¡Que se quede Carmelita!

¡Que se quede Carmelita Salinas!

20/09/15 21:29

¡Que se quede Carmelita! OPINIÓN

hace 7 horas

Por: J. Igor Israel González Aguirre (@jiigonzaleza)* Foto: Saúl López / Cuartoscuro

20 de septiembre 2015.- En su Simulacres et Simulation, de 1981, Baudrillard postula una distinción que hoy resulta altamente relevante para entender el mundo político: la diferencia entre la simulación y el disimulo. Disimular, por una parte, alude a una estrategia enfocada en encubrir a toda costa lo que uno es o lo que uno tiene. Por otro lado, la simulación implica aparentar ser lo que no se es, o tener aquello con lo que no se cuenta. Así, disimular implica un ocultamiento, un enmascaramiento del límite entre lo “falso” y lo “verdadero”. Cuando se disimula la realidad permanece intacta detrás de un velo. En cambio, en el momento en que se simula también se atenta por completo contra el principio de realidad puesto que se erosiona la frontera entre lo real y lo imaginario, y se difuminan los ejes constitutivos de lo que algunos denominan como “mundo objetivo”. Si las estrategias del disimulo giran en torno a ocultar la presencia de lo real, la simulación busca aniquilar por completo la realidad y sustituirla por algo que es, en última instancia, una fantasía inexistente. Recurro a las ideas de Baudrillard porque éstas adquieren relevancia para la comprensión de un campo político tan sui generis como el mexicano, en el que hay cada vez más una clara tendencia a la “espectacularización” de la política, mediante la que se fomenta un fuerte empoderamiento estético y una profunda subordinación ética: se privilegia la forma pura y carencia de sustancia o de fondo.

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¡Que se quede Carmelita Salinas!

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Carmen Salinas en un acto proselitista en Tepito. Foto: Moisés Pablo / Cuartoscuro.

El caso más reciente a partir del que se pone de relieve dicha tendencia ha sido protagonizado por la señora Carmen Salinas, mejor conocida por sus brillantes dotes histriónicas en roles como “La Corcholata” (Bellas de noche, 1975); “Tía Lupe” (El sexo sentido, 1981); “Doña Cleofas” (Todo el poder, 1999), por mencionar solo algunos papeles que ha desempeñado. Actuar constituye, en cierta medida, uno de los muchos nombres del disimulo y Carmelita es, sin duda, una experta en este oficio. ¿Ocurre lo mismo con la incorporación de la Salinas al universo de la política? ¿Hablamos de un disimulo simulado o viceversa? Al intentar una respuesta a esta interrogantes desde la mirada de Baudrillard, uno puede caer en la tentación de afirmar que la entrañable “Doña Maty” (Mi pequeña traviesa, 1998) es la encarnación más conspicua de la simulación, la brutal ridiculización aniquilante de lo político. Basta ver la poco menos que indignante transmisión vía Periscope, en la que la diputada (no electa, por cierto) insta al pópulo a no “hacerla de pedo” frente a su carencia de agenda legislativa. Ergo, no resulta extraño que al día de hoy puedan contabilizarse más de 164 mil firmas para despojar de la diputación plurinominal a –oh, ironía- “La Coyota” (La misma luna, 2007). Al principio lo anterior suena a una buena idea: “démosle una lección a la clase política y sentemos un precedente anti simulatorio. No permitamos que se burlen más de nosotros. ¡Que se vaya Carmen!”. Pero una lectura baudrillardiana más atenta del caso pone de relieve una potencialidad inusitada en todo este espinoso atolladero: Carmen no simula ni disimula. Por el contrario: nos brinda un privilegiado acceso a lo real de la política en su más puro estado. Es cierto que nos cuesta alrededor de 148 mil 558 pesos mensuales; es cierto que sus palabras causan escozor e indignación; es cierto que le pagamos cifras similares a otros 199 diputados a los que no elegimos, sino que llegaron a la cámara por la vía plurinominal. La reacción inmediata es, claro: ¡que se vayan Carmen!

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¡Que se quede Carmelita Salinas!

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Carmen Salinas cuando asistió a la boda entre el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco, alcalde electo para Cuernavaca, y Natalia Rezende. Foto: Cuartoscuro.

Pero viéndolo bien, los casi 150 mil morlacos que se embolsa la pluri Salinas representan un bajo costo si reconocemos que permiten asomarnos a una ventana abierta de par en par a lo real del Congreso. La postura cínica de la actriz —que sin miramientos nos levanta el dedo medio— nos permite atisbar el modo en que desde el Olimpo político se nos concibe a los ciudadanos. La épica incorrección política de la artista nos permite tomar el pulso de lo que seguramente algunos de sus colegas funcionarios piensan, pero callan pudorosamente, en tanto artífices del disimulo, por decirlo à la Baudrillard. Silencios que hacen de la política el arte de la simulación. ¿Será que no estamos indignados porque una actriz devino político, sino por la capacidad actoral de la clase política? Quién sabe. En fin, tener a Carmen en el Congreso, con todo lo ofensivo e indignante que esto puede resultar, es una ventaja. No es su primera pifia. Con seguridad no será la última. Su desempeño en materia legislativa —del cual ya dio un primer botón pachuco de muestra— nos servirá de indicador del estado en el que se encuentra buena parte de la esfera política mexicana; de los intereses que se privilegian, de las simulaciones y los disimulos que entre ésta perviven. Pero no solo eso. Sus actitudes, sus posturas, sus énfasis y acentos, vaya, toda ella, son como un libro abierto, un acceso al blanco horror de lo real (Hegel dixit): una cacofonía estridente que dota de voz a lo que otros, estratégicamente, callan. No. Despedirla es un error, implica cerrar ese portal desde el que hoy podemos contemplar las mismísimas vísceras de esa especie de ogro filantrópico, por decirlo pacianamente, que nos mira como por encima del hombro. Joder: ¡que se vayan todos los otros 199! ¡Pero que quede Carmelita! *Es Doctor en Ciencias Sociales. Profesor investigador en el Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales de la Universidad de Guadalajara.

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