Ser humano y técnica como dos esferas constitutivas del sistema global

June 6, 2017 | Autor: I. Mirinda MacCul... | Categoria: Technology, Filosofía, Technics
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“Ser humano y técnica como dos esferas constitutivas del sistema global.” Un enfoque diferente en torno a la génesis de diversos componentes de la sociedad actual.

Iñigo Medina Gracia

Julio 2015

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Índice 0.INTRODUCCIÓN. (pp.2-5) 1.LA TÉCNICA. (p.7) 1.1. ¿Qué es o qué supone la técnica para el hombre? (pp.7-12)

2.SISTEMA TÉCNICO. (p.11) 2.1.Breve introducción al “sistema técnico”. Razones y condicionantes de su desarrollo. (pp.1314) 2.2. Coherencia o incoherencias entre sistemas. Sistema económico, Sistema social y Sistema técnico dentro del Sistema Global. (pp. 14-16) 2.3. Desarrollo técnico. Invención e Innovación. (pp. 17-20) 2.4. Sistema económico-financiero y sistema técnico. (pp. 20-23)

3.SISTEMA DESEANTE Y LA TÉCNICA. (pp. 24-29) 4.SISTEMA CONTEXTUAL O “PHYSIS” Y LA TÉCNICA (p.30) 4.1. La Naturaleza y el lenguaje. Posición del hombre. (pp. 30-32) 4.2. Génesis de la mediación lingüística del hombre con el sistema contextual y la relación de este binomio con el sistema técnico. (p.32.) 4.2.1. Entorno presocrático. (pp. 32-33) 4.2.2. Tradición Socrática. (pp.33-34) 4.2.3. Tradición Medieval. (pp. 34-35) 4.2.4. Transición del Renacimiento. (pp. 35-36) 4.2.5. Tradición Moderna. (pp. 36-38) 4.2.6. La Herencia Ilustrada. (pp.38-40)

5. CONCLUSIONES.(p.40) 5.1. En torno a la técnica frente al hombre (pp.40-44) 5.1.2. El sistema técnico como espejo del sistema global (pp. 44-46) 5.2. El deseo como motor y productor de la lógica industrial (pp. 46-48) 5.3. Frente a la agresión a la naturaleza del sistema global (pp.48-50)

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0.INTRODUCCIÓN Los objetivos principales que perseguirá este escueto análisis ensayístico, circundan el anhelo de aprehender una comprensión histórica y conceptual de los diversos progresos ontológicos, empíricos y giros epistemológicos ejercidos por las sociedades y los individuos modernos, y demostrar en la génesis de una cosmovisión contemporánea de problemas actuales concretos, qué tipo de incidencia acuciante han generado tales desarrollos dentro de un mundo globalizado e interconectado por completo. Para intentar alcanzar dicho objetivo, se concatenarán diversos argumentos de campos dispares de las Ciencias Sociales con la empresa de establecer paralelismos en consonancia con el horizonte político y socioeconómico contemporáneo. Rescatando una variada bibliografía de los campos de la Historiografía, Economía, Sociología, Filosofía, Lingüística, etc. se pretenderá generar una interconexión de saberes para localizar ingredientes teóricos o postulados coronarios de las sociedades modernas, para después pretender subrayar ciertos aspectos criticables y perpetuados por dichas sociedades. Nos hallamos tal vez, ante un ejercicio de genealogía conceptual de la sociedad moderna, de su origen y también de la operatividad de sus diferentes esferas o sistemas contenidos; añadiendo una perspectiva ya existente, pero con diversos matices. La bibliografía al respecto es extensa y vasta, y aunque nuestro análisis pretende observar componentes característicos de las sociedades actuales como lo son temáticas como el empleo de la técnica y su aplicación en sistemas industriales, la razón de ser del consumo y la demanda del mismo en tales sociedades industrializadas, las conexiones entre las instituciones modernas y la sociedad capitalista-industrial o también, el rol que dichas sociedades han otorgado al medioambiente etc. Por encima de todo, este escrito ha de ser entendido como un almacenamiento de diferentes saberes cuyas conexiones evidenciarán la importancia de los nexos en relación al todo. El análisis teórico aquí planteado persigue un planteamiento bibliográfico de cariz casi monográfico en diversos apartados, al que se le irán añadiendo diferentes fuentes documentales con el objetivo de que el escrito llegue a deslizarse de manera casi rizomática nutriéndose de otro tipo de ramificaciones teóricas significativas y proteicas para la resolución final de las conclusiones. Como bien hemos señalado, el ensayo, tendrá en todo momento a su favor o en contra, un afán o apetencia genealógica y se valdrá a lo largo de su resolución del empleo conceptual del término “sistema1” como piedra angular para la introducción de diversos argumentos. Mediante este empleo, se nos antojará más comprensible la aprehensión de los argumentos y de la claridad en el desarrollo de los mismos. En el primer apartado del texto, se indagará para dilucidar el significado que la técnica plantea en relación al ser humano desde una óptica filosófica para después confrontar tales postulados con los que el sistema técnico y sus desarrollos internos e interconexiones acarrea. La cuestión de la técnica, ya sea percibida como un sistema que ejerce dependencias recíprocas entre su propio conjunto y el ser humano, o cómo una característica substancialista propia y disoluble en el testimonio existenciario del hombre; debe su reflexión a la elucubración mítica del origen de la cultura occidental. Haremos eco de un número determinado de trabajos críticos para conformar una idea inicial sobre las dimensiones que la técnica puede adquirir.

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Nos adaptamos a la definición etimológica clásica o grecolatina de la que también se hará eco M. Bunge al determinar “sistema” como “un objeto complejo cuyos componentes se relacionan con al menos algún otro componente; puede ser material o conceptual”. M. Bunge, “Diccionario de filosofía”, Siglo XXI, México (1999), p. 196.

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Una vez cimentado el primer punto, el segundo punto del mismo apartado tiene por cometido estudiar desde la óptica de la filosofía y la sociología, las diferentes consecuencias que el sistema técnico ha generado en las sociedades modernas y qué tipo de mecanismos se han puesto en funcionamiento con sus correspondientes desafíos para el individuo moderno. En este apartado también pretendemos arrojar algo de luz sobre la pregunta planteada en el apartado, para lo que indagaremos en torno al papel que juega la técnica y hasta qué punto puede adquirir importancia dentro de un horizonte holístico que se mostrará bajo una visión crítica. Las figuras de pensadores de la técnica como Heidegger, Stiegler u Ortega nos serán de ayuda para ello. Una vez inmersos en la acometida por discernir qué papel juega la técnica dentro de las interrogantes que hemos planteado, nos preguntaremos en el segundo apartado por cuál es o ha sido a lo largo de la experiencia historiográfica, el devenir o desarrollo empírico de la misma aludiendo a las consecuencias lógicas que parecen operar dentro de la misma. Nos interesa en este caso aclarar cuál es el comportamiento de la técnica, que tipo de cambios sufre dentro de su conjunto para desarrollarse y qué componentes determinan dichos cambios. La Academia ha suscitado y promovido la existencia de diferentes proyecciones al respecto, entre las que Gille baraja tres corrientes fácticas con sus respectivas singularidades, para desentrañar cual es en las diferentes casuísticas experimentales posibles, el desarrollo de la técnica y los productos técnicos. Para ello nos centraremos en la afirmación férrea que el historiador de la tecnología B. Gille nos trae a colación al respecto: “Sin cambio no hay Historia”2 al cual se adhiere también B. Stiegler al señalar que “es patente que la estabilidad se ha convertido en la excepción y el cambio en regla. La técnica como tecnología y tecnociencia, es el principal factor de esta inversión”3. Estos epígrafes resultan del todo esclarecedores en relación a la no refutación de que los periodos históricos han sufrido cambios sustanciosos en su contenido científicotécnico4 y parece reforzar algunos de los diferentes argumentos que las Ciencias Sociales han vertido con el objeto de calificar ciertas características de las sociedades modernas. Si por algo se caracteriza la Modernidad entendida como periodo histórico, es por su capacidad de mutabilidad y latencia de cambio constante, dando lugar al testimonio que supone la Historia desde la irrupción de los numerosos cambios que sufre la civilización occidental desde el siglo XV. Indudablemente, la técnica es un punto de apoyo entre las bases que conforman una proyección holística de la Modernidad, y también en relación a la empresa que el propio Gille casi subrepticiamente pretende alumbrar: ¿Existe algún sistema5, o tal vez subsistema preemiente, tras la concepción de un sistema global que aglutina el marco de lo económico, lo técnico, lo social o incluso lo político? ¿Qué fundamentos empíricos ponen en funcionamiento el desarrollo de la técnica?

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B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999) p.11,. B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p. 7. 4 Aludimos a posteriores y anteriores referencias en este escrito sobre los cambios ejercidos en la Historia. Referimos así, el periodo de la Antigüedad donde se equipara el saber técnico con el concepto de la “tekné” de origen griego, la inclusión de las Ciencias experimentales surgidas a manos de los llamados mecanicistas “filósofos naturales” en el siglo XVI-XVII y la irrupción final de la tecno-ciencia de carácter puramente positivista como principal asidera de la epistemología occidental. 5 Gille se vale de la utilización del concepto “sistema técnico” como campo que aglutina todo lo relativo a la tecnicidad o lo técnico como producción humana. Estima su existencia como componente en cohesión o coexistencia por extensión con otros diversos sistemas que conforman un sistema global. En B.Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999). 3

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Para ello, hemos consumado a posteriori sin desearlo una “petitio principii” aparentemente necesaria: aceptar que la mentalidad analítico mecanicista de la Modernidad confronta la Realidad aceptando la tarea de describirla como un objeto o conjunto colmado de complejidades operantes entre sí, siéndonos preciso catalogar por separado sus componentes y discernir interpretativamente que ésta, se nutre de diferentes sub conjuntos que se retroalimentan y coexisten en sinergia. Siendo este el marco en el que escudriñaremos a partir de este apartado y en sucesivas alusiones la Realidad global actual, prestaremos atención al ámbito de la técnica, debido a que se ha erigido en una de las bases-columnas diferenciadoras de las sociedades modernas. El tercer apartado analizará aspectos propios de los sistemas globales caracterizados como sociedades industriales, institucionalizadas, consumistas y demandantes; y cómo estas se ven encauzadas en una lógica deseante para sustentarse plenamente. Nos centraremos en los aspectos del deseo o los mecanismos operantes en las sociedades industriales que posibilitan, generan, diseñan y funcionan; entregados a alcanzar el fin de construir una demanda del consumo que debe de ser satisfecha. La demanda de bienes consumibles o servicios que nuestras sociedades industriales o post industriales manejan, debe de ser, necesita ser, cubierta a la postre debido a la categórica importancia envuelta en el interior de todo el ciclo productivo de la misma. Nuestras sociedades actuales pueden ser percibidas como productoras/consumidoras u ofertantes/demandantes, y todos los movimientos sistémicos globales que esas relaciones generan, acaban por suponer la lógica de trabajo-consumo que mantiene y posibilita el funcionamiento del sistema-mundo. El poder de extensión ontológico del actual sistema capitalista y su esencia globalizante o totalizadora6 es tal, que su halo se expande sobre cada objeto, acto o pensamiento casi con necesidad aparente. Allá donde el hombre posa o dirige su atención reflexiva, esta puede verse afectada por un influjo materialista o instrumental debido a la incursión de ese nuevo “homo economicus” actual. Si no se huelga de ingenuidad contemporánea; el juicio ejercido sobre lo óntico puede empujarnos a concluir que todo lo existente en dependencia de diferenciados subsistemas, se halla estrechamente dependiente de la propia necesidad de un sistema global capitalista. Nada es, nada puede llegar a ser, nada puede llegar a operar, sin la existencia de una superestructura rectora, articuladora y sustentadora de los diferentes subsistemas. Es por tanto naïve, negar que la ontología occidental no está enraizada de antemano en una petición de principio argumental que aluda a una entidad rectora original o esencial que se erija como colágeno entre sus subsistemas internos. A pesar de simples o carentes de exactitud en principio, las anteriores afirmaciones no parecen estar desorientadas en cuanto al rumbo exacto que nuestro sistema global ha adoptado casi de manera inequívoca o mayoritaria. La pregunta que nos plantearemos en este tercer apartado del análisis, se centrará en rastrear qué fenómenos suscitan que los mecanismos de dichas sociedades se mantengan operativos, en discernir también qué papel decisorio juega la irrupción de la técnica en las sociedades industriales, postindustriales y de consumo; y en definir cómo la demanda de bienes consumibles y servicios puede ser interpretado como entidad de privación o carencia que mediante la técnica y el desarrollo de la misma al servicio de la oferta y producción industrial, supondría la actualización positiva o elemento de saciabilidad de 6

Que aunaría con maestría conceptos como la ideología, la praxis económica, la ética, el tipo de instituciones, les estructuras sociales etc. La aproximación de J. Habermas al respecto nos parece acertada al estar orientada en la dirección desarrollada por la Escuela de Frankfurt, donde “racionalidad” y “tecnociencia” se han equiparado en un binomio instrumental en arreglo al dominio del hombre sobre la Naturaleza y finalmente del hombre sobre el hombre. En J. Habermas, “Ciencia y técnica como ideología”, Tecnos, Madrid (1986). Recurso on line en http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/687.pdf

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tal demanda. Para acometer tal ejercicio, hemos visto conveniente realizar una revisión caprichosa de formulaciones teórica previas a la irrupción del hegelianismo como puede representarlas la figura de Schopenhauer en su definición del concepto de Voluntad humana. El concepto de “deseo” obtiene una definición llamativa con Schopenhauer que parece resumir la “necesidad” de un motor de necesidades dentro del sistema global para que este se mantenga operativo y se vea autojustificado por medio de la producción, el consumo y el papel que las instituciones modernas han desempeñado como garantes de la conservación y los derechos del individuo. El cuarto apartado se dedicará a analizar las evidentes consecuencias que las mencionadas sociedades han dinamitado en relación a la naturaleza, el contexto físico o aquello que comúnmente denominamos como medio ambiente; haciendo hincapié en aspectos de la mediación lingüística que el hombre moderno ha desarrollado con la naturaleza desde los orígenes de la cultura occidental. Subrayaremos la importancia inicial de la explicación mítica y nos desligaremos después hacia una revisión histórica del desarrollo lingüístico que el hombre ha cultivado en su manera de percibir la naturaleza. El cuarto punto del texto se enfrenta a una empresa ardua que conectará diferentes matices de los apartados anteriores con su leitmotiv. Para ello, el análisis rastreará en la historia occidental desde el surgimiento del pensamiento presocrático hasta la herencia ilustrada, deteniéndose en Grecia, el Medievo, Renacimiento y el periodo moderno. En el apartado final del análisis, se ejercitara un resumen de las ideas principales de cada apartado anterior. Se mostrará la coherencia entre los diferentes puntos y se sugerirá el alcance de las conclusiones vertidas en alusión al sistema global contemporáneo con la ayuda de los argumentos de diferentes autores que también han mostrado su preocupación por discernir un espíritu crítico frente a la cuestión que aquí nos ocupa.

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1. LA TÉCNICA. “La técnica representa la fantasía de la realidad” Lucian Blaga

Los derroteros por los que las sociedades actuales han transitado pueden corresponder a la herencia que la Modernidad ha impreso en ellas paulatinamente desde su propio surgimiento. Si por algo se caracteriza dicho periodo, en el que sin duda, las sociedades actuales aún se ven encauzadas por patrones propios del periodo moderno, es debido al uso sistemático de la técnica. Nuestro análisis pretenderá mostrar aspectos puramente historicistas, cronológicos o simplemente testimoniales; intentando desvelar qué supone la técnica para el hombre desde una perspectiva filosófica y en qué se basa o a que debe su desarrollo valiéndose de bibliografía referente a la técnica. 1.1. ¿Qué es o qué supone la técnica para el hombre? Con la intención de construir una respuesta argumentada a la pregunta, nos es necesario una vez más, retornar a los orígenes de la civilización griega. Efectivamente, el mito de Prometeo y su hermano Epimeteo que mencionaremos brevemente7, vendría a resumir y acondicionar el comienzo de una reflexión en torno a la técnica y parece alumbrar algunos matices que guardan consonancia aún con la mediación del hombre con la técnica. La tradición mítica griega nos presenta a Prometeo como el titán al servicio de Zeus, padre del resto de deidades. Llegado el momento, Zeus decidió traer a la existencia a los no inmortales (los hombres y el resto de seres orgánicos), encargo que encomendó al propio Prometeo. Por su parte, Prometeo constaba de un hermano gemelo, un doble de si mismo llamado Epimeteo, que a pesar de la similitud con su hermano, representaba todas las cualidades contrarias a las de Prometeo. Epimeteo es considerado como la deidad torpe y de escasas entendederas, figura titánica de la falla en el olvido, de la retrospectiva o el pensamiento tardío; mientras que Prometeo representa una figura de conocimiento, maestría y memoria total, al ser el titán de la previsión8 y la prospección. Tal es el antagonismo entre los titanes, que mientras que Prometeo no olvida nada, Epimeteo lo olvidará todo. Cuenta el mito, que cuando Prometeo recibe el encargo de Zeus, su hermano muestra disconformidad y ruega al propio Prometeo que delegue en él para llevarlo a cabo. Prometeo conoce las limitaciones de su hermano, pero compadeciéndose de sus taras, finalmente le transfiere el encargo divino. Una vez llevando a cabo su cometido, Epimeteo comienza a distribuir las diferentes cualidades entre los seres vivos, otorgando a cada uno de ellos diversas propiedades con el objetivo de establecer un equilibrio entre todas las especies, a imagen y semejanza del equilibrio establecido como ejemplo del balance ecológico que podemos percibir en la Naturaleza. Distraído en su labor, se percata de pronto Epimeteo de que las cualidades se han acabado, todas han sido equitativamente repartidas entre los seres vivos a excepción del hombre; al cual Epimeteo olvida reservarle algún tipo de cualidad9. En su olvido, el hombre es traído a la existencia sin 7

Resumimos las impresiones recabadas por el filósofo e informático B. Stiegler en la película documental documental “The Ister. En D. Barison y Daniel Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 8 I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 296. 9 Referencia extraída de Platón, “Diálogos” Vol.I, “Protágoras”, Editorial Gredos, Madrid (1997), fragmentos 320d-322a.

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ninguna cualidad que lo caracterice, desprotegido y en desventaja con el resto de seres vivos; se ve continuamente amenazado por el contexto y no puede sentirse parte del equilibrio natural. Una vez conociendo el error de su hermano e intentando enmendarlo, Prometeo desciende a la fragua del dios Hefesto con el objetivo de robar el fuego (símbolo de la técnica y del poder divino) que en ella habita. La respuesta de Zeus ante la osadía de Prometeo para enmendar el error de su hermano y poder otorgar al ser humano de alguna “herramienta” en vista a su carencia de cualidades, es por todos ya conocida. En la mitología griega, Prometeo se erige como una imagen del ingenio divino del que se hace partícipe el hombre, y su construcción mítica puede que responda en lo más profundo del ideario tradicional, al testimonio del deseo de los hombres, de la posibilidad para valerse de su propia creación técnica10; de su cualidad esencial si se prefiere, para conquistar tal deseo11. Es así, que por su parte la técnica ha admitido dos tipos de definiciones, instrumental y antropológica. La definición instrumental contempla la técnica como “un medio para alcanzar diversos fines”, mientras que la antropológica estipula la técnica como un “hacer del hombre”12 un “saber cómo hacer”13. Para retornar al “leitmotiv” del ensayo e intentar conectar lo planteado hasta ahora, debemos rastrear en busca de la vertiente “Continental” de la Filosofía del s. XX, hallando la figura del alemán M. Heidegger. Su compromiso con las concepciones de raíz metafísica o al menos no estrechamente ligadas a un lenguaje puramente científico, planteó un cuestionamiento a mediados del siglo pasado. Dicha interrogante estaba centrada en toda la tradición filosófica occidental que hemos heredado, y fue rescatada en una conferencia relativa a la esencia de la técnica y su diseño más moderno14. Heidegger se interrogará en torno a la definición instrumental y antropológica de la técnica, apuntando a que su esencia científica no siempre camina de la mano de una caracterización neutral. Heidegger concebía la filosofía no como un hacer en relación a la verdad, si una actividad puramente reflexiva circundante al lenguaje. Su meditación invita a comprender la técnica como un saber antológico inherente al ser humano, como un instrumento para el desvelamiento lingüístico de la verdad en la physis. La verdad, gusta de esconderse15 y es el hombre quién mediante el lenguaje, por su constante interpelación, ha de extraer la verdad y hacerla perceptible. Pero una vez sumergidos en esta tarea del conocer, Heidegger nos adelanta que existen ciertos matices etimológicos de la antigua doctrina griega entre la verdad entendida como

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Mumford se inclinará por una definición más técnica”, valga la redundancia: “La técnica es un traslado a formas prácticas, apropiadas de verdades teóricas, implícitas o formuladas, anticipadas o descubiertas de la ciencia”. En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p66. 11 Para mayores matizaciones sobre el concepto de deseo con vinculación al mito, nos ocuparemos de tal conexión en el segundo apartado del análisis. 12 M. Heidegger, “La pregunta por la Técnica”, en “Conferencias y artículos”, Ediciones Serbal, Barcelona, (1994), p.9. 13 J.L. Nancy en el documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 14 M. Heidegger, “La pregunta por la Técnica”, en “Conferencias y artículos”, Ediciones Serbal, Barcelona, (1994), pp. 9-37. 15 En terminología Heideggeriana, “A-letheia” o verdad, conformado de la unión del privativo “A” y “Letheia” o lo oculto, lo velado.

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“corrección del representar”16, ya se dé en los procesos internos de la Naturaleza, la técnica de la sofística17 o bien entre lo material inorgánico fabricado técnicamente. Heidegger nos adelanta que el significado de la técnica o “tekhné18 originariamente circundaba cercana al saber artístico o artesanal19 de extraer formalmente de la Naturaleza su verdadera esencia, de “traer-ahí-delante” algo20 en un desvelamiento mimético-práctico de la Naturaleza21. La técnica no puede tomarse para Heidegger como un mero medio orientado a la consecución de fines en su definición instrumental, ya que la técnica supone “un modo de salir de lo oculto”22. Incluso en el vocabulario aristotélico nos es posible hallar una definición concomitante con el aspecto potencial que la técnica alberga, entendida cual hacer dependiente de una causalidad externa a sí misma, incapaz, en su definición tradicional, de un posible feedback generativo: “Saca de lo oculto algo que no se produce a sí mismo y todavía no se halla ahí delante, y por ello puede aparecer y acaecer de este modo o de este otro”23. Por lo tanto, la técnica se concibe como una suerte de capacidad para suscitar accidentalidad en el mundo, para generar accidentes (traídos-ahí-adelante) que en su definición etimológica griega suponen una manera de des-ocultar la verdad, de conocer gracias a la técnica. Como tal, la técnica moderna también pretende conseguir una dinámica de des-ocultamiento, pero la finalidad intuida a este desvelamiento no opera en las mismas lógicas tradicionales que la definición griega nos advertía. El hombre técnico, ejerce un desvelamiento que no tan solo pretende mostrar la verdad, sino que conlleva a una solicitud de la Naturaleza. Una solicitud “de suministrar

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En M. Heidegger, “La pregunta por la Técnica”, en “Conferencias y artículos”, Ediciones Serbal, Barcelona, (1994), p.15. Concepto que Stiegler trabajará más adelante como “ortotés”. 17 Argumento exhibido en la entrevista por J.L. Nancy. Nancy se hace eco de la capacidad de la “técnica sofística” como técnica del logos frente al mito para alumbrar otra explicación circundante al mundo, otra manera de generar “verdad” centrada en su poder de la palabra entendida como persuasión, poder discursivo y argumentativo. Nancy coloca el surgimiento de la filosofía griega como producto en respuesta a una técnica sofística que se postularía a sí misma como representante del “buen sofisma”, del sofisma en conexión con una suerte de “razón objetiva” (en el vocabulario de Horkheimer). Reflexión extraída del documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 18 Siempre utilizando la etimología griega clásica, técnica o arte de mimesis verdadera en un soporte o realidad diferente a la originaria de la Naturaleza llevada a cabo por el hombre que puede incluso adquirir un sentido poiético. 19 Conviene rememorar aquí de manos de Nietzsche, otra aportación etimológica que añade luz a la definición de la técnica en un sentido que nos es conveniente para el análisis. Nietzsche se ve obligado a comparar el concepto de “tekhné” frente a la palabra “sofoi”. Mientras que la raíz de la primera enunciaría el acto y el significado de “mostrar” mediante el “engendrar”; la segunda haría alusión al “sabio” como “el que saborea o saboreador” el dotado de “gusto”. La primera raíz incide en el aspecto práctico y útil del conocimiento como técnica, en oposición a la segunda; tomada como una suerte de “inutilidad”. Teniendo en cuenta que lo “inteligente” o lo “hábil” (atributo de ser capaz de descubrir la bondad de las tareas) difiere claramente de lo “difícil” “divino” “maravilloso” pero también “inútil”. “Sofos” frente a “teknos”, saber frente a mostrar, o saborear frente a engendrar. En F. Nietzsche, “Los filósofos preplatónicos”, Trotta, Madrid, (2003), p. 23. 20 M. Heidegger, “La pregunta por la Técnica”, en “Conferencias y artículos”, Ediciones Serbal, Barcelona, (1994), p. 13. 21 El acto de mostrar en un plano terciario (en realidades platónicas, a) la idea, b) la materia y c) la representación de la idea mediante la materia), constaba de una intencionalidad instructiva o lingüística, no tan solo estética o dirigida al deleite. 22 En este sentido, técnica pertenece al ámbito del “desocultamiento” a “la región de la verdad”. M. Heidegger, “La pregunta por la Técnica”, en “Conferencias y artículos”, Ediciones Serbal, Barcelona, (1994), p. 14. 23 Heidegger nos transporta hasta la noción de potencia de Aristóteles advirtiendo que la técnica siempre precisa de una “causa efficiens” ajena. Ídem, pp. 15-16.

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energía que como tal pueda ser extraída y almacenada24”, una “provocación” del hombre que gracias a la técnica moderna no se vale de la Naturaleza y se adapta a ella, sino que persigue dominarla decidido a explotarla y “a impulsar(la) hacia la máxima utilización con el mínimo gasto25”. Para Heidegger, el hombre moderno no contempla lingüísticamente ya la Naturaleza como un ámbito caótico, ni un ámbito medible o controlable; sino como un conjunto de materialidad a la que puede exigir y solicitar existencias. Esta mercantilización de la Naturaleza debe su origen a una disposición para extraer rentabilidad económica de las fuerzas y capacidades explotadas en ella. La operación lingüística del hombre de identificar la Naturaleza como un conjunto de capacidades energéticas, de existencias o stocks; lo convida a percibir la ontología en la que opera, con un grado voraz de utilitarismo formal. Su capacidad para abstraer la Naturaleza lo invade; la physis no es tomada como ni siquiera un objeto diferente al hombre, sino que está frente al hombre como un sentido de existencias. Pero el propio Heidegger incluso se atreve a ir más allá en su planteamiento del hombre en relación a la técnica moderna. Si esta no es sino un artificio de des-ocultamiento del que se vale el hombre, que al parecer, solicita y emplaza en su tarea de mediar con la Naturaleza, “¿no pertenecerá entonces también él, y de un modo aún más originario que la Naturaleza, a la categoría de las existencias?”26 Esto retrotrae una transmutación de sentidos, de lógicas si se precia; ya que el hombre ya no se adapta a los obstáculos que la Naturaleza le planteaba, si no que es capaz mediante una utilización innovadora de su saber técnico, de adaptar y transformar la Naturaleza en consonancia a sus metas y fines27. Esta concepción utilitarista científica y radicalmente pragmatista en diversos aspectos, germina al estipular la lógica de existencias y solicitud, de producción, consumo y desarrollo. A colación de lo mencionado, un gran analista de Heidegger como lo es Stiegler, no concede tal importancia a la exigencia dispuesta por el uso de la técnica moderna sobre la Naturaleza como un ámbito del que poder extraer energía y almacenarla. En su opinión, la técnica tradicional ya se ocupaba de ejercer retenciones y almacenamientos entendidos como empleo de una anticipación a las características de la Naturaleza. Es con la injerencia de una racionalización dada, junto con la incursión de la técnica moderna en el modo de conformar el lenguaje, que se postula consciente una retención en la finitud; lo que preocupa a Stiegler en relación a la reflexión de Heidegger: a saber, “lo más grave que puede al hombre (al que ya no le sucede nada): la tecnificación de su lengua”28.

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Ídem, p.15. Ídem, p.16. 26 Heidegger se hace eco del lenguaje empleado mediante un ejemplo del ámbito económicoempresarial cuando se menciona el “material humano” o los pacientes de un centro de salud como un “activo”. Esto nos lleva a banalizar en cierto modo, cosificando y abstrayendo mediante el lenguaje, llegando incluso a instrumentalizar con concepto del hombre. Ídem, p.17. 27 Heidegger insistirá en la esencia compartida por la “tekné” de Platón y Aristóteles y la estructurada gracias al desarrollo científico, pero no así en el modo en el que ese desvelamiento de lo oculto sucede en relación a la solicitud de la Naturaleza, y es aquí donde radica la diferencia: “El hacer salir de lo oculto que domina por completo a la técnica moderna tiene el carácter del emplazar, en el sentido de la provocación. Éste acontece así: la energía oculta en la Naturaleza es sacada a la luz, a lo sacado a la luz se lo transforma, lo transformado es almacenado, a lo almacenado a su vez se lo distribuye, y lo distribuido es nuevamente conmutado. Sacar a la luz, transformar, almacenar, distribuir, conmutar son maneras del hacer salir lo oculto.” Ídem, p.16. 28 La percepción del lenguaje como simple información en transmisión, nada muy cercana a la noción programática de la técnica, peligro ante el que Heidegger no parece mantenerse indiferente y ante el 25

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El hombre como tal, puede ser presentado como un agente dotado de la necesidad subjetiva, y en extrañas ocasiones contingente, de vivir. El sentido subjetivo de su existencia ha de verse afirmado, y la necesidad de vivir conlleva la extracción de una concatenación irrechazable de consecuencias. El hombre se ve aprisionado por tanto su faz epimeteica, como por la prometeica. Su vida, su paso por la existencia, tan solo supone una necesidad de necesidades marcada por la carencia de poder satisfacerlas. Para ello, el hombre extraerá del medio Natural (“circunstancial” en el vocabulario de Ortega), se ve capacitado gracias al fuego prometeico, a la herramienta sustitutiva de su carencia de cualidades, para crear lo inexistente29. La técnica tiene por cometido asegurar la satisfacción de las necesidades del hombre, el poder saciarlas con un mínimo esfuerzo requerido que suponga un ahorro de energías y debe albergar posibilidades nuevas en el acto de reproducirse30. La técnica responde pues para Ortega (como veremos más tarde) a una búsqueda, a un anhelo de bienestar que atravesará el sentido de la existencia humana31. Es por tanto el hombre en su relación con la técnica, un “hombre programático y teleológico”, técnico en este sentido incluso para construirse a sí mismo, crearse a si mismo, ya que su proyecto de vida se tornará en un “quehacer”. Ortega insistirá en esta dimensión del hombre técnico: vivir conlleva por fuerza “hacer que haya, lo que aún no hay”32 ya que el mundo no es más que la primera materia y desde el mecanicismo del siglo XVII, una posible máquina cuya interpretación hemos de hallar. La técnica atraviesa, como veremos más adelante, no sólo el método práctico empleado en la epistemología, sino también el propio carácter esencial de la epistemología del hombre y su capacidad es crear, surtir, “llegar a ser”. Stiegler por su parte parece coincidir con Ortega en cuanto al carácter programático de la técnica, pero él percibirá la técnica como soporte perdurable y trascendente del hacer del hombre: una herramienta capaz de dar testimonio de lo orgánico y finito en lo inorgánico y duradero33, pues el objeto técnico puede ser percibido como “materia inorgánica organizada34”. Dentro de los postulados míticos referentes a Epimeteo y Prometeo, la técnica (concebida como el “qué” tecnológico que describe la propiedad o esencia técnica característica del “homo faber”) adquiere para Stiegler el estatus de suplemento, prótesis; al que antecedería o anticiparía el “quién” (identificación bio-antropológica de la sustancia humana): aquello que quiere, desea, experimenta, piensa y conoce35. En este sentido, el ser del hombre no adquiere significado sin la tecnicidad, pues ambos “quién” y “qué” se hallarían dentro de una conexión transformativa recíproca la cual cual se posiciona en contra debido a su compromiso filosófico opuesto a la corriente analítica. De estas intuiciones nos encargaremos en sucesivos apartados del texto y en sus conclusiones. Cita extraída de B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), pp. 271, 270. 29 En J. Ortega y Gasset, “Meditación de la Técnica”, Espasa, Madrid (1965), p. 18. 30 Para J.L. Nancy la técnica es aquello que esencialmente no tiene fin, siendo un “saber como” dirigido a un fin, pero cuyo fin no está dado y ha de ser producido. Argumento exhibido en la entrevista a J.L. Nancy en el documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 31 En J. Ortega y Gasset, “Meditación de la Técnica”, Espasa, Madrid (1965),p.34. 32 Ídem, p.46. 33 Stiegler se vale de la reflexión de R. Barthes en torno a la técnica fotográfica de manera que “El pasado es presente en la foto”, una “relación mecánica de adherencia (de exactitud) identifica ese instante de lo Real como tal”. En B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), pp. 27-29. 34 Ídem, p.22. 35 B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p. 15.

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daría lugar al fenómeno generativo de la vida. Las dinámicas de ambas esferas se entrelazan en ciertas exigencias necesarias: la tecnicidad requiere del hombre, pues debe al hombre en este sentido su poder de anticipación, de proyección etc. Y por el contrario, el hombre adquiere consciencia de la historicidad, del cambio, del paso del tiempo gracias al testimonio que los productos técnicos suponen: lo pondrían en contacto con un pasado no vivido al que no tendría acceso sin la experiencia trascendente de la expresión de su hacer técnico. Para Stiegler, ambos componentes se hallan en una situación de constante negociación transformativa, dinámica y repetitiva, en la que el condicionamiento no puede sino ser mutual. El hombre requiere del hacer técnico para poder ejercitar una curiosa suerte de memorización, de dejar constancia de su existencia sobre los objetos técnicos. El “almacenamiento de la finitud” al que se refiere Stiegler se vale del “quién” para dejar su impronta en el “qué”: inicialmente, el hombre primitivo forja una piedra de sílex en busca de poder saciar un fin dando lugar a una definición instrumental de la técnica. Pero a la vez, y sin saberlo de manera obvia, el hombre primitivo ha “traído-ahí”, ha des-ocultado lingüísticamente y además, ha constituido un nuevo soporte de memoria de su propia existencia desde la perspectiva antropológica36. Esta nueva dimensión que la técnica otorga al hombre como testimonio de su devenir, que además supone la expresión de la ya mencionada “previsión prometeica” frente a los fines perseguidos por el hombre; se erige como un tipo de memoria en soportes técnicos diferenciado de los otros modos de memoria, incomunicados entre sí, de los que es partícipe el hombre: la memoria genética (ADN) y la memoria individual o la perteneciente a la cualidad mental desempeñada por el sistema nervioso. La aparición de la técnica procura una transmisión cultural de saberes, de memoria, de experiencias en el momento en el que el “homo faber” adquiere importancia en la evolución del hombre. El ideario del “homo sapiens”, ha evolucionado en un “homo faber” o técnico, para acabar por florecer en un “homo economicus” que se ve en correlación con un sistema global cuyas lógicas él mismo ha creado y se incomoda por controlar. El arraigo de esta noción está en consonancia directa con una génesis lingüística y filosófica de no tan nobel nacimiento, incluso con la gestación de unos mimbres para el desarrollo posterior de un modelo socio económico como el experimentado en nuestra contemporaneidad. Un sistema global que no resulta azaroso, causalmente interconectado geográficamente, intencionalmente seleccionado del todo, tecnificado por completo y cuyos efectos sobre el hombre merecen ser sopesados y tal vez criticados como pretendemos demostrar.

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Argumento exhibido en la entrevista a B. Stiegler en el documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004).

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2.SISTEMA TÉCNICO “El mundo no ha cambiado por la política sino por la técnica.” Friedrich Dürrenmatt

En el apartado anterior hemos señalado aspectos que afectan a la técnica y el hombre, como entes diferenciados que se ven interconectados necesariamente. En este segundo apartado, el desafío se centra en concretar cuáles son las dinámicas de la técnica, definir sus lógicas y en que se basa el desarrollo técnico entendido como un absoluto impuesto que no cesa en su devenir que en absoluto es ajeno al hombre. 2.1.Breve introducción al “sistema técnico”. Razones y condicionantes de su desarrollo. Para abarcar el intento planteado en la introducción, nos hemos de centrar en la figura de B. Gille para analizar el comportamiento del sistema técnico. Gille nos introduce en diferentes variantes o corrientes de percibir y catalogar el desarrollo técnico. Por una parte mencionará el proyecto positivista, que hace gala de un “Determinismo tecnológico” que es percibido como sólido y ciertamente continuo. En segundo lugar, destacará la existencia de un “Determinismo blando” que se erige siempre dependiente de una suerte de combinatoria de sistemas como explicación. Y finalmente, hallamos el “Constructivismo social” que promulga una horizontalidad de sistemas preeminentes que operaran con prioridad sobre el técnico. Cualquiera de las tres proyecciones podría llegar a iluminar una explicación en relación a un estudio fenoménico concreto, pero Gille introducirá una segunda interrogante de la cual nos vamos a servir en las siguientes argumentaciones: ¿Cuál es, o ha sido, el motor del progreso / desarrollo / devenir científico-técnico? Previo a dicho análisis, es necesario dejar por sentado que al hablar de un sistema técnico, enunciamos un conjunto de técnicas que son tomadas como dependientes entre si y requieren coherencia en distintos niveles37; por lo que su existencia está ligada o sucintada a la capacidad de potenciar su propia multiplicidad, tanto cualitativa como cuantitativa. Gille subraya dos tipos de variaciones posibles a analizar. La primera, la sucesión de acontecimientos que posibilita establecer algún tipo de lógica en el desarrollo de las técnicas, que incide en un momento inicial caracterizado por un progreso científico palpable, seguido después de un peculiar punto de invención técnica, al que le sucede una fase de innovación. En esta variante, la preeminencia del sistema técnico sobre el resto parece mantenerse. Es decir, “la formación de un nuevo sistema técnico ha sido una de las causas de la puesta en marcha del crecimiento, la cual solamente producirse en la medida en que fuese viable el sistema técnico”38 No sucedería lo mismo en la segunda, en la que tanto la innovación como la invención se alternarían de manera paralela o acompasada para dar lugar a una fase de progreso económico. En esta variación, la preeminencia residirá en el sistema económico y su influencia desinencial se verá afectada en el marco social de manera irremisible.

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B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p. 51. B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p. 117.

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Por lo tanto, ¿es el progreso de la técnica un producto del azar o por el contrario, responde a la intencionalidad de un determinismo sistémico? De lo que no parece dudar Gille, es de que la aplicación correcta de la técnica en busca de un progreso interno, está comprometidamente dirigida a su éxito dentro de las estructuras sociales, económicas, políticas39,etc. Es por lo que la técnica se presenta como un medio potencialmente iterado que responde a las fallas o exigencias de otros subsistemas paralelos al técnico. 2.2. Coherencia o incoherencias entre sistemas. Sistema económico, Sistema social y Sistema técnico dentro del Sistema Global. De esta manera, las relaciones que el sistema económico mantiene con el sistema técnico, parecen encumbrar una coherencia evidente y necesaria entre ambos40. La subsistencia de la técnica está reñida a una dependencia esencial al balance final efectuado entre ganancias y gastos, o lo que es lo mismo, al margen de beneficios41. La proyección de una nueva singularidad en la técnica, ha de estar apoyada por un cambio positivo en la esfera económica o ha de estar orientado a suscitarlo. Esta afirmación parece conectar o coincidir con una primera mirada sobre el funcionamiento del actual desarrollo técnico que acaba por sintetizar la idea de que dicho desarrollo: supone en la contemporaneidad, un modelo único de desarrollo aparente. Se refuerza esta hipótesis al no poder encontrar apenas ejemplos contrarios en la Historia, ya que la variante económica es vital para asegurar el devenir del progreso técnico. El ámbito de la técnica se presenta en este caso como un conjunto cuyas lógicas operan claramente de manera más flexible en apariencia debido a los modelos de consumo, que se performan y actualizan con permeabilidad alineándose con el sistema económico actual y sus diferentes usuarios o consumidores42. En cambio, el marco social cumple un tipo de afección sobre el sistema técnico en dos direcciones. La coherencia entre lo social y lo técnico se torna necesaria cuando la red social analizada se muestra preparada o adaptada para acoger/”adoptar” un sistema técnico concreto y lo que la irrupción de este supondría para el resto de niveles afectados colateralmente. Por el contrario, el marco social también parece ejercitar experiencias de resistencia ante un sistema técnico determinado, evitando el establecimiento del mismo. Los casos experimentados pertenecerían a sociedades rígidas en los que se detecta escasez de compenetración entre los conjuntos sistémicos de sociedad y técnica43. En este marco concreto, los aspectos sociales parecen haber sido capaces de condicionar los sistemas técnicos a lo largo de la historiografía, mostrando mayores obstáculos que en los experimentados en la colaboración entre sistemas técnicos y el sistema económico. Podríamos determinar en palabras de Stiegler que tradicionalmente “la tecnogénesis va estructuralmente por delante de la sociogénesis (…) y el ajuste entre evolución técnica y tradición social siempre conoce momentos de resistencia porque, dependiendo de su alcance, el 39

Ídem, p.31. Gille rescata los trabajos de Marchal, Perroux, Achermann, Maunoary, etc. En Ídem, p.57-58. 41 Ídem, p.56 42 Señalamos la intuición de I. Illich, el cual denuncia la drástica industrialización de las sociedades occidentales, la cual condiciona la gente, entendida en una lógica de usuarios o consumidores, a “obtener las cosas más que (…) hacerlas”. Esta aproximación pone en entredicho la inercia educadora que las sociedades industrializadas desarrolla sobre la sociedad; la cual valora “lo que puede comprar más de lo que ella misma puede crear”. En I. Illich, “Obras reunidas Vol I., Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 707. 43 B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona, (1999). p.59. Se pueden dar casos empíricos de reticencia desde perspectivas etnoreligiosas (se menciona el caso estricta de la comunidad menonita Amish) o incluso movimientos tecnófobos y de protesta proletaria como el ludismo. 40

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cambio técnico conmociona más o menos los parámetros definidores de cada cultura”44. Pero entre desarrollos sin rémoras y desarrollos condicionados, los sistemas técnicos parecen caracterizarse por efectos de continuidad y discontinuidad cuando forman parte de un sistema holístico o global. Aludimos aquí al término “límite técnico” subrayado por Gille45, en el que un sector determinado, internado en el sistema global, puede llegar a bloquear la evolución exponencial del sistema técnico y a la vez arrastrar diversas peculiaridades insertadas por este, en el desarrollo de otros sistemas horizontales. Para ello, se detectarían dos tipos de agentes o sustitutos. Los “sustitutos exógenos”: supondrían un cambio en el paradigma de otros sistemas en coherencia con el técnico que este se vería incapaz de aglutinar. Y por otra parte, hallaríamos: los “sustitutos endógenos”, en los cuales el cambio de paradigma se desarrollaría en el interior del sistema técnico mostrando obsolescencia incoherencia ante los desarrollos ejercidos por los otros sistemas. El bloqueo tecnológico ha obligado a estimular diferentes medidas institucionales con el objetivo de reactivar la eminencia del sistema técnico en coherencia con el resto de sistemas. Las recetas históricas han tenido tanto forma de aranceles46 como de diversos “recursos técnicos”47, lo que obligaba a las instituciones a la innovación, invención o por el contrario, al replanteamiento de ser de los restantes sistemas existentes con el objeto de salvar los límites estructurales y así preservar la potencialidad del sistema técnico afectado. Es así que, el progreso técnico se hace latente y entra en una fase de desarrollo o carencia del mismo, es decir, se podrían hallar diferentes casos empíricos en los que las diversas relaciones entre el sistema técnico y otros sistemas ejemplifican una suerte de cambio de diferentes velocidades y casuística circunstancial. Pero, ¿cómo han de ser percibidas dichas lógicas y cómo pueden ser aunadas sus singularidades bajo el amparo de categorías capaces de resaltar aspectos universales, estables y constantes? Su esencia por una parte, siempre en palabras de Gille, puede resumirse como una suerte de “Racionalidad difusa”; que ejemplifica en cierto modo la capacidad de los sistemas técnicos para iterar y no cesar en su propio cambio o replanteamiento continuado en relación con las exigencias y prestaciones características del resto de de sistemas. La “Racionalidad difusa”48 predica la importancia positiva y acumulativa de la ciencia en conexión directa con la utilización de la técnica, sintetizando ambas variantes en los puntos coincidentes de ambos desarrollos como “momentums49” o impulsos que dan lugar a progresos históricos en los sistemas en coherencia. Dichos puntos de afinidad tienden a sucederse de manera exponencial con mayor brevedad histórica, dejando latente una de las características esenciales de la Modernidad50. A 44

B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p.8. B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), pp.69-70, 72. 46 Los aranceles persiguen la idea de mantener un equilibrio basado entre la protección del sistema técnico doméstico y un posible retraso futuro en el desarrollo tecnológico con potencial. Ídem, pp.. 6970. 47 Denominados también por Gille en el idioma alemán como “Ersatz” o sucedáneos domésticos que echando mano de materias primas existentes en el ámbito doméstico de los productores nacionales, tienden a aplicarse a la tecnología actual. 48 B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p.78 49 Nos parece útil utilizar el léxico de Newton en este caso terminológico. En I. Newton, “Principios Matemáticos de la Filosofía Natural”, Clásicos del pensamiento Editorial Tecnos, Madrid (1997). 50 A. Giddens acierta al señalar el hecho que a diferencia de otros periodos históricos anteriores, una de las características propias de la Modernidad está arraigada en el “simple ritmo de cambio que la era de 45

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la luz de dicho fenómeno, B. Stiegler matiza que tal vez hasta la llegada del siglo XVIII y XIX, la percepción de la sociedad hacia un posible cambio histórico brutal era cuanto menos inexistente. La reflexión circundante en estimación de que existen nuevas dinámicas en el curso del cambio continuo del mundo, es introducido con la incursión de nuevos procesos industriales. La industria se ve sumergida en una constante lucha económica obligada a crear todo tipo de novedosos objetos y abrir nuevos mercados para la comercialización de esos objetos o mercancías. Estas nuevas lógicas de producción y consumo suponen a su vez un cambio generoso para el sistema social, puesto que hasta la llegada de la industria, el individuo experimenta el mundo como siempre idéntico o casi inmutable, estable; no del todo consciente de que está inmerso en un tiempo histórico. La auténtica consciencia histórica por parte del individuo, nos señala Stiegler, surgiría con la irrupción de Hegel en la filosofía occidental. Antes de la llegada de Hegel, el devenir supone algo excepcional y monstruoso para la conciencia, debido a que el pensamiento tradicional anterior a Hegel subraya la estabilidad y el orden como esencia de la realidad. El cambio o los momentos revolucionarios tan solo suponían rupturas accidentales. A partir de Hegel51, la estabilidad se comienza a percibir como lo excepcional y es el cambio lo estipulado, lo normalizado. Nietzsche se muestra consciente de esto al criticar el espíritu ilustrado y la tradición filosófica racionalista, enunciando que el devenir debería ser pensado como esencia de la realidad. Ante tal despegue de la noción de historia, Marx es también de los primeros en percatarse de ello influido por el desarrollo industrial y técnico, al aplicarlo a su análisis del materialismo histórico. Marx ya en la elaboración de su crítica económica antecede la necesidad de elaborar una teoría sobre la evolución técnica en paralelismo con los postulados evolutivos darwinianos52. Por desgracia, este tipo de dinamismo frenético evolutivo que alumbra constantemente nuevos objetos técnicos, no parece prestar atención a los desajustes creados entre sistemas y sus correspondientes efectos. Dichos desajustes pueden verse afectados tanto por un desarrollo en el sistema técnico no acompasado por el resto de sistemas, como podría darse también a la inversa53. La percepción de un cambio constante se centraría en “la necesidad de fomentar continuos (…) perfeccionamientos, que ha sido característica del capitalismo (que) introdujo un elemento de inestabilidad en la técnica e impidió a la sociedad el asimilar sus perfeccionamientos técnicos e integrarlos en una estructura social adecuada.”54

la modernidad pone en movimiento. (…) Quizás resulta más evidente en lo que corresponde a la tecnología, pero puede extenderse igualmente a otras esferas”. En A. Giddens, “Consecuencias de la modernidad”, Alianza Universidad, Madrid (1994), p.19. 51 Y también gracias al interés por los vestigios históricos, arquitectónicos y técnicos hacia los que se volvió la Arqueología, dando lugar a una proyección más amplia de la magnitud de la Historia. Para Stiegler, la Arqueología supone un estudio de las culturas antiguas a través de los soportes de memoria que suponen los objetos técnicos. Argumento de B. Stiegler en el documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 52 En Ídem. 53 Stiegler reseña este postulado defendido por Gille al subrayar la importancia de “aquello que no llega a constituirse y que nos impone el sufrimiento de la desorientación como tal. Eso se debe en gran parte a la velocidad que el desarrollo técnico ha ido adquiriendo desde la revolución industrial y que no deja de aumentar, ahondando dramáticamente en el retraso entre sistema técnico y organizaciones sociales”. En B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p. 10. 54 Mumford estima que a pesar de la existencia previa en la historia de experiencias capitalistas con un nivel de desarrollo técnico no muy alto, es la experiencia capitalista la que confiere al desarrollo técnico su carácter iterativo y exponencial. L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), pp.43-44.

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2.3.Desarrollo técnico. Invención e Innovación. Ante tal proyección, Gille también destaca el fenómeno de la transferencia tecnológica intertécnica como posible explicación alternativa a la lógica de desarrollos dentro de los sistemas técnicos, especialmente en aquellas estructuras de tecnología o inventos técnicos de carácter especialmente mecánico. Ante esta plausible variación, Gille destaca la aportación de J.L. Maunoury y W. James55 la cual también podría resumir los saltos ejercidos por el desarrollo técnico. La existencia de sucesivos perfeccionamientos técnicos que mejoran una técnica, cuyos fundamentos no se modifican en un tiempo determinado y se mantienen uniformes, son el exoesqueleto teórico y físico que posibilita una apertura futura al desarrollo56. Podríamos destacar dos niveles: a) En el caso de que el conjunto de la Ciencia permanezca superpuesta sobre el conjunto de la técnica, podemos destacar un grado de “Racionalidad científica” que oriente y tutore el devenir del desarrollo técnico. b) Cuando la interdependencia sucede entre diferentes sistemas técnicos definidos podemos dar tanto con un “Determinismo invertido” como con un “Determinismo positivo”57. b.1) En el primer grupo se subraya la existencia de necesidades técnicas en un sistema concreto cuyas soluciones solo se labran y superan en la conexión y necesidad de otros sistemas. En este caso, el sistema técnico que aglutina la materia prima del metal, “potencia58” la creación de la turbina. Y de la misma manera, la proyección mecánica de una turbina “exige59” condicionantes al sistema técnico del metal. b.2) El “Determinismo positivo” por su parte toma consciencia de un problema aún sin resolver que enraíza en más de una variable presente en diferentes sistemas, lo que tiene como consecuencia la aparición de incidentes técnicos o económicos como pueden llegar a ser el balance de coste de producción, uso y consumo. En el primer caso o el punto a), la falta de elementos técnicos se combate con la transferencia tecnológica (que persigue la obtención de calidad), mientras que en el segundo caso o b), la escasez de recursos económicos alude a la cantidad y la valoración referente al cómputo total de costes (por lo que se torna necesaria la innovación técnica).

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La génesis técnica es palpable o constatable a posteriori pero impredecible a priori. Para James, se trataría de otra demostración del “Determinismo blando”. B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p.80. 56 Ídem, p.85. 57 Ídem, p.86. 58 Potencia como “capacidad para” o “potencialidad”. En Aristóteles, “Metafísica” (Editorial Plateada), Biblioteca Básica Gredos, Madrid (2000), libro IX, 1, AC 335-322. 59 Resaltamos el término “exigir” empleado por Heidegger a la hora de describir a la técnica y su “estructura de emplazamiento” como el detonador de exigencias o de solicitabilidad hacia la Naturaleza, entendiendo esta como un conjunto de “existencias”. Referimos así, la capacidad de la cual la técnica puede hacer gala para performar y alterar la calidad de las relaciones que mantiene con el resto de sistemas. Al parecer, se trataría de una lógica que sucedería por fuerza y de manera neutral o imparcial dentro del sistema técnico, pero no así cuando las exigencias resultan ser externas o de otros sistemas ajeno al técnico.

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El transcurso de la lógica propia del desarrollo técnico salva obstáculos y adquiere continuidad exponencial gracias a la invención y la innovación. La invención se compone de dos tipos de componentes; uno racional y otro permeado de determinismo. El componente racional responde a la capacidad combinatoria de la técnica, que es limitada dentro de estructuras acotadas o concretamente definidas. Así, el camino emprendido por una técnica contiene en si un número de variables o caminos de mutabilidad prefijados por las características de la técnica existente. En este punto, podríamos destacar el importante papel de la investigación científica aplicada a la técnica. En cuanto al componente determinista, la naturaleza de la invención se halla limitada por exigencias a las que el invento en ciernes ha de responder; siendo estas exigencias provenientes de otros sistemas no técnicos “per se”, como lo podrían ser el sistema de instituciones, económico, político, etc. En cuanto al invento como objeto de estudio, este puede ser catalogado como “un dispositivo (device-gestell60) que ha de resolver un nuevo problema conocido (aspecto determinista) o un nuevo problema técnico (aspecto racional) útil para la producción”61 o más bien responde a “nuevas combinaciones de conocimientos ya existentes a las que se da forma de dispositivos potencialmente útiles para la eventual producción económica (…)” 62. La última afirmación parece ser esclarecedora, ya que los inventos técnicos parecen estar orientados a ser herramientas para superar obstáculos internos del sistema técnico o externos con origen en otros sistemas. Por lo tanto estamos ante un conjunto de entes cuya existencia es exigida en relación a la consecución de diversos fines, siempre orientada a su posible mercantilización. Mumford también se hace eco de dicho aspecto, ya que mientras que la financiación proveniente de la acumulación de capital desvelaba nuevos terrenos para la explotación, las dinámicas de invención se movían en paralelo ideando nuevos métodos de producción y comercialización. Dicho argumento ejemplifica que un despegue del sistema técnico tan rápido y penetrante en el resto de sistemas hubiera sido imposible sin el incentivo del beneficio a pesar de los obstáculos planteados por los gremios o sistemas sociales resistentes al desarrollo de la invención63. Teniendo esto en cuenta, podríamos sintetizar que el desarrollo técnico de la invención se conforma de diferentes pautas a tener en cuenta. En primer lugar se estima la creación del invento, seguida de una experimentación y su respectiva modificación dando lugar al comúnmente denominado “piloto”. Valorando las expectativas suscitadas por el proyecto piloto, la siguiente cuestión se centra en la posibilidad de su producción en masa previa una última fase de modificación y experimentación previa al postrero paso de comercializar el invento. Como observamos, el último paso y fin último de los inventos técnicos está situado en la inserción de estos en el sistema de consumo como mercancía; olvidando por momentos las razones racionales y deterministas que habían movido su propio diseño, creación y experimentación.

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Resaltamos la traducción del término al inglés y al alemán por sus conexiones con otros autores. Por parte de Heidegger, la palabra “dispositivo” adquiere un significado singular a la hora de reflexionar sobre la técnica. Heidegger se refiere etimológicamente de la siguiente manera: “A aquella interpelación que provoca, que coliga al hombre a solicitar lo que sale de lo oculto como existencias, lo llamamos ahora la estructura de emplazamiento (Gestell).” En “La pregunta por la técnica”, Conferencias y artículos, Ediciones Serval, Barcelona, (1994), p. 18. 61

B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p.93.

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En alusión a la definición de Kuznets traída por Gille en Ídem, p.93. L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.42

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En cuanto al fenómeno de la innovación dentro de los sistemas técnicos, su razón de ser y referencia valorativa estaría sujeta y radicaría a un periodo de rentabilidad de los equipos técnicos. La aparición de técnicas más perfeccionadas abrevia la vida económica de un equipo en competencia, debido a que de forma continuada el abaratamiento de los costes productivos o la mejora cualitativa de los equipos; conlleva a una obsolescencia obligada de los equipos anteriores64. Debido al dinamismo de un mercado altamente competitivo, la sucesión de tecnologías se torna continua y condiciona el funcionamiento del resto de sistemas en cohesión con el técnico. En este sentido y como refiere Gille, el fenómeno de “la innovación se ve justificada en la medida en que otras innovaciones se van produciendo”65, efectuando un efecto cascada de competitividad como motor del progreso casi “ad infinitum” donde el invento “posible” acaba por convertirse en “necesario”; donde lo factible mediante lo técnico acaba por transformarse en obligatorio66. La mera idea del progreso técnico requiere de tales proyecciones, planificaciones y formulaciones ideales67, apoyadas en parte, por un voto a favor de la concepción que defiende la idea de que el progreso técnico ha de acabar por imponerse como fenómeno enriquecedor para todos los sistemas y por otro lado, impulsado por la producción industrial. Illich parece ceñirse a tal opinión al estimar que el motor del sistema social se centra en una “coproducción de servicios y demanda creciente”68 en el que el desarrollo de un avance concreto en el sistema técnico puede conllevar o preceder a una “exigencia” de la demanda en el consumo. Esta adición puede llegar a tornarse de importancia categórica, ya que el desarrollo técnico imbuido en sus constantes iteraciones o repeticiones cuasi programadas, genera procesos de individuación psíquica y colectiva69.

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Se da en este punto la posibilidad de “programar” no solo la producción de objetos técnicos como necesidad para un desarrollo de los subsistemas existentes, sino la posibilidad de programar la obsolescencia de los propios equipos técnicos con arreglo a fomentar un consumo asegurado y cada vez más constante. Para más detalles podemos citar el primer análisis al respecto en defensa de la propia “obsolescencia programada” y la producción como motor de beneficios programados. En B. London “Ending the Depression through planned obsolescence”, (1932). Recurso on line en http://www.murksneindanke.de/blog/download/London_(1932)_Ending_the_depression_through_planned_obsolescence .pdf 65 B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p.94. 66 Günther Anders parece hacerse eco de esta vorágine implacable de la producción industrial en las sociedades modernas cuando enuncia que “lo posible es generalmente aceptado como lo obligatorio y lo que se puede hacer como lo que se debe de hacer”. En G. Anders, “La obsolescencia del Hombre, (Vol. II) Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial”, PRE-TEXTOS, Valencia (2011), p.22. 67 Mumford menciona tal aspecto al decir que tal vez este pudiera tener origen en el miedo o la desorganización del sistema social moderno: “En la medida en que el miedo y la desorganización predominaron en la sociedad, los hombres aspiraron hacia un absoluto: si este no existe, lo proyectan”. En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.56. 68 I. Illich resume el mecanismo vital que conforman los sistemas técnicos en colaboración con la producción industrial resaltando la inagotable insatisfacción surgida de un progreso técnico en continuo dinamismo evolutivo: “Si puede proyectarse un vehículo lunar, también puede proyectarse la demanda de viajes a la Luna. No ir donde uno puede sería subversivo. Desenmascararía, mostrándola como una locura, la suposición de que demanda satisfecha trae consigo el descubrimiento de otra, mayor aún, e insatisfecha. Esa percepción detendría el progreso. No producir lo que es posible dejaría a la ley de de las expectativas crecientes al descubierto, en calidad de eufemismo para expresar una brecha creciente de frustración, que es el motor de la sociedad, fundado en la coproducción de servicios y en la demanda creciente”. En I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 291. 69 Para Stiegler el desarrollo técnico es percibido como un desgarramiento de los diferentes “programas” en vigencia, que debido a la fuerza imparable de sus repeticiones constantes; da a luz a

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Gille rescata el trabajo de Hosmalin a la hora de tratar “el nivel técnico de una rama sistémica”70, escindiendo las pautas y condicionantes que la innovación lleva a cabo resumiéndolos en los siguientes apartados: La innovación ha de estar bajo la influencia de un horizonte técnico definido y ha de soportar una función media de producción; es decir debe inherencia a las relaciones técnicas existentes entre los factores y los productos que han de ser producidos en una diversa rama sistémica y albergarlos bajo el abrigo de la capacidad. Por otra parte, existirían diversas funciones particulares condicionadas por el tipo de rama, dando por sentado que tanto los factores como los productos están sujetos a la variación de la producción programada. Pero por si esto supusiera escaso condicionamiento, Hosmalin no parece estar ajeno a esto cuando afirma que “cada técnica, independientemente del volumen de producción, contiene factores que siempre combinan en la misma proporción”71. El desarrollo de una técnica ha de tener en cuenta en primer lugar, los valores de producción y en segundo lugar, los factores existentes que con la introducción de una nueva técnica más eficiente o más rentable respecto a los valores de producción, tenderían a mutar de nuevo. Por lo tanto, el progreso técnico de raíz innovadora, se ve estrechamente relacionado con una mayor capacidad de productividad surgida del trabajo en el sistema global y una relación rentable con el consumo de factores existentes: persigue mantener un mismo volumen de producción estipulado, gastando menos factores. La incursión de la innovación responde a exigencias económicas o de costes pertenecientes al sistema económico en primera instancia, convirtiéndose en un proceso que presumiblemente puede estar imbuido por una continua sucesión de tecnologías cuya justificación y valor se actualizan tan solo a posteriori y en virtud de un proceso que no cesa. Solo si estas condiciones llegan a cumplimentarse, se cede paso a un progreso tecnológico. En caso contrario, el sistema técnico tiende a inclinarse por la novedad en la modificación o por la transformación tecnológica. Ambos fenómenos, innovación e invención, pueden llegar a conformar lo que Gille denomina “El mito del progreso técnico”72. Una técnica concreta es capaz de verse inmersa en una rápida progresión reluctante en los primeros compases de su génesis gracias a un periodo de expansión científica, fase a la que la sucede una ralentización de la permeabilidad de dicha técnica. El siguiente paso puede definirse como el de “solidificación” o una aceleración del constreñimiento cíclico en los primeros compases de su imposición o explotación, para finalizar en una desaceleración de su desarrollo en el periodo de ocaso debido a las incoherencias surgidas con otros sistemas o por la aparición de otro paradigma técnico más eficiente. Es decir, el desarrollo técnico tan solo puede tomarse como tal si lo concebimos como un conjunto cuya esencia está fundamentada en superposiciones de diferentes periodos de acrecentamiento y disminución. 2.4. Sistema económico-financiero y sistema técnico Pero ¿cuáles han sido aquellos momentos en los que el desarrollo técnico ha gozado de mayores aportaciones, donde la competencia de las técnicas ha obligado a la competitividad de diversos paradigmas tecnológicos? En el momento en el que la ingeniería se topa con la técnica. Es decir, cuando la inversión en miras a la creación de nuevos avances técnicos está respaldada por entes financieros y tutelada por la una nueva programática con efectos claros de individuación. En B.Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p.16. 70

B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p.100.

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Ídem, p.101. Ídem, p.104.

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ingeniería, la historia de la técnica ha experimentado el mayor número de nuevas patentes. Es con la aportación financiera cuando el desarrollo científico técnico se convierte en medio para saciar los fines perseguidos por el sistema económicofinanciero: el fin del desarrollo técnico empieza a mutar su valor, escindido entre la esencia de la técnica y la utilidad dada a la misma. Valiéndonos del punto de vista económico, existirían dos vertientes para sustentar un progreso en la evolución exponencial del sistema técnico: la proyección microeconómica y la macroeconómica. Desde la óptica microeconómica, el progreso técnico estará orientado a: a) Producir el mismo producto manteniendo los mismos factores con el objetivo de alcanzar una mayor cantidad de productos. b) Alterar los factores existentes (como lo pueden ser el capital o el trabajo) para alcanzar una mayor producción del mismo producto. c) Introducir factores novedosos no existentes previamente. d) Cambiar la naturaleza del producto producido. Mientras que la vertiente macroeconómica perseguirá mediante el desarrollo técnico: a) Una variación de la inversión en la rama mayoritaria o general de la técnica y sus subsiguientes ramificaciones, en busca de una mayor rentabilidad. b) La idea de que existe la necesidad de percibir la evolución técnica entendida como una variable endógena y determinada por la economía. Es así que la formación de un nuevo sistema técnico supone un incremento en las actividades del sistema económico, sugestionando crecimiento mientras el cómputo de sistemas mantengan una coherencia entre si. Cuando la aparición de una técnica establece un desequilibrio en el conjunto de sistemas o sistema global, el desarrollo técnico se ve limitado. Este fenómeno antecedería a diversos efectos entre las que se encontrarían un estancamiento del crecimiento económico (con la consiguiente detención del progreso técnico), y posibles soluciones como la aparición de una sustitución en el sistema técnico (o un nuevo paradigma73). Por lo tanto, el progreso técnico en coherencia con otro determinado sector o sistema, ha desencadenado históricamente la obligada desaparición de empresas, ha acarreado la disminución de la competencia mediante el recurso de la concentración empresarial y plantea la exigencia en el “sensu estricto” al que apelaba Heidegger de de factores diferentes sustitutivos o mayores como lo son los recursos naturales y una mayor conectividad entre espacios mediante nuevas facilidades logísticas o de transporte. Es por tanto falso el paralelismo otorgado al progreso técnico como motor de un mayor bienestar, ya que la sociedad capitalista se vale del sistema técnico para incrementar el beneficio particular y sucintamente establecer una dominación competencial dentro del sistema económico74. Las dinámicas del progreso científico, deben su plasticidad a tanto la invención como la innovación para sustentar un desarrollo económico cada vez menos diverso y agresivo con el medioambiente, dejando en entredicho el dogma del mito del progreso técnico y desvelando la

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Referimos el uso de la acepción de “paradigma” utilizada por el historiador de la ciencia T. Kühn para resumir el significado perseguido. En T. Khün, “The Structure of Scientific Revolutions”, University of Chicago Press, Chicago (1962). 74 Mumford señala la voracidad competitiva de los productos técnicos industriales como principales asimiladores de la industria artesanal en la historia de Europa, dejando entrever que “la máquina ha sufrido por los pecados del capitalismo; por el contrario, el capitalismo se ha aprovechado a menudo de . las virtudes de la máquina” L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.43.

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estrecha conexión entre avances científicos y desarrollo económico75. En tal progreso hallará Stiegler el concepto de “desorientación”, un concepto de progreso cuyo futuro es en diversos aspectos oscuro o “no conduce a ninguna parte (cuando no es una pesadilla)”76 y que cuando se trata de dirigir, conlleva cada vez más impotencia. En cuanto al progreso técnico como tal, Gille nos invita a establecer dos vertientes que aúnan sistema técnico con sistema económico de producción industrial. La primera resume la evidencia en la que la industria fagocita la técnica existente bien en busca de una comercialización de productos derivados del sistema técnico, o bien persigue la invención de nuevos enseres. Mientras que la segunda, plantea un rastreo en el conjunto de la técnica en busca de aplicaciones nuevas o innovaciones dentro de su propio sector. En ambas, el apego de la producción industrial parece claro: aunar progreso científico e invención en respuesta a futuras necesidades del sistema global. Si orientamos nuestra mirada a los primeros compases de despegue de las sociedades capitalistas, el planteamiento general de Gille no está alejado de otras aportaciones como las de Mumford, quien confiere distinciones entre sistema técnico y económico, pero cuyos condicionamientos no obviara al enunciar que “Aunque el capitalismo y la técnica deben distinguirse claramente en cada etapa, una condicionaba a la otra y repercutía sobre ella.”77 Por lo tanto, podemos afirmar que el progreso científico constituido de la unión de ciencia más técnica, se desliza en busca de una innovación del sistema técnico que establezca concordancias con otro tipo de sistemas aparte del técnico o bien se ve afectada por el cometido de innovar en busca de herramientas para saciar nuevas necesidades en cuyo caso, el componente de la rentabilidad parece mantenerse intacto e inalienable. Los pasos dados por el sistema técnico de la invención y la innovación ceden ante el peso necesario del crecimiento. El crecimiento tan solo puede percibirse en el futurible escenario de que los pasos dados por el remodelado sistema técnico, llegue a establecer cohesiones con el resto de sistemas. Este concepto de crecimiento empieza a ganar importancia histórica con el avance de la industrialización en comunión con el aspecto empresarial y financiero que hemos mencionado. Por ende, la necesidad de innovación se solidifica con la difusión de inventos y un incremento sistemático del sistema técnico. Gille nos adelantará que el progreso de la técnica ha sufrido un cambio sustancial a medida que sus sucesivas ordenaciones y complicaciones se suplantaban continuamente. Inicialmente, los desarrollos que el sistema técnico parecía sufrir no permanecían tan dependientes del resto de sistemas; su mutabilidad se mostraba de alguna u otra manera, más autónoma. La libertad y no permeabilidad férrea entre sistemas conllevaba a un desarrollo que podía resultar positivo o negativo, acertado o erróneo; pero a fin de cuentas el equilibrio resultaba satisfactorio por el tempo sosegado del progreso. En el momento en el que la técnica ha adquirido el aspecto de un desarrollo programático, este acaba por generar continuas incompatibilidades y 75

Acudimos a Horkheimer en un apunte referente al carácter acumulativo del progreso científicotécnico en conexión con el sistema social y económico, donde el planteamiento positivista de la ciencia parece desestimar que “la ciencia natural, tal como es entendida por ellos, es ante todo un medio de producción adicional, un elemento entre otros muchos dentro del proceso social. Resulta, en consecuencia, imposible determinar a priori el papel que juega la ciencia en el progreso real o retroceso de la sociedad. Su incidencia en ello es tan positiva o negativa como la función que asume la tendencia general del proceso económico”. En M.Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.90. 76 B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p.8. 77 L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.42

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desequilibrios en el resto de sistemas afectados78. Dichos desequilibrios motivan la problemática del sistema global, y sus orígenes, lógicas y efectos deben de ser analizados y sopesados.

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B. Gille, “Introducción a la historia de las técnicas”, Crítica, Marcombo, Barcelona (1999), p.132.

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3. SISTEMA DESEANTE Y LA TÉCNICA “Todos los hombres desean únicamente librarse de la muerte: no saben librarse de la vida” Lao-Tse

Como hemos visto en el apartado anterior, el sistema técnico ha de ser tenido en cuenta, no solo debido a sus implicaciones y significados esencialistas para el individuo, sino debido a su importante injerencia en la articulación interna con el resto de subsistemas del sistema global. En este apartado en cambio y como habíamos adelantado en la introducción, centraremos el interés en lo que hemos denominado como “sistema deseante” o conjunto de premisas generadas previas y posteriores a la producción técnica e industrial de nuevos objetos de mercado consumibles o necesidades para el individuo. Podríamos decir que el sistema global y su funcionamiento ha adquirido un estatus ontológico natural, esencial y necesario; el cual nos proponemos equiparar a las formulaciones de uno de los principales genealogistas de la metafísica occidental como lo es Arthur Schopenhauer, con el objeto de extraer algunas conclusiones. Schopenhauer remodela las enseñanzas kantianas de tal modo, que toda expresión de la esencia del universo, del mundo si se prefiere, es tomada como objeto de conocimiento inmediato e intuitivo por medio de la Voluntad Natural. La esencia del “ser en si” 79 kantiano de la Naturaleza y cada experiencia psicológica también es interpretada como manifestación de la Voluntad natural y la Voluntad humana80. C. Rosset parece resumirlo con maestría al señalar que “Schopenhauer lleva lo desconocido de la cosa en si a la intuición de una voluntad universal que gobierna el mundo (…), es la suma de todas las fuerzas conscientes e inconscientes que se manifiestan en el universo”81 . La voluntad de un mundo como el actual sistema global, aglutinaría las dos esferas del dualismo implícito en la Voluntad Schopenhaueriana, que resume lo óntico bajo una óptica constituida de objetos físicos y psiques humanas. La epistemología de la actual ontología occidental, desvela una esencia intuitiva de “percibir y experimentar” contenida a la vez en la Voluntad del actual sistema-mundo capitalista: maneja categorías deshumanizadoras, un sesgo instrumental-materialista y mercantilista-económico. Si en algo difiere el planteamiento de Schopenhauer y la maquinaria eidética de las sociedades capitalistas es el punto en el que la voluntad humana82 está por fuerza sujeta o condicionada por la voluntad natural83. Es aquí donde se percibe un giro categorial entre la relación entre hombre y Naturaleza (del que nos ocuparemos más tarde) ya que el actual devenir que gobierna en el hombre, gracias a un desarrollo paulatino de la técnica, escenifica la doblegación de la esfera de la naturaleza bajo la 79

I. Kant, “Crítica de la Razón Pura”, Editorial Gredos, Madrid (2010). Es innegable el influjo de Kant incluso en un “protofilósofo de la sospecha”, el genealogista Schopenhauer. Lo cierto es que la dialéctica kantiana está capacitada para construir una teoría global que puede “mantener vivo y operante el principio según el cual los rasgos fundamentales y las categorías de nuestra comprensión del mundo dependen de factores subjetivos. (…) Esto vale tanto para las ideas fundamentales como las de hecho, (…) como, en no menor medida, para las circunstancias psicológicas o sociológicas.” Es Kant el que posibilita que Schopenhauer desarrolle otra teoría general dualista pertrechada por la Voluntad Natural y Humana. La cita está extraída de En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.115. 81 C. Rosset, “Escritos sobre Schopenhauer”, Editorial PRE-TEXTOS, Valencia (2005), p.31. 82 Aquella referente a lo psicológico o que tiene origen psicológico. 83 La imperante en el mundo físico o fenoménico. 80

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capacidad de desear, exigir y dominar del hombre. Este argumento nos permite poner en duda la actividad desempeñada por la industria, que se recrea en una política de la velocidad por generar más y más necesidades orientadas a ser satisfechas, en vez de centrarse en saciar las necesidades existentes que a su vez han sido creadas con el consecuente consumo feroz la naturaleza84.De esta forma, el ideario que subraya Schopenhauer se ve invertido, la Voluntad humana adquiere por momentos miras de llegar a gobernar incluso los principios de la Voluntad Natural. Pero ¿cuál es el componente crítico de la Voluntad humana que nos puede llevar a desentrañar esta dinámica desde las formulaciones de Schopenhauer? Schopenhauer nos plantea la existencia de la Voluntad caracterizada como ese componente universal que es parte también de la naturaleza humana incapaz de ser saciado, pues la Voluntad humana en pleno ejercicio de autoafirmación y repetición, desearía voluntad de desear85. A su juicio, la voluntad de desear resulta natural en el hombre y para afirmarlo tan solo es necesario ejercer una mirada honesta hacia el autoconocimiento interior de la psique, pues nos veríamos “queriendo”86. Esta revelación debería alcanzar la sensibilidad plena de la conciencia individual. Este querer, esta voluntad es pues, obligadamente primaria, original y primigenia; una “volición” pulsional ciega e inconsciente propia del deseo” y no simplemente “el proceso deliberativo que tiene conciencia de intentar cumplir con un designio”87. La circularidad de este deseo de naturaleza insatisfecha, está sometida a que la puntual consecución del objeto deseado, no se abastezca de la prolongación del efecto saciante de haber sido satisfecho o subsumido. En absoluto, puesto que alimenta momentáneamente la carencia positiva para generar postreramente la misma o diferente positividad de necesidad pendiente de ser saciada: “Mientras seamos sujetos del querer, no habrá para nosotros dicha calma duradera”88. El deseo, o la proyección de lo aún ausente, se ve mimetizado con la figura del “fuego prometeico” para actualizarse, con la futura y posible conquista del hombre89. El mito que hemos desarrollado en el primer apartado supone un testimonio del deseo y de los anhelos por conseguir un estadio superior que emplea el hombre90, se muestra como testigo tradicional elaborado, colmado de características de la Voluntad humana. Este

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I Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 292. A. Schopenhauer, “El mundo como Voluntad y Representación” Vol.II, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid (2003) cap. 46. 86 A. Schopenhauer, “Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente”, Gredos, Madrid (1981), p.206. 87 Rescatamos las palabras de R.R. Aramayo en el prólogo de A. Schopenhauer, “El mundo como Voluntad y Representación” Vol.II, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid (2003), p.24. 88 En A. Schopenhauer, “El mundo como Voluntad y Representación” Vol.II, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid (2003), p.231. A colación de lo mencionado, J. Lacan haya una explicación psicoanalítica acuñando el concepto de “huella mnésica” o la representación del proceso pulsional. Schopenhauer parece referir a una incapacidad de la voluntad humana, siempre en lenguaje lacaniano, para dejar de lado la “satisfacción alucinatoria” que la dirige hacia una “orientación de búsqueda” de la “huella mnésica” mediante diferentes repeticiones. En J. Dör, “Introducción a la lectura de Lacan. El inconsciente estructurado como lenguaje”, Gedisa, Barcelona (2000), p.160. 89 Para Mumford, Prometeo y su fuego establecen una dimensión entre mito y deseo. El fuego, el símbolo de la técnica, hizo posible para el hombre primitivo alcanzar metas deseables que sin su incursión habrían sido imposibles (mejor digestión de los alimentos, protección ante amenazas del entorno, supuso un punto germinal de sociabilización, etc.). En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.52. 90 Las limitaciones del hombre se han visto resumidas en ingentes figuras del ideario tradicional como reseña Mumford, estimando que “oprimido por la necesidad y por el hambre, el sueño del cuerno de la abundancia y el paraíso terrenal siguen obsesionando al hombre” En Ídem, p.53. 85

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principio se postula como un universal y concepto inagotable que convive en todo ente existente, teniendo cabida o debiendo su existencia tan solo, al concepto del tiempo. El tiempo no es presentado en la teoría de Schopenhauer a la ligera, ya que la temporalidad es el canal en el que la Voluntad puede desenvolverse y ejercitarse, teniendo en cuenta que el tiempo y el transcurso del mismo, es asimismo percibido de manera irremediable por el hombre. Esta adición supone un punto clave en la comprensión de Schopenhauer que pretendemos nos ayude en nuestra tarea por desentrañar los mecanismos de la sociedad de consumo, pues admitiendo el hombre que su fugacidad es latente, tal como lo es la propiedad de la mortalidad para los hombres; la finitud de la vida humana se ve confrontada con una perspectiva de infinidad que habita también en el interior del hombre (correspondiente esta a la Voluntad humana). Por lo tanto, la naturaleza humana se escenifica tensionada entre la consciencia de la angustiosa finitud física de los entes orgánicos y una pulsión universal suscitada por la Voluntad91 que enarbola aspiraciones metafísicas de infinitud e insaciabilidad. Es el paso del tiempo, la consciencia plena de la no trascendencia existenciaria del hombre en la Modernidad, lo que lo empuja ayudado por la Voluntad a una corriente fluyente del desear como método y motor para colmar aspectos necesarios para la obtención de la felicidad. Schopenhauer denunciará esta concepción, reseñando que el hecho de afirmar que la vida ha de ser un espacio para la felicidad se trataría de una falacia; pues obliga al hombre a adecuarse y luchar por la obtención de tal “eudaimonia92” y a la consecución de la misma, como si de un imperativo categórico negativo o ausente se tratase, en un lapso de tiempo que además de finito, resulta del todo imprevisible93. Es el tiempo una variante importante también para la proyección del deseo para el hombre moderno, pues tan solo el deseo opera según Schopenhauer en variantes temporales de pasado y futuro, en proyecciones alejadas del presente y carentes de vigencia existenciaria. El presente94, al igual que la predicación budista es la única categoría que merece ser vivida: la unión actualizada y experimentada de tiempo y espacio al unísono. Por su parte, el deseo se desliza en concepciones que “han sido” o “serán”. El concepto de la felicidad, se idealiza proyectándose en un “pasado irrevocable”95 y en un “futuro incierto”. En este sentido, el hombre se hallaría en una posición metafísica limítrofe y permeada con las características míticas de los dos titanes que le otorgaron su esencia tradicional: la técnica96. La categoría de “pasado

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Tanto natural como humana, física-universal como deseante-libidinal. Término griego (εὐδαιmon) consistente en la “plenitud del ser” acuñado por Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”. Se trata de un postulado teleológico fuertemente arraigado en la cultura occidental, cuyo contenido ético se ha visto modificado desde la irrupción de las escuelas socráticas y reformulado a medida que la cultura occidental se desarrollaba paulatinamente. 93 Schopenhauer llegará a afirmar en relación al concepto de eudemonía, que "Hay solamente un error congénito y es la noción de que existimos para ser felices". 94 Schopenhauer aclara: “Solo hay un presente y este existe siempre, pues es la única forma de la existencia real” En A. Schopenhauer, “El mundo como Voluntad y Representación” Vol.II, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid (2003), p.464 95 Ídem, cap. 46. 96 B. Stiegler define al hombre como un ser de naturaleza técnica, en el cual conceptos como “técnica” y “humanidad” parecen desde un principio indisolubles hasta la irrupción de las revoluciones industriales. En este punto se generaría una especie de alienación o divorcio entre ambas dimensiones tecnológicas y bio-antropológicas, ya que el desarrollo de los sistemas técnicos generarían desajustes en el resto de sistemas, y estos desajustes afectarían al ser humano de manera absoluta sumiéndolo en el concepto de 92

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irrevocable” constituye la perspectiva epimeteica o reflexión sobre lo ocurrido mientras que “futuro incierto” es la figura de un actualizable dominio de Prometeo, capaz de proyectar e ingeniar, adelantarse a lo que ha de ocurrir. En esta dimensión se hallaría el hombre, a lo que Schopenhauer denominará como lo “efímero de la existencia” tomándolo como un imperativo categórico kantiano, como un a priori ético irrefutable que aspira a adquirir universalidad por su propio peso. Para Schopenhauer, el deseo se manifiesta como ausencia, como aquella magnitud negativa que no está presente, que no se da, que está por llegar o de la cual tenemos conciencia psicológica debido a su carencia. En una directriz similar parecen desarrollar más tarde Deleuze y Guattari97 su definición del deseo ayudados del componente psicoanalítico. Por otra parte nos enfrentaríamos a aquello que se opondría según Schopenhauer, al placer: el dolor. El dolor es entendido como “presencia”, como magnitud positiva, presente, que se da y se percibe en el tiempo y en el espacio y del cual adquirimos consciencia por fuerza y por mor de su presencia. El hombre, tan acostumbrado a operar en una epistemología dicotómica de contrarios; tiene consciencia de aquello que desea (lo que se torna en motor de su necesidad que pretende saciar) debido a su ausencia. El dolor en si, no representa más que un aspecto presente y positivo según Schopenhauer, aquello que pretendemos subsanar deseando saciarlo con su contrario ausente o negativo. Este punto es esencial para Schopenhauer, ya que la Voluntad humana es insaciable: no cesa de desear partiendo de un estadio positivo de lo que produce dolor permanente98, que al ser aliviado por la consecución de lo negativo anhelado, acaba por caer en el hastío y centra su apetito insaciable en otra suerte de presencias positivas aún por saciar. Este proceso imbuiría al hombre en una vorágine de insatisfacción característica de la infinita Voluntad. En cambio, otra muestra de la presencia de esa Voluntad humana puede ser extraída de las meditaciones de Ortega sobre la técnica. En comparación al hombre, el animal no identifica las carencias como necesidades ineludibles, es por lo que Ortega supone al hombre pertrechado de una esfera subjetiva. Una esfera que hará que el hombre se localice a sí mismo en un punto externo, o en un puesto en el que no coincide con las condiciones objetivas de la Naturaleza. A diferencia de Schopenhauer, Ortega desarrolla la idea de la voluntad natural y su expresión en la esfera de la physis, como origen de lo “negativo” para el hombre, de lo carente, el ámbito donde no reside lo positivo o “lo que se da”; sino lo negativo o un marco del que se ha de extraer lo inexistente mediante el hacer del hombre99. Este hacer, que es técnico por fuerza, es una expresión de superación a los deseos de la voluntad humana. La diferencia entre ambos autores reside en el punto de partida: esfera subjetiva de la vida y condiciones circunstanciales objetivas de la naturaleza para Ortega, y la voluntad humana y voluntad natural para Schopenhauer. la “desorientación”. En “The Ister. En D. Barison y Daniel Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 97 El deseo se define para ellos como una pura adquisición, como una concepción idealista (dialéctica y también nihilista) de la carencia de un objeto real, dando lugar a la formación o creación de objetos existentes tan solo en la realidad psíquica; no en la física o el ámbito donde podrían “llegar a ser” físicamente. Ciertamente, tanto la sociedad de consumo, como las instituciones modernas, la lógica de la sociedad industrial, la esencia misma del capitalismo; operan y se valen de conceptos como el deseo, la carencia o “lo que aún está por venir” para desarrollar un hacer humano, ayudado siempre por una red de diferentes sistemas en coherencia para poder operar de manera efectiva. Deleuze/Guattari, “El Antiedipo. Capitalismo y Esquizofrenia”, Paidós, Barcelona (1998), p.32. 98 Conviene no olvidar que Schopenhauer identifica el mundo el peor de los mundos posibles a diferencia de Leibniz, como hábitat originario y natural del dolor en clara introducción de formulaciones orientales como lo pueden ser las enseñanzas del Vedismo. 99 En J. Ortega y Gasset, “Meditación de la Técnica”, Espasa, Madrid (1965), p. 19.

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Para el primero, la naturaleza es fuente de negatividad como carencia y el hombre en su necesidad por afirmar la vida y la satisfacción de sus necesidades subjetivas, topa con las resistencias de la Naturaleza y se convierte en un sujeto deseante. Tan solo la técnica, que supone la herramienta legitimada para destruir la inadaptabilidad entre su esfera subjetiva y la esfera objetiva de la naturaleza, podrá modificar la “physis” para acabar “logrando en ella lo que no hay”100. El hecho de desear para Ortega se centrará en anhelar “lo que ya hay ahí”, por lo tanto, la técnica se ocupará de hacer “llegar a ser” creando, modificando y combinando saberes y existencias para ello101. Pero el deseo y lo esencial que persiste en la técnica aún pueden caminar de la mano en diferentes aspectos. Deleuze y Guattari parecen tenerlo claro cuando se asoman al análisis del deseo desde una perspectiva psicoanalítica, debido a que “el deseo es máquina, síntesis de máquinas, disposición maquínica-máquinas deseantes. El deseo pertenece al orden de la producción, toda producción es a la vez deseante y social”102 en relación con su carácter de continuo dinamismo sin freno. En este sentido, el hombre se ve continuamente embaucado por la máquina del deseo, se ve obligado a procesos continuados y casi obligatorios de adopción de la nueva producción103 técnica, eidética, artística. Producción de “infinitos nuevos fines” cuya concepción nos lleva a pensar en un deseo productivo que encierra una “posible ausencia de fines”104 , con el aliciente de que “el cuerpo que desea es originariamente instrumentalizado”105. Las necesidades son pues las carencias, lo positivo para Schopenhauer y lo negativo para Ortega, quien nos ejerce una jerarquización de las mismas con el objetivo de establecer divisiones en las mismas con relación a la manera de verlas satisfechas por medio de la producción técnica106. Ortega llama necesidades primarias, núcleo de un origen epimeteico, a aquellas que resultan objetivas para el establecimiento de la vida, la conservación individual. Por otra parte, enuncia como secundarias a aquellas en contacto con el “bienestar”, o en contacto con un desarrollo prometeico dentro de la esfera de la vida. En este sentido, cabría “vivir” en la physis y buscar el bienestar por 100

“Es la reforma de la naturaleza, (…) que nos hace necesitados y menesterosos” y así “las necesidades quedan (…) anuladas por dejar de ser un problema su satisfacción”. Ídem, p.21. 101 Ídem, p.49. 102 Deleuze/Guattari, “El Antiedipo. Capitalismo y Esquizofrenia”, Paidós, Barcelona (1998), p.306. 103 Mención sobre el character incesante y mutable de los procesos técnicos de B. Stiegler en el documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 104 A colación de lo vertido por J.L. Nancy en Ídem. 105 En B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p.45. 106 Al hombre se le da la posibilidad abstracta de existir, de la autoconservación, pero la Realidad no le es dada. Esta ha de conquistarla (ha de conquistar el deseo de seguridad-integridad mediante la técnica), motivo por el que se siente diferente el hombre al mundo. En este punto el hombre se ha convertido en un proyecto, en una pretensión, “no lo que es” o el aspecto positivo para Schopenhauer, es decir carencia imperfección, dolor; “sino lo que llegará a ser” en consecución de sus deseos o la magnitud ausente y negativa de Schopenhauer. Se da del mismo modo un guiño en Ortega a la incursión del concepto de continuidad en el proyecto del hombre, de su existencia, de su “vida”; noción que se adecua con importancia dentro del “tiempo”, como bien hemos señalado en los primeros compases de la página anterior. La comparación entre ambas posturas viene suscitada tras la lectura de la dimensión de la técnica para el hombre de Ortega en Ídem, pp. 40 y 41. Por otra parte, Stiegler tampoco parece estar ajeno a la relación entre tiempo y técnica. Tanto para Heidegger como para Barthes el aparato técnico no es accidental de por sí. El fenómeno que representa el tiempo, se constituye en la medida que podemos concebir lo temporal; y la tecnicidad puede verse relacionada con cierta clase de accidentalidad originaria si nuestro contacto con los entes técnicos suponen un “ya-ahí”. En ese sentido, “La techné da el tiempo”, puede representar lo que no era o una carencia, ha llegado a ser con la consecución de su actualización, y establece consciencia para el sujeto de un “ser ya ahí” previo al sujeto. En B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), pp.33,34.

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medio de adaptar la physis al sujeto: “La técnica es la producción de lo superfluo”107. En su menosprecio al producir técnico como lo superfluo en busca de satisfacción del sujeto deseante, Ortega ha incurrido en la definición de las preferencias obsesivas de la voluntad humana; las prioridades parecen verse alteradas en ciertos momentos, haciendo gala de lo caprichoso y absurdo en ocasiones del deseo108. Los bienes producidos por la técnica orientados a un bienestar que mencionaba Ortega, parecen hacernos entender que el hombre aumenta escalonadamente su índice de libertad en paralelo al desarrollo técnico, a la capacidad de adaptación gracias a una mayor capacidad de elección en comparación con otros hombres. En realidad, el factor que posibilita tal percepción solo reside en el aumento de las “superfluas” posibilidades productivas109. Incluso en la búsqueda de saciar el deseo de las carencias de las que el ser humano consta en búsqueda de una mayor libertad prometeica, un desarrollo constante de la producción de nuevos objetos técnicos conlleva la adecuación de nuevas “leyes, prescripciones y reglamentos” 110 a los que inevitablemente el hombre ha de someterse en detrimento de esa ansiada libertad inicial; ejemplificando un aspecto irracional y contradictorio de las conclusiones en relación a la premisa principal perseguida.

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J. Ortega y Gasset, “Meditación de la Técnica”, Espasa, Madrid (1965), p. 27. Se alude a Pompeyo en su famosa cita en la que lo necesario sufre una sumisión obsesiva e ilógica por constitución en la traducción de Ortega: “Necesario no es vivir, sino navegar”. Para Ortega la frase parece albergar un principio arcano por a favor del conocimiento audaz de la ciencia occidental. En Ídem, p.29. 109 En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.119. 110 Ídem, p.120. 108

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4.SISTEMA CONTEXTUAL O “PHYSIS” Y LA TÉCNICA “Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control” Denis Diderot

En este apartado volveremos la mirada hacia las premisas de Heidegger referentes a un auge del lenguaje tecnificado como piedra angular de la epistemología de los individuos contemporáneos. Para ello, analizaremos la relación lingüística que el sujeto occidental ha desarrollado históricamente con la Naturaleza. 4.1.La Naturaleza y el lenguaje. Posición del hombre. ¿Qué es el hombre? Es esta una oración interrogativa conformada por tan solo cuatro palabras, que al ser leída, siempre compromete al lector. Insultantemente sencilla de formular, pero no tan asequible de responder sin titubeos o de manera taxativa. Desde los postulados kantianos, esta pregunta se escindió en otros tres ingredientes: ¿Qué puedo saber?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué me es permitido esperar? Para entregar contestación a la primera pregunta, la historia del pensamiento Occidental ha caminado tambaleante desde la disputa presocrática bifurcada entre Heráclito y Parménides111, pero convencida de la veracidad lógica de las enseñanzas del segundo. Por lo tanto, el camino del ser, de que “algo es”, y que este es cognoscible, ha sido una constante en nuestra herencia “genética” del pensamiento. Hasta la irrupción del pesimismo sistemático112, o del irracionalismo contra iluminista de Arthur Schopenhauer113 que ya hemos mencionado en el apartado anterior, en el siglo XIX, Occidente nunca había considerado seriamente la posibilidad del “no ser”; del peso epistemológico perspectivista de lo que originariamente Kant en su periodo precientífico, instauró como las “magnitudes negativas114”. ¿Es acaso el negar, o la negación de que “algo es”, otro modelo de desarrollar conocimiento? Asombrosamente y contra todo pronóstico, este ha sido el proceder tradicional del ser humano: el de conocer “qué es” a través de “que no es”115.

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Parménides es considerado como fundador de la metafísica Occidental debido a su correlación e influencia directa con los trabajos de posteriores pensadores griegos. Sus afirmaciones diferenciadas de Heráclito, se centraron en no ser contradictorias o más bien tautológicas a favor de que no es posible que “algo sea” y “no sea”. Y en efecto, “Lo que puede decirse y pensarse, debe ser”. Kirk y Raven, “Los Filósofos Presocráticos”, Ed. Gredos, Madrid (1974). p. 379, Frag. 345. 112 Aludimos por “sistemático” aquello dotado de un sistema, edificado por un constructo de conceptos. 113 Destacamos la importancia de A. Schopenhauer por ejercer de puente o conector con postulados de origen oriental o presocrático, donde el peso del vacío, el dolor, la noluntad o la nada; son tomados como conceptos inherentes al ser humano, capaces de suscitar un conocimiento o representar saberes. En A. Schopenhauer, “El mundo como voluntad y representación” Akal, Madrid, (2005). 114 En I. Kant, “Opúsculos de filosofía natural.” Ensayo para introducir las magnitudes negativas en la filosofía”, Alianza, 1992; (1763), Madrid. 115 Podemos mencionar de soslayo directrices psicoanalíticas Lacanianas, donde partiendo de una concepción propia de la enculturación, la presencia del “Otro” es la que capacita que un “Yo” tenga acceso al lenguaje, a un sistema de significantes mediante el cual se piensa desde el “Otro”. Esto supone una modificación del punto de vista moderno empleado por Descartes, donde es el sujeto el principal punto de partida hacia del cogito, lo que le posibilita enunciar posteriormente que “se es”. En una proyección social, la estructuración de un “Yo” no supone un detonante activo como erróneamente explicita Descartes, sino más bien reactivo, o en todo caso siendo en relación a la mediación con el “Otro”. En este aspecto, consideramos la afirmación de Heidegger, donde el pensar (y habitar en el lenguaje) tiene origen en el extrañamiento del “Otro”. En D. Evans “Diccionario introductorio de

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En cuanto a la vertiente de establecer un conocimiento responsable en torno a las preguntas de ¿qué es y qué se puede llegar a conocer? del contexto que circunda al ser humano, el lenguaje en la más primitiva de sus manifestaciones se convirtió en un medio para ello. Un medio de comunicación entre intersubjetividades, dotado de la capacidad de comprensión, de hacer asequible lingüísticamente la percepción de la Naturaleza; y provisto también del don de la explicación, de conseguir hacer expresable dicha comprensión primigenia. Es más que probable el hecho de que el proceso de racionalización del hombre, estuviera íntimamente ligado a su capacidad para establecer un lenguaje primitivo. La disposición para abstraer, simbolizar, valorar, interpretar, y un largo etc.116 de aptitudes adscritas originariamente al homo sapiens, tienen como componente asociativo el colágeno del lenguaje. Sin el lenguaje, el ser humano no hubiera dinamitado un proceso excelso y aún en devenir por mediar y cosificar en el interior de su imaginario intelectual en qué consiste eso llamado “Physis”. Este extrañamiento por llegar a comprender, por desentrañar los secretos de un entorno en origen prácticamente tan incomprensible como azaroso e incontrolable, pudo tener lugar en el momento en que acaece una escisión sustancial117 entre hombre y Naturaleza. Llegado el momento en el que el ser humano se desprende del amplio concepto de la Naturaleza, en el instante en el que toma conciencia de su diferenciación con el contexto, al sentir desvinculación con ese entorno que es extraño a su dominio material; en el momento en el que delimita “qué es” él mediante el conocimiento de “qué no es”, se genera una dicotomía de capital relevancia. El ambiente físico o la “Physis” se apropia entonces de un conjunto de adjetivos calificativos amenazantes que instauren la pusilánime posición del ser humano frente la grandiosidad fáctica de la Naturaleza. El contexto y todos sus componentes, combinados con la tradición animista que existía, representaba una vertiente de importancia para el hombre. La physis era para el hombre caprichosa, dañina y peligrosa, a la postre “un reflejo de sus propios impulsos y temores” 118. El entorno en el que opera el hombre no es más que un Caos impredecible119, en el que habrá de desenvolverse sin dejar de valerse de la indagación lingüística en aras de satisfacer su curiosidad por la magnánima Naturaleza. Esta curiosidad, requerirá posteriormente de un grado de representación

psicoanálisis lacaniano”, Editorial Paidós, Buenos Aires (2007) también en R. Descartes, “Obras completas”, Ed. Gredos, Madrid, (2011) y en M. