Podemos: de hipótesis populista a tercera fuerza parlamentaria

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Podemos: de hipótesis populista a tercera fuerza parlamentaria Como en tantas otras ocasiones, debo agradecer al profesor Carlos Navajas la organización del seminario anual sobre historia de nuestro tiempo, que nos brinda la posibilidad a los “exiliados” de la Universidad de La Rioja por una y otra razón –no siempre negativas– de poder volver a la que en una situación ideal deberíamos considerar nuestra casa. Agradecimiento que extiendo a las compañeras y compañeros del Grupo de Investigación de Historia de Nuestro Tiempo, así como a todos los que habéis desechado otros planes por venir a escuchar esta charla. Tampoco quiero olvidarme de quienes, directa e indirectamente, han contribuido a enriquecer esta ponencia. Gracias de todo corazón. Esta conferencia se basa en un texto con título similar –Podemos: de hipótesis populista a fuerza parlamentaria– que aparecerá publicado en las actas del V Congreso Internacional de Historia de Nuestro Tiempo.

1. Introducción. ¿Qué demonios es eso de Podemos?

No es la primera vez que hablo sobre Podemos, fenómeno político en el que me comencé a fijar al constatar su tirón en las elecciones europeas. A diferencia de ocasiones anteriores, sin embargo, me voy a centrar preferentemente en los aspectos ideológicos, pues no cabe duda de que estamos ante un partido nacido a partir de una hipótesis intelectual, que establece cómo hacerse con el poder político mediante las urnas.

Antes de proseguir, quiero deslizar algunas advertencias. Por norma general, lo que se ha escrito acerca de Podemos se divide en una clasificación tan simple como simplista: o sus autores lo ven con buenos ojos, e incluso con los entusiastas ojos de un simpatizante, o por el contrario lo rechazan como detractores. Mi intención es trascender ambas visiones en aras de la compresión del fenómeno, apuntando tanto sus alcances como sus limitaciones.

En sentido, ¿qué es Podemos? Es un partido político, pero, si partimos desde la perspectiva de Antonio Gramsci, comprobaremos que también es algo más que eso. El pensador comunista, una de las referencias teóricas indiscutibles del podemismo, elaboró el concepto de partido orgánico, que, de acuerdo con Manuel Monereo –mentor político a su vez del núcleo dirigente de Podemos–, se trataría de un conjunto de fuerzas fundamentales para ejercer la hegemonía política, compuesto de un “estado mayor” –que engloba a los medios de comunicación, instituciones formales y no formales, partidos políticos e intelectuales orgánicos– y una masa difusa y heterogénea dispuesta a la acción política.

En la concepción gramsciana, la hegemonía se articula principalmente en el terreno cultural, extremadamente fértil para la formación de grandes consensos. La cultura, por tanto, consistiría en un reflejo de las relaciones de poder. Para disputar la hegemonía es imprescindible constituir otro partido orgánico. Dada su naturaleza limitada a las esferas política e institucional, Podemos no puede llevar a cabo por sí solo esta lucha, pero sí está en disposición de encabezar el bloque contrahegemónico.

2. El contexto: la crisis y la oportunidad

No decimos nada nuevo cuando afirmamos que Podemos ha surgido de las oportunidades brindadas por un contexto de crisis general. Ya habían aparecido en otros momentos nuevos actores políticos. Hablamos, por ejemplo, de Unión, Progreso y Democracia, fundado en 2007, o de Ciudadanos, que nació un año antes. Sin embargo, ninguno de ellos ha irrumpido hasta ahora con tanta fuerza como la formación morada. Por esa razón es importante saber qué oportunidades tan diferentes ha ofrecido el nuevo contexto.

Conviene tener en cuenta que la crisis desatada en 2008 es orgánica, es decir, que ha afectado a otros órdenes aparte del económico. Pero para Gramsci y otros seguidores suyos, como Nicos Poulantzas, dentro del esquema marxista la superestructura política goza de cierta autonomía con respecto a la

infraestructura económica, siguiendo sus ritmos propios. Aunque pueda darse una recuperación de las cifras macroeconómicas, la crisis política continúa profundizando,

cuestionando

la

estabilidad

del

régimen

constitucional

proveniente de la Transición. En 2011 el politólogo Fernando Vallespín ya diagnosticó una “fatiga democrática” y cargó contra la clase política, a la que llegó a denominar “nomenclatura”. Un año más tarde, ya en 2012, la socióloga Belén Barreiro fabulaba sobre la aparición en un futuro próximo de una fórmula política que representara la doble fractura, social y generacional, existente en la población española. Pero los políticos no tomaron nota de esos avisos, despreciando también la seria advertencia que supuso la aparición del 15-M.

En esta crisis ha cobrado gran importancia la vertiente cultural, entendida como agotamiento del aparato cultural hegemónico. La aparición de movimientos, corrientes, obras y personas críticas con el legado cultural de la transición ofrece un sinnúmero de aquellas oportunidades de las que hablaba Charles Tilly para la acción colectiva. Las fisuras habían aparecido antes del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, pero terminaron de resquebrajarse con el 15. Para el principal ideólogo podemita, Íñigo Errejón, este movimiento engendró desde una perspectiva gramsciana un discurso contrahegemónico, aunque, al mismo tiempo, fue incapaz de modificar la política institucional. El mismo diagnóstico de lo ocurrido con varios procesos políticos en Latinoamérica. En palabras del propio Errejón: Los zapatistas, el MST, las asambleas piqueteras del “que se vayan todos” y toda la matriz teórica que en este ciclo de protestas leyó una matriz de prácticas que cambiarían sus países a favor de las mayorías construyendo contrapoderes por fuera del Estado: “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Visto desde hoy, el balance es desolador: donde no hubo conquista electoral del poder y acceso al Estado […], hubo retrocesos en cuanto a la movilización social, bajó –y siempre baja– y las condiciones de vida de los sectores populares son hoy mucho peores.

Según el podemismo, es necesario sustituir las formulaciones antiestatales por otras estatales, buscando seducir de esta forma a una nueva mayoría social a través de la defensa, de acuerdo con las palabras de Germán Cano, de “la dignidad de las personas honestas”, es decir, una política ajena a los intereses de la clase dominante. En este sentido, tiene gran importancia acabar con un bipartidismo oligárquico que arregla –en lenguaje transicional, consensua– las soluciones a los baches que se encuentra el sistema con acuerdos bilaterales, marginando a todo aquello que se encuentre a sus márgenes. Un ejemplo ilustrativo es el de la reforma del artículo 135 de la Constitución.

3. El pensamiento morado

Podemos nunca hubiera tenido tanto de éxito de no ser por su capacidad para colocar mensajes entre el electorado, ya tengan una vaga pretensión científica –“la casta”– o resulten simples chascarrillos de barra de bar –“la operación menina”–. Aunque a veces dé esa impresión, estos dardos no obedecen al azar ni se lanzan por capricho, sino que obedecen a una operación intelectual de envergadura. En efecto, no puede perderse de vista que Podemos es un partido constituido en origen por intelectuales.

Intelectuales que son o han sido activistas y militantes de movimientos sociales y partidos de izquierda. Por más que Podemos desvalorice el eje izquierdaderecha, es indudable su posición en el espectro ideológico. Para explicar esta contradicción aparente (“soy de izquierdas pero no me reivindico de izquierdas”, hay que hacer una pequeña aclaración. Recurramos de nuevo a Gramsci. En su concepto de hegemonía aparecen tres aspectos: el metonímico, por el cual un particular encarna lo universal; el seductor, el engendramiento de consentimiento en torno suyo; y el creador, la construcción del terreno del enfrentamiento política y cultural. Para combatir la hegemonía, hay que presentar batallar en estos tres campos en lo que Gramsci denominaba “guerra de posiciones”. Para ello, Podemos se vale de un arma nueva por estas latitudes, aunque muy conocida en Latinoamérica: el populismo.

No es sencillo explicar qué es el populismo. Para la filósofa Chantal Mouffe es la forma política en que se articulan las demandas heterogéneas de una masa en proceso de asumir la identidad de pueblo. La irrupción de esta nueva subjetividad invita a repensar la política como emanación de la dialéctica “amigo-enemigo” que, según colige Errejón del pensamiento schmittiano, implica el reconocimiento de la pluralidad e incluso el aprovechamiento de algunas partes del discurso del adversario político. Es en esta dialéctica donde adquieren trascendencia los significantes vacíos, los conceptos que de acuerdo con el populismo son susceptibles de recibir sentidos distintos, incluso opuestos a los más conocidos. Es el caso de patria, un concepto tradicionalmente capitalizado por la derecha, que implica una tradición y una simbología, que para el podemismo pasa a ser sinónimo de la “gente”.

Si bien el pensamiento podemista puede resultar excesivamente sutil y abstracto, tiene unas evidentes consecuencias prácticas. Al asumir que una serie de temas no son patrimonio de ninguna ideología, sino que ocupan por su carácter transversal lo que los podemitas denominan “la centralidad del tablero”, potencian un nuevo espectro: nosotros/ellos, gente/casta. Sebastián Lavezzolo apunta que esta nueva configuración ideológica acrecientala polaridad política, lo que explicaría la animadversión y la desconfianza que Podemos despierta entre las bases de PP, PSOE e incluso Izquierda Unida.

Una cuestión fundamental para el podemismo ideológico es el liderazgo. Pablo Iglesias fue muy explícito cuando en su famoso artículo publicado en New Left Review explicaba que Podemos había asumido como tarea primordial agregar las demandas sociales surgidas por la crisis en torno a un liderazgo mediático que “dicotomizara el espacio político”. Esta idea ha generado tensiones internas en la formación morada. En el Congreso de Vistalegre de 2014 reemplazó un modelo casi asambleario

(“todo el poder para los círculos”,

clamaba Miguel Urbán) por otro que primaba la eficiencia mediante una dirección fuerte. Los roces y crisis se han solventado ante la evidencia de que la suerte de Podemos está íntimamente ligada a la jefatura de Pablo Iglesias, como quedó de manifiesto durante la precampaña de las elecciones generales,

cuando los altibajos anímicos del líder tuvieron una traslación directa en la intención de voto morado.

4. Los peldaños: análisis de los resultados electorales

Como es bien sabido, la singladura se inició a comienzos de 2014, con la aparición de un manifiesto, Mover ficha: convertir la indignación en cambio político, para promover la presentación de una nueva candidatura a las elecciones europeas que se celebrarían el 25 de mayo. En un comienzo sus firmantes pretendían negociar una lista unitaria con Izquierda Unida, pero esta coalición rompió las negociaciones pues, antes que primarias abiertas a toda la ciudadanía, se decantaba porque las listas fueran confeccionadas por los militantes de su organización y se atuvieran también a los acuerdos con otras organizaciones políticas.

Podemos se presentó de manera independiente a las europeas encabezada por Pablo Iglesias. Su programa tenía como ejes programáticos recuperar la economía, conquistar la igualdad, conquistar la libertad, recuperar la fraternidad, conquistar la soberanía y recuperar la tierra. Entre las medidas propuestas destacaban aprobar planes de rescate ciudadanos basados en la creación de empleo, realizar una auditoría de la deuda pública –para delimitar cuál es legítima y cuál ilegítima–, recuperar el control público de los sectores económicos estratégicos –renacionalizarlos–, aprobar derecho a una renta básica, derogar el Tratado de Lisboa, garantizar la celebración de referéndums, etc.

La campaña de Podemos, la mejor valorada por los encuestados en el barómetro CIS, se basó en la politización de problemas sociales que anteriormente se entendían como privados, con una carga vergonzante implícita, como los desahucios. También ayudó a fijar su mensaje entre el electorado la proyección mediática de Pablo Iglesias. El 25 de marzo Podemos consiguió 1,25 millones de sufragios y cinco europarlamentarios, un resultado sorprendente si se recuerda que los sondeos sólo le daban uno. Según José Fernández-Albertos, la clave del voto podemita estuvo más en votantes

políticamente concienciados que en aquellos que se sentían económicamente vulnerables. Estas conclusiones coinciden en buena parte con las del CIS, que elaboró un perfil medio del votante podemita identificándolo con un joven cualificado y de posturas izquierdistas.

Para presentarse a las europeas, Podemos se inscribió como partido político, lo que fue calificado por uno de los impulsores de la formación, Juan Carlos Monedero, como un “imperativo legal” impuesto por “el régimen de 1978”. Sin embargo, el éxito propiciaría que este partido se dotase de una estructura organizativa más seria con el objetivo de ganar las elecciones generales. Para eso, tenía que apartarse de lo que la literatura científica denomina “partidos movimentistas”, es decir, aquellos que están estrechamente relacionados con los movimientos sociales. En el congreso de Vistalegre Podemos se dotaría finalmente de la estructura de un partido tradicional, configurando lo que Errejón denomina “maquinaria de guerra electoral rápida y eficaz”.

2015 ha sido un año plagado de compromisos electorales: autonómicas andaluzas, locales y autonómicas, autonómicas catalanas y generales. En el primero de ellos, donde Podemos presentó como cabeza de cartel a la eurodiputada Teresa Rodríguez, incumplió unas expectativas triunfalistas alcanzando la tercera posición. Conviene recordar que el PSOE revalidó su primacía electoral pese al escándalo de los EREs fraudulentos y unas tasas de desempleo del 30 %.

No hubo más remedio que afrontar la siguiente cita desde una perspectiva mucho más realista. Para las locales y autonómicas parecía suicida presentar listas en 8.119 municipios. Sería imposible poner la mano por tantos candidatos que nacían a la vida política. Por ello Podemos adoptó una hábil decisión que entonces resultó polémica: sacrificar su participación en las municipales con listas propias en beneficio de candidaturas unitarias respaldas por partidos instrumentales, que en principio serían conocidos con el nombre de Ganemos. Como interpreta Ignacio Urquizu, dado que el objetivo último eran las elecciones generales y las encuestas otorgaban a Podemos buenas

perspectivas, no hubiera resultado aconsejable enfangarse en una lucha tan poco equilibrada.

En virtud de aquella decisión, puede interpretarse el resultado de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de marzo fue calificado de vuelco histórico o comienzo del fin del bipartidismo, como un éxito. Gracias a los pactos con otras formaciones de izquierda, los partidos instrumentales apoyados por Podemos se hicieron con el control de capitales de la importancia de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz o A Coruña. Consciente del valor del triunfo alcanzado, así como del papel jugado en el mismo por Podemos, ablo Iglesias valoró los resultados de Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona como propios. A nivel autonómico, Podemos, en solitario, no obtuvo tanto éxito, pero terminó convirtiéndose en elemento clave para la gobernabilidad en Aragón, Comunidad Valenciana, Castilla La Mancha y Extremadura.

Quizás el optimismo cegó entonces a la dirección podemita. O la ambición y las prisas le impidieron darse cuenta que el escenario catalán era distinto al del resto del Estado. En cualquier caso, pese a su empeño voluntarista, la coalición auspiciada Podemos sufrió un batacazo en las elecciones a la Generalitat catalana del 4 de agosto, quedando relegada a una cuarta posición cuando pocos meses antes las encuestas predecían que lucharía por el primer puesto. Se trató de una campaña extraordinariamente polarizada en torno al soberanismo, mientras Podemos asumió un discurso centrado en los derechos sociales y bastante vago en torno a la cuestión territorial –a la vez que aboga por un referéndum, se manifiesta partidario de que Cataluña permanezca en España–. El error quedó personalizado en la figura de un Pablo Iglesias que enervó los ánimos cuando pidió explícitamente el voto a los descendientes de andaluces y extremeños, dividiendo y etnizando a la sociedad catalana.

Tras este fiasco, los medios de comunicación y las empresas de sondeos se precipitaron a vaticinar un desplome de Podemos para las generales del 20 de diciembre frente al auténtico ganador de las elecciones catalanas, el partido Ciudadanos de Albert Rivera y su discurso españolista. La sobreexposición mediática de Pablo Iglesias y la indefinición programática de su formación, que

un día prometía una cosa y al siguiente rebajaba las expectativas, parecían pasarle por fin factura. La respuesta de la formación morada fue restar valor a la capacidad predictiva de las encuestas, prometiendo una remontada. Durante la campaña, en cada debate televisivo, podía verse cómo reemergía el liderazgo mediático de Pablo Iglesias. El apoyo de auténticos iconos como Ada Colau contribuiría a una auténtica sensación de euforia entre las bases moradas.

Podemos consiguió algo más de cinco millones de votos y 69 escaños. Gracias a la coalición con otras formaciones obtuvo grandes resultados en Cataluña – donde la falta de acuerdo entre las fuerzas soberanistas allanó las dificultades– y Galicia, siendo además especialmente llamativo su ascenso en la Comunidad Autónoma Vasca a costa de EH Bildu. Había sido capaz de imponerse a los pronósticos más adversos incidiendo en un discurso que invoca a las emociones. El “sonrían que sí se puede” que lanzó en un debate televisivo pasará a los textos como una forma de hacer política más fresca y cercana a la cotidianidad de lo habitual.

En su análisis postelectoral Errejón coloca a Podemos como el ganador, si ya no factual, al menos real. Se trataría del cumplimiento de la hipótesis populista enunciada en el congreso de Vistalegre. Los hechos, sin embargo, se obstinan en presentar una situación no tan halagüeña para Podemos.

5. Conclusiones

1ª) Podemos es una maquinaria política de impecable factura intelectual, confeccionada por expertos politólogos. Quienes la desdeñan, demuestra tener una miopía sesgada. Pero esto conlleva sus limitaciones. Más que disponer de un programa ideológico, el pensamiento morado se restringe a un modelo organizativo y una forma de ganar elecciones. Pero no supone mucho. Como reconoce el mismo Pablo Iglesias “tener el gobierno está muy lejos de tener el poder”.

2ª) En el punto anterior pueden hacerse aún más precisiones. La convicción ideológica en la autonomía de la superestructura posibilita que los podemitas se muevan con soltura en el terreno de la discusión política sin detenerse en farragosas disquisiciones numéricas. Pero eso no facilita un diagnóstico adecuado de los problemas que arrastra la infraestructura económica y que repercuten en la sociedad. La victoria de Maquiavelo sobre Marx supone en definitiva un lastre en la relación entre Podemos y los movimientos sociales, que tampoco se muestran muy seducidos por una hipótesis populista ajena a sus prácticas.

3ª) El éxito cosechado en las distintas citas electorales merece ser ponderado, pues las expectativas que se anuncian extraordinarias se rebajan notablemente al situarse en el terreno de los hechos, a pesar de la altisonancia de algunas declaraciones. Los tiempos no van tan rápido como se desprende de algunos análisis acelerados. Puede que los cielos no se tomen por consenso, pero aún queda mucho para el asalto.

4ª) Podemos ha convertido al bipartidismo en una de sus bestias negras, pero en realidad parece caminar hacia la constitución de un bipartidismo imperfecto similar al vivido en los primeros años de la transición, cuando cuatro opciones políticas ocupaban todos los focos –aunque sólo dos tuvieron posibilidades de gobernar–. La meta, en realidad, es el sorpasso de un PSOE que aún resiste como fuerza constitutiva del régimen actual.

5ª) Han proliferado numerosas críticas contra Podemos. Desechando las que inciden en el exabrupto fácil, en acusaciones de momento infundadas o en detalles menores, ha cobrado cierta importancia aquellas que intentan buscar paralelismos históricos. No ha faltado quienes han señalado semejanzas entre Felipe González y Pablo Iglesias, e incluso el politólogo Fernández-Albertos cita un discurso de este último para resaltar que la búsqueda de la transversalidad (la centralidad del tablero) es un elemento común a todos los partidos políticos. No obstante, sin quitar las similitudes que pudieran presentarse, estos planteamientos contribuyen a oscurecer las diferencias entre dos contextos distintos. Mientras que el liderazgo de Felipe González se

vio precipitado por una serie de condicionantes internos (crisis de UCD) y externos (apoyo de gobiernos extranjeros), parece que varios poderes se confabulan contra las perspectivas de Pablo Iglesias.

En resumen, Podemos, como fuerza política nacida de la crisis, ha encauzado el malestar social para cambiar el tablero político. Y así 2015 puede ser caracterizado como el año del final de las grandes mayorías absolutas. No obstante, lo que queda por valor es cómo influirán semejantes movimientos en la vida cotidiana de la población y si constituirán un colchón a las consecuencias más descarnadas de la crisis.

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