculo inacabado, o cuyo anillo haya desaparecido a causa de la erosión debido a una deficiente insculturación. Estaríamos en consecuencia ante un hecho paralelizable con el ya examinado con el panel nº. 6 del Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)128. Lo que más llama la atención en esta estación es la configuración del panel nº 1. En este panel permanece vacío de grabados el cuadrante NO. de la superficie pétrea, precisamente el más liso, amplio y apto para el trabajo de toda este sector. Los círculos se disponen en la periferia del borde sur de la roca y hacia el E. en un espacio fuertemente compartimentado por profundas diaclasas (figs. 41 y 42). Desde luego, desde un punto de vista técnico no es fácil entender por qué se eligió esta zona de la roca, habiendo mejores superficies en la misma piedra, o en rocas cercanas. No obstante, esta desconcertante paradoja inicial probablemente sea más bien fruto de nuestro deficiente conocimiento sobre las combinaciones circulares, y también de una inconsciente pero inadecuada aplicación de criterios culturales modernos. Si nos choca ese aparente desprecio de buenas superficies para tallar grabados, quizás es porque, al margen de su simbolismo, consideramos los círculos como meros dibujos, y las rocas como simples soportes donde dibujar. Pero esto no ha tenido porque haber sido de este modo, y tal vez la relación entre los círculos y las rocas en que se asientan sea más estrecha de lo que cabría suponer, tal como ha quedado expuesto en el Capítulo 3. Acaso no sea viable la imagen del artista que no disponiendo de otro tipo de material recurre a las piedras como último recurso para desarrollo de su creatividad. Lo que decíamos del panel nº. 1 es igualmente atribuíble al panel nº. 2, pues también aquí se desecharon amplias superficies planas, aunque inclinadas, para acomodar los grabados a lo largo del lomo de la roca (fig. 40). La elipse nº. 14 es el resultado gráfico del contorneo cerrado de la cima de la protuberancia alargada que allí constaba (figs. 44 y 46, perfiles C-D y E-F). En parte funciona a modo de curva de nivel, siguiendo un símil tipográfico, pero asimismo parcialmente su trayectoria discurre por líneas de inflexión de la protuberancia que la individualizan de los planos inclinados y curvos de la restante superficie de la roca (fig. 46; perfil E-F). Es decir, la elipse nº. 14 con su figura pone de relieve la existencia de una protuberancia de la roca. El emplazamiento de círculos en protuberancias de la roca son también identificables en los casos nº 2, 6 y 7 del panel nº. 1. No obstante en estos casos, la prominencia no es tan ostensible como en la elipse nº. 14, proyectándose apenas algunos centímetros, o incluso adoptando la forma de sector esférico. Por lo tanto, por una parte a la hora de elegir un sitio para grabar un círculo se valoraron como más idóneos estos accidentes superficiales de la roca, respecto de las superficies lisas. Sobre 128

Fernández Pintos, J. (2013:19-21; figs. 13 y 14).

107 el uso de las formas mamelonares graníticas para la elaboración de los círculos ya nos hemos extendido en el Capítulo 3 de este trabajo (véase epígrafe 3.3, pgn. 63 y ss.). El uso de formas mamelonares de la superficie explica la especial ubicación de algunos de estos círculos del panel nº. 1, pero no el de todos. Tenemos la sensación de que la razón de su emplazamiento puede derivarse de la interrelación de varios factores. En el panel nº. 2, los círculos nº. 12, 13 y 15 imitan la ubicación del nº. 14, a la vez que se aproximan físicamente. Lo mismo podríamos indicar respecto al panel nº. 1: al igual que ocurre en otros muchos petroglifos, los círculos además de coincidir en la misma roca, tienden a aparecer contiguos, pero además ahora, quizás se considerase la irregularidad de la roca con sus diaclasas y los pequeños compartimentos resultantes, con una simbología que aún no comprendemos. 5.2. EL TEMA DE LAS LÍNEAS EN LOS PETROGLIFOS DE CÍRCULOS. En la precedente descripción del petroglifo de Socastro hemos identificado seis tipos de motivos líneales relacionados con las combinaciones circulares allí existentes. El hecho de que el trazado de las líneas de las categorías A, B y F hagan sospechar una insculturación posterior a los círculos, bien por manifestar tendencias periféricas y de concepción individualista o por aparecer constantemente superpuestas, tal como se aprecia en algunos paneles, obliga a reconsiderar detenidamente el papel de las figuraciones lineales tan presentes en los petroglifos gallegos. Pero incluso las líneas de los tipos C, D y E, que en esta estación no revelan dudas, son sin embargo sospechosas de diacronismo en otras estaciones, tal como tendremos oportunidad de comprobar más abajo. 5.2.1. Petroglifos con líneas del Tipo A de Socastro. Ya hemos comentado como las líneas englobadas bajo el tipo A en el petroglifo de Socastro, aún conectando con círculos y asociando a varios entre sí, en su discurrir sobre la superficie circunvalan a algunos de ellos, o en otras palabras, en su trayectoria se inhiben ante la presencia de aquéllos. Por inhibición entendemos una elusión ligera o amplia del trazado de un motivo ante la presencia de uno anterior cuya integridad plena se quiere respetar por parte del nuevo artista acomodando el diseño de su grabado al previamente realizado. Por lo tanto, es indudable que las combinaciones circulares habían sido previamente grabadas. El hecho es que conocemos otros paneles donde coinciden líneas y círculos, y nuevamente vemos comportamientos semejantes. Por ahora vamos a mostrar varios ejemplos, aún cuando el número que podríamos traer aquí, sería muy elevado, dejando para un futuro un estudio más detallado de este tema. En el panel nº. 1 del Outeiro Pantrigo (Morillas, Campo Lameiro) (fig. 49) vemos en el sector SE. una larga línea de 1,5 m. de longitud, de trazado entre rectilíneo y curvo que pasa por entre dos combinaciones circulares sin asociarse a ellas, aunque pudiera superponerse sobre el anillo externo de una de ellas, pero en realidad, el citado anillo externo ha quedado incloncluso. Se observa asimismo, la superposición de varias coviñas, tanto sobre la mencionada línea como sobre las combinaciones circulares. La línea comienza en una zona elevada y tras descender en leve plano inclinado concluye en el borde de la roca. Por la parte superior, en sus primeros 52 cms., antes de llegar a las combinaciones circulares, posee un surco de vigorosa sección, de hasta 40/11, para a continuación al acercarse a los círculos reducir notoriamente su sección hasta 40/5, y después de pasadas las figuras circulares quedar en 35/5. En consecuencia, la sección de

108 esta línea se reduce bruscamente al pasar por entre los dos círculos, para no recuperarla ya.

Fig. 49.- Plano del panel nº. 1 del Outeiro Pantrigo (Morillas, Campolameiro).

El análisis de detalle de esta zona SE. del panel de Outeiro Pantrigo lleva a la conclusión de que cuando se realizó la línea ya existían las dos combinaciones circulares. La intencionalidad de pasar entre ellas no es muy distinta al comportamiento que ya vimos para las líneas del Tipo A de Socastro, y al igual que aquí se aprecia una ligera incurvación de su trazado adaptándose su trayectoria a la existencia de las figuras circulares previas. Hay no obstabte una característica en estos grabados que no quisiéramos pasar por alto; nos referimos a la calidad de los surcos de las

109 combinaciones circulares afectadas por esta línea en las áreas más próximas a su área de coincidencia con la línea.. Posee la del NO. un anillo externo con secciones de 35/5 antes de pasar la línea y 40/5 después de pasarla, y de 30/2 en el punto más próximo a la línea. En la combinación circular del SE. se produce al revés: mientras antes de llegar a la línea el anillo externo posee una sección de 30/5 y 35/2, y después de alejarse 35/4, en el punto de mayor proximidad mide 40/5. Creemos que este distinto comportamiento en el tallado de los surcos de los motivos no debe conducirnos a interpretaciones erróneas. Si el anillo externo del círculo del NO. pierde intensidad al acercarse a la línea, ello puede derivar de algunas variables, como por ejemplo el casual menor grado de insculturación, o incluso un posterior repicado diferencial. De lo que no cabe la menor duda es de que la línea se curva respecto del círculo del SE., y que al pasar entre las dos combinaciones circulares experimenta un cambio de ritmo, causas por las que creemos que esta línea es posterior a las combinaciones circulares que acompaña.

Fig. 50.- Aspecto de la gran línea del petroglifo de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo) vista desde el NO .

Otro caso célebre es el de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo) en el Maúxo129 (Figs. 50 y 51.Para un estudio más detallado de su emplazamiento véanse fig. 95, nº. 2, pgn. 203; pgn. 236-237; fig. 127, pgn. 248; pgn. 249). Esta estación está integrada por dos paneles, siendo el superior el de mayor magnitud y el que nos interesa en estos momentos. Mide la roca, en lo que aflora actualmente, y descontando el recorte sufrido en su extremo de naciente 12,4 m. de longitud por 5 m. de anchura. Tiene un aspecto de lomo de ballena y presenta una cierta inclinación hacia el S. correspondiente con la tendencia general de la ladera en que se encuentra. En este panel es posible distinguir algo más de una treintena de combinaciones circulares, de la que destaca una de 1,34 m. por 1,16 m. Constan además coviñas, rebajes del tipo improntas y líneas. Es un panel 129

Costas Goberna, F. J. (1984:126 y ss; lam. V9); Monteagudo García, L. (1943).

110 que necesita un estudio más completo del que podemos ahora emprender, el cual limitaremos solamente al análisis de las figuraciones de algunas líneas. Queda por lo tanto pendiente esta tarea. Uno de los motivos que caracterizan precisamente a este panel es esa larga línea que lo recorre longitudinalmente de norte a sur, extendiéndose a lo largo de casi 10 m. de longitud, y discurriendo por el área de inflexión de la roca. En realidad esta línea se compone de tres tramos perfectamente individualizables, no presentado tampoco una factura uniforme cada uno de ellos. El primer tramo, el superior, mide 2,9 m. Se origina en una pequeña combinación circular en la zona más alta de la roca, y serpenteando alcanza un grupo de trazos situados sobre el círculo más grande, siendo también el más vigorosamente labrado (secciones de 60/6-9). El segundo tramo, a continuación, mide 1,7 m. y es de más ligero tallado, de 50/5 en el tercio superior y un máximo de 70/8 en el tercio inferior; este tramo penetra ostensiblemente en su remate final en el interior de un círculo (Fig. 51.1), e incluso es posible que eluda los rebajes cercanos junto a los que pasa al describir una amplia curva. El tercer trecho, de 5,24 m. comienza de un modo tenue (50/4) para pasar a secciones de 70/5 y 80/12 en las proximidades del círculo situado más hacia el extremo S. Este último segmento se superpone en su trayectoria claramente al anillo exterior de un círculo (Fig. 51.2), e incluso fue grabado en el interior de los anillos de ese círculo del extremo S (Fig. 51.3). Además de estas superposiciones, este tramo parece de todos modos posterior a los círculos pues no sigue una línea recta por el lomo longitudinal de la roca, sino que se desliza por entre los círculos como esquívándolos, de un modo semejante a como veíamos en el panel nº. 1 de Socastro. En resumidas cuentas, en A Pedra da Moura vemos una larga línea ondulante cuya trayectoria no es uniforme desde un punto de vista técnico, lo cual puede ser ya de por sí indicio de una insculturación realizada en varis etapas, e incluso con aportaciones particulares sin una planificación previa. En su discurrir se aprecia la elusión de motivos, sobre todo de círculos describiendo amplias curvas y deslizándose entre ellos. Pero asimismo en esta trayectoria se aprecian casos de evidentes superposiciones, bien sobre anillos laterales, pero también penetrando en el interior de esos motivos. Las analogías teóricas del trazado de esta línea con las ya examinadas en Socastro 1 y en el Outeiro Pantrigo son muy evidentes como para ser fruto de la casualidad. Otro petroglifo muy parecido a éste es el del Val do Gato (Verducido, A Lama). También aquí, un grandioso petroglifo de 11 m. de longitud por 6 m. de anchura grabado sobre una roca baja, donde constan unas 80 combinaciones circulares, algunas de cierto tamaño, de 90 cms., pero la inmensa mayoría de escasas dimensiones. En su conjunto estas combinaciones circulares responden estilísticamente a los tipos multi y monoanulares, pero también constan algunas policupulares, e incluso con anillo de coviñas. También aquí se pueden identificar varias líneas de largo recorrido, pero llama la atención una, de unos 6 m. de largo, que recorre longitudinalmente el panel enlazando varias combinaciones circulares y en su transcurso superponiéndose sobre sus anillos. La similitud con la larga línea que acabamos de examinar en a Pedra da Moura del Monte Maúxo o con las Tipo A de Socastro es tan evidente que no puede admitir muchas dudas.

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Fig. 51.- Panel nº. 1 de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo).

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Fig. 52.- Perfiles del panel nº. 1 de A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo).

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Fig. 53.- Tabla de superposiciones de la gran línea longitudinal sobre combinaciones circulares en A Pedra da Moura (Coruxo, Vigo).

Sin salir del Monte Maúxo aún podemos estudiar dos estaciones más donde las líneas se han erigido en protagonistas indiscutibles. Una de ellas es la de la Valgada da Fonte do Sapo 1 (Saiáns, Vigo)130. Esta estación (coordenadas: 517.876 - 4.668.556) se localiza emplazada en una terraza de una ligera vertiente desde la que se domina una de las chans superiores de la serranía (Figs. 54 y55; fig. 100. nº. 5, pgn. 208; fig. 112, nº . 2, pgn 227; pgn. 231). Se trata de una roca de tipo laja (fig. 54) de 3.5 m. por 5, 9 m. levemente inclinada hacia poniente con una superficie entre plana y suavemente ondulada y donde es posible observar una zona mamilar en la cual se localizan los círculos nº. 1 y nº. 2 (fig. 55). En realidad lo que vemos en la actualidad es lo que todavía no se ha cubierto por la capa vegetal, pues sin lugar a dudas, el roquedo es de mucha mayor extensión. En este panel se observa la existencia de siete combinaciones circulares, varias coviñas, alguna figura atípica, y dos líneas de trazado doble y de largas ondulaciones que recorren la superficie de la roca longitudinal (nº. 12) y transversalmente (nº. 11). 130

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:166; lam. 33); Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2009/12/22/a-valgada-da-fonte-do-sapo-i/)

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Fig. 54.- Plano de A Fonte do Sapo 1.1 (Saiáns, Vigo).

La doble línea nº. 12 mide 4,7 m. de longitud y 16 cms. de anchura máxima, pero su trazado no es homogéneo, pues las secciones son muy variables, yendo desde los 55/6 en el tercio superior del ramal izquierdo, hasta los 60/5 en la inmediaciones del círculo nº. 7 o los 50/3 en las proximidades de los círculos nº. 2 y nº. 3, siendo además el ramal derecho el que peor se percibe, dado que en su mitad E. apenas alcanza los

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40/1-2. Esta doble línea comienza en la zona alta del panel y concluye en el interior del círculo nº. 2 sobre cuyos anillos de superpone (Fig. 55). Pero en su desarrollo aún apreciamos que su ramal izquierdo se superpone al anillo exterior del círculo nº. 3 y ambos alteran la configuración de parte del círculo nº. 2. Es importante indicar que el círculo nº. 4 a diferencia de los demás círculos, parece ser sin embargo un añadido posterior a la doble línea, pues incluso parece superponerse sobre sus ramales. La línea nº. 11 es de desarrollo transversal, también de doble configuración, de 2,8 m. de longitud, una anchura máxima de 12-14 cms. y de secciones variables. Así vemos su comienzo en el interior del círculo nº. 2 al cual se superpone y sobre cuyos anillos alcanza los 50/7 de surco (Fig. 55), para a continuación ir perdiendo vigor, pasando a 50/4 en la zona media, y en el último tercio concluir sobre los 40/3.

Fig. 55.- Detalle del sector NO. de A Fonte do Sapo 1 visto desde el O.

5.2.2. Las líneas del petroglifo de A Coutada Pequena (Coruxo, Vigo). El otro petroglifo interesante del Maúxo donde vemos líneas como protagonistas indiscutibles del panel es el petroglifo de A Coutada Pequena (coordenadas: 517.8894.668.746). Se localiza en el borde de una de las terrazas superiores del Monte Maúxo131 (fig. 100, nº. 1, pgn. 208; pgns. 247-248)). El panel fue labrado (Figs. 56 y 57) en una roca baja de aspecto rectangular a modo de lomo de ballena, de 3,6 m. de anchura por 4, 1 m. de longitud y 60 cms. de altura máxima.

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Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:166;lam. 32) y Costas Goberna, F. J.; Domínguez Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1991:123; fig. 32); Prado, A. (s/f: http://petroglifosdomauxo.com/2010/02/08/tomada-do-mauzo-pequeno-chan-grande/).

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Fig. 56.- Plano del petroglifo de la Tomada Pequena (Coruxo, Vigo).

En esta roca se han estudiado hasta 34 figuras (Fig. 56), aunque muy probablemente la cantidad de diseños susceptibles de ser individualizados podría elevarse a una cantidad mayor. Los grabados se presentan acumulados en un panel realmente pequeño, de 3 m. por 3.6 m., lo cual ha producido una imagen de conjunto abigarrado, muy intrincado y complicado de comprender visualmente en su conjunto. Dominan las combinaciones circulares, pero no se quedan atrás los testimonios de líneas bajo la forma de varias tipologías. Coviñas realmente hay pocas, pero incluso consta la excepcional figura de un cuadrúpedo. De todos modos es necesario destacar la dificultad de lectura de este panel, a causa de la elevada densidad de incisiones y raspaduras, a veces muy superficiales, difíciles de identificar generalmente, que conducen en ocasiones a lecturas distintas en detalle.

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Fig. 57.- Numeración y perfiles de A Coutada Pequena (Coruxo, Vigo).

La superficie de la roca se articula en varios planos (fig. 57). El tercio superior de la roca es completamente plano (fig. 57, A), donde se sitúan los motivos numerados desde el nº. 3 al nº. 12. Le sigue a continuación una zona elipsoidal ligeramente elevada (fig. 57, B), donde se encuentran los círculos nº. 1 y nº. 2, y aún dentro de este sector es aún posible identificar una pequeña área mamilar que afecta a los dos primeros anillos internos del círculo nº. 1 (fig. 57, C). Los motivos nº. 13 a nº. 17 fueron grabados en un plano con ligera pendiente hacia el NE., mientras toda la mitad SO. del panel (fig. 57, D), se resuelve en pendiente con esta orientación, con algunas irregularidades a modo de concavidades y abultamientos localizados.

118 Iconográficamente el panel está dominado por la combinación circular nº. 1 inscrita dentro del área moderadamente mamilar señalada con la letra B (fig. 57). Se trata de un círculo de 56 cms. de diámetro en la que se verifica una segunda ocupación mamilar discreta que afecta a sus dos primeros anillos (Sector C). Está profundamente grabada, con surcos que oscilan entre los 40/7 y 50/7. La coviña central mide 110/25, y es la consecuencia de haber sido ensanchado en profundidad el primer anillo, pues aún dentro de ésta se observa una coviña más pequeña. A este círculo se le asocian por el NO. varios arcos tenuemente grabados, así como en su interior tiene origen la doble línea nº. 22, la cual está superpuesta. Presenta también una coviña asociada mediante un trazo. Junto al anterior encontramos el círculo nº. 2 grabado también dentro del sector mamilar B. Mide 37 cms. por 39 cms. de diámetro, ofreciendo un anillo externo muy relevante (50/10), mientras la sección del tercer anillo queda en 40/7 y la coviña central en también de 40/7. A esta unidad se le asocia por el NO., entre su anillo externo y el inicio de la línea nº. 7, un semicírculo con una sección de anillo más tenue (40/2), pero con una coviña central de 80/12. Este círculo nº. 2 está asociado al nº. 1 mediante una breve línea casi imperceptible de 30/3. Ambos círculos, el nº. 1 y nº. 2, se identifican perfectamente a simple vista, siendo los que mejor se ven de todo el panel, junto con el nº 18 y algunas líneas como la nº. 22. Al NO. de este sector mamilar B se extiende el sector A, de superficie casi plana y donde se aprecia una gran cantidad de círculos mezclados con líneas. El círculo nº. 3 mide 16 cms. de diámetro y posee una sección de 40/3 así como una coviña central de 50/9. Está rodeado por una maraña de líneas donde destaca una figura curva a modo de anillo, sobre la cual se superpone una coviña de 70/14. El círculo nº. 4 mide 22 cms. por 25 cms., mostrando una sección de anillo de 45/5 y una coviña central de 40/2, y posiblemente tuviese un anillo interno. El círculo nº. 5 mide 27 cms. de diámetro, con surcos de 40/3, y una coviña central de 35/1. Los anillos de esta combinación circular se interrumpen claramente ante la presencia de la la línea nº. 7, por lo que ésta no se superpone. Esta línea nº. 7, mide 80 cms. de longitud, con un surco de 45/5, siendo muy visible, sobre todo en su remate, donde alcanza los 60/12, la cual parece se origina en el anillo externo del círculo nº. 2, si bien en esta zona la percepción del grabado es más difícil. La combinación circular nº. 8 mide 23 cms. de diámetro, con una sección de 35/1 y una coviña central de 40/3, poseyendo un breve surco de salida que concluye exactamente en el borde de la roca. Más difícil aún de identificar es el pequeño círculo que se le asocia por el SO. En la esquina N. del panel encontramos el círculo nº. 9, de 26 cms. de diámetro, con un anillo de 40/4 y un surco de salida que remata en el borde de la roca. Este círculo fue grabado en una esquina redondeada de la roca, por lo que podemos indicar la existencia de una vaga ocupación mamilar. La unidad nº. 10 es un diminuto círculo de 14 cms. de diámetro, con una sección de 40/5, y el cual fue asociado por un breve trazo a la línea nº. 7. El círculo nº. 11 es también una pequeña unidad de 12 cms. de diámetro con coviña central de 30/1 y una sección de 40/2 hacia la que confluyen varias líneas, procedentes del círculo nº. 12, y de la línea nº. 7, después de describir un amplio arco bordeando el círculo nº. 10, así como de un conjunto de líneas situadas entre los círculos nº. 8 y nº. 9. De aquel círculo nº. 11 parte otra línea de 42 cms. de longitud y sección 50/4 que también concluye en el borde de la roca.

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Los grabados situados hacia el NE. y O. de la combinación circular nº. 2 (del 12 al 17) se disponen en un plano ligeramente inclinado hacia el NE., constituyendo un espacio de transición entre los sectores A y B con el sector D. La figura nº. 12 es una combinación circular de 25 cms. de diámetro de trazado complejo y rodeada de distintos trazos, uno de los cuales lleva hasta el círculo nº. 12. El nº. 13 es un círculo de 32 cms. de diámetro, donde se aprecia cierta gradación anular, llegando el anillo externo a los 40/3, mientras la coviña central queda en 30/1. De este círculo parte un pequeño trazo que lo liga al surco de salida del círculo nº. 11. Superpuesto a este motivo vemos una gruesa línea que parte en dirección S. concluyendo junto a otras líneas situadas entre los diseños nº. 15 y nº. 16. Junto a aquel círculo consta la figura nº. 14, un haz de tres líneas rectas y paralelas casi imperceptibles, de 35 cms. de longitud, grabadas a favor de la pendiente de la superficie de la roca. El círculo nº. 15 mide 28 cms. de diámetro, con una sección de 45/3, y en el apreciamos también una gradación de la sección de los anillos. Este círculo también se ve afectado por la superposición de una línea de 54 cms. que excavada sobre su anillo externo lleva hasta el círculo nº. 18, tras pasar aparentemente sobre los grabados asociados a la figura nº. 16. Es éste un pequeño círculo de 12 cms. por 14 cms. de diámetro del cual parten una serie de surcos curvos sobre los cuales se grabó la mencionada línea transversal. El nº. 17 es un círculo de 14 cms. de diámetro y aparentemente superpuesto a una línea procedente del anillo externo del círculo nº. 2. A partir de estos diseños el panel desciende en plano inclinado hacia el SE., quedando definido como el Sector D, en el cual englobamos los restantes diseños, desde el nº. 18 al 34. La figura nº. 18 es una gran combinación circular de 38 cms. de diámetro Del anillo exterior de esta unidad parten dos líneas; una ya comentada por el NE. que enlaza con el círculo nº. 15, y otra en dirección SE., la nº. 27. El nº. 19 es un pequeño círculo de 11 cms. de diámetro, con un anillo de 35/2, y una coviña central de 35/2, que se encuentra rodeado por líneas curvas, y del cual parte un surco fino con dirección S. que lo enlaza con el círculo nº. 20, tras atravesar una línea transversal, sobre la cual está excavado. Este círculo nº. 20 mide 14 cms. de diámetro, con una sección de anillo de 40/7 como máximo y con un surco de mala calidad, y del cual parte una larga línea ondulante con dirección SE. que parece una continuación de la procedente del círculo nº. 19, ya comentada. El círculo nº. 21 mide 21 cms. por 16 cms., de sección máxima 40/5. La figura nº. 22 es en su mayor parte una doble línea que se origina en el interior de la combinación circular nº. 1, y que recorre de modo ondulante el margen SO. del panel, con una longitud máxima de 2,7 m. Comienza con una gran cazoleta de 80,220/8, claramente excavada sobre los anillos de la combinación circular nº. 1. A partir de aquí se resuelve en dos líneas paralelas que son de grabado tenue en el primer tercio, con secciones que no van más allá de los 30/2, pasando a mostrar una ejecución más vigorosa en el segundo tercio, con secciones de 35/4, 35/5, e incluso 40/10. El último tercio, tras una confluencia de ambas líneas se resuelve en un solo trazo que concluye en una coviña de 70,80/12. Pero este segmento tampoco es uniforme, pues los 12 cms. iniciales apenas alcanzan los 40/4 de sección para dar paso a continuación a dos tramos, de los cuales, el último, de 39 cms. alcanza los 60/12 de sección. Esta línea nº. 22 presenta varias ramificaciones. Una enlaza el remate del tercio superior con el inicio del tercio inferior; en el segundo tercio, y con dirección SO. vemos dos trazos con sección de 50/3 que acaban en el extremo de la roca; por último desde el remate del tercio superior baja una línea de 85 cms. con secciones de 35/5 que concluye en una especie de concavidad a modo de pila exorreica. A esta línea se asocia mediante un

120 pequeño trazo el círculo nº. 24 de 13 cms. de diámetro, con un surco de 40/4 de aspecto rugoso. Al SO. de la línea nº. 22, entre ésta y el borde de la roca hay varias figuras de labrado muy superficial como el nº. 23, un círculo de 20 cms. de diámetro. El círculo nº. 24 es una pequeña unidad de 10 cms. por 12 cms. con un anillo de 45/6 dotado de un pequeño surco de salida que concluye en el extremo N. de la citada concavidad de este sector. Igual comportamiento lo encontramos en el círculo nº. 26, de 11 cms. de diámetro, con un anillo de 40/5 y un surco de salida de 38 cms. de longitud y una sección de 40/4. La figura nº. 27 alude a una línea de 1,10 m. de longitud que partiendo tangencialmente del anillo externo del círculo nº 18, lleva un trazado hacia el SE. y al cual se adhieren otros trazos, de entre los cuales cabe destacar el círculo nº. 28, de pequeño tamaño, de 10 cms. de diámetro, conectado mediante un trazo a la citada línea. La figura nº. 29 es una combinación circular de 31 cms. por 32 cms., con un surco de 35/2 y grabado en una ligera concavidad de la superficie de la roca. El diseño nº. 30 es una compleja figura de aproximadamente 1,8 m. de longitud desarrollado a favor de la pendiente, y la cual comienza en una especie de figura ovalada en la parte superior y se continúa con un cuerpo lineal ondulante acabado en una coviña al que se adhieren numerosos trazos curvos cerrados; su sección oscila entre 35/3 y 40/3. Paralelamente a ésta y con una tipología parecida encontramos la figura nº. 31, de 1,4 m. de longitud, aunque al igual que la nº. 22 se resuelve parcialmente en un doble ramal, con sección de 35/5, y a la que se le asocian otros trazos curvos, largos o cerrados. La figura nº. 32 constituye los restos de una combinación circular que parcialmente rodeaban un mamilo discreto. El diseño, constituye sin lugar a dudas el cuerpo de un cuadrúpedo de 30 cms. por 15 cms. sobre cuyos cuartos delanteros se superpuso una línea curva transversal. Por debajo de este trazo, encontramos aún una línea nº. 34. La primera impresión que surge ante el plano de este panel es la sensación de horror vacui. Y en efecto, la idea de conjunto abigarrado quizás haya sido la imagen percibida por los últimos artistas que aquí trabajaron. Sin embargo, este mismo estímulo sensorial no es ninguna novedad, pudiéndose percibir en otros muchos petroglifos de combinaciones circulares. No obstante, lo que diferencia a este panel de otros también profusamente grabados como por ejemplo los ya vistos de As Requeixadas 1.1 (fig. 32, pgn. 73) o el de Chan do Rapadouro (fig. 38, pgn. 80), es que en estos últimos las líneas o no constan, o tienen un escaso protagonismo, y cuando se identifican, generalmente aparecen como parte sustancial de las combinaciones circulares (los conocidos surcos de salida). En A Coutada Pequena volvemos a encontrar el tema de la ocupación mamilar, aunque aplicada a turgencias discretas o vagas (véase Cap. 3). Lo que modifica en este caso nuestra apreciación sobre el tema, es que esta ocupación mamilar afecta prioritariamente a los círculos nº. 1 y nº 2, que curiosamente son los más destacados a simple vista, y además se encuentran en el lugar más prominente de la roca, aunque éste sea poco relevante. A ello cabría añadir que el nº. 1, con una ocupación mamilar discreta, es asimismo el de mayor tamaño. Esta mayor inversión de tallado de combinaciones circulares emplazadas en mamilos, y a veces las de mayor tamaño del panel, a diferencia de otras que le acompañan, no es para nosotros tampoco una novedad, y posiblemente cuente con algún tipo de explicación. Al igual que ocurría en A Chan do Preguntadouro, se aprecia la existencia de varias combinaciones circulares de tamaño mediano y grande rodeadas de un modo

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periférico por gran cantidad de pequeños círculos. Esta disposición tampoco es casual y obedece a una inercia artística bien definida, que hemos denominado jerarquización gráfica, y la cual estudiaremos más detalladamente en un capítulo posterior (infra, Cap. 6, pgn. 135). Esta tendencia implica una especie de evolución morfológica degenerativa y disolutiva del mundo de las combinaciones circulares, extendida en un lapso cronológico que aún está por determinar. Otro dato que apoya este enriquecimiento gráfico progresivo del panel, y estrechamente relacionado con la jerarquización gráfica son los círculos adosados a las combinaciones circulares nº. 1 y nº. 2. Se trata de pequeñas unidades circulares o semicirculares levemente talladas que contrastan ostensiblemente por defecto con la perfecta visibilidad de los círculos mayores. No obstante, las verdaderas protagonistas de este panel son las múltiples figuraciones de líneas. Encontramos también una variada tipología que pasamos a sistematizar contrastándolas con las categorías enunciadas al estudiar el petroglifo de Socastro. Destaca de entre todas ellas la extensa línea nº. 22, de trazado parcialmente doble. Esta línea tiene sus paralelos más directos en la citada estación más arriba estudiada de A Fonte do Sapo, donde al igual que allí, su origen (o quizás remate, en el caso de la línea nº. 11, de A Fonte do Sapo) se produce en el interior de una combinación circular preexistente. Esta intencionalidad habrá de ser valorada adecuadamente, pues si bien remite a indudables añadidos posteriores, también es cierto que usan motivos antiguos, previamente grabados. Decimos que estas líneas se aprovechan de la presencia de figuras circulares anteriores, pero tenemos la impresión de que tal gesto se practicó secundariamente, pues por lo común respecto de estas líneas del Tipo A, (y también de las del Tipo B), se entrevé una cierta tendencia a constituir motivos con vida propia, como lo delatan los diseños nº. 30 y 31, pero también es posible deducirlo de las líneas de A Fonte do Sapo 1: podrán comenzar o acabar en el interior de una combinación circular, a la cual se superponen, pero lo suyo es discurrir por la superficie de la roca, generalmente a favor de la pendiente y describiendo un trazado muchas veces ondulante. Creemos que en realidad se sirven de los motivos antiguos con alguna intencionalidad significativa. Estas líneas son del todo paralelizables con las Tipo A de Socastro. En A Coutada Pequena a este grupo quizás podamos adherir la línea nº. 7, y el haz de líneas nº. 14, aún a pesar de su exigüidad. En relación con estas líneas, hay no obstante varias circunstancias que habrán de ser analizadas más detenidamente. En efecto, hemos observado que desde las líneas matrices parten nuevos ramales, los cuales pueden concluir en los bordes de la roca, hecho que ya hemos documentado repetidamente en referencia a los surcos de salida de las combinaciones circulares, y que interpretamos como un deseo de vincular la significación del motivo con alguna realidad existente en el exterior de la roca, posiblemente el medio natural circundante, o la Naturaleza en general. Otro ejemplo tendremos ocasión de examinarlo en el panel nº. 7 de O Preguntadouro (fig. 75, pgn. 160). Pero además en A Coutada Pequena observamos que algunas combinaciones circulares se asocian a estas líneas mediante adosamiento (círculo nº. 5, y pequeño círculo asociado al nº. 2), o bien mediante pequeños trazos a estas mismas líneas (círculos nº. 10, 24 y 28), al tiempo que otras lo hacen análogamente a los márgenes de la roca o a accidentes que conducen al exterior (círculos nº 9, 25 y 26). Queda claro que

122 hay una relación significativa básica entre todas estas variables gráficas, cuya principal idea común parece ser la de ligar a los grabados realizados sobre la roca con su exterior, y donde las líneas son tenidas como conductores idóneos de esta idea (líneas Tipo E de Socastro). Aunque podríamos traer un elevado número de ejemplos de líneas Tipo A de Socastro en los que estos motivos se superponen a combinaciones circulares, también es cierto que hay casos claros de asociación entre círculos y líneas, tal como lo han dejado probado los ejemplos citados en la Fonte do Sapo 1 (motivo nº. 4 con la línea nº. 12), y ahora en A Coutada Pequena el caso de la combinación circular nº. 5 respecto a la línea nº. 7. Este hecho permite pensar que las líneas son de algún modo coetáneas con las combinaciones circulares, lo cual eventualmente parecen confirmar los casos de asociaciones detectadas. No obstante, es posible que, dada la aparente independencia gráfica demostrada por la insculturación de las líneas, éstas constituyan una tradición quizás distinta, e incluso surgida más tarde cuando ya se había echado a andar hacía tiempo el mundo de las combinaciones circulares, lo cual explica que se superpongan intencionadamente. En este panel vemos casos de combinaciones circulares asociadas entre sí por líneas vinculantes paralelizables por lo tanto con las Tipo D de Socastro. Responden a este tema los casos detectados entre los círculos nº. 1 y nº. 2 y entre los nº. 15 y 18, por señalar los más claros. Del mismo modo que un círculo se puede asociar mediante un trazo a una línea preexistente, estas vinculaciones posiblemente sean también realizadas con posterioridad al tallado de ambos motivos. Así induce a pensarlo la circunstancia de que el trazo que relaciona los motivos nº. 1 nº. 2 sea de sección muy tenue, en contraste con las de los motivos ligados. Respecto al otro caso señalado, cabe resaltar que esa línea vinculante además de pasar sobrepuestamente sobre los trazos curvos asociados con el círculo nº. 16, fue excavado en ambos remates dentro de los anillos externos de aquellos círculos lo cual sugiere pensar en una adición diacrónica. En breve nos ocuparemos de esta particularidad (véase apartado 5.2.3, pgn. 123). Quede ahora constancia de que hay pruebas fundadas para dudar que dos o más combinaciones circulares asociadas mediante líneas integren necesariamente una asociación primaria, es decir, que hayan sido concebidas y asociadas de ese modo. Un tipo de líneas de configuración especial nos la representan las figuras nº. 30 y 31. A pesar de su complejidad formal no es muy difícil entrever una disposición linear, de trazado largo, y desarrollo ondulante, y donde se ven también ramificaciones. El parecido con las líneas de Tipo A de Socastro es indiscutible, muy emparentadas con las de A Fonte do Sapo 1, y la nº. 22 de A Coutada Pequena, de desarrollo longitudinal múltiple e incluso la nº. 30 finaliza en una coviña al igual que la nº. 22. En consecuencia estimamos que el aspecto final del petroglifo de A Coutada Pequena fue la consecuencia de una dilatada práctica rupestre, cuyos motivos más antiguos comenzaron por ser combinaciones circulares, y una posterior donde se grabaron multitud de líneas de diversa índole, al tiempo, que probablemente tampoco se perdiese la tradición de realizar círculos. De hecho algunas de estas líneas parecen ser elementos constitutivos de los círculos que complementan, como pueden ser los surcos de salida de los círculos 8, 9, 25 y 26 (Tipo E de Socastro), o las que ligan círculos con líneas como los nº. 10, 24, 27, 28. Sin embargo, vinculaciones como las que afectan a los círculos nº. 1 y 2 o nº. 15 y 18, (Tipo D de Socastro) suscitan fundadas dudas por las

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diferencias de secciones. Sin embargo, predomina la línea de Tipo A de Socastro (nº. 7, 22, 27, 30, 31 y 34. Estas líneas son de confección autónoma, si bien, se asocian a los viejos círculos allí existentes, en el caso de la línea nº. 22 aparentemente comportándose como una línea de Tipo E o F de Socastro, pues aunque superpuesta al círculo nº. 1, la intencionalidad de desarrollarse desde su centro, como si de un surco de salida se tratase es visualnmente muy obvio. Del examen de estos casos se infiere una repetida conducta de grabar líneas en paneles donde ya se habían confeccionado combinaciones circulares previamente. Estas líneas presentan una doble faceta: por una parte llevan una vida autónoma, discurriendo y ondulando sobre el panel junto a motivos más antiguos, vinculándolos también, pero asimismo asociándose decididamente a estos. La grabación de líneas nos sugiere la idea de continuismo, pero también de un intento de revitalización y/o actualización de una antigua tradición rupestre muy estimada. Pero también de la llegada de una nueva concepción de Arte Rupestre. 5.2.3. La cuestión de la diacronicidad de las líneas Tipo D de Socastro. En los últimos párrafos del apartado anterior se han indicado casos de cómo las líneas de Tipo D de Socastro, es decir aquellas que vinculan dos combinaciones circulares, u otros motivos, y que constituyen el tipo de asociación quizás más recurrido en el mundo rupestre galaico, no necesariamente relacionaban motivos que nosotros podíamos concebir apriorísticamente completamente sincrónicos, ni por lo tanto, tampoco su presencia era óbice para pensar que todas las figuras relacionadas por líneas integraban una composición de significado complejo. En efecto, si dudamos de la contemporaneidad de las líneas asociativas respecto de uno o varios motivos vinculados, difícilmente podremos admitir que cada uno de aquellos grabados eran protagonistas dependientes de una misma narración. Para justificar esta idea se echó mano de las asociaciones que en A Coutada Pequena relacionaban los círculos nº. 1 y nº. 2 así como los nº. 15 y nº. 18. En estos casos, las divergencias entre las secciones de los surcos de los círculos y las líneas, o su superposición sobre sus anillos eran un indicio para no perder de vista tal posibilidad. Una circunstancia parecida la apreciamos en A Tomada do Xacove, en Morgadáns (Gondomar). En este petroglifo (pgn. 166 y ss; fig. 108, nº. 3, pgn. 221)), observamos en su sector central que dos combinaciones circulares están ligadas por un trazo. La situada hacia el O. mide 70 cms. de diámetro, coviña central de 100/14, y una sección de anillos entre 60/9 y 70/10. La otra combinación circular mide 60 cms. de diámetro, y sus anillos rondan la secciones de 60/6. Sin embargo la línea que las une muestra una sección de 80/4. De estos datos se sigue que la línea vinculante, que sería el Tipo B de Socastro, mostraría un excavado más ancho y menos profundo, lo cual la hace más difícil de percibir que los círculos ligados. Esta disparidad de secciones entre los círculos y la línea vinculante nos llevan a dudar de la total sincronía de los tres motivos, o por lo menos a tomar las necesarias prevenciones. El petroglifo de Outeiro do Castro132, en Coruxo, Vigo, a los pies del Monte Maúxo, hacia el N. es otro preclaro ejemplo de las dudas que nos pueden asaltar al valorar la hipotética unitariedad del panel (Fig. 58 y 59).

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Costas Goberna, F. J. (1984:126 y 158).

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Fig. 58.- Plano general del Outeiro do Castro 1 (Coruxo, Vigo).

Se trata de un petroglifo compuesto por 12 combinaciones circulares algunas de las cuales están ligadas por líneas largas. Fue grabado en una laja de la vertiente SO. de una pequeña elevación rocosa. La roca mide 3,4 m. por 3. m., y presenta una superficie levemente inclinada hacia el SO., recorrida transversalmente por varias diaclasas, con una ligera pila endorreica en el centro, con algunos suaves abombamientos. A simple vista, los círculos nº. 8, 9, 10 y 11 son los que mejor se perciben, pues en efecto, muestran anillos con secciones entre 45/4, 50/6, 60/4 y 50/7. Además, algunos de ellos son los más grandes del panel (nº. 11: 54 cms.; nº. 9: 44 cms.; nº. 8: 38 cms. Respecto a la ocupación mamilar, simplemente señalar que solamente los círculos nº. 4 y nº. 8 han sido grabados aprovechando ligeros abombamientos de escasa proyección. Los círculos

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nº. 5, 12 y 13 son apenas perceptibles, no superando las secciones de los anillos los 3540/1-2. En el extremo NE. del panel vemos los círculos nº. 1 a nº. 7, todos ellos de pequeño tamaño, siendo el mayor el nº. 3, de 26 cms. de diámetro. Muy curiosa es la situación de los círculos nº. 1, 2 y 7, grabados en el borde mismo de la roca, pero no en mamilos. De entre ellos destaca el citado nº. 3, por su factura más cuidada. En líneas generales, los círculos de este sector, del nº. 1 al nº. 7 poseen unos surcos de sección muy tenue con predominio de 35/2.

Fig. 59.- Detalle del sector NE. del Outeiro do Castro 1 (Coruxo, Vigo).

Del plano se deduce también que se producen no pocas asociaciones. Vemos por una parte los círculos nº. 1 y nº. 2, y por otra los nº. 8 y 9 respectivamente asociados por adosamiento. También destaca la breve línea que liga al círculo nº. 9 con una diaclasa. Pero lo más característico de este petroglifo son las asociaciones mediante líneas que ligan a varios círculos (Fig. 57): - La línea a mide 42 cms. de longitud y ofrece una sección variable alcanzando 50/5 y relacionando los círculos nº. 1 y nº. 3. Comienza en el anillo exterior del círculo nº. 1, en cuyo interior fue excavado, y tras un discurrir rectilíneo adopta una forma curva como para eludir la presencia del círculo nº. 3, pero acaba por presentar su remate excavado sobre el anillo exterior de este mismo círculo.

126 - La línea b mide 56 cms., es de trazado curvo, atravesando además una diaclasa, posee una sección máxima de 50/6, y relaciona los círculos nº. 2 y nº. 4. Al igual que la anterior línea su origen y su remate fue grabado sobrepuestamente sobre los anillos externos de los respectivos círculos. - La línea c, mide 46 cms. de longitud, es de desarrollo curvo, atraviesa también una diaclasa, y asocia los círculos nº. 2 y nº. 8. Procede del anillo exterior del círculo nº. 2 y concluye en el interior del segundo anillo del círculo nº. 8 tras atravesar el anillo exterior. - La línea d mide tan sólo 23 cms. Se origina en el anillo exterior del círculo nº. 7, y concluye dentro del anillo externo del círculo nº. 9, claramente excavado en su interior. De este análisis se ha derivado que todas las líneas que vinculan los círculos fueron indefectiblemente realizadas tras la ejecución de éstos. Ello puede dar lugar a pensar sin muchos problemas que las asociaciones entre los círculos se realizaron después de que estos permaneciesen grabados cierto tiempo. Pero incluso en la asociación entre círculos también se suscitan algunas dudas. Por ejemplo la que afecta a los círculos nº. 1 y nº. 2, en cuya factura se aprecia perfectamente que el trazado del anillo externo de este último se ha realizado sobre el de la otra combinación circular. Un problema semejante lo vamos a encontrar al estudiar más detalladamente el panel 1.1 de O Currelo (Priegue; Nigrán)133, situado en la vertiente SO. del Monte Maúxo (fig. 98, nº. 2, pgn. 206; pgn. 237). Se trata de una serie de grabados distribuidos en tres paneles a lo largo de varias rocas adyacentes de 5,6 m. de longitud, siendo el más importante el nº 1.1 (Figs. 60, 61 y 62), más concretamente su sector meridional. Como se puede observar por los perfiles que acompañan al plano del panel (fig. 60), fueron grabadas las figuras en una roca que por el E. describe la forma de peñasco elevado, mientras en el arco que va del N. al SO. queda a flor de tierra, o mejor cubierta la roca por arrastres. Tiene pues la forma de una laja donde no obstante en el extremo S. se describe una ligera elevación abombada en la cual se grabó la gran combinación circular nº. 1. A partir de este sector, la superficie desciende en ligero plano inclinado hacia todas las direcciones. Aún cabe resaltar un pequeño mamilo aprovechado para grabar el círculo nº. 3. Este sector meridional está dominado por el círculo nº. 1, ubicado en ese lugar elevado, a cuyos anillos se asocian una serie de compartimentos con coviñas interiores, describiendo una figura de 75 cms. por 62 cms., y del cual parte un largo surco de salida que tras ondular por la superficie de la roca 76 cms. (aunque su desarrollo completo es de 1,10 m.), concluye en una diaclasa, y al cual aún se le asocia en su zona media un pequeño círculo. Esta combinación circular fue grabada enérgicamente, con una gran coviña central, de 110/10, y con la particularidad de que los anillos no se cierran completamente, dejando de este modo un pasillo por donde se desliza el largo surco de salida procedente de la coviña central. El círculo nº. 2 mide 20 cms. de diámetro, y del parte un haz de líneas que concluyen en una diaclasa. Pertenece a la clase policupular, con unidades de 25-30/1-2. Se asocia al círculo nº. 1 a través de una larga línea (nº. 6) profundamente grabada la 133

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:142 y 222).

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cual penetra dentro del círculo nº. 2, y parece que fue excavada sobre una línea terminal de uno de los compartimentos del círculo nº. 1. De hecho el contraste de profundidades de esta línea con los respectivos anillos de los círculos nº. 1 y nº. 2 es muy acusado (Fig. 60).

Fig. 60.- Plano y perfiles del panel nº.1 de O Currelo 1 (Priegue, Nigrán).

El círculo nº. 3 mide 25cms. por 26 cms. de diámetro, y fue grabado adaptándose escrupulosamente a un leve mamilo de 4 cms. de altura. Parece que buscaba su asociación por adosamiento al círculo nº. 1. El círculo nº. 4 mide 20 cms. de diámetro perteciendo a la clase de los policupulares, relleno de pequeñas coviñas del tipo 25-30/1-2. De él parte una línea de 44 cms. de longitud (nº. 8) con intención de ligarlo a los compartimentos del círculo nº. 1, pero no obstante no llega a existir contacto. Se observa asimismo una insculturación más profunda de este trazo tanto respecto de los compartimentos del círculo nº. 1 (a los que, recordemos, no llega a tocar), como del círculo nº. 2, a cuyo anillo se superpone, e incluso penetra en su interior ligeramente. Vemos asimismo un pequeño grupo de coviñas (nº. 9) cercano al círculo nº. 1, pero grabadas en una especie de concavidad, y en un punto de incómodo trabajo. Queda

128 por último mencionar, el círculo nº. 5 que aparece muy desplazado hacia el N. de este grupo meridonal de insculturas, y que se clasifica como policupular.

Fig. 61.- Detalle de O Currelo 1.1 visto desde el O.

En este panel nos encontramos nuevamente con una ocupación mamilar aprovechada por el círculo más grande del panel, vigorosamente grabado, y ocupando un lugar preferencial en la superficie de la roca. Es no obstante una unidad compleja, con compartimentos asociados, con una configuración muy desarrollada, que nos recuerda un poco algunos de los círculos ya examinados en otros petroglifos como por ejemplo Chan do Petaco 3, (fig. 29, pgn. 61) o varios de A Chan do Rapadouro (fig. 73, pgn. 74), o As Requeixadas 1.1 (fig. 38, pgn. 80), y donde los anillos no se llegan a cerrar dejando abierto un corredor por donde se desplaza el largo surco de salida, el cual concluye en una diaclasa. Rodeando esta unidad se dispersan una serie de pequeños círculos, entre los cuales se encuentran los de tipo policupular, de los cuales ya indicamos al estudiar los petroglifos del Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)134 que su disposición en muchos paneles solía ser periférica, siendo ésta una realidad que nos encontramos ahora y aún volveremos a ver otra vez en Castro Loureiro 3 (143 y ss.; fig. 112, nº. 5, pgn. 225; pgn. 229), por lo que quizás tuviésemos necesidad de concebirlos ya como una tendencia tardía dentro del mundo de las combinaciones circulares. No obstante, en O Currelo 1.1 algunos de estos círculos policupulares están claramente asociados mediante líneas con el círculo nº. 1, o al menos con sus compartimentos. Sin embargo, estas asociaciones quizás se realizasen a posteriori de la 134

Fernández Pintos, J. (2013:41).

129

labra de los círculos mediante líneas trazadas a ese efecto, tal como parece sugerir el fuerte contraste en la elaboración de las citadas líneas respecto de los círculos asociados.

Fig. 62.- La línea nº. 6 de O Currelo 1.1, vista desde el N.

5.3. SISTEMATIZACIÓN DE LOS PETROGLIFOS DE LÍNEAS. En el apartado precedente hemos examinado una serie de petroglifos donde combinaciones circulares y líneas se intrincaban para configurar complejos paneles. Mucho se ha especulado con este tipo de petroglifos, desde los que veían planos topográficos con representaciones de caminos, hasta los que entendían que la comprensión de semejante complejidad precisaba de individuos iniciados que

130 conociesen el significado preciso de cada elemento y global del conjunto, pues según sugieren estos autores, dada la diferente composición de cada petroglifo no sería raro que cada uno de ellos contasen historias distintas. Sin embargo, un análisis pormenorizado de las cualidades de los surcos y anillos, tal como hemos realizado en las páginas anteriores, nos ofrece una imagen muy distinta. Las líneas cuando son muy largas suelen recorrer el panel deslizándose por entre las figuras, a veces evitándolas y otras veces superponiéndose. Estas superposiciones, cuando son verificables, suelen detectarse en los respectivos extremos de las líneas, al iniciarse o rematar sobre los anillos de combinaciones circulares, pero tampoco faltan casos de su trazado sobre los cuerpos de los mismos círculos en su discurrir sobre el panel. Frecuentemente fueron grabadas con una técnica distinta, aún apreciable en la actualidad, y visible en el contraste de los perfiles de los surcos, lo cual motiva suponer que estamos ante un añadido posterior. De hecho no vemos otra explicación coherente para entender cómo en un mismo panel, por ejemplo en Outeiro do Castro, sistemáticamente sean las líneas las que repetidamente se superponen. Pero incluso en ocasiones obvios surco de salida, comunes a muchas combinaciones circulares, en realidad comienzan en las proximidades del anillo externo, pero no a partir de él o desde su centro. Toda esta información nos lleva a considerar que en numerosos petroglifos es posible hablar de una clara manipulación sintáctica de motivos que en origen fueron grabados aisladamente unos junto a otros pero no vinculados gráficamente, los cuales son asociados con posterioridad a su ejecución a través de líneas. Tratar de rebatir esta afirmación tomando por irrelevantes los datos desprendidos de la observación tanto de la diferencia técnica, como de las superposiciones, es una postura muy cómoda, muy poco comprometida, pero insuficiente. En el próximo capítulo veremos cómo en ciertos petroglifos las asociaciones mediante líneas responden también a una jerarquización gráfica, asimismo consecuencia de la adición sucesiva de grabados a un mismo panel. De todos modos, la realidad de las líneas como medio de manipulación sintáctica no excluye que la insculturación de círculos también llevase implícita en ocasiones, muy frecuentemente, el empleo de líneas. Son los conocidos como surcos de salida que pueden nacer en la coviña central, o en el anillo exterior, ser largos o cortos, ondulantes, rectos o curvos, concluir sobre la superficie de la roca, en otra combinación circular, en una pequeña coviña, en una diaclasa o en el borde mismo de la cara de la roca, y en su trayecto a través del círculo sus anillos se interrumpen para permitir su paso. Es por ello, que evidentemente la insculturación de combinaciones circulares conllevaba ya en su bagaje iconográfico líneas en forma de surcos de salida. Es también perfectamente comprensible y viable concebir igualmente asociaciones entre combinaciones circulares a través de líneas. No obstante, paralelamente y sin olvidar lo indicado en el párrafo anterior, es totalmente cierto que en muchos petroglifos a estos grabados de combinaciones circulares originalmente inconexos se le añadieron con posterioridad líneas para asociarlos entre sí. También es verídico que en no pocas ocasiones las mismas líneas eran ya de por sí petroglifos de significado autónomo (Líneas de Tipo A de Socastro). Estas certidumbres son las que obligan a estudiar con mucho detalle tanto los surcos de salida como las asociaciones mediante trazos entre combinaciones circulares. En efecto, no sólo sabemos de casos como el de la figura nº. 12 de Socastro, donde la línea

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adyacente parece ser un añadido posterior, sino incluso ejemplos donde el surco de salida presenta una relevancia mucho más destacada que los anillos del círculo del que parte, como sucede en Pornedo 1 (fig. 137, pgn. 256). En estos últimos supuestos podría tratarse tanto de adiciones como de reavivados realizados con posterioridad; pero si admitimos ambas circunstancias, habremos de hacer constar también el gran valor concedido a la grabación únicamente de líneas, a la manifiesta intencionalidad de resaltar la importancia de los surcos de salida en detrimento de los anillos de los círculos. De todos modos tampoco conviene ignorar la importancia otorgada a la insculturación de aquellos surcos de salida para cuyo trazado se interrumpió el desarrollo de los anillos prestándole un paso libre135. En resumen, si ya las líneas formaban parte de la iconografía de las combinaciones circulares, eran tenidas en ocasiones como un componente de especial significación. No obstante, parece ser que el trazado de rayas pervivió a las combinaciones circulares tal cómo parecen atestiguarlo, la existencia autónoma de las líneas de Tipo A de Socastro, y las adiciones y superposiciones, motivos más frecuentes de lo que se pudiera pensar a simple vista. En realidad, los petroglifos de líneas son para nosotros unos viejos conocidos. Sobre ellos habíamos hecho hace tiempo una somera alusión136, pero quedaban por sistematizar, y de hecho, los presentes párrafos no dejan de suponer sino un segundo abordaje sobre este tema, con intención esclarecedora, pero aún de un modo introductorio. En realidad nuestra pretensión por ahora es su identificación y deslinde del ciclo de las combinaciones circulares, pero en relación con éstas. En efecto, de los párrafos precedentes se deduce fácilmente la existencia de una tradición artística caracterizada por el trazado de líneas con valor propio; pero asimismo, con bastante asiduidad muchas se subordinan parcialmente a combinaciones circulares antiguas, o por lo menos no se puede demostrar su mutua extemporaneidad. De igual forma hemos visto cómo algunas de estas líneas experimentan asociaciones pasivas pero directas con combinaciones circulares (en forma de adosamiento como sucede por ejemplo en la fig. 5 de A Coutada Pequena o en la fig. 4 de A Valgada da Fonte do Sapo), queda claro, que de constituir una etapa o una tradición artística ésta sería de algún modo contemporánea de las combinaciones circulares, pero probablemente solapada tardíamente sobre su desarrollo. En consecuencia, debe admitirse una incorporación de las líneas en la iconografía propia de las combinaciones circulares, quizás desde un momento temprano o desde sus orígenes, y ya como un rasgo de suma importancia en su plasmación iconográfica. A pesar de abundar los petroglifos donde varias combinaciones circulares constan sin asociarse, no por ello debemos descartar tampoco el empleo de trazos para asociarlas entre sí, y tal vez fuese éste una conducta frecuente. Pero aún aceptando esta posibilidad, ello no conlleva necesariamente la sincronicidad ni la unitariedad compositiva de todas las combinaciones circulares afectadas por la vinculación de una línea. Del mismo modo que en petroglifos como A Chan do Rapadouro (fig. 32, pgn. 73) o As Requeixadas 1.1 (fig. 38, pgn. 80) los paneles son el resultado final de sucesivas adiciones, y nada obliga a considerar que no suceda lo mismo cuando los motivos se vinculan con trazos como podemos ver en las figs. 13, 14 y 15 de Socastro 1.2. (fig. 44, pgn. 100).

135 136

Fernández Pintos, J. (1989:121-122). Fernández Pintos, J. (1993b:123, fig. 1-6).

132 Este planteamiento sintáctico de las combinaciones circulares, portando ya líneas de Tipo B y C de Socastro, podría estar en la base de un ulterior desarrollo autónomo de las figuraciones de líneas. Esta idea de momento es una mera especulación necesitada de una más detallada comprobación, pero por el momento no puede ser descartada completamente. Lo seguro es que después de haberse grabado combinaciones circulares se realizaron petroglifos de líneas, a veces completamente autónomos, en ocasiones asociándose a aquéllas, o incluso contribuyendo a su asociación. Insistimos que este estudio no es relativo a los petroglifos de líneas, pero dado que nos hemos topado con ellas creemos oportuno esbozar una sistematización gráfica como punto de partida para el desarrollo de una futura investigación más pormenorizada de este tipo de inscultura, y que además supere y simplifique la nomenclatura provisional que hemos estado utilizando a lo largo de estos apartados basada en el estudio del petroglifo de Socastro. 5.4. CONCLUSIÓN: LA CONFIGURACIÓN DIACRÓNICA DEL PANEL UNITARIO. En el apartado precedente hemos examinado una serie de indicios que sugieren la posibilidad de una estratificación en fases de los motivos que integran ambos paneles de la estación de Socastro. Como motivos más antiguos estarían las combinaciones circulares, y a continuación se grabarían los diversos tipos de líneas y la agrupación de coviñas nº. 16. Como vimos, también en las líneas cabría diferenciar varias tipologías básicas, que al no coincidir gráficamente de un modo adecuado no podemos elucidar su posición cronológica relativa. Esta estratificación se basa en la disparidad tipológica de los motivos, pero también en función de detalles derivados de la estratigrafía horizontal (periferismo, inhibiciones), de la estratigrafía vertical (superposiciones), y también de la calidad de la sección de los surcos. De la combinación de todos estos parámetros se concluye una cronología relativa de las tipologías de los motivos, que de todos modos, mientras no se pueda justificar fehacientemente, ello no implica necesartiamente una disparidad cronocultural. Sin embargo, aún no perdiendo tampoco de vista esta última posibilidad, la intencionalidad de vinculación de estos motivos tenidos como más recientes, respecto de los círculos es también manifiesta. Las líneas de tipo A no sólo coinciden en el mismo panel, sino también se sitúan entre los círculos, se asocian y los asocian a ellos. Las líneas de tipo B se añaden a algunos de esos círculos resultando un motivo nuevo, completando, matizando, adecuando o modificando su significado original según el criterio del nuevo artista que manipula el grabado antiguo. La línea de tipo F nº. 18 parece actuar de surco de salida del círculo nº. 12 que aparentemente había permanecido sin ella. La agrupación de coviñas nº. 16 no puede estar físicamente más adyacente a los grabados realizados con anterioridad. En la comprensión de un panel del Arte Rupestre Gallego no podemos perder de vista el principio de la tendencia a la contigüidad física de los motivos que integran un panel, fácilmente comprobable en numerosos ejemplos, y al que hemos hecho alusión en páginas precedentes (pgns. 90 y ss.). Es en función de esta idea que se explica por qué los grabados del panel nº. 3 de O Rego Novo (en Amoedo, Pazos de Borbén ver

133

imagen de portada) están todos concentrados en apenas un metro cuadrado, cuando la laja en la que se encuentra es especialmente extensa. Porque la otra posibilidad, el suponer que todos los grabados fueron planificados y ejecutados expresando una idea unitaria, o realizados sincrónicamente, es algo que necesita un contundente respaldo documental, que no sólo estamos lejos de poder demostrar, sino que además hay argumentos para indicar que es la adición sucesiva de motivos el modo en como se configuraron los paneles que actualmente podemos contemplar. Esta tendencia a la contigüidad física de los grabados diseñados en un mismo panel se aprecia tanto en motivos idénticos como dispares. No solamente comparten el panel, sino que también en su ejecución se puso énfasis en aproximarlos físicamente lo más posible, a asociar las nuevas figuras con las antiguas, e incluso, tal como delatan los casos reseñados de las líneas de tipo B en Socastro, a manipularlos añadiendo una figura a otra anterior, pero sin modificarla gráficamente. Con algo parecido a todo esto ya nos habíamos topado en el cercano petroglifo de A Chan do Rapadouro (ver Capítulo 4), donde el círculo nº. 6 considerado como más reciente, se asociaba por contacto pleno al nº. 5. tenido éste por más antiguo. Vistas las cosas de este modo, la tendencia a la contigüidad física de los grabados puede conducir a procesos de asociación diacrónica. En apariencia, la intencionalidad de la asociación diacrónica es el aprovechamiento del simbolismo de una figura más antigua, a la cual se le concede importancia, o simplemente un determinado significado. El nuevo grabado, o bien se beneficia de la reputación del precedente, o bien reactiva ritualmente su función simbólica. Por otra parte creemos que la intencionalidad e implicación simbólica de la asociación diacrónica no son las mismas si se consideran casos de disparidad cronocultural. Hay no obstante en la estación de Socastro un hecho que no queremos dejar pasar por alto en el estudio de la tipología de las combinaciones circulares. Las figuras circulares de este panel, excepto la nº. 12, responden al tipo de anillo simple cerrado relleno de múltiples coviñas. Esta tipología es menos frecuente que la típica anular con coviña central. Ambos tipo coinciden en algunos paneles, por ejemplo en el nº. 2 de Socastro, pero si observamos una colección de planos de petroglifos veremos cierta proclividad a excluirse. Este tema necesita un estudio más detallado por lo que de momento no podemos realizar una valoración mínimamente fundamentada. Se podría considerar hipotéticamente esta circunstancia en función de una repetida actitud de emulación. Pero tampoco se puede descartar la posible grabación sucesiva por parte de un mismo grupo o individuo.

134

135

6 LA DINÁMICA EVOLUTIVA DE LOS PETROGLIFOS DE COMBINACIONES CIRCULARES: LA JERARQUIZACIÓN GRÁFICA.

La comprensión de la complejidad de algunos paneles rupestres no se agota con las ideas de la ocupación mamilar y los conceptos de concurrencia y emulación, o de manipulación sintáctica linear. Al estudiar el proceso de concurrencia y emulación habíamos ya apuntado la existencia de las asociaciones secundarias, referidas a aquellos casos de vinculación entre dos combinaciones circulares mediante el adosamiento de uno de los círculos a otro precedente. Un asunto que siempre nos ha preocupado es el modo de cómo se originó el fenómeno rupestre de las combinaciones circulares galaicas, y sus temas subsecuentes: de qué modo pervivió, cuánto tiempo, y cómo y por qué desapareció. Piénsese que en la bibliografía tradicional por mucho que busquemos no encontraremos ni por asomo la más mínima referencia a este tema: los petroglifos aparecieron; los paneles se elaboraban de una vez para siempre, y el fenómeno desaparecía sin mayores consecuencias. La idea de que un panel rupestre, labrado en una roca al aire libre, en un lugar fácilmente accesible, no hubiese sufrido con el paso del tiempo adiciones, enmiendas, manipulaciones y añadidos extemporáneos es sin lugar a dudas, permítasenos sugerirlo, un planteamiento de extrema simplicidad y notable ingenuidad, por lo menos desde un punto de vista teórico, y sin embargo de facto (salvo contadas excepciones) así se tomaron las cosas en los estudios del Arte Rupestre Gallego, en lo referente a los motivos prehistóricos. El proceso de concurrencia y emulación, y sus naturales consecuencias como las asociaciones secundarias, y el añadido sintáctico de líneas son circunstancias que hemos considerado siempre obvias teniendo en cuenta el contexto natural y geológico en el que aparecen. La existencia de ciclos artísticos sucesivos (combinaciones circulares, cuadrúpedos, coviñas, etc.) que aún se prolongan en tiempos históricos con las cruciformes y otros motivos más modernos debieran haber hecho recapacitar sobre la posible complejidad cronológica de los paneles rupestres más antiguos, sobre todo, porque en no pocas veces vemos a éstos coincidiendo en el mismo con aquéllos. Más confortable fue soslayar este tema, simplificarlo hasta un grado elemental que permitiese su cómodo manejo y buscar la inspiración para la comprensión cultural de los petroglifos en las selvas ecuatoriales de África y América, o bien en los desiertos de América del Norte, sin olvidar una visita complementaria por las tierras frías del norte de Europa y Asia. La hipótesis enunciando la posibilidad de una evolución interna del ciclo de las combinaciones circulares es realmente reciente, derivada del estudio de la estación del

136 Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)137. Esta referencia se hacía ya en base a datos sólidos como eran la idea de concurrencia y emulación, las asociaciones secundarias, las enmiendas y añadidos de ciertos motivos, así como la observación de que cierta tipología de círculos, concretamente los policupulares presentaban la acusada tendencia a aparecer repetidamente en los paneles en posición periférica respecto a los círculos multinaulares. Estos datos fueron extraídos del estudio de una sóla estación, por lo que su capacidad predictiva debería reservarse hasta que no se comprobase en otras estaciones. A este cometido se dedica el presente capítulo. El análisis del petroglifo de Laxielas en el Monte Maúxo nos va a poner en contacto con una realidad artística de profundas consecuencias para el Arte Rupestre Gallego. De momento seguiremos sin saber ni cómo surgieron ni porqué desaparecieron las combinaciones circulares, pero si contamos con información que nos permitirá hacernos una idea de qué conducta se siguió en las sucesivas insculturaciones de círculos y en el uso del panel, todo ello dentro del mismo ciclo artístico.

Fig. 63 .- Aspecto del petroglifo de Laxielas (Coruxo, Vigo).

6.1. PETROGLIFO DE LAXIELAS (CORUXO, VIGO). 6.1.1. Descripción morfológica. El petroglifo de Laxielas (Coruxo, Vigo)138 se encuentra en la ladera NO. del Monte Maúxo (véase infra pgn. fig. 95, nº. 8, pgn. 203). Se ubica en un espacio que 137

Fernández Pintos, J. (2013:41-44 y 109). Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:168, fig. 35); Prado, A. (s/f:). En estos trabajos figura como Leixeade I, combinado con paneles incluso con equipos de molienda rupestre que se encuentran en las proximidades (véase supra Fig. 11). 138

137

hace como especie de frontera entre la dispersión de los equipos de molienda rupestres y los petroglifos de combinaciones circulares en este área (veáse supra fig. 10, pgn. 28): hacia el E. se sitúan los conocidos paneles de Fragoselo. El petroglifo se localiza en el borde de una amplia terraza próximo a la pronunciada garganta por donde baja la corriente de agua llamada Río da Rega. Al otro lado de esta garganta hacia el NE. encontramos el petroglifo de O Pontón, donde conviven círculos, líneas y equipos de molienda rupestres139. El petroglifo de Laxielas consta de un sólo panel grabado en una roca baja de granito de grano grueso en forma de vago lomo de ballena, de 1,9 m. por 1,5 m. sobresaliendo del suelo unos 40 cms. En el punto más alto que es por el S. La roca se encuentra fragmentada por labores de cantería a lo largo de todo el margen SO., aunque no obstante, creemos que esta circunstancia no ha afectado sustancialmente a la configuración de los grabados. Como se puede observar por el perfil del plano adjunto, la roca presenta un máximo y ligero abombamiento en la mitad SO. del panel para hacia el NO. descender en ligera pendiente. Transversalmente también se aprecia esta curvatura pero es mucho más moderada y prácticamente despreciable. A pesar de estas curvaturas, la superficie se presenta bastante lisa, por lo que ninguna de las figuras circulares allí grabadas presentan ocupación mamilar. En la zona central del panel destaca una combinación circular (nª. 1) de 46 por 43 cms., de cuatro anillos, con secciones de hasta 45/5 y coviña central de 60/8. Por su parte inferior encontramos un pequeño círculo simple (nº. 2) de 15 cms. de diámetro con coviña central de 50/8 y sección anillo de 45/4. Este pequeño círculo se encuentra profundamente excavado, y además claramente superpuesto al anillo exterior del círculo nº. 1. Siguiendo el sentido contrario a las agujas del reloj, vemos la figura nº. 1, una combinación circular de 27 cms. por 31 cms. cuyo anillo externo está vigorosamente grabado (50/5), pero no tanto los más interno, apenas perceptibles (coviña central de 30/1), y que además se encuentra asociada a la nº. 1 mediante un trazo corto. Sobre esta combinación circular figura superpuesta un coviña ovalada de 70,100/9 con una especie de pequeño surco de salida que trata de comunicar con la coviña central del círculo. Siguiendo hacia el N. encontramos otro círculo simple con coviña central (nº. 4) de 28 cm. por 22 cms. y un sección de anillo de 60/5. Entre esta unidad y la nº. 5 se dispone un conjunto de varias coviñas con medidas en torno a los 60/10 y 55,70/17, y constando una de ellas asociada a la combinación circular central nº. 1 a través de un pequeño trazo. Estas coviñas están parcialmente grabadas por donde debían discurrir los anillos del círculo nº. 5. Este círculo mide 22 cms. de diámetro, y parece tratarse de una combinación circular inacabada, o deficientemente realizada. Por la parte superior del círculo nº. 1 está el círculo nº. 6, figura de 26 cms. de diámetro con una coviña central de 55/4 y un anillo exterior más ancho, maximo de 50/3. Sobre este círculo consta la superposición de una coviña de 45/4. Por el SO. del círculo nº. 1 vemos una gran coviña de 120/22 (nº. 7) enlazada con un trazo curvo a aquella combinación circular con sección de 45/5, que penetra dentro de sus anillos externos superponiéndose. Junto a aquella gran coviña vemos otra más pequeña de 55/10, y alejadas de éstas hacia el E., aún otra de 45/8. Más allá de la figura nº. 4, hacia el N. constan algunos trazos informes muy tenues (60/7) que no definen una figura concreta.

139

Costas Goberna, J. B. y Groba González, X. (1994:169, fig. 36); Prado, A. (s/f:)

138

Fig. 64.- Plano y perfil del petroglifo de Laxielas (Coruxo, Vigo).

6.1.2. Estudio iconográfico. Si hacemos una lectura combinada del plano y la fotografía mostrada (Figs. 563 y 64), salta a la vista fácilmente que el centro del panel está ocupado por una combinación circular de excelente factura y profundamente grabada. Los restantes círculos (y también otros motivos), son de menor tamaño y de labrado menos enérgico, disponiéndose en torno a este motivo central, que es por lo tanto el más conspicuo. El círculo nº. 2 aún siendo muy visible, es de pequeñas dimensiones y está superpuesto; el círculo nº. 3, sólo parcialmente ha sido insculturado con cierto vigor, mientras los tres restantes son de muy difícil lectura, por lo que su aspecto, mejor que el resultado de factores erosivos, es la consecuencia de un grabado muy somero.

139

A una situación parecida ya nos habíamos enfrentado al analizar el panel de A Chan do Rapadouro (supra fig. 32, pgn. 73). En esta estación constaban varias combinaciones circulares de gran tamaño que ocupaban las áreas operativas preferentes mientras una serie de pequeños círculos se disponían entre los huecos dejados por aquéllos o en posición periférica, y además en líneas generales eran los de peor lectura. Los grandes círculos eran también los más perceptibles a simple vista, pasando desapercibidos prácticamente casi todos los pequeños. Asimismo en este petroglifo de Laxielas hemos topado una vez más con el tema de la superposición de coviñas sobre combinaciones circulares, el cual se estudiará más adelante (infra cap. 7, pgn. 155 y ss). La jerarquización gráfica descrita en estos dos paneles se puede identificar en otros muchos petroglifos, pero no en todos. En las siguientes páginas vamos a analizar varios casos más con los cuales aspiramos a disponer de un bagaje de información que nos permitan comprender con mayor exactitud la importancia de este curiosa jerarquización existente en algunos petroglifos de combinaciones circulares.

Fig. 65.- Petroglifo de A Godalleira (Mogor, Marín).

140 6.2. PANELES DE COMBINACIONES CIRCULARES CON JERARQUIZACIÓN GRÁFICA. El petroglifo de A Godalleira (Mogor, Marín)140 está integrado por varios círculos. Fue grabado en una roca lisa a ras de suelo, de 2,2 m. por 3 m., con una ligera pendiente hacia el NO (Figs. 66 y 67). Un examen del panel (Fig, 67) destaca la existencia en su centro de una gran combinación circular de 58 cms. por 62 cms., rodeada por los demás círculos, que en líneas generales son de mucho menor tamaño. El círculo central además de ser el más grande, está profundamente insculturado, siendo de cuidada factura y de buen trazado. Otro círculo grabado hacia el N. de aquél a continuación, también se percibe con facilidad, pero es de mucho menor tamaño, y realizado de modo grosero. Sobre ese gran círculo central se ha formulado en alguna ocasión una posible filiación laberíntica, sin embargo el estudio minuciososo de su morfología no permite tal atribución, tratándose sin más de una combinación circular de excelente factura y con la aplicación de un esquema gráfico (los anillos se interrumpen para hacer un pasillo por el que se desliza el surco de salida proveniente de la coviña central), tema muy conocido en el mundo de los círculos del Arte Rupestre Gallego141.

Fig. 66.- Petroglifo de A Godalleira (Mogor, Marín) visto desde el O.

Este petroglifo presenta además la particularidad de que los motivos integrantes del panel no están asociados, al igual que ocurría con los petroglifos ya estudiados de A Chan do Rapadouro y As Requeixadas 1.1. (pgns. 77 y ss.), siendo al igual que estos un buen ejemplo para ilustrar el tema de la concurrencia y emulación ya formulado. 140 141

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:71; fot. 62). Fernández Pintos, J. (1990)

141

Fig. 67.- Plano del Río Angueira 2 (Teo).

El panel nº. 1 del Río Angueira (Teo)142 es otro ejemplo muy interesante, si bien en esta ocasión las combinaciones circulares no se disponen separadas las unas de las otras sobre la superficie de la roca, sino todas acumuladas en un pequeño sector asociadas por contacto (Figs. 67 y 68). Este petroglifo fue realizado en una gran roca de tipo lomo de ballena de 5 m. x 5 m., de aspecto irregular. El panel, sin embargo, mide tan sólo 1,5 m. x 0,9 m., habiendo sido utilizado para su insculturación el único plano regular y de mejor aspecto de la roca, incluso ligeramente cóncavo. Los grabados, un total de ocho combinaciones circulares se agolpan en esta reducida área asociándose bien por contacto, por adosamiento o mediante cortas líneas. De todas ellas destaca el gran círculo 60 cms. de diámetro, el más grande, el mejor realizado, y con mucha diferencia el más visible, con secciones para los anillos de 40/5, 45/5 y 50/5. Los demás motivos se agolpan en torno a este diseño visualmente dominante. Estos restantes

142

Acuña Castroviejo F. (1969); Peña Santos, A. (2005:60); Fábregas Valcarce, R., Peña Santos, A. y Rodríguez Rellán, C. (2011:figs. 4 y 5).

142 círculos son apenas perceptibles, con secciones que en el mejor de los casos apenas alcanza los 45/3-4, siendo más frecuentes las del tipo 30-35/1-2. Un dato a destacar es la curiosa ubicación de esos dos círculos en los espacios definidos por el anillo externo del círculo grande con su surco de salida. Estos dos motivos, que dan la impresión de un diseño “oculado” en realidad no dejan de ser meras combinaciones circulares que en el deseo de asociarlas al círculo dominante, no se dudó en hacerles perder parte de su entidad circular. Sin embargo la asociación, no solamente se produce con la gran combinación circular, sino también, con su surco de salida. Es esta una información que no debemos despreciar cara a estudios iconográficos futuros. En este petroglifo se aprecia perfectamente lo que ya hemos comentado más atrás en relación con el agolpamiento de motivos en una misma roca o en un sector muy concreto de una gran superficie, en detrimento de piedras cercanas o del restante lienzo pétreo si se trata de rocas amplias. En ocasiones se ha recurrido al concepto de horror vacui para definir este tipo de presentaciones iconográficas. De hecho, y tal como se expresa explícitamente en algunos trabajos, esta acumulación de círculos conectados con trazos y asociados no representa sino un programa iconográfico previa e intencionadamente planificado en el que cada unidad desempeña un papel bien definido, solamente conocido por algunas personas iniciadas.

Fig. 68.- Fotografía del Río Angueira 2 (Teo), tomada desde el NO.

