Quetzalcóatl

June 20, 2017 | Autor: Itzuri Moreno | Categoria: Ensayo
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Quetzalcóatl: paz, amor, unidad y respeto
"El dios barbado, las cabezas de serpiente emplumada, la tinta negra y roja de las pinturas, todo evoca el recuerdo del antiguo dios bienhechor, origen del espiritualismo del México Antiguo". Miguel León Portilla.
Dentro de la cosmogonía de los antiguos mexicanos, de aquellos indígenas que hablaban náhuatl, existen cantidad de deidades. Para ellos, cada elemento de la naturaleza tenía su culto y tenía un nombre, una leyenda y un significado especial. Para ellos existe una fuerza primeriza, magnánima, creadora de todo. Todo en el Universo tiene un perfecto orden a base de complementos, de claroscuros: de dualidad. El dios supremo es Tloque Nahuaque: dueño del cerca y del junto, del espacio y del tiempo. Es el supremo dios dual, Ometéotl, cuya esencia es indivisible, tan perfecta que es prácticamente inconcebible. Para invocar esta fuerza divina se le denomina Yohualli-Ehécatl, invisible como la noche e intangible como el viento, que a su vez es Moyocoyatzin e Ipalnemohuani. Todos estos conceptos solo tratan de atribuirle cualidades a la entidad divina más grande, omnipotente y omnipresente. Quetzalcóatl que, recordemos, fue sacerdote, transmitió la teología tolteca y le dio al pueblo náhuatl un sentido y una enseñanza que se preservó a través de los años a pesar de las modificaciones y los diferentes rumbos que tomaron los distintos pueblos del Valle de México. Él es el gran maestro, el proveedor del sustento, creador del maíz. La serpiente emplumada es la manifestación del Ometéotl en forma de sabiduría, de inteligencia, de amor y de bondad. Este concepto de dualidad opera en el equilibrio del Universo y es la alegoría del equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, entre el/los espíritus que habitan nuestra propia consciencia, nuestra carne, nuestra alma, que es una extensión del Universo mismo.
Quetzalcóatl tuvo como misión enseñarle a un pueblo la menara correcta de vivir. Es de notar la transliteración del pueblo mismo en su propia cultura tolteca en relación con las enseñanzas del sacerdote. De la historia del pueblo náhuatl podemos notar estas tergiversaciones. Partimos del ejemplo más claro y evidente que son los sacrificios humanos. ¿Cómo un dios, un hombre, tan bondadoso podía promover la matanza de seres humanos que él mismo había peleado y bajado a buscar sus huesos al Mictlán para crearlos? Una vez más un pueblo embriagado por el poder que provoca tener el dominio de otros pueblos hace actos inhumanos para saciar su sed. ¿No pasará aún en nuestros días que olvidamos el principio de todo, el sentido?
Necesitamos retomar los orígenes del cielo; volver a nacer, a recordar el ojo de agua de donde hemos venido fluyendo. Así como lo hizo Nezahualcóyotl: volvió a los orígenes de las doctrinas toltecas para descubrirle un significado nuevo, más profundo y verdadero al espíritu magnánimo a través de su poesía, del "xóchitl in cuicátl", cuestionando y desafiando el poderío del pueblo azteca, sus rituales de sacrificio y su espíritu de muerte y guerra.
Los seres humanos siempre hemos tenido una necesidad intrínseca por explicar los fenómenos naturales y sociales con esa magia a la que llamamos espiritualidad. Esto le da un sentido llevadero para enfrentar la única convicción que poseemos: la muerte; quizá un nuevo comienzo, el fin de un ciclo. ¿La vida no es más que un sueño del que despertamos al morir? Los antiguos filósofos nahuas se preguntaban cuál era el verdadero sentido de la vida del ser humano y trataban de conectar con el todo para vivir en armonía. No es de extrañar, todos nos lo hemos preguntado. El sinsentido de la vida nos llama a que le demos un sentido que para nosotros sea real. Después de todo, ¿cómo podemos saber lo que no lo es? Nos atormentamos al pensar en la dicotomía del ser y el existir. Buscamos la neltiliztli, la cualidad de estar firme, bien cimentado o enraizado, en el ser humano mismo. Buscamos la perpetuidad. Y, aunque todo en el Tlaltipac sea efímero, en la flor y el canto podemos ser eternos o, por lo menos, sentir por un instante que podemos serlo.
Los rituales y las tradiciones son cuestiones puramente humanas que surgen en la buscan atribuirle una razón de ser a la vida y a la existencia; aunque poseen estructuras y ordenamientos que deben aprenderse y atenderse, rebasan lo meramente conceptual y constituyen manifestaciones de la religiosidad. Las celebraciones son rituales que se le hacen a la vida, al agradecer que estamos vivos, que podemos creer, crear algo que nos llene. A base de fe se mueven danzantes alrededor de una fogata, de una escultura quizá. Danzantes que claman a una entidad por mejores tiempos, que le agradecen lo que han tenido. Danzantes que hacen catarsis al verse envueltos en las preguntas y los contratiempos cotidianos, entre la masacre de los tiempos injustos esperando una luz. Danzantes que se desenvuelven en una meditación activa que es la danza para expresar su flor y su canto. Danzantes que se congregan y se recrean en armonía con sus semejantes, consigo mismos y con la naturaleza. La cultura rave tiene sus orígenes en los años 80's cuando comenzó el auge de la música electrónica. La escena musical de esos tiempos tomó un giro impresionante con la creación de loops y samples. Estos elementos netamente electrónicos, generados por Dj's a través de sintetizadores y elementos digitales, dieron paso a un arte nuevo: el arte de crear sonidos que fueran capaces de alterar los estados neurológicos de las personas a base de repeticiones rítmicas, melódicas y armónicas. Cambió por completo la estructura musical de las canciones de fiesta, es más, dejó de llamarse así para llamarse live set. Esta música comenzó a tocarse en fiestas que duraban toda la noche, en ocasiones se prolongaban hasta dos, con una fuerte connotación ideológica. Estos eventos eran organizados por todo tipo de personas, sobre todo jóvenes que tenían la escuela de grupos contra culturales como los hippies, que buscaba abrir una nueva senda de expresión y gustaba de bailar, convivir con los suyos, escuchar música electrónica y que venían huyendo de los convencionalismos, reglas y estereotipos de las discotecas, donde no había represión ni segregación. Estos eran eventos alternativos, que se hacían de manera ilícita en lugares alejados de la ciudad, en conexión con la naturaleza, auto gestionados e independientes en donde había cabida para que cada quien se expresara de manera libre. Para esto, en 1993 surgió el concepto P.L.U.R., cuyas siglas en español significan paz, amor, unidad y respeto. Un raver es aquel que se considera parte de este movimiento y toma como insignia e ideología al P.L.U.R.; que acude a estos eventos a armonizarse consigo mismo mediante la danza, a armonizarse con su entorno y a conocer y a respetar diversidad de gente.
En lo personal puedo decir que, aunque no acudo de manera frecuente a los raves, me considero practicante de esta ideología. Cuando uno está en el escenario bailando con todos los demás se crea una unión espiritual casi sublime en la que no importa el origen de cada uno, no importa la raza, el sexo, la vestimenta, el color, el tamaño, la estatura, la cultura, el idioma, la clase social, la ideología política ni la religión: todos somos uno solo y estamos reunidos en un ritual personal, cósmico, humanista y naturalista. Cada uno de los que acudimos tenemos una historia personal, una razón para estar ahí, una convicción y una manera de concebir la vida misma de diferente manera, sin embargo, al estar todos bailando y celebrando la existencia, deja de importar quién uno es y solo importa ese instante en el que uno se hace consciente de que todos somos humanos, todos somos flor y canto. Es en donde la serpiente emplumada cobra vida: somos la serpiente que se arrastra sobre el suelo, que muda de piel, que engulle a la rata después de acecharla; somos la carne, los placeres netamente humanos, terrenales. Somos las plumas proféticas, las que vuelan, las que parecen eternas, las que ascienden y se purifican, las que se elevan. Nos sublimamos entre los aires. Nos pudrimos entre la tierra, regresamos a ella porque somos ella. Es una experiencia indescriptible. Por mi parte puedo decir que cada una de las veces en las que he bailado hasta el amanecer ha sido única y he podido establecer vínculos dentro de mí misma y con mi entorno; he aprendido bailando a conocer mi principio dual, mi propio Ometéotl que me ha hecho sentir persona.
Un conglomerado de gente, una congregación, unida por una misma causa: disfrutar y compartir al ritmo de nuestra música favorita. Bailamos sin cesar en un estado alterado de consciencia provocado por los beats y la probable ingesta de algún psicodélico; sentimos, hacemos catarsis, exploramos nuestra mente, nuestro cuerpo. Nos conectamos con la vibras de las personas a nuestro alrededor y con la naturaleza. Bailamos en armonía esperando a que amanezca, esperando sentir los primeros destellos del alba en nuestras miradas, que la luz del Sol ilumine y esclarezca con triunfo una verdad que todos juntos creamos al movernos. Porque en el dancefloor uno es quien quiere ser, uno es quien es y hace arte dentro del alma y la deja salir en la danza espiritual, la meditación activa.
¿Qué es lo que nos mueve en realidad a las personas, si no es el amor, el entusiasmo por la vida? Quetzalcóatl, el hombre/Dios proveedor del sustento, vino a enseñárselo a la cultura tolteca, a todos nosotros. Tal pareciera que la humanidad no lo ha terminado de entender.
El P.L.U.R. es una forma de vida que tiene su consagración en la escena rave. Es la aceptación del individualismo y del pensamiento colectivo de una generación que no busca protestar o manifestarse en contra de un sistema, sino busca expresarse de manera libre y pacífica, busca proponer una organización social basada en el respeto y la unidad; es la consciencia social que hace su luz de manera interna y se proyecta en cada ámbito de nuestras vidas; es un principio, una base, una convicción. La consciencia social es la armonía que provoca el humanismo y el naturalismo. Pero debe de partir de una armonía y amor propio: el amor busca el bienestar y la felicidad del ente amado. El que busca su propia felicidad y su bienestar, por inercia buscará el bienestar para con los suyos y su medio, porque entenderá que todos somos uno. Cuando se tiene una búsqueda interna se puede descubrir el verdadero significado que cada uno le da a su propia existencia, y el tener un sentido en la vida lo hace a uno dichoso.
¿Dónde está esa consciencia social? ¿Dónde está ese amor y respeto al prójimo y a la naturaleza? ¿Cómo podemos hablar de un legado de amor por parte de Quetzalcóatl cuando al pueblo azteca le satisfacía realizar sacrificios, derramar sangre, someter, saciar su sed de poder? Pero siempre hubieron, y van a haber quienes busquen el verdadero sentido de la preservación de la vida, y así fue en el pueblo de Texcoco donde los filósofos nahuas alcanzaron su esplendor en ideas y conceptos filosóficos como el Ometéotl. Incluso dentro del mismo pueblo azteca hubieron quienes no estuvieron de acuerdo con la legión de guerra que instauró Tlacaélel. ¿A caso siempre habrá esta transliteración en la cultura misma? Parece que sí: ¿cómo podemos hablar de un movimiento P.L.U.R. cuando dentro de la escena rave de México hay gente que tira basura, que destruye el medio ambiente, que se mete a las tiendas de campaña a robar, que abusa de los derechos de los demás, que solo va a enfiestarse y no entiende la connotación que tiene el movimiento? ¿Dónde está la sabiduría que poseemos cada uno al buscar entre nosotros mismos la verdad, nuestra verdad?
¿Quién nos enseñó a ser así? Quetzalcóatl se va llorando al ver a sus hijos irrumpir en contra de su prójimo y abusar de lo que él les ha provisto, al ver a la consciencia social derrotada. Promete volver… la promesa eterna. Pareciera que a mayoría de los mexicanos esperan con una esperanza muerta a ese salvador sin ser consecuentes con el legado que dejó. Mientras estamos aquí los que creemos en el amor, en la unidad, en el respeto y en la paz tratando de evocar a nuestras vidas esa estrella del alba que nos muestre el camino que nos lleve a la luz.
No tenemos más que descubrirnos a nosotros mismos y armonizarnos para así poder armonizar al exterior. Cuando aprendamos a ser nosotros mismos, a ser auténticos, descubriremos que con nuestras causas podemos llenar al mundo. No me queda más que decir que la iluminación es de adentro para afuera.

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