Reseña de Tiempos Modernos. Fragmentos de Historia del Chile contemporáneo (1891-1990)

July 15, 2017 | Autor: N. Osorio Rauld | Categoria: Political Sociology, Chilean Politics, Chilean History, Historia Contemporánea de Chile
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Tiempos Modernos: Fragmentos de Historia del Chile contemporáneo, 1891-
1990.


Autores: Tomás
Moulian y Alejandro Osorio.

Editorial AYUN,
Santiago de Chile, junio de 2014.


A partir de la formación sociológica de sus autores, este pequeño libro
debería apreciarse como un manual, destinado a despertar en un público no
especializado, el interés por develar las relaciones y reacciones
interestructurales que generaran las demandas culturales y aspiraciones
socioeconómicas -emergentes y soterradas-, a lo largo de los últimos cien
años de nuestra historia nacional, haciendo relevantes su conducción o
cooptación por las sucesivas orgánicas políticas, en un escenario cada vez
más intervenido por la acción política de actores sociales antes
postergados, los que energizan y aceleran el proceso democratizador, desde
el período parlamentario y la república presidencialista, hasta la
recuperación de su tránsito democrático, tras la dictadura militar
pinochetista.
Informar la memoria para la gestación de un análisis que contribuya a
comprender momentos cruciales de nuestra historia reciente, y,
colateralmente, superar una ciudadanía predominantemente apática y, por
ello mismo, funcional al fortalecimiento de un modelo productivista y
enajenado constituye un deber de la inteligencia.
Contradiciendo lo expresado en el prólogo rotulado como "Objetivos", no
comparto que estemos ante la posibilidad de construir nuestra propia
historia, de refundar la nación, ni de superar -mediante tímidas reformas-
cuatro décadas de un modelo de sociedad "exitoso", impuesto por la fuerza y
monitoreado, entre otros tutores, por el Banco Mundial, el FMI y el
Departamento de Estado norteamericano. Por otra parte no queda muy claro si
el pasado, antónimo de este presente tan esperanzador, se refiere a los
veinticuatro años de administración republicana del modelo neoliberal o a
la dictadura militar que lo instauró, porque, la verdad sea dicha, la lucha
de los jóvenes de hoy es por las mismas banderas que se levantaron a partir
de los ochenta e intensificadas desde los noventa, hasta culminar en la
cooptada "revolución de los pingüinos" del 2006. Ciertamente no cabe hablar
de alternativas reales de cambio cuando en la periodificación propuesta por
los autores en comento, el último período –iniciado en 1990- es titulado
como "una democracia con representatividad débil y con reacomodo
neoliberal."
La monumentalidad como el adjetivo a que aluden nuestros autores para
referirse a la producción historiográfica de Gonzalo Vial o de Villalobos,
me lleva a precisar que éste no puede asociarse a un cierto número de tomos
sino a las asociaciones interpretativas o reconstrucción de contextos que
permitan las fuentes acopiadas y hermenéuticamente trabajadas. De este modo
obras extensas como las Historias de Chile de Barros Arana o de Encina para
los siglos XIX y XX, pueden ser tan referenciales como algunos trabajos
monográficos recientes como es el caso "De la regeneración del pueblo a la
huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en
Chile. 1810-1890" de Sergio Grez (1997), "La historia de la infancia en el
Chile republicano. 1810-2010" de Jorge Rojas Flores (2010), o clásicos
títulos del pensamiento socialista como el "Ensayo crítico del desarrollo
económico social de Chile" de Julio César Jobet (1955), "Historia del
imperialismo en Chile" de Hernán Ramírez Necochea (1960) o la injustamente
olvidada "Biografía de la ficha salario" de Marcelo Segal (1964). El
esfuerzo investigativo es incuestionable en todos los historiadores
aludidos, la diferencia entre ellos guarda relación con el mayor énfasis
que en la descripción de la actividad política, ponen los historiadores del
siglo XIX, en gran medida presente aún en Encina, que a su monumental obra
agrega el perfil psicológico de los grandes hombres que conducen los
procesos más importantes de nuestra evolución. Si la sola elección de un
tema implica la intención de exponer algo insuficientemente conocido,
haciendo relevante algo que otros desdeñaron o deformaron, la investigación
histórica es también un acto de justicia y reparación que, desde hace un
siglo, acomete la llamada historia social, indagando en la reconstrucción
de las creencias, sentimientos y aspiraciones del "bajo pueblo", de
sectores geográficamente marginados o tardíamente integrados a los actos
soberanos del Estado nación.
El período histórico que abarcan Moulian y Osorio, tiene el bien
merecido calificativo de contemporáneo, no sólo por comprender el último
siglo de nuestra historia, sino porque trasunta una actividad política que
da cuenta de conflictos sociales que tensan la institucionalidad
oligárquica y obligan -a disgusto por cierto- a que la política, hasta
entonces deporte privativo de caballeros, deba pronunciarse acerca de una
incómoda realidad que por mucho tiempo los oligarcas negaron y que dio en
llamarse "la cuestión social". La guerra civil de 1891, que trunca el
proyecto de modernización capitalista, gestado desde el gobierno por
Balmaceda, aún siendo un conflicto de índole intra aristocrático, venía
precedida de la primera huelga general de nuestra historia social, un
conflicto iniciado en Tarapacá, en el que, el propio gobierno – liberal al
fin y al cabo – demostró escaso interés, y por ende, ninguna capacidad para
diagnosticar el origen de aquellas demandas ni voluntad para intervenir
solucionándolas,a tiempo. Al contrario, hubo tantas discrepancias respecto
del qué hacer, que se optó finalmente por la cada vez más recurrente vía de
la represión militar a fin de restablecer orden, lo cual explica que, más
allá del juicio histórico favorable hacia nuestro primer Presidente mártir,
los trabajadores no vieran en el enfrentamiento del año siguiente otra cosa
que una guerra entre "futres".
Que las aspiraciones del naciente proletariado minero o urbano no
estaban en las agendas de las clases dirigentes, lo demuestra el hecho de
que hasta la Convención Radical de 1906, este partido, laico, de antiguo
itinerario progresista, y catalizador de las capas medias ilustradas,
constituido orgánicamente tres años antes de la guerra civil, no se
pronuncia por un reconocimiento a la cuestión social, y ello no fue fácil:
previamente hubo de producirse un fuerte debate entre quienes se mostraban
sensibles a aquella problemática, encabezados por Valentín Letelier, y sus
refractarios, que le restaban importancia, liderados por Enrique Mac Íver,
paradojalmente dueño del diario iquiqueño que años antes siguiera, paso a
paso, las distintas etapas de la huelga general de 1890. Curiosa situación
la de de poseer un diario y demostrar indiferencia y falta de información
sobre objetos noticiosos.
Por antecedentes como éstos, entre otros tantos, es que la década de
1890 orienta a una mirada contemporánea acerca de lo ocurrido; en ella los
sin voz no sólo tratan de hacerse oír masívamente, paralizando faenas para
exigir mejores condiciones de vida e interpelando a las autoridades a todo
nivel, sino dejando testimonio escrito de los hechos que les afectan, en
una prensa de ellos y para ellos, como una clase que despierta a la
conciencia descubriéndose en sí y para sí.
Si el resultado de la guerra civil subordinó los capitales nacionales
a los intereses del capital británico en la inversión salitrera, no es
menos cierto que, a pesar de la baja tributación a que quedó sujeta la
actividad empresarial minera en los territorios conquistados a Bolivia y
Perú - he aquí otro aspecto absolutamente contemporáneo de privilegios
sobre el que nuestros autores no hacen comentario - el volumen de sus
exportaciones convierten a Chile en el productor de casi el 70% de la
producción mundial de nitratos, lo que, como compensación a la secular
pérdida de liderazgo del sector latifundista, permitió un gran incentivo a
la producción agraria de la zona central, impulsando la ampliación de la
propiedad rural al territorio mapuche, tras la ocupación militar de éste al
sur de la recuperada línea del Malleco, y extensión de la línea ferroviaria
longitudinal hasta Valdivia, todo ello posibilitado por una campaña militar
relámpago que, a partir de 1880, ocupa con tropas seleccionadas y traídas
desde el norte, las zonas aledañas al río Cautín, aprovechando la breve
tregua que posibilitan las fallidas conversaciones de paz ocurridas entre
la toma del Morro de Arica y el inicio de la Campaña de Lima, dado que la
guerra imperialista, promovida por los empresarios salitreros de Chile
contra Perú y Bolivia, permitía, gracias a los recursos de esos
territorios, dotar al acrecido ejército chileno de un material bélico
moderno, de eficacia probada en la reciente guerra franco-prusiana y, de
paso, concretar un proyecto pendiente de dominación de la Araucanía que no
había podido realizar el imperio español en tres siglos de coloniaje, y
cuyas consecuencias mantienen en tensión a dicha región a la hora presente.
Lamentable, un tema como éste, tan rico en asociaciones, mereció sólo
un párrafo de nueve líneas, referidas principalmente a desplazamientos
masivos de la masa laboral hacia el nuevo norte y a las necesarias
modernizaciones en infraestructura vial y portuaria que, de paso, generan
el incentivo para una primera etapa sustitutiva de importaciones asumida
por la incipiente sociedad de fomento fabril, la que tampoco es mencionada
(ver pág.11).
La máxima rentabilidad, lucro o usura, como funciones inherentes al
corazón del capitalismo, se verán altamente compensadas si se tiene en
cuenta que las transacciones se hacen en dinero con respaldo metálico,
mientras que, como lo demostrara Marcelo Segal en un trabajo de
investigación injustamente desdeñado por nuestros historiadores más
recientes, el conjunto de los trabajadores agrarios y mineros recibían como
pago la ficha salario, condenados así, a depender de lo que les expenden
las pulperías en un círculo vicioso que, por cierto, se vuelve inversamente
virtuoso para el sector patronal en términos de ahorro de costos y
maximización del capital. Este claro ejemplo de esclavitud salarial se
prolongará hasta entrada la década de 1930, cuando la crisis económica
internacional que afecta al salitre, provoque el retorno a la zona central
de los viejos pampinos que, dejando en el norte sus energías juveniles y
sus esperanzas, contribuirán a la depreciación del valor de la mano de obra
y al aumento de conventillos y barriadas insalubres, principalmente en el
entorno de las grandes ciudades como Valparaíso y Santiago.
El deficiente mercado interno no favorece un proceso de
industrialización, así, esta crisis extractiva será sustituida por un nuevo
recurso minero, puesto en nuestra mesa por la naturaleza, iniciándose un
nuevo ciclo económico sustentado en las inversiones norteamericanas para el
cobre nortino de Chuquicamata y el de El Teniente, en los alrededores de
Rancagua. El cobre, como antes el salitre, es un producto con gran demanda
durante conflictos bélicos como los que enfrentarán, a lo largo del nuevo
siglo, los viejos imperios y los emergentes, lo que acentúa el carácter de
enclave estratégico que adquiere Chile, entendido como una economía
complementaria, lo que en el marco de las relaciones de dependencia se
conoce contextualmente como fase neocolonial. Este hipertrofiante
"crecimiento hacia fuera", más allá de las sucesivas diversificaciones
productivas, limitación o ampliación de mercados es, como herencia de la
etapa colonial, el antecedente secular del capitalismo transnacional que,
reforzado hoy mediante los TLC, continúa erosionando las estructuras
materiales y los fundamentos emocionales necesarios para sostener lo
nacional. Así la crisis iniciada en 1929 desarticula el comercio
internacional y confirma tanto los asertos que Francisco A. Encina hiciera,
diecisiete años antes, en "Nuestra inferioridad económica", como aquellos
con que Tancredo Pinochet denunciara la falaz penetración ideológica del
imperialismo norteamericano bajo la bandera del panamericanismo, o
exponiendo cómo, al revés de la patriótica defensa de sus intereses e
ideales nacionales que practican otros países, Chile, desaprensivamente,
entrega a extranjeros sus recursos naturales, su tráfico marítimo, sus
espacios recién incorporados a la colonización, hasta la orientación de su
educación superior en "La conquista de Chile" (1909),.
Acorde con el crítico ambiente ideológico en boga, a cien años de
iniciarse la construcción de nuestra república, un desconocido Luís Emilio
Recabarren (dado que la difusión de su obra no fue jamás prioridad en el
Partido que fundó), decía un 17 de septiembre de 1911, con la lucidez e
independencia de un verdadero revolucionario, a propósito de las recientes
festividades del Centenario "…No es el pueblo el que se liberó y emancipó
en la lucha por la independencia republicana. Fuísteis vosotros, la clase
burguesa del país…; gozad, celebrad vuestra independencia, pero no invitéis
a la fiesta a los que habéis sujetado durante cien años" (1).
En 1905, difundiendo el pensamiento socialista contrario a la
conscripción militar obligatoria, el mismo líder escribía en "El trabajo":
"El amor a la patria es una mistificación". También desde Tocopilla, pero
en las columnas de "El proletario" y acerca del 18 de septiembre espeta
"Esta fecha sólo marca una nueva jornada de esclavitud para el pueblo". Y
el 21 de mayo de 1911 dice "Patria es la que deja huérfanos y desolados a
nuestros hogares…, ella es la que favorece a media docena de privilegiados
con leyes que los enriquecen a costa del hambre de los desposeídos…, ella
es la que permite la adulteración y carestía de los artículos de necesidad,
ella es la que sostiene una corte de parásitos del militarismo."
La dolorosa legitimidad de estas opiniones, tan opuestas al transversal
nacionalismo patriotero que exhiben hoy nuestros políticos, desde el
Partido Comunista a la UDI, es la resultante natural de una concentración
de la riqueza en manos de una pseudoburguesía dependiente, asociada al
gran capital transnacional y ajena, por tanto, a un proyecto de verdadera
autonomía nacional. Este sector, al que se vinculan la minería, el
latifundio agropecuario y la banca; "la mesa de tres patas" que sostiene
nuestra inestable economía concentra, además, toda la representación
política acentuando el carácter oligárquico de nuestra república hasta bien
avanzado el siglo XX, lo que explica los recurrentes cuestionamientos al
orden democrático burgués, por parte de las nuevas expresiones políticas
gestadas al calor de las luchas sociales desde finales de la centuria
anterior y que incluyen a sectores del artesanado, capas medias
profesionales y las mancomunales del proletariado urbano y minero, en
sintonía con aquellas expresiones más radicalizadas del anarquismo y las
corrientes socialistas que, a nivel mundial aspiraban a la sustitución del
capitalismo. Lamentable resulta entonces, que toda esta rica problemática
no tenga la debida atención de nuestros autores, en un trabajo que debería
poner énfasis precisamente en dar a conocer lo que los otros manuales
ocultan.
Un gran acierto, sin duda, obtienen nuestros autores al describir de
manera clara y concisa, el funcionamiento de nuestro parlamentarismo "a la
chilena", diferenciándolo del sistema parlamentario europeo, para enfatizar
que, en lo esencial, este engendro tuvo

1- L.E.Recabarren "¡Salud!". En "La Prensa Obrera en Chile" de Osvaldo
Arias Escobedo. Chillán, Convenio CUT-Universidad de Concepción. 1970 y
citado por Genaro Arriagada en "El Ejército chileno, la prusianización y la
primera oleada antisocialista. 1900-1931". Trabajo sin fecha, aunque se
presume corresponde a los primeros años de la de 1980 e incluido en "El
pensamiento chileno en el siglo XX". Compiladores: Eduardo Devés, Javier
Pinedo y Rafael Sagredo. Ministerio Secretaría General de Gobierno,
Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Fondo de Cultura Económica,
México 1999. Pág. 41.
como principal razón de ser, evitar recaer en un presidencialismo
autoritario, dotando al legislativo de atribuciones coercitivas como la
aprobación de la ley anual de presupuesto, las leyes periódicas de
contribuciones, la interpelación a los ministros y censura de gabinetes,
garantizando así, mediante ellas, la impotencia del Ejecutivo y que ambas
cámaras constituyeran el "espacio donde los diferentes sectores de la élite
podían negociar entre sí" ( pág.13).
Error, en cambio, constituye clasificar como de derecha o izquierda a
nuestros "partidos históricos"( pág.16), dado que tales conceptos -surgidos
en los debates que dieron origen a la Monarquía Constitucional durante la
Francia revolucionaria en 1791-, representaron las posturas absolutamente
antagónicas de quienes se mostraban defensores del Antiguo Régimen
Absolutista y, en el otro extremo, a los igualmente insatisfechos
republicanos que aspiraban a la total supresión de la monarquía, mientras
en Chile ninguno de estos partidos políticos cuestionaba la validez de su
república y todos, negarán la existencia o restarán gravedad a la llamada
"cuestión social". Precisemos, no habrá izquierda dentro de nuestro sistema
político, sino hasta la constitución de partidos de y para los
trabajadores, siendo el primero de ellos el Partido Democrático de
Malaquías Concha (1887) y luego el Partido Obrero Socialista de Recabarren
(1912), el que, ante la traición a los principios antimilitaristas e
internacionalistas por parte de algunos dirigentes de la Segunda
Internacional, optará, en el Congreso de Rancagua de 1922, por hacer suyas
las críticas de los disidentes revolucionarios que fundaron en 1919 la
Tercera Internacional, afiliándose a ésta para convertirse así, en el
Partido Comunista de Chile.
Claro resulta la idea anterior si, además, la respaldamos con un
ejemplo elocuente, y éste es que, lejos de sumarse a ninguna de las dos
alianzas políticas que se enfrentaban en la, por primera vez reñida,
elección presidencial de 1920, el P.O.S. presenta un candidato
diferenciador y propio del mundo del trabajo, en la persona de su líder
Luís Emilio Recabarren, quien, como resultado de la estrategia
distorsionadora y represiva del Ministro Ladislao Errázuriz, es impedido de
hacer campaña al ser encarcelado en la cárcel de Tocopilla como parte de un
arbitrario proceso a los sediciosos, que incluyó la persecución, a nivel
nacional, de dirigentes de la Federación Obrera de Chile FOCH, quema del
local de ésta organización y asesinato de sus moradores en Punta Arenas, el
asalto a la sede de la Federación de Estudiantes de Chile en el centro de
Santiago, hecho de repercusión internacional condenado incluso por el
Rector De la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno, entre otros hechos
de contexto que este libro omite, limitándose a decir que Recabarren "no
logra obtener la aprobación de ningún elector, lo cual…revela que un
dirigente obrero no concita la aprobación de ninguno de los miembros de esa
élite que elige a los presidentes" (pág.32).
Convendría explicar lo de "esa élite", destacando que el sistema era de
elección indirecta, por lo que, desmistificando nuestras centenarias y
supuestas virtudes republicanas, jamás hubo necesidad de ningún debate
democrático de cara al país, debido a que todos los presidentes de nuestra
república, tras la elección de José Joaquín Prieto en 1831 y hasta la
elección de Juan Luís Sanfuentes en 1915 - es decir durante ochenta años -,
serán proclamados sin contendor, dado que no era difícil anticipar la
tendencia ganadora entre un número de electores cuya cantidad se mantiene
con escasas variaciones y mínimos reemplazos. En 1920 los electores
participantes fueron 353 y el resultado tan estrecho, que un Tribunal de
Honor de siete miembros integrado por ex Vicepresidentes de la República,
Presidentes de ambas cámaras legislativas y miembros de la Corte Suprema
hubo de dirimir, por mayoría de 5 votos contra 2, que, efectívamente,
Arturo Alessandri había vencido a Luís Barros Borgoño por un voto (177 por
aquél y 176 por éste último).
Las mutuales de artesanos, las mancomunales y luego, las federaciones
obreras, desde hacía tiempo tomaban, cada vez más, distancia de los
partidos históricos, coludidos en el promiscuo juego corruptor del período
parlamentario, para fundar nuevas organizaciones políticas que convertirán
al naciente siglo veinte, en el escenario de crisis para los regímenes
liberales, en una sintonía de nivel mundial, con un proceso de
cuestionamiento a la idea del progreso y a las bondades de la sociedad del
capitalismo industrial y financiero. No es de extrañar, en este sentido,
que en 1924, en el colapso de este tan peculiar período, con Alessandri
renunciado y el gobierno ejercido por una Junta Militar encabezada por el
general Luís Altamirano, su último Ministro del Interior, la Federación
Obrera de Chile y el Partido Comunista, afiliado -recordemos- desde su
fundación, dos años antes, a la Tercera Internacional (en el libro dice que
a la Primera Internacional. Pág.51), hayan convocado a la constitución de
una Asamblea Nacional Constituyente, a fin de otorgar cabida y respaldo
legal a las legítimas aspiraciones democratizadoras que emanaban del mundo
del trabajo, lo cual, tras su retorno desde Italia en marzo de 1925, fue
deshechado por Alessandri quien, argumentando la celeridad con que había
que actuar ante plazos tan breves, opta por una actitud cupular con
argumentos similares a los esgrimidos en la hora actual, nombrando una
Comisión de Amigos Personales que excluye la posibilidad de un debate
amplio, revelándose como aquel que, a pesar de las incomprensiones de los
primeros años, venía a salvar la sobrevivencia política de su clase,
mediante reformas a un sistema decadente, pero sin abrir la puerta a las
demandas democratizadoras de un sujeto popular con ideología y programa
propios.
Entrando al comentario de otros capítulos del libro, se advierte un
error al establecer como cronología para el ciclo salitrero, el período
1891-1932. Si esto fuera así, no habría ocurrido una precipitada guerra,
alentada por nuestros inversionistas y motivada por su ambiciosa necesidad
de poseer de ese recurso en su totalidad, invadiendo territorios del
litoral boliviano (Antofagasta) y peruano (Tarapacá), donde la explotación
de nitratos y otros minerales se había iniciado, a gran nivel, por lo menos
tres décadas antes.
Por otra parte se incurre en una ambigüedad, teniéndose en cuenta que
el texto está dirigido a estudiantes, al señalar escuetamente que la crisis
de 1929 "tiene su origen en los países centrales, especialmente en los
Estados Unidos". ¿Centrales de qué? Mejor habría sido decir en los países
industriales del hemisferio norte, dañados en su capacidad productiva y
adquisitiva tras el término de la guerra internacional de potencias (1914-
1918).
Se soslaya la importancia de los ensayistas de la Generación del
Centenario, al incluir en dos líneas a sólo dos de ellos; Julio Valdés
Canje (seudónimo de Alejandro Venegas) y Nicolás Palacios, como corolario
de las "Realizaciones" del mandato de Ramón Barros Luco, como si un
mandatario tan mediocre hubiese tenido la imperiosa necesidad de promover
el desarrollo del pensamiento crítico. Al contrario, Venegas escribe con
seudónimo, en la certeza de que su "Sinceridad, Chile íntimo en 1910" le
traerá problemas y así fue, porque, una vez descubierto el sincero autor,
perderá su trabajo como profesor del Liceo de Talca.
Los dos ya citados, más Alberto Cabero, Tancredo Pinochet ("Los
inquilinos de Su Excelencia"), Francisco Antonio Encina ("Nuestra
inferioridad económica"), Luís Emilio Recabarren ("El balance del siglo:
Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana"), expresan con
valentía el malestar que traía consigo la crisis moral que afectaba a la
sociedad chilena y la orfandad en que se desenvolvía la triste vida del
gran huérfano, como llamaba Nicolás Palacios al pueblo de Chile ("Raza
chilena").
Del gobierno de Juan Luís Sanfuentes se dice que, ante el desarrollo de
la Gran Guerra, opta "por adoptar una política de neutralidad", omitiendo
que, nuestro país, con numerosos colonos y empresarios de ascendencia
germana, se negaba, además, a declararse enemigo del país al que, por la
admiración que generaba, había terminando confiando la reestructuración de
nuestro Ejército, prusianizando de paso a nuestras capas dirigentes y
aristocratizando a nuestras fuerzas armadas, paradojalmente tan admiradas
en sus desfiles, por el mismo pueblo al que cada tiempo reprimían con
fiereza. Y, a propósito de militares, en el "ruido de sables: la primera
intervención militar del período" (pág.33) no hay explicación de contexto
que explique porqué en las galerías del Congreso los oficiales "hacen sonar
sus sables en señal de repudio" a la decisión de establecer una dieta
parlamentaria y menos, a la maniobra política que hizo posible que el mismo
parlamento opositor, aprobara unos días después y en una larga sesión, lo
esencial del programa alessandrista postergado por cuatro años, Tampoco se
expone a los lectores que no hubo sólo una junta militar, aquella que,
traicionando las proclamas del movimiento militar quiso adelantar las
elecciones presidenciales, lo que fue impedido por una segunda junta
mediante un golpe de Estado intramilitar en enero de 1925, posibilitando y
asegurando el retorno de Alessandri desde Italia en marzo, a fin de
completar su período y el programa, con la ventaja autocrática de un poder
legislativo inexistente tras su clausura seis meses antes.
La Comisión redactora del salvavidas constitucional dirigida por José
Maza, dio forma final a una nueva carta magna, de orientación
presidencialista, en un tiempo brevísimo y fue -como se esperaba- aprobada
mediante un plebiscito absolutamente inducido. Entre sus innovaciones más
importantes, la Constitución de 1925 puso fin al sistema de elección
indirecta del Presidente de la República, estableciendo su elección directa
por el conjunto de los ciudadanos y reconociendo la mayoría expresada en el
sufragio acumulativo sin segundas vueltas, fija un período presidencial de
seis años sin reelección inmediata, establece la clausura de debates a fin
de evitar la eternización de las discusiones respecto de proyectos de ley
urgentes, y garantiza la libertad de cultos al reconocer la separación de
la Iglesia Católica y el Estado, como ámbitos independientes.
La incómoda posición para Arturo Alessandri, de tener que continuar
contando con la colaboración de ministros militares desde septiembre de
1924, le lleva a renunciar, en octubre de 1925, en favor de su
Vicepresidente y ex contrincante en la elección de 1920 Don Luís Barros
Borgoño, que hereda la incómoda situación descrita, representada tras el
aspecto de civilidad gubernamental, por el hombre fuerte del gobierno: el
Ministro de Guerra, General Carlos Ibáñez Del Campo, personaje que, al
igual que Alessandri, representan formas de un caudillismo transversal a
los partidos políticos, propias de una época de transición desde nuestro
parlamentarismo a la consolidación de un régimen presidencial, de
transición entre un modelo oligárquico y uno que aspira a transformarse en
democrático con amplio espectro ideológico, pero enmarcado en una crisis
económica mundial de posguerra que, como país exportador de materias primas
nos afecta fuertemente, lo que explica una crisis generalizada de los
regímenes liberales, cuestionados por el mundo sindical, los partidos
marxistas, fascistas, nacionalistas y fuertemente intervenidos por una
irrupción pragmática de caudillos militares.
En este contexto, teniendo en cuenta el debilitamiento de la
credibilidad pública hacia los partidos tradicionales, es comprensible que
éstos cedan el gobierno y se cobijen -a la espera de tiempos mejores- al
alero de éstos nuevos césares que, autoritariamente pero con respaldo
constitucional, imponen un orden imposible de lograr por los actores
tradicionales de la política. En este escenario se comprende la relevante
presencia gubernamental de Carlos Ibáñez que, calificado sin una
explicación básica, como dictadura, fue proclamado candidato vencedor sin
candidatura alternativa, tras la renuncia de un mandatario pusilánime como
Emiliano Figueroa en 1927. Carlos Ibáñez contará así con la colaboración
implícita de los partidos políticos tradicionales, expresada en un Congreso
Nacional absolutamente obsecuente y posteriormente ratificado en sus cupos,
de común acuerdo entre el Ejecutivo y las directivas políticas en las
Termas de Chillán, evitando el cumplimiento constitucional de una campaña
eleccionaria, lo que explica su desprestigio ciudadano, su ilegitimidad, su
falta de representatividad y el apodo de "Congreso Termal" con que sesionó,
hasta la instalación de la mal llamada "República Socialista" que lo
disolvió en junio de 1932, tras deponer al gobierno electo de Juan Esteban
Montero que mantuvo en funciones a dicha representación legislativa; hay un
dicho popular que dice que "la culpa no es del chancho sino del que lo
alimenta"…
Sólo dos cortos párrafos se destinan, fuera de resaltar la política
represiva de Ibáñez hacia dirigentes obreros, comunistas, intelectuales,
estudiantes universitarios y su antes aliada cúpula alessandrista -que opta
por el exilio-, a destacar aspectos sustantivos e innovadores como
respuesta a la crisis económica mundial de aquellos años, señalando que
"Durante su gobierno el Estado experimenta un importante crecimiento",
destacando la creación "de las Cajas de Crédito Minero y Crédito
Industrial, destinadas a generar préstamos para el desarrollo de las
respectivas actividades productivas" y, más abajo, cuando se lee que
"canaliza el apoyo del Estado hacia la industrialización, dando un vuelco
respecto a la política económica tradicional, de carácter liberal extremo y
partidaria, al contrario, de la prescindencia del Estado." (pág 37),
faltándoles mencionar que tras el propósito de obtener el mejor precio
posible para nuestro aún principal producto de exportación, creó la
Corporación de Salitres y Yodo de Chile COSACH, única encargada de la
comercialización de estos recursos en el mercado mundial. Del mismo modo,
se pasa por alto la influencia previa de este gobernante militar, como
Ministro del Interior de Figueroa, en la creación de un organismo vital
para una acción más ajustada a derecho de todas las instituciones del país,
como es la Contraloría General de la República, en 1927.
La renuncia de Ibáñez ante las incontenibles protestas callejeras a
fines de julio de 1931, llevó a sucesivas otras renuncias, incluido el
breve ejercicio de la Vicepresidencia por su último Jefe de Gabinete, Juan
Esteban Montero, por poco más de veinte días, renunciando a su vez, para
asumir su candidatura residencial. Asume así Manuel Trucco Franzani, a
quien corresponderá, en septiembre, sofocar una insurrección de la escuadra
naval que tuvo como bastiones el muelle de Talcahuano, la Escuela de
Comunicaciones de Valparaíso, la base aérea de Quintero y el puerto de
Coquimbo, oponiéndole tropas de tierra y aire del Ejército, en un incordio
motivado por sucesivas demoras en el pago de sueldos a funcionarios
públicos civiles y militares, a lo que se agrega –como ejemplo de la
pobreza fiscal- la impopular rebaja de sus remuneraciones. Desconocido es
por los chilenos este episodio, así como la preocupación que provoca en el
Departamento de Estado de los Estados Unidos, las consecuencias negativas
que un alzamiento militar en dichas circunstancias pudiera tener para sus
intereses estratégicos en Chile, en sus posibles conexiones con fuerzas
sociales favorables a un nacionalismo de izquierda. El hecho es que hubo
ofrecimiento de apoyo de la Infantería de Marina (2) para el caso de que al
gobierno chileno le fuera imposible dominar la situación con recursos
propios. Esto llevó a que se viera en el alzamiento, apoyado
mayoritariamente por la tropa, la injerencia de una conducción comunista,
que dicha organización siempre ha negado, a pesar de la militancia
reconocida de algunos marineros participantes en los hechos.
El triunfo de Montero en los comicios, posibilita su regreso a la
Presidencia de la República el 15 de noviembre, pero, ese anterior
enfrentamiento entre tropas nacionales,

2- Patricio Manns "La revolución de la escuadra. Historia y documentos
secretos sobre la revolución de la Escuadra en 1931". Ediciones
Universitarias de Valparaíso 1972, págs.137a 139.
llevará a que, una vez producido el alzamiento de la Base Aérea de El
Bosque en contra Montero, el 4 de junio del año siguiente, ningún cuerpo
militar intente impedirlo, constituyéndose un gobierno cívico militar de
tendencias variopintas que dio origen, por doce días, a lo que
grandilocuentemente se llamó la "República Socialista", calificativo que,
acorde a los temores del gobierno norteamericano, colocaría nuevamente en
peligro sus intereses, por lo que, contando al interior de la propia junta
con un aliado como Carlos Dávila, proibañista, diplomático y hombre de
confianza de Washington a quien la Junta había desplazado, le darán su
apoyo para conspirar con disidentes, logrando, mediante un golpe interno,
deshacerse de los integrantes de tendencia socialista.
Todos los historiadores han cuestionado el tradicional énfasis que, en
lo político, han presentado los manuales destinados a la Educación básica y
media, cuyos capítulos parecen propender a una memorización acrítica de
sucesivos gobiernos y su obra material y cultural por parte de nuestros
alumnos. Nuestros sociólogos incurren en dicha práctica aunque con más
omisiones, debidas tal vez al propósito de ser breves. De este modo,
lamentablemente, se despachan en pocas páginas muchos gobiernos, incluido
el segundo de Arturo Alessandri.
Se menciona la reñida elección presidencial de 1938, mencionando al
Frente Popular y a sus integrantes, pero sin explicar este referente como
parte del tardío viraje de la Internacional Comunista en su Congreso de
1935, que, abandonado un enfrentamiento frontal de clase contra el
capitalismo, impulsa el desarrollo amplio de alianzas políticas y sociales
con partidos burgueses, con el propósito prioritario de detener el avance
de la influencia nazifascista. En relación con Pedro Aguirre Cerda, como
candidato de este referente, en el texto se lee que fue "diputado, senador
y ministro. En este último rubro ocupa el cargo de Ministro del Interior en
el segundo gobierno de Alessandri Palma…" Esto constituye error. Además, la
colaboración de los radicales con el segundo gobierno del "León" fue breve,
finalizando antes de concluir el segundo año, tras la masacre campesina de
Ranquil en 1934, que llevando a la ruptura de su alianza, favorece la
predisposición de los radicales a dialogar con comunistas y socialistas
para integrar el Frente Popular y, en el caso específico de Aguirre Cerda,
éste, efectivamente, ocupará el cargo de Ministro del Interior no en una,
sino en cuatro breves ocasiones, pero todas durante el primer gobierno de
Alessandri, en 1920, 1921 y 1924 (3), cuando el líder de la Alianza Liberal
representaba una esperanza de cambios en contra de los sectores más
reaccionarios de la derecha, los que, como se ha señalado, le devolvieron
su confianza y apoyo durante el segundo gobierno.
Tal vez sea útil a propósito del caso anterior, señalar que las
interrupciones en el ejercicio de un cargo ministerial pueden explicarse,
muchas veces, como resultado de las censuras de gabinetes, tan
frecuentemente practicadas por los opositores durante el régimen
parlamentario, siendo la administración de Arturo Alessandri la que en
menos de los cinco años que duraba el mandato presidencial, llego a tener
dieciséis gabinetes.
Nuestros autores hacen bien en destacar las realizaciones de los
gobiernos radicales, como un fortalecimiento de políticas de Estado, con
vistas a una sustitución de importaciones que requieren de un fomento a la
industria, como de un gran desarrollo energético y educacional. Éstas
realizaciones sobrepasarán los aspectos programáticos de un gobierno en
particular, caracterizándose por su continuidad y complementariedad,
obedeciendo a una concepción moderna del Estado, como el responsable del
progreso material y cultural de una nación. Moulian y Osorio no dejan
tampoco de llamar nuestra atención -y esto es también un mérito del libro-,
acerca de la postergación programática que por largo tiempo experimentará
nuestro campesinado (debido a su escaso desarrollo

3- Luís Valencia Avaria , "Anales de la República", Tomo I. Primera
Administración Alessandri. Págs. 394 a 400.Santiago, Talleres de la
Imprenta Universitaria, junio de 1951.
político), entre los partidos políticos de izquierda, por presiones tanto
de la derecha, representativa del latifundio y que aún conserva importante
poder político, como por deformaciones ideológicas que orientan el análisis
de los comunistas hacia una estrecha concepción obrerista, otorgando un
preferencial cuidado a su larga alianza con los radicales, a la inversa de
los demás partidos de la alianza centro-izquierdista que la van abandonando
paulatinamente. Será el gobierno de la "revolución en libertad", el que,
como alternativa reformista a la alianza de la izquierda y en el marco de
la guerra fría y de la Alianza para el Progreso, reparará esta injusticia,
impulsando una reforma agraria y una ley de sindicalización campesina entre
1964 y 1970.
Desaprovechan nuestros autores la exclusión de los comunistas de la
vida pública por parte del Presidente González Videla -otrora el más
izquierdista de los líderes radicales-, para la exposición de un más
exhaustivo análisis del contexto que explica esta "traición"
que es, por cierto, el de "la guerra fría" y el espionaje, para
desestabilizar al enemigo al
interior de las respectivas áreas de influencia, que repartieron el mundo
entre los vencedores de la segunda guerra mundial, y la consiguiente
consolidación continental de esa configuración por parte de los Estados
Unidos mediante la creación de la OEA, el TIAR y los Pactos Bilaterales de
Asistencia Militar entre 1947 y 1952.
Breve resulta así, la descripción del segundo y errático gobierno de
Carlos Ibáñez, "el candidato de la escoba", quien, aprovechando la
atomización orgánica de las izquierdas recurre al populismo y, como
referente internacional, a la figura "justicialista" de Juan Domingo Perón.
Interesante es consignar la tendencia oportunista de un sector del Partido
Socialista ("Popular") que, aspirando a influir en el anciano general,
participará de su gobierno durante el primer año, mientras el sector menos
ideologizado y anticomunista, ajeno a dicha alianza, es izquierdizado por
la conducta consecuente y perseverante de Salvador Allende quien, habiendo
sufrido prisión y persecución en su juventud universitaria en durante la
lucha contra el general, lo enfrentará nuevamente en 1952 apoyado por esta
fracción del Partido Socialista de Chile y aquellos votantes comunistas que
no fueron detectados y borrados del padrón electoral, más las mujeres
simpatizantes de aquel partido clandestino, que votan por primera vez en
una elección presidencial, todos unidos en el Frente Nacional del Pueblo.
Su votación, aunque escasa, constituye un referente moral que le convierte
en el futuro gran líder socialista de la izquierda unida y sectores
progresistas.
Se desaprovecha también, a mi juicio, la compleja jornada del 2 de
abril de 1957, para un análisis sociológico necesario y absolutamente
contemporáneo, centrado en la manipulación política del lumpen, que de
cuenta de sus condenas o de su romántica idealización como expresión del
coraje popular ante, en este caso, la ausente conducción de una izquierda
casi en punto muerto.
Bien planteados, aunque con gusto a poco, los subcapítulos dedicados a
nuestra "vía chilena hacia el socialismo", una opción libre de "vaticanos
ideológicos", no alineada y exploratoria de una tercera vía, frente al
chantaje nuclear del conflicto Este-Oeste y la ilusoria opción
socialdemócrata de humanizar el capitalismo.
Digamos finalmente, que los breves capítulos finales XII y XIII,
constituyen un magistral ejemplo de síntesis aunque - y este es uno de los
problemas presentes a lo largo de todo el texto - centrados en la
descripción prioritaria del conflicto político. Carente de errores, con muy
buen uso de la información, es la parte más coherente de todo el libro.
Habría que haberse extendido más, por ejemplo, en la redacción de "El paso
de la democracia protegida a la democracia representativa convencional"
(pág.104) cuando en su letra b), al señalar como una de las tareas de las
presidencias democráticas el avanzar hacia "la existencia de un sistema con
un Parlamento organizado en dos cámaras, la de diputados y senadores", se
omite agregar: con la totalidad de sus miembros electos mediante sufragio
popular, a objeto de terminar con la desequilibrante situación que
presentaran en el Senado los senadores "institucionales" o "designados".
Esta fue una cuestión que a los gobiernos democráticos les costó más de
diez años conseguir eliminar, y cuya permanencia obstaculizó el logro de
los ya hipertrofiados quórums, necesarios para introducir cambios
sustantivos al modelo heredado. A su vez, faltó precisión redactora en "Los
problemas heredados", cuando en el primer párrafo leemos "Ello básicamente
a través de un sistema electoral binominal que genera un empate político…"-
habría que haber agregado - en la representación parlamentaria, alterando,
en favor de la derecha, los desiguales porcentajes de votación obtenidos
"entre fuerzas de la dictadura y fuerzas democráticas." (pág. 105).
"Alea jacta est ", toda escritura será siempre una aventura, de cuya
lectura muchos otros lectores dirimirán las distancias entre lo propuesto y
lo obtenido. ¡Salud!


José Miguel Neira Cisternas.

Agosto de 2014.
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