Sin embargo, muy probablemente, a juzgar por los datos ahora expuestos, y tomando la óptica de la jerarquización gráfica, en este tipo de petroglifos, se debe considerar un motivo inicial al cual por distintos medios gráficos se le asocian nuevos motivos semejantes, alcanzándose así un imagen abigarrada pero de componentes relativamente diacrónicos.

143

Fig. 69.- Plano y perfiles del panel nº. 1 de Castro Loureiro (Barro).

144

Fig. 70.- Plano y perfil del panel nº. 4 de Castro Loureiro (Barro).

Esta circunstancia se aprecia con bastante claridad en Castro Loureiro (Portela, Barro) . Esta estación compuesta por varias rocas insculturadas se localiza en la ladera de una pequeña elevación rocosa (fig. 112, nº. 5, pgn. 225; pgn. 229). De todos ellos solamente nos interesan los paneles nº. 1 (Fig. 69) y nº. 4 (Fig. 70). 143

El panel nº. 1 está integrado por una combinación circular de 62 cms. de diámetro de la que parten tres líneas, una de las cuales concluye en un pequeño círculo mientras las otras dos rematan en una diaclasa. A una de las líneas se le adosa un 143

http://jlgalovart.blogspot.com.es/2010/01/los-petroglifos-de-barro-i-castro.html

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semicírculo apenas esbozado, a otra se le superpone una coviña, a la vez que su remate en una diaclasa coincide con el surco de salida de una combinación circular de menor tamaño. La roca donde fue grabado este petroglifo es un gran peñasco que corona la cumbre del outeiriño, siendo la roca más grande. Tiene forma redondeada, midiendo 2 m. por 4,3 m. y 1,4 m. por el NO. Los grabados no presentan la misma factura. El círculo mayor ocupa la coronilla del peñasco y fue grabado con un tallado inusualmente vigoroso. Es también bien visible el círculo situado hacia el O., mientras los otros círculos cuesta identificarlos, así como algunas de las líneas. Se observa además que al círculo de mayor tamaño se le intentó añadir un nuevo anillo externo que quedó incloncluso, y escasamente excavado. Algo parecido afecta también al círculo meridional. Estos tres círculos en lo básico se aprecian bien a simple vista. Sin embargo, el mayor está en el área más alta de la roca. Es un esquema iconográfico del todo semejante al que ya vimos al estudiar el panel de O Currelo 1.1. (pgns. 126 y ss.). Además en este petroglifo queremos llamar la atención sobre su ubicación, en peñasco ubicado ya en un lugar prominente del paisaje, y por lo tanto visible desde lejos. El panel nº. 4, está a media ladera de la elevación en una roca baja (fig. 70). Mide 1,2 m. por 2,1 m. y 0,6 m, por el N., manifestando una ligera inclinación hacia el SE. Podemos decir que a simple vista, más o menos todos los grabados poseen una relevancia semejante. Al analizar la iconografía del panel se observa que en la parte superior del plano inclinado, y en un lugar central fue grabada una combinación circular, y en torno a ella otras combinaciones circulares de variada tipología. En el extremo SE. consta un pequeño círculo del tipo policupular, que tal como se viene apreciando repetidamente suelen ocupar posiciones marginales en los paneles donde aparecen 6.3. LA JERARQUIZACIÓN GRÁFICA Y LA REACTUALIZACIÓN RITUAL. En las páginas precedentes hemos examinado varios casos de paneles en los que era factible apreciar una supuesta jerarquización gráfica: el centro del panel, o el área más prominente de la superficie insculturada aparecen ocupadas por una combinación circular de tamaño grande o mediano-grande, la cual está además profundamente grabada (aunque tampoco es una norma general), lo que supone el que sea perfectamente visible a simple vista, y rodeada por otras combinaciones circulares de menor tamaño, a veces reducidas a su mínima expresión, y frecuentemente insculturadas de un modo superficial. Este tipo de jerarquización gráfica no afecta estrictamente a todos los paneles rupestres de círculos, ni siquiera a su mayoría, sobre todo si los grabados se disponen en grandes superficies. Sin embargo, ello no implica que no se produzca de otro modo, por ejemplo, con círculos más pequeños acompañando lateralmente a uno más grande. La casuística es un poco variada, por lo que al tratar de identificar esta presentación iconográfica se debe proceder con cierta flexibilidad, pero tampoco sin faltar al rigor. En muchos paneles la jerarquización gráfica es posible reconocerla en algún sector del panel, pero tal característica no es aplicable a la totalidad del conjunto (fig. 71, pgn. 147). Incluso en algunos petroglifos se puede hablar de varios polos de atracción donde ciertas combinaciones circulares independientemente entre sí se convirtieron en centro para la grabación de más círculos.

146 La jerarquización gráfica afecta más claramente a petroglifos labrados en pequeñas superficies. En las grandes rocas era posible la realización de combinaciones circulares semejantes en dimensiones a lo largo y ancho del panel. Sin embargo, como mostramos en la figura 71, se descubren acumulaciones de pequeños círculos en torno de círculos mayores en determinados sectores. De todos modos, en el estudio de algunas estaciones precedentes ya nos hemos familiarizado con esta tendencia. Así en el petroglifo de A Chan do Rapadouro (cap. 4; pgns. 72 y ss.; fig. 32; pgn. 73), veíamos que los círculos más pequeños, rellenaban los espacios dejados por la insculturación de las grandes combinaciones circulares, que eran además las mejor perceptibles. En As Requeixadas 1.1 (pgn. 77 y ss.), en una posición central del panel destaca el mayor de todos los círculos. Y por último, en O Currelo 1.1 (fig. 60; pgn. 127) el círculo más grande ocupa un emplazamiento destacado en la roca, sobre una especie de mamilo, y labrado con surcos contundentes. No se trata por lo tanto de una situación excepcional, por lo que es posible distinguirla en numerosos petroglifos. Los paneles estudiados en este capítulo, nos sirven de paradigma por su claridad iconográfica para introducir el tema. Esta propiedad encaja perfectamente con la idea de la concurrencia y emulación que ya hemos expuesto más atrás (supra cap. 4). Con tal principio se postulaba la configuración de los petroglifos como el resultado de la grabación sucesiva y diacrónica de las figuras que lo integran, y con una formulación parecida a A Chan do Rapadouro y As Requeixadas 1.1 encontramos también el de A Godalleira, estudiado en el epígrafe precedente. Sin embargo, la jerarquización gráfica, implica una matización a esta teoría que exige ser comentada. Esa disposición con un motivo central de mayor tamaño y más relevante, acompañado periféricamente de motivos circulares más pequeños y generalmente de cincelado más somero, no nos debe hacer suponer una cierta intencionalidad. A nuestro modo de ver se emparenta mejor con un tipo de conducta, con un modo de relación de los sucesivos visitantes del lugar con los grabados más antiguos. Antes de avanzar en la elucidación de esta cuestión es necesaria la recapitulación de los contenidos expuestos con anterioridad para poderla enfocar adecuadamente. En el marco de los procesos de concurrencia y emulación¸ los potenciales artistas no sólo se sentían estimulados por la presencia de los petroglifos allí existentes, lo cual les llevaba a grabar más motivos junto a los otros. En el marco de esta iniciativa, en no pocas veces se producían asociaciones secundarias y asociaciones vinculantes de los motivos más recientes con los antiguos. En ocasiones incluso se llegaba a manipular y modificar aquellos motivos añadiéndole más elementos, realizando en ellos enmiendas, asociándolos mediante trazos, grabando nuevos motivos de diferente grafía, e incluso repicando repetidamente motivos antiguos. En virtud de este contexto, tan dinámico y tan difícil de aprehender, la jerarquización gráfica muestra todos los visos de ser el resultado de un comportamiento ritual consciente o inconscientemente desarrollado, en realidad, una consecuencia más del proceso de concurrencia y emulación. La jerarquización gráfica parece llevar implícita una especie de evolución artística degenerativa desde las formas más grandes hacia las más pequeñas. Una observación de los paneles rupestres nos conduce a pensar que la etapa artística de las combinaciones circulares se desarrolló con la grabación inicial de tipos que oscilaban entre los 40 cms. y los 70 cms. de diámetro grosso modo.

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Estas combinaciones circulares clásicas se insculturaban con surcos profundos, o eran repicadas intensamente una y otra vez. Con el correr de los tiempos y ya de un modo inercial, los sucesivos visitantes del lugar, estimulados por la presencia de los motivos precedentes, dejaron huella de su paso realizando una imitación o reinterpretación de aquéllos, pero ya de modo testimonial. Podría entenderse como labrados en función de una conducta ya meramente ritual, de continuidad cultural inercial, no obstante de profundo respeto por los diseños precedentes. El hecho de que los motivos añadidos con posterioridad en algunos casos se realicen mediante asociaciones secundarias o también como asociaciones vinculadas, da a entender que los nuevos motivos se adhieren a lo que se suponía representaban los más antiguos. Pero esta conducta también se puede deducir de la mera coincidencia diacrónica de motivos en un mismo panel sin estar asociados gráficamente.

Fig. 71.- Ejemplos de sectores de petroglifos donde se observa la jerarquización gráfica a distintas escalas144: (1) Outeiro dos Cogoludos 1 (Moimenta, Campo Lameiro); (2) Laxe das Coutadas (Viascón, Cotobade); (3) Pedra Redonda (Corredoira, Cotobade); (4) Laxe das Sombriñas (Tourón, Pontecaldelas).

En principio, esta conducta adherente supone el conocimiento de la existencia de los grabados antiguos, la pertenencia a un mismo estrato cultural, y probablemente la estancia en el lugar por el mismo motivo que llevó a grabar los primeros círculos. La circunstancia de que en algunas estaciones, muy sobradas de rocas o superficies pétreas 144

Planos según A. de la Peña Santos y otros.

148 los motivos se agolpen en unos pocos metros cuadrados, nos permite entender la importancia y profunda veneración que inspiraban los primeros grabados para aquellas gentes. En próximas páginas veremos que muchos petroglifos fueron grabados en rocas singulares, las cuales, por decirlo de algún modo, caracterizan el lugar con su existencia, sin necesariamente ser muy sobresalientes, ni siquiera identificables a larga distancia, siendo por lo tanto muy atractivas visualmente (infra, pgn. 247). En ese proceso de adición continua de grabados, de corte probablemente ritual, se produjo tal como sucede en cualquier ciclo artístico, una evolución, pero más bien de aspecto degenerativo por ser inercial. No debemos olvidar que la jerarquización gráfica no deja de ser una tendencia más del proceso de concurrencia y emulación, si bien en algunos casos ha contribuido decisivamente junto con la adición de líneas a la complejización de muchos paneles.

Fig. 72.- La gran combinación circular del Real Seco (Tebra, Tomiño)

Como ya hemos mencionado, estas conductas de adición y enmienda sucesiva de motivos implicaban el conocimiento previo de la existencia de grabados en esas rocas. Los petroglifos, debían pues verse bien a simple vista, pero es que de hecho, generalmente aún hoy en día son perfectamente identificables, incluso muy frecuentemente con luz cenital. La cuestión que se plantea ahora, y que ya hemos sopesado, la define la posibilidad de que aquellos círculos centrales de mayor tamaño y más profundamente grabados, no sean sino el resultado de un periódico y reiterado proceso de labrado y renovación de los anillos con nuevos repicados y marcados a lo largo de muchos años.

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Fijémonos por ejemplo en la gran combinación circular del Real Seco de Tebra (fig. 72). Es de grandiosas dimensiones y con un anillo externo desmesuradamente ancho y profundo, todo lo cual supone una ingente cantidad invertida de trabajo y tiempo, participando probablemente muchos individuos en su ejecución. No es incluso descartable plantear la duda sobre si ha sido originalmente planificada con el objeto de obtener un enorme diseño. Mide 3,53 m. por 3,36 m., mostrando 17 o 18 anillos. El anillo exterior manifiesta algún segmento con secciones inéditas en cualquier otra estación rupestre, alcanzando los 120/18. En realidad esta gran combinación circular, además de no ser de factura homogénea, quedó inacabada por el NE., porque desde luego, la ausencia de trazados en este sector no se debe a causas naturales. Lo más curioso es que aún estando sin concluir, ello no fue impedimento para que se labrase otra combinación circular por el SE. con sus anillos grabados claramente sobre el descomunal surco de aquel anillo externo. Estos datos nos permiten considerar una factura en plazos, y no muy estrictamente sistemática y rigurosa, más fruto de iniciativas y voluntades particulares y ocasionales, que como el resultado de una ordenada organización. 145

Previsiblemente todo ello se relacione con una conducta ritual, lo cual no solamente es viable, sino además probablemente necesaria para comprender en su magnitud real estos modos de proceder. No obstante, considerando esta posibilidad, la hipótesis de la jerarquización gráfica se sostiene sobre bases sólidas debido a que únicamente de este modo se explica el por qué, independientemente de la calidad de los surcos, los círculos más pequeños se sitúan en la periferia de los paneles. La jerarquización gráfica de algunos paneles de combinaciones circulares se define usualmente por la existencia de una unidad circular con los anillos grabados con mayor intensidad. Hemos valorado la posibilidad de que esta circunstancia sea el producto de sucesivos reavivados realizados en el marco de una determinada conducta ritual. Pero generalmente este hecho se relaciona con la materialización de esos círculos centrales ya con un previo mayor tamaño. Creemos que se habrán podido producir ambas circunstancias. Inicialmente, quizás, las combinaciones circulares se grababan con unas dimensiones moderadamente grandes (entre 40 y 70 cms. de diámetro), pero también con una gran intensidad de tallado, independientemente de que este aspecto fuese el resultado de múltiples eventos. Las sucesivas adiciones posteriores, sobre todo las que se manifiestan con asociaciones directas no debieron recibir la misma atención que la combinación circular originaria, e incluso paralelamente a estos añadidos es posible que se siguiese repitiendo el cincelado del círculo central. Tal como ya hemos expuesto en los apartados anteriores, la jerarquización gráfica se puede presentar de dos modo distintos, con varias subvariantes: A) Las combinaciones circulares más recientes se distribuyen en torno a una combinación circular sin asociarse, solamente compartiendo panel (por ejemplo, A Godalleira). B) Las combinaciones circulares más recientes se asocian al círculo más antiguo: B1) Mediante trazos.

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Costas Goberna, F. J. (1989).

150 B2) Por contacto B3) Por adosamiento. Es cierto que en el caso A no se producen asociaciones, pero este modo está relacionado con el tipo B por la coincidencia en un mismo panel. De todos modos, el comportamiento de ambos casos introduce un matiz que probablemente no sea despreciable. En efecto, no supone el mismo gesto grabar una combinación circular gráficamente independiente de otra ya preexistente (tipo A), que representarla asociada de algún modo a aquélla (tipo B). En el supuesto B las nuevas insculturas de algún modo complementan el significado de la combinación circular precedente. Los tipos B1 y B2 suponen mantener la entidad gráfica de la figura circular, pero con el tipo B3 se renuncia a parte de la superficie circular en beneficio de la unidad primigenia. Dentro de las asociadas, no es lo mismo realizar una vinculación mediante un trazo (tipo B1), que por contacto (tipo B2), o por adosamiento (tipo B3). Desde luego, la apariencia gráfica no es igual, lo cual presumiblemente conduce a un matiz significativo de importancia. Aún considerando todas las facetas del tema, es indiscutible la intencionalidad de complementar el panel sugerido por la presencia de un grabado antiguo (concurrencia y emulación). No obstante, se rinde como una especie de homenaje a la vieja figura grabando nuevas imágenes de menor tamaño (jerarquización gráfica), como siguiendo un gesto ritual inercial, y/o reavivando los surcos de los anillos de la antigua, enmendándola o añadiendo nuevos complementos gráficos (reactualización ritual). En torno a la reactualización ritual manifestada con la adicción de nuevos grabados, o el repicado de los antiguos, ya nos hemos extendido en los capítulos precedentes de este trabajo. En el capítulo 4 hemos examindo casos de petroglifos en que las figuras circulares fueron paulatinamente añadidas en un mismo panel, pero sin asociarse. En el presente capítulo hablamos de una jerarquización gráfica que implica un tipo de reactualización ritual con asociaciones del tipo B. Este tipo de asociaciones, vienen siendo consideradas en la bibliografía tradicional como composiciones, es decir, narraciones de hechos míticos o relacionados con aspectos culturales o sociales vistos desde de la óptica de la experiencia religiosa. En función de esta teoría, cada combinación circular jugaría un papel determinado. No obstante, al introducir ahora la idea de la reactualización ritual mediante la jerarquización gráfica podría también suponerse que esas nuevas adiciones, matizan ciertamente al grabado más antiguo al cual se asocian, pero en esencia participan del mismo significado. La elucidación de este aspecto necesita un estudio preciso, pero con los datos disponibles en estos momentos, nada nos permite desconfiar de nuestra hipótesis. No obstante para darnos una idea más concreta de nuestra sospecha podemos recurrir al estudio de un sector del panel central del gran petroglifo de As Abelaires (Aldán, Cangas do Morrazo)146, donde vamos a estudiar únicamente el panel central de la mitad septentrional (figs. 73 y 74). Se trata de una superficie de 3 m. x 2 m. suavemente curvada y ligeramente inclinada hacia el S. En el centro de la mitad meridional de este lienzo, que corresponde con la zona más elevada consta un pequeño 146

Peña Santos, A. (2005:50)-

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mamilo alargado de 20 x 15 cms y 6 cms. de altura, perfectamente individualizado y visible en la roca. Rodeando por la base a este mamilo se esculpió una combinación circular (nº. 1) de 3 anillos de 30 cms. x 42 cms. rellena de pequeñas incisiones, mejor que coviñas, del tipo 25/301-2 realizadas en pleno mamilo. Es éste el círculo más visible de todo el panel. El círculo nº. 2 es de poco menor tamaño (de 35 cms. de diámetro) pero se asocia por adosamiento al nº. 1, pero además uno de sus anillos ha sido grabado por encima del anillo de aquél. El círculo nº 3 es de factura somera, también aprovechando una curvatura local de la superficie de la roca, de 45 cms. de diámetro, pero también su anillo fue grabado sobre el anillo exterior del nº. 1. El círculo nº. 4 es una pequeña unidad apenas perceptible asociada al nº. 1 mediante un pequeño trazo. Del círculo nº. 1 parten dos trazos; el “A” actúa a modo de surco de salida, pero contrasta vivamente en aspecto con el modo de factura de la combinación circular a la que se asocia. (véase fig. 74); el “B” se origina en el anillo exterior del círculo nº 1, pero en realidad no llega a entrar en contacto con ese anillo.

4

6

5

1

B

7

A 3

8

2 9 10

11 1

1

Fig. 73.- Sector E. del panel central de As Abelaires (Aldán, Cangas do Morrazo)

Las demás combinaciones circulares de este panel (nº 5 a 11), están distribuidas en torno a este conjunto central. Obsérvese la manifiesta marginalidad del círculo policupular nº. 11, tal como venimos comprobando como norma en varios paneles. De todos modos hemos de aclarar que en esta disposición periférica de los círculos 2 a 11, respecto al nº. 1, no implica que el nº. 2 o el nº. 3 sean anteriores al nº 7, por ejemplo. Simplemente aquellos se superponen al nº. 1. pero ello no implica su precedencia respecto a los otros. Es más, si se nos pide una opinión personal, preferimos inclinarnos por el nº. 7 como el siguiente al nº. 1, porque ambos responden a una iconografía semejante, si bien, el nº. 1 ocupa una protuberancia, y el nº. 7 no, y dado que hemos

152 observado una evidente predilección por estos abultamientos, creemos que por lo común, en un panel dado debieran considerarse como más antiguos aquellos que ocupan mamilos. En este sector de As Abelaires no se puede hablar estrictamente de jerarquización gráfica desde el punto de vista puramente del diseño. Sin embargo, el hecho de que el círculo que ocupa un mamilo sea previsiblemente el más antiguo del panel, y al que se asocian los demás, le confiere además de precedencia en su factura, una evidente importancia jerárquica. Esta preeminencia sin lugar a dudas es derivada de presumiblemente haber sido el primer motivo de este sector del panel en ser grabado, quizás, mejor, de todo el panel. Pero además a su relativa prelacía habría que sumar su grabación ocupando un mamilo. Recordemos que estas ocupaciones mamilares, al margen de su curiosa estética, encierran una significación concreta de la que de momento poco podemos decir (pgn. 63 y ss.).

Fig. 74.- Sector E. del panel central de As Abelaires (Aldán, Cangas do Morrazo) visto desde el SO. Obsérvese la profundidad del surco de salida “A” en contraste con la sección de los anillos de la combinación circular. Ejemplo de reavivado o insculturación posterior.

En conclusión, aunque la noción de jerarquización gráfica la reservamos para aquellos casos de petroglifos donde consta un motivo central más grande ocupando el centro del panel o en un lugar preeminente de la superficie de la roca, existieron también otras formas de reverenciar a los motivos precursores. Este panel de As Abelaires, al igual que ocurría con el del Río Angueira, pone sobre la mesa el tema de la significación de las combinaciones circulares. En estos casos, ya no se trata de motivos independientes, sino claramente asociados por adosamiento, que en apariencia parecen integrar con su abigarrada presencia una

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exposición con múltiples protagonistas, y cuya descodificación prácticamente podría considerarse una batalla perdida. Sin embargo, a estas alturas, sabemos que los petroglifos de combinaciones circulares se enriquecieron progresivamente con la adición de nuevos motivos (Cap. 4), los que frecuentemente eran rectificados, enmendados y reavivados, y a los que no se dudaba en asociarle otros diseños formalmente idénticos, o de la misma naturaleza, así como líneas (Cap. 5) que ayudaron mucho a hacer más complejos los paneles, y a despistarnos sobre el método exacto de cómo descifrar su contenido. En el fondo, estos enredados conjuntos, más que responder a una significación muy compleja e inalcanzable, debemos plantearlos como testigos de una prolongada historia de uso de unas mismas rocas y un mismo espacio, donde concurrían individuos o grupos, los cuales estimulados por los grabados antiguos, creían oportuno dejar huella de su paso grabando nuevas figuras, frecuentemente inspiradas en las allí existentes. Es decir, cada nuevo visitante teniendo a la vista los motivos más antiguos, y siguiendo la tradición rupestre tenía a su disposición la talla de una nueva combinación circular independiente de las anteriores, conservando así su individualidad de significación (Tipo A), o bien ver con una devota veneración aquel testimonio del pasado y asociar su motivo al anterior, bien utilizando un trazo, y de este modo conservando la integridad del nuevo motivo (asociación de tipo B1 o vinculada); o bien aproximando su nuevo círculo hasta entrar en contacto levemente con aquella figura antigua (Tipo B3), o incluso sacrificando parte de su diseño en beneficio de la imagen precursora (Tipo B2 o asociación por adosamiento). Es de este modo y no de otro como deben contemplarse los petroglifos de combinaciones circulares. La supuesta compleja exposición retórica que inspiraron en los investigadores modernos la visión de esos intrincados paneles, en absoluto responde a una factura previamente organizada en sus detalles; ni tampoco se necesitaba de personas iniciadas que conociesen todos los pormenores expuestos por cada uno de los motivos, y de su relación con los demás. Tal como acabamos de exponer, la realidad es más sencilla y asequible; lo que faltaba para comprender este estado de cosas, era que los petroglifos, aún a pesar de la ingente cantidad de bibliografía producida en los últimos años, en el fondo, permanecían sin estudiar minuciosamente. Investigar sobre Arte Rupestre Gallego es mucho más que levantar calcos de las rocas, reproducirlos en papel, y después de este aburrido proceso, emitir vagas ideas a partir de los planos producidos, sin hacer referencia a los grabados en su contexto. Tampoco es Arte Rupestre buscar la inspiración para su comprensión en las selvas ecuatoriales, o allí donde interese a nuestra imaginación. Y tampoco es adecuado convertir el Arte Rupestre en campo de comprobación de hipótesis culturales en boga, ni menos aún es una actitud provechosa abordar su estudio con creatividad e intuición, en una especie de desaforada competencia por ver quién elabora la recreación más original, porque estas actitudes son más bien el dominio de otro tipo de profesiones más que de investigadores, y lamentablemente han llevado a constituir un verdadero museo del disparate.

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7 PETROGLIFOS DE CÍRCULOS Y SUPERPOSICIÓN DE COVIÑAS: ASIMILACIÓN Y REACTUALIZACIÓN RITUAL

7.1. PLANTEAMIENTO PREVIO. 7.1.1. El tema de la asociación de motivos. En numerosos estudios del Arte Rupestre Gallego vemos frecuentemente el empleo de la palabra asociación para aludir a la coincidencia en un mismo panel de motivos distintos o similares. Personalmente por nuestra parte, y desde siempre, este vocablo lo hemos venido usando únicamente para dejar constancia de la vinculación gráfica de diseños. En efecto, regularmente en una alta proporción de petroglifos encontramos motivos que están directamente relacionados mutuamente bien mediante trazos, o por contacto tangencial. Pero asimismo, también se observan que junto a figuras asociadas o no a través de los elementos ahora descritos, aparecen otras que están aisladas, próximas o más lejanas unas de otras, pero sin manifestación expresa de vínculos gráficos. A esta yuxtaposición o concurrencia de figuras en el mismo panel es a lo que muchas veces se le denomina impropiamente asociación. En manos de numerosos investigadores, se suele observar que el vocablo asociación, en primera instancia sirve para describir la coincidencia en proximidad en un mismo panel, estén o no enlazados gráficamente. En ocasiones la cosa no pasa a mayores y todo queda en una mera alusión técnica; un tecnicismo, no más. Pero con suma frecuencia acaban por imponerse las consecuencias del verdadero significado de la locución asociación, esto es, el de la sincronicidad cultural, cuando no sintáctica del panel. No obstante, muchas veces se obvia esta posibilidad y su significación pasa a ser ya desde un primer momento el que genuinamente expresa la palabra. Es decir, consciente o inconscientemente el vocablo asociación pierde su significado normal para convertirse en un tecnicismo muy particular del Arte Rupestre: todas las figuras descritas en un mismo panel están asociadas, es decir son coetáneas culturalmente o participan en conjunto en un programa iconográfico más complejo. Pero sarcásticamente no siempre; ya veremos en los párrafos siguientes de qué hábil método se valen algunos investigadores para descartar la asociación de ciertos grabados, aunque compartan panel. No obstante, desde un punto de vista iconográfico, la viabilidad de este esquema, como modo de comprensión de la realidad rupestre, prácticamente es inoperante, dado que se obvia la vinculación de figuras sin más aparente conexión entre ellas que la sola confluencia en el panel, sin materializarse una necesaria e indiscutible conexión gráfica. La indiscriminada aplicación del término asociación es de gran importancia cronológica en manos de algunos autores al ser muy útil para datar cómodamente los motivos geométricos y zoomorfos en un mismo estrato cultural, generalmente la segunda mitad del III Milenio cal. A.C. En efecto, tal como se argumenta reiteradamente la asociación en los mismos paneles de combinaciones circulares,

156 cuadrúpedos y armas de filiación campaniforme o epicampaniforme, es garantía de esa datación. No obstante, en el Arte Rupestre Gallego existen motivos de los que se sabe su reciedumbre, tales como diseños reticulados regulares, tenidos por tableros de juego, cruciformes, herraduras o círculos segmentados, entre otros muchos. Son motivos pertenecientes a etapas ya históricas, pudiendo alcanzar cronologías no muy alejadas de nuestra época. Este tipo de grabados con cierta asiduidad constituyen paneles monotemáticos, o se combinan entre ellos, pero con harta frecuencia también los vemos compartir paneles con combinaciones circulares o cuadrúpedos. Hasta el momento pocos han sido los investigadores que se han atrevido a conjeturar una correspondencia cronológica de aquéllos con los motivos prehistóricos, pues lo más normal es que no se considere que estos diseños estén asociados a círculos o cuadrúpedos. Lo más grave del problema es que en no pocas ocasiones este criterio discriminativo sólamente se basa en un juicio iconográfico, pues tal disyuntiva no es factible siempre derivarla del estudio de la calidad de los surcos. En ocasiones los surcos definitorios de los anillos de una combinación circular o del contorno de un cuadrúpedo o un puñal no son necesariamente distintos de los de numerosos cruciformes, y sin embargo, inflexiblemente aquellos motivos se tienen por de mayor antigüedad que éstos, a lo cual tampoco nos oponemos nosotros, aunque habría mucho que matizar. Con asiduidad se ha indicado que estos motivos históricos han sido confeccionados con instrumento metálico, pero ello es completamente falso para la inmensa mayoría de los casos, y con frecuencia el aspecto erosionado de sus surcos no es de ningún modo especialmente distinto al de un cuadrúpedo o un arma. Es a estas alturas de la cuestión cuando el empleo relajado del término asociación adquiere su más nefasta característica. El estudio del Arte Rupestre Gallego ha estado siempre en manos de arqueólogos especializados en la Prehistoria, por lo que una vez comprendido el valor cronológico de cruces, cuadrados, reticulados, herrraduras, etc., estas tipologías han sido sistemáticamente apartadas de sus tareas de investigación. Y sin embargo, son también petroglifos, y constituyen el testimonio artístico de comunidades que no por más recientes, deben de ser ignorados hasta grados absurdos. Su simple presencia debió haber servido como un excelente paralelo para, entre otras cosas, comprender que del mismo modo que existen grabados prehistóricos e históricos, también aquellos se han podido estratificar en fases. Y en efecto, así lo mantenemos porque disponemos de argumentos que nos lo permiten afirmar. Creemos que el uso de la palabra asociación para describir la coincidencia de distintos motivos en un mismo panel, pero perversamente restringida a algunos motivos, es una práctica impropia y confusa. Es sin lugar a dudas una medida muy cómoda porque elude el estudio minucioso de los petroglifos, orilla, suaviza y homogeniza su compleja problemática interna, facilita grandemente la datación cronológicos y permite la adecuada inserción cultural previamente especulada por el investigador de turno. A nuestro modo de ver, es sin embargo, una actitud nefasta para la comprensión del Arte Rupestre Gallego, e impropia de cualquier estudio artístico que se precie. Desde un punto de vista iconográfico solamente se pueden considerar asociados aquellos motivos entre los cuales hay una relación visual evidente, como mediante un trazo, o por contacto, o por otro medio bien definido. De los restantes casos, solamente

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se puede decir que comparten o coinciden en una misma superficie, pero no están asociados. 7.1.2. La cuestión de los petroglifos de coviñas. Pero la peor faceta de esta disoluta conducta metodológica es la acaecida respecto a los petroglifos de coviñas. Cualquier investigador de Arte Rupestre Gallego sabe que un poco por todas partes surgen petroglifos integrados únicamente por coviñas. Pero las coviñas también participan en la composición de algunos motivos como las combinaciones circulares (coviña/s central/es, agrupaciones de coviñas asociadas, etc.), e incluso comparten paneles con éstas sin llegar a asociarse. Pero la sencillez de su figuración ha hecho de ellas unas verdaderas desconocidas, con escasos estudios monográficos, y sin embargo son el tipo de petroglifo más abundante. Sobre ellas gira el estigma de los petroglifos de término, expresión acuñada hace ya años por J. Ferro Couselo147, para el cual, de término, es decir, con carácter demarcatorio de jurisdicciones y propiedades de épocas históricas, eran todos los petroglifos. Esta teoría, prácticamente no fue aceptada por nadie, pues sobran argumentos para rechazarla en lo que atañe a círculos, cuadrúpedos, armas, etc., pero de sus rescoldos no se salvaron los petroglifos de coviñas. Estas agrupaciones autónomas de coviñas cayeron en una cuarentena de la que todavía no salieron a día de hoy para algunos autores. Un reciente ejemplo de esta conducta es el manifestado por M. Santos en una síntesis sobre la cronología del Arte Rupestre Gallego, de la que explícitamente declina su estudio, aún a sabiendas de la gran magnitud de este fenómeno artístico, excusándose limpiamente en que son “motivos demasiado sencillos”148. Sin embargo, se han hecho varias salvedades. Algunos investigadores han observado que en las proximidades de túmulos funerarios constan petroglifos de coviñas, lo cual les llevó a postular su funcionalidad como elementos de construcción de un supuesto espacio funerario149. Sin embargo, este planteamiento es muy vago, porque aún pudiendo remotamente ser cierta tal especulación, deja de ser viable en el momento en qué interroguemos sobre la cronología o cronologías de uso de los citados monumentos. Pero es que además no deja de ser una subjetiva especulación, porque su vinculación con los túmulos se establece simplemente a partir de su proximidad topográfica, olvidando que la inmensa mayoría de petroglifos de coviñas no se pueden relacionar ni visualmente ni de ningún otro modo con mámoas, ni tampoco con otro tipo de enterramientos, porque entre otras razones, se desconoce la existencia de estos en sus proximidades. La tendencia a asociar petroglifos o hallazgos descontextualizados con asentamientos o monumentos próximos bien inscritos culturalmente es un recurso tan socorrido, estamos tan acostumbrados a verlo, que hasta se hace difícil el considerarlo como absurdo, y sin embargo no merece otra consideración. Siguen a V. Viloch investigadores como R. Fábregas Valcarce y J. Suárez Otero considerando las coviñas como difundidas ya durante el megalitismo, o incluso ligeramente anteriores (sic)150. Tras la publicación de las tesis de J. Ferro Couselo, la postura que generalmente se adoptó respecto a los petroglifos de coviñas la dejaron planteada años después J. M. 147

Ferro Couselo, J. (1952). Santos Estévez, M. (2010; 222). 149 Viloch Vázquez, V. (1991:49 y ss.). 150 Fábregas Valcarce, R. y Suárez Otero, J. (1998:546). 148

158 Vázquez Varela y A. de la Peña Santos 151, en su clásica obra: sólamente se considerarán prehistóricas aquellas coviñas que aparezcan en el mismo panel junto a círculos, cuadrúpedos o armas; de los restantes, es decir los petroglifos de coviñas aislados, dada su sencillez iconográfica, serán de controvertida asignación cronológica, pudiendo incluso ser de tiempos históricos, realizados entonces como elementos de demarcación. Es ésta sin dudarlo una de la más sorprendente, paradójica y desconcertante idea metodológica que se haya aplicado al Arte Rupestre Gallego, pero está en la línea de la inadecuada aplicación del vocablo asociación, tal como tuvimos oportunidad de comentar en el epígrafe anterior, pero también de la centralización del estudio de los petroglifos en torno a los motivos prehistóricos, y de ahí, que los petroglifos de coviñas monotemáticos estén aislados. Por nuestra parte hace ya tiempo que advertimos sobre la cronología antigua de los petroglifos de coviñas, documentadas con seguridad en épocas históricas antiguas sin en apariencia superar la época altomedieval, pues para el siglo X A.D., la documentación escrita referente a demarcaciones los menciona ya como provenientes de tiempos antiguos. Se encontraron peñascos con algunas figuraciones de formas cupulares en materiales de construcción procedentes del Castro de Torroso152, datado entre el 800 y el 550 cal. A.C.153, pero no es fácil determinar el grado de probabilidad de adscripción al mundo propiamente rupestre de algunos de estos ejemplos154. Tampoco implica nada concreto la existencia de coviñas sobre la tapa de una cista de O Gandón (Cangas do Morrazo)155. De mayor consideración cronológica son las varias superposiciones de coviñas sobre los reticulados regulares, verdaderos tableros de juego, verosímilmente de época romana o posterior156. También son importantes los petroglifos de coviñas aparecidos bajo las construcciones del poblado galaico romano de Santa Tegra157, establecida su cronología hacia la primera mitad del siglo I A.D.158. Asimismo debemos valorar las numerosas coviñas grabadas en el miliario de Santiaguiño das Antas (Guizán, Mos), confeccionadas una vez que el monolito estaba ya hincado, tratándose ciertamente de un verdadero petroglifo de coviñas, con algunas de gran tamaño. Asimismo hemos documentado coviñas superpuestas ocasionalmente sobre algunas figuras de cuadrúpedos. Todos estos datos parecen describir un arco cronológico que se iniciaría cuando menos durante la época castrexa, pero que pervivirán hasta ya entrada la Tardoantigúedad. Sin embargo, como ya se sabe, existen también coviñas grabadas en paneles donde asimismo constan combinaciones circulares, y no es precisamente excepcional esta circunstancia. Desde hace ya tiempo habíamos advertido que usualmente estas 151

Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:15-16). Peña Santos, A. (1992:42); Pereira García, E.; Costas Goberna, F.J. e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999:10). 153 Peña Santos, A. (1992). 154 Debemos tener sumo cuidado con la adscripción al mundo de las coviñas, de ciertos conjuntos disformes de rebajes circulares y coviñas no especialmente profundas que aparecen en las rocas de algunos castros, de los cuales somos muy escépticos, pues pudieron tener más que ver con un modo de regularización o rebaje de superficies de rocas, o incluso realizarse en el curso de otro tipo de circunstancias, que por desconocidas para nosotros, nada nos obliga a considerarlas seriamente. 155 Peña Santos, A. (1985). 156 Costas Goberna F. J. y Fernández Pintos, J. (1987). 157 Pereira García, E.; Costas Goberna, F.J. e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999:23, 28). 158 Peña Santos, A. (1987:178). 152

159 coviñas aparecen superpuestas sobre los anillos de aquéllas159, y este dato se ha podido contrastar palmariamente con el estudio monográfico de paneles pertenecientes a las estaciones de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán)160, A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)161 y O Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)162. Esta información, que como ya hemos indicado era conocida hace tiempo, conjuntamente con la constatación de la existencia de multitud de petroglifos compuestos únicamente por coviñas, nos llevó a considerar una fase autónoma del Arte Rupestre Gallego, que como mínimo se constata en época histórica antigua, al menos en torno a la Romanización y la Tardoantigüedad, pero con raíces durante al menos la época castrexa163. Este capítulo está concretamente dedicado a la profundización del conocimiento de los petroglifos de coviñas estudiando más casos de superposiciones sobre círculos, con el objeto de que esta hipótesis quede asentada definitiva y sólidamente. Pero además es nuestra intención indagar sobre la intencionalidad subyacente a estas superposiciones. De todos modos, es necesario indicar que aún quedará pendiente la realización de un amplio trabajo sobre los petroglifos de coviñas, en el cual se aborde su problemática frontalmente y nos permita contar con un mayor bagaje de información. En consecuencia, en este estudio nos limitaremos a dar algunas pinceladas sobre el mundo de las coviñas, centrando únicamente nuestros esfuerzos sobre su relación con las combinaciones circulares. 7.2. LA RELACIÓN GRÁFICA ENTRE PETROGLIFOS DE CÍRCULOS Y COVIÑAS. En este propósito partiremos del estudio inicial de un petroglifo del Monte Maúxo, concretamente el nº. 7 de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán)164, el cual ya hemos abordado monográficamente en otra ocasión pero bajo la denominación de As Chans do Rapadouro165, que era así como se conocía inicialmente este petroglifo en la bibliografía especializada. El plano que presentamos en esta ocasión es también más completo (Fig. 75 a 78), gracias a una limpieza realizada recientemente en el marco de un proyecto de puesta en valor de los petroglifos de Chandebrito. De todos modos, en este ya viejo trabajo de 2001 se anticipa toda la información que ahora manejaremos. Se encuentra este petroglifo inscrito en un área de gran representación rupestre (fig. 93, nº 11, pgn. 201), ubicado en un lugar elevado de la ruptura de pendiente de una extensa chan, y caracterizado por la presencia de varias lajas, de las cuales la que nos ocupa es la más emergente y la que caracteriza el sitio. En las inmediaciones constan aún varios paneles más. La roca insculturada mide 2,4 m. de anchura por 4,9 m. de longitud, de aspecto subrectangular, ligeramente inclinada hacia el E., y de superficie ligeramente ondulada y accidentada y elevada sobre el suelo entre los 30-40 cms. En esta roca se identifican dos sectores, que en el fondo integran dos paneles, uno hacia el SO. muy nutrido de 159

Fernández Pintos, J. (1993:119). Fernández Pintos, J. (2001). 161 Fernández Pintos, J. (2012:14-15). 162 Fernández Pintos, J. (2013:48). 163 Fernández Pintos, J. (1989). 164 Costas Goberna, F.J. (1985:85-86, lam. N5); C.E.M. (1997:71). 165 Fernández Pintos, J. (2001). 160

160 figuras, y otro en el extremo NE. donde consta una sencilla combinación circular de 31 cms. de diámetro instalada en una ligera protuberancia en el extremo de la roca. En esta ocasión nuestro interés se centrará únicamente en los grabados del sector SO.

Fig. 75.- Plano del panel nº. 7 de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán).

161

Constan en este área (fig. 76) cuatro o cinco combinaciones circulares, varias líneas, y 10 coviñas. Estos grabados se emplazan en la zona más elevada y aplanada de la roca, y más concretamente los círculos nº. 2 y 3 en un espacio redondeado y ligeramente más elevado. En realidad, estas dos combinaciones circulares fueron grabadas en los puntos más prominentes de la superficie, en una especie de ligerísimos mamilos. Son además las figuras más fácilmente identificables a simple vista, sobre todo la nº. 2, con excepción de las coviñas. Nos encontramos por lo tanto ante las conductas descritas en los capítulos 3 y 5, relativos a la tendencia a la ocupación mamilar, la cual en este caso exigió una inspección detenida de la roca para identificar esas pequeñas elevaciones mamilares de gran radio de curvatura, y además a que las figuras más centrales se ofrezcan con mayor relieve. El círculo nº. 1 mide 36 cms. de diámetro, con coviña central de 60/4 y una sección de anillo de 70/4, mostrando por lo tanto un surco muy ancho y apenas perceptible. De este anillo deriva por el SO. un pequeño trazo de 22 cms. de longitud y 50/2 de sección. En dirección NE. y desde su coviña central parte un surco de unos 47 cms. de longitud y sección de 50/3 que aparece superpuesto sobre el anillo exterior del círculo nº. 2. Desde un punto intermedio de este trazo parte hacia el SO. otro surco, de carácter ondulante, de 1,03 m. de longitud y de sección máxima 50/5 en la primera mitad, y de 80/7 en la restante, y el cual concluye en el borde mismo de la roca.

Fig. 76.- Detalle del Sector SO. de O Preguntsdouro 7.

162 El círculo nº. 2 mide 45 cms. de diámetro , y posee una coviña central de 45/3. La sección de los anillos externos oscila entre los 40-50/7, pero los internos son más tenues. Como ya indicamos fue grabado aprovechando un leve abombamiento de la superficie de la roca. Además del surco que lo comunica con el círculo nº. 1, ya descrito, fue dotado de otros tres surcos de salida, los cuales, claramente fueron grabados tras la realización de los anillos, pues en su trayectoria los cortan. Uno de estos surcos, el que lleva dirección SO., remata en el mismo anillo exterior. Cerca de su terminación surge otra línea, la cual procedente del anillo exterior, con dirección SO., de 47 cms. de longitud de 43 cms. y de sección 45/2 enlaza con el círculo nº. 5 a cuyo anillo parece que se superpone. El otro trazo, lleva dirección N. y es de compleja descripción. Enlaza los círculos nº. 2 y nº. 3, desde sus centros y cortando bruscamente todos los anillos a su paso. Sin embargo, en su trayectoria exterior describe un extraño itinerario ondulante que solamente podemos explicar por la presencia previa de las coviñas e y f. El círculo nº. 3 mide 35 cms. de diámetro, y también se ubica en un ligero abombamiento de la superficie de la roca. El anillo externo es el más relevante con secciones de hasta 40/4, mientras la coviña central es de 45/5. Además del trazo proveniente del círculo nº. 2, hay otra línea originada en su centro y con dirección SO. y S. de sección 50/5 que lo vincula con la figura ovalada nº. 4, de 20 por 15 cms., y sección de 45/4, la cual se relaciona con el círculo nº. 5, de 30 cms. de diámetro, y casi imperceptible.

Fig. 77.- Vista desde el NE, del Sector SO. de O Preguntadouro 7.

Pero en este petroglifo constan además hasta 10 coviñas. Las más relevantes son la a, de 70/19; la b, de 90/17; la c, de 80/20; la d, de 50/5; la f, de 60/7; la g de 60/10; la h, de de 75/16; y por último la i, de 65/14. Son por lo general coviñas de excelente

163

factura, de aspecto cupular muy cuidado. Lo interesante de estas coviñas es su aparente disposición en cierto modo periférica rodeando un núcleo central de combinaciones circulares. Además de este dato, interesa mencionar, que varias de ellas se encuentran superpuestas sobre los anillos de estos grabados primigenios: la a y la g sobre los anillos externos de los círculo nº. 2 y nº. 3 respectivamente, mientras la i se manifiesta sobre la unión de los círculos nº. 4 y nº. 5. Disposición periférica, superposiciones, son datos que hablan a la clara de una adición posterior de las coviñas respecto de las combinaciones circulares. Sin embargo, independientemente de esta incontestable información, si examinamos detenidamente los planos adjuntados, sin dificultad observaremos cómo hubo en la facturación de las coviñas una clara intencionalidad de realizarlas lo más próximo posible a los círculos, rodeándolos. Sin mayores problemas se podría verosímilmente argüir una evidente intencionalidad asociativa, diacrónica obviamente, pero cierta. En realidad no habríamos descubierto nada nuevo: se trataría de un caso más de concurrencia y emulación, tal cómo hemos estado desarrollando en los capítulos anteriores. De hecho, en virtud de la descripción que hemos realizado de este petroglifo en las páginas precedentes se colige sin esfuerzo un complejo desarrollo histórico con numerosas adiciones. En efecto, volvemos a toparnos con el tema de la jerarquización gráfica (cap. 6), y de la manipulación sintáctica que implica la adición de líneas a los grabados de combinaciones circulares previamente realizados (cap. 5).

Fig. 78.- Detalle de las coviñas a y b y de la combinación circular 2 de O Preguntadouro 7.

Pero ahora, al hablar de las coviñas, estamos introduciendo un matiz nuevo, pues aún considerando que la manipulación sintáctica puesta en práctica por la

164 complementación con líneas, ya de por sí pudiera estar indicándonos una diacronía cultural considerable, el añadido de coviñas, al ser un motivo completamente distinto e independiente a las combinaciones circulares, introduce una temática de distinta consideración.

Fig. 79.- Plano y perfil del petroglifo de As Coutadas da Rabadeira (Pazos de Borbén).

165

En este petroglifo de O Preguntadouro nº. 7, las coviñas aunque parecen revelar una cierta intención asociativa mantienen no obstante su carácter particular; son otro tipo de grabados, otra clase de formulación artística. El modo de aclarar este tema pasa por el desarrollo de otros ejemplos que nos permitan visualizar más claramente esta realidad cultural y artística. Un petroglifo que se presenta de un modo análogo a éste es el As Coutadas da Rabadeira (Amoedo, Pazos de Borbén)166. El panel (Fig. 80) fue grabado en un afloramiento rocoso tipo laja de sentido horizontal, que sobresale en un terreno con una ligera pendiente hacia el SE. La roca es de superficie aplanada, pero muy ondulada, y pronunciadas fisuras. Destacan un total de cinco combinaciones circulares y unas 18 coviñas, así como un diseño rectangular que inscribe dos hileras de pequeñas coviñas.

Fig. 80.- Aspecto del sector central del petroglifo de As Coutadas da Rabadeira (Amoedo, Pazos de Borbén).

Son muy llamativas esas dos combinaciones circulares del sector central (Fig. 80), de factura muy precisa y de cuidada elaboración; casi idénticas, de 32 y 29 cms. de diámetro, con coviñas centrales de 65/20, y anillos de secciones 30-20/2. Entre ambos círculos vemos otro de menor tamaño, de 19 por 14 cms., con coviña central de 30/7, y con surcos de menor relevancia que los anteriores. Alejados hacia el SE. y hacia el SO. hay otros dos círculos sencillos, de 10,5 cms. de diámetro, y coviña central de de 50/10 y 35/9 y anillos de 20-25/2. Junto a estos motivos consta un nutrido grupo de coviñas, hasta 18 unidades, hemos contado, cuyas dimensiones son muy variables, siendo la mayor de 70/19, constando varias de 60/10-12, siendo las menores de 35/10 y 35/5. 166

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980: fig. 96); Santos Estévez, M. (1996:38, fig. 7).

166 Una de estas coviñas se superpone al anillo externo de la pequeña combinación circular del sector central (Fig. 80), pero en esta parte del panel, vemos cómo las coviñas se disponen periféricamente en torno a las figuras circulares, de un modo más evidente que en el panel nº. 7 de O Preguntadouro anteriormente examinado.

Fig. 81.- Plano de A Tomada do Xacove (Morgadáns, Gondomar).

167

Otro panel que corrobora esta tendencia es el de la Tomada do Xacove (Morgadáns, Gondomar)167, localizado en la Serra do Galiñeiro (fig. 81 y 82; fig. 108, nº. 3, pgn. 221). Consta de varias combinaciones circulares y una agrupación de coviñas. Estos grabados se realizaron en el sector SE. de un gran peñasco redondeado, de 5,8 m. de anchura por 6,7 m. de longitud y 2 m. de altura. Se trata de una roca prominente, fácilmente visible a cierta distancia en un contexto de planicie con leve pendiente. En la distribución espacial de las combinaciones circulares apreciamos que exceptuando una situada en el extremo SO. de la roca, en la cima del máximo abombamiento, las restantes se encuentran extendidas en el plano inclinado de la superficie. Destaca la del extremo NO., de gran tamaño, de 1,2 m. de diámetro. Pero de este petroglifo lo que más nos interesa en estos momentos es ese sector SO. donde consta una gran acumulación de coviñas (Fig. 82).

Fig. 82.- Detalle del sector superior SO. de A Tomada do Xacove (Morgadáns, Gondomar). En azul las representaciones de coviñas.

Se trata de un conjunto de 41 coviñas estiradas en una superficie de 2,64 m. de anchura por 85 cms. de longitud, emplazado en la cumbre redondeada del peñasco. En medio de ellas figura una combinación circular de 60 cms. de diámetro realizada con surcos anchos y muy poco profundos, con secciones de hasta 65/4, y una coviña central de 55/12. Lo más interesante es que varias de las coviñas presentes en este sector fueron grabadas encima de sus anillos. Las 41 coviñas presentes ofrecen dimensiones, formas y combinaciones variadas. Se ven casos claros de asociaciones entre coviñas por contacto o mediante líneas, pero también algunas sueltas. Destaca una de 260,200/55 y otra de 160/38, abundando las de 90-80/21-10. Pero el dato más interesante que podemos extraer de este petroglifo es la distribución de las coviñas, en el sector más alto de la roca, pero en torno a la combinación circular. Es decir, el lienzo de coviñas no es destructivo respecto a la combinación circular anterior; parecen respetar ese grabado más antiguo, pero los intentos de asociación son también elocuentes. Varias coviñas se relacionan con la combinación circular mediante trazos desde su centro, o desde su anillo exterior, y en otros casos las superposiciones son muy evidentes. 167

Costas Goberna, F.J. (1985:48-49; lam. G-11).

168

Fig. 83.- Plano del panel nº 1 de Os Castelos (Pedre, Cerdedo).

Otro petroglifo de gran interés lo encontramos en Os Castelos (Pedre, Cerdedo)168, también en una terraza de la serranía. Se localiza en una ligera elevación a modo de coto coronado por un conglomerado de rocas graníticas en forma de domo campaniforme. En la zona de poniente de esta prominencia se encuentra una gran roca de 11 m. por 8 m., estirada en sentido SO.-NE., de acusada horizontalidad y muy diaclasada, exceptuando en el sector SO. donde se eleva un gran mamelón que alcanza 1,10 m. de altura desde el suelo por el NO. En esta roca se aprecia la existencia de dos paneles separados unos 7 m., uno compuesto por unidades en forma de rebajes circulares de escasa profundidad, impropiamente conocidos en la bibliografía especializada como paletas, y el que ahora nos interesa (panel nº. 1) integrado por una

168

Solla, C. (2012) (http://oembigodobecho.blogspot.com.es/2012/07/queda-inaugurado-este-petroglifoacto.html; entrada do 29-07-12).

169

combinación circular con coviñas en su interior instalada en aquel gran mamelón descrito del sector SO (Figs. 83 y 84). Se trata de una gran combinación circular de 1,69 m. de diámetro y siete anillos, grabada con surcos anchos del tipo 70/10. En el centro de la combinación circular se ve un conjunto de 8 coviñas que oscilan entre 60/10 y 90/30 (Fig. 84). Tal como acabamos de describir, la combinación circular está instalada en un gran y amplio mamilo, que desde la superficie de la roca se alza unos 80 cms. La particularidad de este panel son precisamente las coviñas que presenta en su interior este gran círculo. Combinaciones circulares encerrando coviñas no son ninguna novedad, si bien el tipo de coviñas usadas para esta tipología suelen ser de escaso tamaño. No obstante, en Os Castelos consta la interesante circunstancia de que las coviñas presentes en realidad han sido insculpidas sobre los dos anillos internos de la combinación circular (Fig. 84), con lo cual estamos ante un claro caso de superposición.

Fig. 84.- Detalle del panel nº. 1 de Os Castelos (Pedre, Cerdedo).

Pero si hay un petroglifo donde la superposición de coviñas sobre combinaciones circulares alcanza unas proporciones pocas veces conocidas, es en el panel nº. 4 del Outeiro Pantrigo (Morillas Campo Lameiro)169. Este panel pertenece a una estación integrada por unos 8 paneles dispersos por las rocas que integran un afloramiento de escasa relevancia, y a modo de diminuto espolón terminal de una terraza de ladera. El panel nº. 1 de esta esta estación ya fue descrito más atrás (fig. 49, pgn. 108). El panel nº. 4 (Fig. 85) fue grabado en una roca en forma de lomo de ballena y con una ligera pendiente hacia el SO. Aunque la superficie es ondulada, las combinaciones circulares no se adaptan a formas mamilares. Constan dos grandes combinaciones circulares y multitud de coviñas. En el área NE, hay una combinación circular de 70 cms. de diámetro, anillos de hasta 40/9, y con un centro bastante raro: se trata de una gran cazoleta de 220/24 de fondo plano, en cuyo interior se han gravado otras pequeñas coviñas, una en el centro de 50/15, rodeada de otras cinco de 30/15. Está combinación circular fue realmente “acribillada” con la adición de más coviñas 169

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:31 y ss.).

170 sobre sus anillos, hasta en 10 casos. Los tamaños de las coviñas son variables, y de tendencia poco profunda, registrándose varios casos de 100/14-37. La combinación circular del área SO. es de menor tamaño, de 53 cms, de diámetro, anillos de hasta 50/8 y una coviña central de 90/26. También en este círculo se han detectado la superposición de cinco coviñas, alguna alcanzando los 120/29, pero también 100/28 y varias de 70/10-15. En el mismo panel se observan dos concentraciones de coviñas formando agrupaciones autónomas en el NE. De todos los paneles de la estación, digamos que los integrados por coviñas, además de éste ahora descrito, constan otros dos más; los paneles con combinaciones circulares son cuatro, pero en ninguno de ellos, aunque se ha detectado alguna superposición ocasional, nada es comparable a la fuerte concentración y sistemática superposición como la que se manifestó precisamente en este panel. En realidad, nos cuesta reconocer un caso paralelo en Galicia.

Fig. 85.- Plano y perfil del panel nº.4 del Outeiro Pantrigo (Morillas, Campo Lameiro). En azul las coviñas superpuestas.

171

7.3. SOBRE LA SUPERPOSICIÓN REACTUALIZACIÓN RITUAL.

DE

COVIÑAS:

ASIMILACIÓN

Y

Son éstos algunos ejemplos de superposición de coviñas sobre los anillos de combinaciones circulares que podemos encontrar a poco que nos esforcemos por examinar con un mínimo rigor e in situ, y no a posteriori en el gabinete y sobre un plano o calco, que suele constituir el mayor grado de refinamiento metodológico que practican algunos investigadores. La cantidad de casos de superposiciones de coviñas sobre combinaciones circulares que se pueden descubrir es realmente enorme, si bien lo más normal es que se reduzca a una o dos solitarias coviñas, a veces de no muy desarrolladas dimensiones. En el apartado precedente hemos descrito los casos más evidentes que conocemos, que insistimos, ni son los únicos, ni el tema se agota tampoco con unos pocos ejemplos más, ni mucho menos. Hechos semejantes ya se han analizado al proceder al estudio de las estaciones de A Tomada dos Pedros (Valadares, Vigo)170, y el Alargo dos Lobos (Amoedo, Pazos de Borbén)171. Hemos asistido a una coincidencia en el mismo panel de combinaciones circulares y coviñas. Muchas de esta coviñas, simplemente se han grabado junto a los círculos, sin asociarse, pero en varios paneles se ha constatado una tendencia a disponerse periféricamente a los círculos, rodeándolos, lo cual es indicio más que suficiente de posterioridad cronológica. Pero además, algunas de esas coviñas se superponen sobre los anillos de las combinaciones circulares. Se registra una clara tendencia a que sean los anillos exteriores, sobre todo el más externo, los que suelen soportar esa superposición. No hay intención de destruir los grabados antiguos, ni tampoco se ignoraba su presencia. Parece deducirse mejor una conducta asociativa o de complementación de antiguos petroglifos. No obstante la insistencia en cavar coviñas una tras otra sobre el círculo del área NE. del panel nº. 4 del Outeiro Pantrigo, no puede ser casual, y forzosamente guarda una clara intencionalidad. Excepcional es también el caso de Os Castelos, con coviñas superponíendose a los anillos centrales de la gran combinación circular, y podría entenderse como un signo de ignorancia de las insculturas previas, pero no obstante, tiene su explicación lógica. La estrecha relación entre peñascos sobresalientes y petroglifos de coviñas viene siendo puesto de relieve regularmente172: en los paneles de coviñas se observa una frecuente tendencia a preferir las cimas redondeadas de los peñascos prominentes para manifestarse. En Os Castelos debió de producirse una rara coincidencia: un gran mamelón es aprovechado para realizar una combinación circular, rasgo que como ya vimos es típico de este motivo (véase cap. 3), y posteriormente, esta gran turgencia es tomada por una especie de cima de peñasco para grabar coviñas, pero inequívocamente se conocía la existencia de la gran combinación circular, pues aún se puede identificar en la actualidad. Algo parecido sucedió también en el petroglifo de la Tomada do Xacove, y el del panel nº. 4 del Outeiro Pantrigo. Otra tendencia ya puesta de relieve por la bibliografía tradicional ha sido la de destacar cómo los petroglifos de coviñas mostraban una acusadísima propensión a 170

Fernández Pintos, J. (2012:14-15). Fernández Pintos, J. (2013:38-39). 172 Costas Goberna, F. J. (1985:188); Fernández Pintos, J. (1993:120); Bradley, R; Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1995:72).Santos Estévez, M. (1998:81-82). 171

172 constituir paneles autónomos, (aislados, se decía, recuérdese) donde no constan más que estos elementos. No estamos aún en condiciones de valorar en qué proporción ambas características (integración de paneles autónomos y ocupación de peñascos sobresalientes) se cuantifican, pero la experiencia y la observación visual de que disponemos, nos permiten asegurar, al igual que hacen otros investigadores, que constituyen un rasgo peculiar y muy extendido de los petroglifos de coviñas. La primera consecuencia de esta singularidad de los petroglifos de coviñas las aleja de los otros tipos de grabados (combinaciones circulares, cuadrúpedos, armas), que en líneas generales apenas los encontramos en los planos superiores de los elevados peñascos, prefiriendo mejor las lajas aplanadas y bajas, con ciertas particularidades según el tipo de motivo (con mamelones en el caso de los círculos; a veces muy inclinadas o incluso verticales para cuadrúpedos y armas). De la combinación de estos datos deducimos que estamos ante una categoría distinta del Arte Rupestre Gallego.

Fig. 86.- Detalle del petroglifo de A Forneiriña 1 (Paredes, Campo Lameiro), donde se observa la superposición de una coviña sobre un anillo exterior de la combinación circular.

Si a estos rasgos le unimos la gran cantidad de superposiciones sobre combinaciones o bien la disposición periférica respecto de estos motivos, no hay otra posibilidad que considerar la integración por parte de las coviñas de un verdadero ciclo artístico independiente y posterior a las combinaciones circulares. Es decir, existió una o varias épocas, o una corriente tradicional artística caracterizada por la insculturación singular de coviñas como experiencia ritual rupestre aparentemente monotemática. La posición cronológica relativa y absoluta de las combinaciones circulares (posiblemente primera mitad del II Milenio cal. A.C.) será tratada más adelante (véase

173

cap. 9.3); sobre la cronología de las coviñas ya nos hemos pronunciado en líneas precedentes (véase 7.1.2., pgn. 158), como quizás ya presentes antes del cambio de Era, continuándose durante la Romanización y tal vez la Tardoantigüedad. Sin embargo, aunque ambos motivos constituyeron dos ciclos artísticos distintos, aún no estamos en condiciones de establecer si se produjo un hiato o una sucesión. Pero de lo que no cabe duda es de la intención de asociación que mostraron algunos artistas al grabar coviñas sobre los anillos de las combinaciones circulares. Se manifestó un proceso de concurrencia y emulación donde los nuevos artistas, una vez llegados a esos lugares, y estimulados por aquellos grabados antiguos, realizaron su aportación estética distinta. Observaron aquellas figuras circulares ancestrales, muy frecuentes, y generalmente de gran desarrollo artístico y debieron estimarlas como muy venerables. El nuevo bagaje artístico era de expresión muy parca, pero no dudaron en mostrar todos los respetos hacia los testimonios rupestres de los antepasados, compartiendo las rocas que conservaban tan importante manifestación estética con sus sencillas coviñas. Con esta actitud, posiblemente se perseguía una mayor eficacia para los nuevos grabados cupulares merced a la presencia en la misma roca de las prestigiadas insculturas rupestres circulares más antiguas. En consecuencia se buscaba un efecto de asimilación de significaciones. Ignoramos si en la nueva cultura artística de los grabadores de coviñas quedaba el recuerdo del concepto ritual exacto que implicó la realización de aquellos petroglifos de combinaciones circulares, pero estos últimos no dudaron en añadir coviñas en aquellos mismos paneles, probablemente, insistimos, buscando una mayor capacidad y efectividad ritual. En realidad no sería nada nuevo ni muy distinto a lo que ya vimos en lo respectivo a la constitución interna de los paneles de combinaciones circulares, pero con un matiz muy importante: son ciclos artísticos diacrónicos. Sea como fuere, indudablemente estamos ante un proceso de absorción o de asimilación de significaciones. No obstante, siempre nos ha llamado poderosamente la intencionalidad del tan extendido hecho de haber sido grabadas coviñas sobre los anillos periféricos de las combinaciones circulares, o incluso mejor, sobre el más externo (Fig. 86), y solamente una o dos como mucho, y no un conjunto de varias coviñas sobre el sector intermedio o central del desarrollo de los anillos (los ya analizados casos de Os Castelos y Outeiro Pantrigo 4 son toda una excepción). Ciertamente estamos ante una conducta respetuosa en relación con los grabados circulares antiguos que no eran desconocidos, ni tampoco pretendían su destrucción ni tampoco la preeminencia de los nuevos petroglifos de coviñas. Muchas veces estas superposiciones son ligeras, es decir, la coviña fue grabada parcialmente sobre el anillo exterior de los círculos, como buscando una asociación por contacto. Pero las asociaciones mediante trazos, tampoco son desconocidas. Ya examinamos un caso al hablar del petroglifo de la Coutada Pequena do Maúxo (Fig. 57, pgn. 117), y volvimos a ver otros caso en la Laxielas nº.1 (fig. 64, pgn. 138) y Tomada do Xacove. Podrían mencionarse otros muchos ejemplos, pero creemos que con los casos estudiados en este trabajo es suficiente para comprender este tipo de asociación, asimismo, muy extendida. Existen sin embargo, otro tipo de superposición sobre el anillo externo (Fig. 87), mediante la cual la coviña se localiza en el centro mismo del surco. A veces, la coviña en cuestión es diminuta, como sucede por ejemplo en el petroglifo de O Castiñeirón

174 (Coruxo, Vigo)173, localizado también en el Monte Maúxo (fig. 95, nº. 5, pgn. 203), distinguiéndose levemente tanto en la anchura como en la profundidad respecto del surco del anillo. En este último caso se trata de un anillo interno, circunstancia que tampoco es desconocida.

Fig. 87.- Petroglifo de O Castiñeirón (Coruxo, Vigo). Obsérvese la pequeña coviña grabada sobre un anillo interno de la combinación circular.

La irrelevancia que manifiestan algunas de estas coviñas exige bastante atención en la lectura del petroglifo por parte del investigador para que la superposición pueda ser identificada, pero son más comunes de lo que se pudiera pensar. El significado gestual de este tipo de grabados manifiesta una carga ritual matizada respecto de las coviñas que meramente se asocian directamente con leves superposiciones o a través de trazos. Es como si con esta pauta de superposición, se persiguiese que la coviña se incorporase o se fundiese en el contenido significativo pretendido para la combinación circular, perdiendo su autonomía artística. Estas coviñas solitarias superpuestas, sobre todo las de menor tamaño, tienen toda la apariencia de suponer un gesto de confirmación, o en otras palabras, una reactualización del valor del testimonio artístico y religioso de los antepasados. En consecuencia, la superposición-asociación de coviñas representa en primer lugar una asunción o asimilación de los significados supuestos o conocidos de las antiguas combinaciones circulares. Pero también una reactualización de esta significación, pues lo más probable es que no se supiese verdaderamente su significado exacto. Esta gran estima que mostraban por las combinaciones circulares antiguas 173

Costas Goberna, F. J. (1985:120; lam. V 10).

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introduce también la posibilidad de imitarlas anacrónicamente, quizás con un sentido distinto. Es una realidad tan potencial, que de ningún modo puede ser despreciada. De hecho, la insculturación de círculos en épocas históricas es segura, según se ve en muchas de las figuras radiadas, pero también de anillos que acompañan a veces a los motivos modernos. Tal vez debiéramos volver nuestros ojos hacia algunos de esos pequeños círculos de los que hemos hablado al referirnos a la jerarquización gráfica constatable en muchos paneles.

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177

8 SOBRE EL ORIGEN Y DESARROLLO CULTURAL DE LOS PETROGLIFOS: EL PASTOREO.

Hace ya bastantes años hemos indicado como la globalidad de los petroglifos gallegos, sean estos combinaciones circulares, cuadrúpedos, armas, coviñas o cruciformes, están íntimamente ligados al pastoreo174. Ha sido ésta una hipótesis que hemos mantenido invariablemente en todos los estudios rupestres posteriores, porque los indicios topográficos analizados en cada nueva estación estudiada no vienen sino a confirmar esta expectativa. Esta conclusión se fundamenta en la observación del emplazamiento de las estaciones rupestres, tomando como referentes tanto los datos topográficos como los geográficos más amplios. Pero es asimismo obvio que somos conscientes de que estamos realizando una aplicación cognitiva previa, en función de la cual, ése era uno de los principales usos que daban históricamente las comunidades locales a estos espacios, así como del análisis de las características de la misma actividad pastoril. En consecuencia, la hipótesis está construida en virtud de datos objetivables suministrados por el contexto geográfico local, pero también en relación con el paralelo etnográfico y con el marco histórico reciente. Costumbres y tradiciones históricas modernas nos dan la pauta para entender la información geográfica. No hay nada de inasumible en este procedimiento de deconstrucción histórica: inevitablemente los datos son por naturaleza inertes, y es tarea del investigador interpretarlos, circunstancia en la que intervienen decisivamente los conocimientos previamente adquiridos. En este sentido no estamos de acuerdo con las objeciones del equipo encabezado por J. J. Pino175, los cuales siguiendo unas directrices a nuestro juicio hipercríticas, no conceden valor a este tipo de estudios alegando imponderables cambios geológicos desde el momento en que fueron realizados los petroglifos hasta nuestros días. En efecto, obviamente, sí tendremos en cuenta dinámicas geológicas, pero creemos que esta precaución no invalida las observaciones que a continuación ensayaremos. Sabemos, y de ello hablaremos más adelante, que desde fines del V Milenio cal. A. C. la recurrente práctica al incendio forestal como sistema de generación de terrenos despejados, produjo la inestabilidad de laderas y los correspondientes procesos erosivos y sedimentarios, así como la exhumación de rocas, donde se confeccionarán petroglifos. En consecuencia la postura de estos auntores nos parece muy cómoda por limitarse a criticar infundadamente estos esfuerzos, en base a una formulación vaga, sin tampoco aportar alternativas. Hasta el momento nunca se ha realizado un estudio detallado del emplazamiento de los petroglifos, sobre todo del entorno más inmediato. Hay ciertamente investigaciones sobre la distribución geográfica de petroglifos en comarcas o en áreas más o menos extensas, pero no a tan pequeña escala. De todos modos, frecuentemente 174 175

Fernández Pintos, J. (1993:121). Pino Álvarez, J. J., Pino Pérez, R., Pino Pérez, A. y Píno Pérez, J. J. (2001:97-98)

178 esos trabajos sobre ubicaciones de grabados rupestres en contextos geográficos más amplios no suelen tener otra intención que el de aplicar ideas teóricas obtenidas en otras regiones de Europa o peninsulares, siguiendo alguna corriente de investigación más o menos en boga, y que usualmente no llevan sino a pintorescas conclusiones, que no resisten la más mínima crítica a partir de la información adquirida por la experiencia real y por el uso de una actitud teórica más prudente. De este modo algunos autores ven en la dispersión de petroglifos en una zona una apropiación del espacio, otros la construcción de territorios, o la existencia de lugares rituales de concurrencia periódica, pero también el resultado de itinerarios seguidos por comunidades y ganados, etc. Todas estas ideas las analizaremos más pormenorizadamente a continuación, pero, en su formulación hay algo común a todas: son ideas emanadas no del estudio directo de los emplazamientos de los petroglifos, sino de la consciente aplicación de teorías antropológicas exógenas buscando su confirmación en la observación de la distribución de los petroglifos sobre un mapa, obviando cronologías relativas y absolutas. A nuestro modo de ver el análisis de los locales de emplazamiento de los petroglifos de combinaciones circulares es de gran valor cultural, pues remiten a una manifestación artística relacionada con una tarea económica precisa. En el Capítulo 2 ya hemos hecho alusión a la íntima relación existente entre determinados soportes pétreos como los mamelones graníticos y los círculos. En consecuencia, no es descabellado concebir que esta experiencia estética no se haya manifestado fuera de las rocas, en otro tipo de materiales. De ser cierto este vínculo entre círculos y espacios de pastoreo, ello lleva implícita la estrecha relación con el pastoreo en sí como ocupación económica y como manifestación cultural, estableciendo unas evidentes connotaciones simbólicas con el entorno. Se habrá por ejemplo de considerar cuál era entonces su funcionalidad, y qué consideración social se les aplicaba, y también de qué modo perduraban en el tiempo y cómo eran vistos por los sucesivos visitantes del mismo lugar. Los interrogantes no se acaban aún ahí. En efecto, es asimismo necesario hablar del entramado ideológico de la sociedad que los generó, porque a fin de cuentas, no dejan de ser hijos de una época, de un modo de pensar y de unas creencias determinadas. Es sobre todo en este aspecto más global donde reside la importancia de establecer cuál era la funcionalidad territorial de los petroglifos, si es que la tenían. Sea como fuere, el análisis de los lugares de ubicación de los petroglifos no deja de ser un aspecto más de su entidad artística que exige ser abordado para la adquisición de información adicional que tal vez no obtengamos de otro modo, sobre todo a causa de la aparente opacidad significativa de los grabados, y de su insegura datación cronológica y adscripción cultural. 8.1. LAS HIPÓTESIS TERRITORIALISTAS. En el siguiente epígrafe (Apartado 8.2) desarrollaremos extensamente la base teórica donde fundamos nuestras ideas sobre petroglifos y pastoreo que sostenemos desde hace ya veinte años. En realidad esta postura no dejó de constituir un cierto impulso a la observación emanada de la investigación tradicional la cual ya había apreciado que los petroglifos solían estar situados en las laderas de pequeños cerros rocosos desde donde se dominaba visualmente una terraza, por lo que este tipo de ubicación parecía sugerir su relación con actividades de pastoreo o de caza 176. El 176

Patiño Gómez, R. (1982)

179

examen más detenido de una cierta cantidad de estaciones nos revelará una evidente riqueza de tipos de emplazamientos que exceden con mucho al ahora señalado. No obstante, desde comienzos de los años 90 del pasado siglo comenzaron a emitirse una serie de teorías, una tras otra, cada cual más innovadora y distinta a las anteriores cuya única pretensión era el uso del emplazamiento de los petroglifos para reconstruir ciertos esquemas de organización social, o de mentalidad religiosa de aquellas comunidades. En estos trabajos se percibe que en el fondo, lo que menos importaba eran los petroglifos en sí, y si mejor la información de naturaleza social que aparentaban reflejar. Siguiendo este criterio incluso llegaremos a encontrar la lapidaria postura que postulaba la innecesidad de la comprensión del significado de los petroglifos, porque el paralelo etnográfico era suficiente para abordar temas sociológicos de mayor trascendencia177. En función de este método, se formularon tantas hipótesis como autores se ocuparon del tema, e incluso algún investigador sostendrá varias hipótesis contradictorias. Generalmente se soslayó la posibilidad de la articulación en fases culturales de los grabados, y cuando excepcionalmente se tuvo en cuenta esta posibilidad, no se tradujo en prevención alguna, lo cual era engorroso pues implicaba un dinamismo interno del panel de grabados rupestres inasequible a quién no se dedica verdaderamente al estudio de los grabados rupestres, y no nos engañemos, casi nadie se ocupó con sincera vocación a esta tarea, siendo la ocasionalidad, la coyuntura, la oportunidad o la temporalidad las principales características de los trabajos de investigación. El problema cronológico se solventó fácilmente, constando muchas veces un indisimulado consenso en comprender todos los petroglifos como un único conjunto cultural en época campaniforme (segunda mitad del III Milenio cal. A. C., y quizás primeros siglos del II Milenio cal. A. C., según se decía), por mera estimación o suposición, siguiendo las tendencias del momento, echando mano de una conjeturada vinculación espacial entre petroglifos y asentamientos que sólo ven los autores que usan este método. Una vez los petroglifos desprendidos de su verdadera naturaleza, reducidos a un mero esquema muy manejable, y debidamente adscritos culturalmente, se convirtieron en un inmejorable instrumento para la obtención de información de la sociedad de la época. Los resultados son los que tendremos ocasión de exponer en los siguientes epígrafes. De todos modos, en líneas generales estas teorías no contradicen la vinculación entre petroglifos y pastoreo tal como la habíamos enunciado con anterioridad, más bien se basan en ella, si bien suponen un intento de interpretación más profunda que al final resultó inoperante a causa del acusado sesgo subjetivo con que se dejaron llevar los diversos autores que se ocuparon del tema, y por la carencia de estudios más detallados de los paneles rupestres, por mucho que lo tratasen de obviar autores como el equipo liderado por R. Bradley y otros investigadores contemporáneos. 8.1.1. Relación entre petroglifos y asentamientos. La datación de los petroglifos de combinaciones circulares siempre fue muy controvertida, al no constar artículos muebles relacionados y susceptibles de ser fechados por métodos más objetivos. Es por ello que el ensayo cronológico de estos motivos siempre se realizó con empleo de procedimientos indirectos poniéndolos en 177

Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994:160).

180 relación con otros motivos más fácilmente encuadrables culturalmente, especialmente las figuraciones de armas. Pero a nadie se le escapa que esta línea de investigación no es todo lo cómoda que se pudiera esperar. No obstante, es indudable que el conjunto de los petroglifos de combinaciones circulares aluden a una entidad cultural muy bien definida, y ello debiera manifestarse arqueológicamente de algún modo. Pero esta legítima aspiración se frustra cuando examinamos las memorias de excavación de yacimientos de la Prehistoria Reciente del IV, III y II Milenio cal. A.C. Sin embargo, no lo olvidemos, las combinaciones circulares ya habían sido datadas previamente por algunos autores, aunque de modo dudoso, tan sólo por estimación, por lo que la relación con las comunidades de la segunda mitad del III milenio cal. A. C. se había solventado hábilmente y no ofrecía mayores problemas para la deducción de hipótesis de mayor calado. Por otra parte, en los estudios arqueológicos es todo un tópico muy reiterado el tratar de datar monumentos descontextualizados como petroglifos o menhires en función de la proximidad de algún asentamiento culturalmente mejor conocido. En Galicia tal práctica no fue posible hasta fines de los años 80 del siglo XX, porque dejando a un lado los poblados castreños, nada en materia doméstica se conocía con certeza de los milenios precedentes. Pero esta situación varió radicalmente cuando en la Península del Morrazo comenzaron a excavarse asentamientos que en la actualidad culturalmente se extienden a lo largo del III Milenio cal. A. C. como Lavapés, O Regueriño, A Fontenla u O Fixón. Por entonces estos yacimientos al no utilizarse las dataciones calibradas se decía que pertenecían a la transición del III al II Milenio A. C., o más exactamente, el primer tercio del II Milenio. Serán A. de la Peña y J. Rey178 los primeros que comiencen el debate sobre este tema. Utilizando la carta arqueológica del Morrazo, y tras un pormenorizado y sistemático análisis geográfico comarcal, relacionaron directamente los asentamientos de esta época con las manifestaciones rupestres. Observaron que las ubicaciones de los petroglifos (el espacio de la representación, siguiendo su nomenclatura) en sustancia no se diferenciaban topográficamente de los espacios domésticos supuestamente coetáneos, apartándose no obstante notablemente del emplazamiento altimétrico de los monumentos megalíticos. Los petroglifos vendrían a ubicarse a una distancia razonable de los asentamientos, en las márgenes de los hábitats, con una cierta tendencia a aparecer a mayor altura que aquéllos, aunque sin sobrepasar los 350 m. de altitud. Concluyen por lo tanto, que en esta época comenzaban a explotarse las tierras bajas en virtud de una intensificación económica, mientras los petroglifos ocupaban terrenos de escaso valor económico. El tema de la relación entre asentamientos y petroglifos es conducido de distinto modo por R. Fábregas en su estudio sobre las evidencias arqueológicas encontradas en el Monte Penide (Redondela)179. Este autor admite una relación entre petroglifos y áreas de explotación preferencial y vías de transito, ya adelantada por el equipo de R. Bradley del cual formaba parte (véase Apartado 8.1.1), pero sin embargo introduce ahora además la posibilidad de una vinculación más directa, visual, entre los poblados supuestamente coetáneos y las manifestaciones rupestres. Serían precisamente los 178 179

Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993). Fábregas Valcarce, R. (1998).

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petroglifos de combinaciones circulares los que más ligados estarían físicamente a los campamentos, sobre todo al comparar el emplazamiento de éstos con otros documentados en Galicia. En efecto, en la bibliografía específica se venía argumentando la regularidad de la aparición de poblados del III y II Milenio cal. A. C. en torno a pequeñas cuencas húmedas denominadas brañas180, donde crecía un excelente pasto. Este tipo de ubicación asimimo era compartida por muchos petroglifos, y en el caso del Monte Penide también era posible identificarla en varios casos. Sin embargo, ambas variables no son siempre aplicables, siendo además muy elevadas las excepciones. A. de la Peña y J. Rey partían de un argumento cronológico previo para la datación de los petroglifos, al desacreditar los marcadores más recientes que sugerían la presencia de escenas de equitación y laberintos, al postular una filiación calcolítica para las representaciones de armas, y al no admitir viable que llegado el siglo XVII A. C. (c. 2220-1900 cal. A. C.) se siguieran desarrollando petroglifos de combinaciones circulares, dado que tras este momento se habría producido una catastrófica crisis demográfica y cultural que dejaría sin contenido casi todo el II Milenio cal. A. C. En un trabajo reciente ya hemos dejado indicada la total validez de las cronologías recientes para laberintos y escenas de equitación, y también lo desacertado que supone arqueológicamente considerar el II Milenio cal. A. C. como una etapa culturalmente estéril181. Sea como fuere, esa época transicional extendida desde c. 2600 a 1900 cal. A. C. corresponde en líneas generales a la época de expansión del vaso campaniforme, pues la etapa cultural Penha, y otros tipos de cerámicas impresas e incisas son más bien propias del arco que va desde fines del IV Milenio cal. A. C. hasta mediados del III Milenio cal. A. C. Sin embargo, andando el tiempo, en algunos de esos poblados con presencia de campaniforme se obtuvieron cronologías más recientes, del II Milenio cal. A. C. de donde se deduce una pervivencia del asentamiento continua o no, pero que sobrepasa ampliamente esos márgenes cronológicos tan estrictos. Como ilustración de esta problemática comentemos el caso del yacimiento de O Fixón, que estos autores instituyen como el asentamiento donde moraban los autores de los petroglifos localizados en sus inmediaciones considerando una razonable isocrona182. En primer lugar este yacimiento en realidad es más amplio de lo que se suponía en un primer momento, por lo que J. Suárez prefiere hablar de O Fixón-Costa da Seixeira183. Las excavaciones de este asentamiento han revelado un nivel muy antiguo encuadrable en la primera mitad del IV Milenio cal. A. C., uno intermedio donde se localizaron manos de molino, y otro superior con cerámica campaniforme184. No obstante posteriores estudios sobre la cerámica encontrada en el lugar185 revelaron una continuidad postcampaniforme, incluyendo el hallazgo de una aguja de bronce, lo cual nos conduce como mínimo hacia mediados del II Milenio cal. A. C. Pero esta prolongada longevidad de un mismo yacimiento también se puede demostrar en otros de

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Méndez Fernández, F. (1994 y 1995). Fernández Pintos, J. (2013:54 y ss.) 182 Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:243). 183 Suárez Otero, J. (1993). 184 Lastra Merino, M. (1984). 185 Suárez Otero, J. (1993). 181

182 la península del Morrazo como Mesa de Montes186 donde además de cerámica de tradición Penha había vasos en forma de sombrero invertido con una cronología de la segunda mitad del II Milenio cal. A. C. y primeros siglos del I Milenio cal. A. C.187, o incluso también en el Monte dos Remedios188, con una historia de prolongada ocupación semejante a la de O Fixón. Existe además el tema del modo de vida de aquellas comunidades, que hoy en día se suponen afectadas por cierta movilidad cuya real naturaleza aún no comprendemos con exactitud. En la actualidad estos asentamientos reciben la denominación de áreas de acumulación189, caracterizadas por una ocupación discontinua muy compleja a lo largo del tiempo, donde tanto se comprueban prolongados lapsos de abandono, como intermitencias culturales, como ciertas evidencias de continuidad y donde no faltarían tampoco reestructuraciones internas del asentamiento. Es a causa de estas prolongadas diacronías que afectan a un mismo asentamiento por lo que desestimamos la idea de la vinculación entre determinados poblados y petroglifos como modo de datación de éstos últimos, porque en el fondo es como si no dijésemos nada concreto, o lo que es lo mismo, que fueron confeccionados en la Prehistoria Reciente, lo cual, como se puede comprender, no supone aportación alguna. De todos modos en la actualidad la localización de un elevado número de nuevos yacimientos pertenecientes al III y II Milenios cal. A. C. descubiertos en el Morrazo, contradecirían contundentemente la hipótesis de vinculación asentamiento-petroglifo tal como fue ensayada por aquellos autores. Sin embargo es importante señalar que A. de la Peña y J. Rey cuando hablan de la localización geográfica de los petroglifos, aún dejándolos vinculados a poblados, aluden topográficamente a su situación en espacios para la representación, como lugares especialmente escogidos para ser realizados ciertos grabados rupestres. En efecto, aunque estos investigadores mencionan los tipos de emplazamiento topográficos típicos, consagrados por la bibliografía tradicional, no los ciñen a una posible actividad de rango económico, es decir, pastoril en este caso, sino directamente a prácticas rituales. Dicen que los petroglifos de combinaciones circulares se encuentran en rocas bajas, difíciles de percibir en el entorno, aunque desde ellas se suele contemplar amplias panorámicas, todo lo cual no siempre es cierto, ni mucho menos. Esta circunstancia se debería a la intencionalidad de ocultar al grueso de la sociedad una simbología específica desarrollada y monopolizada por una élite religiosa a la que sólo tendrían acceso un reducido grupo de iniciados. Esta teoría viene siendo repetida por A. de la Peña en trabajos más recientes, e incluso es compartida, aunque con matices por otros autores190. Personalmente creemos que se trata de una idea plenamente equivocada, poco madurada, no contrastada, no sometida a la más mínima autocrítica y más producto de la imaginación que de la constatación empírica. En efecto, afirmar que un petroglifo ha permanecido desconocido para una comunidad que explota intensamente el hábitat en que se encuentra es tan absurdo como aventurado, sobre todo si 186

Gorgoso López, L., Fábregas Valcarce, R. y Acuña Piñeiro, A. (2011). Fernández Pintos, J. (2013:61-62). 188 Bonilla Rodríguez, A., Fábregas Valcarce, R. y Vila, M. C. (2011). 189 Méndez Fernández, F. (1993). 190 Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, c. (2012). 187

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consideramos la actividad pastoril en el curso de la cual se recorren todos los rincones del territorio una y otra vez. Además podrán visualmente pasar desapercibidos los grabados a cierta distancia, pero no así siempre las rocas donde se encuentran, u otras cercanas y prominentes que permiten identificar los lugares a veces desde muy lejos. Por último, el asunto del guía espiritual y su séquito de acólitos parece más bien una burda aplicación sacada de la lectura poco crítica de un libro de etnografía africana, con lo cual no nos merece el más mínimo comentario adicional. Con un planteamiento parecido se condujo un equipo encabezado por R. Bradley191 al creer entrever una coincidencia en el emplazamiento de asentamientos de esta época y petroglifos, frecuentemente en la cabecera de brañas lo cual permite hablar de simultaneidad cronológica. A esta hipótesis el primer reparo que le habremos de hacer es la indefinición topográfica del término braña, pues sospechamos que asiduamente se usa de un modo muy laxo y ambiguo. De hecho este vocablo remite a pastizales de montaña de la Cordillera Cantábrica, sin mayor precisión conceptual, mientras en gallego alude a pequeñas cuencas húmedas insertas en las serranías. Pero esta aparente concomitancia tampoco es siempre cierta, ni para los asentamientos, ni para los petroglifos. En el análisis que hemos realizado recientemente sobre los poblados del área de Amoedo (Pazos de Borbén)192, encuadrables en un arco que va desde época campaniforme hasta el Bronce Final, ninguno de ellos se asociaba a esas típicas cuencas húmedas de las serranías (brañas). Respecto a los petroglifos remitimos al pormenorizado análisis que más abajo realizaremos sobre distintas estaciones del Monte Maúxo de este mismo trabajo (Apartado 8.2.), donde se podrá comprobar que esa supuesta relación no se cumple tampoco siempre, siendo muchas las excepciones. Por último indicar que en manos de algunos autores, esta afinidad topográfica entre asentamientos y petroglifos puede tener implicaciones más hondas. Por ejemplo en un estudio más reciente A. de la Peña y J. Rey193 indican que los grabados rupestres al estar aparentemente rodeando los asentamientos funcionarían además como constructores de territorios, mediante los cuales una comunidad asume simbólicamente la propiedad de las tierras señaladas por los paneles rupestres. Se desemboca en una de las hipótesis de interpretación territorial más extensamente explotadas y que examinaremos en las siguientes páginas (véase Apartado 8.1.3). 8.1.2. Movilidad territorial y petroglifos. Bibliográficamente hay un consenso generalizado en considerar a las comunidades de la Prehistoria Reciente de Galicia como no sedentarias. La fragilidad con la que aparecen sus poblados, los pobres restos materiales tanto en calidad como cuantitativamente, así como la seguridad de una práctica económica de agricultura muy precaria, posiblemente de tala y quema, y una ganadería extensiva, tradicionalmente han dado viabilidad a esta idea. Es más, recientes trabajos vienen dando mayor peso a la economía ganadera sobre la agricultura. Dado que hablamos de comunidades móviles que realizan sus petroglifos en los pastos a donde conducen sus reses, parecería obvio que la distribución geográfica de las estaciones rupestres obedeciese al establecimiento de itinerarios. Llegados a este punto creemos necesario distinguir entre líneas o vías de tránsito y rutas. La diferencia entre ambos términos radica en el rango de sus 191

Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1995:78 y ss). Fernández Pintos, J. (2013:54). 193 Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:242-243). 192

184 implicaciones territoriales particulares: mientras las líneas de tránsito son espacios del hábitat por donde circulan regularmente los individuos de la comunidad para la realización de las tareas cotidianas, o bien son lugares por donde es más fácil moverse localmente, las rutas son itinerarios de largo alcance conectando espacios alejados, y establecidas a lo largo de múltiples líneas de tránsito local. La confusión entre líneas de tránsito y rutas abunda en la bibliografía rupestre galaica. Esa supuesta movilidad territorial de las comunidades de la Prehistoria Reciente se creyó ver en la distribución de asentamientos y petroglifos sobre los mapas. Al prescindir de las escalas, meras líneas de tránsito local de tres o cuatro kilómetros que se pueden recorrer en una mañana o en un par de horas, se convirtieron en largas rutas de trashumancia, o por lo menos ésa es la impresión que deja la lectura de algunos estudios. Esta postura constituye una evidente exageración pero sintonizaba muy bien con las teorías provenientes de otros ámbitos europeos, y con el respaldo del paralelo etnográfico. Esta metodología la aplicó el equipo de R. Bradley en el estudio de los petroglifos de Muros, Rianxo y Campolameiro194. La misma idea es también compartida por M. Santos195, aunque con muchos matices. Este autor estudia los paneles de arte rupestre en sistemas de estaciones, es decir, en conjuntos de petroglifos localizados en una unidad fisiográfica determinada. El problema es que esa unidad geográfica puede ser toda una sierra, a veces de dilatada extensión, o un área determinada acotada por simple estimación o incluso deseo suyo, sin más explicaciones. Aunque inviable metodológicamente, era éste un procedimiento necesario para poder aplicar en el Arte Rupestre Gallego los postulados de la Arqueología del Paisaje, y más concretamente la doctrina de los paisajes parcelados. Constituye un ejemplo de obvia exageración al no disimular una cierta obsesión por señalar rutas de tránsito que desde supuestos accesos a las serranías llevan hasta espacios más elevados. Este investigador en sus trabajos inicia las rutas arbitrariamente en cualquier petroglifo que el estime como de arranque del camino, sobre todo si lo confirma la toponimia actual (por ejemplo en portelas), y no duda en hacer pasar hombres y ganados por los lugares más recónditos con tal de que el itinerario ligue una serie de petroglifos distribuidos y escalonados en altura en un mapa. Muchas veces están tan alejadas del sentido común estas hipótesis que no es necesario desplazarse hasta el lugar para comprobar uno mismo lo erróneo del trazado; basta la simple observación de un mapa. En el examen realizado por un equipo encabezado por F. J. Costas Goberna196 respecto a un itinerario marcado por M. Santos para algunos petroglifos de Porto do Son, se aprecia con elocuencia como aquel investigador para relacionar estaciones que supuestamente jalonan una ruta, no duda en señalar un itinerario tomando petroglifos aleatoriamente, despreciando otros, y marcando el recorrido por el peor lugar de tránsito posible, olvidándose de lugares naturales de más cómodo acceso. Pero lo más sorprendente no procede sólamente de las elucubraciones de este investigador, sino de la alternativa de vía de tránsito de circulación por la serranía marcada por el citado equipo de F. J. Costas, la cual pasa lejos de los petroglifos, cuando curiosamente alguno de estos autores, en trabajos anteriores había defendido la vinculación entre vías de tránsito y petroglifos, tal como vimos en páginas 194

Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994 y 1995:71-77). Santos Estévez, M. (1995, 1996, 1998 y 2007). 196 Costas Goberna, F. J., Fábregas Valcarce, R., Guitián Castromil, J., Guitián Rivera, X. y Peña Santos, A. (2006:fig. 3). 195

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precedentes. Esta hipótesis de ligar los petroglifos con vías de tránsito dentro de las serranías en sistemas de estaciones tendrá una de sus consecuencias más pintorescas cuando se relacionen con supuestos itinerarios procesionales (véase Apartado 8.1.4). Comentado los petroglifos del Morrazo, muy curiosa es también la hipótesis de M. Santos en la que liga el emplazamiento de los petroglifos del interior de Galicia con la supuesta proximidad a cursos fluviales que serían navegables usando embarcaciones de ligero calado197. Trae esta idea a colación porque en la península del Morrazo, los petroglifos según el mencionado investigador, señalan líneas de tránsito que comunican el interior de la serranía con el litoral, más concretamente con lugares que bien habrían podido servir como embarcaderos. Otro dato que maneja M. Santos para respaldar esta hipótesis es que desde algunos petroglifos se contemplan amplias panorámicas sobre las ensenadas, lo cual incide en una pretendida importancia del tráfico marítimo como medio de comunicación en esta época. Evidentemente no hay que realizar un gran derroche de energía para desechar estas hipótesis, porque entre otras cosas, esas supuestas líneas de tránsito hacia el litoral son meras e inasumibles conjeturas, dado que no se aprecian siquiera en el mapa de distribución que aporta él mismo; y además la capacidad visual de las estaciones de grabados rupestres, cuando se produce, es siempre derivada de su ubicación topográfica elevada, en un medio que en este caso, está muy próximo al mar, y además las ensenadas dominadas visual y topográficamente por los petroglifos son simplemente algunas, o lo que es lo mismo, desde el emplazamiento de los petroglifos se disfruta a veces de excelentes vistas al mar, a veces en la lejanía, pero nada más. Sea como fuere el mencionado M. Santos en estas grandes zonas acotadas arbitrariamente y articuladas en sistemas de estaciones introduce la distinción entre petroglifos centrales, petroglifos delimitadores y petroglifos de movimiento, cuyo conjunto, no lo olvidemos, integra una única estación. Sobre los dos primeros tipos nos extenderemos en el siguiente epígrafe (véase Apartado 8.1.3). Los petroglifos de movimiento estarían situados a mayor altura topográfica que los anteriores y serían aquellos que no están directamente relacionados con las brañas (pequeñas cuencas húmedas donde nace un buen pasto), sino los que jalonan las vías de tránsito en el interior de una estación, y cuya finalidad sería el control de los animales en su desplazamiento. No obstante no aclara el valor y las implicaciones del término control de la marcha de los animales en su relación con los petroglifos. En realidad, y tal como iremos viendo, este autor es muy prolífico en teorías, con lo cual tras la lectura de sus trabajos al interesado le queda la duda de si él las considera simultáneamente viables, porque personalmente las valoramos como inaceptables individualmente e incompatibles y contradictorias parcialmente o en conjunto, por mucho que se haya esforzado en presentarlas vagamente ensambladas, siguiendo una lógica ilógica, donde se marginan las excepciones y se aplican forzadamente impresiones personales indemostrables empíricamente, o sencillamente se manipula la información. En líneas generales, se deja ligeramente entrever que estos autores hablan del pastoreo, obviándolo desde un punto de vista siempre teórico, sin saber a ciencia cierta en qué consiste. En el curso de las labores pastoriles, los animales se desplazan libremente de un lugar a otro, pero discretamente controlados evitando que se alejen del sitio elegido para pacer, o bien conduciéndolos progresivamente a otros pastos. Cuando 197

Santos, M. (2005b:106).

186 se trata de un pastoreo extensivo, sin recogida diaria al poblado, es ésta una tarea de desplazamiento continuo y sólo perceptible a escala de días. Se comienza por el consumo de los pastos de las zonas llanas, desde los fondos de los valles fluviales hasta las terrazas o brañas de las serranías, pero tampoco se excluyen pendientes y laderas. Es por ello que traer a colación la influencia de las líneas de tránsito local en la distribución de los petroglifos, no constituye una conducta teórica apropiada. Es además una obviedad que animales y seres humanos se mueven por los terrenos más accesibles. Por lo tanto no supone ningún relevante descubrimiento que en estos sitios se encuentren petroglifos o asentamientos. No obstante, como cabría esperar, la profundización en el tema de las vías de tránsito, también llevó a hablar de rutas intercomarcales, su necesario corolario, pues de otro modo, tal como estamos viendo, todo quedaría en un inútil ejercicio descriptivo sin mayores consecuencias. El espacio elegido para desarrollar la idea fue el entorno de la Serra do Farelo en el centro de Galicia198. El lugar no pudo ser escogido con mayor sabiduría, pues en efecto, este área montañosa de moderadas altitudes, con picos, pero también con amplios collados, y holgadas terrazas, salpicada con abundantes manifestaciones arqueológicas, tanto petroglifos, como mámoas y asentamientos prehistóricos, ofrece cómodas líneas de comunicación tanto entre los valles colindantes, como por el interior de la serranía. El tema del vínculo de los monumentos megalíticos con supuestas vías de tránsito, tan explotado en la arqueología gallega durante las últimas décadas, ha sido incluso matizado recientemente por uno de sus principales defensores199, pues era a todas luces obvio que la distribución de las mámoas por los lomos serranos de un modo rectilíneo no tiene necesariamente porque estar señalando rutas de largo alcance, sino más bien lugares a los que sin más se accede sin especial esfuerzo. Los túmulos fueron emplazados en esos lugares por motivos de corte más local, como por ejemplo la antropización simbólica de espacios de explotación económica. Concebir las cosas de aquel modo podría ser tan exagerado como argumentar que todas las localidades históricas enclavadas en la Depresión Meridional Gallega desde Tui a Redondela se relacionan directamente con la Vía XIX romana o su heredera medieval, el Camino Portugués a Santiago de Compostela; que se establecieron en función del trazado de este camino, o que el camino se realizó en virtud de esos núcleos de población. En el estudio de los petroglifos de la Serra do Farelo, en base a la distribución de los monumentos prehistóricos, los autores trazaron diversas líneas de tránsito que recorren los cordales serranos en dirección SO.- NE. que a fin de cuentas no superan los 15 kms. de longitud, y que comienzan en el profundo cauce del río Arnego. No es nuestra pretensión desacreditar esta hipótesis, que además vemos en cierto modo razonable, sino que no le encontramos ningún valor concreto por enfatizar la demostración de lo evidente, es decir que personas y animales se mueven por donde les es más cómodo. Pero además esta hipótesis de relación directa entre vías de tránsito y petroglifos, aunque fuese viable para la Serra do Farelo no es deducible en el análisis de otras comarcas gallegas, a no ser que usemos ciertas dosis de imaginación. Obsérvese por 198 199

Rodríguez Rellán, C., Gorgoso López, L. y Fábregas Valcarce, R. (2008). Criado Boado, F. (2013).

187

ejemplo la distribución de los petroglifos de combinaciones circulares en el Sur de la Ría de Vigo (fig. 3, pag. 15). Veremos una línea que comenzando hacia el NE. en el Monte Penide (Redondela) se extiende por el S. por las serrranías que cierran el valle del Fragoso hasta concluir por el SO. en el Monte Maúxo. A continuación desde este punto otra línea se dirige por los montes de Vincios hacia el SE., a la Serra do Galiñeiro, y desde aquí en arco hacia el O. hasta Baiona. La trayectoria es larga, de más de 40 kms., e incluso se podría prolongar más hacia el S., por la Serra da Groba y Torroso hasta Santa Trega en A Guarda, completando otros 24 kms. más; y también desde el Monte Penide hacia el NE., pasando por Ventosela y Pazos de Borbén, completando así una ruta que recorrería las cabezas de las serranías litorales del SO. de la Provincia de Pontevedra de 80 kms. de longitud (fig. 2, pag. 14). Sin lugar a dudas este ejercicio es muy fácil de realizar en un mapa, cuyas curvas de nivel todo lo suavizan y primorosamente acortan las distancias y donde los puntos de identificación señalados fácilmente describen alineaciones cuya relación sólo se produce en la mente de algunos autores. Que esta teoría de vínculo entre vías de tránsito y petroglifos era completamente inviable, queda de manifiesto cuando uno de sus principales promotores, el investigador R. Fabregas debe de admitir una ubicación preferentemente de ladera para los petroglifos de Porto do Son, en detrimento de collados y otros lugares de paso habituales200. 8.1.3. Petroglifos como elementos de demarcación y/o apropiación territorial. Partiendo de la base de esta supuesta movilidad geográfica de las comunidades de la Prehistoria Reciente algunos autores han aducido que los petroglifos no vendrían a ser más que señales indicadoras de la exclusividad de la explotación económica de aquellos pastos donde se encuentran201, por parte de una comunidad que a causa de su cíclico desplazamiento habría de ausentarse del lugar el resto del año. A falta de elementos arquitectónicos más visibles como por ejemplo los monumentos megalíticos neolíticos, o los posteriores castros, se usaría este tipo de manifestación artistica para manifestar la legitimidad de una previa apropiación territorial de los recursos, a visitantes posteriores que allí recalasen con sus ganados. Asimismo, de este modo, los petroglifos actuarían como elementos que permiten entrever cierta organización territorial. Esta retorcida hipótesis no excluye ni la relación de proximidad entre petroglifos y asentamientos, ni tampoco el supuesto valor religioso de los petroglifos. Lo peor de esta línea de investigación es que no se deriva de un estudio de campo detallado, sino de la mera aplicación de una tendencia de investigación basada en información etnográfica, de moda por entonces. El primer problema de esta hipótesis es el de la visibilidad de los petroglifos, y su idoneidad como elementos de disuasión. Si en verdad fuesen marcas de exclusividad territorial deberían ser más conspicuos. Dado que la inmensa mayoría de los petroglifos de combinaciones circulares fueron labrados en superficies horizontales, raro es el caso que es factible identificarlos desde una distancia de tan solo varias decenas de metros. Además el emplazamiento de muchos de ellos en puntos de laderas actuando a modo de oteaderos, sólo permite percibirlos cuando ya se ha accedido al lugar. Desde luego 200

Fábregas Valcarce, R., Rodríguez Rellán, C. y Rodríguez Álvarez, E. (2008:195). Bradley, R., Criado Boado, F. y Fábregas Valcarce, R. (1994; 1995:67-68 y 78-79); Santos Estévez, M. y Criado Boado, F. (1998:591 y ss); Santos Estévez, M. (1999:110) 201

188 como signos de apropiación territorial no gozan precisamente de muchas virtudes. De ser así, se esperaría una mayor contundencia visual, el emplazamientos en los lugares de acceso estrictamente o el acotamiento poligonal de espacios definidos. A esta misma conclusión ya llegó hace años el equipo encabezado por R. Fábregas en el estudio de los petroglifos de Porto do Son, tras años de defender tanto la hipótesis demarcatoria como la de la vinculación a las vías de tránsito202. En este sentido, nos parece excesiva la argumentación de M. Santos el cual indica que muchos petroglifos se hacen más visibles con las superficies orientadas hacia el valle, para que fuesen fácilmente identificados por quien ascendía hacia la sierra203. Pero en la realidad, nada de ello encontramos, por mucho que insistan algunos autores. Habría que demostrar que justo al lado del panel insculturado había un camino de acceso sin otra alternativa, lo cual ni concuerda con la generalidad de los emplazamientos, ni tampoco con la naturaleza de la actividad pastoril tal cómo ya hemos señalado en el epígrafe anterior. Pongamos por ejemplo el caso de los petroglifos del Monte de Santa Tegra, en A Guarda, situados casi todos en su reducida cumbre (pgn. 213; fig. 104), los cuales evidentemente no acotan nada: a lo sumo se relacionarían con el extremo superior de unos pastos de escasa calidad. Pero es que además en no pocas estaciones, mientras los petroglifos fueron grabados en lajas escasamente sobresalientes del suelo, junto a ellas hay elevados peñascos carentes de diseños, y que desde luego eran más idóneos para aquel cometido. Por otra parte esta idea está íntimamente ligada también a las tesis basadas en las líneas de tránsito; es decir, los petroglifos jalonarían esos itinerarios advirtiendo a los forasteros de la exclusividad patrimonial de un determinado espacio. Evidentemente ambas posibilidades, paradójicamente a la vez que se complementan se contradicen, pues en las Rías Baixas para una comunidad extraña prácticamente todos los pastizales de los itinerarios contarían con propietarios, por lo que muy difícil sería echar a andar un rebaño sin entrar en conflictos intergrupales. No se percibe además un abundante bagaje de formas propias distintivas y caracterizadoras de grupos, sino más bien monótonamente todo lo contrario. De muy distinta índole es las hipótesis ensayadas por M. Santos en virtud de la Arqueología del Paisaje, tan de moda hace algunas décadas. En sus trabajos más antiguos204 señala que los petroglifos en función de una serie de regularidades en el espacio (en el paisaje, siguiendo su terminología) se distribuyen siguiendo unos patrones teóricos bien definidos que en la práctica se traducen en una triple tipología de petroglifos en relación con el espacio. Sobre los petroglifos de movimiento ya hemos hablado en el epígrafe anterior (véase Apartado 8.1.2), y dejaremos para después los petroglifos centrales (véase Apartado 8.1.4). En los petroglifos delimitadores, la tercera categoría de este autor, los paneles con combinaciones circulares se disponen en arco rodeando la braña, lo cual se traduce en un presumible intento de apropiación de ese pasto. En estudios posteriores M. Santos aplica a los petroglifos el concepto del paisaje parcelado como la articulación territorial propia de la Edad del Bronce. Señala que en esta época el hábitat de las diversas comunidades se circunscribía a unidades serranas

202

Fábregas Valcarce, R., Rodríguez Rellán, C. y Rodríguez Álvarez, E. (2008:195). Santos Estévez, M. (1999:108). 204 Santos Estévez, M. (1995 y 1996). 203

189 geográficamente bien definidas205. En el estudio de los petroglifos de las serranías situadas al E. del Río Lérez en Cotobade y Pontecaldelas cree percibir cómo las estaciones de grabados rupestres aparentemente se disponen rodeando la base de esas serranías. Incluso cree advertir una diferencia sustancial entre varios tipos de petroglifos: así mientras los grandes complejos se sitúan en laderas, los de menor tamaño son precisamente los ubicados en los accesos exteriores a esas serranías. Aprecia asimismo una frecuente relación entre los petroglifos y vías de tránsito hacia el interior de la serranía. Siguiendo estos datos, M. Santos postula que los petroglifos son la manifestación de una intencionada demarcación de los territorios de las comunidades que tenían como hábitat normal su deambular por el interior de las serranías. Según esta tesis, las actuales vegas agrarias serían como tierra de nadie, permanecerían deshabitadas, lo cual implica una obvia contradicción, dado que en estas zonas la ganadería encontraría un campo de explotación extensiva mucho más feraz que el de las serranías, por lo que el suponerlas yermas no es aceptable, lo cual no exigiría tampoco disputar los reducidos pastos de las serranías, sino todo lo contrario. Un gran error comete M. Santos cuando pretende aplicar estos datos, ya de por sí inaceptables, a otras zonas, como por ejemplo al entorno del Monte Maúxo206, a partir de los mapas de dispersión publicados en el año 1985 por F. J. Costas Goberna, para los petroglifos en el Sur de la Ría de Vigo207, y en los que faltan por situar los para entonces ya localizados en este espacio, y debidamente publicados del Monte Maúxo208. Si comparamos el mapa que aporta este autor con el ahora confeccionados por nosotros basado en esas publicaciones (fig. 3 y 4; pgns. 15 y 16), observaremos que el espacio interno definido por M. Santos para establecer los asentamientos de la época estaba repleto de petroglifos, por lo que la aparente delimitación por la base de la serranía por los petroglifos se difumina por completo. Es más, curiosamente por el momento, y para mayor sarcasmo, también los asentamientos pertenecientes a la Prehistoria Reciente en el ámbito del Monte Maúxo tienden a localizarse en los bordes inferiores de la serranía (fig. 4; apartado 2.2.2.3). 8.1.4. Petroglifos y centros de concurrencia estacional. La consideración de los petroglifos, bien paneles, bien estaciones, como polos de atracción cíclica de las comunidades cercanas fue un tema también intensamente trabajado. No obstante, para muchos investigadores el planteamiento del emplazamiento de los petroglifos siguiendo este esquema no entra necesariamente en contradicción con las anteriores ideas que los relacionaban con las vías de tránsito, o de demarcación territorial. Es así como debemos comprender que un mismo autor defienda varias posibilidades. No es necesario explicar con mayor detalle que muchas veces es inviable la compaginación de las distintas alternativas. En los epígrafes anteriores tuvimos la oportunidad de examinar las hipótesis de M. Santos tomando a los petroglifos como elementos de construcción territorial. Otra

205

Santos Estévez, M. (1999). Santos Estévez, M. (1999:109 y fig. 5). 207 Costas Goberna, F. J. (1985). 208 Costas Goberna, J. B, y Groba González, X. (1994); Costas Goberna, F. J.; Domínguez Pérez, M. y Rodríguez Sobral, J. M. (1993). 206

190 categoría que distingue es la definida por los petroglifos centrales209. Este tipo de paneles rupestres suelen estar labrados en rocas que actúan a modo de referente visual en el paisaje. En un trabajo posterior amplía esta información definiendo tal posibilidad en virtud de la supuesta existencia de pequeñas y grandes estaciones. Según M. Santos, las grandes estaciones, caracterizadas por petroglifos de notable envergadura con multitud de diseños, localizadas en zonas llanas y amplias, con excelentes pastos, e incluso próximas a accidentes geográficos relevantes, en puntos liminares de los territorios, quizás funcionasen como lugares de concurrencia de las comunidades cercanas donde se llevarían a cabo actividades rituales. En un trabajo posterior profundiza ligeramente en esta idea, señalando que esos espacios, según se desprende de datos etnográficos, se caracterizan por su exclusividad como áreas destinadas a una actividad ritual de importancia social, como ritos de iniciación, o de retiro de colectivos sociales restringidos210. Debemos señalar que la concomitancia con el contendido expresado por A. de la Peña y J. Rey para sus espacios de la representación (véase Apartado 8.1.2.), es prácticamente idéntica, la única diferencia es que M. Santos las liga a la finalización de rutas de tránsito, mientras que los otros autores las sitúan en la periferia de los hábitats. Esta hipótesis tampoco es convincente. La expresión gran estación posee un valor muy relativo, que no siempre es fácil de definir. Una estación importante puede estar integrada tanto por un gran panel, como por varios pequeños paneles adyacentes, como por muchos petroglifos próximos en un espacio más o menos dilatado. En capítulos anteriores ya hemos examinado que los petroglifos más grandes se conformaron con sucesivas adiciones. Está por demostrar que la existencia de un pastizal con un gran panel fuese más concurrido que otro análogo sin que en sus rocas consten grabados o sean de pequeña entidad. Existen además áreas como por ejemplo el Monte Maúxo (véase fig. 4) o el área de Amoedo (Pazos de Borbén (pgn. 210-211, fig. 102 y 103)211 donde la multiplicidad de paneles grandes en puntos no muy alejados entre ellos desecha por completo esta hipótesis, pues habría que hablar de muchos polos de periódica atracción ritual. Tampoco es válida la relación de los mayores paneles con una supuesta proximidad a un accidente geográfico relevante, porque aparte de constituir un mero ejercicio de manifiesta subjetividad, de su presencia también se beneficiarían inexplicablemente petroglifos de menor entidad, y además no siempre hay algún rasgo geográfico notable que caracterice la zona. De mucho mayor calado es la hipótesis de A. M. S. Bettencourt 212 poniendo en relación los petroglifos y el entorno geográfico desde un punto de vista simbólico si bien referido al estudio de los petroglifos del NO. portugués, que en líneas generales no dejan de ser una continuación de los gallegos al sur del Miño. Esta autora propone que el emplazamiento de los petroglifos existentes entre el Miño y el Lima estaba fuertemente influenciado por la particular geografía de la comarca, delimitada hacia el Oeste por el inmenso y desconocido mar, y hacia el E. por las imponentes serranías, donde nacen las corrientes de agua, acotando aquéllas una estrecha faja litoral. En este contexto los petroglifos se ubican en lugares de dilatadas perspectivas, y de gran teatralidad, donde la comunión entre el agua, la tierra y el cielo supuestamente se debía 209

Santos Estévez, M. (1996:24). Santos, Estévez, M. (2005a:106). 211 Fernández Pintos, J. (2013). 212 Bettencourt, A. M. S. (2010). 210

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percibir con mayor claridad simbólica. Aprecia la autora una vinculación visual entre petroglifos y el agua, sea ésta el mar, brañas, fuentes o corrientes. De hecho hace un gran hincapié en la asociación de los petroglifos con los cursos fluviales: desde su nacimiento, hasta su desembocadura en el mar están jalonados de manifestaciones rupestres. De todos modos, en la interpretación de esta autora, es éste el planteamiento básico, pues a largo de su trabajo especula con un sinfín de ponderables geográficosimbólicos de atractiva evocación pero también de discutible aplicación, y desde luego inadmisibles para el hecho rupestre de Galicia. No obstante como acabamos de ver, A. M. S. Bettencourt aplica este modelo interpretativo a los petroglifos existentes en la costa portuguesa al sur del Miño. La norma de ubicación de los petroglifos de esta región se concretaría en la elección para su realización de roquedos situados precisamente en esas serranías, donde metafóricamente se junta el Cielo y la Tierra, y donde además nacen los ríos. Serían pues lugares donde coincidirían comunidades caracterizadas por su movilidad, y en los que se encontrarían los escenarios de importancia cosmológica y ritual, constituyendo lugares de gran interés colectivo. Todo ello en un supuesto marco del III Milenio a. C con prolongación hasta la Edad del Hierro. Sea como fuere, este gran planteamiento, aunque presenta algunas coincidencias con lo que venimos estudiando, no es válido para lo que conocemos en tierras gallegas. Ya desde el punto de vista geográfico y topográfico no es procedente. En Galicia en las llanuras litorales que rodean las rías, ya de por sí hay petroglifos, pero también tierra adentro (lo más característico), y no siempre los escenarios en los que se ubican disponen de una especial teatralidad, y por supuesto, el emplazamiento en las inmediaciones de corrientes de agua o áreas húmedas, tratándose de Galicia, es una obviedad que no necesita ni ser referida, aunque no obstante, en líneas generales, tampoco se aprecia una manifiesta intencionalidad asociativa, ni directa ni visual entre petroglifos y corrientes de agua. Falla además la ubicación en cimas montañosas, donde precisamente sería más viable realizar esas evocaciones simbólicas. No son, pues, tampoco las cumbres un motivo de atractivo, aún considerando el excepcional caso del petroglifo del Pico de San Francisco en el Santa Tegra (fig.104, pgn. 213; fig. 131, pgn. 255, fig. 132, pgn. 256), sino a lo sumo, la cima de las pequeñas prominencias rocosas, inmediatas a los valles, y desde las cuales se contemplan panorámicas muy limitadas. Sin embargo, hay algo muy importante en el trabajo de Bettencourt, y se define por el esfuerzo en advertir que probablemente aquellas comunidades tenían un conocimiento muy detallado del paisaje y de sus características y accidentes, y que todo este entorno debía de estar interpretado y explicado en clave simbólica. Pero ir más allá de esta certidumbre y suponer su aplicación en los petroglifos, aunque no sería descabellado, exige datos de más peso que la mera proyección de nuestras conjeturas. Una derivación ya inadmisible de este tema de la centralidad de los espacios con estaciones de petroglifos es la esbozada por M. Santos y F. Criado, en una curiosa aplicación de presupuestos emanados de la Arqueología del Paisaje213. Para estos autores las estaciones de Arte Rupestre son espacios sagrados situados en zonas de contacto de comarcas, mientras la dispersión de los paneles rupestres a lo largo de una imaginaria vía de tránsito estarían ligados ritualmente por un supuesto itinerario procesional, que para el caso estudiado de Campolameiro iría desde Fentáns sobre la 213

Santos Estévez, M. y Criado Boado, F. (1998:585).

192 garganta del Lérez a O Ramallal en Morillas. En total serían 2,3 kms. en línea recta discurriendo por un terreno muy accidentado por donde no faltan laderas. Por decir, llegan a afirmar que la Pedra das Ferraduras es la representación topográfica de todo este espacio ritual, y que las combinaciones circulares son la imagen simbólica de las cuencas y cubetas donde crece el pasto. 8.1.5. Petroglifos como monumentos de organización espacial. En un reciente estudio, el investigador F. Criado sugiere que la situación de los petroglifos en el paisaje no es casual. En virtud del carácter de los petroglifos como creaciones de carácter monumental relacionadas con el espacio, su emplazamiento sería cuidadosamente elegido, sirviendo para configurar un espacio ritual. Habrían servido como un medio de ordenación del entorno, tanto funcional como social, política, simbólica, y probablemente ritual y sagrada214. Esta impresión de F. Criado está expresada desde la perspectiva de la Arqueología del Paisaje, perspectiva teórica de dudosa aplicación en ciertos contextos, y está en consonancia con hipótesis emitidas con anterioridad, conjuntamente con M. Santos Estévez, en el sentido de que las rocas grabadas son una metáfora del paisaje humanizado, lo cual vuelve a repetir en esta ocasión. A nuestro modo de ver, todo este planteamiento es excesivo y no se corresponde para nada con los hechos comprobables. Es curioso como mientras estos autores aluden a los petroglifos como monumentos de ordenamiento del espacio, otros autores prefieren pensarlos como ocultos en el paisaje (apartado 8.1.1, pgn. 179 y ss.). Es difícil encontrar posturas más irreconciliables, sobre todo cuando son sostenidas por autores con amplia bibliografía sobre el tema a sus espaldas, lo cual dado que están haciendo referencia al mismo tipo de ítem arqueológico no deja de ser cómico, sino fuera porque estamos ante un asunto que requiere un mínimo de seriedad. Aludir a un panel rupestre como monumento literalmente implica que tal elemento arqueológico ha tenido una incidencia visual en el entorno, nada más lejos de la realidad. Es éste el único modo de que pudieran poseer valores de funcionalidad simbólica política y económica e incluso ritual. Ni aún habiendo estado grabado un petroglifo en la cima de un peñasco podríamos decir que tal grabado tendría carácter monumental, tal como indica F. Criado. Los petroglifos no nacen con vocación de proyección visual sobre el paisaje, ni siquiera pueden considerarse hitos de ordenación territorial, precisamente porque les falta la debida monumentalidad, y además, porque muchos de los emplazamientos en los que se localizan, no pueden estar más lejos de constituir puntos claves para manifestar una simbología de carácter organizativo territorial, ni siquiera de ritualidad colectiva (véase Aptdo. 8.2) 8.1.6. Conclusión. En las páginas anteriores hemos examinado las tesis sobre el emplazamiento de los petroglifos de otros autores. A pesar de la tendencia negativa de nuestras críticas habremos de reconocer por parte de aquellos investigadores un indudable esfuerzo por la obtención de información válida que permitiese encuadrar los grabados rupestres en unas coordenadas histórico-culturales coherentes. Sin embargo, tampoco podemos pasar por alto la escasa preocupación de estos arqueólogos por el estudio directo de esas 214

Criado Boado, F. (2013:16)

193

mismas manifestaciones rupestres cuyo secreto pretender descubrir. Se estaba hablando de algo que en realidad, en su esencia, desconocían o que suponían podría conocerse por simple estimación o intuición. Y es aquí donde creemos que radica el principal error de cualquiera de aquellos planteamientos. La aplicación de este defectuoso método, al obviar la naturaleza intrínseca de los petroglifos, a la larga produjo una evidente debilidad de las hipótesis publicadas, lo cual se manifestó en la emisión de distintas ideas por un mismo autor, a veces contradictorias, a veces ensambladas de un modo artificial, o incluso admitiendo rectificaciones. De todas ellas, sin embargo, la de más larga pervivencia, e incluso, la que parece haberse erigido definitiva para un gran sector de investigadores, según se juzga de las últimas divulgaciones, es precisamente la primera, la de A. de la Peña y J. Rey, ensayada en 1993. Esta idea de los espacios de la representación como lugares concretos conscientemente elegidos para ciertas prácticas rituales está presente bajo diversos matices en numerosos autores. Para nosotros, al igual que las otras restantes, carece también de validez. Las razones para no admitir ninguna de aquellas tesis ya las hemos expuesto en el comentario de cada caso. Ha llegado por lo tanto el momento de que justifiquemos documentalmente la idea de que los petroglifos no son otra cosa que producto de pastores, y cuya realización se concretó en los lugares frecuentemente usados como pastizales. Esta es la idea básica, presentada asépticamente, en su primera formulación; evidentemente, aún siendo acertada la hipótesis, presentar las cosas de este modo, sigue siendo insuficiente, pues tal proposición habrá de estar acompañada de una elucidación sobre las numerosas implicaciones sociales que ello supone. No obstante comencemos desde el principio: olvidemos que en algún momento hemos indicado que los petroglifos están ligados con el pastoreo, y procedamos con el examen de la ubicación de los paneles rupestres sin ningún tipo de condicionante previo. 8.2. EL EMPLAZAMIENTO TOPOGRÁFICO DE LOS PETROGLIFOS. Tal como habíamos anticipado (véase la introducción al epígrafe 8.1) las precedentes hipótesis parecen no tener más objeto que el utilizar a los petroglifos para supuestamente profundizar en el conocimiento de las sociedades de los Milenios III y II cal. A. C. Y sorprendentemente, en un deseado proceso de realimentación, se trataba también de mejorar nuestro saber rupestre a partir de los datos sociales descubiertos gracias a los mismos petroglifos. Pero dado que esta grotesca paradoja no iba a conducir a nada viable, el asunto simbólico, el que verdaderamente subyace propiamente bajo los petroglifos, se solucionó frecuentemente aplicando métodos de comparación etnográfica tan ingeniosos como inapropiados, cuando no infumables fantasías. Sobre sus sorprendentes conclusiones nos ocuparemos en el siguiente Capítulo 9 (apartado 4). Una vez examinados detenidamente todos los estudios en materia de territorialidad de los petroglifos publicados hasta la fecha, lo primero que se echa sistemáticamente en falta es el análisis de la pequeña escala topográfica, es decir, del entorno inmediato de la estación, tratando de buscar regularidades o pautas de emplazamiento. Quizás esta ausencia en la descripción del entorno inmediato de los petroglifos no sea exactamente un descuido, ni sea tan casual como se podría pensar en

194 una primera impresión. Y en efecto, para poder hablar extensamente sobre este tema se debe examinar pormenorizadamente el entorno topográfico de las estaciones, y no limitar la visita a una aburrida excursión turística. Tampoco sirve de mucho el estudio indirecto de situación a partir de mapas o fotografías aéreas.

Fig. 88.- Emplazamiento de las estaciones de O Santo Aparecido (1) y As Tensiñas (2) en Amoedo (Pazos de Borbén)215

En algunos trabajos, y como mucho, a veces se indica la vinculación de los petroglifos con las conceptualmente confusas brañas, expresión que en manos de algunos autores semeja más teórica que verdadera referencia real, y que habremos de interpretar como pastizales, en su sentido más amplio, aunque a veces se les hace alusión con la significación de cuencas húmedas. Pero no encontraremos ni un sólo estudio detallado de la configuración topográfica del enclave rupestre. Creemos que la omisión de esta información y la sobrevaloración en los estudios de los ámbitos geográficos más amplios (serranías, comarcas, etc) representaron uno de los principales errores de todos estos trabajos. Pero asimismo completamente equivocado fue el asomarse al mundo rupestre tratando de aplicar las teorías y líneas de investigación de comprensión de las comunidades de la Prehistoria Reciente de moda en cada momento, previamente asumidas. A fin de cuentas los petroglifos no fueron tomados como fuente de conocimiento sobre el hecho rupestre, sino que permanecieron como sujetos pasivos 215

Todas las fotografías aéreas que acompañan la descricpción de este epígrafe fueron obtenidas de Google Maps y modificadas.

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de la proyección de los intereses y fantasías de cada investigador, ansiando descubrir entramados sociales.

Fig. 89.- Situación de los petroglifos del entorno del Outeiro dos Cogoludos (Moimenta, Campo Lameiro). En primer término la aldea y la vega agraria de Paredes.

Desde un punto de vista iconográfco, los petroglifos han sido debidamente estudiados en los capítulos precedentes en la medida de nuestras posibilidades. En su examen directo hemos extraído conclusiones relativas a la composición y estructuración de los paneles, así como de algunos aspectos culturales y de la cronología. Podemos disponer ya de una cierta idea de su vertiente artística, simbólica, e incluso es posible situarlos relativamente en el tiempo. Es decir, comenzamos a contar con datos firmes que atañen a la esencia y a la dinámica artística de los grabados rupestres, pero nos falta su adecuada inserción en el contexto social de la época; el determinar cómo y por qué se originaron y qué función cumplían. Por el momento ni con el análisis de los petroglifos en sí mismos, ni de los asentamientos presumiblemente contemporáneos es posible responder a esos interrogantes216, por lo que habremos de centrar nuestros esfuerzos en explorar las posibilidades que pudieran derivarse del análisis de los emplazamientos. El aspecto geográfico es abordable en varias escalas: desde la perspectiva regional, a la comarcal local, y a la estrictamente topográfica, es decir a las inmediaciones del enclave rupestre en esta última posibilidad. En este estudio no trataremos directamente el tema de la ubicación territorial amplia, es decir, del estudio de su presencia en relación con las Rías Baixas, con la litología galaica, o con la proximidad al mar. Comenzaremos por el estudio de la segunda escala, es decir de la unidad fisiográfica general, que tanto puede ser una pequeña serranía como una parte de 216

Fernández Pintos, J. (2013; 51 y ss.).

196 una unidad geográfica más amplia. A continuación pasaremos a los aspectos intrínsecos de la primera escala, es decir el emplazamiento en un marco más reducido, por decirlo de algún modo, el entorno inmediato alcanzado visualmente. Creemos que esta metodología es la más adecuada para esta zona de las Rías Baixas gallegas, donde el modelado granítico ha producido una tan compleja, variada y compartimentada realidad geográfica que muchas veces hace inviable cualquier intento de comprensión más general. Personalmente damos bastante más valor a los reducidos marcos topográficos. De hecho el término estación que venimos empleando sistemáticamente no es aleatorio, ni ha sido formulado inconscientemente o por emulación de otros investigadores. Por estación entendemos un panel o una serie de paneles distribuidos próximos en un entorno topográfico homogéneo. Este contexto microgeográfico, propio del modelado granítico de esta zona, puede aludir tanto a una ladera, como a un coto o un espolón, o a otro tipo de accidentes del terreno de reducida extensión. 8.2.1. El análisis de la segunda escala. En las páginas precedentes hemos comentado hasta la saciedad que el emplazamiento típico de los petroglifos lo encontraremos preferentemente en las serranías. Ya desde hace tiempo se viene indicando la frecuencia de este tipo de ubicación en detrimento de las altas cotas montañosas, así como de las cubetas fluviales y de los valles litorales donde históricamente se han asentado los campos de cultivo. El examen de las fotografías aéreas que acompañan este capítulo no harán sino reflejar esta incontestable realidad. No obstante uno de los principales problemas con que nos hemos encontrado siempre es la definición de lo que significa serranía en esta parte de Galicia. Muchas veces, más adecuado que el empleo del vocablo serranía sería el uso de la palabra gallega monte. Las tierras de monte, (dejadas de monte, tal como se las suele aludir), son aquellas marginales a las tradicionales áreas dedicadas a cultivo. Suelen estar integradas por espacios definidos por su escasa evolución edáfica, elevada pedregosidad, exposición climática adversa, o configuración topográfica negativa, como pueden ser laderas, terrazas elevadas sin barreras de protección climática, áreas de roquedos, cumbres de lomos, o espacios muy altos y expuestos, y todos ellos independientemente de su cota de altitud. Por norma general, aunque no siempre, a nivel local estos lugares constantemente se extienden por altitudes más elevadas de los campos de cultivo tradicionales. En este sentido en líneas generales el emplazamiento de los petroglifos en cierto modo coincide geográficamente, aunque con fuertes matizaciones, con las otras categorías arqueológicas de la Prehistoria Reciente como mámoas y asentamientos. Es por ello que F. Criado Boado habla en un artículo reciente del paisaje convexo característico de esta época en oposición al paisaje cóncavo que se origina a partir del I Milenio cal. A. C.217 Personalmente nunca hemos estado plenamente de acuerdo con esta teoría; más adelante explicaré las razones de este reparo. Para comenzar este estudio trataremos de practicar una esquematización teórica de cómo vemos el territorio de las Rías Baixas, que es el marco donde encontraremos la 217

Criado Boado, F. (2013)

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mayor cantidad de los petroglifos gallegos. En la figura 90 exponemos un modelo de articulación territorial desde un punto de vista geológico y cultural. En primer lugar, en la parte más baja del territorio, nos encontramos con las vegas, de superficie aplanada o con cierta pendiente, corregida en épocas históricas por la construcción de bancales (socalcos), y las cuales en realidad no dejan de ser cubetas de deposición tradicionalmente dedicadas a cultivo. Tanto pueden ser llanuras literales como valles interiores. La principal característica de estas áreas es la escasez de la presencia de peñascales, por lo que el número de petroglifos que se pueden documentar es siempre muy bajo, pero constan algunos en rocas aisladas, en reducidas zonas pedregosas, o en sus márgenes en la base de la pendiente del costal. Precisamente es en esta área donde concluye la vega y el terreno comienza a elevarse y en el cual se emplazaron normalmente los castros de la Edad del Hierro, y posteriormente las aldeas agrícolas. En esta zona baja es más difícil encontrar petroglifos, sobre todo en medio de los campos de cultivo, aunque existen algunas excepciones. Abundan, sin embargo, en la transición con la ladera o costal.

Fig. 90.- Esquema teórico del modelado granítico en el contexto de las Rías Baixas.

A partir de estas cotas bajas, el terreno circundante se eleva progresivamente hasta alcanzar las cumbres serranas de altitudes siempre moderadas. Vertiendo sobre las vegas encontramos los costales, vocablo perteneciente al gallego patrimonial y cuyo significado en castellano viene a ser el de cuesta. Suelen ser tramos de poca inclinación, fácilmente remontables, muchas veces escalonados en rellanos, y ya con fuerte presencia de rocas tanto a sus pies, como en la vertiente y en la superior ruptura de pendiente. Aquí podremos documentar una elevada proporción de manifestaciones rupestres.

198

Fig. 91.- Situación de los petroglifos de Baiona. En primer término la Bahía de Baiona.

Más arriba de los costales se extienden las chans, superficies homologables con las más bajas vegas agrícolas pero ya de menor extensión. En estos parajes la presencia del monte (entendido como espacio de complemento económico rural) es mucho más evidente. El espacio tradicionalmente dedicado a cultivo tiene menor extensión, y frecuentemente ha exigido la construcción de costosos bancales que facilitasen su explotación. Además la altitud provoca la exposición de algunas áreas a las inclemencias climatológicas lo que impide que puedan ser cultivadas. Si a ello le sumamos la fuerte presencia de zonas elevadas pedregosas (outeiros) más o menos extensas y de cotos eminentemente rocosos, ya nos podemos hacer una idea de que la cuota de petroglifos en esta zona es mayor. Estas chans se complementan con las laderas que conducen a las terrazas terminales de las serranías y a sus cumbres (montes, altos,como equivalentes de cimas). Estas laderas suelen presentar rellanos y espolones de configuración rocosa donde es frecuente encontrar petroglifos. En estas chans, castros y aldeas tradicionales se localizan tanto en la transición con la ladera, como en cotos exentos en plena chan o en áreas improductivas. Por encima de estas unidades se extiende el área de serranía propiamente, donde las formaciones rocosas se manifiestan con mayor claridad. Además de chans, áreas más o menos aplanadas o de leve inclinación exentas de rocas, encontramos unidades completamente pedregosas, donde es posible observar un amplio elenco de formaciones del paisaje granítico como pueden ser los domos campaniformes, los lanchares, berrocales, bolos, etc. Estas altas zonas terminales de serranía no son siempre afortunadas en hallazgos rupestres, aunque hay muchas excepciones, como ocurre por ejemplo en el Monte Maúxo. Las cotas más altas (los montes; por ejemplo Monte Galiñeiro – vid fig. 129, pgn. 249) están prácticamente exentas de manifestaciones rupestres. Estas cumbres se

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caracterizan por su elevada pedregosidad, así como por las difíciles condiciones climáticas, tanto en verano, por exceso de calor, como en invierno, por sus bajas temperaturas, la fuerza de las corrientes de aires, y el ímpetu de las precipitaciones.

Fig. 92.- Situación de las estaciones del Lombo da Costa (Sacos, Cotobade). En primer término el Río Lérez circulando por su profunda falla. En segundo término el Monte Arcela, y a continuación el valle de Pontecaldelas.

A modo de conclusión podemos decir que las zonas de mayor fertilidad en manifestaciones rupestres se localizan precisamente en ese área intermedia, comprendida entre la vega incluyendo los costales y las cimas de las laderas, pero siempre excluyendo las áreas de cultivo. Es decir, los petroglifos en la actualidad se sitúan en áreas marginales para el cultivo en tierras profundas, dejadas a monte, dedicadas tradicionalmente al pastoreo, o a otros usos como el aprovechamiento de leña, la recolección de algunos frutos silvestres, tanto para consumo animal como humano, el acopio de vegetales de consumo animal, y la extracción de piedra y materiales para lo construcción. Tampoco debemos olvidar que en los espacios más propicios de las áreas dejadas a monte, es decir, en las más planas, que no fuesen cubetas anegadizas, y exentas de pedregosidad era costumbre llevar a cabo cultivos ocasionales de cereales siguiendo el método de la roza y quema. Esta información es de vital importancia para la comprensión del emplazamiento de los petroglifos, porque si algo queda claro, es su sustancial contradicción con las ubicaciones de las zonas más propicias para los cultivos, sean estos en tierras profundas o en más ligeras. La incontestable tendencia a su localización en laderas por encima o apartadas de las vegas agrícolas no puede ser entendida de otro modo.

200 Para comprender mejor esta dinámica de emplazamiento territorial nada creemos como más adecuado que el estudio pormenorizado de algunas zonas donde se produzca una cierta concentración de petroglifos de combinaciones circulares, 8.2.1.1. El caso del Monte Maúxo. En el Monte Maúxo (Fig. 5, pgn. 20) observamos que las estaciones rupestres se ubican en todas las cotas de altitud. Sin embargo, desde un punto de vista más general, que englobase a todo el litoral de Vigo (Fig. 3, pgn. 15), habría que comenzar por señalar que ya cerca de la costa en pleno valle agrícola encontramos ejemplos como el de Laxielas en Navia (Vigo)218 e incluso también más lejos hacia el extremo N. de la Ría de Vigo el de Gondesende (Teis, Vigo)219. En un primer escalón lejano de la transición hacia la serranía, pero aún en medio de la superficie agrícola actual, se describen en el Valle del Fragoso de Vigo los ejemplos de la Finca de Aires (Sárdoma)220, Redondelos221, Millaradas222 y As Presas en Matamá223, e incluso también, O Eixón224 en Beade, y O Tumbo y o Parcer en Freixo (Valadares)225. Ascendiendo hacia el Maúxo, también en plena terraza agrícola de Coruxo encontramos el caso de Outeiro do Castro226 (fig. 58, pgn. 124 y fig. 116, pgn. 229). Con una ubicación en cierto modo parecida a éste, podríamos incluir los petroglifos de Agualonga (Valadares, Vigo)227, a los pies de la serranía del Monte Alba. A partir de este punto comenzaremos a hablar ya generalizadamente de tierras dejadas de monte, y es precisamente ahora cuando comenzarán a sucederse en tropel las localizaciones de estaciones rupestres, aunque no del mismo modo en todas partes, existiendo lugares más fértiles que otros, e incluso algunos completamente estériles. Sin embargo este modelo de dispersión de petroglifos, con estaciones distribuidas desde el litoral, incluso desde la misma línea de costa, pasando por las vegas agrarias y ascendiendo por las tierras de monte, lo volvemos a encontrar en Oia228 y en varios puntos del Morrazo229, en Poio230 y en Porto do Son231. La principal característica de estas áreas la define la existencia de una serranía en proximidad a la línea de costa. Pero esta circunstancia también se apreciaría si en vez de un valle litoral tomásemos una vega fluvial interior. Tal como comprobaremos a continuación, lo normal es que los petroglifos se vayan escalonando en altura a partir de la transición del agro reciente hacia el monte. Las estaciones rupestres localizadas en el pleno valle de Vigo nos hablan diáfanamente de cómo estas tierras bajas no permanecieron al margen de la exploración de aquellas comunidades. Si en esta clase de formación geológica no se han hallado más manifestaciones rupestres, quizás se deba a la falta de rocas, 218

Costas Goberna, F. J. (1985:140). Costas Goberna, F. J. (1985:144). 220 Costas Goberna, F. J. (1985:142). 221 Costas Goberna, F. J. (1985:137). 222 Costas Goberna, F. J. (1985:142, 137 y 138) 223 Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987). 224 Costas Goberna, F. J. (1985:121). 225 Costas Goberna, F. J. (1985:146). 226 Costas Goberna, F. J. (1985:125). 227 Costas Goberna, F. J. (1985:144 y ss.). 228 Costas Goberna, F. J. y Peña Santos, A. (2011:32). 229 Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993:fig. 3); Santos Estévez, M. (2005:fig. 79). 230 Sartal Lorenzo, M. A. (2001). 231 Fábrgas Valcarce, R., Rodríguez Rellán, C. y Rodríguez Álvarez, E. (2008:194) 219

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(recuérdese que son cubetas de deposición) o a la destrucción producida por la ocupación milenaria de estos valles.

*

*

Fig. 93.- Distribución de petroglifos con combinaciones circulares en el área SE. del Monte Maúxo correspondiente a Chandebrito (Nigrán): (1) A de Rial, (2), A Chan, (3) Alto da Cañoteira, (4) Penedo Xiráldez 1, (5) Penedo Xirádez 2, (6) As Chouciñas 1, (7) As Chouciñas 1, (8) O Preguntadouro 1, (9) O Preguntdouro 2 a 4, (10) A Chan do Rapadouro, (11) O Preguntadouro 6 , (12) As Cancelas (13), O Rabete; () mámoa, (*) asentamientos de la Prehistoria Reciente.

Efectivamente la reiterada tendencia a ausentarse los petroglifos de las vegas agrícolas no implica de ningún modo que este tipo de áreas hayan quedado incógnitas para aquellas comunidades. No sólo los petroglifos, sino también los hallazgos arqueológicos de asentamientos neolíticos en cotas muy bajas232 exigen que la idea del paisaje cóncavo de F. Criado233 deba ser tal vez entendida de modo laxo, o por lo menos muy matizadamente. Si tal como se argumenta, en los últimos tiempos de la Prehistoria reciente gallega la ganadería es la forma económica predominante, difícilmente se habrán podido escapar estas superficies inferiores a su explotación extensiva. Sobre este tema volveremos más adelante. Como hemos ya indicado varios párrafos más arriba, los petroglifos del Monte Maúxo se extienden desde donde comienzan las tierras dejadas de monte. Esto se percibe muy bien en la zona E. correspondiente a Chandebrito (Figs. 93 y 94), donde

232 233

Suárez Otero, X. (1997c); Martín, M. y Uzquiano, P. (2010) Criado Boado, F. (2013).

202 buena parte de ellos aparecen en el entorno de la Chan do Rapadouro (Fig. 94), por norma general, en su periferia.

Fig. 94.- Petroglifos en el entorno de la Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán).

La Chan do Rapadouro es una amplia unidad de aspecto rectangular, con ondulaciones de base pedregosa muy suaves. Tal como ya hemos documentado más atrás, esta área conoció asentamientos humanos a fines del III Milenio cal. A. C. y durante el II Milenio cal. A. C. Incluso se contruyó en su centro una pequeña mámoa (pgn. 18; ap. 2.2.1.2). Constan en el interior de este espacio algunas leves lomas rocosas, donde no se han localizado petroglifos, a excepción del estudiado en el Capítulo 3. Hay también extensas áreas enodrreicas, y por lo tanto inunedables. Otra característica de este lugar es la presencia de un coto sumamente rocoso situado hacia el E. conocido como O Preguntadouro, donde han aparecido varios petroglifos (pgns. 55 y ss.; fig. 93, nº. 8, 9 y 11, pgn. 201), y aún a pesar de la intensa explotación de extracción de piedra a que fue sometido. Desde este coto se controla visualmente bastante bien una gran parte de A Chan do Rapadouro. En las proximidades existen otros petroglifos, pero cuya relación con esta chan no parece tan directa. En suma, en esta zona oriental del Maúxo los petroglifos se van escalonando desde las mismas cabeceras de los campos de cultivo históricos (O Rabete, As Chouciñas) para a continuación encontrar un elevado número de ellos en las inmediaciones de una gran superficie aplanada: la Chan do Rapadouro, en una franja que oscila entre los 320 m. y 350 m., todos ellos localizados, insistimos, en el entorno de esa gran chan. Curiosamente en la ladera de naciente del Monte Maúxo correspondiente a esta zona no constan más petroglifos de combinaciones circulares, ni siquiera en las rupturas de pendiente superiores situadas a no más de 400 m. de altitud. Esta ladera constituye el acceso más cómodo a las plataformas elevadas de la serranía, y sin embargo queda exenta de representaciones de petroglifos de combinaciones

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circulares, aunque si consta un cuadrúpedo y un panel con coviñas. Por otra parte, la pedregosidad de esta zona de la ladera es relativamente baja, y existen varias terrazas que han podido tanto servir como lugares de asentamiento, y también para la práctica de la agricultura o la ganadería. De hecho en su arranque fueron localizados materiales arqueológicos que aluden a la existencia de un establecimiento doméstico prehistórico (pgn. 19, ap. 2.2.1.3), y más arriba a media ladera, dominando una de éstas chans encontramos el Alto de Peneites, donde consta una estación de equipos de molienda, así como un petroglifo con un cuadrúpedo.

* Fig. 95.- Distribución de petroglifos con combinaciones circulares en la vertiente NE. del Monte Maúxo correspondiente a Fragoselo (Coruxo, Vigo): (1) As Casiñas; (2) Pedra da Moura; (3) Alto da Iglesia 1; (4) Alto da Iglesia 2; (5) O Castiñeirón; (6) Presa das Rodas; (7) O Pontón (8) Laxielas 1; (9) Laxielas 2. (*) asentamiento de la Prehistoria Reciente.

Habremos de dirigir ahora nuestra atención al cuadrante NE. del Monte Maúxo, en la zona de la ladera inmediata a los campos de cultivo sobre Fragoselo (Fig. 95). En este sector tropezamos con una alta concentración de petroglifos con combinaciones circulares, y asimismo se aprecia la inexistencia de más paneles en la parte superior de la vertiente serrana. Si en algo se parecen las áreas de Fragoselo y Chandebrito es la inmediatez de la localización de los petroglifos respecto a las actuales cubetas agrícolas, y el aparente desprecio por toda la parte superior de la ladera. En la zona de Fragoselo, mientras su vega no supera los 140 m. de altitud, los petroglifos se sitúan en una franja horizontal estirada en sentido NO.-SE. de no más de 1 km. de longitud, entre los 140 m. y los 180 m., quedando alejada la ruptura de pendiente con la cima de la serranía en los 400 m. de altitud. Por otra parte también se aprecia una nuclearización de los grabados en esta zona en torno a una elevación conocida como Alto da Iglesia. Hacia el E. hasta

204 la concentración de estaciones rupestres de Chandebrito, apenas se han documentado dos casos, el Alto da Costa234 y A de Rial235, ésta última relacionada mejor con Chandebrito (fig 93, nº. 1; pg. 201 y fig. 130, pgn. 251). Entre ambos lugares se extiende una especie de yermo rupestre que no es debido desde luego a la falta de rocas. Algo semejante nos volvemos a encontrar cuando examinamos las ubicaciones de los petroglifos del sector NO. de la vertiente del Monte Maúxo (Fig. 96 y 97). Los paneles aquí localizados están establecidos a diferentes cotas en la ladera, un tanto separados de la actual vega, situada ésta a no más del nivel de los 100 m., pero también en cierto modo lejanos a las cimas. Se observa que los petroglifos se encuentran entre los 100 m. y 200 m. de altitud, aunque prioritariamente por encima de los 150 m. y distantes de la cumbre, situada a partir de los 300-400 m. sobre el nivel del mar por este sector, donde volveremos a encontrar nuevas manifestaciones rupestres (Fig. 92).

Fig. 96.- Distribución de los petroglifos con combinaciones circulares en la vertiente NO. del Monte Maúxo: (1) Carballoso-Última Presa; (2) Outeiro de Lucas; (3.4 y 5) O Carballoso; (6) Monte Pequeño; (7) Cal do Outeiro.

Aún salvando las diferencias, a nadie se le escapa cierta uniformidad en los emplazamientos si se comparan con los anteriores de los sectores NE. y E. más arriba estudiados. Sobre todo es innegable la semejanza en la distribución con los petroglifos correspondientes al núcleo de Fragoselo (Fig. 95, pgn. 203), pues estos de Oia también 234 235

Costas Goberna, F. J. (1985:168). Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1897b).

205

están estirados en una franja horizontal. Ambos datos permiten especular con un desplazamiento de dirección este-oeste y/o viceversa siguiendo una serie de terrazas intermedias existentes en la ladera septentrional del Monte Maúxo. No obstante, en este sector las cosas cambian si lo comparamos con el respectivo de Fragoselo. En primer lugar, el terreno es ya propiamente una verdadera ladera, lo cual no se percibe todavía claramente en Fragoselo, que a pesar de su irregularidad, no deja de ser una gran terraza baja y de fácil acceso. En el sector NO. los petroglifos están más alejados los unos de los otros, ocupando terrazas, que en ocasiones son espolones (Outeiro de Lucas - fig. 96, nº. 2) o pequeños rellanos (O Carballoso, fig. 96 nº. 3, 4 y 5), y solamente en Cal do Outeiro y Monte Pequeno se relacionan con amplias terrazas. Las cosas cambian si volvemos nuestra vista hacia la ladera de Poniente, o más concretamente en su sector SO. (Fig. 98 y 99). En este área se aprecia como las estaciones rupestres se escalonan en altitud desde los puntos más bajos, al pie de la ladera (As Lágoas - fig. 98, nº 1), encontrándose algunos en plena vertiente (O Currelo fig. 98, nº 2 y 3; Chan do Pateco – fig. 98, nº. 6 y 7), y a continuación extendiéndose en las zonas marginales de las chans superiores próximas a la ruptura de pendiente (As Requeixadas – fig. 98, nº. 4 y 5). De todos modos, estas estaciones se acompañan de otras ya existentes en plena chan como son el Outeiro dos Lagartos, el Alto da Bandeira, (fig. 98, nº. 9, fig. 100, nº. 2), la Fonte do Sapo y la Coutada Pequena (fig. 100, nº 1, 5 y 6, pgn. 208).

Fig. 97.- Situación de los petroglifos del Maúxo en su sector NO. A la derecha algunos de los petroglifos de la chan superior.

206 En este sector SO. ya no podemos identificar un desplazamiento horizontal, como el estudiado en la vertiente Norte. Más bien aquí parecen situarse en relación con rutas verticales de acceso a la misma ladera o a las cotas superiores. De todos modos, aunque el ascenso es mucho más fatigoso que en las precedentes vertientes, también es cierto que las terrazas superiores se alcanzan más rápidamente que en otros sectores aún a pesar del esfuerzo exigido, dado que las cotas más altas de las vegas inferiores alcanzan los 240 m. de altitud, mientras las primeras chans se extienden a partir de la cota de los 340 m., y todo ello en un trayecto de algo más de medio kilómetro, aún a pesar de la ostensible pendiente.

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Fig. 98.- Distribución de los paneles con combinaciones circulares en la vertiente SO. del Monte Maúxo (Priegue, Nigrán): (1) As Lagoas; (2) O Currelo 1 y 2; (3) O Currelo 3; (4) As Requeixadas 1; (5) As Requeixadas 2; (6) Chan do Petaco 1; (7) Chan do Petaco 3; (8) Outeiro dos Lagartos; (9) Alto da Bandeira; () mámoa.

Tal como ya hemos adelantado en la descripción fisiográfica del Monte Maúxo, la cumbre de esta serranía se resuelve en una serie de amplias terrazas dispuestas en distintas cotas. Una hacia el NE. más alta, a unos 400 m. de altitud, y varias más bajas, en torno a los 360 m. sobre el nivel del mar, una situada hacia el NO. y a los 340 m. (fig. 100) y otra localizada hacia el S. (fig. 98). Aquella superior, muy plana, con la cual se relaciona un castro, una mámoa (pgn.18, ap. 2.2.1.2. y pgn. 43, ap. 2.2.1.7) y un extraño petroglifo de coviñas formando un óvalo, es de tendencia anegadiza, y por lo tanto muy fértil. Mientras las otras dos muestran ligeras pendientes y su nivel de encharcamiento es mucho menor. Es en el entorno de ésta última donde encontraremos

207

múltiples manifestaciones rupestres (fig. 98). En estas tierras altas podemos distinguir dos agrupaciones de petroglifos, uno, el ahora descrito integrado por las estaciones de As Requeixadas, localizadas en la ruptura de pendiente (Fig. 98, nº. 4 y 5), y otro grupo más nutrido en torno a una gran superficie en forma de amplia cuenca con leve pendiente hacia el O., ligeramente encharcadiza, y bordeada de cotos, outeiros y laderas de eminencias rocosas, que sería la planicie del NO., antes mencionada (Fig. 100). Alrededor de esta área se encuentran varios paneles con combinaciones circulares de notable importancia, ocupando distintas modalidades topográficas.

Fig. 99.- Situación de los petroglifos del Monte Maúxo en el área SO.

La chan superior situada haca el S., (fig. 98) donde también consta una mámoa, tiene algunas zonas anegadizas, pero de corta extensión, así como áreas muy pavimentadas con lanchares. En este sector los petroglifos fueron realizados preferentemente en peñascales cercanos a la ruptura de pendiente, pero también por rocas de las laderas. Al igual que en el sector NO. del Monte Maúxo, las estaciones están relativamente alejadas las unas de las otras. Sin embargo, la ladera S. y SE. no ha sido precisamente muy propicia en hallazgos rupestres, probablemente debido a las fuertes pendientes de las vertientes. Como conclusión podremos resumir que los petroglifos se encuentran un poco por todas partes, desde el litoral, pasando por las vegas agrícolas hasta las áreas de monte, pero en estos últimos espacios son considerablemente más abundantes. En los espacios a monte, las localizaciones se identifican al margen de cualquier cota de altitud, e incluso sin especial consideración por el tipo de terreno, sin importar si el entorno está integrado o no en una pendiente.

208 Se ha apreciado sin embargo la existencia de varias áreas de dispersión, relacionadas con altitudes bajas o medias siempre por encima de las vegas agrícolas actuales, pero también por debajo de las cimas de las serranías, esto es, a media-baja altura en las vertientes. Parecen existir no obstante ciertas limitaciones topográficas en relación con la mayor o menor contundencia de la pendiente, tal como se deduce de los negativos resultados arrojados por las vertientes S. y SE. Las plataformas superiores del Monte Maúxo levantadas entre los 300 y 400 m. de altitud sobre el mar han arrojado notables manifestaciones rupestres, pero sobre todo la terraza inferior. En esta superior, muy amplia y llana, rodeada de excelentes roquedos y presidida por un túmulo, ha quedado yerma de petroglifos, a excepción del atípico óvalo de coviñas. Pero sorprende también que en la ladera E., ni siquiera en la ruptura de pendiente superior, y aún constituyendo el lugar de circulación más idóneo por su escasa inclinación, tampoco consten petroglifos de combinaciones circulares, aunque sí contamos con la figuración de un cuadrúpedo, y de un panel con coviñas que obviamente no tenemos en cuenta.

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Fig. 100.- Distribución de los petroglifos de combinaciones en torno a la gran chan inferior del Monte Maúxo: (1) Coutada Pequena; (2) Alto da Bandeira; (3) Chan do Petaco 3; (4) Outeiro dos Lagartos; (5) Fonte do Sapo 1; (6) Fonte do Sapo 2; (7) Chan Grande; () Mámoa da Chan Grande; () Castro.

8.2.1.2. Estudio comparativo con otras zonas. En este epígrafe se va a estudiar la localización de petroglifos en otras zonas de las Rías Baixas, con el objeto de tratar de establecer regularidades con los emplazamientos observados en los petroglifos del Monte Maúxo.

209

Fig. 101.- Distribución de las estaciones con las combinaciones circulares en el Valle Miñor (Gondomar). Con rombos están señalizadas las estaciones con armas de Santa Lucía y Agua da Laxe (Vincios).

Comenzaremos por el valle del río Zamáns, a su paso por las parroquias de Vincios y Chaín, ambas en Gondomar, todo ello a escasos kilómetros hacia el SE. del Monte Maúxo (Fig. 101), y delimitado al E. por la Sierra del Galiñeiro, cuyas cumbres alcanzando los 700 m. de altitud y podemos ya estimarlas como montañosas. En el cuadrante NO. vemos los petroglifos de Vincios cercanos al barrio de Xián. Estos paneles se hallan en una zona dejada a monte de baja altitud respecto a la vega agraria, prácticamente constituyendo una continuación un poco más elevada. Otro núcleo de petroglifos se localiza hacia el S., en Chaín, en las proximidades de la vega agrícola de la aldea de Regodagua. En este caso se trata de una sucesión de amplias terrazas, tampoco muy altas respecto a las actuales tierras agrícolas. Hacia el E. a media altura de la vertiente de poniente de la Serra do Galiñeiro volvemos a toparnos con una serie de paneles dispuestos longitudinalmente en sentido NO.-SE., entre los cuales están los célebres de Agua da Laxe, con figuración de armas. Estos petroglifos se encuentran en una serie de terrazas no muy bien conectadas entre sí, y prácticamente a la misma altura. La sensación de disposición longitudinal, podría estar expresando una circulación horizontal a través de estas plataformas intermedias, pero tampoco podemos descartar relaciones verticales respecto de tierras más bajas, pues en líneas generales, el acceso a estas terrazas intermedias de las laderas de la serranía, es bastante fácil. En este espacio se emplaza la estación de Fonte da Prata236, la localizada a mayor altitud del Sur de la Ría de Vigo, al situarse a 560 m. de altitud. Como podemos apreciar, por encima de esta cota ya no se han documentado más paneles rupestres a no ser uno de coviñas a 700 m. 236

Domínguez Pérez, M., Rodríguez Sobral, J. M. y Costas Goberna, F. J. (1992).

210 de altitud en una ruptura de pendiente del Galiñeiro en la zona conocida como Doral de Vigo.

Fig. 102.- Dispersión de los petroglifos con combinaciones circulares en el área de Amoedo (Pazos de Borbén )

Un caso muy semejante a éste de Gondomar, esto es, con petroglifos localizados en tierras dejadas a monte de baja altitud y adyacentes a las tierras de cultivo, se

211 documenta en el área de Amoedo en Pazos de Borbén (Fig. 102)237. La cantidad de paneles rupestres localizados en esta zona es muy elevada, y aunque ya ha sido objeto de varios estudios, a causa de ciertas peculiaridades merecía una atención más particular. Los paneles rupestres con combinaciones circulares se distribuyen por la periferia de la actual vega agrícola de Amoedo, en áreas de monte algo más elevadas, caracterizadas por constituir suelos escasamente evolucionados, con cierta pedregosidad, a veces ya muy exagerada, y en ambientes muy expuestos. Lo curioso de esta área es que comparten ubicación topográfica con túmulos. Hacia el SE. encontramos a media ladera del Monte da Serra, y en relación con elevadas terrazas, los petroglifos del Santo Aparecido y el célebre da As Tensiñas (fig. 88, pgn. 194)238. La localización de estas últimas estaciones es semejante a la que podemos encontrar en el NO. y SO. del Monte Maúxo (figs. 96 a 99), en Combarro (fig. 105), Serra do Galiñeiro (fig. 101) y también Baiona (fig. 91, pgn. 198), con la salvedad de que en el Maúxo, también se localizaron petroglifos en cotas más altas pertenecientes a las cumbres serranas aplanadas.

Fig. 103.- Detalle (véase fig. 102) de la localización de los petroglifos de combinaciones circulares (estrellas negras) y los túmulos (puntos azules) en las proximidades de Amoedo (Pazos de Borbén).

237

García Alén A. y Peña Santos, A. (1980: 87-89);Santos, Estévez, M. (1995 y 1996); Seoane Veiga, Y. (2006); Fernández Pintos, J. (2013, 10). 238 Sobrino Buhigas, R. (1935:láms. XLII-XLVIII).

212 En el sector N. del área de Amoedo (fig. 103), las estaciones se caracterizan por concentrarse en puntos cuya naturaleza serrana se deduce de la descripción topográfica expresada varias líneas más arriba, y de no ser por esta información, el acceso sería casi imperceptible. De todos modos, la irregularidad del terreno, aunque suave, y su elevada pedregosidad caracterizan a esta franja periférica de la vega de Amoedo. Son áreas en líneas generales incultas, donde constan pequeñas cuencas anegadizas, o por las que discurre algún arroyo, situadas entre peñascales más elevados, pendientes o superficies de menor inclinación. Antiguamente en estos lugares pastaban hatos de ovejas y cabras de centenares de cabezas, según hemos recogido de fuentes orales fidedignas. En la mitad norte del área de Amoedo, la inmensa mayoría de los petroglifos se concentran al NO. de la actual vega agrícola y pueblo, muy cercanas a este espacio, y alejadas de los puntos más altos de la serranía, de los cuales la estación del Outeiro do Aio supone una excepción, aunque de todos modos, tampoco está excesivamente alejada. Esta concentración de petroglifos en un área tan concreta coincidiendo además en el espacio con túmulos (fig. 103) implantados en zonas excesivamente rocosas, con fuerte pavimentación de lajas parcialmente cubiertas por una escasa capa de tierra, no deja de llamar la atención. Es un caso único en Galicia, lo cual necesita una explicación, que trataremos de ensayar más adelante. Uno de los ejemplos más interesantes de localización geográfica de paneles de arte rupestre la encontramos en el poblado galaico-romano de Santa Trega y en su entorno inmediato (Fig. 104). Este yacimiento del extremo sur de Galicia emplazado sobre la desembocadura del río Miño es famoso porque numerosas construcciones, sean cabañas, muros o murallas fueron edificadas sobre rocas que presentaban manifestaciones rupestres, tanto combinaciones circulares, como espirales, o coviñas239. Según las recientes excavaciones dirigidas por A. de la Peña, este poblado fue ocupado desde fines del siglo I A.C hasta fines del siglo I A.D.240; no obstante quizás haya que contar con una ocupación posterior, pues han aparecido algunos materiales que encajan mejor hacia el remate del siglo III A.D. y comienzos del siglo IV A.D. 241 Con total seguridad no constan en este asentamiento claros vestigios anteriores a estas cronologías. Sin embargo, a sus pies, en contacto con el llano, y concretamente por donde mejor se accede a la cumbre, consta el castro de A Forca, que fue poblado en el siglo IV A.C.242 El Monte de Santa Trega adopta la forma de un gran domo campaniforme de 344 m. de altitud, de fuerte entidad rocosa, separado por el norte de otras serranías por amplias vegas, y delimitado por el río Miño y el Océano Atlántico. En este espacio se han localizado más de una veintena de paneles rupestres243, de los cuales ahora sólamente nos interesan las combinaciones circulares. Antes de proseguir debemos advertir que consideramos las espirales, un motivo muy característico de esta zona, como un modo particular de combinación circular. Desde un punto de vista morfológico, no vemos razón alguna para suponerlas una categoría distinta (por ejemplo 239

Sobrino Lorenzo-Ruza, R. (1951); Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:27). Peña Santos, A. (1986 y 1987b). 241 Caamaño, J. M., Carballo, L. X. y Vázquez, M. A. (2007:119). 242 Carballo Arceo, X. L. (1987). 243 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980); Mártínez do Tamuxe, X. (1980); Costas Goberna, F. J. (1988); Pereira García, E., Costas Goberna, F. J. e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999). 240

213

de algún modo relacionadas con los laberintos), dado que posiblemente el trazado en espiral aparentemente no deja de ser una forma más de realizar una combinación circular.

Fig. 104.- Distribución de petroglifos de combinaciones circulares en el Monte de Santa Trega (A Guarda).

Si examinamos la distribución de los petroglifos en Santa Trega observamos que los paneles con círculos y espirales se encuentran en elevadas cotas de la ladera, próximas a su cima, e incluso en el punto más elevado, el Pico de San Francisco (fig. 131 y 132, pgn. 253 y 254). Se aprecia una presencia absoluta en la ladera de naciente así como en los vértices de transición hacia el N. y hacia el S., pero no en la ladera de

214 poniente. Debemos no obstante advertir que disponemos de información oral no concretada de la existencia de algún petroglifo en la franja litoral. Lo que más llama la atención en el emplazamiento de estos paneles rupestres es su posición intermedia en el seno de pendientes prolongadas. Sin embargo, la máxima concentración de grabados la vamos a encontrar en el entorno del sector del poblado galaico-romano excavado. La razón de esta ubicación tal vez esté motivada por la existencia de minúsculas terrazas muy rocosas, donde con posterioridad se construyó el citado poblado. Pero a fin de cuentas, se trataría de espacios muy reducidos, bastante rocosos y de media ladera. Pero este particular tipo de emplazamiento de estaciones de grabados rupestres, no es privativa únicamente del Monte de Santa Trega, encontrándonos con otra disposición muy semejante en Poio, exactamente en la parroquia de Combarro (Fig. 104). En la imagen ofrecemos cinco estaciones, si bien en la bibliografía se mencionan otras dos más situadas supuestamente hacia el SO. recogidas en inventariados antiguos, pero pendientes de localización, si es que no fueron ya destruídas. Las estudiadas son los petroglifos conocidos bibliográficamente como de O Xubiño244.

Fig. 105.- Petroglifos con combinaciones circulares de Combarro (Poio).

Desde la ensenada de Combarro, el terreno es siempre ascendente, pero hacia el N. donde en época histórica se instalaron las actuales aldeas y se aterrazó el territorio para su conversión en espacios agrarios, la pendiente es bastante menor, y además 244

Aparicio Casado, B. (1989:122-133); Sartal Lorenzo, M. A. (2001).

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abundaban amplias áreas aplanadas. Hacia el O. se yergue la serranía, la cual en menos de 1,5 kms. de la costa alcanza casi los 300 metros de altitud. Entre las vegas agrícolas y las tierras altas de la serranía, se desarrolla una pronunciada y prolongada pendiente, y es precisamente en distintos puntos intermedios de esta ladera donde encontramos los petroglifos de círculos. Ciertamente las estaciones nº 1 y nº 4 están en los roquedos del borde de pequeñas terrazas pero ya de cierta inclinación. No obstante las estaciones nº. 2 y nº 3 fueron labradas en rocas de absoluta pendiente, sobre todo la nº. 3 donde no consta ninguna terraza próxima. Es además muy curiosa la disposición de las estaciones nº. 2, 3 y 4, todas vinculadas por un camino de trazado perpendicular a la ladera, lo cual nos esté dando una idea de que estos petroglifos obedecen a un tránsito transversal a la ladera que ya hemos encontrado en la ladera NE. y NO. del Monte Maúxo (Figs. 95, 96 y 97, pgns. 203, 204 y 205). Por último, la estación nº. 5, el Outeiro Tartaruga, la encontramos sobre un coto rocoso dominando una planicie ya en la cima de la serranía. Las concomitancias entre los ejemplos del Monte de Santa Trega y Combarro, son evidentes, y aparentemente raros, pero no tanto como se pudiera suponer a primera vista. En efecto en el Monte Maúxo encontramos un emplazamiento muy parecido en la ladera NO. (Figs. 96 y 97, pgns. 204 y 205). Los petroglifos del Monte Pequeno, O Carballoso, O Carballoso - Última Presa, y Outeiro de Lucas se sitúan relacionados con terrazas, no siempre de gran desarrollo, pero situadas en plena ladera, si bien a distintos niveles. En este ejemplo del Monte Maúxo, su disposición también parece sugerir una distribución siguiendo un vector transversal en la pendiente similar al caso de O Xubiño, como indicando una movilidad dominada por la circulación horizontal. Aún podríamos mencionar otras estaciones, como A Caeira, también en Poio, donde entre otros se encuentra la célebre Pedra Grande Montecelo. En éstas la principal característica la define su situación a media ladera, bien en plena pendiente, bien asociadas a pequeñas terrazas, pero siempre inmersas en planos con inclinaciones muy acusadas que hacen la ascensión vertical muy fatigosa, pero no imposible. Aunque en O Xubiño y en el sector NO. de O Maúxo hemos apreciado una tendencia a la distribución espacial como siguiendo directrices horizontales a media ladera, en ningún momento estamos sugiriendo el trazado de vías de tránsito, sino simplemente el hecho de que estas laderas, a pesar de lo escasamente atractivo de su acceso eran recorridas preferiblemente en sentido horizontal. No obstante tampoco faltan antiguos caminos ascendentes, si bien en éstos también se nota un cierto predominio de las direcciones horizontales. Los casos estudiados hasta ahora se refieren a áreas litorales, con serranías de muy moderadas altitudes que dejan entre la línea de costa y su ladera una pequeña franja. Hacia el interior este tipo de ubicación en ladera prolongada y abrupta es más rara, pero aún así podemos mencionar los casos del Piñeiral do Caeiro en Marín (fig. fig. 123, pgn. 238; coordenadas: 526.398-4.692.545), los petroglifos de la Pedra das Tensiñas en la ladera N. del Monte Rebordiño en Pazos de Borbén (pgn. 211, fig. 88, pgn. 194 y fig. 102, pgn. 210), o incluso los espectaculares petroglifos de Real Seco y Portaxes en el Monte Tetón en Tomiño245 (coordenadas: 522.631-4.655.928). Insistimos en que este tipo de emplazamiento ciertamente no abunda, o por lo menos las numerosas prospecciones realizadas aún no los han detectado, y además también en algunos casos se relacionan con la existencia de pequeñas terrazas situadas en sus 245

Costas Goberna, F. J. (1989).

216 inmediaciones. Sea como fuere su existencia habrá de ser siempre tenida en cuenta, dado que además no suponen precisamente una situación excepcional. 8.2.1.3. Conclusiones. La tendencia de los petroglifos a aparecer en ambientes de serranía o por lo menos en tierras dejadas de monte, es decir, improductivas para las prácticas agrícolas históricas tradicionales es una circunstancia indudable, y que ha quedado manifiestamente puesta de relieve en el estudio geográfico de algunas estaciones en el epígrafe anterior. De todos modos, no se debe olvidar que en algunos puntos de las serranías, en áreas extensas, planas y no pedregosas se podía llevar a cabo una agricultura de secano del tipo de roza y quema, tal como además lo testimonia la toponimia y la documentación instrumental conservada. No obstante tampoco podemos menospreciar la presencia ocasional pero cierta de paneles rupestres en los llanos agrícolas en roquedos que se conservaron indemnes en medio de los campos de cultivo tradicionales. Este hecho, es la constatación más palpable de que independientemente de la funcionalidad de los petroglifos, estos estaban presentes en amplias áreas del territorio. Es no obstante indiscutible una mayor presencia de las manifestaciones rupestres en las laderas de las serranías, aunque conviene tener en cuenta que las vegas agrícolas han soportado varios milenios de progresión demográfica y de una intensa explotación económica, lo cual ha podido incidir en la destrucción de más ejemplos de petroglifos en tierras bajas, tanto en el acondicionamiento de las terrazas agrícolas como en la instalación de las aldeas, todo lo cual distorsionaría nuestra interpretación actual. Sea como fuere, se habrá de considerar que una de las principales características de las cubetas de deposición es precisamente la normal ausencia de peñascales. En estas áreas serranas los petroglifos se escalonan en altura desde la misma base de la serranía hasta sus cumbres, siempre y cuando estas plataformas elevadas no excedan en altitud ni sean excesivamente pedregosas. Dadas estas laderas, preferiblemente los localizaremos en las cotas más bajas, muy próximos a las cubetas de deposición, donde en nuestra era se asentaron las terrazas agrícolas, y eventualmente escasean a medida que ascendemos por las citadas vertientes. Esta circunstancia, comprobable en numerosos lugares parece estar señalando una cierta vinculación entre petroglifos y tierras bajas, lo cual asimismo no excluye otro tipo de emplazamientos a mayores cotas. Muy significativas son las estaciones ubicadas a media ladera en vertientes muy pronunciadas, donde la movilidad es bastante incómoda. Si algo caracteriza a las áreas donde se encuentran petroglifos es su escasa o incluso muy frecuentemente nula capacidad para ser explotadas agrícolamente debido bien al emplazamiento en laderas muy pronunciadas, la general precaria calidad de los suelos donde se asientan, y también su frecuente exposición a las inclemencias climatológicas, sobre todo corrientes de aire, y donde en consecuencia azotan sobremanera los temporales, derivado de sus enclaves en cotas elevadas y/o parajes abiertos. Suelen ser lugares desde donde se contemplan panorámicas locales o incluso paisajísticas más amplias, a veces muy dilatadas, tanto tierra adentro, como costeras, e incluso hacia el mar abierto, de donde se sigue su frecuente exposición a los agentes atmosféricos más extremados. Desde un punto de vista económico estos terrenos sólo sirven para ser explotados en tareas de caza, pastoreo o de recolección. Queda no obstante tratar de valorar la explicación simbólica ensayada por algunos autores.

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La ausencia de petroglifos en las altas cotas de las serranías podría estar motivada por la altitud, pero en realidad, una de las principales características de estas zonas casi de montaña, es su elevado grado de pedregosidad, y la acentuación de los agentes atmosféricos, los cuales los hacen prácticamente insoportables para el desarrollo de establecimientos permanentes, a no ser en épocas concretas del año. Lo curioso es que muchos de estos parajes de cumbres montañosas, e incluso de alta montaña, han conocido la presencia de poblaciones neolíticas, tal como lo documenta la existencia de túmulos megalíticos en numerosos casos. De ello se deriva que aún siendo probablemente muy penoso el desarrollo de una estancia prolongada en estos sitios, si admite asentamientos estacionales, sobre todo en verano. Entre otros, paradigmáticos son los casos de las mámoas localizadas en la Serra do Suído246, que divide Pontevedra de Ourense, o las identificadas en el Monte do Seixo en Cerdedo, en ambos lugares en cotas próximas a los 900 m. de altitud sobre el nivel del mar. En ambas áreas constan excelentes roquedos, así como amplios espacios donde era posible practicar algunas actividades económicas, como la ganadería o el cultivo ocasional de cereales, por ejemplo, e incluso permiten el asiento temporal durante las épocas más benignas del año, y sin embargo, a pesar de las innumerables prospecciones no se ha documentado ni una sola coviña. Otros dos casos de montaña de menor entidad son el Galiñeiro y el Monte Aloia, sobre Tui, y ambos en la Serra do Galiñeiro, donde se han verificado establecimientos medievales de diverso carácter. No obstante, a pesar de los esfuerzos realizados en estos lugares, hasta la fecha no se ha localizado apenas algún petroglifo de coviñas. Ciertamente, muchas de las mayores altitudes de las Rías Baixas no siempre presentan amplios roquedos, y cuando se manifiestan con frecuencia implican un tipo de roca que no es la más propicia para la realización de petroglifos, o si se han realizado, los procesos erosivos se han encargado de hacerlos desaparecer, aunque dudamos mucho que esto haya ocurrido. La infertilidad rupestre de los terrenos más propicios para la confección de petroglifos, esto es, aquellos con una superabundacia de roquedos, aún siendo lanchares, es un hecho ampliamente contrastable. Traemos ahora aquí el paradigma que nos ofrece el Monte Penide en Redondela (Fig. 106), paraje también intensamente prospectado. Lo primero que llama la atención es la distribución de las estaciones rupestres describiendo un arco en torno al Pico de San Vicente, que en realidad es propiamente el Monte Penide. Esta unidad fisiográfica está integrada por un domo cupuliforme bajo, pero muy amplio, completamente pavimentado de lanchares y peñascales. En este sitio no se ha localizado ningún tipo de grabado rupestre que mereciese interés. Algunos autores han observado la tendencia de los petroglifos de combinaciones circulares a aparecer en parajes de amplia visibilidad (fig. 124, pgn. 241). Por ejemplo en el Monte Penide, tendríamos los casos de A Poza da Lagoa, A Chan do Rato y A Porteliña (fig, 106, nº. 2, 3, 4 y 5) con excelentes vistas hacia la Ría de Vigo, dominándola visualmente. Desde la estación del Outeiro do Corno (fig. 5, nª. 9) se controla muy bien el valle del Alvedosa en su tramo litoral. Sin embargo, el emplazamiento de otros petroglifos contradice esta potencialidad. Desde las estaciones del Coto da Fenteira (fig. 106, nº 1), Coto de A Rola (fig. 106, nº. 6 y 7), y el de A Cruz do Penide (fig. 106, nº. 8), se controla visualmente espacios interiores no siempre muy dilatados. Si de lo que se trataba era de ligar la confección de los petroglifos únicamente 246

Fernández Pintos, J. (2003).

218 con el dominio paisajístico de amplias panorámicas, nada mejor que la cumbre del Coto de San Vicente. Incluso, en el caso del Coto da Fenteira paradójicamente los paneles localizados están en el remate inferior de la ladera de una pequeña eminencia rocosa, despreciando el estupendo paisaje sobre la Ría de Vigo que se puede disfrutar desde la cumbre de este pequeño peñascal. Un proceder parecido lo volvemos a encontrar el petroglifo de Pornedo, en Marín, de espaldas por completo a un peñascal hoy en día muy concurrido desde donde se contemplan excelentes panorámicas sobre la Ría de Pontevedra (fig. 125, pgn. 241).

Fig. 106.- Distribución de petroglifos y mámoas (círculo azul) en el entorno del Monte Penide (Redondela). En el recuadro de la izquierda, fotografía aérea tomada desde el SE

En consecuencia, la frecuente ligazón existente entre petroglifos situados en puntos con amplias panorámicas, parece más bien ser consecuencia del uso de ese lugar, que de la búsqueda de connotaciones simbólicas relacionados con las vistas panorámicas. De todos modos, este tema aún no lo damos por agotado y volveremos a abordarlo más abajo. Lo que sí parece cierto, en líneas generales, es que los petroglifos, aún habiendo sido realizados en puntos desde donde se contemplan amplias

219

panorámicas, probablemente no era éste el objeto de la fundación rupestre, sino el propio lugar en sí mismo, independientemente de su valor paisajístico como mirador. En efecto, de no ser así, habría que explicar por qué una gran cantidad de petroglifos fueron privados de este tipo de emplazamiento. El ejemplo de la distribución de los petroglifos en el Monte Penide en relación con los roquedos, y las cotas más altas de las serranías, además de negar ciertas potencialidades simbólicas, insiste en la elusión de lugares de escaso atractivo económico para aquellos tiempos, como son los grandes roquedales. Tampoco en la elección de espacios para su implantación se sigue una norma concreta, siendo manifiestamente abundantes las localizaciones en lugares de las laderas de la serranía, ajenos a cualquier línea de comunicación intercomarcal, y además normalmente de difícil localización, por no encontrase en peñascos destacados que sirviesen de identificación a distancia. Estos emplazamientos en laderas, en cotas inferiores presumiblemente están relacionados con las tierras bajas sobre las cuales se sitúan, que vienen siendo los campos de cultivo actuales.. En otro sentido, se debe señalar que esas vertientes serranas, sobre todo las que miran y están cerca del mar, como las de la ladera NO. del Monte Maúxo, el Monte de Santa Trega u O Xubiño en Combarro, son muy fértiles en materia vegetal. En efecto, la cercanía al mar con la llegada de brisas produce un ambiente muy húmedo, a cuyo amparo crece profusamente la vegetación. Son excelentes lugares para el desarrollo del pastoreo. 8.2.2. La escala topográfica primaria de los emplazamientos. En el epígrafe precedente hemos abordado el emplazamiento de los petroglifos en relación con unidades fisiográficas amplias, examinando la topografía típica de las Rías Baixas, y buscando el establecimiento de regularidades que nos permitiesen una aproximación siquiera teórica desde un punto de vista geográfico más amplio. Sin embargo, nuestro objetivo es elaborar un análisis más detallado en función del cual poder afinar mejor la información extraída del apartado anterior, sobre todo si descendemos un peldaño más en la escala e investigamos los modos de implantación en el paisaje de los petroglifos. A nuestro modo de ver, el estudio de las ubicaciones topográficas de los petroglifos, es decir de las características del entorno más inmediato supone un enfoque decisivo en la comprensión de las motivaciones intrínsecas que facultaron e hicieron posible la concrección de los distintos ciclos del Arte Rupestre Gallego. Cuando hablamos de entorno inmediato, se debe recordar que nos movemos en un espacio sumamente compartimentado, y que nos estamos refiriendo estrictamente al sector de terreno que engloba al petroglifo, en una extensión no más allá de uno o como mucho dos centenares de metros de radio, si trazamos un círculo a su alrededor. No se trata de un planteamiento teórico, sino de la constatación empírica derivada del estudio sistemático y prolongado de multitud de estaciones de Arte Rupestre de esta región En consecuencia, se trata ahora de examinar en qué tipos de lugares se suelen encontrar petroglifos con combinaciones circulares, independientemente de si su ubicación recae en una chan, una vega o en la serranía, y mejor, examinar las peculiaridades de su ubicación en el envoltorio inmediato que lo circunda, es decir, qué caracteriza el lugar de implantación, cómo es el campo visual desde el petroglifo, y cómo se percibe su presencia y el espacio definido a escala humana desde cualquier punto de ese campo visual.

220 Las clases de emplazamiento van a ser reducidas a una nomenclatura básica en función de tipos de superficies topográficas donde hemos estudiado petroglifos. Para ello usaremos bloques-diagramas muy simplificados donde oportunamente comprenderemos qué tipo de localizaciones puntuales nos vamos a encontrar en la realidad. Estas figuras se acompañan de una escala de referencia que debe ser tomada con elasticidad, pero que nos sirve para dejar constancia de que nos movemos en espacios no muy dilatados, e incluso a veces, de muy pequeña extensión. 8.2.2.1. El emplazamiento en relación con superficies aplanadas. En esta comarca preferimos hablar de superficies aplanadas (fig. 107) que de llanos, valles o planicies. Esta nomenclatura no se adapta bien al modelado granítico en que nos movemos. En efecto, una chan presentará regularmente alguna suave ondulación o incluso una ligera pero perceptible pendiente, parcial o total, y además su extensión rara vez alcanza más allá de varios centenares de metros, estando comprendidas en no pocas ocasiones entre rupturas de vertientes o separadas por formaciones rocosas (fig. 90, pgn. 197). Lo mismo podemos decir de un valle fluvial. Estas chans suelen estar delimitadas abruptamente con los otros niveles, u otras chans por rupturas de pendiente, laderas (fig. 120, pgn. 235) y gargantas (fig. 115, pgn. 289). A su nivel, sobre todo las referidas al escalón intermedio (Fig. 107), muestran como elementos delimitadores de menor entidad cotos, outeiros, lanchares, lanchas y bolos graníticos, y gargantas por las que se desliza algún arroyo. Estas formaciones rocosas se encuentran más bien en la periferia de las chans en espacios de transición a otras unidades del relieve más importantes, generalmente laderas, y espacios que ya desde antaño se vienen dedicando al pastoreo y otros aprovechamientos secundarios según hemos comentado unos párrafos atrás.

SAO3

Fig. 107.- Diagrama-bloque de accidentes relacionados con una superficie aplanada.

221

Antes de comenzar queremos realizar una precisión metodológica que pudiera ser extraña en su forma, pero necesaria para la fluidez del discurso. Los vocablos cotos, outeiros y outeiriños, son términos que se emplean en el lenguaje común indistintamente para aludir a los afloramientos rocosos, desde el mero peñasco aislado hasta el alto coto exento, pasando por un sinfín de posibilidades de afloramientos más o menos prominentes en el terreno gracias a la existencia de peñascos destacados. Para nuestros fines hemos tenido que adoptar una distinción terminológica rígida, que aún estando tomada de la lengua gallega, no dé lugar a confusiones. Por lo tanto las alusiones que vamos a realizar en las páginas siguientes tienen un caracter de tecnicismo sin relación con las acepciones del lenguaje común. Así por cotos denominaremos a las prominecias rocosas muy destacadas del terreno; por outeiros y outeiriños entendemos unidades rocosas ligeramente elevadas y amplias, aunque a veces no se trate más que de falsos outeiros, según la perspectiva de quien los vea. Emplazamientos en ‘chans’. Los emplazamientos de petroglifos en plena chan (fig. 108) no son precisamente muy habituales, conociéndose pocos casos. Distinguimos dos tipos de ubicaciones: en rocas discretas imperceptibles a corta y media distancia, porque apenas afloran del suelo y en pequeñas superficies (fig. 107, SAL), y petroglifos labrados sobre los lomos de grandes peñascos, muy sobresalientes y fácilmente identificables a distancia (fig. 107, SAP; fig. 108, nº. 2, 3 y 4).

Fig. 108.- Ejemplos de emplazamientos en chans o espacios similares (escala humana): (1) A Chan do Rapadouro (Chandebrito, Nigrán); (2) A de Rial (Chandebrito, Nigrán); (3) Tomada do Xacove (Morgadáns, Gondomar); (4) A Gándara 1 (Chaín, Gondomar).

Como modelo básico para estos tipos de emplazamientos SAL encontramos en el Monte Maúxo su área de naciente (figs. 93 y 94; pgns. 201 y 202) correspondiente a la parroquia de Chandebrito, en el área de A Chan do Rapadouro (fig. 108, nº. 1; fig. 93,

222 nº. 10, pgn. 201; cap. 4, pgn. 72 y ss.). A Chan do Rapadouro es una gran superficie aplanada ubicada a los pies de la serranía, y situada a unos 300 m. de altitud y de unos 300 m. de anchura por 600 m. de longitud, donde además de sectores planos, constan algunas leves pendientes, suaves elevaciones rocosas y rupturas de planos por el S. En este espacio fueron localizados vestigios funerarios y habitacionales tanto de época campaniforme, como de la Edad del Bronce, e incluso anteriores (vid. fig. 5 y pgns. 1819 y 72 y ss.). En un punto céntrico de esta chan encontramos el petroglifo ya estudiado de A Chan do Rapadouro (fig. 93, nº. 10; Cap. 4, pgns. 72 y ss.). El lugar se caracteriza por una eminencia suave que apenas se eleva 1 m. del entorno (fig. 108, nº. 1), integrada por el afloramiento de varios peñascos que no exceden el metro de altura, uno de los cuales, el insculturado, está en una roca a ras del suelo, mientras el lugar lo caracteriza otro peñasco ligeramente elevado pero de una pésima calidad. Esta ubicación SAL pasa discreta en la gran superficie aplanada, pero desde el enclave del petroglifo, y con vegetación baja, se percibe cualquier movimiento que se produzca en la mayor parte de la chan. Otra estación ubicada en terreno llano es la de Laxielas (Navia, Vigo)247, muy cerca del cauce del Río Lagares (a 70 m.) y a no más de 600 m. de la costa (coordenadas: 518775-4672238). Está compuesta por varias rocas grabadas, una de las cuales era una laja, mientras otra es un pequeño peñasco de 60 cms. de altura. También es de mencionar la estación de O Gorgoeiro (Moscoso, Pazos de Borbén), con varias combinaciones circulares grabadas en un pequeño peñasco de 0,80 cms. de altura situado en medio de una chan (coordenadas: 539723-4685900). De todos modos, aunque el uso de rocas bajas, completamente a ras de suelo, en zonas llanas es rarísimo, conocemos no obstante algunos casos de Campo Lameiro. Los tipos SAP son relativamente más abundantes, y con frecuencia están más ligados a rocas elevadas en medio de los campos de cultivo. Son típicos de este modelo los ya estudiados de A Tomada do Xacove (fig. 108, nº. 3, pgn. 221), y el de A de Rial en Chandebrito (fig. 108, nº. 2). Muy relacionado con grandes peñascos donde se han grabado combinaciones circulares encontramos el panel nº 1.1 de A Gándara en Chaín, Gondomar (fig. 108, nº. 3)248. Se trata de un gran peñasco de 3 m. de altura situado en un afloramiento en la ruptura de pendiente. No es fácil de subir a su cima, pero desde aquí se contempla una amplia área aplanada. Si bien en este caso el peñasco se sitúa en el vértice de una abrupta ruptura de pendiente (fig. 115, emplazamiento SARP1), es indiscutible el dominio visual sobre la dilatada chan adyacente, pues el disfrute de la gran panorámica paisajística que se abre a sus espaldas también se contempla en iguales condiciones desde la base del gran peñasco. Semejante a éste caso es el de A de Rial (fig. 108, nº. 2, pgn. 221; fig. 130, pgn. 251). De diferente entidad es el de A Tomada do Xacove (pgns. 166 y ss.), pues este peñasco no sobresale tanto como para subido a él controlar visualmente un espacio notablemente más dilatado que desde el suelo, por lo que creemos mejor ponerlo en relación con los peñascos singulares de los que hablaremos más adelante. 247 248

Costas Goberna, F. J. (1985:140-141). Costas Goberna, F.J. (1985:47).

223

Emplazamientos en cimas de cotos Uno de los tipos de emplazamiento más curiosos que encontramos en algunos petroglifos es su ubicación en las rocas de la cima de pequeños domos campaniformes, verdaderas pirámides rocosas, coronadas por grandes peñascos, y que caracterizan desde lejos lugares específicos (fig. 109). Este tipo de unidades suelen aparecer en la periferia de las chans dominando las rupturas de pendiente, lo cual les dota de grandes panorámicas, y el de constituir puntos de referencia a distancia. Se caracterizan estos altos por la acumulación caótica ascendente de peñascos integrando así un pequeño coto completamente rocoso con una cima de exigua superficie generalmente coronada por grandes bolos graníticos. No son nunca domos muy desarrollados, a lo sumo entre 20 y 30 m. de altura sobre la chan a la que aparecen asociados. La comunicación entre la planicie y la cima no siempre es cómoda a causa de la disposición desordenada y sobrepuesta de los peñascos. Si se pretende acceder a la cumbre en línea recta, aunque a veces es posible, habrá que realizar una fatigosa escalada, por lo que el mejor camino para llegara a la cima es sinuoso, buscando pasadizos y accesos transitables entre los peñascos.. De todos modos, tanto el ascenso como el descenso se realizan fácil y rápidamente.

Fig. 109.- Estación de Alto da Bandeira (Saiáns, Vigo).

Un emplazamiento en la cima de un coto (SAC1) se observa en el Alto da Cañoteira (fig. 15, pgn. 47 y ss.; fig. 93, nº. 3, pgn. 201) donde además de combinaciones circulares hay equipos de molienda rupestres. Este coto es de conformación totalmente rocosa en forma piramidal, con aspecto externo de acumulación de rocas y coronado por grandes peñascos. Se yergue unos 20 m. sobre una ruptura de pendiente dominando por el SO. una pequeña chan de 240 m. por 150

224 m. situada a continuación de A Chan do Rapadouro por el NO. Desde su cima se contempla una excelente panorámica en todas las direcciones. Otro caso del Maúxo lo encontramos en el Alto da Bandeira (figs. 17 y 18, pgns. 49 y 50; fig. 100, nº. 2, pgn. 208). Este coto (fig. 109) también se emplaza en la periferia de una gran cuenca que constituye una de las terrazas superiores de esta serranía. El coto, totalmente pedregoso, culminado por grandes peñascos, con una altura de unos 30 m. sobre la chan presenta en su cima un petroglifo con una combinación circular acompañada de múltiples equipos de molienda. Desde este punto hay control visual completo de toda esta chan superior que en total se extiende en unas 5 has. teniendo enfrente el mencionado del Outeiro dos Lagartos, al otro lado de la chan. Cercano al Monte Maúxo, a unos 4 kms. hacia el SE, se puede documentar la estación nº. 2 de A Chan de Vincielos (fig. 110), perteneciente a la parroquia de Camos (Nigrán). Hay aquí una superficie rectangular aplanada, de casi 10 has, dominadas por dos cotos. En el situado sobre la ruptura de pendiente (el Alto dos Corvos), se encuentra una alta prominencia249, verdadera acumulación de peñascos, elevada sobre la chan adyacente unos 25 m. En la amplia cara superior de uno de los peñascos de coronación vemos varias combinaciones circulares, un reticulado regular y algunas coviñas. El dominio tanto sobre la chan, como sobre el paisaje circundante es total.

Fig. 110.- El Alto dos Corvos en la Chan de Vincielos (Camos, Nigrán).

Pero asimismo también es posible encontrar petroglifos en elevaciones menos desarrolladas, como por ejemplo en O Preguntadouro (Fig. 111). O Preguntadouro 1 ocuparía un emplazamiento parecido al que hemos examinado al hablar de los cotos, es decir en una de las grandes rocas superiores de coronación de la elevación. No obstante su configuración amplia, con laderas con cierta potencia edáfica nos obliga a considerarlo como un outeiro. Los paneles 2 y 4.1 y 4.2 se localizan en diferentes alturas de la ladera SO. de la prominencia. Desde ellos se controla una dilatada área de la Chan do Rapadouro.

249

Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987b).

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Como vemos a veces es difícil decantarse por una u otra posibilidad. Es pues la forma exenta, piramidal, desarrollada y esbelta, con aspecto de acumulación caótica de peñascos la que preferimos para aludir especialmente al tipo de emplazamiento definido por un coto.

Fig. 111.- Perfil de O Preguntadouro (Chandebrito, Nigrán).

Emplazamientos en “outeiros” y “outeiriños”. Los outeiros y outeiriños (fig. 107, SAO1-2-3) son amplias elevaciones con fuerte presencia granítica, sobre todo en los vértices superiores y en las laderas, pero también en las cimas que son éstas más desarrolladas, amplias y aplanadas. Pueden estar exentos, o simplemente constituir una terraza de una ladera de escasa inclinación, dominada por afloramientos rocosos y por lo tanto de denominación subjetiva al verse desde la chan inferior. Por ejemplo sería susceptible de la denominación outeiro la estación de A Gándara 1 (fig. 108, nº. 4), si el topónimo se usa en función de la visión normal desde el pie de la ruptura de pendiente. Este supuesto es el que ocurre por ejemplo con el Outeiro dos Cogoludos (fig. 89, pgn. 153), con el cual se alude al extremo de una terraza de ladera muy larga y ancha, dominada en ese sitio por un continuo de peñascos ladera abajo, dando la imagen de una elevación si se ve desde el valle agrícola. Asimismo popularmente este vocablo puede aludir a una mera prominencia rocosa en un terreno llano, que nosotros hemos preferido asimilar con los peñascos aislados (fig. 107, SAP) o incluso cotos (fig. 107, SAC1-2). Los más típicos outeiros generalmente presentan una relativa extensión aplanada en su cota superior desde la que se domina visualmente el entorno. Su altura es muy relativa, pudiendo integrar unidades con pendientes no muy superiores a los 10 m. sobre la respectiva chan. En esta unidad los petroglifos se suelen encontrar en rocas de la cima (SAO1), en la ruptura de pendiente (SAO2), o también en la ladera (SAO3), como acabamos de ver en O Preguntadouro (fig. 111). La principal característica de estos petroglifos, es que desde esas posiciones elevadas se domina visualmente las chans inmediatas que los acompañan, y a las cuales se accede fácilmente gracias a las suaves laderas. Un caso digno de ser comentado es el del Outeiro dos Lagartos, (fig. 100, nº. 4, pgn. 208, fig. 112, nº 1), estación situada en la plataforma superior del Maúxo, en la intersección de dos terrazas dispuestas a distinto nivel. Se trata en este caso de una ligera elevación rocosa de no más de 3 m. de altura y amplia, compuesta por rocas bajas. Hacia el E. y S., domina áreas llanas; por el O. encontramos la ruptura de pendiente, y hacia el O. domina toda la chan que se abre a sus pies. Su posición de control sobre todas estas planicies es absoluta, aún a pesar de su escasa definición visual. Una estación muy parecida a esta la encontamos en Coto do Outeiro (Viascón

226 Cotobade)250. Este petroglifo está integrado por varios paneles grabados en lajas, y emplazados sobre una leve prominencia de unos 50 m. por 30 m. situada en medio de las tierras de labor, pero dejada a monte a causa del carácter rocoso de su sustrato tal como se manifiesta en los abundantes afloramientos de lajas. En el arco que va NE-E.S. se levanta sobre los cultivos no más de 20 m. de altura, pero hacia el norte y poniente no va más allá de los 10 m., y todo ello contando con laderas transicionales muy suaves.

Fig. 113.- Petroglifos de combinaciones circulares en el entorno de A Lapela (Chandebrito-Nigrán y Valadares-Vigo): (1) O Carvallloso; (2) O Crasto da Lapela; (3) Socastro; (4) Tomada dos Pedros.

A escasos varios centenares de metros del Monte Maúxo, en dirección E., y al otro lado de la vega agrícola de Chandebrito, se extiende un área bastante rocosa conocida como A Lapela, y donde a pesar de de las numerosas canteras antaño abiertas, aún se conservan varios petroglifos (fig. 113), de los cuales el de A Tomada dos Pedros ha merecido un monográfico251, mientras del de Socastro nos hemos ocupado extensamente en páginas precedentes (véase cap. 5 pgns. 94 y ss.). El emplazamiento topográfico de A Tomada dos Pedros se realizó en las lajas superiores de la vertiente meridional del pequeño coto rocoso, dominando una pequeña cuenca por donde discurre el Río da Lapela, en realidad, un arroyo de escasa entidad. La circunstancia de que esta depresión aparezca delimitada perimetralmente por una antigua cerrada nos indica que era tierra fértil, que valía la pena vallar, aunque en la actualidad haya sido dejada a monte. 250 251

Peña Santos, A. (2005, pgn. 4) Fernández Pintos, J. (2012).

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Fig. 112.- (1) Outeiro dos Lagartos (Priegue, Nigrán) (2); Fonte do Sapo 1 (Saiáns, Vigo); (3) Socastro (Chandebrito, Nigrán); (4) Cruz do Penide (Redondela); (5) Castro Loureiro (A Portela, Barro) (6) Regodagua (Chaín, Gondomar).

El petroglifo de Socastro (figs. 113, nº. 2 y fig. 112, nº. 3) se encuentra en unas rocas bajas en el extremo inferior de un pequeño ‘outeiriño’ rocoso dominando

228 visualmente una pequeña área levemente inclinada hacia el Río Seco, plana, libre de roquedos, y donde asimismo, en tiempos pretéritos se construyeron cerradas. Una estación de topografía semejante la encontramos en el Castro Loureiro en Barro, de cuyos grabados nos hemos ocupado en páginas anteriores (pgn. 143 y ss.). Los paneles de esta estación (fig. 112, nº. 5) se disponen en distintas rocas de la ladera meridional de un pequeño coto, desde el cual se domina un área aplanada, donde en tiempos antiguos se construyó también una cerrada. En lo que respecta al tipo de ubicación, esta estación parece una copia de la de A Tomada dos Pedros, más arriba mencionada. Esta clase de emplazamiento de petroglifos situados en la ladera de leve pendiente de un coto, desde donde se divisa una chan se advierte también en el Monte Maúxo, en O Preguntadouro (fig.111) y en el Outeiro do Castro. En Chaín (Gondomar), la estación de Regodagua (fig. 112, nº. 6) se emplaza en una gran laja inclinada a media ladera de un coto, dominando en altura tanto la vega agrícola como el acceso al lugar de A Gándara donde se encuentran otros petroglifos. En el mismo sitio, A Gándara IV se emplaza en un amplio afloramiento rocoso dominado por una gran roca plana que apenas sobresale unos 2 m. por las partes más altas, pero que corona una triple elevación suave del terreno, dando a distancia la imagen de un outeiriño.

Fig. 114.- Localización de a Pedra da Serpe (Valga, Pontevedra).

Pero probablemente uno de los más genuinos casos de emplazamiento de un petroglifo en la ladera de un coto sea el de la conocida Pedra da Serpe (Fig. 114) en el Monte dos Vilares en Valga252 (coordenadas: 531.222.28-4.728.030.74). Su localización en un ambiente de verdadera serranía, por sí mismo, aunque raro, no supone ninguna 252

Bouza Brey, F. y Sobrino Lorenzo-Ruza, R. (1948); García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:114115); Peña Santos, A. (2005:66-67).

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novedad; de hecho es muy semejante a los casos documentados en la cima del Monte Maúxo; incluso su ubicación en la ladera de un coto no nos debe sorprender (situación SAO3). En efecto, se encuentra a 340 m. de altitud, y a un quilómetro hacia el NO. de la vega de Os Vilares, cuyas máximas cotas alcanzan los 260 m. s.n.m. Sin embargo, no constan otros petroglifos en las cotas intermedias, ni tampoco en las inmediaciones, ni que se sepa hasta el momento, en toda la serranía. Tampoco se emplaza en las cimas de los cotos que culminan la serranía, sino en un punto equidistante de una ladera. Desde este punto se contempla el dilatado espacio de una terraza inmediata que se extiende a sus pies de leves pendientes convergentes hacia el lecho de un pequeño arroyo, cuyo nacimiento se produce en las proximidades del petroglifo. El campo de visión inmediato lo cierran los planos superiores de una serie de lomas que se extienden por el O. y bruscas rupturas de pendiente por el S. y SE. El parecido de este tipo de emplazamientos con los ya señalados en cimas de peñascos, sobre todo con los localizados en rupturas de pendiente es evidente (fig. 107; SARP1; compárese además la fig. 108, nº. 4 y la fig. 110). Desde el simple peñasco aislado, pasando por el afloramiento, hasta llegar al coto se transita por una sucesión de tipos consistente en la acumulación de peñascos, donde podemos encontrar petroglifos de combinaciones circulares. De todos modos si algo caracteriza obviamente a este tipo de petroglifos es el dominio visual sobre su entorno. A ello favorece usualmente su situación sobre las rupturas de pendientes.

LSA

Fig. 115.- Bloque-diagrama de un área donde coinciden varios tipos de superficies.

230 8.2.2.2. Tipos de emplazamientos en combinado de topografías. Como ya hemos indicado con anterioridad, lo más normal en el emplazamiento de los petroglifos es que se localicen en espacios de topografía complicada, donde confluyen varios tipos de superficies, produciéndose una enredada combinación de posibilidades (fig. 115). El apartado anterior lo habíamos rematado con el tipo de petroglifos ubicados en laderas y cimas de pequeños outeiros rocosos relacionados con una chan, es decir, tipos de ubicación SAO1 y SAO2 (fig. 90). En el Monte Maúxo contamos con casos semejantes pero del tipo SARP2 (fig. 115), esto es, en ruptura de pendiente sobre una superficie plana pero ligeramente inclinada, y también LSA, es decir, al final de la pendiente de una ladera en su transición con una superficie aplanada. Pero asimismo, en dos de los últimos casos mencionados, en concreto, Regodagua y la Pedra das Serpes, estamos ya en un punto de inflexión con otro tipo de emplazamientos como son las ubicaciones en laderas, si bien, la presencia de una superficie plana a sus pies y en las inmediaciones nos han hecho decantarnos por aquella posibilidad.

Fig. 116.- En primer término, emplazamiento del petroglifo de Outeiro do Castro (Coruxo, Vigo).

Con el tipo SARP2 podemos relacionar Outeiro do Castro (fig. 115; pgn.), aunque también encajaría como SAO3, tal como lo hemos indicado más arriba. Este panel se encuentra en la ladera de una pequeña elevación bajo la cual y a escasos metros se extiende también en plano inclinado una superficie acondicionada en bancales para dedicarla a cultivos. Sin lugar a dudas, de este petroglifo destaca su control del área en pendiente cultivada.

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Emplazamientos en el comienzo inferior de una ladera y dominando visualmente la planicie (LSA) que se abre a sus pies tenemos en el Monte Maúxo el de A Fonte do Sapo (fig. 111, nº. 2), y en Redondela el de A Cruz do Penide253 (fig. 111, nº. 4 y fig. 116; véase también pgns. 207 y ss. y fig. 106, nº. 7). El caso de A Cruz do Penide presenta la particularidad de que los paneles rupestres se localizan en un gran peñasco que está al final de la ladera de un coto completamente rocoso (fig. 117). Podría haberse elegido cualquiera de las estupendas lajas que existen en las inmediaciones, en la cuesta, pero los lugares seleccionados fueron espacios muy particulares de este gran peñasco situado en la zona más baja de la elevación, en contacto con el espacio aplanado, libre de roquedos de la Chan das Formigas o a Chan da Cruz, donde comienza la célebre necrópolis megalítica254. Debemos indicar que la denominación Chan das Formigas presumiblemente es un antropónimo (mejor, un mote familiar), y de hecho, en esta zona, cercano a las mámoas y a los petroglifos hemos localizado antiguos y muy desdibujados muros de tierra que parecen delimitar parcelas, probablemente con el objeto de practicar el cultivo ocasional de cereales en secano, tal como era costumbre en estos lugares de monte.

Fig. 117.- La estación da A Cruz do Penide, donde delimitan las parroquias de Cerdedo, Negros y Trasmáño (Redondela).

El petroglifo de la Fonte do Sapo 1 (pgn. 113 y ss.; fig. 110, nº. 5, pgn. 206; fig. 112, nº. 2) se localiza en una gran laja a ras del suelo, y a escasa altura sobre la cuenca que se abre a sus pies, todo ello, en el comienzo de una ladera que va a conducir a una de las cotas más altas del Monte Maúxo. Desde este punto se mantiene un buen control visual sobre todo el entorno inferior de la estación. 253 254

Costas Goberna, F. J. (1985:103 y ss.) Hidalgo Cuñarro, J. M. y Costas Goberna, F. J. (1980).

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Fig. 118.- Plano, localización y perfiles panel nº. 1 del Alto de Santo Antuiño (Couso, Godomar).

Un caso parecido, aunque con connotaciones genuínas, lo encontramos en el panel nº. 1 del Alto de Santo Antuiño de Couso en Gondomar (fig. 118)255. La estación se localiza en una terraza dominando un collado de la serranía, en un punto crucial para los itinerarios tradicionales locales. En efecto, por este punto se comunicaban los valles 255

Costas Goberna, F. J. (1985:45, lam. G4,1).

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Miñor y el Baixo Miño, así como hacia el santuario de San Xián en el Monte Aloia, hacia el NE. Hubo de hecho un hospital de peregrinos en este lugar. La terraza se eleva unos 10 m. sobre el collado, presentando un frente pedregoso abrupto y casi vertical. El petroglifo mide 1,5 m. de longitud, y está integrado por una gran figura ovalada a la que se le adosan una serie de sectores circulares irregulares de uno de los cuales parte una línea ondulante que remata en una diaclasa, así como cuatro coviñas alineadas junto al gran óvalo. El gran óvalo mide de 82 por 63 cms. y está relleno de coviñas de gran formato de hasta 90/22. El surco del óvalo es profundo con cotas de 55/7. Estas características de sección las comparten los trazos que conforman los dos primeros óvalos adosados, pero los restantes, así como la línea ondulante tan sólo han sido levemente tallados, como mucho de hasta 50/3. Por último las cuatro coviñas que acompañan externamente al gran óvalo están en el entorno de los 60/8. Lo que más llama la atención de este petroglifo es su extraña ubicación. En el entorno existían gran cantidad de rocas, pero todas fueron despreciadas a favor de esta, cuyo trabajo presenta ciertas dificultades, incomodidades, e incluso peligros. En efecto, se localiza en la misma abrupta ruptura de pendiente, donde el trabajo exigía especial cuidado, por no facilitar el buen asentamiento del artista, y propiciar que un error postural o de desacomodo condujese a un fatal despeñe. Sea como fuere, y a pesar de todos estos inconvenientes, fue ésta y no otra la roca elegida, lo cual necesita una explicación coherente. El gran óvalo no ocupa estrictamente un mamilo, pero sí está emplazado en una forma levemente redondeada y prominente. Los demás sectores circulares asociados y dispuestos hacia el O. probablemente sean añadidos posteriores realizados en función de la tendencia a la jerarquización gráfica (véase Cap. XX, pgn. XX), de lo cual da fe, no solamente su adosamiento, sino también la escasa calidad de los surcos de algunas de estas figuras circulares. Se trataba por lo tanto, de añadir más grabados a un núcleo antiguo preexistente, y esta labor solamente se podía llevar a cabo realizando los grabados en la superficie vacía que descendía hacia el O. Respecto a la localización en sí del panel, al despreciar tan buenas rocas presentes en las proximidades, no vemos otro argumento sino el suponer, que este emplazamiento sigue el modelo de las ubicaciones sobre cimas de cotos (SAC1), rompientes de pequeños desniveles (SARP2), o laderas de outeiros (SAC1). Sin embargo, y he aquí la gran diferencia, en este panel queda especialmente clara la vinculación visual entre el punto elevado donde se sitúa el petroglifo, y la chan extendida a sus pies, porque en efecto, no se puede entender de otro modo tan controvertida elección de roca. Sobre este tema y este petroglifo volveremos pronto. De distinta índole son los emplazamientos en laderas de altos y cotos de grandes dimensiones y de comunicación menos fácil con las chans más próximas. En A Ferradura en Verducido (A Lama; coordenadas 548.210-4.689.984), el petroglifo, integrado por unas ocho combinaciones circulares, casi todas inconexas, ocupa una gran laja de 14 por 12 m., casi horizontal, situada a media ladera de un outeiriño caracterizado por su alto grado de pedregosidad (fig. 119, nº. 2), y bordeado por un arroyo. La roca hace como de pequeña terraza en esta ladera, desde la cual se contempla una gran panorámica alcanzando por el O. la vega agrícola de O Porto a tan sólo 500 m., y hacia el N. y O. posee vistas hacia laderas serrranas cercanas, resueltas en distintos planos de orientaciones inclinaciones y extensiones muy variadas, así como alguna exigua chan. No obstante, si lo que se pretendía era disfrutar de buenas panorámicas,

234 nada mejor que ascender a la cumbre del coto, situada a 150 m. hacia el SE. Sin lugar a dudas, no era la magnificación simbólica de la vocación paisajística de las combinaciones circulares lo que motivó la elección de esta roca, sino la relación probablemente con algún fin más práctico.

Fig. 119.- (1) Outeiro dos Cogoludos (Moimenta, Campo Lameiro); (2) A Ferradura (Verducido, A Lama); (3) O Xubiño 1 (Combarro, Poio).

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Otro caso que nos interesa traer aquí, es el del gran petroglifo del Outeiro dos Cogoludos (Moimenta, Campolameiro)256 (fig. 89, pgn 153; pgn. 225; fig. 133, pgn. 267), a cuyo conjunto ya hemos hecho una breve alusión. Debemos advertir que los múltiples paneles aquí descubiertos están integrados en una estación rupestre más amplia, cuyos grabados no distan mucho de éste (fig. 89, pgn 195), pareciendo todos relacionados con esta área de pequeña serranía cercano a la aldea de Paredes. Este petroglifo, integrado no solamente por combinaciones circulares, se encuentra en la ladera meridional de un coto rocoso. Desde el panel, monte arriba, el terreno está sembrado de piedras y peñascos, pero el sector de vertiente que queda hacia abajo, sí está libre de roquedo. Goza también de cierto dominio visual, sobre todo el tramo de cuesta inferior, y hacia planos descendentes de otros cotos cercanos y sobre una pequeña cuenca que hay en la base de la elevación, así como alguna terraza. Páginas atrás ya hemos hecho alusión a los petroglifos de O Xubiño (Combarro, Poio; véase pgn. 207-208 y fig. 104). Como habíamos visto, las distintas estaciones aquí localizadas se disponen en la extensa pendiente oriental de la serranía, sobre la vega agrícola actual. La inclinación de la ladera es prolongada y muy acusada, salvándose un centenar de metros en tan sólo 600 m. La estación de O Xuviño 1 se localiza en una exigua terraza rocosa (fig. 119, nº. 3) a media ladera, a unos 40 m. sobre los campos de cultivo actuales (pgn. 207-208, fig. 104, nº. 1). Ciertamente aún se habrá de considerar la existencia de petroglifos a mayor altura, pero de ellos nos ocuparemos en el próximo epígrafe. Se observa claramente que esta ubicación no difiere especialmente de las localizaciones rupestres del área NE.y NO. del Monte Maúxo, ya comentadas (fig. 95, pgn. 203 y fig. 96, pgn. 204). Dentro del grupo de petroglifos localizados en un combinado complejo de superficies, aún habría que señalar los ubicados en rupturas de pendiente de laderas (SPG) de gargantas por las que circula algún arroyo. A una tal ubicación corresponde por ejemplo el petroglifo de Laxielas en el Monte Maúxo, al cual hemos dedicado un amplio estudio (véanse págs.. 136 y ss.; fig. 95, nº. 9, pgn. 203). Otro interesante caso es el del inédito petroglifo de O Carballal, en Chandebrito (fig. 113, nº. 1; fig. 128, nº. 1, pgn. 250), compuesto únicamente por una combinación circular de cuatro anillos con coviña central. Para grabar este círculo de la gran cantidad de rocas del lugar (prácticamente está pavimentado de lajas) se eligió una que no destaca en nada especial, a no ser por el leve mamilo que ocupa la combinación circular, pero se encuentra situada en la ruptura de pendiente sobre la cuenca del llamado Regueiro dos Liñares, amplio espacio cóncavo libre de roquedos. Es cierto que también se contempla una estupenda, aunque parcial vista de la Ría de Vigo, pero si era ello lo que se pretendía, mejor hubiera sido elegir una roca más conspicua, céntrica, elevada o más adecuada, y no una a ras de suelo, en posición inclinada, y que como se ve, no era precisamente por falta de posibilidades. 8.2.3. Los emplazamientos en laderas de serranías. Las ubicaciones de petroglifos en laderas de unidades serranas no habrán de ser confundidos con los otros tipos de emplazamientos en laderas de cotos (fig. 120). No se trata solamente de una distinción de escala, sino sobre todo de orden topográfico. La gran diferencia estriba en que en todos los anteriores tipos de emplazamientos 256

García Alén, A. y Peña Santos, A de la (1980:fig.13).

236 analizados, existía un componente de planicie o leve inclinación en la parte inferior de la pendiente, a mayor o menor distancia pero no muy lejos.

Fig. 120.- Bloque-diagrama de los tipos de emplazamientos de petroglifos relacionados con las vertientes de serranías.

La tipología de emplazamientos que vamos a estudiar en estas líneas, se sitúan claramente en laderas de serranías, cuyo acceso desde las áreas planas bajas es más costoso. En sus inmediaciones solamente contaremos con formas topográficas del modelado granítico propias de una ladera. En estos ambientes los petroglifos suelen estar relacionados con pequeñas áreas aplanadas formadas por conjuntos rocosos que sirvieron de muro de contención a la erosión, provocando la formación de espolones, de aspecto más rocoso (emplazamiento LE), y de terrazas (emplazamiento LT), que en realidad no dejan de ser espolones de mayor extensión. Un tipo de emplazamiento muy interesante lo define el situado en la ladera de una terraza, enfrente de la ladera general de la serranía (LT5). a esta categoría pertenece por ejemplo el petroglifo de la Regueira da Grila en Baiona (fig. 121), y en cierta medida el de la Pedra da Moura del Maúxo (fig. 95, nº. 2, pgn. 203). Son emplazamientos muy curiosos, pues desprecian las rocas de las partes superiores de la terraza a favor de una de la ladera. En los casos que conocemos, se trata de pendientes de escasa entidad pero muy prolongadas, y que suelen concurrir con otra situada en

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frente en un vértice longitudinal por el que baja o bajaba un arroyo, configurándose el lugar a modo de anfiteatro (fig. 119).

Fig. 121.- Situación del petroglifo de la Regueira da Grila (Baíona).

En las terrazas los petroglifos pueden adoptar ubicaciones imitando las posiciones ya examinadas al hablar de los outeiriños o de los combinados complejos de superficies. Por ejemplo, en As Tensiñas (fig. 88, nº 2, pgn. 194) los paneles ocupan peñascos elevados de la terraza desde los que se domina visulamente un sector de la misma terraza a más baja altitud. Un caso paradigmático es el definido por los petroglifos del sector NO. del Monte Maúxo (fig. 96, pgn. 204). Todos estos petroglifos están localizados en la respectiva ladera, pero relacionados con plataformas más o menos amplias. En el sector SO. de este mismo espacio destacan los paneles de O Currelo (fig. 98, nº. 2, pgn. 206). El nº. 1 se sitúa en las rocas de un espolón (LE), mientras el nº. 2 lo encontramos cercano a este, pero en plena ladera, sin la presencia de terraza alguna (fig. 120), constituyendo un buen ejemplo de ubicación de tipo LL. En una situación parecida encontramos la más arriba mencionada A Pedra Moura, si bien se trata de una ladera accesible por existir en las proximidades áreas de menor inclinación, y además situarse en una cota baja de la serranía. En realidad es muy raro encontrar petroglifos confeccionados en rocas de plenas laderas (emplazamientos LL), sin superficies planas en las inmediaciones, pero existen algunos casos, como por ejemplo el caso de O Xubiño 3 (fig. 104, nº. 3; pgn. 207-208), o también la interesante Pedra Grande de Montecelo en Poio257. Impresionante es la localización del petroglifo del Pinal de Caeiro258 en Marín (fig. 123), en plena ladera, 257 258

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 101). García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 74).

238 sin que consten terrazas próximas, y situado en una empinada ladera a 80 m. de altura sobre las tierras más altas de la terraza agrícola tradicional. En este último caso, dado que la inclinación de la pendiente dificulta mucho el ascenso, lo cual tampoco es insalvable, mejor parece que existiese algún tipo de acceso horizontal según se señala en los caminos por allí existentes en los mapas más antiguos.

Fig. 122.- Emplazamiento del petroglifo de O Currelo 2 (Priegue, Nigrán).

Como hemos indicado, lo normal es que de algún modo en las inmediaciones exista alguna pequeña superficie de escasa extensión, o bien aplanada, o por lo menos de pendiente más suave. Esto es lo que se aprecia en el Maúxo con los casos de A Pedra da Moura, y O Currelo 2. Ambas estaciones, tomadas en su perfil topográfico vertical diseñarían una continuada y pronunciada línea descendente, y sin embargo, un examen más detenido del entorno nos revelaría la existencia de pequeñas chans cercanas. Hay no obstante que realizar algunas acotaciones a esta norma, sobre todo si estudiamos el petroglifo de O Currelo 2 (fig. 122). El emplazamiento en pendiente es desde luego incontestable, pero hacia el O. a escasos 50 m. hay un espolón en el cual encontramos el petroglifo de O Currelo 1 (fig. 98, nº. 2, pgn. 206). En distintas partes de este espolón, aún constan numerosas buenas rocas que no obstante quedaron sin grabar, lo cual a priori es chocante, porque las superficies en las que fueron grabados los diseños de O Currelo 2 no presentan ninguna particularidad que quepa destacar. La única explicación coherente para comprender el emplazamiento de este petroglifo forzosamente debe ser definida por la ubicación misma de las rocas elegidas para realizar los grabados y no otras. Necesariamente la respuesta a estos interrogantes los encontraremos en la interpretación de esas tan particulares ubicaciones.

239

Fig. 123.- Emplazamiento del petroglifo del Piñeiral do Caeiro (San Xián de Marín, Marín).

8.3. Sobre el emplazamiento de los petroglifos. En las páginas precedentes hemos examinado la ubicación de los petroglifos de combinaciones circulares tomando un punto de vista amplio, desde una óptica general (escala secundaria), estudiando primero los emplazamientos en relación con grandes unidades fisiográficas (serranías, cuencas, etc.), y a continuación desde una perspectiva más concreta (escala primaria), sobre la ubicación en el paisaje envolvente de esas rocas grabadas. No creemos necesario seguir insistiendo en el carácter serrano de estas manifestaciones artísticas. Con toda seguridad es ésta una circunstancia fuera de toda duda. Sin embargo, en este medio geográfico existen limitaciones determinadas por la altitud: los ambientes montañosos eran descartados para la confección de petroglifos. Hemos mencionado como hipótesis más viable para entender esta exclusión la elevada pedregosidad de estos terrenos, el escaso provecho de su uso, y las extremadas condiciones meteorológicas manifestadas ocasionalmente en esos parajes. De hecho, estas cumbres no fueron empleadas ni por los constructores megalíticos. Pero incluso en ambientes serranos más benignos, donde sí constan mámoas, la altitud parece seguir siendo un impedimento para lo rupestre, tal como se ha podido apreciar en el Monte Suído o en el Faro de Avión, donde ya podemos hablar de montaña, mejor que de serranía. A menos de que no hayamos sido afortunados en hallazagos rupestres en nuestras amplias prospecciones por estos parajes, por lo menos nos a sonreído la suerte en lo que respecta a los megalitos, lo cual sinceramente no creemos. A nuestro juicio existía un condicionante en altura, cuya única explicación debía radicar en la proximidad de los asentamientos.

240 Pero además, donde más posibilidades había de confeccionar petroglifos, como por ejemplo los extensos lanchares, no por ello fueron áreas propicias para el desarrollo artístico. El ejemplo del Monte Penide es paradigmático, y en este caso además la desestimación de la gran cobertera pétrea no se puede achacar a la altitud. En el Monte Maúxo contamos con poblados del III y II Milenio cal. A. C. (véase pgns. 19 y ss.). También en Amoedo (Pazos de Borbén) disponemos de varios asentamientos de la misma época excavados259. Pero en ambos casos, no vemos como correlacionar los petroglifos con estos poblados. En Amoedo, curiosamente los petroglifos se encontraban a más bajo nivel que aquéllos, despreciándose asimismo cotas más altas, rasgo que de todos modos no impidió la implantación de algunos asentamientos en plenas cumbres. En el Monte Maúxo, los petroglifos aparecen en las inmediaciones de estos hábitats, pero también monte arriba, e incluso a nivel más bajo. Hemos ya indicado la impropiedad de tratar de relacionar petroglifos con poblados del modo que han ensayado otros autores (pgns.179 y ss.). Un dato que se habrá de estudiar en profundidad es la aparente relación entre los petroglifos de combinaciones circulares y las vegas agrarias actuales. Hemos examinado bastantes casos, en los que los grabados se ubican en la cercanía de estas vegas, por encima de ellas, pero a escasa distancia, al tiempo que la franja de pendiente hasta la cumbre de la serranía queda exenta de manifestaciones artísticas, como sucede en el sector E., NO. y NE. del Monte Maúxo, o en los petroglifos de Amoedo, Gargamala (Mondariz)260 o Tourón (Pontecladelas)261, por traer algunos casos claros. Esta repetida circunstancia de proximidad con las tierras laborables modernas semeja reflejar algún tipo de recíproca dependencia entre ambos ambientes, y de algún modo rechazar sistemáticamente las mayores altitudes. Aunque esta premisa no se cumple estrictamente (como sucede en el Monte Maúxo), es inevitable observar esas altas concentraciones de manifestaciones rupestres en las áreas bajas de las serranías, casi en contacto con las vegas agrícolas actuales. En consecuencia, al margen de la confección de petroglifos en las cimas de serranías, todo parece apuntar a que los establecimientos humanos y sus cultivos guardan una cierta relación con las áreas donde aparecen los petroglifos. De otro modo no se entiende el acusado desprecio por las áreas más altas de la serranía, manifiesta en algunos territorios, aunque insistimos, constan frecuentes excepciones, que en realidad de todos modos no invalidan la hipótesis de la correlación entre cubetas de deposición y puntos bajos de las laderas adyacentes. Los ensayos de algunos investigadores proponiendo para los petroglifos contenidos simbólicos de valor político-social se esfuman al observar estas regularidades. La suposición de que los petroglifos se encontrarían en los márgenes del hábitat explotado tal como lo habían prpuesto J. Rey y A. de la Peña no se produce o carece de valor en el Maúxo, pues si tomamos cualquiera de los asentamientos identificados supuestamente coetáneos de algún modo del fenómeno rupestre (tal como practicaron aquellos autores en referencia a la península del Morrazo), en nuestra área encontramos que a veces no necesitaremos más de medio centenar de metros para

259

Fernández Pintos, J. (2013:54 y ss.) Albo Morán, J. M.; Novoa Álvarez, P. y Costas Goberna, F. J. (1991). 261 Peña Santos, A. (1991). 260

241

encontrar rocas grabadas. Esta claro que un hábitat tiene que ser necesariamente más amplio. Otra hipótesis que queda en entredicho es el del carácter secreto y oculto para lo comunidad del emplazamiento de los petroglifos (también producto de J. Rey y A. de la Peña), pues ha quedado claro que ubicaciones en cumbres de domos campaniformes, sobre elevados peñascos o en rellanos de laderas, no son precisamente los mejores lugares para pasar desapercibidos, ni tampoco para realizar reuniones en torno a los grabados, por ser muchas veces poco menos que imposible.

Fig. 124.- Panel nº. 14 de Gargamala (Mondariz).

Como ya sabemos, los petroglifos no se planificacaban y se materializaban de una vez para siempre. Hay que contar con sucesivas adiciones, repicados, rectificaciones y añadidos, lo cual induce a suponer frecuentes visitas quizás asiduamente a las rocas insculturadas. La continua repetición de un mismo motivo referencia la codificación de una idea cuyo significado era de todos conocida. Estas rocas grabadas, a nuestro juicio, cuentan con un elevado componente ritual. Pero asimismo estos lugares donde se implantan son por naturaleza, inmejorables puestos de control del entorno, a modo de oteaderos. Sobre todo, en los petroglifos ubicados en ruptura de pendientes, las perspectivas paisajísticas son inmejorables, viéndose el mar en la lejanía o espectaculares vistas hacia el interior, destacando cadenas de serranías y montañas (fig. 124). Pero estos grandiosos espectáculos naturales, puestos muy de relieve por algunos investigadores, contrastan con la ubicación de otros muchos petroglifos con perspectivas paisajísticas más limitadas, reducidas como mucho a una pequeña chan interior. Por otra parte, las grandes panorámicas de la que gozan algunos paneles, no

242 dejan de ser la consecuencia de su situación en laderas de serranías, que ya de por sí son puntos elevados desde donde se contemplan estupendas panorámicas. Sin embargo, hay petroglifos cuya ubicación niega claramente que sean las motivaciones paisajísticas la razón de su existencia. Tomemos por ejemplo la estación de O Pornedo en San Xulián de Marín (fig. 125; fig. 137, pgn. 256). Los paneles de esta estación se encuentran en unas rocas, una de ellas a ras de suelo, de la vertiente meridional de un pequeño outeiro rocoso que casi pasa despercibido (ubicación SAO3). La principal panorámica de estos paneles es la ladera de la serranía que comienza a sus pies y va elevándose en dirección S.. Sin embargo, a unos 50 m. hacia el N. se encuentra el mirador do Pornedo, situado sobre Marín, compuesto por un conjunto rocoso desde el cual se contempla una excelente vista de la Ría de Pontevedra. Si el objeto de los petroglifos era su comunión con las grandes vistas, no es fácil explicar por qué se eligieron rocas en un punto tan poco visible. En esta estación, al igual que en otras muchas que hemos estado mencionando, está muy claro que no eran las preocupaciones paisajísticas por las amplias panorámicas las que motivaron su confección. Por lo tanto, en el emplazamiento de los petroglifos de combinaciones circulares podemos ya descartar cualquier vinculación con el paisaje en función de algún tipo de simbología únicamente visual, aunque existe no obstante una rara excepción que comentaremos más adelante. Corrobora esta generalizada exclusión la ausencia de petroglifos en cumbres, ya no de montañas, sino incluso de cotos serranos más desarrollados. En consecuencia, en la confección de los petroglifos no se buscaba ni establecer vínculos con las amplias panorámicas, ni tampoco con puntos prominentes donde se manifestasen más propiamente cultos celestiales, por decirlo de algún modo y adornarlo con un ejemplo. Y sin embargo, tampoco se debe dejar de lado la vocación de control visual de espacios más limitados, como las pequeñas chans que manifiestan muchos de los emplazamientos en laderas de outeiriños, tal como hemos examinado en el apartado precedente.

Fig. 125.- Perfil N.-S. del emplazamiento del petroglifo de Pornedo (San Xián de Marín, Marín).

La hipótesis de su emplazamiento en un lugar secreto a ojos de la comunidad y solamente conocido por el chamán y su grupo de iniciados, donde realizaban ritos ignorados por el resto del grupo es una tesis que enunciada con estos términos demuestra un escaso respeto o un mal uso por el valor del significado de ciertas categorías antropológicas, y el desconocimiento del funcionamiento y las implicaciones sociales de las instituciones religiosas aludidas. De todos modos, tan solo imaginar que en este tipo de sociedades del III y II Milenios cal. A. C. tenía que existir forzosamente

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una actividad ganadera de la que extraer el grueso de las proteínas necesarias para vivir, así como otras materias primas, lo cual exige el planteamiento de un pastoreo, muy probablemente extensivo, y en tal esquema suponer que a la actividad pastoril, con sus idas y venidas por todo el hábitat, se le escapaba el conocimiento de algún sitio especial, por muy recóndito que estuviese, es sinónimo de la artificiosidad y la poca maduración de esta idea, así como de la ingenuidad con la que se condujeron algunos autores.. Otra de las hipotésis que analizamos en su momento era la que proponía que los petroglifos funcionaban como centros de agregación estacional de una población dispersa. La idea sería digna de consideración si contásemos con un panorama rupestre basado en grandes petroglifos en lugares alejados unos de otros, y además, en espacios adecuados. Observando la ubicación de la inmesa mayoría de estos petroglifos en laderas de cotos, o en roquedos irregulares, queda claro que no pueden ser funcionalmente peores los lugares elegidos para realizar grandes reuniones estacionales. Además la multiplicidad de paneles, no muy alejados los unos de los otros, convierte en inoperante esta posibilidad, porque se habría de explicar cómo es que existían tantos centros de reunión, fuesen o no sincrónicos. De este modo hemos llegado a uno de los puntos que consideramos más espinosos de los petroglifos, pues implica una vez admitido su valor religioso, evaluar ante qué tipo de manifestación trascendente estamos. Por explicarlo en un lenguaje más asequible, es necesario determinar si nos encotramos ante santuarios, altares, ofrendas u otro tipo de concrección religiosa. Según hemos deducido del análisis del proceso de tallado de muchos petroglifos, en su cofección han participado muchas manos. No existía además ninguna planificación previa, siendo los petroglifos actuales el resultado de una sucesión de aportaciones. Los motivos eran repicados, aumentados, e incluso rectificados. Todo ello implica una participación colectiva e inconexa dilatada en el tiempo, pareciendo más bien fruto de iniciativas personales. El carácter sagrado de estos motivos se desprende del análisis de varios temas. La acusada tendencia por ceñir y decorar mamilos parece aludir a algún tipo de creencia respecto de estas protuberancias. También debe ser considerada la existencia de surcos de salida que partiendo desde el centro de la combinación circular acaban en una diaclasa, poniendo al motivo en conexión con alguna entidad relacionada con esas grietas. La invariabilidad y hermético simbolismo expresado por las combinaciones circulares nos remite al empleo de una significación codificada y aceptada universalmente por ser el modo más adecuado de expresar algún tipo de abstracción o creencia trascendental que no podía ser manifestada de otro modo. Todo apunta hacia su comprensión como lugares de culto o incluso de celebración de ritos, aunque culto y rito se manifestasen únicamente en el acto del tallado del petroglifo. No obstante, de estas reflexiones no se deriva ninguna aclaración sobre la naturaleza más íntima de los petroglifos, ya no en materia simbólica, sino incluso dentro de qué tipo de categoría religiosa hemos de comprender su realización y existencia. Lo único seguro que sabemos es que eran lugares concurridos o visitados con una frecuencia que tampoco podemos periodizar. Por la ubicación de algunos, dada la escasamente cómoda permanencia en el lugar es posible deducir que de realizarse ritos o cultos, estos no debían de ser llevados a cabo más que por un número escaso de personas. Pero incluso, personalmente nos inclinamos a pensar en la participación de iniciativas individuales aunque repetidamente a lo largo de mucho tiempo, más que

244 colectivas, según suponemos a juzgar por la existencia de enmiendas, rectificaciones y reavivados. Queda sin embargo por arrojar luz sobre la cuestión del valor religioso del emplazamiento, dado que ya hemos considerado los grabados en si mismos son manifestaciones relacionadas con lo sagrado. Desde un punto de vista general, salvo algunas excepciones que comentaremos más abajo, nada especial, ni siquiera una conformación particular, vemos en las rocas insculturadas, a no ser los ya citados mamelones de algunas, que tampoco suponen siempre un evidente signo distintivo. La existencia de estas turgencias, en realidad no determina necesariamente a priori el tallado de combinaciones circulares. Exceptuando estos accidentes morfológicos, a simple vista no consta regularidad alguna que nos permita determinar por qué unas rocas eran elegidas para ser decoradas y otras no. Lo único que realmente vincula a todas o la inmensa mayoría de las piedras grabadas es precisamente el tipo de emplazamiento. La situación en las laderas de los pequeños outeiriños dominando visualmente las chans que se extienden a sus pies, es el rasgo más característico de gran parte de los petroglifos. Emplazamientos del tipo SAO3 o SAC2 (laderas de outeiriños o cotos), podemos calificarlos como muy extraños o poco adecuados si queremos ver en ellos lugares de culto masivo. Permítasenos nuestra ingenuidad, pero al hablar de lugares de culto, de templos, esperábamos una ubicación más acorde con su funcionalidad. Podríamos suponer que cumplen este requisito los petroglifos situados en las cumbres de cotos, en rupturas de pendientes o sobre peñascos situados en los llanos. Pero en realidad estos son una minoría, y además su posición prominente concuerda bien con el control visual del entorno tal como se desprende de los tipos SAOE y SAC2. La situación en laderas de serranías tipo LL tampoco parece obedecer a motivos de corte simbólico. Además desde un punto de vista religioso no acabamos de comprender el condicionamiento negativo implicado por la excesiva y extensa pedregosidad del terreno, a no ser que observemos esta circunstancia en virtud de una clave más de corte materialista, que ritual. En el caso del petroglifo de la Cruz del Penide, la elección de este peñasco debía de responder a la necesidad de control visual de la Chan das Formigas que se extiende desde sus pies. En esta estación las innumerables lajas que se sitúan monte arriba, aún siendo muy aptas no están tan ligadas al espacio inferior que se extiende a sus pies. Estas consideraciones, conjuntamente con los análisis de los emplazamientos más comunes ahora expuestos nos ha llevado a concluir que la ubicación de los petroglifos en el paisaje tiene más que ver con razones prácticas, y no religiosas. Estos puntos suelen constituir atalayas privilegiadas desde los que se controla el terreno circundante, sea éste una chan o una ladera. La motivación para la realización de los petroglifos en esos puntos es evidentemente de corte religiosa, pero la elección de los lugares se realiza siguiendo criterios prácticos en función de las actividades desarrolladas en esos espacios. La única tarea que encaja bien con el uso de esas atalayas y de ese tipo de terrenos y la configuración topográfica del lugar es el pastoreo262. Desde estos puntos se controla perfectamente la evolución de las manadas en los pastos elegidos. En líneas generales estos espacios aplanados que se sitúan bajo su control visual (las chans) se caracterizan aún hoy en día por ser lugares húmedos 262

Fernández Pintos, J. (1993:121).

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muy adecuados para pastizales. Topónimos tan relacionados con petroglifos del tipo Chan da Lagoa o similares nos ponen sobre la pista de terrenos donde la circulación de la capa freática era muy superficial produciendo suelos con tendencia al encharcamiento. La información etnográfica disponible (testimonios orales, relatos, ficciones, realizaciones materiales y toponimia) no vienen sino a confirmar esta hipótesis. Siguiendo este criterio, el emplazamiento en laderas tipo LL o en cualquier tipo de oteaderos, una vez descartada la hipótesis propuesta por la posible ubicación simbólica, debe radicar en razones fundamentadas en prácticas económicas, más concretamente el pastoreo. A nuestro modo de ver, la marcada frecuencia a haber sido realizados los petroglifos en posiciones bajas de las laderas de las serranías está en íntima relación con las cubetas de deposición, donde debían existir asentamientos y campos de cultivo. Dada la proximidad manifestada por su cercanía topográfica a las cuencas agrícolas, y en consecuencia a cultivos y poblados, concebimos una ganadería practicada en el marco de una diversificación económica, extensiva, no debiéndose entender como una especie de monocultivo263. En consecuencia, no parece apropiado pensar en grandes desplazamientos de ganado de tipo trashumante o trasterminante; más bien parece un tipo de ganadería integrada por manadas reducidas, las cuales quizás se recogían al anochecer en establos cercanos o en los mismos poblados. De ser cierta esta hipótesis, se puede argumentar que los petroglifos no eran el patrimonio cultural de un colectivo social específico, sino la expresión de una sociedad, pues entre asentamientos y estaciones rupestres no debían existir grandes distancias. Pero asimismo esta argumentación, independientemente de que las inmediaciones de los paneles rupestres tuviesen otros aprovechamientos, nos lleva a colegir que los petroglifos desde un punto de vista simbólico están muy ligados específicamente con la práctica del pastoreo, con la esencia de esta actividad. La idea de la propiciación de los pastos merced a la insculturación de combinaciones circulares es una conclusión fácilmente deducible si se admite el entramado social expresado en las líneas anteriores. Una vez aceptado que los petroglifos de combinaciones circulares guardan relación con la práctica del pastoreo, y que desde las mismas rocas grabadas se controlaba perfectamente la evolución de los animales en el pastizal, queda por aclarar cuál era la relación estricta de los pastores artistas, los pastores coetáneos y los posteriores con los grabados. En efecto, podemos suponer que la confección de un petroglifo, su enmienda, rectificación, enriquecimiento o acompañamiento de más motivos, asociados o no, portan una intencionalidad simbólica de corte religioso, tal como acabamos de indicar más arriba, muy probablemente relacionado con la idea de la fertilidad de los pastos, la tierra, etc. Cada vez que se grababa un nuevo motivo, o cuando se reavivaba, se debía estar renovando y/o enriqueciendo la idea original. Las asociaciones de más círculos realizadas sucesivamente, incluso mediante la jerarquización gráfica, además de cumplir la intencionalidad ahora razonada también implicaban la continuación de una tradición cultural, ligada a una determinada actividad económica. El ejemplo del Alto de Santo Antuiño nos pone sobre esta pista. En ese lugar sobraban rocas parecidas para la realización del óvalo original, pero se prefirió una roca 263

Fernández Pintos, J. (1993:122).

246 sobre la misma y peligrosa ruptura de pendiente de no muy cómodo trabajo precisamente. Presumiblemente, con posterioridad se le añadieron más motivos de menor entidad a base de sectores circulares irregulares; del mismo modo que al principio, había muchísima rocas más aptas para grabar, pero se prefirió continuar con las adiciones en un tramo del panel que suponía un elevado riesgo de pérdida de equilibrio y despeñe. Todas estas molestias, forzosamente tienen que ver con la misma ruptura de pendiente, desde donde se contempla el collado y la ladera situada enfrente. Se necesitaba disponer de esta panorámica, que no es precisamente tan dilatada, y allí se grabó un petroglifo vinculándolo por proximidad a su tramo de paisaje. Sin lugar a dudas, desde este punto priviliegiado se contemplaba la dinámica de la manada.

Fig. 126.- A Pedra dos Mouros (Mogor, Marín).

En conclusión, en el emplazamiento de los petroglifos priman razones de corte económico y no simbólico. Desde todos estos puntos elevados era fácil observar el ganado paciendo. Los petroglifos son el producto de la realización de esas tareas. La ejecución ritual sobreviene después de frecuentar el lugar y observar las rocas allí existentes, y ante una necesidad trascendental, de donde quizás no se deba excluir la realización de ritos de propiciación de la fertilidad de pastos y animales. Estos rituales no tenía por que ser necesariamente colectivos, sino iniciativas de cada artista, y a lo mejor, reducidos al mero hecho de grabar un nuevo motivo, o de reavivar, enmendar o complicar una combinación circular más antigua. Por lo menos el análisis artístico de algunos petroglifos (rectificaciones, adiciones, repicados, etc), parecen sugerir iniciativas individuales mejor que grupales. El aprovechamiento de los mamelones indica que la roca era a veces estudiada detenidamente, pues a menudo estas protuberancias están muy poco desarrolladas y a simple vista pasarían desapercibidas, lo cual nos indica asimismo que no solamente se conocía este detalle simbólico, sino que

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además se concurría con frecuencia al lugar. Incluso de hecho, la mera confección de una combinación circular de tamaño grande, digamos, de unos 70 cms. de diámetro con siete u ocho anillos, coviña central, y un surco de 40/5 no es tarea que se realice en un par de horas, y probablemente necesitase varios días para ser totalmente concluida, si la tarea era desarrollada por una sola persona. Nada nos asegura además, que un mismo motivo, por ejemplo una combinación circular de 7 anillos y coviña central, se facturase de una vez para siempre, y no de un modo paulatino, en días, meses o años sucesivos, trabajando un poco cada día. En algunos petroglifos hemos observado un rasgo que por su interés obliga a que nos detengamos en su descripción; nos estamos refiriendo de lo que hemos denominado rocas singulares. Son éstas en general grandes rocas que por sus dimensiones caracterizan con su presencia un paraje. No necesariamente tienen porque ser sobresalientes, de hecho, no siempre se ven a cierta distancia, a veces son simples lajas o como mucho rocas del tipo lomo de ballena, ni tampoco tienen porque estar emplazadas en lugares elevados a modo de oteaderos, pero eso sí, suelen ser solitarias, o al menos configurarse llamativamente por su desarrollada extensión de entre un roquedo fragmentado, o no tan atractivo. Estas grandes rocas parece como si fuesen más propicias para realizar en ellas petroglifos, actuando como un polo de atracción para futuros proyectos rupestres. Evidentemente se configuran en paneles únicos, pero tampoco excluye que en otras rocas próximas se hubieren realizado más petroglifos. Un buen ejemplo lo tenemos en el petroglifo de A Cruz do Penide264. Esta gran mole granítica redondeada, vista desde el S., es decir desde la Chan das Formigas destaca mucho en el entorno (figs. 105, nº. 8; 111, nº. 4; 116). No sólo sirve de punto elevado de visión privilegiada, sino que incluso domina y caracteriza con su espectacular gran masa el entorno. Los paneles no están precisamente en la cima del peñasco, sino en espacios laterales de diversa configuración. Otro ejemplo notable es el de A Pedra dos Mouros en Marín 265 (fig. 126). El entorno se configura en líneas generales del tipo LL, es decir en ladera, aunque con tramos de distinta inclinación. Se trata también de una gran mole de peñascos emergiendo en su ámbito local en forma piramidal, con unos 13 m. de diámetro, elevándose 2 m. por el SE., mientras por el O. alcanza los 3 m., y por el N. no sobresale más de 1 m. En realidad constituye el extremo S. de una gran superficie rocosa extendida hacia el NO por la ladera que de repente emerge por lo que desde su cima se controla perfectamente todo la ladera inmediata. Sin embargo, el mayor interés de esta roca es precisamente su rotunda y visible mole, la cual desde luego no pasa desapercibida, sobre todo si es vista desde las cotas más bajas. Pero para la insculturación del principal panel, no se eligieron los puntos más elevados del peñasco, sino principalmente una superficie inclinada y amplia, que es además por su amplitud el mejor lienzo de que se dispone en ese conglomerado rocoso, aún presentando una acusada sinuosidad. Otros paneles de especial consideración, son los petroglifos de la Coutada Pequena, también en el Maúxo, al cual le hemos dedicado un detallado estudio (115 y 264 265

Costas Goberna, F. J. (1985:102 y ss.). García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 78)

248 ss.; fig. 100, nº 1, pgn. 208), y A Pedra da Moura, también analizada parcialmente. Evidentemente, la ubicación de estos petroglifos no se puede ligar a razones estratégicas de control directo de las manadas de animales paciendo en el entorno, pues desde ellas no se obtiene una visión completa del paraje, pero por la contra, ofrecen lugares cómodos de estancia en medio de los pastizales. No se podrá seguir la evolución detallada de los animales paciendo por la zona, pero sus emplazamientos ofrecen un inmejorable espacio donde se pueda descansar. Evidentemente, en este tipo de incómodo terreno, cuando se habrá de permanecer mucho tiempo persiguiendo a los animales, la existencia de un lugar amplio y sólido, donde holgar brevemente no se debe descartar.

Fig. 127.- La Pedra da Moura (Coruxo, Vigo), vista desde el O. desde el Alto da Igrexa.

Hay además otro detalle que liga ambas estaciones. Si observamos detenidamente la ubicación topográfica del petroglifo de la Coutada Pequena del Maúxo (fig. 100, nº. 1, pgn. 208) comprobaremos que se sitúa en un plano levemente inclinado, casi tendente a plano. Hacia el O. la terraza está pavimentada con una elevada cantidad de lajas y peñascos. En el lugar donde se encuentra el petroglifo emergen varios peñascos más de forma irregular, los cuales entre todos configuran una elevación casi impercptible. De entre todas estas rocas destaca visualmente la que ostenta los grabados, como la mejor al ofrecer una superficie amplia y ligeramente inclinada. No es una roca que precisamente sobresalga en el área, siendo prácticamente difícil de identificarla desde lejos; tampoco es una piedra desde la que se controle visualmente un amplio espacio precisamente. Se sitúa en el extremo NE. de esta amplia terraza levemente inclinada que se resuelve en un área muy pedregosa en el reborde septentrional, con numerosas lajas y peñascos. Esta terraza se encuentra ceñida por naciente y norte por un arroyo. El petroglifo en cuestión fue grabado en una roca que desde numerosos puntos

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de vista pasa prácticamente desapercibida, sin embargo, destaca mucho si se ve desde el SE. y S., y es precisamente por este punto por donde se accede desde la chan al arroyo que baja de la Fonte do Sapo. Los usuarios de la gran chan del sur, si querían agua deberían dirigirse hacia este sector, y entonces la roca si se hace ostensiblemente visible.Es posible que este petroglifo guarde una relación funcional con el trasiego de pastores hacia la corriente de agua. La otra roca de interés en el mismo Maúxo es A Pedra da Moura (fig. 127; pgns. 108-112; figs. 49, 50 y 51; pgn. 197, fig. 93, nº.2). Este peñasco a pesar de sus grandes dimensiones no se percibe en el entorno a no ser desde un punto de vista más alto, concretamente desde el coto llamado Alto da Igrexa en cuya ladera SE. se encuentra, o bien desde las inmediaciones de la roca. Tampoco precisamente es una peña desde la que se pueda vigilar eficazmente el entorno. Sin embargo, cuando estamos junto a ella, apreciamos que entre grandes lajas emerge su forma alargada.redondeada y de grandes dimensiones. Sin lugar a dudas esta mole rocosa por sus enormes proporciones es muy llamativa, y obviamente caracteriza el entorno. Consta asimismo en las inmediaciones una antigua corriente de agua muy cercana, hoy en día subterránea pero de la que queda el cauce, así como una chan que más que un lugar plano es un descanso de menor inclinación en la pendiente. Lo curioso de esta área es que a 100 m. hacia el N. se encuentran unas dilatadas lajas, también muy aptas para insculturar, y que sin embargo tan sólo han recibido el interés de artistas rupestres modernos, que han dejado diseños de un vehículo de los años cuarenta, una capilla y un árbol266. Podríamos aún mencionar otras muchas estaciones donde rocas singulares además de caracterizar un lugar, están decoradas con petroglifos, pero creemos que con estos tres ejemplos se ha captado sobradamente la idea, que puede explicar por qué algunas rocas están decoradas ocupando lugares desde los que en realidad no se percibía un dilatado panorama. En estas dos últimas estaciones seguimos observando que la mayor magnitud de roquedos es proporcionalmente inverso a la cantidad de manifestaciones rupestres, pero asimismo no funcionan a modo de oteaderos. Sería absurdo creer que todos los petroglifos, para serlo, necesitasen participar de este rasgo. Simplemente hemos tomado los emplazamientos en lugares elevados para demostrar, conjuntamente con otras informaciones, la calidad de control visual de las áreas donde se enclavan. Una vez admitido que los petroglifos están ligados con el pastoreo, esta actividad en su modo tradicional de control de pequeñas manadas no se ciñe exclusivamente a situarse en un lugar elevado y desde allí vigilar a los animales. En efecto, las manadas no son grupos estáticos, sino muy dinámicos. El pastor elige el sitio donde pacer, pero los animales están en continuo movimiento. Un ejemplo práctico de esta cuestión la hemos estudiado participando en una labor de pastoreo hacia 1985 en un área cercana a Chandebrito (Nigrán). La tarea de pastoreo del hato, compuesto por una veintena de ovejas se describe en la figura 124. El pastizal se sitúa a no más de 400 m. del lugar de A Igrexa, que era de donde procedía el ganado, y a donde fue devuelto al caer la tarde. El ganado pacía en el fondo de una cuenca con alguna afloración rocosa, y por la que pasa un arroyo. Los animales a medida que pacían se iban moviendo, ora monte abajo por la pendiente, ora monte arriba por las laderas de los cotos. Aunque esta iniciativa del hato 266

CEM (1994:178).

250 no era negativa, se corre el peligro de perder el control del grupo, o de que se disperse y se pierda algún animal. El pastor se ubicaba en las laderas de los outeiriños situados hacia el E. y S. pero a escasa distancia del fondo de la cuenca, es decir, muy cercano al grupo. La posición del pastor no fue la misma durante toda la tarde, en función de la situación del rebaño, buscando pequeños peñascos donde estar sentado observando. Cada vez que algunos animales se dirigían hacia la ruptura de pendiente o ascendían por las laderas el pastor se aproximaba y cortaba el paso a los más adelantados obligándoles a retroceder al fondo de la cuenca.

Fig. 128.- Esquema de técnica de pastoreo tradicional en Chandebrito (Nigrán) hacia 1985.

Con este ejemplo etnográfico solamente queremos indicar que la actividad pastoril es mucho más compleja de lo que a simple vista podría suponerse, exigiendo además una permanente atención. Es por ello, que la ubicación del responsable de la manada debe encontrarse en un lugar elevado desde donde fácilmente divisar todo lo que acontece en el entorno. Los emplazamientos de petroglifos que no responden a posiciones del tipo SAO1, SAO2, SAC, LL, etc. tienen no obstante también su justificación dentro del mundo del pastoreo tal como hemos descrito en esto últimos párrafos. Es más, al indicar la condición de miradores de algunos emplazamientos de petroglifos, no se quiere con ello decir, que la vigilancia de los rebaños se llevase a cabo desde la misma roca donde se encuentre el petroglifo, sino también desde las cercanas más elevadas. Una vez abordado este tema es obligado volver sobre la hipótesis avanzada por J. Rey y A. de la Peña, según los cuales, los petroglifos se encontraban en lugares en los márgenes de los hábitats de los asentamientos, en puntos desconocidos para el conjunto social y ocultos en el paisaje. La gestión de estos petroglifos sería según estos autores,

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patrimonio de magos, chamanes, etc. y de su grupo de iniciados, pasando esta actividad completamente desapercibida para el resto del colectivo social. En los petroglifos se llevarían a cabo ritos y cultos secretos en torno a los grabados. Una de las bases en que se fundamentaba esta especulación, si es que merece ser llamada así, es que muchos petroglifos aparecen en lajas a ras de suelo, al resguardo de peñascos frecuentemente más grandes y muy prominentes, que sin embargo, o no presentan diseños, o son de menor entidad (como por ejemplo coviñas). Este tipo de emplazamiento de petroglifos lo hemos examinado en estaciones como A Tomada dos Pedros267 (Valadares, Vigo), As Requeixadas 1.1 (pgn. 77 y ss.; fig. 98, nº. 4 y 5, pgn. 206), A Chan do Rapadouro, el Outeiro do Preguntadouro 2, 3, 4, 5 y 7 (fig. 111), Socastro, Coutadas da Rabadeira, Pornedo, etc. Se trata por lo tanto de un tipo de ubicación muy difundido. Sin embargo, reconocer esta circunstancia para concluir que ello obedece a motivaciones rituales exige una fehaciente demostración que vaya más allá de la fantasía.

Fig. 129.- Hacia el centro de la imagen, la estación de A Fonte da Prata (Morgadáns, Gondomar) rodeada por un rebaño de cabras. Al fondo los picos del Galiñeiro (700 m. s. n. m.). Fotgrafía tomada desde el alto de un coto cercano.

En primer lugar, decir que estos petroglifos están ocultos en el paisaje por el mero hecho de haber sido confeccionados en rocas tipo laja, es completamente absurdo. Estas laxes muchas veces pertenecen a cotos coronados por peñascos, lugares en consecuencias prominentes que caracterizan topográficamente el espacio donde se yerguen, que dominan visualmente el entorno, y además, son visibles desde mucha distancia. De este tipo de petroglifos con emplazamientos SAC1 podemos mencionar en nuestra área los paneles de O Preguntadouro 1 (pgn. 55 y ss.; fig 93, nº. 8), Alto da Cañoteira (fig. 15, pgn. 47 y ss.; fig. 93, nº. 3, pgn. 201) y Alto da Bandeira (fig. 98, nº. 267

Fernández Pintos, J. (2012).

252 9) todos ellos en el Monte Maúxo, ya todos estudiados en páginas precedentes. Se le podrían añadir el Alto dos Corvos (Chandebrito, Nigrán)268, Castro Loureiro en Barro (143 y ss.; fig. 112, nº. 5, pgn. 225; pgn. 229), el de Eira do Ramos en Arbo269, el del Outeiro da Tartaruga en Combarro (Fig. 104, nº. 5)270, Pedra Cavada en Cháin (Gondomar), sin olvidar el espectacular del Coto da Braña (Fentáns, Cotobade) 271, por señalar los casos más claros que nos vienen en estos momentos a la mente. A éstos aún se le podrían sumar los localizados en pequeños afloramientos rocosos, a veces en rupturas de pendiente o en relación con otro tipo de terrenos, del que son una buena muestra las estaciones de Fonte da Prata272 en Gondomar (fig. 129), Outeiro Pantrigo (Morillas, Campolameiro), Os Abelaires (Aldán, Cangas), A Gándara 4 (Chaín, Gondomar), A Pedra dos Mouros (Mogor, Marín)273, o la de Gargamala 14 (fig. 124, pgn. 240), asi como algunos paneles integrados en la amplia estación del Outeiro dos Cogoludos (Moimenta, Campolameiro), como A Forneiriña 3, el Coto dos Cogoludos. Además habría que explicar, por qué algunos petroglifos aparecen en la cima de peñascos elevados como A de Rial (fig. 130, pgn. 251), Tomada do Xacove (pgns. 166 y ss.; fig. 108, nº. 3, pgn. 222), A Gándara 1 en Chaín (fig. 108, nº. 3, pgn. 221).. Pero en líneas generales la frecuente posición de los petroglifos en laderas relacionadas con una chan, o con otras laderas con intervisibilidad, reduce aquella hipótesis a un absurdo despropósito. No obstante la idea aún fue secundada, y en cierto modo enriquecida con aportaciones personales por otros investigadores con amplia bilbiografía en petroglifos como F. J. Costas Goberna y R. Fábregas tal como veremos más adelante. El desprecio de esas rocas elevadas a favor de las laxes podría estar perfectamente motivada por la valoración de la necesaria comodidad en la confección de los grabados, o por la presencia de mamilos sobre su superficie (véase Cap. 2). Hemos observado además que en numerosas estaciones donde los petroglifos ocupan lajas bajo la protección de elevados peñascos, estos ofrecen superficies generalmente no muy amplias ni tampoco regulares como para merecer la atención de aquellos artistas, a parte de ser incómodo el trabajo sobre ellos. Solamente cuando se graben coviñas, estas rocas altas serán debidamente apreciadas por su simbolismo. En segundo lugar, si topográficamente estos sitios no estaban de ningún modo ocultos en el paisaje, no vemos cuál sería la otra forma de ocultación en el entorno. Se podría recurrir a la estimación de la existencia de una profusa vegetación forestal en el entorno del petroglifo, pero este aspecto no es mencionado por aquellos autores, y además, las informaciones palinológicas de que disponemos para los milenios III y II cal. A. C. contradecirían o harían bastante difícil la admisión de esta posibilidad, sobre todo si no se dispone de un estudio en detalle del lugar de implantación de la estación (véase Cap. 9). En efecto, tal como tendremos la oportunidad de comprobar en el siguiente capítulo, durante este tiempo en líneas generales, el paisaje de las Rías Baixas 268

Costas Goberna, F. J. y Fernández Pintos, J. (1987b). Pérez Paredes, C. M. y Santos Estévez (1989:58) 270 Sartal Lorenzo, X. M. (2001:116). 271 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:55); Álvarez Núñez, A. (1987:107 y ss.) 272 Domínguez Pérez, M., Rodríguez Sobral, J. M. y Costs Goberna, F. J. (1992). 273 García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:73). 269

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ofrecía ya una acusada deforestación, o bien su cobertera arbórea era destruida por acción del fuego repetidamente, lo cual nos lleva a concebir paisajes relativamente abiertos, desprovistos de vegetación, incluso arbustiva, favoreceindo la aparición de praderas. Es por ello que suponemos que no sería la vegetación la barrera visual a la que se podrían acoger estos autores en defensa de us hipótesis.

Fig. 130.- El panel nº. 1 de la estación de A de Rial (Chandebrito, Nigrán) y detalles de superposiciones en la elaboración de los motivos.

254 Por último, nos parece bastante difícil que una comunidad con una economía diversificada (agricultura, ganadería, caza y recolección) como son las de la Prehistoria Reciente gallega pueda presentar un desconocimiento generalizado de algún punto de su hábitat, sobre todo si el pastoreo entra dentro de sus tareas. Las tareas de exploración y aprovechamiento de los recursos naturales de hábitats tan compartimentados como estos de las Rías Baixas, tal como nos demuestran los relatos etnográficos, conlleva un conocimiento preciso de todo el área, y difícilmente podría escaparse algún lugar al conocimiento general, por muy pequeño que fuese. La existencia de una vegetación abierta donde los bosques cada vez ocupan menos lugar, fundamentalmente a partir del III Milenio cal. A. C., no encaja tampoco bien con esta posibilidad. Pero ni siquiera la prueba del paralelo etnográfico chamánico, por muy burdo que pudiera ser, plantea una verdadera fuente de inspiración, a no ser que se quiera caer en un estrepitoso ridículo. Hasta donde nosotros sabemos respecto de la documentación etnográfica de pueblos primitivos actuales de África Ecuatorial o amerindios del Amazonas, estos lugares sagrados, cuando existen, están dedicados al ritual de iniciación de muchachos; más que secretos están acotados en medio de la selva, y su acceso está prohibido y no es secreto al resto de la comunidad. De todos modos, aplicar este paralelo a los petroglifos gallegos es toda una muestra de falta de rigor, de método desde luego, pero también de ausencia del sentido común. Sobre este tema aún volveremos más adelante (véase Cap. 9). Hay no obstante una estación que por su peculiar emplazamiento se escapa completamente a todo este planteamiento pastoril, y de cuyo estudio se podrían derivar consecuencias para la comprensión del emplazamiento de otros paneles. Nos referimos a la localizada en el Pico de Santa Trega, en A Guarda274 (Figs. 125 y 126; véase además la fig.104, pgn. 213). Sobre la ubicación e interés de los petroglifos del Monte de Santa Trega ya nos hemos ocupado más atrás (véase pgns. 212 y ss.). De todos ellos llama la atención el situado en el Pico de San Francisco, prominencia completamente rocosa que culmina el Monte de Santa Tegra. Se encuentra aquí en su máxima cota, con 344 m. sobre el nivel del mar, y desde el cual se puede contemplar una excelente panorámica por lo dilatado del territorio que se abarca. Por una parte, hacia el E. se contempla perfectamente todo el curso bajo del Río Miño, con los Montes de Torroso y el valle del Rosal a sus pies, y al otro lado del Miño, toda la ribera portuguesa bajo las serranías. Hacia el S., vemos además de la desembocadura del Miño, un poco del litoral portugués, y hacia poniente se abre el océano. El panel del Pico de San Francisco consiste en una pequeña figura ovalada de tres anillos y coviña central. Lo acompañan dos coviñas, una de las cuales se asocia a él mediante un pequeño trazo, así como algunas líneas. La forma ovalada del motivo principal tal vez sea la consecuencia de la adaptación parcial del grabado a una especie de mamilo alargado y estrecho que recorre la roca transversalmente. La superficie de la roca está ligeramente inclinada. La particularidad de este petroglifo reside en la roca elegida para realizar el trabajo por varias razones. Esta piedra, está en la cima de la elevación, pero no es la roca más cómoda para trabajar. No solamente no es que sea incómodo tallar un petroglifo en su superficie, sino además, sumamente peligroso. En 274

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:66). En el plano que ofrecen estos autores de este petroglifo (fig. 70), sobra el pequeño círculo de dos anillos. Se trata de una errónea hiperlectura.

255

efecto, es una roca que delimita la cima del coto, cumbre de una serie de enormes pedruscos que caen en picado no menos de una decena de metros. Esta zona inmediata debajo del Pico está en la actualidad muy alterada por las infraestructuras realizadas (carretera de acceso, museo, hotel, etc.), las cuales debieron implicar la voladura de una franja de roquedo, pero ello no impide valorar la situación extrema de aquella roca.

Fig. 131.- Emplazamiento del petroglifo del Pico de San Francisco en el Monte de Santa Trega (Camposancos, A Guarda) visto desde el Sur.

Curiosamente, los mejores peñascos están en la zona orientada hacia el océano; aquélla, aunque está viendo hacia el interior no está en absoluto menos protegida de las corrientes de viento, constantes e intensas en este punto, por lo que no puede ser éste el motivo de su elección. Otra cuestión es el acceso y viabilidad del sitio. Por el oeste, sur y este el terreno desciende en un plano inclinado acusadísimo, cercano a la verticalidad, por lo que el único acceso razonable está por el norte, donde se suceden una serie de pequeñas terrazas de carácter rocoso. A los pies del roquedo de este pico hay algunas construcciones castreñas, y algo más abajo la capilla de Santa Tegra, y a partir de aquí la superficie toma rápidas pendientes. A pesar de que esta ladera septentrional es la que acoge realmente el poblado castreño, las construcciones fueron asentadas en un sinfín de continuos pequeños aterrazamientos, practicados en una superficie de exagerada inclinación. Los petroglifos, los comenzamos a encontrar en cotas más bajas, como mucho hasta los 270 m. de altitud, y asociadas a espacios de menores declives, mucho menos pedregosos y con algunas plataformas un poco más amplias. El petroglifo del Pico de San Francisco no parece pues mantener una clara, estricta y directa relación con las supuestas actividades pastoriles que se pudieran documentar en la inmensa mayoría de los casos conocidos: ni el terreno inmediato sirve de mucho aprovechamiento pastoril, ni desde este punto se controlan espacios que

256 merezcan tal consideración. En consecuencia, independientemente de la función de control de rebaños que desde este punto se pudiera llevar a cabo, la talla del petroglifo en un lugar tan peculiar quizás debe estar motivado por otras causas. Para elegir como soporte de la manifestación artística una roca de trabajo incómodo y peligroso, o bien a esta piedra, y no a las inmediatas, se le otorgaba subjetivamente una característica especial quizás de carácter simbólico, o era su ubicación topográfica lo que importaba. Respecto al primer término, no apreciamos en aquella superficie nada que objetivamente la diferencie de otras y por otra parte le conceda un determinado atractivo, a no ser que esta supuesta particularidad sea de corte mítica o simbólica y privativa únicamente de ella. Otra posibilidad, a nuestro juicio más viable, la define el hecho de estar ubicada en la roca idónea desde donde se abarca visualmente un mayor horizonte, por definición terrestre, no oceánico. En este sentido, el petroglifo es ubicado en un punto de fácil vinculación simbólica con el paisaje, con el territorio, y no con el mar.

Fig. 132.- Detalle del petroglifo y de la panorámica vista desde el Pico de San Francisco en el Monte de Santa Trega (Camposancos, A Guarda). Al fondo el valle del Rosal y el Río Miño.

Este petroglifo del Pico de San Francisco nos recuerda la existencia de petroglifos en rupturas de pendiente, en bordes superiores de outeiros o en cimas de cotos desde donde se contemplan excelentes panorámicas. Lo único que diferencia al petroglifo guardés de los otros, es la exageración de su ubicación. Podrá estar de algún modo ligado con la realización de tareas de pastoreo en las laderas del monte como los demás, pero su insculturación en la cumbre rocosa, en un punto de difícil laboreo, parece sintomático de la elección de un emplazamiento con la intencionalidad de establecer una vinculación simbólica con la panorámica, con la territorio, acaso con la

257

Tierra. La tendencia a la vinculación con el entorno de las combinaciones circulares ya la venimos constatando desde hace años, cuando hemos descrito la existencia de surcos de salida que concluyen en el borde mismo de los planos de la roca, y cuya pretensión parece ser la de ligar la significación del petroglifo con el envoltorio ambiental de la roca. De todos modos este petroglifo del Pico de San Francisco es un unicum, pues ya en páginas anteriores hemos examinado sobre la nula proclividad al tallado de combinaciones circulares en cotos o picos de corte montañoso, o elevados en serranías. Hay sí no obstante una evidente tendencia a situarse los petroglifos en lugares elevados que controlan dilatados trechos de territorio, pero a nuestro juicio, ello se debe a la accidentalidad del terreno, el emplazamiento de muchos petroglifos en laderas de serranías, y la existencia de pastizales en los alrededores. En estos casos podemos decir que la elevada potencialidad visual es realmente un motivo secundario, más bien determinado por los condicionantes orográficos de la explotación económica en el área, que por razones simbólicas. De hecho numerosas estaciones disponen de una capacidad visual limitada a un pequeño valle. Ya se ha visto que es bastante común, pero a veces, desde eses puntos priviliegiados del paisaje no se percibe más que pequeñas chans interiores. Lo que tampoco podemos confundir al hablar de los petroglifos con emplazamiento en ruptura de pendiente es la localización rupestre con la geología, pues muchas veces no había otra opción, y además esas laderas suelen ser muy ricas en pastos. Además ya hemos indicado la negativa de los petroglifos a aparecer en cumbres serranas o montañosas prominentes; de ello se sigue, que el panel del Pico de San Francisco es una excepción que debe de ser tomada en su justa medida. 8.4. Conclusión: petroglifos, pastizales y pastoreo. En suma, los petroglifos están íntimamente ligados con las actividades de pastoreo de las comunidades que los confeccionaron. Los lugares donde se emplazan funcionan a modo de oteaderos desde donde eventualmente se controlaba a la manada y su evolución sobre el terreno, todo ello independientemente de su valor ritual y/o simbólico. Probablemente, dada su tendencia a ocupar puntos bajos de las laderas de la sierra, los asentamientos no debían distar mucho, y todo apunta a que se habían implantado en las inmediaciones de las actuales vegas agrícolas, explotándolas ya durante la formulación del ciclo artístico. Parece pues que estas sociedades mostraban al menos regularmente una cierta dependencia de la agricultura. Asimismo todo semeja apuntar a que los hatos no eran precisamente muy nutridos, y al margen de otro tipo de modos de pastoreo, no sería de extrañar que los animales se recogiesen al caer la tarde, en los mismos poblados, o instalaciones cercanas. Sería un tipo de pastoreo muy semejante al practicado en Galicia hasta no hace mucho y excelentemente descrito por los etnógrafos275. Dado que los petroglifos son la expresión de pastores pertenecientes a pequeñas comunidades, su expresión artística, forzosamente debe ser el reflejo de una concepción simbólica admitida y conocida por todo el grupo. La confección de las combinaciones 275

Lorenzo Fernández, X. (1979:294-298)

258 circulares y los petroglifos en los que se integran, parecen ser muchas veces la obra de iniciativas individuales sucesivas en la realización de los motivos, incluso de una misma figura. Su realización probablemente conllevase una actitud ritual, y su significación sea de corte religioso y tenga que ver con la propiciación de la fertilidad de tierras, pastos y animales en general.

259

9 ASPECTOS CRONOLÓGICOS Y CULTURALES DE LA TRADICIÓN RUPESTRE

Hablar de cronologías y cultura para los petroglifos gallegos exige la puesta en escena de un ingente conjunto de datos e indicios que nos permitan articular un discurso creíble. Por nuestra parte, estamos muy lejos de la facilidad con que algunos autores publican ensayos cronológicos en artículos de revistas, obviando informaciones supuestamente válidas y dando por ciertas ideas equivocadas sin apenas haberlas analizado. Por el momento, y dada la penuria informativa en la que nos movemos, en este capítulo se van a abordar todos los aspectos que desde un punto estrictamente arqueológico nos permiten configurar su cronología, con especial atención a las combinaciones circulares. Sobre la cronología de las coviñas ya nos hemos extendido sucficientemente más atrás (pgn. 159), y sobre los cuadrúpedos en un trabajo anterior276. Es por ello que primero se habrá de situar a las combinaciones circulares debidamente en relación con otros motivos (ciclos artísticos). A continuación examinaremos los jalones propiamente rupestres para establecer cronologías absolutas. Y por último una vez ubicados grosso modo en la escala temporal estudiaremos las implicaciones culturales de esa época para observar a los petroglifos desde la perspectiva cultural. Sin lugar a dudas se trata de un extenso excurso, pero a día de hoy se plantea totalmente necesario poner sobre la mesa todos aquellos recursos a nuestro alcance que sean suceptibles de informarnos sobre la ubicación temporal de las manifestaciones rupestres. Es por ello que en las siguientes páginas van a desfilar estudios pormenorizados sobre cronologías relativas al comparar categorías rupestres, para seguir con la aplicación de un ensayo de datación en función de los datos propiamente rupestres. Una vez situados cronológicamente grosso modo nos ocuparemos de las informacións paeloembientales y culturales obtenidas en los últimos años, para tratar de ver si es o no viable la propuesta cronnológica ensayada. Está por lo tanto muy lejos de nuestras intenciones la elaboración de una vaga hipótesis cronologíca en función de estimaciones, pálpitos o desiderati burdamente personales que por su subjetividad varían según pasan los años en función de nuevos modelos teóricos de comprensión del hecho arqueológico, o son distintas en virtud del autor que las exponga, o del departamento universitario o círculo de intereses o amistades en el que se inscriba el investigador. La datación habrá de ser únicamente la que se pueda establecer a partir de los datos que objetivamente suministre el estudio directo de los petroglifos, y la interpretación de las informaciones paleoambientales y arqueológicas relacionadas. Como se ha podido comprobar a lo largo de estas páginas este trabajo trata únicamente sobre las combinaciones circulares. Fue no obstante imposible hablar de ellas sin hacer alusión a los otros motivos del arte rupestre, sobre todo respecto de las 276

Fernández Pintos, J. (2013:72 y ss.)

260 coviñas; en los siguientes párrafos aún habremos de aludir a los cuadrúpedos y a las figuraciones de armas. Es inevitable que así haya sucedido, primero porque motivos muy distintos concurren con frecuencia en la configuración de paneles. Pero además porque todas las manifestaciones rupestres hacen referencia a un proceso histórico más amplio, el cual nos transmite una cultura rupestre que se manifiesta cíclicamente durante miles de años concretada en el recurso a las rocas graníticas para la realización de petroglifos. Sin embargo, a la cultura rupestre pertenecen también cruciformes y otros motivos tenidos por modernos, realizados en épocas históricas, y no obstante, apenas han recibido alguna que otra mención en estas páginas. Es muy difícil avanzar en el conocimiento del Arte Rupestre Gallego si no se tiene claro el concepto de cultura rupestre, entendiendo por tal una peculiar respuesta artística regional motivada por una actividad socioeconómica bien definida manifestada diacrónicamente. Podremos sentir predilección por unos motivos respecto de otros, pero todos son petroglifos. El hecho de que el estudio del Arte Rupestre haya estado siempre en manos de arqueólogos ha motivado el desinterés por los petroglifos modernos, dado que los prehistóricos son uno de los pocos testimonios que restan de aquellos pobladores primitivos, constituyendo un vehículo de inapreciable valor para el conocimiento de su cultura. Los de época histórica, por mucho que sepamos sobre ellos, no van a contribuir decisivamente en el discernimiento del estrato cultural o colectivo social responsable de su producción, pues para estas épocas contamos con abundante documentación escrita y arqueológica, y sus correspondientes análisis y síntesis. Y sin embargo son también petroglifos. Es por ello por lo que, aún no prestándole tanta atención como a los prehistóricos, han estado siempre en nuestra mente, y tenidos como un estupendo recurso comparativo a modo de paralelo para los más antiguos como respaldo de algunas hipótesis, sobre todo la locacional. En función de esta certidumbre, se podría decir que existen dos grandes ciclos de grabados rupestres, uno prehistórico y otro reciente. No obstante, previamente nada nos obliga a considerar que estos dos supuestos grandes ciclos no se subdividen en otras etapas artísticas. Es más, la subdivisión cultural entre prehistoria e historia de todos es sabido de su artificialidad, pues solamente se basa en la presencia de la escritura. Tampoco a nadie se le ocurriría a día de hoy explicar la Prehistoria como una única etapa cultural. Sin embargo, el estudio tradicional de los petroglifos, al menos en la inmensa mayoría de las publicaciones de las tres últimas décadas, se ha dejado orbitar, quizás inconscientemente, en torno a aquella división histórica. La falta de estudios rigurosos pero también la estrechez de miras de algunos investigadores ha facultado, exceptuando algunos casos, que el Arte Rupestre Gallego prehistórico se viese como un unicum cultural. Se ha dado por sentado con mucha facilidad que todos los grabados rupestres prehistóricos fueron, precisamente por eso, por ser prehistóricos, realizados coetáneamente. De ello daría prueba el que muchas veces apareciesen grabados en la misma roca: asociados se decía. Pero si en vez de círculos y cuadrúpedos, aparecían cruciformes, estos no, estos no estaban asociados; no son petroglifos, pues. Sencillamente estamos ante una conducta muy relajada en el estudio del Arte Rupestre Gallego, conducida equivocadamente como una tarea arqueológica muy fácil, llevada prácticamente sin método, con aplicación de marcos teóricos bibliográficos inadecuados, forzados o incoherentes, y a veces, mucha inventiva personal. En los últimos años hemos tristemente asistido al todo vale en los estudios de Arte Rupestre.

261

9.1. LA CONFIGURACIÓN DE LOS CICLOS ARTÍSTICOS. La consideración del Arte Rupestre Gallego articulado en varias etapas no es nuevo en nuestros estudios277. Pero tampoco es una novedad bibliográfica. De este modo ya lo entendía R. Sobrino Buhigas278, y más tarde así también lo valoraron los investigadores italianos E. Anati279 y C. Borgna280. Sin embargo, los trabajos de estos autores están supeditados a la aplicación irreflexiva de ideas hipotéticas obtenidas previamente, en el marco de construcciones teóricas de circulación frecuente en su época, bien generales, bien procedentes de otros dominios artísticos, lo cual les lleva a postular ciclos artísticos alterados, o con cronologías difíciles de asumir. Sin embargo, la noción de ciclo artístico se basaba en la diferenciación de motivos, los unos geométricos y otros figurativos, lo cual es no obstante un punto de partida aceptable. El error fue no tratar de explicar esa intuición a partir del estudio directo de los paneles rupestres. Más recientemente, también M. Santos Estévez ha ofrecido en trabajos sucesivos distintas estructuraciones cronológicas para los petroglifos gallegos, basados, bien en argumentos espúreos, bien en destempladas suposiciones a todas luces impracticables, que al contradecirse unas con otras, habla muy poco del rigor de este investigador en la elaboración de propuestas cronológicas. Realiza una estructuración de los petroglifos en etapas, pero la definición de estas fases en manos de este autor no se puede considerar de gran validez, primero por la vaguedad y a veces ingeniosamente abusrda selección de los informadores cronológicos, pero además por su constante modificación de criterios y cronologías, y el empleo de pintorescas ideas interpretativas, que por no bien fundamentadas, cambian con cada estudio, sin que por ello haya mejorado la información básica, lo cual le lleva a múltiples contradicciones, y a fin de cuentas, nos ofrece un panorama confuso. Volveremos más adelante sobre este tema. No obstante, la tendencia que se ha impuesto en la bibliografía más reciente, desde la publicación del trabajo de A. de la Peña y J. Rey en el año 1993, tanto a nivel divulgativo como más científico, es la existencia de una única fase de Arte Rupestre enclavada en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C., con una hipotética prolongación residual en los primeros siglos del II Milenio cal. A. C. Esta cronología venía a sustituir a la de A. de la Peña y J. M. Vázquez Varela281 de 1979. En este trabajo ya clásico, aún se admitían algunos motivos como tardíos (especialmente escenas de equitación y laberintos), pero en los más recientes trabajos de A. de la Peña este planteamiento fue abandonado totalmente. Es más, se recurrió al descrédito de la datación de las figuraciones tardías envejeciendo artificialmente su cronología. Es obligado decir que la articulación en fases que ofrecimos desde un primer momento en nuestros trabajos, fue zafiamente criticada hace ya algunos años por A. de la Peña282. Indica este autor que nuestro trabajo supone una nota discordante en los estudios rupestres, bordeando lo académico, dado que ofrecemos opiniones escasamente contrastadas, y elaboraciones pintorescas, apoyadas solamente en nuestra intuición. Está claro que A. de la Peña cuando confeccionó esta crítica no se había tomado la molestia de leer nuestros estudios, y solamente los conocía de oídas. 277

Fernández Pintos, J. (1989:a y b). Sobrino Buhigas, R. (1935). 279 Anati, E. (1968). 280 Borgna, C. G. (1973). 281 Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:100 y ss.). 282 Peña Santos, A. (1998:25). 278

262 Pretender derribar una construcción teórica realizada metódica y detalladamente con meros comentarios de claro carácter detractivo sin entrar en una discusión o debate de las ideas criticadas, y sin indicar dónde residen las contradicciones o errores habla muy pobremente del investigador que las emite. No pasan de la categoría de los burdos chismes. Minusvalorar el trabajo de un autor recurriendo zafiamente al menosprecio de su formación académica, lo cual, además de falso y torpe, es un acto inadmisible de ensoberbecimiento personal, que no será la única vez que A. de la Peña lo utilice, para desacreditar a sus colegas (enemigos, mejor dicho) en los estudios rupestres283. En muchas páginas del presente trabajo nos hemos y habremos aún de enfrentar con las hipótesis de A. de la Peña y de otros autores las cuales no compartimos, pero siempre hemos tenido y tendremos la prudencia de explicar prolijamente la razón de nuestro desacuerdo, sin necesidad de recurrir al grosero demérito profesional, ni a la imposición de la auctoritas de quien lo usa sin dar más explicaciones, porque es algo que no reconocemos en nadie. Dejando a un lado este triste lance, la formulación en ciclos del Arte Rupestre gallego se basa en la apreciación objetiva de tres tipos de regularidades fácilmente comprobables: - La diversidad morfológica. - La disparidad distributiva territorial. - La organización interna de los paneles. - Estratigrafía horizontal. - Superposiciones y adiciones. 9.1.1. La cuestión de las figuraciones de cuadrúpedos. 9.1.1.1. La diversidad morfológica. La Historia de Arte nos tiene acostumbrados a recordarnos que la mentalidad de cada época histórica promueve y sostiene iconografías o tratamientos iconográficos distintos. Motivos, temas y morfologías diversas se estratifican al compás de la dinámica histórica. En el Arte Rupestre Gallego se han distinguido varios temas, pero el mero hecho de que unos sean geométrico-abstractos y otros figurativo-simbólicos ya debiera ser causa suficiente para considerar, al menos como hipótesis de trabajo, el ordenamiento en etapas de la actividad rupestre. Así lo habían entendido R. Sobrino, E. Anati y C. G. Borgna. En el seno de los geométrico-abstractos cabe distinguir entre coviñas y combinaciones circulares, mientras entre los figurativo-simbólicos encontramos cuadrúpedos y armas. Los motivos de estos cuatro grandes grupos pueden coincidir en un mismo panel, y de hecho así lo vemos con frecuencia. Sin embargo, es también usual que cada uno de esos cuatro motivos integren petroglifos monotemáticos donde concursan uno de ellos, o bien el predominio de uno es tan grande que convierte a los otros en meras presencias anecdóticas. Como paradigma clásico se pueden citar los 283

Costas Goberna, F. J., Fábregas Valcarce, R., Guitián Cstromil, J., Guitián Rivera, X. y Peña Santos, A. (2006).

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petroglifos de O Caeiro en Poio, donde encontramos la Pedra Grande de Montecelo (combinaciones circulares) y A Laxe das Lebres (cuadrúpedos prioritariamente. a excepción de algúnos círculos pequeños), separados tan sólo un centenar de metros284. Pero además el tema iconográfico no se agota con la identificación de los distintos motivos, sino que cada uno de éstos ofrece una tendencia a figurar en soportes pétreos de distinta naturaleza285. Así ya hemos tenido la oportunidad de examinar como para la confección de muchas combinaciones circulares se ha optado por las prominencias mamelonares (infra cap 3, pgn. 45 y ss.), mientras en las coviñas hay abundancia de casos de insculturación en la cima de peñascos (infra cap. 7, pgn. 171 y ss.), y por último en armas y cuadrúpedos se aprecian muchos casos del uso de paneles de acusada verticalidad (fig. 140). Esta palpable variabilidad iconográfica podría ser signo de disparidad cronológica, pero a falta de otros datos también sería factible entenderla como fruto de una diversidad de tradiciones coetáneas. Más difícil será concebirla como el resultado de una diversa especialización funcional, precisamente a causa de las abundantes coincidencias en un mismo panel. Los procesos de coincidencia y emulación también se han de considerar; ya hemos examinado la dinámica interna que afecta a las combinaciones circulares; no sabemos si algo parecido habrá sucedido con coviñas, cuadrúpedos y armas, pero todo apunta a que se puede considerar afirmativamente esta cuestión. De todos modos si admitimos la coetaneidad de todos estos motivos, tal como se viene argumentando en la mayoría de los estudios modernos, nos vemos obligados a especificar en qué momento del desarrollo del ciclo de las combinaciones circulares adscribiremos las coincidencias. En efecto, en los capítulos precedentes hemos visto como los actuales petroglifos de combinaciones circulares, no son el fruto de una planificación previamente concebida de una determinada distribución de motivos en la roca, sino el resultado de una sucesión de adiciones, cuya proyección en el tiempo pudiera ser muy prolongada. La concepción de los ciclos de un modo estático facilita la labor de hablar de sincronicidad para todos los motivos, pero cuando hemos identificado cuál es la dinámica iconográfica interna de las combinaciones circulares, y en ella no observamos la participación de otros motivos, esta hipótesis se muestra ya en cierto modo un tanto problemática. No obstante, planteadas así las cosas, aun considerando su viabilidad, el servicio de esta conjetura sigue siendo insuficiente, dado que nos continuamos moviendo en un marco teórico cuya validez habrá de ser comprobada tácitamente de otro modo. En efecto, si es verdad que existió una sucesión de fases, se habrá de determinar qué motivos son más antiguos y cuáles más recientes, y además concretar por qué no sirve como solución la hipótesis de una diferente funcionalidad para explicar esa disparidad morfológica, idea que tampoco debe ser descartada sin un análisis más pormenorizado. Este aspecto quedará aclarado en los siguientes epígrafes. 9.1.1.2. La disparidad distributiva territorial. En el mapa de distribución de los petroglifos de combinaciones circulares en Galicia se observa una amplia difusión territorial de estos motivos (fig. 2, pgn. 14). Sin embargo, si lo comparamos con uno donde se mostrase la incidencia geográfica de los 284 285

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:91 y ss.) Fernández Pintos, J. (1993:fig. 3).

264 petroglifos de cuadrúpedos, apreciaríamos una notable diferencia. Los cuadrúpedos son razonablemente profusos en el área de Campolameiro286 y constan también con una cierta abundancia en distintas áreas de las Rías Altas287; proliferan asimismo en la zona de Tourón (Cotobade)288. Fuera de estas áreas, las figuraciones de cuadrúpedos escasean. Incluso en Cotobade, que está al otro lado del valle del Lérez, contigua a Campo Lameiro son motivos minoritarios. Paradigmático es el caso del monte Maúxo, donde sólo hay tres representaciones, frente a los casi 180 círculos computados289. La situación no sería mejor si valoramos los respectivos porcentajes del Sur de la Ría de Vigo, o de la Península del Morrazo. Otra área de cierta presencia de cuadrúpedos es la costa meridional de Galicia desde Baiona hasta A Guardia, pero exceptuando el grandioso panel del Outeiro dos Lameiros en todo el SO. de Pontevedra290 constan casi la misma cantidad de cuadrúpedos que en el entorno de la Chan da Valboa de Fentáns291 adscrita al área de Campolameiro. Este dato nos da una idea de la distinta densidad de figuraciones de una comarca a otra. Pero incluso dentro del mundo de los cuadrúpedos hay notables diferencias locales a nivel morfológico. Solamente en la zona de Campolameiro son prioritariamente de figuración dinámica. En el resto de las áreas mencionadas predomina indiscutiblemente la iconografía estática, siendo lo dinámico excepcional, hecho que ya se aprecia en la referida área de Cotobade, contigua de Campo Lameiro. En el litoral SO. de Galicia abunda el esquematismo, así como una tendencia a la representación de équidos, a diferencia de lo que ocurría en las otras comarcas donde sin llegar a ser mayoría, los cérvidos machos adultos son el tipo de animal más representativo292. Respecto de las coviñas, sucede algo parecido. Por ejemplo sabemos que son muy abundantes en el Sur de la Ría de Vigo, dado que conocemos más de un centenar de paneles donde figuran como motivo único. Elevada presencia de coviñas también se observa en la zona de Arbo y Crecente a orillas del Miño293. También son muy abundantes en la Galicia Oriental294. De hecho recientemente se están sacando a la luz numerosos petroglifos de únicamente de coviñas en la zona NE. de Ourense, sin que consten otro tipo de figuraciones. Son también un tema muy frecuente en la costa meridional de Galicia. Los petroglifos de armas constituyen una categoría mucho más limitada cuantitativamente, reduciéndose a no más de 40 paneles en total. Aunque hay zonas de mayor concentración como en la Serra do Galiñeiro en Gondomar o en Campolameiro, en realidad surgen muy dispersas territorialmente en áreas donde abundan los otros tipos de grabados. 286

En la designación del área de Campo Lameiro incluimos la zona de Fentáns, que administrativamente pertenece al municipio de Cotobade, pero la contundente separación geográfica marcada por el Valle del Lérez lo hace una prolongación natural de Campo Lameiro. 287 Novoa Álvarez, P., Costs Goberna, F. J.e Hidalgo Cuñarro, J. M. (1999); Rodríguez Rellán, Fábregas Valcarce, R., Eiroa Pose, A., Rodríguez Álvarez, E. y Gorgoso López, L. (2010); Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012). 288 Peña Santos, A. (1987c). 289 Costas Goberna, B. y Groba González, X. (1994). 290 Peña Santos, A., Novoa Álvarez, P., Martínez do Tamuxe, X. y Costas Goberna, F. J. (1997) 291 Álvarez Núñez, A. (1986). 292 Fernández Pintos, J. (1993:120). 293 Santos Estévez, M. y Pérez Paredes, C. (1989). 294 González Aguiar, B. (2011).

265

Esta diferencia en la distribución territorial de las distintas categorías iconográficas rupestres es difícil de conciliar con la idea de un uso sincrónico de todos ellas, por lo menos en lo que respecta a combinaciones circulares, coviñas y cuadrúpedos. No acabamos de encontrar una razón coherente que explique el por qué los cuadrúpedos son un motivo raro en el sur de Galicia, cuando las combinaciones circulares están tan presentes en casi todas las zonas. Se supone que cuando un estilo artístico posee unos componentes iconográficos determinados estos surgen en sus manifestaciones artísticas de un modo porcentualmente coherente. Pero en el Arte Rupestre Gallego las cosas no suceden de este modo. No sólo existe una acusada diversidad iconográfica (geométrico-abstractos frente a figurativosimbólicos), sino además una distinta e irregular distribución territorial de los motivos. Lo común y más representativo son las combinaciones circulares, y éstas en algunas zonas están acompañadas por petroglifos de coviñas o de cuadrúpedos. Pero incluso cuando éstos surgen, no es difícil ver la ya comentada tendencia a configurar paneles monotemáticos sin participación de los otros motivos. 9.1.1.3. La configuración interna de los paneles. Rigurosamente, ni la diversidad morfológica de los distintos motivos ni la dispar distribución territorial, ni ambas a la vez, disponen de entidad suficiente para formular la articulación en etapas artísticas estratificadas para el Arte Rupestre Gallego. Esta hipótesis surge con vigor cuando ambos conceptos se aplican a los petroglifos donde coinciden varios de estos motivos. Por ejemplo, la posterioridad de las coviñas respecto de las combinaciones circulares es una circunstancia ya completamente indiscutible (cap.7, pgn. 155 y ss.): la elevada cantidad de superposiciones no puede ser explicada de otro modo. Más complejo es el tema de las combinaciones circulares y los cuadrúpedos. En numerosos petroglifos se observa que el centro del panel, que suele coincidir con el lugar operativo preferente de la roca, es decir, el plano de la superficie más atractiva por su idoneidad para grabar, está ocupado por las combinaciones circulares, mientras los cuadrúpedos se disponen periféricamente a este centro de círculos ocupando los espacios dejados por la insculturación de aquéllos, o bien en planos marginales de la roca. Son ejemplos típicos de esta clase de paneles los célebres nº. 21 del Outeiro do Lombo da Costa (Sacos, Cotobade)295 o A Laxe das Coutadas (Viascón, Cotobade)296. Esta estratigrafía horizontal se puede descubrir en otros muchos paneles. Forzosamente, véase como se quiera, pero los cuadrúpedos constituyen siempre una segunda etapa en la configuración de estos paneles. Esta circunstancia se aprecia también en el gran panel del Outeiro dos Cogoludos (fig. 133), que vamos a analizar someramente a modo ilustrativo, y del cual ya nos hemos ocupado al estudiar la topografía de la estación (fig. 119,1; pag. 234). Vemos que se trata de un panel de desarrollo horizontal a favor de la forma de la roca, la cual mantiene una ligera pendiente hacia el S., además de constar dividida por multitud de diaclasas. Se aprecia una serie de grandes combinaciones circulares grabadas con surcos notablemente anchos y profundos, a excepción del reticulado del sector N. logrado con un trazado más tenue. Rodeando este núcleo central de combinaciones circulares observamos la existencia de numerosos cuadrúpedos, algunos incluso manifiestamente asociados a aquellas combinaciones circulares, pero 295 296

García Alén y Peña Santos, A. (1980:fig. 53). Peña Santos, A. (2005:52)

266 obtenidos con un surco tan débil que son bastante costosos de reconocer a simple vista, a excepción de los dos ciervos machos adultos del sector O., que además de ser los más fácilmente identificables a simple vista, son también los mejor elaborados, y los más grandes. Las combinaciones circulares merced a su contundente tallado, son visibles perfectamente a cualquier hora del día, pero los animales que rodean el conjunto de círculos del sector E., hasta difícilmente se pueden detallar con luz solar rasante. De ello se sigue además una diferencia técnica en la ejecución de los grabados. Esta circunstancia se manifiesta incluso en los casos de círculos que muestran asociados parte del cuerpo de animales, como entrando o saliendo de ellos. La disposición periférica de las figuraciones de cuadrúpedos con respecto a un núcleo central de combinaciones circulares es posible examinarla en un número abundante de paneles. Se llegó a sugerir que esta disposición era más bien una conducta ritual, mediante la cual, iconográficamente los animales se disponían en torno a las combinaciones circulares. Sin embargo, las representaciones de cuadrúpedos no se disponen exactamente alrededor de los círculos; es esta una manera de hablar que no se debe tomar literalmente, pero de la que se ha hecho abstracción teórica. Para conducirnos con mayor propiedad habría que decir que los animales fueron grabados en posiciones periféricas y/o marginales de los paneles dejadas en las superficies de las rocas tras haberse insculpido combinaciones circulares. Y en efecto, esta circunstancia se puede comprobar estudiando detenidamente paneles como el famoso de A Laxe das Rodas (Sacos, Cotobade)297 donde observamos como los animales se concentran mejor en una esquina de la roca, y después aislados por huecos entre círculos. También en este petroglifo nos encontramos con combinaciones circulares de gran tamaño y profundamente cinzeladas. Un detalle que observamos en A Laxe das Rodas y en el ya citado del Outeiro do Cogoludo (fig. 133), es la desproporción existente entre las dimensiones de los grandes círculos y los pequeños cuadrúpedos, que curiosamente no se produce en otros paneles, como por ejemplo, en la cercana Laxe dos Cebros (fig. 135 y 136), con representaciones más grandes. La existencia en el ciclo de los cuadrúpedos de animales muy grandes (fig. 134), grandes (fig. 135) y pequeños (fig. 133), habrá de ser tenida muy en cuenta a la hora de evaluar estas concurrencias con combinaciones circulares en un mismo panel o constituyendo petroglifos monocolores, pues acaso puedan ser susceptibles de ser traducidos en un proceso evolutivo. Si a esta generalizada disparidad de técnicas de ejecución práctica de los animales se suma su disposición periférica, todo ello nos conduce únicamente a verlos como una adición posterior. El tipo de asociación mediante el cual el cuerpo del animal queda medio sumergido dentro de la combinación circular es conocido en otras estaciones como los paneles nº. 8 de A Chan da Lagoa (Montes, Campo Lameiro)298 y en una de las asociaciones de la famosa Pedra da Beillosa (Fragas, Campo Lameiro)299 y no por ello estamos obligados a considerarlos contemporáneos, pues en varios de estos casos mencionados, la disparidad de las calidades de los surcos es tan acusada que difícilmente permite pensar de otro modo, al revelarnos técnicas de ejecución muy diferentes.

297

García Alén, A. y Peña Santos, A. (198.fig. 53). Álvarez Núñez, A. y Velasco Souto, C. (1979). 299 Peña Santos, A. (1976:107 y fig. 3a). 298

267

Fig. 133.- Petroglifo del Outeiro do Cogoludo (Moimenta, Campo Lameiro).

268

Fig. 134.- A Laxe dos Carballos (Moimenta, Campo Lameiro). Detalle de dos superposiciones.

Otro interesante panel es el de A Laxe dos Carballos (Moimenta, Campo Lameiro)300. En este panel (fig. 134) fueron tallados una elevada cantidad de cuadrúpedos, de los cuales algunos son de enorme tamaño. En el sctor NO. vemos un gran cuadrúpedo asociado a una pequeña combinación circular (fig 134, A). Esta 300

Peña Santos, A. (1985b).

269 combinación circular es a todas luces posterior a la insculturación del animal, pues sus anillos e incluso el surco de salida están tallados sobre el trazo que define el lomo del cérvido. En el sector SO. encontramos un cérvido de tamaño natural con proyectiles clavados sobre su lomo. En el tallado del hocico se destruyeron parcialmente parte de los surcos externos de una combinación circular próxima de grabado más somero (fig. 134, B). En este caso estamos ante una clara precedencia de las combinaciones circulares respecto al cuadrúpedo. La Laxe dos Carballos nos indica que aún simultáneamente o con posterioridad a la insculturación de los cuadrúpedos se grababan combinaciones circulares. Un ejemplo clásico es el de la Laxe dos Cebros en Fentáns (Cotobade)301. Se trata de una roca aplanada sensiblemente inclinada hacia el E. donde hemos computado hasta 12 círculos y 8 cuadrúpedos, tres de ellos claramente cérvidos adultos en época de celo, y otros 5, de carácter indefinido, de entre los cuales destaca uno con larga cola. En este panel (fig. 135, A, y fig. 136) el centro está ocupado por una figura circular, de trazado vago, de aspecto pseudolaberíntico, débilmente tallada, rodeada por la figuración de cuatro cuadrúpedos, todos ellos morfológicamente muy parecidos. Tres de esos animales superponen ligeramente el extremo de candiles de la cuerna o de las patas delanteras sobre el anillo exterior de esta combinación circular y líneas relacionadas. Asociada mediante líneas con esta combinación circular encontramos otra combinación circular, también de trazado pseudolaberíntico, profundamente grabada, y que parece integrar una adición al pseudolaberinto central. Otro cuadrúpedo lo vemos asociado a varias combinaciones circulares en el sector central de este panel (Fig. 135, C). En las proximidades del círculo nº. 1 y el animal nº. 2 se produce una indefinición de surcos, no pudiéndose apreciar claramente el modo de conexión de ambos motivos (fig. 136). Este punto de confluencia se define por una especie de leve depresión, que a nuestro modo de ver es el testimonio de un antiguo desconchado de la superficie que afectó al trazado de los surcos, o también los efectos de una insculturación descuidada en ese sitio. Parece seguro que los cuartos traseros del animal nº. 2 se superponen a los anillos del círculo nº. 1. No obstante tras la realización de este cuadrúpedo aún se produjeron más adiciones. Así el arco de tres líneas concéntricas nº. 3 asocia ambos motivos indiscutiblemente; y aún a estos arcos se asocian mediante surcos de salida más círculos. Asimismo, delante del mismo cuadrúpedo consta otra pequeña combinación circular (nº. 4) cuyo surco de salida en su recorrido siluetea la forma delantera del animal. Y ya por último, el círculo nº 5 al parecer es también posterior al cuadrúpedo, intentado prolongar sus cuatro patas a modo de anillos. En este complejo panel de A Laxe dos Cervos se manifiesta claramente algo que ya se sabía: que en algunos paneles se labraron combinaciones circulares manifiestamente más antiguas cronológicamente, pero independientemente de ello, también se facturaron otras contemporáneas o posteriores a los cuadrúpedos. No obstante, esta incontestable evidencia no invalida de ningún modo la idea de la posterioridad de los cuadrúpedos respecto a las combinaciones circulares. Sería absurdo discutir sobre esta segura estratificación según se dedujo de la disposición periférica en los paneles de los animales respecto de los círculos, respaldada por numerosos ejemplos de incontestable claridad, tal como hemos venido examinando en páginas anteriores. Las causas de esta notable concurrencia en la Laxe dos Cebros no es muy difícil de 301

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:60).; Álvarez Núñez, A. (1986:122).

270 explicar, aunque reconocemos la urgencia de un estudio detallado del ciclo de los cuadrúpedos en Campo Lameiro, para aclarar definitivamente esta cuestión.

Fig. 135.- A Laxe dos Cebros (Fentáns, Cotobade)

271

Fig. 136.- A Laxe das Lebres (Fentáns, Cotobade). Aspecto general del sector NO., y detalle del punto de conjunción de los diseños nº 1, 2 y 3.

272 Acabamos no obstante de observar casos evidentes de asociación, y posterioridad de algunos círculos respecto de los animales. Sin embargo en la comprensión de esta dinámica se habrán de destacar dos tipos de hechos. Primero, que la inmensa mayoría de asociaciones de círculos y cuadrúpedos proceden del núcleo rupestre de Campo Lameiro; fuera de este enclave, se reducen notablemente tanto los casos de representación de animales como los ejemplos de vinculación gráfica entre animales y círculos. Podremos en consecuencia concluir que es éste un fenómeno típico de Campo Lameiro. En esgundo lugar, la manifiesta asociación diacrónica de estas asociaciones en las cuales los cudrúpedos son más recientes, tal como hemos visto en el gran panel del Outeiro dos Cogoludos, nos pone en sobreaviso de que los nuevos motivos zoomórficos buscan la asociación con los antiguos círculos. Estaríamos ante un caso de concurrencia y emulación gestual, tal como describimos en los capítulos precedentes, mediante el cual no solamente comparten panel, sino incluso en algunos casos buscan asociarse. De ello se sigue que paralelamente a la insculturación de cuadrúpedos se estuvieron gravando círculos, continuando una tradición anterior, pero creemos que esta conducta es ya marginal, y que el momento álgido de la insculturación de las combinaciones circulares, sobre todo en sus formulaciones más complejas había ya quedado muy atrás. Estos casos de asociación de círculos y cuadrúpedos, que insistimos son muy limitados, no nos debe hacer suponer que se trate de tendencias artísticas estrictamente contemporáneas. Es ya muy posible que la significación otorgada entonces a estas últimas combinaciones circulares sea un simple recuerdo de las más antiguas. De todos modos se necesita un estudio detallado de este tema para aclarar con mayor contundencia lo que aquí esbozamos. La actitud de la investigación respecto de esta dinámica fue bastante dispar. A. de la Peña le dedicó un trabajo específico, donde no dejó cerrada ninguna hipótesis302. Pero en los numerosos subsiguientes estudios, comenzando por la obra clásica de 1979 de este autor compartida con J M. Vázquez Varela, y acabando por la realizada en colaboración posterior en 1993 con J. Rey, no se deja margen a la posibilidad diacrónica. Otros investigadores no contradicen esta postura. Mientras, recientemente M. Santos Estévez, nos habla de una larguísima pervivencia de las combionaciones circulares, las cuales provenientes de la primera mitad del III Milenio cal. A. C. alcanzan la primera mitad del I Milenio A. C., que será según este autor la época en que se realizarán todos los cuadrúpedos, periodización que ya tendremos ocasión de examinar, probablemente no debamos aceptar (pag. 286 y ss.). Los investigadores partidarios de la sincronicidad de cuadrúpedos y combinaciones circulares interpretan la perificidad de los cuadrúpedos respecto de los círculos como un disposición intencionada en función de claves simbólicas de los petroglifos. Pero olvidan que dado un mismo petroglifo, tanto sus combinaciones circulares por una parte, como los cuadrúpedos por otra, generalmente son producto de una sucesión de nuevas incorporaciones prolongadas durante mucho tiempo, y por lo tanto insculturaciones inconexas, y en consecuencia nunca planificadas previamente. Suponer que un petroglifo como el ahora estudiado del Outeiro dos Cogoludos, o el de A Laxe das

302

Peñz Santos, A. (1976)

273 Rodas (Sacos, Cotobade)303, A Laxe das Coutadas (Viascón, Cotobade)304 u Os Soutiños (Montes, Campo Lameiro)305 han sido realizados intencionadamente disponiendo en el centro del panel a las combinaciones circulares y en la periferia a los cuadrúpedos, constituye sin lugar a dudas una proposición iconográfica escasamente reflexionada al realizarse de espaldas a la realidad. Los casos de asociaciones ahora descritas son realmente excepcionales, afectando a un número muy limitado de cuadrúpedos y a una cantidad ínfima de combinaciones circulares. Pero incluso hemos observado que algunas de estas asociaciones estaban realizadas por elementos diacrónicos, tal como delataba la distinta calidad de los surcos. Los ejemplos de asociaciones donde ambos elementos son presumiblemente coetáneos son realmente unas pocas, no más de tres o cuatro, y los casos de posterioridad de los círculos que conozcamos no son más de dos. Todo ello supone sin lugar a dudas un bagaje muy corto, y por lo tanto excepcional. Pero además, esta problemática solamente la encontramos fundamentalmente en petroglifos de Campolameiro, siendo ya muy rara fuera de esta zona, entre otros motivos, porque evidentemente abundan las combinaciones circulares y escaseas los cuadrúpedos. No obstante, nada tiene de raro que un ciclo determinado asimile motivos iconográficos precedentes, pero reformule su valoración significativa. La disposición periférica de los cuadrúpedos respecto de las combinaciones circulares nos están indicando que los motivos antiguos se conocían y se valoraban positivamente. Podrían constituir un estímulo para la adición de nuevos grabados, figurativos ahora, en virtud de un proceso de concurrencia y emulación gestual. No es por lo tanto extraño que se realizasen algunos petroglifos imitando las formas de los ancestros, asumiendo su legado artístico, también en cierto modo su iconografía, pero acaso con una nueva significación. A la vista de estas pruebas, asunto de muy distinta índole sería el tratar de argumentar que ambos ciclos, combinaciones circulares y cuadrúpedos se sucedan uno tras otro, en razón de esa tendencia a la coincidencia en un mismo panel y las asociaciones diacrónicas o coetáneas comentadas. Es aún demasiado pronto para abordar este asunto satisfactoriamente pero algunas directrices se pueden ya marcar. El paso de un arte geométrico-abstracto a otro figurativo-simbólico, aún considerado dentro de una misma cultura rupestre, sin lugar a dudas delata una profunda fisura cultural. Ya hemos visto que el mundo de las combinaciones circulares no era tan estático como se suponía, dado que en la conformación de los paneles se observa una dinámica evolutiva que parece señalar un agotamiento progresivo de la energía creadora manifestada en sus últimas insculturaciones por pequeños círculos. Es posible que de un modo marginal e inercial todavía se realizasen algunas combinaciones más, pero el rotundo cambio iconográfico sugiere la irrupción de una nueva formulación cultural. 9.1.2. Las representaciones de armas. Uno de los motivos más apreciados por la investigación rupestre son las representaciones de armas. En efecto, la identificación de estos motivos y su correlación con artefactos reales bien datados supone un inestimable dato cronológico. Sin embargo ya desde hace tiempo se vienen advirtiendo problemas de gran envergadura en esta posibilidad. En un estudio antiguo ya habíamos indicado que los petroglifos de armas 303

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:fig. 53) Peña Santos, A. (2005:52). 305 Peña Santos, A. (2005:54). 304

274 podrían estar sujetos a convenciones distorsionantes306. Por ejemplo, las alabardas rupestres no presentaban una ratio correlativa con las medidas de la hoja de las tipo Carrapatas307, las típicas del NO. peninsular, idea que fue tenida en cuenta por otros autores308. En la misma línea incide B. Comendador Rey309 cuando indica que los petroglifos de armas, parecen más bien la representación de una idea que no el reflejo de modelos reales, hipótesis a nuestro juicio muy válida, aunque quizás habría de ser matizada. La posible identificación de los modelos representados y su cronología lo dejaremos para un estudio futuro, centrándonos ahora en su análisis desde un punto de vista iconográfico. Los petroglifos de armas son un motivo muy minoritario del Arte Rupestre Gallego, tanto si tomamos la cantidad de armas representadas como el número de paneles disponibles. Dejando a un lado las figuraciones de proyectiles que aparecen clavados en los lomos de cuadrúpedos o manejadas por antropomorfos, nos encontramos con puñales, alabardas y espadas cortas. En algunos de estos paneles constan además unas figuras trapezoidales denominadas convencionalmente escutiformes que también pueden integrar paneles independientes (Os Mogüelos, Hío, Cangas)310, los cuales parecen remitir a un artefacto real, pero por el momento no identificado. No solamente son escasos los petroglifos con armas, sino que también están muy dispersos geográficamente. Esta circunstancia plantea su relación con los otros motivos rupestres, combinaciones circulares y cuadrúpedos, a causa también de su tendencia a la exclusividad de los paneles311. Recientemente M. Santos sugiere una posterioridad de los petroglifos de armas respecto a las más antiguas combinaciones circulares, debido a esa acusada exclusión312. Desde luego hay argumentos teóricos que apoyan la pertenencia a épocas distintas de los grabados de armas como por ejemplo, el que las combinaciones circulares integren un arte simbólico, mientras que las armas son de corte naturalista. Algo semejante ocurriría también con las figuraciones de los cuadrúpedos, tal como hemos tenido oportunidad de examinar en el epígrafe anterior. Ciertamente las coincidencias de armas y combinaciones circulares son muy escasas y no muy significativas, pero contamos con casos que permiten arrojar alguna luz sobre el tema. En primer lugar, la exclusividad gráfica de este tipo de petroglifos a la hora de integrar paneles no es absoluta, pero sí muy acusada. Tal vez simplemente deba de ser entendida en el marco de los procesos comunes al Arte Rupestre Gallego, de concurrencia y emulación. Incluso no pocas veces puede hablarse de jerarquización gráfica en los mismos petroglifos de armas. Es por ello, que concebir las representaciones de armas como copias fidedignas de artefactos metálicos o la representación de panoplias es una descuidada exageración. Los artistas se inspiraban en 306

Fernández Pintos, J. (1993:121). Bartholo, Mª. L. (1959). 308 Santos Estévez, M. (1999:104). 309 Comendador Rey, B. (1997:116). 310 Costa Iglesias, A., Fariña Busto, F., García Alén, A., Peña Santos, A. y Suárez Mariño, J. (1976). 311 Fernández Pintos, J. (1993:121). 312 Santos Estévez, M. (2012:223). 307

275 modelos que habían visto, pero no era siempre su intención realizar copias exactas, sino solamente el de reflejar un tema iconográfico. El problema es si consideramos estos paneles de armas contemporáneos a otro tipo de grabados, particularmente a las combinaciones circulares, o si los entendemos como insculturaciones independientes, tal vez espontáneas, porque desde luego un ciclo propiamente dicho desde un punto de vista rupestre, no constituye, o cuando menos habería que entenderlo de un modo excepcional, dada el corto número de paneles documentados.

Fig. 137.- Panel de Pornedo 1.1 (San Xulían de Marín, Marín). En el recuadro A, detalle de las secciones apariencias de los surcos (descripción en el texto).

276 La escasa coincidencia en un mismo panel entre combinaciones circulares y petroglifos de armas, y la ambigüedad estratigráfica que las rodea, no ayuda mucho a nuestros intereses. En el panel nº. 1 de Pornedo (Marín), observamos un conjunto de grandes combinaciones circulares acompañadas de dos figuras triangulares que sin lugar a dudas son puñales (Fig. 137). Este petroglifo fue grabado en una roca de superficie ligeramente ondulada e inclinada hacia el S. y SE. y literalmente a ras de suelo. Se aprecia la existencia de seis o siete combinaciones circulares, de las cuales ninguna ocupa mamilos. En el extremo SE. de la superficie vemos una combinación circular de 70 cms. de diámetro de cuya coviña central parte un largo surco de salida. Por el O. a este surco de salida se le adosa un diseño triangular en el que se distingue perfectamente el cuerpo de un arma blanca tipo puñal o espada corta, y junto a esta, una figura triangular de menor tamaño, donde también es posible distinguir una empuñadura. El estudio de este sector SE. de O Pornedo 1 (fig 137, A) ha arrojado que la combinación circular posee unas secciones anulares que no van más allá de 50/5. El surco de salida procedente de la coviña central mientras circula por el interior de los anillos es de trazado tenue, pero a partir del anillo exterior adquiere gran vigor, alcanzando cotas de 50/3. El puñal adosado a este surco es de trazado más difuso no superando los 35/2 de sección. El estudio de los puntos de contacto, tanto en el extremo distal como en la empuñadura, revela claramente que ha habido un intento de asociación del puñal al surco de salida, y en ningún caso una superposición de éste sobre aquél. Muy tenue es también el pequeño puñal triangular con secciones en torno a los 40/3. En resumen, en este sector SE. de Pornedo 1 se realizó primeramente una combinación circular, la cual fue dotada probablemente de un surco de salida. Este surco de salida fue más tarde grabado vigorosamente, o vuelto a grabar, y más adelante se le añadió el puñal. Además en este petroglifo podríamos recurrir a argumentos de estratigrafía horizontal, pues los puñales ocupan un área periférica al núcleo de las combinaciones circulares. Tenemos en consecuencia puñales documentados tras la etapa clásica de las combinaciones circulares. Otro dato interesante es la intencionalidad asociativa que pretenden con su presencia. Quizás el trazado ondulante del surco de salida sugirió la forma de un puñal o espada, cuya hoja describe un cuerpo de filos paralelos y un estrechamiento central de la lámina. Esta costumbre de usar trazos precedentes para la configuración de nuevas armas aún presenta otro paralelo en O Ramallal 4 (Morillas, Campolameiro)313, si bien aquí son los filos de otros puñales los usados. Otro petroglifo bastante explícito en este sentido es el de la Foxa Vella en Rianxo (fig. 138)314. Fue grabado éste en una gran laxe, de forma subrectangular de 7,2 m. por 5,8 m., en lo que está descubierto a día de hoy. Tiene forma ligeramente convexa y apenas sobresale del suelo. Sobre su superficie se grabaron combinaciones circulares, armas (puñales y alabardas), una larga línea, un quiromorfo, multitud de cruciformes, un campo de alfabetiformes y una estrella de David moderna. En el plano no hemos diferenciado las cruciformes de los demás grabados prehistóricos porque sus surcos, por su escasa relevancia en ocasiones, no son especialmente distintos de los que configuran los otros motivos, y en líneas generales han sido confeccionados con instrumentos 313 314

Fernández Pintos, J. (1989a:230; b:299). Calo Louredo, F. y González Reboredo, J. (1980).

277 líticos. Las combinaciones circulares se disponen en la zona de la roca más aplanada, en torno a una mayor de 49 cms. de diámetro dispuestas en una ancha banda de orientación NO. a SO., y en la que se aprecia como los más pequeños círculos flanquean al más grande. A continuación, inmediatamente hacia el SO, de aquel espacio con círculos se aprecia la existencia de otra banda con la misma orientación donde fueron grabados una alabarda y cuatro puñales. Otra alabarda, situada hacia el S. asociada a la gran línea está lejos de esta concentración. A continuación, al O. de la anterior se configura otra banda de grabados estirada de N. a S. donde predominan las cruciformes. Por último, una gran línea de 4,67 m. recorre de N. S. el área central del panel, dividiéndolo en dos sectores. Área aplanada

Fig. 138.- Petroglifo de A Foxa Vella (Leiro, Rianxo). La línea azul representa el área más aplanada y de tendencia horizontal de la superficie de la roca.

278 En esta línea se aprecian varios segmentos bien diferenciados. En su comienzo hacia el N. es una línea de trazado poco relevante, que incluso se adelgaza e inhibe ante la presencia de la combinación circular más grande, rodeándola, para a continuación, hacia el S. adoptar una sección mucho más desarrollada hasta los 50/12. Cercano al extemo meridional de esta línea vemos asociada una hoja de albarda, cuyas seciones, de 35/3 contrastan con las de la línea. Creemos que la línea en su prolongación usó la existencia previa del mástil de la alabarda. De esta descripción ha quedado claro que los distintos grupos de grabados se disponen en bandas en dirección en dirección SO. a partir de una franja superior ocupada por combinaciones circulares. Es ésta una muestra muy evidente de estratigrafía horizontal, que viene a coincidir a con la ya examinada en Pornedo 1.1. No podemos pues descartar a priori que esta estratificación artística esté traduciendo una diversidad cultural extemporánea. De todos modos conviene recordar que en el mismo panel de A Foxa Vella encontramos la superposición de un pequeño círculo sobre lo que parece ser la figuración de un puñal.

Fig. 139.- Plano del panel nº. 7 de A Chan da Lagoa (Montes, Campo Lameiro).

279 En este sentido es muy interesante lo que podemos deducir del examen del panel nº. 7 de A Chan da Lagoa (fig. 139) en Montes (Campo Lameiro) dado que hay alguna posibilidad de establecer una estratigrafía horizontal. Se trata de un petroglifo grabado en una superficie de 1,8 m. de anchura por 2 m. de longitud, fuertemente inclinada hacia el E. con una cota de hasta el 45 %. En su superficie fue grabado en un plano superior, un pequeño puñal, un círculo de dos anillos, con coviña central y surco de salida, y al lado de esta una figura indeterminada, mientras en un plano inferior se tallaron tres diseños rectangulares. En principio, el centro del panel está ocupado por el puñal. Sin embargo, posiblemente las figuras más antiguas sean las rectangulares inferiores, debido a que dada la fuerte inclinación de la roca, y a causa de la existencia de un escalón natural de apoyo cerca de su extremo inferior, estos diseños cuadrangulares son los que están a más cómodo alcance. La insculturación tanto del círculo como del puñal como de la otra figura se habrán de hacer en posición inestable para el artista. Los planos muy inclinados son un tipo de superficie muy frecuente en los petroglifos de armas, pero no en los de combinaciones circulares. Dado que en las proximidades abundaban rocas más adecuadas para grabar círculos, concluimos que la presencia de la combinación circular en este panel está motivada como consecuencia de un proceso de concurrencia y emulación, y por lo tanto convenimos en que su grabación es la última de este panel. De ser cierta esta línea especulativa tendríamos que admitir entonces una posterioridad de una combinación circular respecto de un arma, a diferencia de lo que ocurría en Pornedo 1. Otra coincidencia muy conocida de puñales y círculos es la del Campo de Matabois 1 (Morillas, Campolameiro)315. Sin embargo, en este panel, a pesar de la aparente posición marginal de la combinación circular, el método de la estratigrafía horizontal aplicado a este panel posiblemente sea inadecuado. Del estudio de estos paneles parece intuirse una cierta posterioridad de las figuraciones de armas respecto de las combinaciones circulares, al menos en relación con su época de apogeo. Este dato vendría a explicar la tendencia a la exclusividad de los petroglifos de armas. No obstante, tampoco debemos despreciar el hecho de que los petroglifos de armas son muy pocos, y difícilmente pueden ser considerados un ciclo artístico de entidad cultural. Su insculturación, quizás a excepción del área de Campo Lameiro, parece expontánea, excepcional, localizada en lugares muy concretos. Podrían incluso haber sido realizados en el marco rupestre del desarrollo de las combinaciones circulares o de otros motivos. Siguiendo la exploración de las cronologías relativas a partir del estudio de los paneles rupestres, en la zona de Campo Lameiro encontramos dos petroglifos bastante esclarecedores, o quizás paradójicamente, arrojen más problemas a la comprensión de la situación cronológica de las representaciones de armas: el panel nº. 4 de O Ramallal en Morillas, y A Pedra das Ferraduras en Fentáns. En el petroglifo de O Ramallal 4316 (fig. 140) constan, además de varias figuras indeterminadas dos cuadrúpedos y dos representaciones de puñales. Estos motivos fueron grabados en la cara inclinada de una laja. En este pequeño lienzo se individualiza una leve depresión triangular, delimitada por el E. por una línea de cuarzos abultada. 315 316

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980: fig. 20). Fernández Pintos, J. (1989 a y b).

280 Esta área triangular deprimida aún está subdivida en dos sectores por una diaclasa de incipiente profundidad. Los dos cuadrúpedos se grabaron en el centro del sector deprimido, uno sobre el otro, sin que por ello haya que hablar necesariamente de una escena de apareamiento, aunque tampoco sería inviable esta posibilidad. Pero los dos puñales que acompañan a estos animales se grabaron muy próximos a ellos en la zona libre dentro de esa leve depresión, uno de ellos realizado incluso sobre la diaclasa divisoria, encajonados apretadamente y adaptando sus figuras y su disposición a las formas naturales de la superficie de la roca. Todo apunta a que los puñales son posteriores relativamente a los cuadrúpedos, pues de otro modo no se explica la razón de que fuesen tallados en un sitio tan marginal. De ser anteriores a aquéllos, se esperaría un lugar operativo más adecuado para su insculturación, por ejemplo, el que ocupan los mismos animales. A nuestro modo de ver, estos puñales son posteriores a la insculturación de los cuadrúpedos.

Fig. 140.- Plano y perfil del petroglifo de O Ramallal 4 (Morillas, Campo Lameiro).

Otra estación de configuración compleja la encontramos en A Pedra das Ferraduras317, principalmente en su célebre panel meridonal (Fig. 141). Esta área podemos subdividirla en tres sectores definidos por diaclasas verticales, una de ellas, constituyendo un verdadero escalón. El sector central de este panel está ocupado por la imagen de un idoliforme profundamente grabado. Rodeándolo vemos otro idoliforme a su derecha pero algo más abajo, y varios cérvidos, uno junto con un antropomorfo bajo aquél, y otro a su derecha. Este último, exhibiendo una gran cornamenta, tiene uno de sus candiles grabado claramente sobre la línea derecha que define el cuerpo del idoliforme. Por la parte superior del idoliforme, entre éste y una profunda diaclasa 317

Borgna, C. G. (1981); Peña Santos, A. (1981); Aparicio Casado, B. (1986:77), Álvarez Núñez, A. (1986:116 y ss).

281 horizontal vemos grabados las figuraciones de lo que parece ser una espada de filos rectilíneos y punta muy roma sostenida en alto por un pequeño antropomorfo que sostiene en la otra mano una figura circular, quizás un escudo. Junto a esta espada, aún fue grabado un pequeño puñal. Debemos además mencionar la existencia de otro antropomorfo en la parte superior izquierda de esta zona. El sector occidental, ubicado a la izuierda del anterior está integrado por lo que probablemente sea una escena de caza, en la cual un individuo armado con instrumentos largos, acompaña a tres cuadrúpedos que llevan proyectiles clavados en su lomo. Dos de estos animales ofrecen un diseño dinámico idéntico, mientras que el inferior es estático. Por último, el sector de levante, está integrado por un idliforme, una impronta de pezuña de cuadrúpedo, y otro animal no bien configurado. Como se sabe, este panel fue explicado en algunas ocasiones de un modo unitario318, como la narración de un suceso idealizado o de orden mítico. Para nosotros, y esto ya lo hemos indicado en otro lugar claramente, está integrado por una sucesión de insculturas grabadas diacrónicamente. Ya A. Álvarez Núñez veía solamente una escena de caza en el sector SO., al cual no haremos referencia319. También recientemente M. Santos entiende así la evolución de este panel, aunque las etapas sugeridas por este autor no las admitimos320. Si nos fijamos en las figuraciones de las armas, observamos que el lugar ocupado para su insculturación, es verdaderamente marginal. Se sitúan a bastante altura del suelo, lo cual obligó a un trabajo penoso, situados el o los artistas en una posición inestable y muy incómoda para trabajar satisfactoriamente. La punta roma de la espada, incluso podría estar motivada por la inminente presencia de la acentuada curvatura de la superficie de la roca que conforma la pared de la diaclasa horizontal que separa el sector superior del sector inferior, ahora en estudio, de este complejo panel. Todo ello vuelve a plantear el tema de la posición cronológica relativa de estas armas respecto a las otras figuras. Siguiendo una reflexión lógica, según la situación en el panel de cada diseño, debemos establecer por orden de mayor a menor antigüedad a los idoliformes, los cuadrúpedos, las armas y los antropomorfos y los proyectiles. En efecto, tampoco ahora es fácilmente comprensible por qué se eligió un lugar tan precario para grabar los puñales, si se disponía de tan excelentes lugares, por ejemplo, donde están los idoliformes, o los cuadrúpedos, a no ser que en estas zonas, ya estuviesen estos grabados. En los casos estudiados como Pornedo, A Foxa Vella, Chan da Lagoa, O Ramallal y éste último de A Pedra das Ferraduras, todo apunta a que las figuraciones de armas se realizaron en paneles donde previamente ya se habían insculpido combinaciones circulares, ídolos y cuadrúpedos. Si tenemos que hablar de procesos de concurrencia y emulación la imitación sería únicamente gestual, estimulada por la presencia de motivos más antiguos. De lo que no cabe muchas dudas es que estas grabaciones al superar cronológicamente a combinaciones circulares y cuadrúpedos se realizaron en un espacio de tiempo muy dilatado, siendo en consecuencia fruto de iniciativas originales que no tuvieron mayor trascendencia, a no ser en ambientes locales y de realizarse en el marco de un contexto rupestre más amplio.

318

Peña Santos, A. (1980:113). Álvarez Núñez, A. (1986). 320 Santos Estévez, M. (2012:232). 319

282

Fig. 141.- Sector meridional da Pedra das Ferraduras (Fentáns, Cotobade)

283 9.1.3. Datos para la cronología absoluta de las combinaciones circulares. Una vez establecida firmemente la hipótesis de etapas artísticas sucesivas llega el momento de determinar su cronología precisa. Es éste el estudio más complicado y también más descorazonador en el que orbita el mundo rupestre gallego, sobre todo para combinaciones circulares y cuadrúpedos, pues los jalones temporales que podemos manejar si por algo se caracterizan es por su manifiesta endeblez, sobre todo, porque a día de hoy son casi por completo de naturaleza teórica. Evidentemente a estas alturas ya no sirven las meras estimaciones intuitivas muy personales de cada autor como se venía y, lamentablemente se sigue haciendo. Es por ello, poque no se usaban datos claramente objetivos, o por lo menos seriamente debatibles, por lo que existen formulaciones cronológicas muy variadas, prácticamente irreconciliables. Un ilustrativo ejemplo de lo que estamos diciendo es el referido a las escenas de equitación datadas en la primera mitad del I Milenio cal. A. C. por M. Santos y en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. por A. de la Peña y J. M. Rey. M. Santos argumenta que antes del s. IX A. C. no hay representaciones de jinetes en la Europa Occidental, lo cual es completamente falso, y A. de la Peña y J. Rey en que ya desde el IV Milenio cal. A. C. el caballo era posiblemente montado en las estepas euroasiáticas, lo cual constituye una inadmisible pirueta mental para facilitar su datación allí donde a ellos les interesaba, es decir, en la supuestamente floreciente época de difusión de la cerámica campaniforme. El recurso al disparate comparativo, o simplemente al verosímil paralelo, más un desideratum que una certidumbre científica, ha sido un método muy usado en el Arte Rupestre Gallego. A pesar de las insinuaciones o correlaciones explícitas señaladas por algunos autores, de momento no se cuenta con referentes arqueológicos que nos sirvan de respaldo. Nada hay en la cultura material de los asentamientos de la Prehistoria Reciente que remita ni remotamente a círculos y cuadrúpedos, y quizás probablemente nada nunca se encuentre, porque tenemos la sospecha de que los petroglifos son un tipo de manifestación artística exclusivamente inmueble, tal vez sin referentes directos en la experiencia estética cotidiana de la época. Decimos esto porque hemos observado una vinculación muy estrecha entre las formas de las rocas y ciertos motivos especialmente en las combinaciones circulares (Cap. 3), pero también entre los petroglifos en general y la explotación económica del medio natural (Cap. 8), nada de lo cual necesariamente guarda relación directa con los poblados. Quizás sea ingenuo esperar que el progreso arqueológico nos arroje alguna luz sobre este tema. Ahora como desde siempre, y quizás así sea también en el futuro, todo el caudal informativo que obtengamos sobre los petroglifos se habrá de obtener con el estudio directo de los paneles y con formulaciones teóricas viables basadas en datos culturales. 9.1.3.1. Formulaciones cronológicas anteriores. El establecimiento de una cronología válida para el Arte Rupestre Gallego ha ocupado muchas páginas de la bibliografía específica. El principal obstáculo para alcanzar una fórmulación válida fue siempre la ausencia de artefactos o muestras artísticas que permitiesen una comparación viable. Hasta no hace mucho el modo de vida de las comunidades del III y II Milenios cal. A. C. era totalmente desconocido, aunque ya intuido. Pero la localización de numerosos asentamientos en las últimas

284 décadas nos ha puesto en contacto con una realidad material en la que no hay ni la más mínima referencia para aquellos motivos rupestres. De aquí el valor de ciertos motivos más fácilmente datables como son las armas, los idoliformes, los laberintos, las escenas de caza, la equitación y al que cabe añadir últimamente la imagen de una embarcación. Pero el uso de estos motivos como referentes cronológicos exigía determinar qué relación mantenían iconográfica y culturalmente con los petroglifos de círculos y cuadrúpedos. Lo que hicieron autores como A. de la Peña Santos y J. M. Vázquez Varela321, en 1979, fue datar estos motivos en una genérica Edad del Bronce y calcolítico que hoy en día podemos extender a lo largo del III y II Milenios cal. A. C., hasta c. 800 cal. A. C. con el surgimiento de la Cultura Castreña. Otros autores hemos preferido dejar las cosas más prudentemente en una genérica Edad del Bronce, que una vez calibradas las fechas comenzarían en torno al c. 2000 cal. A. C., en época postcampaniforme. En algunos castros se utilizaron como material de construcción fragmentos de rocas con combinaciones circulares, lo cual daba un término ante quem de indudable valor cronológico, pero ello tampoco era razón para pensar que las combinaciones circulares habrían llegado hasta las mismas vísperas de la Edad del Hierro. Cuando descubrimos que tras los círculos se habían grabado cuadrúpedos, las cosas se complicaron aún más. En los petroglifos de armas se creyeron ver artefactos metálicos referidos al Bronce Antiguo, correspondiente entonces a la primera mitad del II Milenio cal. A. C. En la actualidad la investigación nos ha señalado como ya desde mediados del III Milenio cal. A. C. se cuenta con artefactos parecidos, profusamente difundidos durante el Campaniforme en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. Hacia una cronología antigua también llevaba la consideración de los idoliformes (calcolíticos). Respecto de combinaciones circulares y cuadrúpedos se dedujo una prolongada cronología extendida a toda la Edad del Bronce, en virtud de las muchas asociaciones que manifestaban con los otros motivos rupestres (compartían roca meramente, para hablar con propiedad). Como se puede observar, la cronología de las combinaciones circulares no está basada en planteamientos teóricos, sino en jalones cronológicos hipotéticos, deducidos de la investigación de los paneles rupestres únicamente, y con pocas referencias al contexto cultural, porque para la época era imposible por simplemente casi no existir. Esta línea de investigación en la que prima el análisis detallado de los paneles rupestres fue ensayada por nosotros mismos en el año 1993. De este estudio se derivaba una estructuración de los petroglifos en fases culturales extendidas a lo largo del tiempo, pero también durante el II Milenio cal. A. C., si bien ya se apunta que quizás algunas de las armas no fuesen tan antiguas como se sospechaba en algún momento, y que los cuadrúpedos integraban una etapa tardía del fenómeno rupestre quizás ya en el Bronce Final, donde se concretarían las escenas de equitación. Recientes eran también los laberintos, sugiriendo posibles conexiones con el mundo de las combinaciones circulares a través de ciertas formas laberínticas muy degradadas. La estrategia de datación de este planteamiento es casi puramente rupestre, muy en la línea ensayada por A. Peña Santos y J M. Vázquez Varela hacía más de una década. Las novedades de este trabajo consistían en el uso de una técnica rupestre más refinada, con un análisis más minuciososo de los paneles, poniendo sobre la mesa la diferenciación semántica entre los conceptos de asociación, formulada a través de trazos, puntos o segmentos de 321

Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:fig. 86).

285 contacto, y también eventualmente como sinónimo de coetaneidad, y concurrencia como referente de la coincidencia en el mismo panel pero sin asociarse, y acaso con el valor de diacronicidad. Con el empleo de esta técnica se describieron superposiciones y estratigrafías horizontales y a la vez distribuciones territoriales específicas para cada motivo, todo lo cual permitía pensar en una estructuración de la realidad rupestre en fases. Un modo de aproximación muy diferente es el ensayado en este mismo año 1993 por J. Rey García y A. de la Peña Santos. Estos autores increíblemente descartan el estudio directo de los petroglifos argumentando que es una línea agotada y que no ha llevado más que a un callejón sin salida, para centrarse en el estudio de las sociedades que supuestamente realizaron los petroglifos. Por entonces se habían descubierto una serie de yacimientos arqueológicos en la Península del Morrazo en aquellos momentos encuadrables en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C., pertenecientes al mundo de la cerámica Penha y al Campaniforme. Estos autores percibían que estas comunidades ahora citadas estaban acaparando todos los hallazgos arqueológicos correspondientes a estos milenios. El marco general teórico en boga por entonces era tendente a envejecer desmesuradamente antiguas cronologías y facies culturales, y a centrar los estudios en las comunidades calcolíticas del III Milenio cal. A. C.. De este modo la ya de por si precaria Edad del Bronce prácticamente quedó difuminada en unas cuantos artefactos metálicos. De ello dedujeron que tras una época de esplendor en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C., se produjo una catástrofe demográfica sin parangón de la cual no se recuperaría el NO. peninsular hasta un milenio más tarde, hacia el c. 1250 A. C., con el comienzo del Bronce Atlántico. Para ligar definitivamente a los petroglifos con los asentamientos calcolíticos se tomaron los casos documentados en la Península del Morrazo, no siempre poblados, sino a veces simples hallazgos, y tras definir unas diacronas en torno a ellos, observaron que los petroglifos se situaban en los extremos de esas demarcaciones. Por último, para concluir sin fisuras esta propuesta cronológica, temas como laberintos y escenas de equitación fueron envejecidas con argumentaciones elaboradas ad hoc y más deseables que ciertas, para que la presencia de estos pocos motivos no contradijesen el planteamiento general. El caso es que esta hipótesis nació ya inservible en ese mismo año, pues paralelamente a ella se publicaron trabajos como el de F. Méndez acerca de las áreas de acumulación322 y de J. Suárez sobre uno de aquellos yacimientos del Morrazo, concretamente O Fixón323, en el cual se recogían materiales que prolongaban su vida a parte del II Milenio cal. A. C. Investigaciones posteriores en la misma área del Morrazo vinieron a dar la razón a las áreas de acumulación de F. Méndez como un tipo de asentamiento repetida e ininterrumpidamente ocupado durante períodos muy prolongados de cientos e incluso miles de años. Por lo tanto, relacionar petroglifos con asentamientos no es operativo, porque nunca sabremos a qué fase de la vida de un poblado podremos adjudicar un petroglifo cercano, o incluso si se puede proceder tan ligeramente. Por otra parte, nuevas investigaciones fueron poblando el escurridizo II Milenio cal. A. C. hasta configurarlo en la actualidad como un período de gran importancia histórica.

322 323

Méndez Fernández, F. (1993). Suárez Otero, X. (1993).

286 Otro investigador que se ocupó de datar los petroglifos fue M. Santos Estévez, prioritariamente a partir de un trabajo del 2005. Por primera vez había habido resultados positivos en la excavación de un petroglifo, concretamente el de Os Carballos en Campolameiro (fig. 134, pgn. 268), sin embargo la interpretación que realiza de esta información arqueológica nos parece muy criticable, y de ello ya nos hemos ocupado en otro lugar en lo que respecta a los cuadrúpedos324. Este auntor, basa la datación de los grabados de Os Carballos a partir del único nivel arqueológicamente fértil localizado a los pies del panel. Este nivel que correspondería al lapso 799-521 cal. A. C. estaba constituido por un suelo donde se encontraron una especie de canaleta, un agujero de poste, esquirlas y lascas de cuarzo, un percutor en canto rodado, un posible fragmento cerámico y un trozo de arcilla alóctona. Unha hoguera invasiva en este nivel fue datada en el 895-825 cal. A. C. Por último la canaleta comienza a ser colmatada hacia el 512381 cal. A. C.. En función de estos datos, M. Santos establece el uso (sic) del petroglifo entre los siglos VIII y IV cal. A. C. Lo sorprendente es que un nivel existente justo por debajo de las pezuñas del gran ciervo y datado entre 1280-1260 y 1140-1130 cal. A. C. no lo estima como mejor término para marcar una fecha de referencia razonable. A fin de cuentas, de este modo M. Santos no deja de relacionar un petroglifo con un asentamiento, cuya naturaleza desconoce, pero que es el más próximo al petroglifo. Sólo queremos señalar que en sondeos realizados inmediatos junto a la Pedra das Procesións se obtuvieron materiales que por su reciedumbre a nadie se le ocurrió relacionar con el panel de armas325. Se trata por tanto de una hipótesis muy débil, pero además creemos que la interpretación de los datos arrojados por la excavación no es la más adecuada. Respecto a las combinaciones circulares M. Santos indica que la verdadera fecha ante quem para las combinaciones circulares respecto de las construcciones castreñas son los siglos IV-I A. C., no el comienzo de la Cultura Castreña, en torno al siglo VIII A. C., o incluso IX A. C. Esta precisión es de gran importancia, porque de este modo salva la datación de los petroglifos de Os Carballos, realizada en función del nivel de suelo documentado. Para el inicio del ciclo de las combinaciones circulares trae a colación el hecho de un petroglifo aparecido en circunstancias no aclaradas en la entrada de un corredor de un megalito de Buriz (Lugo), así como una pintura proveniente de un ortostato decorado del túmulo de A Mota Grande (Verea, Ourense)326 con una combinación de círculos concéntricos sin punto central acompañados de líneas sinuosas o quebradas en zig-zag. No obstante, aunque cita estos casos, tampoco le concede mayor importancia pues argumenta que este tipo de monumentos fueron reutilizados durante la Edad del Bronce. Siguiendo a M. Santos, los petroglifos de armas, en su inmensda mayoría serían datables en el Bronce Inicial (para este autor, c. 2500-1650 cal. A. C.). Sobre los petroglifos de armas observa que existe una tendencia a configurar paneles monocolores, pero que cuando coinciden (se asocian, dice) con combinaciones circulares cambian hacia una tipología más avanzada, (lo cual es falso, porque hay claras y numerosas excepciones), datando estas armas en aquellos casos en el Bronce Medio, y de rechazo también las combinaciones circulares que las acompañan. Señala 324

Fernández Pintos, J. (2013:72 y ss). Vázquez Rozas, R. (2005). 326 Rodríguez Cao, C. (1993). 325

287 que también es posible que las combinaciones circulares se vinieran realizando ya desde la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. por paralelos con las Islas Británicas. El problema del remate del ciclo de las combinaciones circulares lo soluciona haciéndolo caer en la Primera Edad del Hierro, tal como según él, lo documentan las cronologías obtenidas en el petroglifo de Os Carballos, y de ahí la importancia de fijar con precisión la datación de las piedras decoradas en poblados de la Segunda Edad del Hierro. Por último, cuadrúpedos, paletas, laberintos y escenas de equitación caerían todas dentro de la primera mitad del I Milenio A. C. a causa de sus paralelos europeos, o en el caso de los cérvidos en virtud de la cronología atribuida a partir de la excavación de Os Carballos. No es muy difícil observar que en toda esta formulación cronológica M. Santos se deja llevar por ideas preconcebidas, fuerza argumentaciones según consciente o inconscientemente le interesa, y a veces se basa en argumentos falsos o equivocados, donde su apoyo se cifra más bien en la excepción que en la regla, o en ideas vagas o ilusiones. Pero si ya de por sí esta construcción era artificiosa, nada es comparable a la nueva propuesta cronológica recientemente publicada en el 2012, donde se vierten ideas excesivamente destempladas, por denominarlas de algún modo, y se manejan conjeturas tan ingeniosamente ingenuas que no dejan de asombrar a quien las lee. Ahora el comienzo de los petroglifos de combinaciones circulares se retrasa nada menos que a la primera mitad del III Milenio cal. A. C., o incluso al IV Milenio cal. A. C.327 Estos antiguos petroglifos estaban labrados en rocas bajas que obligaban a circular alrededor del panel para comprender el mensaje expresado en su totalidad, lo mismo que ocurre ¡con la cerámica del tipo Penha! (entre 2900 y 2400 cal. A. C), que necesita ser girada en su totalidad para apreciar completamente su decoración metopada. M. Santos parece además que se olvida que infinidad de petroglifos de combinaciones circulares no permiten una circunvalación completa, o ésta es inoperante, o sencillamente el conjunto de los grabados se pueden ver perfectamente desde un mismo punto. Pero tampoco se olvida de aquellos ejemplos de petroglifos (realmente pinturas) de algún modo asociados a túmulos, más arriba mencionados y que en el trabajo anterior tan sólo fueron citados sin mayores consecuencias, pero como era de esperar, ahora le sirven para correlacionar estas muestras con la decoración de algunos megalitos británicos que apuntan a cronologías tempranas. Trae por ejemplo el caso del cairn de Weetwood Moor (Northumberland)328 , monumento que consitía en un montículo de pequeñas piedras que cubrían una roca más grande donde se había grabado una combinación circular, que según parece quedaba oculta bajo el túmulo. Este monumento está relacionado con el fenómeno de los cairnfields del norte de Inglaterra, pero a diferencia de otros, realmente se ignora qué uso tendría este monumento concreto, pues bajo él no se encontró ningún tipo de inhumación. Algunas de sus piedras habían sido grabadas con una o varias coviñas y puestas boca abajo. En el centro se encontraba una piedra de tamaño mediano donde estaba grabada una combinación circular, con los diseños vueltos hacia el interior, es decir, que a diferencia de cualquier petroglifo no era visible. No es nuestra pretensión comparar los petroglifos gallegos al aire libre con los procedentes de otros dominios 327 328

Fariña Güimil, A. y Santos Estévez, M. (2013:12). http://rockart.ncl.ac.uk/panel_detail.asp?pi=164

288 artísticos, ni tampoco con tipologías encontradas en ámbitos no propiamente rupestres, como es el de este caso. Solamente nos hemos extendido un poco comentado este monumento para dejar constancia de que el uso de este tipo de paralelos, a los que son muy aficionados algunos autores, podría ser excesivo. Por ejemplo sería erróneo tratar de datar las líneas sinuosas de petroglifos como el del Monte dos Vilares en Valga 329, a partir de sus homólogas parietales de los megalitos, porque supondría llevar el Arte Rupestre al IV Milenio cal. A. C., o con mayor precisión a su primera mitad330. Tampoco sería razonable datar ciertos motivos reticulados como los de la Laxe do Esperón (Gargamala, Mondariz)331 a partir de la decoración de la cista de Antas332, porque aquel petroglifo fue realizado en tiempos históricos, aunque algunos lo intentaron con petroglifos parecidos, para demostrar lo obvio333. Creemos fundamental para establecer paralelismos, entre otros rasgos, además de la proximidad geográfica, el emplazamiento topográfico, la homologabilidad en la naturaleza de las localizaciones de los paneles, y el uso de una sintaxis semejante. Pero para mayor abundamiento el fenómeno de los cairns y los cairnfields británicos es paralelo al de las enclosures del norte de Francia, se producen en épocas más recientes, manejando para ellos cronologías que van como muy temprano desde c. 2100 cal. A. C. y extendiéndose fundamentalmente a lo largo de la primera mitad del II Milenio cal. A. C. 334, de donde se sigue que el ejemplo del cairn de Wetwood Mooor, de servir como paralelo tampoco clarifica nada concretamente, o incluso, si nos dejamos llevar por la imaginación, acaso adelante mucho una posible cronología de los petroglifos de combinaciones circulares. Siguiendo a M. Santos, una nueva etapa rupestre se abre con las representaciones de armas, cuya cronología se extendería desde el 2500 al 1800 cal. A. o aún más, hasta el 1500 cal. A. C., tal como se indica en un estudio posterior 335, a su vez dividida en dos facies: una heredando el antiguo modo de grabar en rocas bajas pero ahora con armas (petroglifos de armas en posición pasiva -sic), y una de nuevo cuño con el uso de rocas de paredes casi verticales. Durante esta supuesta etapa, quizás también se labraban combinaciones circulares, pero no lo puede asegurar. Otra vez, M. Santos al sacar el tema de la heredatibilidad de modos de procedimiento, cree que se puede comparar un panel de arte rupestre con una evolución cerámica. Una tercera fase bien definida según este autor, se produciría en la primera mitad del I Milenio A. C., con posibles pervivencias en siglos venideros, donde se produciría la grabación de cuadrúpedos, escenas de equitación, laberintos, figuraciones humanas e incluso combinaciones circulares. Esta nueva fase de las combinaciones circulares estaría integrada por motivos más pequeños que los de la fase antigua. De hecho apunta que los cuadrúpedos se disponen periféricamente en los petroglifos con grandes combinaciones circulares, mientras que cuando se asocian a círculos lo hacen con círculos más pequeños. Esta idea recuerda mucho la que ensayamos en un estudio anterior, en el que indicábamos que los cuadrúpedos, cuando eran figurados con 329

Peña Santos (2005:66 y 67). Alonso Matthías, F. y Bello Diéguez, J. Mª (1997); Carrera Ramírez, F. y Fábregas Valcarce, R. (2008); Carrera Ramírez F. y Fábregas Valcarce, R. (2002 y 2008). 331 Albo Morán, J. M., Novoa Álvarez, P. y Costas Goberna, F. J. (1991). 332 Vázquez Varela, J. M. (1986) 333 Fábregas Valcarce, R. y Penedo Romero, R. (1993). 334 Johsnston, R. A. (2001:108). 335 Fariña Güimil, A. y Santos Estévez, M. (2013:12). 330

289 asociaciones de combinaciones circulares realizadas exprofeso, solían componer unidades de menor entidad336. Este dato nos pudiera estar indicando que los grabadores de cuadrúpedos conocían el mundo de las combinaciones circulares, y de algún modo tratarían de asimilarlo a las nuevas ideas estéticas, llegando a realizar algunos motivos de estos. Pero de aquí a suponer una etapa de combinaciones circulares autónoma de la primera (o no, tal como indica en otro lugar) integrada por pequeñas unidades hay un largo trecho con insalvables dificultades. Por ejemplo, hemos visto que en A Laxe dos Cebros los círculos posteriores a los cuadrúpedos seguían la misma sintaxis asociativa que los de cualquier petroglifo típico de combinaciones circulares; habría además que pensar en el tema de la jerarquización gráfica (cap. 6), mediante el cual, y sin abandonar el ciclo de las combinaciones circulares, este mundo estético se acabaría con la realización de unidades de menor tamaño. La cronología de esta etapa la fija en función de datos culturales mal interpretados, entendidos rígidamente y de contenido muy resbaladizo como por ejemplo, las escenas de equitación, que no las admite antes del s. IX A. C., lo cual podría ser erróneo. Increiblemente llega incluso a afirmar que todos los petroglifos del parque arqueológico de Tourón (Pontecaldelas)337 pertenecen a esta etapa338, lo cual, si no se trata de un error involuntario, roza ya lo absurdo, porque entre otras cosas, ni ya las grandes combinaciones circulares y sus complejas formaciones serían en este caso por lo menos, ni del Neolítico Reciente, tal como propone en el estudio de 2012. Recordemos que en Tourón, además del petroglifo con múltiples representaciones de cuadrúpedos conocido como o Noval do Martiño, existe un conjunto de paneles donde además de representaciones de animales y escenas de monta hay grandes petroglifos de combinaciones circulares. Que en un caso, unos círculos con exásqueles internos se asocien a otros círculos (fig. 142), no es un argumento mínimamente consistente para considerar que todo el conjunto pertenezca a esta época porque además de haberse de tener en cuenta criterios de jerarquización gráfica, tampoco hay estudios que evalúen la cronología de introducción de esos motivos, que de todos modos son extraños al mundo de las combinaciones circulares. Pero una de las convicciones más firmes para la datación de parte de los petroglifos de combinaciones circulares en una etapa tan tardía procede de la tan mencionada excavación de Os Carballos. M. Santos imagina inflexiblemente para la elaboración del conjunto de este petroglifo una cronología en función del único nivel arqueológico detectado, sean cuadrúpedos o combinaciones circulares, y entre éstas independientemente de su tamaño. No admite que aquella roca, desde hacía milenios pudiera haber sido objeto de insculturación con anterioridad, sencillamente por la peregrina idea de que esta posible información no ha quedado reflejado en ningún nivel arqueológico. Hay no obstante que señalar que M. Santos y también A. Güimil en su colaboración, usan marcadores de cambios culturales para establecer la cronología de 336

Fernández Pintos, J. (1993:119). Peña Santos, A. (1987c); Santos Estévez, M. (1987); Torres Goberna, F. J. (2012). Entrada del 3 dic. 2012. (http://oestrymnio.blogspot.com.es/2012/12/petroglifos-de-touron-pontecaldelas.html) 338 Güimil-Fariña, A. y Santos Estévez, M. (2013:16). 337

290 los motivos, previamente diferenciados iconográficamente, tal como ya habíamos señalado en estudios nuestros anteriores, y hemos expuesto más arriba. El problema es que posiblemente no sea del todo acertado colocar el inicio de la Edad del Bronce en el c. 2500 cal. A. C., coincidiendo con la expansión del vaso campaniforme, porque tal momento no está demostrado que suponga siempre un cambio tan drástico como el producido a partir del c. 2000 cal. A. C., cuando se formula el arranque de los rasgos que caracterizarán a la Edad del Bronce en los siglos venideros, como por ejempo el carácter guerrero de la sociedad, que culminará hacia el siglo XIII A. C. al filo de la concreción del Bronce Atlántico, y que tendrá su colofón en la Edad del Hierro, pero que echa a andar lentamente a partir de estos momentos

Fig. 142.- Panel de Tourón (Pontecaldelas) donde se señalan la esvástica y el hexásquel339.

Hasta aquí, un repaso a las principales estructuraciones cronológicas publicadas recientemente. Resta nuestra propia proposición expuesta en un trabajo del 2013, pero dado que vamos a ampliar, y que en sustancia mantenemos, en la línea ya iniciada en la síntesis publicada en 1993, la tratamos por separado en el próximo epígrafe. 9.1.3.2. Una hipótesis para la cronología de las combinaciones circulares. Las combinaciones circulares constituyen una entidad artística sujeta únicamente a lo rupestre, sin referencias en la realidad. Por el momento ningún artefacto descubierto en los ya numerosos hábitats y enterramientos de los III y II Milenios cal. A. C. permiten realizar comparaciones con un mínimo rigor, ni de lejos. Su datación, pues, 339

Foto procedente de la página web: https://www.flickr.com/photos/jandruskis/2508944344/.

291 habrá de buscarse en la relación con los otros motivos del Arte Rupestre Gallego mejor datables. Pero como tendremos ocasión de apreciar, la aplicación objetiva de la información disponible nos llevaría a conclusiones no fácilmente digeribles por la investigación reciente. Para comenzar es ahora el momento de retomar aquella reflexión teórica realizada páginas atrás respecto a los motivos que integran lo rupestre prehistórico en Galicia. Tal como allí indicábamos, los motivos existentes podrían separarse en dos grandes grupos: los unos, mayoritarios, de componente geométrico-abstracto (círculos y coviñas), y otro figurativo (cuadrúpedos, armas e idoliformes). Una vez establecida esta gran división, se podrá concluir que difícilmente el componente naturalista del corpus rupestre galaico puede ser llevado al III Milenio cal. A. C. En efecto, los estudios realizados sobre el arte del Neolítico Final/Calcolítico y Campaniforme/Bronce Antiguo en la Península Ibérica nos conduce ante manifestaciones de corte conceptual, muy alejadas de lo específicamente naturalista. Solamente se aprecia un avance hacia el naturalismo muy a finales de esta época340. De hecho el Campaniforme excepcionalmente ha arrojado algunas manifestaciones esquemáticas341. Esta idea es toda una advertencia para los que pretenden llevar los petroglifos de armas, cudrúpedos, y escenas de equitación a la segunda mitad del III Milenio cal. A. C: desde un punto de vista teórico y a la luz de los datos con que podemos manejarnos en la actualidad, solamente desde muy a fines del III Milenio cal. A. C. se puede hablar de una cierta presencia de manifestaciones artísticas claramente figurativas. La iconocidad es uno de los rasgos artísticos principales de la Edad del Bronce. Un motivo muy usado para datar todos los petroglifos o parte de ellos en el Calcolítico (sin mayores precisiones cronológicas) serían los famosos idoliformes. Son éstos motivos verdaderamente raros que sólamente se pueden identificar con un mínimo de seguridad en varios paneles, fundamentalmente en Campo Lameiro, de los cuales el más emblemático es la Pedra das Ferraduras (fig.141, pgn. 282). Sabemos que con frecuencia algunos autores ven “ídolos” en otro tipo de figuras, a veces diseños caprichosos, excepcionales, de imaginado aspecto idoliforme, sin definir claramente qué se entiende por tal cosa, por lo que a fin de cuentas estas atribuciones no dejan de ser vagas suposiciones. En otras ocasiones se incluyen dentro del mundo de los idoliformes figuras rectangulares. De todos ellos los más explícitos son los ya descritos del tipo reflejado en la Pedra das Ferraduras o en el panel nº. 7 de Chan da Lagoa (fig.139, pgn. 278). Tradicionalmente y de un modo persistente se han comparado con los ídolos cilindros del calcolítico meridional peninsular342, cuya llegada al NO. no sería descabellada toda vez que se han documentado influencias culturales en nuestra área343, aún no bien calibradas. Sin embargo, tal como acabamos de enunciar en el párrafo anterior, tomar así las cosas es sinónimo de admitir una copia de objetos de culto reales, por lo que habrían de ser considerados representaciones naturalistas (copias o referentes de la realidad), lo cual es ya bastante difícil de concebir para el III Milenio cal. A. C.

340

Fábregas Valcarce, R. (1993): Hurtado, V. (2009). Garrido Peña, R, Muñoz López-Astilleros, K. (2000). 342 Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:76 y ss.); Vázquez Rozas, R. (1993). 343 Fábregas Valcarce, R. y Ruíz-Gálvez Priego, M. (195 y fig. 3). 341

292 A nuestro juicio, el referente gráfico más directo son algunas estelas del occidente peninsular (fig. 143), y cuya datación después de un largo debate parece que se deben circunscribir definitivamente al II Milenio cal. A. C. 344, acabando su evolución con las conocidas estelas de guerrero del SO. peninsular hacia el s. XIV A.C. Los arcos que se figuran en la parte superior serían la representación de collares. Por el momento no es fácil precisar una cronología más concreta, pero hay algunos datos para pensar que preceden a éstas últimas.

Fig. 143.- Estelas de Quinta de Vila Maior y Alto da Escrita345 y comparación con uno de los idoliformes de A Pedra das Ferraduras (Fentáns, Cotobade).

Por lo tanto, si seguimos literalmente estos datos nos encontraríamos con que el sector SO. de la Pedra das Ferraduras (fig. 141, pgn. 282) comenzaría a ser decorado, en una época tardía, cuando menos c. 2000 cal. A. C., por poner una fecha más prudente, implicando con ello que tanto cérvidos como armas serían aún más recientes. El orden de grabación de motivos comenzaría por el idfoliforme central, y seguiría con los cuadrúpedos, y a continuación las figuraciones de armas, y por último los antropomorfos y la transformación de algunos motivos para producir una escena de caza, y de un posible ritual relacionado con la exaltación de las armas. La datación de los cuadrúpedos, ya siempre la hemos considerado tardía, primero porque en A Chan da Lagoa (Montes, Campo Lameiro) vemos un cérvido cuya cuerna está superpuesta a la figura de un pseudolaberinto (fig. 144), y más recientemente por el estudio de las dataciones arrojadas por la excavación del petroglifo

344 345

Díaz-Guardamino Uribe, M. (2011). Díaz-Guardamino Uribe, M. (2010 :nº. 116 y nº, 159).

293 de A Laxe dos Carballos (Moimenta, Campo Lameiro)346, grabado en lo que concierne al gran cérvido, entiéndase bien, a partir del segmento que va entre mediados del siglo XIII – mediados del siglo XII cal. A. C. No obstante, también dimos a entender que esta datación, podría constituir nada más que un hito intermedio. Recordemos además que el ciclo de los cuadrúpedos lleva implícita la grabación de escenas de equitación, las cuales no pueden ser retrotraídas más allá de estas fechas. Propusimos a modo de hipótesis que los cuadrúpedos constituyesen el ciclo artístico relacionado con el nuevo período histórico que se comienza a abrir desde mediados del siglo XVII cal. A. C. cuyo mejor exponente son la generalización de las aleaciones de bronce. Si a esta expectativa añadimos la información suministrada por el análisis de O Ramallal 4 y A Pedra das Ferraduras, nos encontraríamos que en función de la aplicación de la estratigrafía horizontal, tendríamos que considerar la grabación de algunos puñales y espadas no ya en momentos plenos del II Milenio cal. A. C., sino incluso avanzados, quizás ya dentro de su segunda mitad. Este problemático dato nos obliga a examinar la cronología de los petroglifos de armas.

Fig. 144.- Detalle del panel Chan da Lagoa 2.1 (Montes, Campo Lameiro).

Como ya se sabe los petroglifos de armas han venido siendo datados en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. por A. de la Peña y J. M. Rey, atribución a la que se fueron adhiriendo poco a poco otros autores, e incluso, recientemente, M. Santos 346

Fernández Pintos, J. (2013, pgns. 72 y ss.).

294 Estévez respalda esta adscripción cultural. Los petroglifos de armas son figuraciones de intención naturalista, por lo que el imaginarlas en ambientes del Calcolítico/Neolítico Final peninsular es, ya para empezar, una pretensión bastante controvertida. No obstante, habíamos indicado que en los momentos finales del Calcolítico meridional de la Península Ibérica comienzan a aparecer figuraciones humanas de cierto realismo347. Se debe señalar, y sobre esto ya nos extenderemos más abajo, que la Edad del Bronce enraíza contemporáneamente con la época de apogeo Campaniforme, pero de modo transicional, aunque su verdadero carácter no se habrá de manifestar hasta bien andado el II Milenio cal. A. C. En los petroglifos de armas se identifican puñales y espadas cortas y alabardas. Para A. de la Peña estas representaciones son copias fidedignas de modelos reales348, que en el caso de los puñales lisos serían de filiación campaniformes, lo cual es a todas luces una conclusión muy exagerada. En efecto, considerar que un puñal rupestre por el mero hecho de haber sido silueteado sin representar señales interiores alude a artefactos lisos de espigo de tradición campaniforme, es un atrevimiento injustificado. Evidentemente los artistas habrían podido perfectamente considerar grabar únicamente la idea implícita en la concepción ritual del puñal, sin juzgar necesario la adición de más detalles. Pero además se aprecia la existencia de ejemplares que difícilmente podrían ser considerados campaniformes o de tradición campaniforme349. Constan en efecto, puñales con descricpión de hojas nervadas y/o decoradas. Los petroglifos de Castriño de Conxo350, por ejemplo, remiten a modelos relacionados con los puñales armóricobritanos propios de los Túmulos Armoricanos y de la Cultura de Wessex, las cuales no echarán a andar hasta las vísperas del II Milenio cal. A. C.. Sin embargo, en la Bretaña francesa estos artefactos tuvieron una larga pervivencia, hasta el 1500 cal. A. C. En los petroglifos gallegos existen además modelos que son claramente espadas, como por ejemplo en la grandiosa Pedra das Procesións (fig. 141), pero hay también otros casos. Sin forzar necesariamente las identificaciones, sí se podrá admitir fácilmente que los puñales largos y las espadas son propios de épocas avanzadas del Bronce Antiguo, ya bien entrado el II Milenio cal. A. C. Otro de los jalones para datar los petroglifos de armas en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. fueron las alabardas. Ha influido decisivamente en esta postura sobre todo una no muy afortunada interpretación de las conclusiones de T. X. Schumacher, en su clásico estudio sobre estas armas351. Schumacher hace mención al concepto de la alabarda, entendiéndolo como una costumbre que se extendió por Europa durante la temprana etapa del Bronce Antiguo. Esta constumbre en el uso de la albarda se produciría por difusión, y no de modo independiente a partir de varios focos de invención. En efecto, se debe tener en cuenta que la alabarda era ya conocida de tiempos anteriores, tal como se documenta por los casos realizados a partir de rocas duras y que aparecen en enterramientos neolíticos. No obstante, también señala que el uso cultural dado en la Edad del Bronce en cada región por donde se difundieron, muestra desde un punto de vista arqueológico peculiaridades locales, conformando un

347

Hurtado, V. (2009:172 y ss.). Peña Santos, A. (2005:37). 349 Peña Santos, A. y Rey García, J. M. (2001, fig. 24). 350 Peña Santos, A. (1979). 351 Schumacher, T. X. (2002). 348

295 variado registro de depósitos, desde supuestas ofrendas en ríos, humedales y otros pagos a ajuares funerarios de poderosos individuos. El análisis morfológico del artefacto, y su composición química, así como sus posibilidades estratégicas y tácticas en el arte de la lucha, y sin olvidar las figuraciones de numerosos petroglifos localizados en diferentes lugares de Europa, lleva fácilmente a considerarlas como un artefacto de especial contenido simbólico. Ha habido incluso una corriente de la investigación que cuestiona su uso práctico, y la entiende mejor como un emblema de poder. Sin embargo, tampoco faltan voces propugnando que ambos extremos no son excluyentes: podrían perfectamente constituir una insignia de estatus y poder, tal vez empleadas en ciertos rituales, y asimismo ser también un objeto empleado en la lucha, quizás en ciertos tipos de lucha, como por ejemplo duelos singulares entre jefaturas.El hecho es que T. X. Schumacher cifra como las más antiguas alabardas las provenientes de Irlanda y Gran Bretaña estableciendo su origen hacia 2350 – 2050 cal . A. C., con un desarrollo paralelo a la difusión del vaso campaniforme. No obstante esta datación no se ha conseguido de un modo directo, sino por comparación de artefactos procedentes de distintos depósitos, que en algunos casos, nos llevarían incluso hasta mediados del siglo XVII cal. A. C. En Francia, sin embargo, serían contemporáneas de la época de vigencia de las dagas armórico-británicas y de las fases A y B de Wessex en Inglaterra, con una cronología extendida desde el 2050 hasta el 1700 cal. A. C., que es por otra parte, la misma datación manejada para las alabardas provenientes de Italia. En la Península Ibérica se pueden señalar las tipo Carrapatas del NO. Peninsular, datadas aparentemente en el tardío, confuso y poco concreto Horizonte Montelavar de Harrison, sin mayores precisiones, y las pertenecientes a la Cultura del Argar, así como las localizadas en el SO. peninsular. Respecto a estos últimos tipos, no se puede evitar el mencionar que las alabardas seguirán en uso hasta mediados del II Milenio cal. A. C. tal como se documenta fehacientemente. Para la Cultura del Argar menciona los tipos más antiguos como pertenecientes al Argar A, con una cronología estimada entre 2141 y 1770 cal. A. C., mientras las más evolucionadas, las tipo Cano y Montejícar serían contemporáneas al Bronce del Suroeste. Esta cronología es también en cierto modo respaldada por J. C. Senna (sugiriendo la horquilla 2166-1688 cal. A. C.), después de utilizar dataciones procedentes de tumbas donde constaban alabardas 352. De todos modos, si hacemos caso a las dataciones funerarias, las tumbas argáricas masculinas con alabardas se extienden desde el 2050 hasta el 1800 cal. A. C., fecha a partir de la cual, son sustituidas por espadas353. Tardíos son también los modelos centroeuropeos de Unetice, cuya cronología se extendrá desde c. 1800 hasta 1600 cal. A. C., aunque es posible rastrear los primeros casos desde c. 2050 cal. A. C. Respecto a las alabardas de tipo Carrapatas, J. C. Senna las coloca cronológicamente en un amplio lapso cronológico que abarcaría desde c. 2300 hasta c. 1750 cal. A. C. La datación antigua está en función de su supuesta asociación en dos yacimientos (la Finca de la Paloma en Toledo y la Gruta IX das Redondas en la Extremadura portuguesa) con puntas Palmela y puñales de espigo, artefactos encuadrables en el Horizonte Montelavar. Sin embargo, en la Gruta IX de As 352 353

Senna-Martínez, J. C. (2007:124) Castro Martínez, P. V. et alii (1994:91).

296 Redondas354 los materiales constituían un depósito cuya cronología no está demostrado que sea homogéneo, donde se encuentra un arma con estrías paralelas al filo, y amplio talón semicircular con tres orificios en triángulo, y donde habría quedado el negativo de la sujeción de la empuñadura, y que pudiera no ser una alabarda, sino un puñal de fuerte nervadura355, (de todos modos, aunque fuese una alabarda, no pertenecería al tipo Carrapatas), una serie de puntas que se dicen de Palmela, pero quizás sería mejor denominarlas pedunculadas, un pequeño puñal liso de espigo, tres punzones, varias hachas planas trapezoidales de filo ligeramente exvasado, brazales de arqueros y botones con perforación en V356. De esta gruta proceden también varios fragmentos cerámicos campaniformes con decoración incisa, y un vaso campaniforme sin decorar, así como fragmentos cerámicos que actualmente se relacionan con el Bronce Pleno. La proporción de arsénico de la alabarda o gran puñal coincide con la de cuatro puntas pedunculadas, pero se aleja de los otros materiales metálicos. Aunque a veces se ha hablado de la homogeneidad de este depósito, en realidad no se ha aclarado si todos estos artefactos provienen de un depósito cerrado, o bien de continuas deposiciones, lo cual sea lo más próximo a la realidad. Sea como fuere, las puntas pedunculadas, remiten a ejemplares más evolucionadas que las tipo Palmela, lo cual indica que estamos en una etapa avanzada de la Edad del Bronce. Además este tipo de comparaciones entre depósitos alejados geográficamente es cuestionable. En efecto, en un estudio reciente D. Brandhermm357 prefiere aludir a este Horizonte Montelavar de Harrison, en lo que atañe a Galicia y el N. de Portugal como Grupo Vilavella-Atios, entendido no como una fase cultural, sino como un tipo de rito funerario. Este modo de enterramiento lo divide en dos facies, la Vilavella y la Atios. La facies Vilavella parece en realidad ser más antigua, cuya definición proviene de enterramientos bajo túmulos con ajuares metálicos integrados por puñales de espigo y puntas Palmela, mientras que la facies Atios parece ser posterior y se concreta por los enterramientos en cistas y la presencia de puñales largos y mayor cantidad de adornos en metales preciosos, pero no puntas Palmela. Esta facies Atios ofrece modelos de joyas y otros rasgos técnicos parangonables con las procedentes de los Túmulos Armoricanos y de de la Cultura de Wessex, que como vimos más arriba no se manifiestan con plenitud hasta c. 2000 cal. A. C. Asimismo las fechaciones radiocarbonicas recientemente obtenidas para algunas de estas cistas confirman su cronología en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. Sobre este tema ya volveremos más abajo, pero de momento indicar que Branherm advierte de la inconvenencia de usar relajadamente los paralelos que puedan ofrecer yacimientos de la zona de influencia del Grupo Vilavella-Atios alejada de Galicia y el N. de Portugal, por estar matizados por tradiciones funerarias locales. En este sentido, la proposición cronológica formulada por J. C. Senna respecto a la cronología de las alabardas de tipo Carrapatas, quizás no sea la más adecuada al ser realizada a partir de yacimientos extrernos y muy alejados al área nuclear como pueden ser la Extremadura portuguesa, y el centro peninsular.

354

Paço. A. (1966). Cardoso, J. L. (2005:11). 356 Senna, J. C. (1994). 357 Brandherm. D. (2007) 355

297

Fig. 145.- Aspecto general del gran panel de A Pedra das Procesións (Vincios, Gondomar)

298 Por lo tanto la cultura de la alabarda no puede ser circunscrita únicamente a los últimos siglos del III Milenio cal. A. C., e incluso parece más adecuado determinar su difusión y empleo generalizado en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. De hecho J. C. Senna-Martínez menciona que las alabardas perderían su uso paralelamente a la aparición de las hachas de tipo Bujões – Barcelos y los comienzos de la expansión de la metalurgia del bronce c. 1750-1500 cal. A. C., similarmente a como ocurre en El Argar. Según este autor, en esta época las alabardas comenzarían a ser sustituídas por esas hachas como simbolos de poder, tal como se refleja en las estelas alentejanas358, aunque a decir verdad, en el Argar la sustitución es por espadas en la élite social, y simultáneamente aparecen las hachas en tumbas de menor categoría359. Volviendo a las cronologías relativas del campo rupestre galaico, nos encontramos con petroglifos de armas posteriores a idoliformes y a cuadrúpedos en el sector meridional de A Pedra das Ferraduras, y a cuadrúpedos en O Ramallal según se deduce de los paneles analizados con anterioridad. Como ya hemos comentado al hablar de los idoliformes, si se confirma que están influenciados por el tipo de estelas mencionado, estaríamos ante motivos que como mínimo habría que situar en los primeros siglos del II Milenio cal. A.C. Esta hipótesis en principio no sería difícil de admitir. Más problemático es el que pone en relación los grabados de algunos puñales y los cuadrúpedos. La cronología que argumentamos para las figuraciones de animales tendría como fecha bastante probable el siglo XIII cal. A. C., para el panel de la Laxe dos Carballos. Pero también es cierto que ya dejamos indicado que esta datación podría suponer nada más que una fecha intermedia, la cual no es descabellada remontarla en varios siglos. En aquel momento sugerimos de un modo hipotético el comienzo para la fase de los cuadrúpedos en relación con la gestación del Bronce Final, coincidente con las primeras aleaciones de Bronce, y que dan por concluido el Bronce Antiguo hacia 1650 cal. A. C. La admisión de esta hipótesis nos llevaría a concebir la grabación de armas en tiempos muy recientes, ya por lo menos en momentos pertenecientes a la segunda mitad del II Milenio A. C. De momento se trata de una hipótesis de trabajo a la que nos conducen los datos manejados, y que no debe ser descartada. De todos estas referencias parece poderse deducir que las representaciones de armas semejan ser grabaciones ocasionales inscritas en un marco rupestre más amplio. Es el único modo que tenemos a día de hoy para explicar cómo es posible que existan alabardas, que en principio debieran ser motivos antiguos, y cuya insculturación no se produciría ni antes ni después del c. 2000 – 1750/1700 cal. A. C., y las estratigrafías horizontales derivadas del estudio de paneles donde coinciden puñales y cuadrúpedos. Lamentablemente son pocos los casos manejados por lo que debemos proceder con espacial prudencia si lo que deseamos es extrapolar consecuencias. Dejando de lado las representaciones trapezoidales que suelen acompañar a algunas armas, conocidas como “escutiformes”, las principales representaciones de armas son las alabardas y los puñales de hoja triangular. Es importante señalar que escasean las espadas; de hecho con seguridad solamente como tal puede tomarse la de 358 359

Senna-Martínez, J. C. (2007; 2009:480). Castro Martínez, P. V. et alii (1994:91).

299

Agua da Laxe (Vincios, Gondomar) y quizás otras como la grande de la Pedra das Ferraduras (Fentáns, Cotobade), y la de Pornedo 1, así como uno de los ejemplares del Castriño de Conxo (Santiago de Compostela), aunque como espadas cortas, en el mejor de los casos. Sobre las alabardas rupestres ya advertíamos hace tiempo que la ratio de la hoja no se correspondía con el tipo Carrapatas documentado en nuestra tierra, pareciéndose por ejemplo a otros modelos irlandeses como por ejemplo las tipo Clonard360. Esta apreciación fue compartida por otros autores, que también vieron que tal adscripción era muy problemática361. Sin embargo, esta dificultad técnica fue abandonada, porque a fin de cuentas, las alabardas tienen una vida muy bien definida en Europa Occidental. Indicábamos líneas arriba que la disposición cronológica de las figuraciones de armas, las cuales probablemente están dispersas a lo largo del II Milenio cal. A. C. no parecen constituir un ciclo cultural bien definido, y las cuales más bien necesitan un contexto rupestre. Este marco referencial sería el de las combinaciones circulares. Sin embargo, cuando nos aproximamos más en detalle al fenómeno de los petroglifos de armas, se aprecia que estos motivos muestran una especial tendencia a integrar petroglifos monotemáticos. Se ha señalado su proclividad a aparecer en paneles fuertemente inclinados, próximos a la verticalidad, pero en realidad, son mayoría los ubicados en rocas bajas semejantes a las ocupadas por combinaciones circulares. En proporción los petroglifos de círculos diseñados en paneles muy inclinados son una minoría. La relación entre círculos y armas es verdaderamente precaria. Sólo un puñado de paneles manifiesta, no ya asociaciones, sino por lo general, meras presencias coincidentes. El caso de A Foxa Vella en Rianxo, nos pone sobre la pista de que las figuraciones de armas parecen representar una segunda fase tras la elaboración de muchas de las combinaciones circulares allí existentes, al disponerse en una banda periférica respecto de éstas. También posteriores a la insculturación de combinaciones circulares encontramos las armas representadas en Primadorno 1.1. En este petroglifo, el trazado de la posible espada juega con la preexistencia de un surco de salida posiblemente ya resaltado con anterioridad. Estas informaciones nos ponen en contacto con una evidente anterioridad de los petroglifos de combinaciones circulares respecto de las armas, cuando menos en estos paneles. Sin embargo, nada nos obliga a pensar que estas armas fueron confeccionadas por poner un ejemplo, a comienzos del siglo XX cal. A. C., pues como vimos hay argumentos de sobra para suponer grabaciones de armas en siglos muy posteriores. Por otra parte, en algunos petroglifos donde abundan las representaciones de armas, caso de Agua da Laxe 1 o Agua da Laxe 3, se aprecia la elaboración de armas con una relativa cuidada factura conviviendo con otras más pequeñas, y de descuidado trazado, a veces con superposiciones e inhibiciones. Probablemente estos petroglifos, del mismo modo que ocurría con las combinaciones circulares, mejor que representar panoplias guerreras, tal como se afirma a veces, no dejen de ser también el resultado de un largo período de tallado, donde por un proceso de concurrencia y emulación se seguía grabando el mismo prototipo de motivo inicialmente realizado, o sus equivalentes 360 361

Fernández Pintos, J. (1989b:292-293). Santos Estévez, M. (1999:104)

300 (alabardas, puñales, espadas, etc.). Incluso en a Pedra das Procesión se aprecia como una más que posible disposición periférica de los llamados escutiformes, mientras en Castriño do Conxo quizás sea el motivo más antiguo, y en Os Mogüelos el único. En este sentido, es posible que estos petroglifos de armas respondan a tradiciones localmente mantenidas, nada más, del mismo modo que en el área de Amoedo (Pazos de Borbén)362 existen un tipo de combinaciones circulares raro fuera de este marco geográfico. Este rasgo explicaría el por qué en Campo Lameiro se produce la representación de armas, casi siempre puñales, nunca alabardas, mezcladas con cronologías semejantes a las de los cuadrúpedos: en muchos casos se trataría de una tradición local tardía. En consecuencia, los petroglifos de armas, difícilmente pueden constituir un ciclo cultural, a causa de la parquedad de representaciones, y su hetereogeneidad cronológica. El problema radica en si podemos dar por válida la estratigrafía horizontal de A Foxa Vella y Pornedo 1.1, sumarla a la exclusividad tipológica, y concluir que coinstituyen un grupo artístico diferenciado y posterior a las combinaciones circulares. Aunqe así fuese, nada nos obliga, insistimos nuevamente, en datar parte de los petroglifos de armas en el siglo XIX cal. A. C. y suponer los petroglifos de combinaciones circulares, anteriores, del III Milenio cal. A. C. En efecto, la vigencia del concepto de la alabarda de Schumacher, no tiene sus límites temporales verdaderamente clarificados, y además parece que no ewxperimentó un desarrollo simultáneo y paralelo en toda Europa, e incluso, hay argumentos como ya expusimos para sumergir el uso de las alabardas en momentos avanzados de la primera mitad del II Milenio cal. A. C., y por lo tanto su reflejo en forma de arte rupestre en correlación con su actualidad. Del mismo modo que en el área de Amoedo, las combinaciones circulares del tipo Tenxiñas y derivados integran paneles exclusivos, donde no entran las combinaciones circulares de anillos, que también existen pero constituyendo petroglifos aparte, no nos pueden obligar a concebir un ciclo artístico diferenciado cronológicamente de combinaciones circulares, lo mismo es posible que ocurra respecto de armas y círculos en general. Es perfectamente posible que los petroglifos de alabardas, puñales, espadas, escutiformes e idoliformes no dejen de constituir iniciativas artísticas particulares enmarcadas en un contexto rupestre más amplio, paralelo a las combinaciones circulares. Por lo menos, más alla de deseos personales, no hay datos de suficiente peso para suponer lo contrario. En consecuencia, la paralelización de armas y combinaciones circulares llevaría los comienzos de la grabación de combinaciones circulares c. 2000 cal. A. C. Otro jalón para la datación relativa de las combinaciones circulares son los equipos de molienda rupestres, ya estudiados someramente más arriba (véase cap. 2.2.2.5, pg. 23 y ss.). Como se concluyó en este estudio, los equipos de molienda dan toda la impresión de que son anteriores a las combinaciones circulares, pues cuando éstas excepcionalmente comparten panel con aquéllos, suelen aparecer dispuestas de un modo periférico e incluso superponiendo en su trazado el anillo exterior sobre las superficies internas donde se produjo la molienda o la trituración. El problema es que la datación de estos elementos de momento gravita probablemente en un nebuloso III Milenio cal. A. C., sin mayores precisiones por el momento, aunque hay argumentos para pensar que acaso se desarrollarían en el curso de su segunda mitad, lo cual 362

Fernández Pintos, J. (2013:41 y ss.).

301

nuevamente empuja a las combinaciones circulares hacia el II Milenio cal. A. C. Será necesario realizar un estudio particular para clarificar esta posibilidad. La cuestión del parentesco de las combinaciones circulares y las figuras laberínticas ya la hemos abordado en trabajos anteriores363, y dado que no ha habido nuevas aportaciones, sigue sumida en una oscura posición, por el momento muy difícil de desenvolver. Podríamos decir que no se ha encontrado todavía el hilo conductor que nos permita comprender su existencia en el mundo rupestre galaico. En el bagaje artístico rupestre galaico existen verdaderos laberintos de tipo mediterráneo, y otras formas pseudalaberínticas cuyas figuras se acercan más o menos a éstas. Sobre las figuras laberínticas propiamente dichas se conocen actualmente 9 paneles. Recientemente ha saltado a la prensa, y así figura en blogs364 y publicaciones el hallazgo de la estación de Pé de Múa en Sabaxáns (Mondariz, Pontevedra) donde se habrían localizado otros dos ejemplos más, uno de ellos de gran tamaño. Hemos recientemente estudiado la referida estación, y, salvo un error de lectura, personalmente creemos que en ninguno de los dos casos documentados puede hablarse de laberintos, por lo menos si se siguen criterios objetivos y no sensacionalistas. El mencionado complejo rupestre se encuentra en una terraza escalonada de la ladera de la serranía. Este rellano está integrado en su nivel superior por un descomunal afloramiento rocoso, que en lo que se puede ver hoy en día mide unos 800 m², el cual presenta grosso modo un plano horizontal, y varias vertientes hacia el S. y E., si bien su superficie es muy ondulada con amplias y suaves concavidades en forma de pilas parcialmente exorreicas así como escalones. En el momento de su descubrimiento, según parece, vehículos y animales de una granja allí existente venían desde hacía tiempo circulando sobre el peñasco, realizando incluso sus deposiciones sobre las insculturas, lo cual es indicio de que los diseños debieron sufrir fortísima erosión mecánica y química, y quizás sea esta una de las razones de que los diseños se presenten actualmente en buena parte casi imperceptibles, con un elevado grado de desgaste, y ello a pesar de sus enormes dimensiones en algunos casos. Los grabados están dispersos en esta superficie. Constan multidud de cruciformes de distintos tamaños y formas, así como cuadrados segmentados, muchas coviñas, algunas aisladas pero otras en agrupaciones, alfabetiformes, tanto muy recientes como otros muy antiguos, así como una docena de combinaciones circulares. Una de las características de estas combinaciones circulares es su gran tamaño. Una alcanza 1,75 m. de diámetro, otra 1,7 m., uno de los supuestos laberintos 1,62 m. En líneas generales estas figuras aparecen con los surcos muy desgastados, si bien se aprecia bastante bien el anillo externo con dimensiones en torno a los 70/5 u 80/10. Muy interesante es una combinación de anillos concéntricos, labrada en un plano inclinado, de 1,32 m. de diámetro, elaborada con surcos muy profundos de hasta 70/10, y confección muy cuidada. En este panel se han creído ver dos figuras laberínticas, de cuyo sector presentamos el plano (fig. 146). La nº. 1, es de menor tamaño, de 88 por 71 cms., presentando surcos de hasta 40/5 y con una coviña superpuesta. Su lectura es muy complicada, sobre todo en su zona central, cuya única característica que la emparenta con los laberintos es la indefinición del cierre de los surcos. No obstante en esta zona hemos observado también superposiciones y adiciones que han desvirtuado la posibilidad de una buena lectura. La carencia de coviña central, y 363 364

Fernández Pintos, J. (2013:69 y 74). http://pedemula.wordpress.com/

302 la disposición apretada de los anillos, junto con una lectura creemos que muy atrevida llevó a algunos autores a ver en ella un laberinto. A nuestro modo de ver la nº. 2, es una simple combinación circular que ha sufrido varias superposiciones, y que según parece, no quedó totalmente concluida y cuya área central se presenta muy complicada para la lectura.

Fig. 146.- Sector NO. del petroglifo de Pé da Múa (Sabaxáns, Mondariz).67

De estos hipotéticos laberintos de Sabaxáns, a los cuales, insistimos, no otorgamos esta confianza, se han presentado fotografías realizadas con luz rasante artificial tomadas de noche, donde se aprecia perfectamente el trazado plenamente laberíntico365, o muy semejante, Sin embargo, en otras fotografías más generales, realizadas también con iluminación rasante se puede comprobar fehacientemente que tales figuras, por su indefinición interna, de ningún modo pueden ser tomadas como tales laberintos366. De estos supuestos laberintos también se han hecho eco A. de la Peña Santos y F. J. Costas Goberna en un trabajo reciente367, los cuales además de presentar las misma fotografías aparecidas en la edición electrónica de esta estación, aportan dos planos realizados por el medio del frotage por los autores del descubrimiento de la estación, M. Ledo y A. del Prado. En estos planos se observa un trazado perfectamente laberíntico en los anillos de estas combinaciones circularres, pero también se aprecia un 365

Véanse las fotografías aportadas: http://pedemula.files.wordpress.com/2011/07/pdam.jpg http://pedemula.files.wordpress.com/2011/07/pdam13.jpg. 366 Véase http://pedemula.files.wordpress.com/2010/10/laberintos-pc3a9-de-mula.jpg. 367 Costas Goberna, F. J. y Peña Santos, A. (2011:255-256 y 266-267).

y

303

alto grado de arreglo de la lectura arrojada por el frotage. En efecto creemos bastante inverosímil que siguiendo este método de lectura aparezcan los surcos con un extraño alto grado de nitidez y resolución. También en las fotografías se comprueba el claro trazado laberíntico de los surcos de estas unidades, a lo cual, en principio, no le otorgamos especial crédito pues de dos atentas lecturas directas con luz natural que hemos realizado, no dedujimos de ningún modo ese sdupuesto trazado laberíntico. Cuando se publica por primera vez la estación, se describen estas unidades como meras combinaciones circulares368. Por último, la empresa encargada de la limpieza y puesta en valor de esta estación, Rock Art Conservation S. L. en el plano publicado, tampoco ha apreciado la existencia clara de laberintos369. En consecuencia, de momento dejamos en suspenso la adscipción morfológica de estos supuestos laberintos, y esperamos que los autores de las fotografías y de los planos elaborados por frotage expliquen la metodología y técnica empleadas para su obtención, y si no han procedido a una manipulación previa de los surcos in situ o mediante medios informáticos una vez obtenidas las fotografías del natural. De todos modos, en el trabajo citado A. de la Peña y F. J. Costas no entran en críticas sobre esta atribución y la dan por buena. Es muy interesante añadir que la búsqueda de métodos de lectura de los petroglifos totalmente objetivos y no invasivos es una vieja batalla que podemos dar por perdida. El uso de la luz artificial rasante es muy interesante, pero no es un método absoluto, pues hemos podido comprobar que en las superficies de los granitos hay multitud de accidentes imperceptibles al ojo humano, pero que destacan sobremanera a poco que incida oblicuamente un haz de luz, de donde se sigue que con esta práctica no es muy difícil inventarse figuras donde en realidad no las hay, y sobre este tema disponenmos de sobrada experiencia. En este sentido, nos parece más que suficiente la suave luz solar incidiendo oblicuamente que la de un potente foco eléctrico. La iluminación nocturna oblicua, es sin lugar a dudas espectacular, y es por ello que se ha estado usando en la reciente práctica de visitas guiadas nocturnas para el público, y también para descripciones en publicaciones especializadas, pero insistimos en sus limitaciones, y en el necesario y prudente control arqueológico en las lecturas arrojadas en el curso de esta práctica. Respecto a la técnica del frotage, podemos declararla sin mayores problemas como completamente innecesaria a nivel científico, y si más propia de demostraciones lúdicas en visitas colectivas, pues en líneas generales, con este método curiosamente se descubre lo que ya se podía ver a simple vista. Al final será únicamente el ojo y el criterio del investigador examinando con sus propios ojos surcos y superficies con el uso de una luz no muy fuerte, a poder ser natural, quien habrá de determinar lo que es factura humana y lo que es erosión o morfología de la roca. Las figuras laberínticas, por mucho que algunos autores sugieran un origen autóctono370, son sin lugar a dudas de inspiración foránea, en última instancia procedentes del Mediterrráneo Oriental, más concretamente del Egeo. Suponer que el motivo de su aparición originaria en Galicia se deduce de ser la región donde más laberintos aparecen es una idea absurda, pues esta circunstancia se producirá precisamente en la segunda mitad del I Milenio A. C. cuando se difundan por el 368

Pereira, E. y Costas Goberna, F. J. (1998). Véase imagen del plano en https://fbcdn-sphotos-c-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xfp1/t31. 08/894445_511374212233511_753506441_o.jpg 370 Peña Santos, A. y Rey García, J. M. (1993); Peña Santos, A. (2005:22); 369

304 mediterráneo monedas cretenses con el símbolo del laberinto en su dorso. Juzgar que los petroglifos de laberintos son antiquísimos por el mero hecho de ser grabados rupestres y haber sido realizados junto a cuadrúpedos o círculos, no deja de constituir un ingenuo y vano ejercicio. El caso de laberinto más antiguo conocido bien datado lo encontramos en el reverso de la tablilla PY Cn 1287 localizada en el palacio de Pylos371 y cuya datación, relacionada con la destrucción del dicho establecimiento, se establece hacia mediados del siglo XIII A. C. Esta figura, realizada en el dorso de un apunte contable, y sin relación con éste, se toma como un ejercicio rutinario de mera distracción372, lo cual da fe de que era un símbolo muy conocido en su época, aunque no hayan llegado hasta nosotros más ejemplos, pero sí que se revelan por otras fuentes indirectas. En la región existen en siglos anteriores formas previas parecidas que facultan el pensar que fue en este ámbito del Mediterráneo Oriental donde se formularon por vez primera. El hecho de que el laberinto de Pylos aparezca ya completamente elaborado permite concebir la existencia de una trayectoria, y de modelos anteriores y coentemporáneos. Es este un tema que necesita un adecuado esclarecimiento previo, no tanto del tema mítico o histórico del laberinto, sino del propio símbolo laberintiforme, del que ahora no nos podemos ocupar, pero que dada la existencia de una cierta abundancia de documentación dispersa es posible enhebrarla en un discurso coherente que podría ser muy provechoso para comprender la difusión rupestre de este tipo de figuras. En Galicia no hay datos de peso para suponer un origen autóctono para esta figura tan complicada. Ciertamente algunas combinaciones circulares son tenidas por pseudolaberintos a causa del trazado tortuoso de su formulación anular373. Existen también casos de espirales. Pero estos motivos pseudolaberínticos son muy minoritarios y morfológicamente están muy lejos de los verdaderos laberintos. Los laberintos además de no suponer más de unos ocho casos, no presentan la misma tendencia compositiva que las combinaciones circulares. Suelen aparecer solitariamente, sin acompañamiento de otras combinaciones circulares, a veces en lugares muy alejados geográficamente donde integran el único tipo de motivo en la roca y, son el único petroglifo de componente circular del paraje, e incluso de una extensa área próxima. Además de no aparecer asociados a otros motivos circulares tampoco participan de sus elementos característicos como son los surcos de salida y la ocupación mamilar. Solamente sería factible aplicar el tema de la jerarquización gráfica a la famosa Pedra do Labirinto de Mogor (Marín), pero quizás sea una ilusión (fig. 147). De ser cierta la estratigrafía horizontal en este petroglifo, nos encontraríamos con círculos grabados en una fecha tardía. Sin embargo, no hay nada raro en todo ello, pues esta datación retardada vendría a coincidir con la ya expuesta en relación con los cuadrúpedos, cuando sospechábamos la posibilidad de un solapamiento de estilos. Estaríamos ante el desarrollo inercial y tardío del ciclo de las combinaciones circulares. Tal como indicábamos más arriba, los laberintos son en el Arte Rupestre Gallego meros invitados, que llegan en un momento muy avanzado de la Edad del Bronce, tal vez por lo menos a fines del II Milenio A.C. y no constituyen propiamente un ciclo; mejor parecen haber sido el fruto de una aportación externa que llega cuando está en vigor el ciclo de los

371

Heller, J. L. (1961). Chadwick, J. (1977). 373 Fernández Pintos, J. (1989c). 372

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cuadrúpedos, o simplemente son la respuesta del estímulo motivado por la presencia de combinaciones circulares. Precisamente es a partir de la disolución o decadencia de los grandes imperios orientales cuando el registro arqueológico del mediterráneo occidental comienza a apreciar cada vez más una creciente intensificación de intercambios que por mar relacionan la fachada atlántica con la cuenca mediterránea. De hecho, el famoso barco del petroglifo del Río Vilar de Oia374 corresponde a modelos que proliferan en esta época375. Pero con ello tampoco queremos decir que todos los laberintos se correspondan con esta dinámica. Por ejemplo el reciente hallazgo del diseño de un laberinto en el castro de Formigueiros (Samos)376, sin invalidar todas las hipótesis ahora emitidas obliga a ser más cautos al considerar estos motivos. Es perfectamente viable suponer que los laberintos, aún siendo unos pocos casos, respondan a cronologías muy distintas.

Fig. 147.- Aspecto parcial de A Pedra do Labrinto (Mogor, Marín).

De diferentes carácter son las figuras pseudolaberínticas del tipo B y C, como por ejemplo en los casos de Naraío377 en Carnota, o también en la ya estudiada Laxe dos Cebros (fig. 135, pgn. 270). En el caso del petroglifo de Naraío, algunas combinaciones circulares semejan un sorprendente trazado laberíntico de sus anillos. Se trata de un 374

Costas Goberna, F. J., Novoa Álvarez, P. y Sanromán Veiga, J. A. (1993); Alonso Romero, F. (1993) Ruiz-Gálvez Priego, M. (2005:319) . 376 Meijide Cameselle, G., Vilaseco Vázquez, X. I., Blaszczyk, J. (2005); http://montetecla.blogspot.com.es/2011/03/el-laberinto-del-castro-de-formigueiros.html 377 http://jlgalovart.blogspot.com.es/2008/12/petroglifos-de-narahio-carnotamuros.html; http://jlgalovart.blogspot.com.es/2010/09/una-linea-eqinocial-en-narahio-muros.html 375

306 unicum, solamente comparable pero de lejos con las pocas espirales que hay en el Arte Rupestre Gallego, y con algunas de los petroglifos de A Caeira en Poio378, sobre todo en el SO. de la provincia de Pontevedra, pero también muy cerca a esta estación como es la Laxe das Rodas, también en Carnota379. En el petroglifo de Naraío los pseudolaberintos siguen una sintaxis en todo idéntica a la de cualquier panel con combinaciones circulares. Se puede apreciar alguna ocupación mamilar, una probable jerarquización gráfica, así como su asociación mediante líneas y por contacto. A la vista de los datos proporcionados por este petroglifo es muy difícil sustraerse a la posibilidad de que su inspiración no provenga directamente de los laberintos propiamente dichos, aunque en la misma roca no haya ninguno. Esta más que posible inspiración en las formas egeas modernizaría enormemente la cronología de los petroglifos de combinaciones circulares, haciéndolos recaer al menos en parte en la segunda mitad del II Milenio cal. A. C. Sea como fuere, el petroglifo de Naraío merece un detallado análisis, pues creemos que su estudio nos podrá revelar informaciones muy importantes para la comprensión del mundo de las combinaciones circulares. Como ya hemos expuesto, los cuadrúpedos integran un ciclo que se desarrolla con posterioridad a las combinaciones circulares, si bien tal vez no se deba cerrar la puerta a un posible solapamiento parcial, o también quizás a un proceso de recuperación de un motivo antiguo. Los datos manejados en la actualidad aconsejan llevar el ciclo de los cuadrúpedos cuando menos a la segunda mitad del II Milenio cal. A. C. y probablemente a la primera mitad del I Milenio cal. A. C., y no sería extraño que aún perviviesen durante la Segunda Edad del Hierro en lo que respecta principalmente a algunas escenas de equitación380. Tal vez en momentos tardíos de este ciclo se incorporarían las escenas de equitación y los antropomorfos. Estos dos últimos motivos concuerdan bien con la nueva mentalidad de corte guerrera que se extiende por Europa Occidental a partir del Bronce Final (desde el 1650 cal. A. C.)381, pero especialmente desde el comienzo del Bronce Atlántico hacia el 1250 A. C., donde esta tendencia social se detecta arqueológicamente. Los petroglifos de cuadrúpedos reflejan la aparición de nuevas ideas, y la única cesura cultural identificable arqueológicamente a día de hoy en el II Milenio cal. A. C. es la difusión del bronce a partir del siglo XVIII cal. A. C. que se hace acompañar de nuevas formulaciones sociales, pero sobre todo con la consolidación del Bronce Atlántico más tarde. De hecho, los únicos datos cronológicos fiables que disponemos respecto de los cuadrúpedos nos conducen indefectiblemente hacia estas cronologías. En consecuencia, todos los marcadores rupestres, arqueológicos y teóricos directamente relacionados con los petroglifos de combinaciones circulares nos llevan tenazmente al II Milenio cal. A. C., extendiendo su insculturación a lo largo de esta época e incluso, quizás, penetrando en el I Milenio cal. A. C. de la mano de las figuraciones de cuadrúpedos. No pretendemos cerrar las puertas a una posible procedencia desde el III Milenio cal. A. C., de parte de los petroglifos gallegos, pero de momento no disponemos de datos seguros más allá de la consabida mera prevención, pues a fin de cuentas, los 378

García Alén, A. y Peña Santos, A. (1980:92 y ss.). http://jlgalovart.blogspot.com.es/2008/12/laxe-das-rodas.html 380 Fernández Pintos, J. (2013:72 y ss.). 381 Kristiansen, K. y Larson, T. B. (2005). 379

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jalones cronológicos que hemos manejado a lo largo de este epígrafe, tampoco son del todo tan seguros como para darlos ciegamente por válidos y definitivos. Por el momento los defensores de cronologías más antiguas que las expuestas basan sus especulaciones en meras conjeturas que muchas veces no son más que simples desiderati, dando por válidos argumentaciones muy precarias cuando no completamente arbitarias, impertinentes o peregrinas. Cuando se aporten datos con un mínimo valor probatorio, aunque supusiesen simples pero razonables indicios para llevar los petroglifos de combinaciones circulares al III Milenio cal. A. C. seremos los primeros en utilizarlos. Mientras tanto nos tendremos que conformar con la información que hemos estado comentando hasta ahora. 9.2. EL CONTEXTO CULTURAL. En el epígrafe precedente hemos tratado de ubicar los petroglifos cronológicamente en función de los datos suministrados por el análisis de los mismos grabados en las relaciones con especies mejor datables como eran las armas, los cuadrúpedos y las escenas de equitación, los idoliformes y los figuras laberínticas. Creemos que esta explicación sería suficiente para comprender a grandes rasgos su situación temporal, pero evidentemente seguiríamos sin contar con su inserción en un marco histórico coherente. No abordar el aspecto cultural de los grabados rupestres gallegos sería disculpable en una publicación dirigida únicamente en ese sentido, o también hace algunos años, cuando la información disponible era muy escasa. En la actualidad se dispone de gran cantidad de material paleoambiental y arqueológico para los III y II Milenios cal. A. C. que habrá de ser compilado para ver como practicar la inserción de los petroglifos de combinaciones circulares en su marco histórico original. Advertimos desde ahora que el análisis de los datos paleoambientales y culturales, aunque se realizan desde una perspectiva de validez general, están en función y dirigidos concretamente a esclarecer el escenario en que se desenvuelven los ciclos del arte rupestre más antiguo. Es decir, más que el trazado de un verdadero discurso histórico, se pondrán de relieve aquellos aspectos que nos pueden ser de mayor utilidad en esta tarea, sin por ello despreciar otras informaciones. En consecuencia, en los siguientes epígrafes vamos a abordar el estudio de otro tipo de informaciones como son el análisis de las condiciones paleoambientales de los Milenios III y II cal. A. C., así como su evolución cultural para tratar de sopesar la viabilidad de la proposición cronológica ensayada en el epígrafe anterior desde presupuestos distintos, como son el impacto ecológico de las comunidades humanas sobre el medio natural y las distintas manifestaciones culturales, con la esperanza de que nos arrojen alguna luz sobre este tema. A este planteamiento quizás se le pueda achacar su realización a partir de una idea teórica previa que necesita ser demostrada fehacientemente, aunque sobradamente probada para todas las épocas: la estratificación cultural de una sociedad tiene su correlato en la diferenciación de distintas formulaciones culturales, de las cuales la manifestaciones artísticas son la categoría más explícita. Evidentemente en apoyo de esta argumentación no necesitamos extendernos en consideraciones, pues es ampliamente conocida y utilizada en la configuración de marcadores culturales diferenciados en los estudios de épocas y civilizaciones.

308 No somos especialmente partidarios del modo en que hemos estructurado la elucidación cronológica y cultural de las combinaciones circulares tal como la estamos exponiendo. No obstante la experiencia reciente nos ha evidenciado la inoperancia de la búsqueda de un sentido cronológico y cultural para estas figuras si desconocemos otro tipo de informaciones, como son las de tipo cultural. Como se ha podido observar en la exposición de los análisis artísticos anteriores, al constituir las combinaciones circulares la etapa rupestre más antigua, y al no existir referencias materiales con ningún tipo de artefacto arqueológico, la datación directa de estos diseños se esfuma y solamente provendrá de datos externos. Es por ello, que antes de concluir una datación más precisa a partir de las informaciones derivadas de los estudios de los paneles tal como hemos expuesto en las páginas precedentes, creemos del todo imprescindible ensayar un método de aproximación cronológica en el cual se tengan en cuenta los aspectos ecológico y cultural de los Milenios III y II cal. A. C., toda vez que por el momento no disponemos de argumentos sólidos para considerar una cronología más antigua para los petroglifos, sobre todo por causa del conocimiento previo de la presencia de motivos fácilmente datables como son el armamento metálico, las figuras laberínticas y las escenas de equitación, pero también por los análisis iconográficos y sus correlatos arqueológicos expresados en las páginas anteriores. De todos modos, y respecto del tema ecológico, creemos del todo necesario realizar una referencia extensa a este asunto para definir con claridad el escenario en el que enmarcar la vida de aquellas comunidades; el modo de cómo se adaptaron a sus condicionantes y como lo transformaron en la medida de sus posibilidades para obtener de él los recursos que se demandaban en cada época. Un ensayo de este tipo ya lo hemos realizado recientemente aplicado a la zona de Amoedo (Pazos de Borbén) 382, y aún a pesar de las limitaciones creemos que su experiencia fue muy clarificadora sobre todo, para no movernos a las ciegas en un escenario que desconocemos, o simplemente ignoramos porque no se ha trabajado sobre él y no se ha tenido en cuenta. Sin embargo, los estudios paleoecológicos están ahí, y nada excusa su olvido. Evidentemente lo mismo se puede decir del marco cultural. Se trata de conciliar la hipótesis cronologíca más arriba obtenida con las informaciones paleoambientales y las culturales, buscando puntos o segmentos cronológicos de inflexión que por su importancia merecieran considerar un cambio cultural profundo en el seno del cual se fragüen nuevos modos culturales, en los que cupiera entender la práctica artística de los petroglifos de combinaciones circulares. 9.2.1. Paleoecología de la Prehistoria Reciente de Galicia. Desde un punto de vista climático, la historia de los petroglifos gallegos se enmarca en el Holoceno, evento que comenzaría hacia mediados del X Milenio cal. A. C, y en el cual aún nos encontramos inmersos en la actualidad. De este largo período, nos interesa el denominado Óptimo Climático Posglaciar que se desarrolla desde c. 6000 cal. A. C. hasta la primera mitad del I Milenio cal. A. C. Desde un punto de vista cultural esta larga etapa comprende la Protohistoria de Galicia, desde el Neolítico, hasta el Bronce Final y/o ccomienzos de la Cultura Castreña. La fase inicial del Holoceno (c. 9500-6000) se caracterizó por el progresivo calentamiento de las agus marinas y las 382

Fernández Pintos, J. (2013:52).

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tierras continentales adyacentes. En el Óptimo Climático las temperaturas se consideran templadas, pero en su curso, en el SO. de Europa se alcanzan altas cotas térmicas, y al mismo tiempo, en los territorios lindantes con el océano se aprecia un incremento de la humedad. De todos modos, la trayectoria de esta etapa deja también episodios fríos como el detectado entre c. 6450-5850 cal. A. C., o la leve recaída térmica apreciada entre c.5450-4350, acompañada de un ligero descenso de la humedad (todo ello visible en la expansión de los bosques de carácter montano y formaciones arbustivas, donde antes había montes mesófilos). Tras este descenso térmico, a continuación ya desde c. 4350 hasta la primera mitad del I Milenio cal. A. C., apreciamos un progresivo incremento de las especies mesófilas (robles, avellanos, olmos, hayas, etc.), lo cual da a entender una mejoría climática, pero tampoco tan elevada como para permitir la expansión de taxones de naturaleza claramente termófila. A lo largo de este período las temperaturas van ascendiendo lenta y gradualmente hasta alcanzar los mediados del siglo XIV cal. A. C., y desde ahora hasta c. 800 cal. A. C. donde se ha documentado un notable repunte de las medias térmicas383. De todos modos, en el seno del largo período que va desde c. 4350 – 800, aún habría que mencionar el evento climático 4.0, extendido c. 2300-2000 que en amplios territorios meridionales de Eurasia supuso un aumento de las temperaturas acompañada por el descenso de la humedad, y como consecuencia la expansión de la aridez. Sobre este fenómeno, ya hablaremos más detalladamente en páginas más abajo, pero de momento indicar que se discute su negativo efecto ecológico en el área atlántica europea, aunque algunos autores han creído identificarlo en depósitos gallegos. Esta bonanza ambiental se traduce en un principio por la expansión de los bosques. El predominio de las formaciones boscosas será el rasgo más perceptible de este Óptimo Climático. Ciertamente será una etapa propicia para la expansión de los bosques, pero no obstante asistiremos a su continuo retroceso a causa de la presión antrópica, que llevará al final de esta fase climática a tan considerable reducción, que las masas arbóreas acabarán por ser espacios anecdóticos en un paisaje abierto donde predominan los pastizales. Es por ello, que a partir de estos momentos será muy difícil determinar y separar en el ámbito ecológico la incidencia de las oscilaciones climáticas de las pulsaciones antrópicas. Es un lugar común la afirmación que fue la expansión de la agricultura y la ganadería las responsables de la gradual deforestación de los bosques gallegos estado al cual se llega de un modo contundente durante la Romanización. Sin embargo, la historia de la evolución de la vegetación en nuestra tierra, como se puede entrever por los datos más arriba expuestos, es mucho más compleja. Hacia mediados del X Milenio cal. A. C. el incremento de la temperatura y la humedad ambiental propició la expansión del bosque, apreciándose ya en la primera mitad del VIII Milenio cal. a. C. un neto predominio paisajístico de las formaciones arbóreas, que no dejará de incrementarse progresivamente, si bien permanecían deforestados los espacios costeros y las altas serranías, donde más bien se desarrollaron matorrales y herbazales. Se trataría de un bosque pluriespecífico, donde dominarían los 383

Ramil Rego, P. Gómez-Orellana, L. y Muñoz-Sobrino, C. (2008); Ramil Rego, P., Gómez-Orellana, L.; Muñoz-Sobrino, C., García-Gil, S.; Iglesias, J., Pérez Martínez, M., Martínez Carreño, N. y Novoa Fernández de, B. (2009).

310 robledales, acompañados de vegetales mesófilos y criófilos (abedules, olmos, hayas, castaños, etc.), y donde constan escasos representantes de árboles termófilos384. Sin embargo, paralelamente a este proceso de colonización arbórea, se documenta asimismo el repetido impacto de las comunidades epipaleolíticas, pues en efecto en los registros palinológicos en esta época de la Galicia Septentrional se registran leves retrocesos de la masa forestal, lo cual se interpreta como deforestaciones puntuales practicadas en las proximidades de los asentamientos, áreas que con el paso del tiempo se fueron expandiendo, posiblemente en virtud de prácticas cinegéticas de ungulados basadas en el empleo del fuego385, y cuya consecuencia fue cierta proliferación de zonas pobladas por matorrales y herbáceas. Sea como fuere a comienzos del VI Milenio cal. A. C. se percibe aún un neto predominio de las carballeiras. Un poco más tarde, hacia fines de este milenio se extiende el Óptimo Climático hasta mediados del I Milenio cal. A. C. De este episodio climático para nuestros intereses debemos centrarnos en una etapa algo más cálida que la anterior y que comienza hacia mediados del V Milenio cal. A. C. y que parece concluir hacia fines del IV Milenio cal. A.C.386 Durante este período conjuntamente con el sustancial cambio climático experimentado, se adopta y desarrolla un nuevo tipo de producción económica basada prioritariamente en la ganadería y la agricultura 387, sin olvidar tampoco la caza y la recolección. Ello se observa no solamente en la variación ocasional del volumen del polen arbóreo en las columnas polínicas, sino también en la frecuente aparición de restos vegetales carbonizados, y en la creciente constatación de procesos erosivos y sedimentarios que afectaron a las laderas. De todos modos esta incidencia antrópica en el conjunto global de los bosques supuso una escasa repercusión, pues la deforestación era puntual y discontinua, más bien centrada en el entorno de los yacimientos388, llevada a cabo por pequeñas comunidades, probablemente móviles y de desplazamiento estacional, todo ello en un marco de muy baja demografía 389, recuperándose por lo tanto al poco tiempo las zonas deforestadas. Estamos ante el tipo de ocupación del paisaje denominado por Iversen landnam. Sin embargo, es muy posible que las áreas terminales de las serranías donde se construían los megalitos estuviesen parcialmente ya desprovistos de vegetación arbórea bien por razones antrópicas, bien por causas ecológicas, tal como lo revelan numerosos estudios palinológicos tanto de las masas tumulares como de los paleosuelos fosilizados por su construcción. No obstante tampoco podemos olvidar que existen testimonios de túmulos durante cuya construcción estaban acompañados de una razonable masa forestal, como por ejemplo sucede con algunos paleosuelos documentados en el Río Ladra, en la meseta lucense390. Con estos datos delante se puede pensar que este proceso no fue paralelo para todo el territorio, y que por lo general la deforestación se producía previamente a la construcción de los megalitos391.

384

Ramil-Rego, P., Pazo Martínez, A. do, y Fernández Rodríguez, C. (1996:172). Ramil-Rego; P., Muñoz Sobrino, C. y Fernández Rodríguez, C. (2001:91 y ss.). 386 Ramil-Rego, P.; Gómez-Orellana, L. Muñoz-Sobrino, C. (2008:131). 387 Ramil-Rego, P.; Muñoz Sobrino, C.; Gómez-Orellana, L.; Rodríguez Guitián, M.A. y Ferreiro da Costa, J. (2012: 36-37) 388 Ramil-Rego, P., Pazo Martínez, A. do, Fernández Rodríguez, C. (1996:176). 389 López Sáez, J. A.; López Merino, L. y Pérez Díaz, S. (2010). 390 López P. y López J. A. (1993). 391 López Sáez, J. A.; López Merino, L. y Pérez Díaz, S. (2010). 385

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Hacia fines del IV Milenio cal. A.C. comienza otra etapa climática conocida como Neoglaciación II, que no concluirá hasta algunos siglos antes del cambio de Era. Se inicia con una ligera contracción de las temperaturas para más tarde incrementarse progresivamente. En el III Milenio cal. A. C. algunos registros palinológicos comienzan a detectar un cambio en el paisaje con un cierto retroceso de la masa forestal, muy apreciable ya sobre todo en las áreas costeras y en las zonas bajas del interior 392. Este proceso deforestador es ya elocuente en la segunda mitad de este III Milenio cal. A. C., cuando se detecta de un modo generalizado episodios de fuerte erosión, todo lo cual es una buena señal de que se estaba produciendo una modificación de los ecosistemas. Ciertamente estamos ahora en un período de aridez generalizado, y climáticamente algo más fría, pero también se debe considerar ya una más evidente presión antrópica sobre el territorio, fácilmente comprobable en las áreas costeras y de bajas altitudes en el interior393. Este gran cambio ecológico observado en la segunda mitad del III Milenio cal. A. C se viene denominando Evento Climático 4,0 B.P. (c. 2450-1950 cal. A.C.)394, caracterizado por la paulatina transición hacia una neta aridez ambiental, muy notable ya hacia el 2200 cal. A C., cuya causa se ignora con total certidumbre (se habla de la posible caída de un meteorito en el Próximo Oriente, o un cambio en la actividad solar). Temporalmente parece que sus peores efectos se extendieron durante unos 300 años, para a continuación irse recuperando la pluviosidad a lo largo del II Milenio cal. A. C., culminando con el Evento Climático 2,8 B.P., es decir, c. 850-750 cal. A. C., que coincidiría con los orígenes de la Cultura Castrexa, y definido por un fuerte aumento del frío y la pluviosidad395. El caso es que paralelamente a esta modificación del clima se producen profundas y generalizadas transformaciones sociales. En Europa Occidental las civilizaciones calcolíticas del III Milenio cal. A.C., van dando paso progresiva o abruptamente a las sociedades del Bronce Antiguo, pero es también la época de los colapsos políticos de Egipto, Grecia, Anatolia, Mesopotamia e incluso en áreas más distantes como Afganistán, el valle del Indo y China. Como vemos el fenómeno es indiscutiblemente generalizado. En la Península Ibérica, por citar dos grandes hitos históricos, es contemporáneo de la desaparición de los poblados fortificados de la Extremadura portuguesa y el paso brusco de la Cultura de los Millares a la Cultura del Argar. Coincide además con la época de apogeo de la Cerámica Campaniforme. Los efectos de este fenómeno se han podido registrar en Europa Occidental y Mediterránea, y también en la Península Ibérica, según se aprecia en la regresión de las capas acuáticas lacustres de Sierra Nevada, por lo cual se puede hacer extensible a todo el sur peninsular396. Pero incluso parecen haberse identificado en turberas del NO. Peninsular397, y en los niveles lacustres del sector central del Valle del Ebro así como en la Sierra de Cantabria en el País Vasco398. Sin embargo, aún considerando la existencia 392

Ramil-Rego, P.; Gómez-Orellana, L. y Muñoz-Sobrino, C. (2008:132). Ramil-Rego, P.; Muñoz Sobrino, C.; Gómez-Orellana, L.; Rodríguez Guitián, M.A. y Ferreiro da Costa, J. (2012:38) 394 Pérez Díaz, S. (2012:288) 395 Benítez de Lugo, L. (2011:59-60). 396 Oliva, M., Gómez Ortiz, A. y Schulte, L. (2010:41). 397 Fábregas Valcarce, R. et alii (2003). 398 Pérez Díaz, S. (2012:290) 393

312 de una etapa particularmente árida, no está siempre clara la posible incidencia negativa de este evento en las respectivas configuraciones culturales regionales, y es más, incluso se debate si de verdad pudo haber incidido gravemente tal suceso en el ámbito peninsular, sobre todo si se piensa que ya de por sí desde finales del IV Milenio cal. A.C. se extiende una época que progresivamente se encamina hacia cotas más altas de déficit hídrico. Por ejemplo es ya clásico el debate del papel que la aridez ha podido tener en el SE. peninsular en el colapso de la Cultura de los Millares y la aparición de la Cultura del Argar399. Por el contrario, algo más al norte, en La Mancha, se sostiene que la Cultura de las Motillas, con su articulación en torno al control de los acuíferos, está precisamente motivada por esa creciente sequedad ambiental. Como veremos un poco más adelante, la acción humana patente en el uso de sistemas agrícolas basados en el fuego y la deforestación habrán de ser asimismo considerados, pues la desaparición progresiva de la cobertera vegetal y la modificación de las condiciones edáficas de los suelos contribuirán en agravar las consecuencias de la aridez. Si volvemos los ojos hacia Galicia, vemos como en un reciente estudio realizado sobre un depósito en el Monte Penide (Redondela)400 se pudieron comprobar tres pulsaciones probablemente antrópicas sobre el territorio, basadas en incendios, y que ilustran muy bien la evolución histórica del paisaje en esta comarca tan prolífica en manifestaciones rupestres: la primera acaecería en la segunda mitad del V Milenio cal. A. C., y sería de entidad difusa; la segunda en la primera mitad del III Milenio cal. A. C., y la tercera en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. No es muy difícil relacionar estas pulsaciones sobre el paisaje con tres momentos especialmente importantes en la evolución de las sociedades de la época como fueron la expansión de la producción de los alimentos, la revolución de los productos derivados, y los inicios de la Edad del Bronce. Pero es a partir del período 2000-1700 cal. A. C., cuando la acción antrópica detectada sobre los bosques se percibe con claridad401. Algunos autores precisan áun más el momento a partir del cual, el desmantelamiento de la masa forestal comienza a ser evidente en el NO. peninsular, centrándolo en el siglo XIX cal. A. C., pero advirtiendo que se exceptúa de este fenómeno las tierras montañosas más altas402. Este hecho queda perfectamente reflejado en algunos diagramas polínicos procedentes de turberas de las Sierras Septentrionales de Galicia, como Pena Veira403, o Tremoal de Sever404, ambas en la provincia de Lugo, pero también en otros como los localizados en la Península del Morrazo de O Fixón405, O Regueiriño, e incluso A Fontenla406. A partir de ahora se generalizan deforestaciones e incendios seguidos de los subsecuentes procesos erosivos407. Todo ello parece la consecuencia de una fuerte presión antrópica, 399

Gilman Guillén, A, (1999:82). Martínez Cortizas, A., Fábregas Valcarce, R., y Franco Maside, S. (2010). 401 Ramil-Rego, P., Muñoz Sobrino, C., Iriarte Chiapusso, M. J., Gómez-Orellna, L. y Rodríguez Guitián, M. A. (2001:143). 402 Ramil Rego, P.; Gómez-Orellana, L.; Muñoz-Sobrino, C.; García-Gil, S.; Iglesias, J.; Pérez Martínez, M.; Martínez Carreño, N. y Novoa Fernández de, B. (2009:38). 403 Ramil-Rego, P. y Aira Rodriguez, M. J. (1993a). 404 Ramil-Rego, P. y Aira Rodríguez, M. J. (1993b) 405 López, P. (1984:147). 406 Aira Rodríguez, M. J. y Guitián Ojea, F. (1984:figs, 4 y 5). 407 Ramil-Rego, P., Gómez-Orellana, L., Muñoz-Sobrino, C.; García-Gil S., Iglesias, J., Pérez Martínez, M., Martínez Carreño, N. y de Novoa Fernández, B. (2009:38-39). 400

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como lo demuestra la mayor presencia del polen del cereal, la constatación de castaños, así como de plantas ruderales y arvenses que acompañan a las tierras roturadas y cultivadas408. En el caso del Monte Penide observamos que tras la primera quema de cierta entidad se ha de esperar casi un milenio para apreciar otra muy generalizada, tiempo más que suficiente para que la cobertura forestal se recuperase. Parece ser que ya antes de finalizar el II Milenio cal. A. C., la extensa deforestación habría alcanzado una altísima proporción, según se deduce de la cronología obtenída para la zona II correspondiente al registro polínico del Castro de Penalba (Campolameiro), aunque de todos modos, cuando a comienzos del I Milenio cal. A. C. se vaya configurando paulatinamente la Cultura Castrexa, tal circunstancia es ya un hecho incuestionable409. Hemos llegado al tipo de paisaje conocido como estepa cultural. Será un proceso gradual pero inexorable, comenzado fundamentalmente después del 2000 cal. A. C, y que conducirá hacia fines del II Milenio cal. A. C. a una fuerte reducción de la masa forestal, apareciendo en los diagramas polínicos con proporciones menores al 25 %410. La apertura de espacios para la ganadería se debe considerar como el principal agente de antropización411. Son muchos los diagramas polínicos que nos documentan sobre este proceso. Ya el perteneciente al depósito de Mougás (Oia, Pontevedra) revela una fuerte deforestación en un momento bastante posterior a c. 4400 cal. A.C., paralelamente a una rápida apertura de praderas de origen antrópico por la presencia de plantas higrohidrófilas (Cichorioideae) y ruderales como el llantén, llegando el polen arbóreo a ser cuantitativamente menor al 50 %, aunque manteniendo tasas apreciables412. Esta dinámica de retroceso forestal no se aprecia en todos los diagramas publicados para Galicia, por lo que debemos entender que no tuvo el mismo ritmo en todas partes. De todos modos, incluso tierras altas como las cumbres de la Serra do Xistral en Lugo a más de 1.000 m. de altitud (Chan de Lamoso)413, registran un pasajero retroceso del bosque en la primera mitad del II Milenio cal. A. C. acompañado de llantén, y cereal, aunque la primera vez que surge este último taxón es c. 4300 cal. A. C. Una investigación de fundamental importancia para el conocimiento de los petroglifos gallegos fue la realizada por un equipo interdisciplinar en el Parque Arqueológico de Campo Lameiro antes de su puesta en funcionamiento414. Se obtuvieron muchas muestras de suelo, se excavaron varios petroglifos415, y se realizaron dataciones, lo cual se materializó en la existencia de un corpus de conocimientos muy 408

Muñoz Sobrino, C., Ramil-Rego, P., Gómez-Orellana, L. y Rodríguez Guitián, M. (1996:142 y ss.). Aira Rodríguez, M. J. y Saá Otero, M. P. (1988:471 y ss.). 410 Ramil-Rego, P. y Aira Rodríguez, M. J. (1996:278). 411 López Sáez, J. A., López Merino, L., y Pérez Díaz, S. (2010:494). 412 Carrión García, J. S. (2013:22-25). 413 Carrión García, J. S. (2013:28-29). 414 Costa Casais, M., Martínez Cortizas, A., Pontevedra Pombal, X. y Criado Boado, F. (2009); Carrión, Y., Kaal, J., López Sáez, J. A., López Merino, L. y Martínez Cortizas, A. (2010); Kaal, J. (2010); Kaal, J., Carrión Marco, Y., Asouti, E., Martín Seijo, M., Martínez Cortizas, A., Costa Casáis, M. y Criado Boado F. (2011); Costa Casais, M., Martínez Cortizas, A., Kaal, J., Caetano Alves, M. I. y Creado Boado, F. (2012); 414 Carrión García, J. S. (2013:34-36) 415 SantosEstévez, M. (2005). 409

314 útil para la comprensión del Arte Rupestre. De todo este material, será el diagrama polínico publicado (Fig. 148) el que especialmente más nos interesa al proceder de las proximidades del importante conjunto rupestre del entorno del Outeiro dos Cogoludos416. Esta información se completa para el área de Campo Lameiro con los registros palinológicos publicados del Túmulo nº. 1 de As Rozas417, situado en la alta serranía, y el procedente del Castro de Penalba418, emplazado en una abrupta ruptura de pendiente sobre la capital municipal, también en la serranía. De estas investigaciones ha quedado muy claro que el fuego fue un recurso muy utilizado en esta zona ya desde la primera mital del V Milenio cal. A. C. como instrumento de deforestación. Su uso venía desde más atrás, pues hay noticias de su empleo ya en la segunda midad del VI Milenio cal. A. C., pero de un modo ocasional y puntual. Como consecuencia de estas acciones hacia fines del V Milenio cal. A. C. nos encontramos con una masa forestal muy reducida, con un neto predominio de la pradera de herbáceas, y con la presencia de una notable proporción de formaciónes arbustivas (fig. 127). Esta información concuerda con el registro palinológico del paleosuelo del túmulo de As Rozas del cual conocemos una datación: 4661- 3660 cal. A. C. Para entonces estas áreas serranas estaban completamente desprovistas de arboledo (4’1 % del total de la proporción de polen), a la vez que se asiste a la proliferación de brezos (33’3 %), gramíneas (24’7 %) y crucíferas (2,8 %). Estos datos nos permiten hablar de un paisaje de pradera en la serranía completamente deforestado en los momentos iniciales del megalitismo. En esta deforestación se deja entrever la reciente acción del fuego, por la fuerte expansión de los brezos y los helechos, pero también la actuación antrópica por la presencia del llantén (2,8 %) y las compuestas tubulifloras (20 %), seguidas de los helechos (9,3 %). Dado que no se ha documentado cereal, deducimos que la desaparición de la cobertera forestal de este lugar se relaciona con la práctica del pastoreo. Una situación paisajística semejante se ha descrito para paleosuelos de túmulos situados sobre las serranías del sur de la Ría de Vigo como el de As Pereiras (Mos)419, cuya cronología se centra en el IV Milenio cal. A. C. (4060 – 3023 cal. A. C.), el de Chan de Prado420 y también en los túmulos de la Serra do Barbanza421. En el estudio de los túmulos del Barbanza y en otros perfiles topográficos analizados en la serranía que la recorre422, se aprecia perfectamente que estas tierras altas, salvo un momento especialmente frío muy anterior a la época de expansión del Megalitismo, nunca estuvieron muy pobladas de bosques, ni nunca lo estarán. De hecho, y en el mejor de los casos el polen arbóreo raramente alcanza el 30 % de la totalidad de los registros palinológicos. Quiere esto decir que las formaciones boscosas termófilas se adaptaban mal a estas zonas altas, muy expuestas, como ocurre hoy en día, por lo que debían existir amplias áreas mal forestadas, como por ejemplo parece suceder en todo momento en el Barbanza. Es por ello que la acción antrópica en estas zonas, como mucho se limitó a desmantelar formaciones arbustivas de las que sí hay 416

Carrión García, J. S. (2013:34-36). Patiño Gómez, R. (1984). 418 Aira Rodríguez, Mª. J. y Pilar Saá Otero, Mª. P. (1989:462). 419 Peña Santos, A. (1987). 420 Abad Gallego, X. C. (1995:393). 421 Aira Rodríguez, M. J. y Díaz-Fierrros Viqueira, F. (1986:101 y ss.) 422 Criado Boado, F. (1986:19 y ss.). 417

315

constancia. Por poner un ejemplo a modo de ilustración, el área de Pedra da Xesta 1423 (un megalito probablemente tardío, cuando menos del III Milenio cal. A. C., sino incluso posterior424), nunca se caracterizó por proporciones de polen arbóreo superiores al 10 %. Pero ello no impide que ya mucho antes de la edificación del monumento, se registre actividad humana: la escasa representación forestal, a cuya cabeza están los alisos, va a decaeer aún más, y simultáneamente le acompañan en el retroceso los brezales, todo ello al tiempo que se incrementan las gramíneas, las ranunculáceas, las compuestas tubulifloras, las umbelifloras, pero también, y sobre todo, de modo muy contundente, los helechos, lo cual nos da pie a pensar que se está empleando el fuego para favorecer la aparición de praderas, todo ello en un ambiente de clima templado y húmedo. Pero las mismas conclusiones podrían ser llevadas a megalitos clásicos de fines del V Milenio o IV Milenio cal. A. C., como el de Casota do Páramo425: siempre desde mucho antes de la construcción del monumento y de modo sostenido, más que una deforestación, se lleva a cabo un desbroce previo del entorno por medio del fuego pues la representación de taxones arbóreos fue siempre ciertamente muy reducida. Volviendo al diagrama del Monte Paradela en Campo Lameiro (fig. 148), ya de menos altitud y cercano a las actuales vegas agrícolas, la mano del hombre en la configuración de esta situación se comprueba fácilmente, por el uso continuo del fuego, presente en todos los niveles desde aproximadamente los finales del V Milenio cal. A.C.426 lo cual conllevó la expansión de los helechos y brezales, pero también por la presencia de ortigas y llantén, que se asocian a actividades humanas, más concretamente en este caso, según se deduce de la topografía del lugar, relacionadas con el pastoreo. Pero desde mediados del IV Milenio cal. A. C. hasta fines del III Milenio cal. A. C. se documenta una acusada reducción de la cobertera arbórea hasta proporciones desconocidas, haciendo casi desaparecer el bosque, al tiempo que la pradera de herbáceas se extiende y progresan las formaciones arbustivas de brezos. En estos momentos se documentan por primera vez los hongos Sordaria y Sporormiella espécimenes que se desarrollan a partir de los excrementos depositados por los animales, constituyendo microfósiles coprófilos no polínicos. Estos hongos se desarrollan en las heces de los animales domésticos así como de los grandes hervíboros vertebrados, y suelen tomarse como la constatación de la existencia de una desarrollada cabaña ganadera y el testimonio de actividades pastorales427, o incluso, de ganado estabulado in situ428. Hacia fines del III Milenio cal. A. C. ambos hongos desaparecen, para surgir otra vez y con fuerza los Sordaria a comienzos del II Milenio cal. A. C.

423

Criado Boado, F. (1986:55 y ss.). Criado Boado, F. (1986:98-99). 425 Criado Boado, F. (1986:38 y ss.). 426 Carrión, Y., Kaal, J., López Sáez, J. A. López Merino, L. y Martínez Cortizas, A. (2010:4) 427 López Merino, L. , López Sáez, J. A. y López García, P. (2006:307); Casas Gallego, M., Morín de Pablos, J. y Urbina Martínez, D. (2012:22); López Sáez, J. A., Alba Sánchez, F. Pérez Díaz, S. y Manzano Rodríguez, S. (2010:9 y 12); Pérez Díaz, S., Ruíz Alonso, M., López Sáez, J. A. y Zapata Peña, L. (2010:31). 428 Pérez Díaz, S. (2012:302). 424

316

Fig. 148.- Diagrama polínico y antracológico del Monte Paradela (Paredes, Moimenta, Campo Lameiro) 429.

429

Carrión, Y., Kaal, J., López Sáez, J. A., López Merino, L y Martínez Cortizas, A. (2010: figs. 6 y 5)

317 A partir de esta fecha, y durante todo el II Milenio se asiste a la recuperación y mantenimiento del bosque de robles y alisos pero hasta proporciones no superiores al 30 %, semejante a la de comienzos del IV Milenio cal. A. C., también en el marco de la consabida pradera de gramíneas y ahora asimismo de hierbas ciperáceas, que de rechazo apuntan cierto grado de humedad ambiental, y tampoco sin faltar el cortejo de plantas indicativas de la actividad humana, el llantén, las ortigas, pero sobre todo contando con altas proporciones de brezos, hiniestas, helechos y tojos, que nos siguen señalando que el uso del fuego seguía vigente en la época de recuperación de la ya de por sí exigua cobertera forestal. Durante el II Milenio cal A. C., y que calculamos hasta comienzos del I Milenio cal. A. C., se producirá una época de estabilidad ecológica siguiendo estos parámetros, si bien el desarrollo arbustivo será más reducido, nunca más allá del 25-30 % del polen registrado. Hacia 1280 – 1130 cal A. C. se documenta un potente nivel conteniendo una gran cantidad de finas partículas de carbón. Quizás esta datación se corresponda con la brusca caída de la cobertera forestal que recoge el diagrama polínico y que calculamos hacia fines del II Milenio cal. A. C. Es interesante señalar que esta reducción del bosque se hizo a costa de los alisos. Este taxón, había tenido y tendrá una escasa representación en la zona, a excepción de ese período del II Milenico cal. A. C., Como conclusión a los estudios realizados en el Parque Arqueológico de Campo Lameiro se estableció que desde los inicios del IV Milenio cal.A. C. hasta mediados del II Milenio cal. A. C. la erosión y transporte de materiales y sedimentos fue tan intensa, que ello produjo un paulatino incremento de los niveles de las cubetas de deposición, y es así como se cree que se formaron algunas terrazas agrícolas modernas. Una nueva pulsación antrópica se aprecia a fines del II Milenio cal. A. C., en este caso de gran magnitud. Fue durante este largo proceso, que a causa del uso masivo del fuego muchos afloramientos graníticos fueron exhumados en las zonas más altas de las laderas. También asimismo comenzará a aumentar la acidez del suelo. Parece ser que esta agresiva presión antrópica sobre el territorio afectó más bien a la tierras altas, mientras que en los valles y las laderas más bajas la masa forestal seguía siendo en cierto modo profusa. Ciframos en la primera mitad del I Milenio cal. A. C. la vida del Castro de Penalba430, enclavado en lo alto de la terraza serrana y situado sobre la cubeta de Campo Lameiro. Los análisis polínicos431 nos refieren un entorno prácticamente deforestado, con un polen arbóreo que no llega al 20 %, mientras las praderas de gramíneas y herbáceas dominan el paisaje. Como ya hemos referido más atrás, un dato de suma importancia que nos aportan los análisis palinológicos lo define la continua aparición en casi todos los niveles de los hongos Sordaria y Sporormiella espécimenes que se desarrollan a partir de los excrementos depositados por los animales, constituyendo microfósiles no polínicos coprófilos. En el mencionado diagrama del Monte Paradela la Sordaria surge con fuerza durante todo el episodio de deforestación documentado desde mediados o fines del IV Milenico cal. A. C. hasta fines del III Milenio cal. A. C. Desaparecerá 430 431

Álvarez Núñez, A. (1986:61) Aira Rodríguez, Mª. J. y Saá Otero, Mª. P. del (1988).

318 durante la fase de recuperación del bosque, y volverá a presentarse en evidentes proporciones antes del lapso 1416 – 1213 cal. A. C. La historia del hongo Sporormielia es distinta: aparece de repente y ostensiblemente y pervive en el segmento que hemos atribuido al II Milenio cal. A. C., durante y paralelamente a la recuperación y sostenimiento del bosque autóctono. Hacia fines del II Milenio cal. A. C. la Spormiella desaparecerá dando paso otra vez a la Sordaria. Descartamos una proveniencia silvestre de estos hongos, dado que ello exigiría la existencia de manadas de animales salvajes, lo cual nos parece harto difícil en esta área para la época en estudio. Sin lugar a dudas estamos ante el testimonio de prácticas ganaderas extensivas, constantes y de cierto volumen. En conclusión, en esta zona de Campo Lameiro tenemos que hablar de una continuada presión antrópica sobre el medio natural que impide el desarrollo del bosque más allá del 30 %, dando prioridad a un paisaje de pradera. Hacia mediados del IV Milenio cal. A. C. se asiste a una fuerte retracción del bosque en función de la expansión de una intencionada explotación ganadera. Esta situación perduró hasta fines del II Milenio cal. A. C. La recuperación del bosque durante el II Milenio cal. A. C. parece remitirnos a un cambio de conducta producido en torno al 2000 cal. A. C, manifiesto en la reducción de la presión sobre la masa forestal, permitiendo así que se recuperase hasta niveles anteriores, pero dejando igualmente el protagonismo a las praderas, época en la que el desarrollo ganadero sigue pujante. En este cambio quizás haya influido los finalización del Evento Clímático 4.0 BP que según parece da3 paso a una época más húmeda, circunstancia que en el diagrama polínico lo justifica la progresión de los géneros de ciperáceas y alisos. La fuerte retracción de la cobertura forestal en los IV y III Milenios cal. A. C. se percibe también en el diagrama procedente del yacimiento costero de Lavapés (Cangas do Morrazo)432, estación que se encuentra a escasos metros de la orilla del mar, en un terreno de escaso valor agrícola. Al igual que en Campo Lameiro, en esta zona litoral, la masa forestal habría sufrido una considerable merma tiempos atrás manteniendo un porcentaje del 30-40 %, ganando espacio la pradera de herbáceas y gramíneas, pero donde también destaca la presencia de polen de cereal, desde niveles muy antiguos. Por entonces las formaciones boscosas estaban integradas mayoritariamente por pinos, acompañados de robles, bojs, avellanos, nogales, álamos y olmos. Coincidiendo con la instalación de una comunidad cuya cronología podría ser muy remota, quizás perteneciente al Neolítico Antiguo (Horizonte Antiguo433) se produce una fuerte disminución del polen arbóreo hasta cotas inferiores al 20 %, ciclo que concluye tras la vida del Horizonte Reciente de Lavapés hacia 2588-2462 cal. A. C.434 A partir de este momento las formaciones arbóreas comienzan a recuperarse, para a continuación volver a sufrir una fuerte disminución, la cual debe corresponder ya con el II Milenio cal. A. C. El llantén aparece profusamente representado en la primera pulsación, pero no en la respectiva al II Milenio cal. A. C. De todos modos la mano humana se aprecia perfectamente tras estas transformaciones por la proliferación de ésta y otras plantas, bien relacionadas con el uso del fuego, como los helechos, bien con la alteración de los terrenos, como las manzanillas o también la progresión de los brezales, estos últimos, 432

López, P. (1984b). Peña Santos, A. (1984a:154) 434 Peña Santos, A. (1984a:161); Gómez Fernández, A., Fábregas Valcarce, R. y Peña Santos, A. (2001:14). 433

319 escasamente representados. Durante el II Milenio cal. A. C. se produce una fuerte incidencia sobre el entorno que conduce a un paisaje litoral de escaso arboledo, con un fuerte predominio de los pinares y dominado por la pradera de las Cychoriae, dejándose entrever cierta mayor humedad ambiental delatada por la progresión del Lycopodium, la juncáceas, las Nymphaceae, pero donde también crecen vegetales relacionados con los ambientes salinos como las Chenopodiaceae. A las orillas de la Ría de Vigo, en la vertiente meridional de la Península del Morrazo encontramos otros dos yacimientos cuyos análisis palinológicos nos van a revelar datos semejantes a los ya examinados para Campo Lameiro y Lavapés. El emplazamiento de estos asentamientos en una pronunciada ladera demuestra el aprovechamiento que se hacía de estos parajes. La estación de A Fontenla435, casi a las orillas del mar quizás tenga relación con la explotación marina de la ría, si bien tal circunstancia no se pudo documentar en las excavaciones practicadas. De A Fontenla procede una datación que la sitúa en el 23301909 cal. A. C., si bien los materiales exhumados así como su complicada estratigrafía sugieren varias ocupaciones. En efecto, hay cerámicas con resabios neolíticos, pero también otro tipo relacionado con el mundo de las inciso-metopadas del tipo Penha, así como cerámica campaniforme, de varias clases, de entre la que se distingue la cordada, presumiblemente más antigua que las otras. En resumidas cuentas, las ocupaciones de A Fontenla debieron repetirse durante momentos avanzados del IV Milenio. cal. A.C., así como distintos segmentos a lo largo del III Milenio cal. A. C. Su diagrama polínico436 refleja desde sus niveles inferiores una escasa vegetación arbórea, nunca superior al 10 %. Sin embargo ello no excluye que el período en el que se encuadra cronológicamente el sitio, haya conocido en su momento una retracción aún mayor de los pocos especímenes arbóreos que subsistían, que debió extenderse grosso modo durante los Milenios IV y III cal. A. C. Esta retracción coincide con la expansión de los brezales y de las gramíneas. Este período que debe concluir a fines del III Milenio cal. A. C. experimenta una ligera expansión del bosque, y nuevamente otra retracción, que debe corresponder con la del II Milenio cal. A. C., ya vista para Campo Lameiro y Lavapés. La presencia de ericáceas nuevamente, así como la persistencia continua del género Asphodelus parece indicar que se trataba de reducir por fuego el ya de por sí escaso testimonio forestal. Lo curioso de este asentamiento, aún a pesar de su complicada situación, es que ha arrojado polen de cereal para estas etapas antiguas. De O Regueiriño437 no conocemos dataciónes cronológicas, pero el tipo de cerámica arrojado por las excavaciones de su Nivel III, el único fértil arqueológicamente, ha revelado una complejidad ocupacional y una cronología que todavía no están aclaradas. Tras una primera valoración situándolo en relación con A Fontenla, nuevos análisis permiten pensar que estaríamos ante una ocupación prolongada, seguramente intermitente, comenzada en el Neolítico Antiguo, y concluida a comienzos del II Milenio cal. A. C., tal como delata la presencia de cerámicas lisas de fondo anguloso, en forma de floreros, lisas o decoradas con cordones. No entraremos 435

Peña Santos, A. (1984b); Suárez Otero, J. (1997). Aira Rodríguez, Mª. J. y Guitián Ojea, F. (1984). 437 Peña Santos, A. (1984a); Lima Oliveira, E. (2005); Prieto Martínez, P., Tabarés Domínguez, M. y Vaqueiro Vidal, S. (2005); 436

320 ahora en la definición de varias piezas tenidas por unos investigadores como representantes de los fines de un Neolítico Medio y por otros de ejemplos de un campaniforme evolucionado. Como en los diagramas anteriores, la cobertura vegetal es mínima, estando dominado el espacio por las gramíneas y los brezales. El final de este Nivel III conoce la expansión de brezos, ortigas, llantén y asphodelus, lo cual nos vuelve a poner en contacto con el uso del fuego. De hecho, según se deduce del análisis del diagrama polínico, para entonces, esto es, hacia fines del III Milenio cal. A. C. la cobertera arbórea se había recuperado ligeramente, por lo que vuelve a ser nuevamente reducida con el uso del fuego. No obstante, tal como hemos referido en páginas anteriores, otros diagramas polínicos obtenidos en distintos puntos de Galicia nos muestran que a partir de fines del III Milenio cal. A. C., o mejor, desde comienzos del II Milenio cal. A. C., se asiste a una continua reducción de la masa forestal, que ya se venía desarrollando desde antes, pero que ahora se acusa más claramente. Los diagramas polínicos obtenidos en el interior de las fosas globulares y en un perfil del yacimiento del Monte Buxel en Pazos de Borbén438, y por lo tanto próximo a la Ría de Vigo nos aclaran cómo discurrió el Segundo Milenio cal. A. C439. Esta estación arqueológica se caracteriza por sus 9 grandes silos de almacenamiento excavados en el suelo, y alcanzando los 2 m. de profundidad en algún caso. Se dispone de una datación que sitúa su ocupación hacia el 1455-1263 cal. A. C., lo cual concuerda con la presencia de tipos cerámicos propios del Bronce Final como son los vasos en forma de sombrero invertido, los cuales en su forma evolucionada440, que es la que ahora nos interesa, se desarrollan desde mediados del siglo XVII hasta el siglo IX cal. A. C., y para mayor abundamiento este mismo segmento cronológico es el que muestran las estaciones con silos en el Norte de Portugal. No obstante no se puede descartar que el lugar fuera ocupado con anterioridad, aunque siempre en la primera mitad del II Milenio cal. A. C., tal como lo reflejan algunos tipos cerámicos. Los análisis polínicos de las tierras que colmataban los silos (en parte por arrastres naturales, y en parte por funcionamiento como basureros, o incluso como sugieren algunos autores, como lugares de enterramiento) ponen de relieve un primer momento ecológicamente más seco, donde el bosque está bien representado, aunque con porcentajes de polen no superiores al 40 %, con predominio de robles y alguna presencia de alisos, avellanos, álamos y enebros, pero donde constan taxones arbustivos del tipo jaral o brezal, lo cual demostraría cierta degradación, aunque sin predominio de herbáceas. Un momento posterior delata un aumento de la humedad ambiente, pero las formaciones arbóreas han retrocedido ligeramente a porcentajes incluso cercanos al 30 % del polen, mostrando un paisaje, que si bien está aún bien forestado, presenta ya espacios abiertos con predominio de herbáceas, y un bosque caducifolio húmedo y de ribera compuesto por robles, abedules, avellanos, alisos, chopos e incluso nogales. Curiosamente, ahora no son importantes tampoco las formaciones arbustivas, por lo que nos encontramos con un panorama de predominio de praderas de herbáceas con una escasa importancia de los bosques. Abundan los pastizales de gramíneas de carácter antopozoógeno, lo que nos remite a una acusada importancia de las actividades ganaderas. De todos modos, no se puede tampoco minusvalorar el indudable peso de las prácticas agrícolas en las inmediaciones del 438

López Sáez, J. A., López García, P., y Macías Rosado, R. (2002). Fernández Pintos, J. (2013:61 y ss.) 440 Suárez Otero, J. (1997b). 439

321 asentamiento, pues también están documentados pólenes de cereal, y sus acompañantes arvenses y ruderales. La interpretación cronológica de estos datos no es fácil, sobre todo por el modo de aportación de los estratos, pero coincide muy bien con lo que sabemos ya del II Milenio cal. A. C. El período más seco al que se alude como una primera fase podría relacionarse con momentos tempranos de este milenio, posteriores a la incidencia del evento climático 4.0 B.P. de cuyas tierras procederían los arrastres inferiores de los silos. Los depósitos superiores que colmatan los silos se formarían a partir de mediados del II Milenio cal. A. C. y serían el reflejo de la época más humeda ya referida más arriba. De todo ello se desprende que en la primera mitad de este milenio la incidencia del pastoreo en el paisaje era ya muy acusada, afectando no solamente al grave retroceso del manto forestal, sino incluso a las formaciones arbustivas que deberían acompañar a un bosque de degradación antrópica, provocando un dominio de las praderas de herbáceas. Esta acentuación del proceso de deforestación iniciado hacia el 2000 cal. A. C. no es privativo únicamente de Galicia, sino que afecta a toda la Europa Occidental, más concretamente al arco atlántico europeo. Este desmantelamiento de la cobertera arbórea comenzaría lentamente desde la implantación de las culturas neolíticas (deforestación neolítica), y se hace manifiesto ya hacia mediados del III Milenio cal. A. C. coincidiendo con la expansión de la moda cerámica campaniforme, pero se acusa de un modo notable a inicios del II Milenio cal. A. C. Se detecta también en latitudes más alejadas, como en la cuenca parisina, donde los grandes bosques, dominados por los alisos, comienzan a sufrir un paulatino detrimento a favor de las formaciones de praderas, hecho que se acentúa ostensiblemente c. 1000 cal A. C.441 En esta misma zona se observa que el cereal, aunque presente durante esta época, se presenta en muy bajas proporciones, comenzando un verdadero despeque precisamente en los primeros siglos del Milenio I cal. A. C. Sin embargo, las plantas ruderales que acompañan a las actividades agropastoriles se incrementa paulatinamente al compás del crecimiento de las praderas442. En la Peninsula Ibérica este proceso se percibe con claridad en diversas áreas. Según parece esta deforestación es más antigua en las zonas más altas del territorio, pues tal como ya hemos visto al hablar del Megalitismo, frecuentemente los túmulos construidos desde la segunda mitad del V Milenio cal. A. C. y durante el IV Milenio cal. A. C., emplazándose en las terrazas serranas, se erigían en el espacio sobresaliendo en un paisaje de muy escasa vegetación arbórea. A continuación, tocará la deforestación de las tierras más bajas y los fondos de valles. En varios yacimientos de la montaña cantábrica y vasca se documenta este brusco cambio de ritmo hacia los siglos XIX – XVIII cal A. C.443 En Cantabria se detecta una fuerte iniciativa deforestadora acompañada de taxones que delatan la acción antrópica a partir de comienzos del II Milenio cal. A. C., aunque la paulatina reducción del bosque provenía ya de comienzos del IV Milenio cal. A. C. Hacia el siglo XIII cal.

441

Leroyer, Ch. et alii (2012). Rémi, D. et alii (2012). 443 Ezquerra Boticario, F. J. (2011:101). 442

322 A. C. el descenso del polen arbóreo es ya muy acusado. Este proceso se achaca a quemas relacionadas con el pastoreo444. Más al sur, en el yacimiento madrileño del Camino de las Yeseras445 se aprecia a finales del III Milenio cal. A. C. un paisaje razonablemente forestado, tipo dehesa, dónde ya se comprobaba, junto a las prácticas agrícolas, la existencia de una cierta cabaña ganadera. A comienzos del II Milenio cal. A. C. la deforestación era verdaderamente manifiesta, convirtiéndose en su directriz la presión pastoril. Ya hacia mediados de este milenio, se conforma un paisaje completamente abierto, caracterizado por la casi desaparición del bosque a favor de la apertura de grandes praderas, y donde la presencia de abundantes hongos coprófilos, delata que el pastoreo había alcanzado cotas muy considerables. Como conclusión podemos decir que hacia c. 2000 cal. A. C. se produjo una manifiesta acentuación de los proceos de deforestación que ya venían siendo una práctica bastante común desde tiempos atrás. Si ya a fines del III Milenio cal. A. C. los bosques estaban bastante disminuidos, a partir de ahora el retroceso va a ser imparable. El fuego es el principal instrumento empleado en hacer desaparecer la cobertera forestal. El objeto de estas quemas generalizadas es la apertura de tierras para el pastoreo. Se puede decir que en Galicia se produjo en esta época una intensificación económica basada fundamentalmente en la posesión de rebaños. La pulsación antrópica sobre el medio natural va a ser constante por mucho tiempo, e incluso se incrementará y generalizará, hasta alcanzar la Antigüedad Tardía. La ganadería, pero posiblemente taqmbién la agricultura con la roturación de tierras para el cultivo, tendrá su cuota de responsabilidad, aunque de momento, para el II Milenio cal A. C. más bien será la cría de animales el principal motor económico. 9.2.2. Panorama cultural del III y II Milenios cal. A. C. No es nuestra intención realizar un exhaustivo examen al conocimiento arqueológico que se maneja en la actualidad sobre el Calcolítico/Neolítico Final y El Bronce Antiguo, pero sí creemos necesario ilustrar aunque sea someramente sobre esa situación de cambio que se experimenta a fines del III Milenio cal. A. C. cuando se fraguan las líneas maestras que van a caracterizar el II Milenio cal. A. C. La información paleoambiental descrita en el epígrafe anterior coincide con el proceso de transformación cultural sustanciada a fines del III Milenio cal. A.C. que en la Península Ibérica se documenta ampliamente y con claridad. La inmensa mayoría de las formaciones culturales que caracterizarán la primera mitad del II Milenio cal. A. C. arrancan en sus manifestaciones más antiguas paralelamente a los últimos estertores de las ya decadentes culturas calcolíticas durante los últimos siglos del III Milenio cal. A. C. Es decir, se produce una cierta solapación cultural, y es por ello que es tan difícil separar lo calcolítico de la Edad del Bronce, sobre todo en los momentos de transición. En esta complejidad, en algunas regiones, la llegada del vaso campaniforme debió de jugar un papel importante. La difusión del vaso campaniforme con aterioridad a mediados del III Milenio cal. A. C. coincide con la decadencia de las más brillantes culturas calcolíticas peninsulares. Así acontece con la Cultura de Vilanova de San Pedro

444 445

Ezquerra Boticario, F. J. (2011:100 y ss.) López Sáez, J. A. (2011).

323 en la Extremadura Portuguesa446, y en la Cultura de los Millares, en el SE. peninsular447. En otras áreas, como por ejemplo, Galicia, los datos actualmente disponibles no permiten apreciar precisamente este declive, sino en algún aspecto como el metalúrgico, todo lo contrario. Estas nuevas formaciones culturales coinciden en su nacimiento con el impacto ecológico producido por el Evento Climático 4.0 B.P. La relación entre ambos hitos es muy discutible en algunas ocasiones, al menos, en su relación directa, pero también se admite cierta dependencia entre ambos hechos. No puede ser casual que por ejemplo que las regiones del Mediterráneo Oriental se vieran sacudidas por amplios movimientos de pueblos. Respecto a la Península Ibérica también se puede defender cierta influencia cultural de los cambios ecológicos apreciados. 9.2.2.1. Galicia. En la primera mitad del III Milenio cal. A. C. se desarrolla una etapa cultural caracterizada por las cerámicas inciso-metopadas de las cuales las tipo Penha son las más genuinas. Este tipo cerrámico tienen su apogeo prioritariamente entre c. 2900 y c. 2400 cal. A. C., si bien parece ser que comienzan su disfusión ya hacia el 3000 cal. A. C. y tal vez aún se sigan usando hasta c. 2250 cal. A. C.448 La amplia dispersión de las cerámicas inciso-metopadas sugiere un incremento demográfico, así como la explotación más intensa del territorio. Al igual que sucede en otras localidades peninsulares, en esta etapa hay indicios de que también se materializaron asentamientos en altura con preocupaciones defensivas y quizás aludiendo a la existencia de un poblamiento jerarquizado 449. Si bien aún entre c. 3000 y c. 2750 cal. A. C. se prestaba atención a los grandes megalitos heredados del IV Milenio cal. A. C., en realidad se estaban sellando por última vez450. Paralelamente y ya desde este momento comienzan a usarse nuevos modos funerarios como cistas megalíticas, cistas bajo túmulos, o simplemente túmulos, y también enterramientos secundarios e intrusivos en los antiguos megalitos. Todo ello nos está hablando de un cambio profundo en el curso del cual, y lentamente se van disolviendo las viejas estructuras sociales neolíticas, de tendencia centrípeta, haciaa una nueva actitud donde la jerarquización social comenzaba a ganar enteros. Todo este proceso debe ser puesto en relación con lo que desde estos mismos momentos estaba ocurriendo en otras áreas de la Península, y a las que haremos referencia más abajo. En la base de este cambio sin lugar a dudas subyacen las transformaciones habidas en las sociedades neolíticas en materia económica, al producirse una intensificación de la producción. Esta formación cultural con cerámica de tipo Penha coincide en sus momentos finales con la expansión de la cerámica campaniforme, cuya cronología de despegue en Galicia forzosamente ha de ser anterior a los mediados del III Milenio cal. A. C. Las dataciones manejadas para la comprensión cronológica de esta moda cerámica, como 446

Cardoso, J. L. (2014). Ríos, P., Blasco, C. y Aliaga, R. (2012:198). 448 Para la confección de esta cronología hemos utilizado las publicaciones de Gómez Fernández, A., Fábregas Valcarce, R. y Peña Santos, A. (2001:14) y Gianotti, C., Mañana-Borrazás, P., Criado Boado, F. y López Romero Elías (2011). 449 Gorgoso López, L., Fábregas Valcarce, R. y Acuña Piñeiro, A. (2011); Suarez Otero, J. (1997). Suárez Otero, J. (2005:179). 450 Bello Diéguez, J. y Alonso Mathías, F. (1996). 447

324 por ejemplo, las provenientes de los yacimientos de A Chan, en 2479-2036 cal. A. C451. y O Fixón en 2494-1871 cal. A. C452., por citar alguna,como se ve no aclaran nada que no pudiéramos deducir de paralelos cercanos. Podrían áun añadirse otras cronologías obtenidas en algunos yacimientos más, pero no mejorarían sustancialmente la cuestión cronológica, y nos obligarían a explicar su procedencia, lo cual es muy complejo, y se escapa de la naturaleza de esta síntesis. Sea como fuere, la época de introducción de esta nueva familia de cerámicas simbólicas se establece como mínimo hacia el 2600-2500 cal. A. C., si bien se sospecha que los escasos tipos cordados 453 y también los primeros marítimos pudieran haberse introducido aún con anterioridad. En consecuencia, en el mismo territorio convivieron comunidades con cerámica Penha y otras con campaniforme. La relación entre ambos estratos culturales, no está debidamente clarificada, y generalmente se señala la mutua exclusión de ambos tipos, aunque también es cierto que frecuentemente se supone una sucesión cronológica, que como acabamos de examinar, podría perfectamente no ser cierta. Por ejemplo, en la estación de Montenegro454 se obtuvieron unas dataciones para la cerámica tipo Penha de 28722579 y 2871-2577 cal. A. C., pero hay otra cronología que se remonta a 2461- 2134 cal. a. C. (3813±52 B. P.), que probablemente haya que relacionar con la ocupación campaniforme que se detectó en este yacimiento, lo cual debe ser interpretado en el marco de una ocupación discontinua y de escaso arraigo temportal. Y en efecto esta circunstancia se podría comprobar en la estratigrafía horizontal o vertical de varios asentamientos, y también en la exclusividad cultural de otros. Sin embargo, las dataciones radiocarbónicas obtenidas en contextos relacionados con la cerámica Penha permiten pensar en un ineludible solapamiento. Sea como fuere el uso de la cerámica campaniforme se prolongó más en el tiempo, posiblemente hasta finales del III Milenio cal. A. C. del mismo modo que sucede en las regiones peninsulares cercanas. Sea como fuere, a partir de mediados del III Milenio cal. A. C. las cerámicas de tipo Penha comienzan a escasear, paralelamente a la expansión del campaniforme, cuya difusión alcanza cotas importantes si se relaciona con su precedente. El número de yacimientos con campaniforme es infinitamente superior a los de la cerámica de tipo Penha, lo cual podría ser interpretado en clave de crecimiento demográfico, y también como consecuencia de una radical fractura de la cohesión social neolítica, y una mayor dispersión de pequeños grupos. Con exactitud se ignora como se produce la transición, entre el Neolítico Final de Penha y el Calcolítico campaniforme, pero la escasa coincidencia de ambas familias permite pensar en la fundación de nuevos poblados y una explotación más extensa del territorio. Es difícil saber si este proceso se llevó a cabo pacíficamente o en el marco de una sociedad en conflicto permanente. Como hemos visto, ya existían asentamientos en altura con cerámica inciso-metopada quizás con fines defensivos, junto con otros asentamientos en áreas bajas y aparentemente abiertos. Durante el campaniforme, el tipo de poblado de pequeñas dimensiones y abierto es la norma general, pero existe la excepción del castro de As Orelas (Silleda)455, en cuyas terrazas apareció material campaniforme en niveles revueltos de época castreña, lo cual nos sugiere cuando menos un emplazamiento en 451

Fariña Busto, F. (1991). García-Lastra Merino, M. (1984). 453 Suarez Otero, J. (1997b); (Suárez Otero, J. (2011). 454 Gianotti, C., Mañana Borrazás, P., Criado boado, F. y López Romero, E. (2011). 455 Suárez Otero, X. y Carballo Arceo, x. (1992). 452

325 altura en un coto con facultades defensivas. De momento es una excepción, pero no se habrá de perder de vista ni minimizar la importancia de su existencia. Por otra parte, la cultura material campaniforme (tanto la decorada como la cerámica de acompañamiento) en lo referido a la cerámica supone una ruptura radical con las formas derivadas de las inciso-metopadas. De momento, no se ha podido establecer un modo viable de transición, aún que ha habido ensayos, en el fondo es difícil de evitar la sensación de la materialización de una ruptura cultural abrupta, o una lenta progresión todavía no explicitada satisfactoriamente. La cuestión radica en el papel jugado por la cerámica campaniforme en esta evolución cultural. Hoy en día se vuelve a hablar de movimientos geográficos de personas como agentes en la difusión de esta cerámica. Se trataría de una dinámica social basada prioritariamente en el intercambio de mujeres en el marco de pactos y alianzas, y desplazamientos limitados de grupos o personas, como artesanos, metalúrgicos, comerciantes, aventureros, etc. El servicio campaniforme no sería pues el reflejo de una cultura determinada, sino que su fincionalidad estaría considerada como un lubricante social normalizado y empleado universalmente por las élites en sus relaciones entre iguales. No es pues una cultura, no existe un pueblo campaniforme, sino comunidades con campaniforme. El problema que se plantea ahora es que la cerámica campaniforme surge en poblados que exhiben una cerámica totalmente diferente a los tipos inciso-metopados, y esta cerámica será la que defina el Bronce Antiguo de Galicia. De aquí la importancia de aclarar con exactitud en qué contexto comienza a difundirse el campaniforme y cómo y cuándo surge la nueva cerámica del Bronce Antiguo, y por qué se produce el cambio cultural, así cómo qué significado posee. Lo más probable, del mismo modo que sucedió en otras áreas peninsulares, el campaniforme es aceptado en el seno de las comunidades que se comenzaban a desgajar del orden social de la primera mitad del III Milenio cal. A. C. J. Suárez sostiene que el campaniforme se va difundiendo en el seno de comunidades calcolíticas, e incluso, en alguna ocasión serían imitados456, lo cual parece hablar de una transición sin mayores contratiempos. Lo primero que se puede decir de esta nueva cerámica, es que respecto de la neolítica es más variada, y parece mejor relacionada con la funcionalidad a la que se la destina457, lo cual es señal de un cambio de mentalidad práctica. Se trata de la que a veces se denomina cerámica de acompañamiento del campaniforme y la cual plantea una total ruptura con el pasado inciso-metopado458. Para J. Suárez Otero habría que diferenciar dos momentos distintos en la difusión del campaniforme en Galicia 459: uno inicial hasta c. 2250 donde se sustanciarían los tipos más antiguos, y otro más reciente extendido al segmento c. 2250-2000, en que primarían las especies decorativas más evolucionadas. La primera fase se expandería en el seno de las últimas sociedades neolíticas, mientras la etapa más reciente sería la que marcaría esa ruptura cultural delatada por las nuevas formas cerámicas. Aunque esta estructuración cronológica aparenta ser verosímil, no debemos olvidar que en algunos lugares, los llamados estilos regionales aunque abundan y caracterizan una etapa evolucionada del campaniforme es 456

Suárez Otero, J. (2005:181). Suárez Otero, J. (2005:183). 458 Suárez Otero, J. (2002:14). 459 Suárez Otero, J. (2005). 457

326 asimismo cierto que alcanzan cronologías muy antiguas, semejantes a las marítimas, como sucede por ejemplo en la Extremadura portuguesa460. Por otra parte, la aparición de cerámicas campaniformes en yacimientos con especies calcolíticas461 no tiene forzosamente que ser interpretado como una introducción de aquéllas en contextos tradicionales, pues no se debe olvidar que estamos ante yacimientos del tipo área de acumulación de F. Méndez462. Un buen ejemplo de esta circunstancia, es decir donde conviven cerámicas de tradición calcolítica y campaniforme la encontraremos en el ya citado yacimiento de Montenegro y también en la Zarra de Xoacín en Lalín, de donde se han obtenido dos dataciones muy dispares que no permiten hablar de convivencia de ambas formaciones culturales463. Es ésta fecha (c. 2250) que muchos investigadores dan por válida para marcar el comienzo de la Edad del Bronce. En efecto se sospecha una gran expansión demográfica con la multiplicación de asentamientos, quizás ya jerarquizados, y donde las cerámicas propias de la Edad del Bronce surgen con fuerza desapareciendo por completo las formas calcolíticas, y entre ellas, comienzan a encontrarse vasijas de almacenamiento. Sin embargo, a nuestro modo de ver las cosas, aún siendo posible esta división en dos etapas de la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. en función de la difusión del campaniforme, en el fondo no deja de girar en la órbita de un calcolítico regional. En efecto, este proceso forzosamente se extendió a un período prolongado de tiempo que de momento no podemos fijar, y aún las formas funerarias son deudoras de las neolíticas, aunque ahora los enterramientos en grandes megalitos son más bien ya intrusivos. Por ejemplo, la aparición de vasijas campaniformes lisas, habla más de imitación que de evolución. En realidad esta época (c. 2250-2000 cal. A. C.) es un momento de transición donde las antiguas tradiciones se van extinguiendo al compás de la forja de nuevos usos que de momento se están presentando de modo embrionario. La denominación de Bronce Antiguo para estos últimos siglos del III Milenio cal. A. C. y Bronce Pleno para la primera mitad del II Milenio cal. A. C. que a veces se emplea no aclara el asunto. No se trata de una cuestión de bautizar etapas, sino de determinar con claridad las implicaciones históricas de estas etiquetas. Se debe además pensar que las formas tanto tecnológicas como culturales que van a caracterizar el II Milenio cal. A. C., es decir, la Edad del Bronce, precisamente se configuran en sus rasgos principales en esta segunda mitad del III Milenio cal. A. C. En consecuencia la época c. 2500-2000 cal. A. C. es una etapa probablemente de mestizaje cultural, donde concurren tradiciones e influencias variadas, y de donde va a resultar una síntesis cultural, siendo por ello que la Edad del Bronce propiamente dicha, no comenzará hasta c. 2000 cal. A. C. Si algo caracteriza la Edad del Bronce es la intesificación de la producción con la puesta en marcha de una agricultura cada vez más sedentaria, basada en el uso progresivo del arado y el estercolado de los campos. Sin esta adición de nutrientes animales, o también sin el uso de nitrogenentes vegetales, las tierras se agotan en poco tiempo y han de ser dejadas en barbecho, lo cual se traduce en cierta deslocalización

460

Cardoso, J. L. (2014). Suárez Otero, J (2011:291). 462 Méndez, F. (1993). 463 Aboal Fernández, R., Baqueiro Vidal, S., Prieto Martínez, Mª. P. y Tabarés Domínguez, M. (2005). 461

327 periódica464. Pero es éste un proceso lento que no se consolidará hasta épocas posteriores. De hecho, los altos porcentajes de uso del fuego que hemos visto en páginas anteriores, no sólo nos remitiría a la apertura de pastizales, sino también a la práctica de la agricultura por el sistema de roza y quema. Sin embargo este uso incorrecto de las tierras fértiles, a la larga debió de converirse en contraproducente, empobreciendo los suelos y aumentando la erosión, y en consecuencia disminuyendo la proporción de tierras disponibles, y obligando por lo tanto a la práctica cada vez más intensa del pastoreo, lo cual quedaría reflejado en la desaparición progresiva de la cobertera forestal y la apertura de praderas. La desaparición de los efectos negativos del Evento 4.0 a partir de c. 2000 cal. A. C., con la aparición de una época más húmeda haría entrar en crisis el sistema agrícola heredado de época calcolítica, y explicaría la expansión de las actividades pastoriles y la aparentela pobreza material del Bronce Antiguo del NO. Desde un punto de vista arqueológico, para comprender el arranque de la Edad del Bronce tenemos que echar mano del Grupo de Montelavar de Harrison, tan mencionado páginas atrás, que debe ser entendido, no como un estadio cultural, sino en principio como un modo funerario nuevo, aunque al final se va a convertir en un estrato cultural con identidad propia. Este Horizonte Montelavar se tuvo como posterior al campaniforme tomándose hasta no hace mucho como el Bronce Antiguo del NO. peninsular465. Se caracterizaba por un modo funerario donde se usaban cistas y pequeños túmulos para enterramientos individuales, y se acompañaban de una cerámica distinta del campaniforme, pero acompañada de artefactos como armas (puñales, puntas Palmela y también virtualmente alabardas466), de clara tradición campaniforme. Recientemente, tal como hemos comentado en páginas anteriores, D. Brandheim, ha propuesto para referirse a Galicia y el N. de Portugal distinguir este estrato cultural como Grupo Vilavella-Atios, para diferenciarlo de otras zonas del NO. peninsular alejadas que aún cayendo bajo el Horizonte de Montelavar, mostraban peculiaridades diferenciadoras. Como ya se indicó, la facies Vilavella, aparentemente sería más antigua en el tiempo, y se caracterizaría por el enterramiento bajo túmulos y la deposición de puñales y puntas Palmela. La facies Atios presenta como modo funerario principal la inhumación en cistas donde los ajuares se caracterizan por puñales más evolucionados, y mayor presencia de joyería, al tiempo que desaparecerían las puntas Palmela. El principal problema radica en poner en relación este Grupo Vilavella-Atios con el desarrollo del campaniforme, e incluso, qué papel jugó la difusión del campaniforme en el paso a la Edad del Bronce, o también cómo se originó el Bronce Antiguo. Sin embargo, todo apunta que la facies Vilavella, sería precisamente la transicional con el campaniforme, mientras la Atios, podría ser considerada ya la primera etapa configuradora de la Edad del Bronce. En efecto, la facies Atios se caracterizaba por el uso funerario de cistas. Son éstas pequeñas cajas realizadas con losas abiertas en el suelo, y aparentemente sin indicativos exteriores de expresión arquitectónica relevante (algunas veces se han documentado tapas), si bien se ha podido comprobar que en algunos casos se agrupan en necrópolis. La cronología de estas cistas no está bien establecida, pero muy presumiblemente se extienden desde c. 2000 cal. A. 464

Ruiz-Gálvez Priego, M. (1992). Ruiz-Gálvez Priego, M. (1984). 466 Senna-Martinez, J. C. (1993:168). 465

328 C. hasta por lo menos el Bronce Final467. Sin embargo hay que mencionar alguna excepción como el de Agro da Nogueira, con una datación para una cista de la necrópolis en 2565-2293 cal. A. C. (3930±40 B.P.)468 lo cual tampoco es raro, porque cistas bajo túmulo ya se conocen de etapas anteriores como en el caso de Guidoiro Areoso con cerámica del tipo Penha469, aunque también cabría ponderar una posible contaminación de la muestra. Las que nos interesan ahora son la que se extienden desde c. 2000 hasta c. 1700/1600 cal. A.C., y que son las que corresponden a la facies Atios. Las dataciones de que disponemos en la actualidad, así lo permiten pensar, como por ejemplo en la Quinta da Agua Branca (2035-1754 cal. A. C.; 3570±50 B. P.)470 y A Forxa (1765-1530 cal. A. C.; 3370±45 B. P.)471. En las cistas de esta facies no se ha localizado hasta el momento ni un solo caso de cerámica campaniforme. Sí no obstante se conocen algunos casos con ofrendas de vasos del tipo largo borde transversal, pero que no están acompañados de los ajuares metálicos propios del Grupo Vilavella-Atios, y cuya cronología se documenta a partir de c. 1650 cal. A. C.472. Los tipos cerámicos más habituales en las cistas más antigus son los vasos troncocónicos en el Sur de Galicia y Norte de Portugal, y los floreros en el Norte de Galicia. Algunos de estos recipientes llevan decoración plástica muy evolucionada, y ajena al mundo campaniforme como pueden ser o mamelones, en las cistas de O Chedeiro (Verín)473, o formulaciones más complejas según vemos en O Gorgolão (Portugal)474. Y en efecto, así lo señalan las dataciones obtenidas en yacimientos donde estos tipos decorativos están representados como son A Fraga do Zorro (Verín), con una cronología de 1880-1657 cal. A. C. (3438±43 B. P.)475, o bien el Castro de Sola II situado entre c. 1780 y c. 1540 cal. A. C., para sus niveles IIa y IIb476. En el NO. peninsular esta etapa del Bronce Antiguo debe concluir hacia c.1650, cuando se generaliza el uso del bronce, y tal como lo señalan otros indicadores como la aparición de las hachas de tipo Bujões-Barcelos y la proliferación de los vasos en forma de sombrero. La aparición de la metalurgia del bronce se remonta hasta cuando menos al siglo XVIII cal. a. C., tal como se visibiliza en el poblado de Fraga dos Corvos (Macedo dos Cavaleiros, Bragança)477, en un ambiente puramente doméstico, pero su generalización y uso ya masivo habrá de esperar un siglo más, hacia el XVII cal. A. C. del cual su más importante manifestación son las mencionadas hachas tipo BujõesBarcelos478. La datación más antigua de un hacha de este tipo se obtuvo en el ya citado poblado de Sola (Braga), donde el radiocarbono la situó en el 1675-1527 cal. A. C.479.

467

Bettencourt, A. M. S. (2010:147 y ss.) Bettencourt, A. M. S. y Meijide Cameselle, G. (2009:38). 469 Rey García, J. M. y Vilaseco Vázquez, X. I. (2012). 470 Bettencourt, A.M.S.º. (2010:147 y 150). 471 Prieto Martínez, M. P., Lantes Suárez, O. y Martínez Cortizas, A. (2009:95). 472 Fernández Pintos, J. (2013:61-62). 473 Taboada Chivite, J. (1971:46 y ss.). 474 Silva, M. A. (1994). 475 Prieto Martínez, M. P., Martínez Cortizas, A., Lantes Suárez, O. y Gil Agra, D. (2009); Prieto Martínez, M. P. y Gil Agra, D. (2011). 476 Bettencourt, A. M. S. (2000). 477 Senna-Martínez, J. C. (2007b:263). 478 Senna-Martínez, J. C. (2007a:126 y ss.). 479 Bettencourt, A. M. S. (2000). 468

329 En consecuencia, la facies Vilavella de Brandherm debe de ser en líneas generales parcialmente contemporánea del campaniforme entre c. 2250 y 2000 cal. A. C. El surgimiento de estas comunidades paralelamente a las portadoras de cerámica campaniforme, pero que no hacían uso de ella, aunque sí fueron receptoras de sus ítems metálicos ha centrado un debate que aún no se ha resuelto completamente. Por ejemplo todavía no se podido elucidar el significado de imitar recipientes campaniformes pero no decorarlos. Sea como fuere, todo parece apuntar a que en esta etapa terminal del calcolítico gallego se estaba formando un nuevo tipo cultural que no compartían plenamente la tradición del uso del campaniforme, pero que la llegaron a imitar. De estos heredan la estandarización los ajuares funerarios y de parte de sus elementos integrantes, y también el modo de vida en pequeñas comunidades. Muy relacionado con esta evolución cultural encontramos el tema de la pervivencia de la cerámica campaniforme, que algunos autores pretenden llevar precisamente hasta c. 1600 cal. A. C., constituyendo por lo tanto la cerámica propia del Bronce Antiguo de Galicia, desde c. 2500 cal. A. C.480 Esta proposición de la que, entre otros, ha sido principal defensora P. Prieto, se basa precisamente en aquella cerámica de acompañamiento de que hablamos con anterioridad, al observar que este tipo compartía usualmente estratigrafía con la campaniforme, lo cual supuestamente corroboraba una datación obtenida en el yacimiento de Devesa do Rei (Vedra) a partir de la adherencia interna de un fragmento que resultó remontarse al 2022-1763 cal. A. C. (3555±45 B.P.)481. Esta idea estaba además en consonancia con la advertencia realizada por algunos autores, de los cuales el más significativo era la de V. Llul que a la vista de algunas dataciones de campaniformes, le llevaba a pensar en una pervivencia durante la primera mitad del II Milenio cal. A. C. en algunas regiones de Europa, o más prudentemente en el primer cuarto de este Milenio. De hecho, en Galicia muchos investigadores sin llegar tan lejos, aluden a una posible prolongación del campaniforme a los “comienzos” de ese II Milenio cal. A. C. sin especificar el segmento temporal. Desde luego, de ser cierta esta posibilidad de continuidad, estaríamos en una región con verdadera personalidad cultural, muy al margen de lo que ocurría en su periferia. Por ejemplo, hasta la fecha, en el Norte de Portugal los contextos con campaniforme bien datados no bajan del siglo XXIV cal. A. C., y a mayor abundamiento, en los numerosos poblados datados entre c. 2000 y 1700 cal. A. C., no consta ni un fragmento de campaniforme482. Decisiva en la concepción de la vida prolongada del campaniforme fue la interpretación, a nuestro juicio reiteradamente equivocada, de las estratigrafías y cronologías absolutas de poblados con campaniforme, pero que en realidad eran áreas de acumulación, esto es, con un único nivel arqueológico donde yacen materiales pertenecientes a distintas épocas. En realidad se trataría de meras coincidencias locacionales diacrónicas, sucesivas en un mismo sitio, que a veces se extienden a más de un milenio. Por el contrario ello prueba además que tampoco se asiste a un sustancial 480

Prieto Martínez , P. (1998).. Aboal Fernández, R., Ayán Vila, X. M., Criado Boado, F., Prieto Martínez, Mª. P. y Tabarés Domínguez, M. (2005). 482 Bettencourt, A. M. S. (2011:370-371). 481

330 cambio en los patrones de emplazamiento, ni en el modelo de poblamiento, ni en el tipo de asentamientos. Aún en yacimientos claramente adscritos a momentos avanzados de la Edad del Bronce como Monte Buxel (Amoedo, Pazos de Borbén) datado en 14531259 cal. A. C. (3103±4 B. P.)483, o Portecelo en Rosal datado en 1427-1191 cal. A. C. (3050±50 B. P.)484 se observa este mismo comportamiento, que solamente se rompería con el surgimiento de la Cultura Castrexa, si exceptuamos parcialmente las supuestas fortificaciones calcolíticas. Lo que sí es indiscutible es que la amplísima difusión de la cerámica campaniforme permite concebir una creciente expansión demográfica respecto al anterior período 3000-2500 cal. A. C. Personalmente creemos que la fecha más idónea para dar por acabado el fenómeno de las cerámicas simbólicas campaniformes debe establecerse en comparación con lo que se viene argumentando para regiones próximas a Galicia como el Norte y la Extremadura portuguesa, o la Meseta, esto es, en torno al c. 2000 cal. A. C., sin tampoco descartar por completo que la moda perviviese aún algún tiempo más pero de modo residual y ya extemporáneamente. A partir de este momento, se abre un modelo social distinto, en el que la cerámica campaniforme no tendrá ya cabida, que será el que marque el ritmo del Segundo Milenio cal. A. C. Además las escasas dataciones que se pueden relacionar directa o indirectamente con el campaniforme gallego, no rebasan esta fecha. El problema de la cuestión cronológica campaniforme no es un tema baladí porque entre otras razones constituye como acabamos de ver la base teórica para la definición de lo que se podría llamar Bronce Antiguo. El litigio crono-cultural se basa en la supesta rarefacción del registro arqueológico post-campaniforme, produciendo interpretaciones no muy certeras. Ya se ha mencionado la muy conocida de A. de la Peña y J. Rey que proponían la existencia de un inexplicable vacío demográfico que afectaría casi a todo el II Milenio cal. A. C., y la cual ya fue descartada así como se emitió. Otros autores, de los cuales el más significado fue P. Prieto, negaba esta posibilidad alargando la vida del campaniforme hasta mediados de este milenio. Los arqueólogos que respaldaban esta posibilidad habían concebido el campaniforme como la cerámica típica de la Edad del Bronce Antiguo gallego. En esta idea pesaba mucho la mencionada supuesta desaparición de un registro propio y bien diferenciado para el Bronce Antiguo gallego. Que el II Milenio cal. A. C. conoció desde un punto de vista cultural una época de desarrollo cultural ordinario lo podemos examinar detenidamente en un reciente trabajo de A. M. S. Bettencourt y H. A. Sampaio 485, el cual viene a confirmar los registros ecológicos ya mencionadas hacía años obtenidos en el Monte Penide486, donde ya se dejaba claro que no había existido ni mucho menos ningún vacío demográfico, pues el territorio siguió experimentando una sobreexplotación. A partir de esta datación aproximada estaríamos ya en la Edad del Bronce, etapa realmente muy mal conocida. Los poblados siguen la tradición ancestral de aparente provisionalidad. Nada permite sospechar una larga pervivencia de estos asentamientos: ni constan estructuras arquitectónicas sólidas, ni tampoco depósitos de materiales en desuso. Es más, todos los testimonios arqueológicos inciden en declarar una situación de gran pobreza material. Existen no obstante algunas novedades que permiten 483

Lima Oliveira, E. y Prieto Martínez, M. P. (2002). Cano Pan, J. A. y Vázquez Varela, J. M. (1988); Bettencourt, A. M. S. y Sampaio, H. A. (2014). 485 Bettencourt, A. M. S. y Sampaio, H. A. (2014). 486 Martínez Cortizas, A, Franco Maside, S. y Fábregas Valcarce, R. (2000). 484

331 sospechar un incremento de la disponibilidad alimenticia: empiezan a aparecer vasijas de almacenamiento, y en algunos poblados se encontraron grandes silos, de los cuales, no obstante se desconoce su uso, pero que parecen indicar una política ya de acopìo, y en consecuencia, conductas económicas competitivas, y su reflejo en el establecimiento de fórmulas políticas de convivencia más elaboradas. El problema de la Edad del Bronce está en fijar sus límites cronológicos, sobre todo sus inicios. Toda la información cronológica disponible es posterior a c. 2.000 cal. A. C., pero muchos de sus rasgos, sobre todo tecnologícos, los encontraremos en los últimos siglos del III Milenio cal. A. C. Los artefactos metálicos caracterizadores de este Bronce Antiguo, puñales, puntas Palmela y orfebrería, son los que configuran lo que Harrison denominó Grupo Montelavar en el NO. peninsular, paralelo al Horizonte Ferradeira en el SO. de la penínsular, y que ahora D. Brandherm propone sea denominado como Grupo Vilavella-Atios487, entendido éste como un modo ritual de enterramiento propio del NO. peninsular (Galicia y Norte de Portugal), dado que el Horizonte Montelavar abarca una amplia región geográfica donde se manifiesta una cierta mezcolanza de tradiciones. A este Grupo Vilavella-Atios ya hemos hecho referencia páginas atrás, pero es interesante volver a referir sus características. Como ya habíamos indicado este estrato cultural se disociaría en la facies Vilavella y la facies Atios. La facies Vilavella estaría representada por enteramientos bajo túmulo donde el típico puñal de espigo de tradición campaniforme va acompañado de puntas Palema. La facies Atios se caracteriza por enterramientos en cista, con el ya mencionado tipo de puñal, pero sin puntas Palemela, y con mayor presencia de metales preciosos. Los puñales de la facies Atios son más evolucionados que los de la fase Vilavella, por lo que tal vez aquella sea la fase más antigua. Desde luego, el Grupo Vilavella-Atios es ajeno al Campaniforme, pero ello no excluye cierta contemporaneidad, por ejemplo en su facies Vilavella. En yacimientos septentrionales de la Meseta Meridional, se observa también una disociación en los enterramientos con puñales y los enterramientos con cerámica campaniforme, pero las dataciones obtenidas nos indican una evidente contemporaneidad. De ello se deduce que en esta etapa se produce una normalización de los ajuares según criterios sociales que por ahora se nos escapa. Esta etapa, que podemos denominar formativa concluirá cuando el campaniforme desaparezca c. 2000 cal. A. C., dando paso así a una nueva etapa del Bronce Antiguo, heredera de de la tradición campaniforme. Precisamente también se ha argumentado que muchas de las tipologías cerámicas lisas y algunos tipos decorativos desarrollados en el Bronce Antiguo, deben su origen al campaniforme, o quizás mejor se desarrollan en paralelo. Según J. Suárez esta etapa de génesis abarcaría en Galicia el período entre c. 2.200 y c. 1.900 cal. A. C488, es decir en el momento de disolución del Campaniforme, lo cual, tal cómo estamos observando, quizás haya que remontarlo algo más en el tiempo. Sin embargo, y a nuestro modo de ver, aún sin perder de vista estas consideraciones, somos de la opinión de que la verdadera caracterización del Bronce Antiguo la encontraremos con la llegada del II Milenio cal. A. C. Esta convicción se basa en la aparición del tipo de enterramiento en cistas, y la cerámica con ellos relacionada. Los grandes túmulos megalíticos dejaron de ser usados 487 488

Brandherm, D. (2007). Suárez Otero, J. (2002:18).

332 en el primer tercio del III Milenio cal. A. C. Ya desde estos momentos, o incluso muy posiblemente desde c. 3000 cal. A. C. se comienza a desarrollar un modo funerario consistente en el levantamiento de pequeños túmulos con una enorme diversidad de soluciones arquitectónicas y rituales que no cesará hasta el Bronce Final. Ello no impidió que los antiguos monumentos megalíticos siguiesen siendo usados, pero ahora de un modo invasivo, abriendo fosas en las masas tumulares, o practicando orificios para acceder a las cámaras. Paralelamente a esta variada tipología funeraria se desarrollan también a partir de c. 2000 cal. A. C. los enterramientos en cistas. De este modo, el NO. peninsular se incorporará en esta época a los cambios culturales que se aprecian a lo largo de toda la Península Ibérica y que marcan el paso al Bronce Antiguo. Es interesante señalarlos, aunque sea someramente para comprender el contexto peninsulr en el que se desarrollan y la magnitud del cambio que se produce llegados al filo del II MIlenio cal. A. C. 9.2.2.2. Península Ibérica. Un foco cultural importante en el III Milenio ca. A. C. es el señalado por los poblados fortificados de la Extremadura portuguesa de la Cultura de Vilanova de San Pedro. La cerámica campaniforme surge en ellos antes de mediados de c. 2500, contándose incluso con cronologías que lo elevan a c. 2750, si bien su generalización se documenta claramente a partir de aquella fecha. En esta época, las fortificaciones aún están en uso, experimentando remodelaciones. Sin embargo, también se asiste al declive de esta cultura, al detectarse derrumbes de las líneas defensivas no reparados, y la reducción del espacio habitado. El campaniforme será el acompañante de la desaparición del Calcolítico en esta región y de sus poblados fortificados, lo cual queda completamente verificado hacia el c. 2000 cal. A. C.489. Según parece, se trataría de dos comunidades en origen distintas, evolucionando paralelamente, pero con amplios contactos. Desde luego para el 2031- 1771 cal. A. C. está ya conformada una cultura de la Edad del Bronce en el poblado del Catujal (3570±45 B.P.), sospechándose además de que c. 2000 cal. A. C. el campaniforme habría ya desaparecido490. Para la segunda mitad del III Milenio cal. A. C. convivirían pues comunidades en poblados fortificados ya muy decadentes recuerdo de aquel floreciente Calcolítico de los primeros siglos del milenio, conjuntamente con grupos dispersos en el territorio estblecidos en pequeñas aldeas abiertas y sin medidas defensivas. Sin apenas percibirlo, estaríamos entrando en la Edad del Bronce. De repente, llegando c. 2000 cal. A. C. el registro arqueológico presenta una estraña rarefacción; se invisibiliza. Los autores que se han ocupado de esta época no cayeron en el error de concebir esta ausencia de datos como una crisis demográfica catastrófica y han intentado llenar este hueco, primero con el estudio de materiales propios de esta época, concibiendo un cambio en el patrón de los emplazamientos y un nuevo modo de poblamiento, e incluso con la prolongación de la vida de los poblados angtiguos y también de los más recientes491. Esta etapa caería dentro del ya citado del Grupo de Montelavar, horizonte arqueológico identificado en el cuadrante NO. peninsular y cuya caracterización deriva del estudio de las realidades funerarias, toda vez que el modo de vida sería el señalado por las aldeas dispersas por el territorio. Este tipo de 489

Cardoso, J. L. (1997). Cardoso, J. L. (2014). 491 Senna-Martínez, J. C. (1993); Cardoso, J. L. (2005b). 490

333 enterramiento se caracteriza por la inhumación individual, bajo túmulo o cista acompañado de objetos metálicos como puñales o espadas cortas de cobre, puntas Palmela, brazales de arquero, botones cónicos con perforación en V, cerámicas evolucionadas, y adornos personales sobre todo de oro y plata. Muy discutida ha sido su dependencia respecto del campaniforme, pues todos los artefactos señalados se pueden encontrar ya acompañando enterramientos campaniformes, si bien en esta región, precisamente, y salvo alguna excepción, no concurre esa típica cerámica, o cuando lo hace es sin su decoración característica. Para la definición de este horizonte se ha hablado de tradición campaniforme, bien para aludir a cierta contemporaneidad con ésta, y también de epicampaniforme, indicando su posterioridad. Es por ello que esta última etapa del calcolítico de tradición campaniforme o transición a la Edad del Bronce, sea identificada con el Horizonte Montelavar por J. L. Cardoso, el cual pone de relieve además que en realidad durante esta etapa lo que principalmente se aporta es la acentuación e intesificación de los rasgos campaniformes en las deposiciones funerarias (armas, joyas, etc.)492. De hecho en el ajuar de algunas tumbas ha aparecido cerámica de perfil campaniforme pero sin su decoración típica, lo cual a nuestro modo de ver, más que hablar de evolución, más bien parece apuntar hacia una imitación de un modelo de ajuar contemporáneo. A partir de estos momentos en la Extremadura portuguesa se abre un período que hasta c. 1250 cal. A. C. solamente es conocido a través de una información fragmentaria, muy presumiblemente más producto de un vacío de investigación, que de un declive demográfico, el cual se contradice por argumentos indirectos. Es por ello que es preferible valorar como más apropiado la posibilidad de que algunas comunidades contemporáneas a los últimos estertores de los grupos calcolíticos tradicionales y campaniformes comenzaran a evolucionar a partir de estos hacia las modos de vida que caracterizarán el II Milenio cal. A. C. Prueba de esta idea es que los enterramientos individuales con conjuntos o elementos artefacuales de tradición campaniforme ofrecen a veces cronologías absolutas a partir del c. 2250 cal. A. C. En su prolongación hacia el interior peninsular, en la cuenca media del Guadiana se localizan también gran cantidad de poblados calcolíticos fortificados, algunos de los cuales ejercían el dominio sobre amplios territorios, ya desde comienzos del III Milenio, a través de la jerarquización de establecimientos. De todos éstos en algunos, en su fase final surge la cerámica campaniforme. En lo que respecta a la cronología del campaniforme, se barajan dataciones entre c. 2750 y 2300 cal. A. C. En esta área el campaniforme tiene escasa presencia funeraria, y además, no se aprecia una mínima homogeneidad en el modo de enterramiento, a no ser un menor esfuerzo en la construcción de los monumentos, así como la evolución hacia la individualización de las inhumaciones. En la recepción de esta moda cerámica jugaron un papel importante las élites sociales, tal como lo documentan los hallazgos en los centros de los poblados. En líneas generales, tampoco se observa un cambio cultural brusco en la expansión del pack campaniforme, porque entre otras cosas quizás no pasen de suponer meros artefactos susceptibles de un contenido cultural rupturista, y difundidos en el seno de una sociedad en evolución. De hecho en la difusión de los diversos tipos decorativos, precisamente se ha podido comprobar la red jerárquica de asentamientos de tradición 492

Cardoso, J. L. (2005b)

334 calcolítica. La cerámica campaniforme hace su aparición con los cordados y marítimos en unos escasos grandes yacimientos centrales, para progresivamente, sobre todo en su tipo inciso, alcanzar gran cantidad de poblados, lo cual podría ser un argumento válido para sopesar que el territorio se estaba fragmentandon políticamente en multitud de unidades. El incremento de los registros de armas y construcción de nuevas fortificaciones que se aprecia en estos momentos parecen también apuntar en la misma dirección. En la cuenca del Duero esta etapa de ruptura se establece hacia el 2010-1710 cal. A. C.493, fecha en la que se da paso al Horizonte del Parpantique, el cual supone una cierta jerarquización de hábitats con tendencia a emplazarse en lugares de mayor control visual, todo ello en un marco paisajístico donde constan amplios pastizales de herbáceas, pero conservándose aún extensos bosques494. Más concretamente, en el abulense valle de Amblés se asiste a un radical cambio de hábitat, abandonándose los valles fluviales y ocupando las laderas serranas, lo cual además indicaría una modificación de las prácticas económicas, primando entonces de un modo más contundente la ganadería495. En esta época en el SO. peninsular, después de un esplendoroso calcolítico, hacia mediados del milenio se abandonan los asentamientos amurallados que entre otras realidades lo caracterizaban. Es ahora el momento de expansión máxima del campaniforme, que da vida a la desestructuración de la sociedad en múltiples células 496. Esta etapa recientes estudios la vienen denominando como Calcolítico Final. Hacia fines de este III Milenio cal. A. C. nos encotramos con el problemático Horizonte Ferradeira497, tenido por mucho tiempo como la fase inicial del Bronce Antiguo de la región. El Horizonte Ferradeira, siempre se ha considerado paralelo al Grupo Montelavar del NO., incluso con semejanzas en su controvertida inserción cultural. Se caracteriza esta etapa por los enterramientos individuales, donde comienzan a usarse cistas y formas funerarias afines, acompañados de metalurgia de tradición campaniforme, pero sin esta manifestación cerámica, o sí campaniforme, pero sin su típica decoración, introduciendo además formas cerámicas evolucionadas, y sustituyendo gradualmente a los enterramientos colectivos bajo tholos que caracterizaban la época anterior. Aunque se estima que se debe localizar hacia fines del III Milenio cal. A. C. y comienzos del II Milenio cal. A. C., fijar con más concreción sus exactos línites temporales resulta muy complicado, sobre todo porque se ignora con certeza qué supone culturalmente su definición. De todos modos, aunque algunos autores indican que las dataciones radiocarbónicas sugieren fijar el surgimiento de esta modalidad funeraria a partir del c. 2000 cal. A. C., en realidad parece más prudente y cercano a la realidad el enmarcarlo en los últimos siglos de este milenio sin sobrepasar el lapso 1950 – 1810 cal. A. C., integrando un momento avanzado del Calcolítico Final del SO. peninsular498, semejante al Grupo Montelavar, más concretamente a su facies Vilavella, si bien de todos modos todavía no se han detectado enterramientos en cistas

493

Ríos, P., Blasco Concepción, P. y Aliaga, R. (2012:206). López Sáez, J. A., Rodríguez Marcos, J. A. y López García, P. (2005). 495 Fabián, J. F., Blanco González, A., López Sáez, J. A. (2006). 496 Mataloto, R. y Boaventura, R. (2009:55 y ss.). 497 Schubart, H. (1971). 498 Mataloto, R., Matos Martíns, J. M. y Monge Soares, A. M. (2013). 494

335 con anterioridad a c. 2000 cal. A. C. 499. El Horizonte de Ferradeira muestra un conjunto artefactual evolucionado a partir del campaniforme, que será consolidado durante el Bronce Pleno, etapa ésta que se desarrollara desde c. 2000 hasta 1170 – 1050 cal. A. C. En consecuencia, en el SO. peninsular el campaniforme se difundirá paralelamente a la decadencia de las comunidades calcolíticas, encarnando una etapa transicional, en la que se pasa del poblamiento jerarquizado en torno a grandes centros fortificados, a una dispersión de pequeños poblados de los que se supone una cierta inestabilidad locacional, y en la que paralelamente se producen los primeros esbozos de los que será el Bronce Pleno, y que tienen su tradución material en el citado Horizonte de Ferradeira. Este modo de vida continuará aún durante el Bronce del SO.500 Otr región de indudable personalidad e inevitable en cualquier estudio sobre la prehistoria peninsular de esta época es el SE. peninsular donde vemos sucederse las culturas de los Millares y del Argar. Los más recientes estudios permiten pensar en que las últimas manifestaciones calcolíticas millarenses desaparecen a los largo del siglo XXIII cal. A. C., mientras las más antiguas manifestaciones de El Argar no se pueden remontar al 2.200 cal. A. C., siendo las posibilidades de solapación bastante remotas. Estaríamos por lo tanto ante un total colapso de las comunidades calcolíticas, en algunos de cuyos poblados más tardíos una capa de ceniza cubre sus escombros501. Las razones que dieron paso a la cultura de El Argar aracterizada por una estructura social de profunda jerarquización se hacían recaer en la progresiva aridez que se manifestaba a fines del III Milenio cal. A. C. y lo cual habría obligado a un control de los recursos hídricos para garantizar una agricultura intensiva. Sin embargo, más recientemente se ha comprobado que esta supuesta transición climática no está completamente demostrada, por lo que se ha valorado que la jerarquización social de El Argar se formula en base al el esfuerzo por el control de los recursos derivados de la aparición de un artesanado especializado, el desarrollo de economías complementarias y el establecimiento de redes de intercambios502. No obstante, en la evolución del mundo argárico se aprecia un importante cambio c. 2050-2000 cal. A. C.,, observable en un comportamiento funerario distinto. Se generalizan los enterramientos en cistas, y surgen tanto inhumaciones infantiles como femeninas, si bien las primeras tumbas con urnas no aparecerán hasta c. 1940 cal. A. C.. También se remontan a estos momentos el acompañamiento de los difuntos con alabardas y adornos de metales preciosos. Las alabardas como elementos de distinción social masculino de algunos varones, serán sustituidas hacia el 1800 cal. A. C. por espadas503 En la Mancha se produce un radical cambio en la localización de enclaves, proliferando poblados fortificados, siendo las más características las conocidas motillas, formidables construcciones para garantizar la posesión y defensa de acuíferos, y cuyos más remotos comienzos podrían remontarse hacia c.2.400-2.300 cal. A.C., aunque se perciben mejor a partir del c. 2.200 cal. A.C.. y las cuales no verán su remate hasta c. 1.400 cal. A.C504. 499

García Sanjuan, L. (2005:87). Mataloto, R. (2006:100 y ss.). 501 Llul, V., Micó, R., Rihuete Herrada, C. Risch., R. (2011). 502 Aranda Jioménez, G. (2012). 503 Castro Martínez, P. V. (1994). 504 Benítez de Lugo, L. (2011:55). 500

336 9.2.2.3. Conclusiones En conclusión, y en líneas generales, quizás las primeras comunidades de la Edad del Bronce se forjen a partir de grupos que no participan y/o se desgajan del orden calcolítico-campaniforme de fines del III Milenio cal. A. C.505, presentándose ya completamente formados c. 2000 cal. A. C. en el momento que el campaniforme como medio de “lubricante social” manejado por las élites había ya pasado de moda, o era de uso residual. La disolución de las formas de vida calcolíticas, sobre todo allí donde pontificaron las fortificaciones, condujo a la aparición de múltiples comunidades distribuidas ampliamente por el territorio, lo cual propició el incremento y consolidación de la jerarquización social. Este nuevo modelo de sociedad surge como consecuencia de la desaparición de la organización centralizada del poder en unos cuantos núcelos centrales, la extensión de amplias redes de intercambio, tal como se observa por la estadarización de ítems, así como por el control de la intesificación de la metalurgia cada vez más demandada como bien de prestigio (tanto armas de cobre como de metales nobles), conduciendo todo ello al surgimiento de multitud de jefaturas aparecidas al calor de la competencia por los recursos naturales, ahora entre multitud de comunidades, integradas por pastores, agricultores, artesanos especializados y comerciantes506. El campaniforme posiblemente sea la cerámica que acompaña el declive de la sociedad calcolítica/neolítica final. La proliferación de armas, y en algunas áreas de fortificaciones, permiten postular la existencia de fuertes tensiones territoriales que debieron concluir con la fragmentación política en multitud de unidades, y en la dispersión de la población en pequeños asentamientos. La difusión del campaniforme marcará en los grupos culturales del Neolítico Final/Calcolítico, el surgimiento de una identidad estamental entre las élites guerreras de las agrupaciones507. Sin lugar a dudas en durante este contexto cuando comienza la forja de la mentalidad guerrera que caracterizará al II Milenio cal. A. C. Sin embargo, sus primeros pasos se darán aún antes de acabar el III Milenio cal. A. C. en sus incicios paralelamente al mundo campaniforme. Así lo delatan los enterramientos con ajuares de tradicción campaniforme, pero sin la típica cerámica, o con ella pero sin decoración, y que cuando se disponen de dataciónes, fácilmente nos llevan al siglo XXIII cal. A. C. Es por ello que algunos arqueólogos hablan ya de los comienzos de la Edad del Bronce en estos momentos. Sin embargo, muy probablemente no se trate más que de una etapa transicional, prolongación del Calcolítico/Neolítico Final, donde se consolidan las aportaciones heredadas y se formulan nuevos criterios sociales en un proceso que no estará acabado hasta c. 2000 cal. A. C. Es ahora a partir de esta fecha cuando se percibe un generalizado cambio en el comportamiento económico y cultural de las sociedades, tal como hemos descrito en las páginas anteriores. Pero además en esta evidente transformación cultural, debió tener un impacto importante la época de sequía que se extiende entre el c. 2300 y 1900 cal. A. C. En efecto, no solamente aparece un nuevo tipo de poblamiento disperso, sino además nuevas formas de explotación del entorno que implicarán una nueva intesificación económica, basada en una creciente expansión del pastoreo, y de la decidida puesta en valor agrícola de las tierras profundas de los 505

Ríos, P., Blasco Concepción, P. y Aliaga, R. (2012:206). Cardoso, J. L. (2005a:156). 507 García Rivero, D. (2006:97). 506

337 valles, todo ello conduciendo a una deforestación creciente que tendrá sus consecuencias más evidentes a fines del II Milenio cal. A. C. 9.3. UNA HIPÓTESIS PARA LA CRONOLOGÍA ABSOLUTA DE LAS COMBINACIONES CIRCULARES. Una vez expuestos los datos provenientes del análisis directo de los paneles, de la evolución paleoecológica y de la trayectoria cultural de los III y II Milenio cal. A. C. ha llegado el momento de contrastar todas estas informaciones con el objeto de apreciar coincidencias o incluso contradicciones. Creemos en la posibilidad de establecer una cesura cultural c, 2000 cal. A. C. que sería la fecha que marcaría el paso a la verdadera Edad del Bronce. La formulación de esta nueva fase cultural, obviamente trae nuevas formas de civilización. Lo primero que se observa es que c. 2000 cal A. C. se produce un cambio cultural de profundas consecuencias. El modo de asentamientos va a seguir siendo el mismo de los milenios anteriores, pero ahora la explotación del territorio será más intensa. Se trataba de abrir más espacios para la práctica de una ganadería al parecer de carácter extensivo. La circunstancia de que el bosque retroceda permanentemente implica que no se le da tiempo a su recuperación, de donde se sigue que la cantidad de rebaños debía de ser cada vez mayor. Como vimos por el análisis de los paneles rupestres, todo parece indicar que estos petroglifos se generalizan después c. 2000 cal. A. C. Páginas más atrás (Cap. 8, pgns. 239 y ss), concluíamos tras el detenido estudio de los tipos de emplazamiento de los petroglifos de combinaciones circulares una evidente relación con lugares de pastoreo. La principal característica era generalmente su ubicación en puntos dominantes del territorio sobre un entorno inmediato de reducida extensión que se controlaba visualmente y al que se accedía con facilidad. Además su situación bastante común en serranías y en sitios muy concretos, sugerían una vinculación directa con tareas relacionadas con el pastoreo. Estas conjeturas no contradecían las conclusiones emanadas de las ideas de concurrencia y emulación, como eran el añadido sucesivo de motivos en un mismo panel o su corrección, manipulación, complementación o reavivado. Es más, todo esto sería lo de esperar en una sociedad donde lo pastoril tenía cierta importancia, y que iba y venía de un lado para otro. Del estudio paeloecológico deducimos que el pastoreo fue una actividad de crucial importancia en la Protohistoria de Galicia, pero especialmente gana mucho relieve en el II Milenio cal. A. C. Todo ello viene nuevamente a coincidir con las conclusiones emanadas del estudio de los emplazamientos. No obstante, y ello es un rasgo que no se dedujo claramente de la información palinológica, las ubicaciones territoriales de los petroglifos de combinaciones circulares nos remitía a comunidades ligadas a los fondos de los valles, donde en principio, debían de radicar los campos de cultivo. En este sentido, todo apuntaba a que las prácticas ganaderas parece como si estuviesen vinculadas a un territorio concreto, en función de la primacía de intereses agrícolas. De hecho, por ejemplo, se ha notado que las cistas suelen aparecer precisamente bajo suelos de labradío, o por lo menos en valles. Ello ha permitido sugerir un cambio en el comportamiento económico de aquellas comunidades, que comenzaban ahora a explotar en clave agrícola estas áreas.

338 En realidad, muy probablemente esta época se caracterice por el comienzo de una explotación más amplia y decidida del territorio, poniendo en uso los valles fluviales y litorales y explotando las tierras marginales y las serranías con rebaños. Estas profundas transformaciones nos recuerdan mucho las producidas con las enclosures del Norte y Oeste de Francia508, así como los cairnfields ingleses, donde además de sistemas parcelarios, se ponen en práctica nuevos prácticas agrarias, la aparición de nuevos establecimientos agrícolas, e incluso de verdaderas aldeas. Sin lugar a dudas estamos ante una auténtica revolución económica. Afirma C. Marcigny hablando de la nueva etapa abierta ahora en el II Milenio cal. A. C. en Normandía que el desarrollo de estos sistemas agrarios suponen una verdadera ruptura con los modos de producción de algún modo aún heredados del Neolítico, y sienta las bases de lo que más tarde se verá en la Edad del Hierro. Tal como hemos visto, las combinaciones circulares son petroglifos relacionados con actividades pastoriles de comunidades que según parece tenían establecidos los poblados cercanos a ellos, en cotas más bajas, en contacto con los fondos de las cuencas o incluso en su interior. La explotación de las tierras bajas, aunque creemos que nunca se despreció, posiblemente sea a partir del c. 2000 cal. A. C. cuando comienze su puesta en valor más decidido. Por ejemplo, las cistas correspondientes a la facies Atios, y cuya cronología se extiende a esta primera mitad del segundo milenio, aparecen con frecuencia en terrenos de labradío. Esta datación, c. 2000 cal. A. C. señala la consolidación de una serie de transformaciones que se venían produciendo en el seno de las sociedades europeas desde mediados del III Milenio cal. A. C., cuajando en estos momentos, y mostrando sus características propias a partir de ahora. Hay una plena unanimidad en afirmar que la verdadera Edad del Bronce, comienza ya, aunque sus principales rasgos pueden rastrearse en los últimos siglos del III Milenio cal. A. C. En consecuencia, cuaja ahora una verdadera ruptura con el pasado calcolítico. Esta ruptura con la formulación elaborada de una nueva mentalidad forzosamente habrá de tener consecuencias en todos los aspectos de la sociedad, desde la configuración de las estructuras políticas, hasta las manifestaciones plásticas. Creemos por lo tanto viable rastrear el origen de las combinaciones circulares precisamente en el seno de esta consolidación de las nuevas estruturas sociales que se están produciendo en Europa c. 2000 cal. A. C. Acabamos de indicar que los petroglifos de combinaciones circulares se relacionan íntimamente con el pastoreo. Es precisamente a partir del c. 2000 cal. A. C. cuando se aprecia un desmantelamiento ya muy evidente de la cobertera vegetal con la intención de ganar espacios para el pastoreo. Queda ello corroborado con la presencia de actividad antropozoogénea detectada en los registros palinológicos de la época. La deforestación de los bosques autóctonos había comenzado ya con anterioridad, varios milenios antes, afectando por el momento a las áreas más altas, y comenzando en las proximidades de las terrazas más bajas y en las cuencas hacia esta época. Es el momento en el que se pasa del landnam a la estepa cultural de los paleoecólogos. La casi completa eliminación de la masa forestal será la gran tarea de la Edad del Bronce. En consecuencia, toda la información disponible por el momento nos conduce invariablemente a considerar las combinaciones circulares como motivos propios de la 508

Marcigny, C. (2008 y 2012).

339 primera mitad del II Milenio cal. A. C., aunque muy posiblemente prolongándose en épocas posteriores, pero ya de un modo menos acentuado, y acaso con nueva significación. Podríamos dejar una puerta abierta para suponer que su insculturación proviniese de momentos anteriores, de la segunda mitad del III Milenio cal. A. C., pero de ello no tenemos más pruebas que una posible incertidumbre, que necesitará ser argumentada. El remontar el comienzo de la Edad del Bronce hacia el c. 2300-2250 caL. A. C., tal como se viene indicando en muchos trabajos, quizás sea excesivo, y más bien estos últimos siglos del III Milenio cal. A. C. deban de ser considerados como una etapa de liquidación definitiva de las viejas estructuras calcolíticas y la gestación de la nueva época de la Edad del Bronce, tal como ha quedado examinado más arriba. 9.4. SOBRE LA SIGNIFICACIÓN DE LAS COMBINACIONES CIRCULARES. Sobre el significado de las combinaciones circulares se ha escrito mucho, y generalmente sin mucho tino. Está claro que las interpretaciones directas en función de su morfología o su posición en la roca, el modo de asociarse unas con las otras, no pueden ser motivo para ensayar formulaciones interpretativas, que en realidad no dejan de ser la plasmación de la imaginación del investigador de turno. Es por ello, que usualmente se ha evitado pronunciarse sobre cuál sería su significado estricto; incluso algunos autores van más allá y proponen que la significación fuese desconocida por la colectividad, ¡hasta también la misma existenciade los petroglifos!, añadirán otros, y no fuesen otra cosa que una refinada elaboración cosmológica patrimonio de una casta sacerdota, y su cortejo de acólitos inciados. Especialistas de renombre han comentado que será imposible su desciframiento porque aseguran que no disponemos de un intermediario gráfico que podamos comprender nosotros. Es por todo ello que recientemente se ha tratado de comprender mejor la vertiente cultural y social de los petroglifos en el seno de las sociedades que los crearon. Sobre este tema ya nos hemos extendido en el Capítulo 8 (Apartado 8.1, pag. 178 y ss.). En líneas generales estos estudios tratan de insertar los petroglifos en un discurso coherente en función de la sociedad de la época, a través de su localización territorial, pero no aclaran nada o muy poco sobre su significación. Las conclusiones a que llegaron algunos autores, como que eran símbolos de apropiación territorial y/o signos de demarcación, referentes de lugares de culto secreto, o centros de agregación estacional de comunidades dispersas, fueron todas dignas de ser discutidas, pero rechazadas porque o bien se basaban en excepciones, o en elucubraciones más o menos imaginativas, o simplemente en ideas inadmisibles. Tampoco nuestra proposición (rituales de pastores) implica necesariamente una significación concreta. Estas hipótesis tratan de esclarecer la esencia de los petroglifos, el vector que los esplica, pero no su significado. Por muy sofisticadas que sean estas teorías no nos informan que significa exactamente una combinación circular. Es por ello que para bajar a este nivel se necesita implementar un 9.4.1. La cuestión del chamanismo. Tratar de averiguar cuál es el significado de las combinaciones circulares ha sido siempre un infranqueable reto. En la bibliografí, a especializada más antigua podemos ver dstintas atribuciones, simplemente basadas en impresiones personales de cada autor

340 (altares de sacrificios, mapas, trampas de caza, representaciones solares y/o astronómicas, etc.). En realidad, estas significaciones nunca se tuvieron muy en serio, ni siquiera como hipótesis de trabajo. Al abordar este tema A. de la Peña y J. M. Vázquez Varela en su clásica obra, se lamentan de que la descontextualización de los petroglifos no contribuye en nada en una exacta adascripción cultural. Establecen entonces que para alcanzar un mayor grado de conocimiento acerca de ellos, necesitamos conocer con mucho detalle los rasgos de la cultura que los creó. Sólo así estaremos en condiciones no sólo de atribuir significados, sino también de averiguar el rol social de estos paneles rupestres.509 Este planteamiento teórico aparenta una indudable solidez doctrinal, y sin embargo, al ser tomado al pie de la letra, desde un punto de vista muy arqueológico, carece de un buen funcionamiento. En primer lugar, es erróneo suponer que los petroglifos están descontextualizados: se encuentran en su emplazamiento natural, en los lugares para los que fueron creados, aunque ello suponga su situación lejos de los asentamientos. Además, muy pronto, cuando comenzaron a conocerse los resultados de excavaciones de poblados pertenecientes cronológicamente a épocas grosso modo afines, fácilmente se pudo comprobar que de la lectura del registro arqueológico de esos yacimientos poco o nada cabía esperar. Pero lo peor de este planteamiento, es creer que nuestros conocimientos a cerca de los petroglifos nos van a surgir expontáneamente a partir del estrudio de los restos materiales, sin haber montado previamente una disciplina propia y autónoma dedicada exclusivamente al análisis intrínseco de los grabados rupestres, con una metología específica. Las excavaciones realizadas en las últimas décadas del siglo XX y de comienzos del siglo XXI no han sino venido a confirmar estas palabras. Como ya hemos dicho en varios sitios, durante décadas la disciplina rupestre se limitaba a el levantamiento y reproducción de calcos, a la toma de algunas notas sobre emplazamientos y a el estudio de localizaciones en mapas. También se investigó el modo de reproducir los petroglifos sin emplear en su dibujo directo materiales o métodos agresivos, que no fueran el infustificado odio al omnipresente uso de la tiza en el perfilado de los surcos. Menos estudiar los petroglifos se hizo de todo. Dado que no se concibió nunca el estudio arqueológico de los petroglifos como una disciplina independiente, fueron los autores arriba mencionado de los primeros en traicionar todas aquellas rigurosas prevenciones, emitiendo hipótesis complejas sustentadas en hechos arqueológicos dudosos, si no falsos, añadiendo una dosis de comparación etnográfica con sociedades primitivas actuales o recientes, con el dudoso respaldo de algunas autoridades, e inmersos en una moda interpretativa tan atrevida como imprudentes. De lo que se trataba era de comprender el funcionamiento de los petroglifos en el seno de la sociedad que los creó, para de ahí abordar su significación. Dado el escaso bagaje documental ofrecido por las excavaciones, ello se suplementó con la ayuda de la más ramplona comparación etnográfica. Es así como surge el tema del chamanismo en el Arte Rupestre Gallego. El primer autor que recurre a este procedimiento es J. M. Vázquez Varela 510, cuando pone sobre la mesa tan sólo como hipótesis de trabajo y objeto de debate, el tema de los alucinógenos como generadores de fosfenos, siguiendo las ideas ensayadas por investigadores extranjeros, y cuya solidez dista mucho de ser admitida unánimemente. 509 510

Peña Santos, A. y Vázquez Varela, J. M. (1979:106 y ss). Vázquez Varela, J. M. (1993)

341 Los fosfenos son imágenes que vienen a la mente de quien haya hecho ingesta de ciertos psicotrópicos, o incluso por un golpe en un ojo, o bien en estados anímicos o físicos determinados, y que siempre son las mismas independientemente de la formación cultural, estrato social, localización geográfica, e incluso temporal del sujeto, pues se verifican como procesos fisiológicos normales en cualquier ser humano al materializarse en el nervio óptico, no en el cerebro. La conclusión de este autor es que principalmente las combinaciones circulares, incluso cuando se presentan en paneles complejos en cierto modo se adecuan a estos presupuestos. Según parece, bajo los efectos de alucinógenos o por un simple golpe en la órbita ocular, se nos viene a la mente, entre otras, abundantes representaciones de círculos concéntricos y espirales. Así por ejemplo, tras estos efectos es posible ver un conjunto de círculos deformados y asociados dispersos y sin aparente orden, tal como constan en cualquier panel rupestre. El consumo de sustancias psicoactivas fue y es considerado por numerosos autores como el método más idóneo para tratar de comprender la motivación y desaarrollo de muchos ciclos artísticos prehistóricos de todos los tiempos, incluso ya desde el Paleolítico Superior. Así se explicaría por ejemplo la aparición de un mismo motivo en petroglifos y pinturas de distintas épocas y geografías, sin necesidad de recurrir a mecanismos de difusión. Sin lugar a dudas, esta hipótesis es muy sugerente, pero en el fondo inoperante, pues se basa únicamente en suposiciones difícilmente comprobables. Además, encaja mal con lo que sabemos del Arte Rupestre Gallego, pues por ejemplo choca de frente con los procesos de construcción de los paneles que hemos examinado en los capítulos precedentes; y tampoco cabe olvidar el hecho de las ocupaciones mamilares, que no son precisamente una forma que se pueda percibir en un fosfeno. En realidad, estos autores juegan en un calculado campo neutral: sugieren la idea de los fosfenos pero también el de la ingesta de alucinógenos, bien como consecuencia de estos, bien como una conducta independiente. Esta teóricamente hípotesis de trabajo rápidamente fue adquiriendo cuerpo de verosimilitud. En el mismo año aparece la publicación de A. de la Peña y J. Rey tantas veces mencionada en este trabajo511. Fueron estos autores los primeros que destacaron la preferencia para la realización de los petroglifos por las rocas bajas, muchas a ras de suelo, en posiciones discretas, sin incidencia visual, lo cual les condujo a pensar que con esta elección se trataba de ocultar los paneles en el paisaje. Ello llevaría implícita una significación restringida, reflejo de la práctica de rituales llevados a cabo por colectivos sociales reducidos, cuyo desciframiento necesitaría de cierta enseñanza. Estas agrupaciones estarían dirigidas por individuos relevantes que además gozarían de cierto grado de supremaciá económica e ideológica en la sociedad, y los cuales disponían de los instrumentos intelectuales para su interpretación. De este mismo año data otro trabajo, aunque publicado algo más tarde512, en el cual siguen insistiendo en que la mayor parte de los petroglifos no fueron realizados para ser vistos desde lejos, aunque sí desde ellos se contempla grandes áreas en el paisaje. Sin embargo, no se decantan por determinar si tras tal hecho se oculta algún tipo de intencionalidad. En un estudio posterior, estos mismos autores513 reafirmándose en sus anteriores postulados, los completan con nuevas sugerencias. Siguiendo formulaciones teóricas y 511

Peña Santos, A. y Rey García, J. (1993:36). Costas Goberna, F. J., Peña Santos, A. y Rey García, J. M. (1995) 513 Peña Santos, A. y Rey García, J. (2001:240). 512

342 paralelos etnográficos de sociedades tribales, el conjunto de conocimientos elevados encerrados en los petroglifos, los cuales deben estar relacionados con la reflexión sobre lo inmanente e intangible, debía forzosamente ser monopolio de un colectivo social reducido, y cuyos conocimientos serían opacos al resto de la sociedad. Estos grupos obtendrían la información iconográfica para la realización de los petroglifos de los estados de trance experimentados por el consumo de alucinógenos. Años después, A. de la Peña esclarecería más concretamente el papel de estos individuos514. Según este autor, la comprensión de las claves de desciframiento del lenguaje codificado de los petroglifos se alcanzaría tras cierto aprendizaje. La posesión de esta sabiduría al margen del colectivo social, les convertiría en líderes de sus comunidades, pues funcionarían como intermediarios entre los hombres y las potencias divinas, lo cual se traduce en la ostentación de un poder espiritual, y quizás también social, estados que a veces van ligados. En este sentido, se toma como referente etnográfico a algunas comunidades de pequeña escala donde este tipo de conocimiento recae en manos de chamanes, individuos que para la comunicación con la esfera sacra alcanzan estados de trance tras el consumo de sustancias psicoactivas. Para ser justos, debemos comprender que las conclusiones de estos autores se ensayan estudios de mayor calado; en realidad los trabajos mencionados tratan de enmarcar los petroglifos en una época determinada, para lo cual formulan una revisión teórica fundamentalmente del III Milenio cal. A. C., basada en el planteamiento de nuevas teorías de objetivación de conocimientos arqueológicos, adaptándolas muy forzadamente a los conocimientos que se tenían sobre las sociedades del III Milenio cal. A. C. en Galicia. Todas estas ideas son por el momento imposibles de obtener tras analizar los resultados de las estaciones arqueológicas gallegas de la época. Se recurre por lo tanto a conocimientos teóricos generales paneuropeos sobre el Calcolítico y los comienzos de la Edad del Bronce. Son en realidad pequeños estudios de corte historiográfico enfocados desde una perspectiva económica y social de la época, donde al mismo tiempo sirven para encuadrar exactamente a los petroglifos. No obstáante el gran error de estos investigadores es la datación cronológica ad hoc de los petroglifos, sin división de fases estilísticas, agrupando todos los motivos en único ciclo, con uso de atribuciones cronológicas completamente arbitrarias, como es el caso de los laberintos y las escenas de equitación. Por otra parte, estos autores no están avalados por estudios minuciosos de estaciones rupestres, sino por una bibliografía de vago contenido científico con publicación de catalogaciones o simplemente de calcos, y de síntesis que nada aclaran. No cuentan con estudios preparatorios previos, centrados únicamente en los petroglifos de combinaciones circulares, y en los cuales desde un punto de vista artístico se sostuvieran técnicamente estas hipótesis. Además en la reflexión sobre los paralelos se aprecia perfectamente una elección discriminatoria tomando sólo aquellos cuyos rasgos, total o parcialmente, se acomoden a una idea que se ve bien que es preconcebida. No obstante, estas especulaciones interpretativas tuvieran una buena acogida por la inmensa mayoría de los investigadores que en estos años publicaron estudios sobre Arte Rupestre Gallego. A chamanes y ritos hace también referencia el estudio de F. J. Costas y E. Pereira García sobre el panel del Coto de Barcelos (Oia)515, en el cual 514 515

Peña Santos, A. (2005:71 y ss.). Costas Goberna, F J. y Pereira García, E. (1997).

343 mencionan nuevamente el hecho de que este panel, situado tras unos grandes peñascos, está también oculto en el paisaje; que fue confeccionado en ese lugar para no ser visto, para no ser visto habitualmente hay que matizar, es decir directamente, concebido así para no formar parte de la vida cotidiana de las comunidades cercanas. Sin embargo, si ha sido realizado “para ser visto por los espíritus o fuerzas de las que se pretende que propicien favorablemetne las expectativas de la comunidad” (sic). El testigo de estas hipótesis es sostenido en la actualidad por R. Fábregas. En el año 2010 lleva a cabo un experimento sorprendente516: el análisis de microdepósitos tomados del interior de macrocomponentes de equipos de molienda rupestre. Casi todas las muestras dieron resultado negativas, pero de una, concretamente proveniente del Coto do Corazón (Chaín, Gondomar), según parece se detectó restos de hiosciamina, que es el principio psicoactivo del beleño. Sobre la nula calidad de esta muestra y sus conclusiones ya nos hemos extendido en su momento (véase pag. 37), pero ello sirvió para justificar la existencia de la preparación de sustancias psicotrópicas en relación con un medio eminentemente rupestre, y además localizado en el interior de una oquedad que njo deja un peñasco hueco, y a la que se accede con dificultad. Varios años después, conjuntamente con C. Rodríguez Rellán publica un estudio sobre los petroglifos de la Península del Barbanza517 en la que también algunos paneles habían sido confeccionados al amparo de abrigos rocosos (cuatro no más, y en realidad, no mucho más que bajo aleros voladizos, o rocas caídas y apoyadas a modo de tejadillos). Se habla entonces ya de cuevas y arte muy privado no accesible a un público más general, pero incluso se indica, cómo los petroglifos al aire libre tampoco deberían ser conocidos extensamente en su época. En aquellos petroglifos bajo piedras voladizas, ya tomadas como cuevas, se llevarían a cabo ritos caracterizados por una reclusión y/o aislamiento social y ambiental del agente, favorecidos por la atmósfera oscura del lugar cerrado, donde la iluminación artificial y la reverberación acústica del piqueteado, así como sonidos, cánticos o plegarias pronunciados por el oferente, debían producir una teatralidad especialmente buscada por el contenido ritual de las tareas de grabado, y en el cual asimismo, el conductor del ritual podría estar bajo los efectos de drogas. La decodificación de los petroglifos, dado que era opaca para la colectividad, no estaría al alcance de miembros no iniciados de la comunidad. Para la visita a un panel rupestre podría necesitarse la realización de una serie de gestos rituales previos, así como la asistencia de especialistas que indicasen a los visitantes cómo prepararse adecuadamente y colocarse ante el panel. Podría suceder que un individuo ajeno a los modos rupestres de un determinado lugar, necesitase incluso de un guía experimentado. También habría que mencionar el estudio de J. Varela, realizado por estos años518, en el cual recopila todas estas hipótesis y trata de profundizar en el mundo de los chamanes, los fosfenos y el consumo de los psicotrópicos. Aunque muy documentado, y con un estilo en principio muy prudente, acaba por dejarse arrastrar por la corriente en boga y respaldar la tesis chamánica para los petroglifos gallegos. En el mejor de los casos estas tesis están inspiradas en una imprudente comparación etnográfica. En otras se deja ver una fantasía desmedida de sus autores. Y 516

Fábregas Valcarce, R. (2010: 60 y ss.) Fábregas Valcarce, R. y Rodríguez Rellán, C. (2012). 518 Varela, J. (2003). 517

344 en conjunto, están basadas en el uso impropio de algunas categorías antropológicas no bien comprendidas o usadas con inexactitud. Estos autores parece que no han reparado en las implicaciones que suponen el manejo de conceptos como chamán o iniciados, cuya complejidad reducen a una vaga y superflua esquematización, adaptándolos a su modo de pensar y en función de un conocimiento muy básico de la realidad rupestre gallega. Por ejemplo, poner a un mismo nivel, las incipientes jefaturas o mejor, primus inter pares, que parecen haberse comenzado a desarrollar durante el III y buena parte del II Milenio cal. A. C., con un chamán mapuche, no es no es una iniciativa especialmente afortunada. Pero en la mente de estos investigadores, encaja muy bien, por que tal como se describe en las relaciones etnográficas, chamanes de pueblos como los de la Amazonia, los antiguos amerindios del Norte de América o Siberianos, producen un arte pictórico realizado en el curso de trances obtenidos por el consumo de sustancias psicoactivas. Sin embargo, un estudio de detalle de la procedencia de estas ideas manejadas por los investigadores rupestres gallegos nos permite observar como se produjeron las distorisones. Así, cuando constan, en estas sociedades citadas los lugares donde se reunían estos individuos con sus discípulos, suelen ser lugares apartados, pero no necesariamente secretos, sino simplemente fuera del alcance de los ojos y la vista de sus coetanos. Concebir que estos sitios son los petroglifos, porque al haber sido confeccionados en lajas están ocultos en el paisaje y pasarían desapercibidos para los restantes miembros de la sociedad, es simplemente un despropósito. En las selvas africanas, estos lugares para la iniciación, aunque están apartados de las aldeas no son secretos, todo el mundo sabe dónde están, pero nadie más que los conductores espirituales y los iniciados pueden penetrar en su interior. Es más, hay quien supone que en una sociedad como la de los Millares, en el III Milenio cal. A. C., los lugares de iniciación de jóvenes, es posible que se realizase en los fortines que rodean el asentamiento principal. Otro argumento que se maneja desventuradamente es el término iniciación¸ categoría que estos autores parecen relacionar únicamente con las iniciaciones religiosas de algunos sistemas creencias, más concretamente las religiones mistéricas. La iniciación muchas veces es un estado necesario para ingresar en un segmento social, por ejemplo en la mayoría de edad de la comunidad. Por otra parte, relacionar los petroglifos con el chamanismo sin más, es sinónimo, prácticamente de la interpretación de su significado, porque estos sujetos son los intermediarios entre las potencias inmanentes y los humanos. Por hacerlo, y dada la euforia con se han conducido estos autores, se podría hacer una síntesis etnográfica de las creencias de los chamanes de todo el mundo, y sacar unas conclusiones comunes. Pero incluso a nivel científico el término chamán está sujeto a arduas discusiones, pues no todos los autores ven chamanes donde generalmente se admiten, y tampoco se acepta sin controversias que los actualdes chamanes sean los últimos vestigios de un modo de experimentar lo trascendente por parte de sociedades prehistóricas. Está claro que estos investigadores se dejaron llevar por ideas infundadas amparadas en el conocimiento deficiente de la iconografía rupestre. Aplicaron a las sociedades del III Milenio cal. A. C. comportamientos prevenientes de la comparación etnográfica actual, pero basados en indicios muy débiles y ambiguos, cuando no falsos, en función del empleo inapropiado de categorías antropológicas complejas, y todo ello

345 en el marco de una corriente moderna de la investigación que está sobrevalorando en demasía el uso de narcóticos durante la Prehistoria, sobre todo en lo relacionado con la experiencia artística, religiosa y social y que está siendo duramente criticada, por superflua y frívola. Si ahora pasamos a lo concreto, habremos de indicar inicialmente que no vemos porque para realizar petroglifos era necesario drogarse previamente y esta circunstancia debiera ser realizada por líderes religiosos de la comunidad. El paralelo etnográfico es muy sugerente, pero nada nos garantiza que su extrapolación sea acertada. En realidad los únicos indicios con que se puede contar para respaldar esta hipótesis es la tosca aplicación de un determinado paralelo seleccionado de entre otros posibles y que encaja muy bien con conocimientos muy precarios sobre el Arte Rupestre Gallego, y con una mentalidad proclive a aceptarlos. Por ejemplo, los fosfenos, son representaciones muy sencillas, a modo de destellos luminosos; algunos de ellos podrían servir como modelo para la representación de las combinaciones de círculos concéntricos. Pero este motivo también podría estar inspirado en la imagen de una piedra cayendo sobre un charco o una masa de agua, como un río; y asimismo, tampoco se puede descartar que la confección de una combinación circular provenga de una reflexión intlectual. Para respaldar un modelo inspirado en el impacto de algo cayendo en el agua, contaríamos incluso con la asociación de algunos círculos con pilas naturales. Si queremos aducir una actitud reflexiva como generadora de la iconografía de los círculos podríamos señalar la decoración de los mamilos: su delimitación por la base, su confirmación morfológica con anillos a modo de curvas de nivel, con la coviña central ubicada en su cima. No es necesario caer en un estado de trance para reflexionar. Además en las sociedades de pequeña escala, hierocéntricas, donde todo está regulado en virtud del pensamiento religioso, y nada escapa a su dominio, los chamanes, cuando es factible de mencionarlos así, no acaparan necesariamente el monopolio religioso de sus comunidades, sino más bien de una parte de aquella. Si en algunas sociedades modernas la experiencia artística, sean estos petroglifos, pinturas u de otro tipo, sea el fruto de la visión de chamanes, 9.4.2. Datos para su significado. Por nuestra parte, preferimos alejarnos de esas formulaciones, que con la misma facilidad que son emitidas, también son descartadas, incluso por los mismos autores, con la misma facilidad y sin el más mínimo pudor, del mismo modo que las emitieron . Damos más valor a pequeños progresos fundamentados en hechos objetivamente contrastables, al menos con un margen de error reducido, en virtud de los datos suministrados por el estudio intensivo y paciente de los mismos paneles rupestres. Por el momento, los datos de que disponemos para tratar de averiguar la significación de los petroglifos de combinaciones circulares, aunque han mejorado algo, son evidentemente insuficientes.Todo apunta a que los petroglifos de combinaciones circulares eran obra de individuos dedicados al pastoreo. Sería necesario asimismo determinar que tipo de ganado tenían a su cargo, pero creemos que este extremo es muy aventurado. Observando la situación topográfica de muchos petroglifos, situados en áreas caracterizadas por una alta pedregosidad (fig.149), es viable deducir, que o bien se trataba de pequeños grupos de bóvidos o de manadas de ovicápridos. Desde luego los

346 estudios realizados entorno a yacimientos calcolíticos y de la antigua Edad del Bronce revelan una supremacía de los ovicápridos como animales domésticos. Sea como fuere, las combinaciones circulares eran realizadas por pastores en rocas desde las que se dominaban los terrenos donde pacían los animales, o se situaban en las inmediaciones de esas zonas. Dado que no se ha detectado otro tipo de relación topográfica que pudiera hacer dudar de esta información, se sigue que los petroglifos de combinaciones circulares, independientemente de las creencias culturales implícitas, están relacionadas directamente con la actividad pastoral. En este sentido, su elaboración estaría traduciendo un ritual relacionado con esos pastizales, en el cual, el tallado, y no pintado, de formas circulares cerradas dan sentido a una pretensión de perennidad, o por lo menos de permanencia efectiva durante mucho tiempo. Estaríamos en consecuencia en la órbita de rituales probablemente relacionados con la propiciación y/o fertilidad de los pastizales, los animales, o quizás, en términos más generales, de la tierra misma.

Fig. 149.- A Pedra da Boullosa (Fragas, Campo Lameiro) a principios del siglo XX 519

Desentrañar los secretos de esta religión, o incluso del ritual, es tarea muy complicada a día de hoy, por no disponerse todavía de una información más precisa. Las abundantes correcciones, reavivados y repetidos añadidos detectados en los petroglifos de combinaciones circulares parecen apuntar a rituales realizados a lo largo de períodos prolongados de tiempo, quizás de un modo intermitente, en el que tal vez participasen individualmente individuos por iniciativa personal. La simbología de estos grabados, al situarse probablemente cerca de los poblados debía traducir un sistema de creencias por 519

Fotografía nº. 29 de Sobrino Buhigas, R. (1935).

347 todos conocido, y no sería patrimonio de ningún tipo de colectivo social. Recuérdese que para esta época, las unidades de asentamiento no constan más que de varias pequeñas habitaciones, lo cual se traduce en la existencia de reducidos grupos dispersos en el territorio. La figura de una combinación circular está íntimante relacionada con un concepto y una intencionalidad sagrada, y cuya realización implica cierto ritual, más o menos complejo. Es incluso posible, y deseable, que la mera imagen de un círculo tallado en una roca conmoviese al recuerdo de ciertas creencias, o incluso a la realización de algún gesto ritual. Sin embargo, dudamos mucho que las rocas donde se encuentran los petroglifos sean consideradas propiamente como templos donde se rindiese algún tipo de culto colectivo. La configuración progresiva de los paneles en los términos que hemos estado exponiendo a lo largo de este trabajo, desaconseja pensar de este modo. Recuérdese que los petroglifos, tal como los vemos hoy en día, son el resultado de una pluralidad de iniciativas particulares, diacrónicas, aunque culturalmente inscritas en una misma etapa. Pero también los lugares elegidos, o bien la situación de muchas rocas en su lugar de emplazamiento, no sugieren precisamente lugares de culto colectivo. Tampoco ningún elemento físico singular consta en su entorno que sea lo suficientemente llamativo como para merecer un lugar de culto especial. Creemos que para la realización de estas prácticas existen lugares, medios y expresiones plásticas más acordes con la solemnidad exigida para la valoración religiosa de esos monumentos naturales.

Fig. 150.- Combinación circular decorando un mamilo en Portaxes (Tebra, Tomiño).

348 Los petroglifos de círculos se alejan de toda connotación que revele tal exclusividad. No semejan tampoco encontrarse en lugares donde supuestamente se realizasen cultos secretos por colectivos sociales restringidos, porque una vez examinados los emplazamientos, sinceramente en muchos casos, por lo restringido, expuesto o incómo del lugar no lo vemos viable de ningún modo. Soportes pétreos como altos peñascos, o rocas al borde de rupturas de pendiente, en cimas de cotos rocosos, o en plena ladera no otorgan validez precisamente a esta tesis. La relación de los petroglifos de combinaciones circulares nos parece, en consecuencia ser producto y estar en relación directa con el pastoreo. Muchos de los mismos lugares con insculturas sirvieron como oteadores desde donde controlar animales y manadas, conviviendo al mismo tiempo con la presencia de las insculturas. Ello propiciaría que sucesivamente los futuros pastores realizasen aportaciones a los grabados existentes, todo ello dentro de una misma línea cultural. Eran diseños relacionados con lo sagrado, pero presumiblemente no gozaban de la consideración de templos, en el sentido que podemos entender este término. No estarían más en contacto con lo inmanente de lo que podría ser considerado un animal, una roca o un árbol del mismo paisaje. La única diferencia es que el diseño era el producto de manos humanas.

Fig. 151.- Panel 1 de O Currelo donde se señala el trazado del surco que tras un largo recorrido concluye en una diaclasa (véase, fig. 60, pgn. 127).

Nos preguntamos que valoración merecía la roca que sirvió de soporte para la factura del petroglifo, así como de las otras rocas existentes en el pasiaje. Decimos esto porque muchas combinaciones circulares fueron talladas aprovechando pequeñas protuberancias naturales de las rocas (fig. 150). En estos casos, su forma, circular, oval o irregular depende de esta adaptación morfológica. Estos mamilos, en ocasiones eran escrupulosamente delimitados por su arranque, pero en algunos paneles hemos constatado la acusada tendencia a la utilización de turgencias apenas sobresalientes en la

349 superficie, y que podrían pasar desapercibidas a cualquier observador, si no se fijase detalladamente en la roca. Esta valoración positiva de los mamilos, aunque no general, es lo suficientemente representativa como para determinar que su uso estaba determinado por una significación concreta, que por el momento ignoramos. Lo que sí se puede afirmar, es que la forma final de algunas combinaciones circulares se ve gravemente afectada por la morfología particular de estos mamelones. Asimismo, teniendo en cuenta que los mamilos son accidentes naturales de las rocas, la determinación por detectarlos en las superficies y realzarlos con la confección de una combinación circular, forzosamente debe poseer una significación concreta, que por ahora se nos escapa, pero de la que se entrevé, una simbiosis entre grabado y roca, o por lo menos, entre el círculo y el mamilo pétreo, que podría entenderse como una relación muy íntima entre roca y diseño. Se debe no obstante considerar que una mayoría de combinaciones circulares no fueron concebidas para ocupar mamilos, por lo que toda valoración que se realice ha de ponderar ambos extremos. Queda también por reflexionar acerca del valor simbólico otorgado a una roca con grabados rupestres. En efecto, muchas de estas rocas no son batolitos aislados, sino meras lajas, extensas, que integran el mismo suelo de la zona, por lo que no creemos que en estos casos la roca en sí misma tuviese más valoración que la normal en una comunidad heriocéntrica.

Fig. 152.- A Caeira 4 (Poio). Largo surco de salida acabando en el bode de la roca.

Algunas combinaciones circulares están claramente asociadas mediante trazos con elementos ajenos a lo insculturado. Ya hemos mencionado el caso de los círculos sociados con pilas naturales, o equipos de molienda, tal vez tomados como receptáculos de líquidos, tal vez el agua de las lluvias, que es su función natural. En este sentido, es posible hablar de una relación con lo representado naturalmente por la presencia de una pila, es decir, con el agua retenenida en su interior. Es ésta una posibilidad no absoluta,

350 pero sí a tener en cuenta. Más perclara es la idea de los trazos cortos o largos que partiendo del centro o del anillo externo de un círculo, y tras recorrer más o menos la superficie de la roca, concluye en una diaclasa o en el mismo borde de la cara de la roca. (figs. 151, 152 y 153). En ambos casos, el deseo del artista de vincular el diseño con una realidad existente en el exterior de la superficie de la roca es evidente. El caso de la asociación con una diaclasa la suponemos semejante a la anterior, pues muchas de estas grietas son superficiales, no son profundas, o si lo son, están cerradas, y por lo tanto entendemos que actúan de modo semejante al surco que partiendo desde un círculo concluye en el borde de la roca. Insistimos que no siempre son hendiduras, y que a veces, el trazo continúa por la misma diaclasa. De este modo nos encontramos con la intencionalidad de relacionar la significación de las combinaciones circulares con el paisaje envolvente, o quizás también con la Tierra520. Esta relación, cuando se manifiesta a través de una pila, podría estar indicando un matiz simbólico de carácter supuestamente acuático.

Fig. 153.- O Preguntadouro 4.1. Combinación circular sobre mamilo y con breve surco de salida acabando en el borde de la superficie de la roca.

Pero el hecho de que existan combinaciones circulares ocupando mamilos y que están asociadas mediante surcos al exterior de las rocas o a diaclasas (fig. 152) en estos casos nos pone sobre la pista de que se trataba de asociar un accidente de la roca, o la roca misma con esa entidad existente en su exterior a través del diseño de una combinación circular y un surco de salida vinculante.

520

Fernández Pintos J. (1989c; 2013:71).

351 Dado que estamos en terrenos usados por pastores, y que los petroglifos parecen guardar una muy íntima relación con estos espacios y su explotación económica creemos que las combinaciones circulares debieron constituir el sujeto o una parte de un posible ritual de propiciamiento de la fertilidad de pastos y tierras. Se podrían aún practicar algunas especulaciones más en base a estas conclusiones, pero creemos que seguir por esta senda es a estas alturas poco o nada factible debido a que se necesita un estudio iconográfico más completo y detallado, que aún no ha sido realizado. Además para practicar un discurso coherente, donde estos datos estuviesen satisfadctoriamente incardinados, supletoriamentee necesitaríamos un conocimiento aunque fuese mínimo de la mentalidad religiosa y las creencias de la época, circunstancia de la que estamos muy lejos, pues prácticamente, salvo en algunos datos provenientes del mundo funerario, nada sabemos. El relleno de este vacío poblando la época de chamanes, fieles iniciados, castas sacerdotales y otras lindezas, ensayadas por algunos investigadores, además de suponer un espantoso ridículo, son un buen ejemplo de que en ocasiones es mejor ser prudentes y esperar, a no entrar en una dura competición por elaborar cuidadosamente el mayor disparate.

352

353

10 CONCLUSIONES Y PERSPECTIVAS

Tras la lectura de las páginas precedentes se presenta ante nuestros ojos un panorama extremadamente complejo para la compresión exacta del Arte Rupestre Gallego, como no podía ser de otro modo, y muy lejos de la simplicidad con que la inmensa mayoría de los investigadores habían asumido esta categoría arqueológica. Era muy cómodo tomar los paneles rupestres como composiciones de conjuntos monolíticos. Entre otras cosas, esta postura consentía fácilmente la elaboración de propuestas cronológicas. Por otra parte, permitía divagar sobre significandos y consideraciones culturales. De este modo, el estudio (por llamarlo de algún modo), de algunos petroglifos sirvió para refrendar conocimientos obtenidos arqueológicamente, de estratos culturales previamente elegidos, concretamente de un mal definido o difuso calcolítico, a veces de ámbitos regionales alejados. Incluso los petroglifos fueron utilizados por algunos autores para complementar rasgos de la sociedad de la época ya de antemano definida. Ante esta verdadera avalancha de hipótesis, a veces sonoramente peregrinas, en el marco de una disparatada competencia sin parangón, personalmente siempre hemos defendido que paradójicamente, a pesar del gran volumen de trabajos, los petroglifos realmente estaban sin estudiar, o por lo menos, el método utilizado era completamente equivocado, si es que había habido preocupación por establecer un método válido, lo cual no creemos. Las conclusiones a las que se llega tras cada uno de los capítulos de este volumen fueron obtenidas tras un lento, laborioso y detallado análisis de cada panel. Podrán ser modestas aportaciones, si se consideran en conjunto, pero trataron de ser obtenidas del modo más objetivo posible a partir de datos tangibles. La primera conclusión es que posiblemente a partir de ahora no debiéramos tomar siempre las rocas por simples soportes artísticos. La identificación de la adaptación mamilar nos remite a una estrecha vinculación entre ciertos accidentes de las rocas graníticas y las combinaciones circulares. No afecta a todas, pero sí a un gran porcentaje, por lo cual, ni ello puede ser casual, ni tampoco carente de valor. Posee una evidente significación, en la que roca y grabado se funden para expresar una idea que de momento no alcanzamos a comprender en toda su amplitud. Como cabría esperar de cualquier panel de Arte Rupestre, los motivos de un petroglifo se van añadiendo paulatinamente a lo largo del tiempo, respondiendo a veces a niveles culturales distintos, aunque reflejo de una cultura rupestre propia de nuestra tierra derivada de la presencia granítica. Los círculos se situaban progresivamente unos junto a los otros, a veces asociándolos por adosamiento o mediante líneas, pero en ocasiones simplemente coincidían sin más en la misma roca. Esta dinámica, al perdurar en el tiempo derivó en una evolución desde motivos más grandes colocados en el centro del panel a otros más pequeños, probablemente a causa

354 de una corriente inercial que al final acabaría por desaparecer. Pero incluso se ha documentado que quizás cualquiera de las unidades circulares tal como nos han llegado a nuestros días fue realizada en varias etapas. Es por ello que debemos considerar, adiciones, rectificaciones, enmiendas y reavivados, todo ello incluso en una misma figura. Estas circunstancias se identifican en el añadido de nuevos anillos, asociaciones por adosamiento, líneas inclonclusas o sin mucho sentido, y segmentos grabados con mayor profundidad. A estas figuras circulares sobrevino una etapa en la que se grabaron líneas, a veces sencillamente acompañándolas en un mismo panel, pero frecuentemente asociadas a ellas o asociándolas entre sí. Dado que este tipo de grabado en muchas ocasiones se ha observado con claridad su posterioridad, nos ha obligado a introducir el concepto de manipulación sintáctica de las figuras circulares, pues en efecto, su significado individual original queda modificado de algún modo al ser asociada a líneas o por líneas extemporáneas. Aun es pronto para encuadrar claramente estos petroglifos de líneas, pero es posible que su origen se remonte, se derive o se vea influenciado por los surcos de salida y asociaciones mediante líneas observadas ya en el respectivo ciclo de las combinaciones circulares. Tampoco se puede descartar que se trate de un modo rupestre nuevo, y de esta hipotética circunstancia tampoco faltan indicios. De diferente índole son las superposiciones de coviñas. Muchas veces, simplemente acompañan a los círculos, pero en no pocas ocasiones se asocian mediante líneas cortas, pero también con superposiciones puntuales sobre los anillos. Este gesto sin lugar a dudas encierra una significación, que de momento no acertamos a aclarar. Todas estas aportaciones diacrónicas se ven estimuladas por un proceso cultural de concurrencia y emulación. Concurrencia en el sentido de que estos sitios con petroglifos eran visitados con cierta frecuencia, y emulación, porque la presencia de antiguos grabados estimulaba la insculturación de otros nuevos, en muchas ocasiones extemporáneamente. Se trataba de sucesivas aportaciones en las que cada nuevo artista enriquecía paneles antiguos. Los motivos precedentes producían un efecto de magnetismo en relación con los potenciales nuevos artistas, pues hay una fuerte tendencia a grabar los más recientes muy cerca de los anteriores, asociándolos incluso. La vinculación de los petroglifos con el pastoreo, ya siempre intuida, semeja ahora ser más viable tras el análisis topográfico de las estaciones. Esta conclusión implica dos consideraciones. Primero la existencia de una cultura rupestre definida por el recurso artístico propio de gentes, colectivos o o agrupaciones que al margen de su época llevaban a cabo grabados rupestres. Es de este y no de otro modo como se puede explicar que además de combinaciones circulares, alabardas de comienzos del II Milenio cal A. C., nos encontremos asimismo con laberintos, cuadrúpedos y escenas de equitación del Bronce Final, ajedrezados y coviñas, así como cruciformes y otros motivos de diversas épocas históricas. Por lo tanto, existió una costumbre de grabar petroglifos en un segmento cronológico muy prolongado y llevado a cabo por sociedades muy distintas. Pero asimismo, posiblemente la intrínseca significación de esos grabados tenga que ver con las labores del pastoreo, dado que parecen inflexiblemente ser realizados en virtud de esta labor. Sería importante explorar las posibilidades ofrecidas por la jerarquización gráfica, pues no deja de ser un modo evolutivo de los círculos. Está claro que debe poseer unas connotaciones y unas consecuencias que por ahora se nos escapan. Pero ya

355 el mismo proceso de concurrencia y emulación forzosamente debe contener mucha información sobre tradiciones rupestres. Sobre la cronología absoluta de las combinaciones circulares, a pesar de los nuevos puntos de vista ensayados en este trabajo, es indudable que nos seguimos moviendo en una de las más incómodas imprecisiones. Habrá que intensificar esfuerzos y buscar nuevos senderos que algún día nos permitan hablar de cronologías con una concreción más satisfactoria. Quedan por ejemplo por esclarece el encaje de los laberintos y pseudolaberintos en el mundo rupestre de las combinaciones circulares. Sería también necesario un estudio más detallado de las figuraciones de cuadrúpedos para tratar de establecer el modo de cómo se prolonga el uso de las combinaciones circulares durante este ciclo tardío, y asimismo buscarles unos límites cronológicos más precisos. Respecto a los petroglifos de armas debemos asimismo insistir que necesitan ser estudiados desde una óptica rupestre, no arquometalúrgica, como incorrectamente se viene haciendo, de donde se sigue que permanecen sin discernir sus motivaciones culturales. Algo que urge es la elaboración de una Prehistoria de Galicia donde enmarcar el estudio de los petroglifos sin necesidad de tener que realizar largos excursos aclarativos, que muchas veces suponen planteamientos teóricos que afectan al modo de ver las culturas del III y II Milenio cal. A. C. Es algo que hemos visto en A. de la Peña y J. M. Rey, en M. Santos Estévez, y en nosotros mismos. La sistematización cronológica y cultural de esta época está por hacer, y es por ello que en los estudios rupestres, frecuentemente hay que dejar a un lado los paneles y encarar los modelos culturales de esta época, que o bien están deficientemente explicitados, o son de tanto esquematismo y tan teóricos que no permiten un uso más allá de lo retórico, o incluso no están actualizados, o sencillamente no se comparte lo publicado por otros autores. Este estado de cosas motiva el palanteamiento de largas divagaciones, que en principio, nada tienen que ver con el Arte Rupestre, pero cuyo ensayo es necesario para enmarcar culturalmente los petroglifos. Creemos que la arqueología de los grabados rupestres en esta materia debiera de ser subsidiaria de la historiografía de la época, y no precisamente todo lo contrario, evidentemente siempre y cuando se nos ofreciese un marco cultural formulado con la amplitud y seriedad deseada. El estudio de los petroglifos debiera depender de la historiografía, y no al revés, usar los petroglifos para formular la evolución cultural de la época. No discutimos, ni mucho menos, que del examen de los grabados rupestres se deduzcan datos de valor para la comprensión de las sociedades de la época, pero estos estudios de arte rupestre debieran dedicarse únicamente a lo rupestre, a indagar exclusivamente sobre los petroglifos, como una rama especializada de la Prehistoria gallega, porque su estudio es muy complicado, apenas hemos echado a andar, y es mucho lo que resta por descubrir.

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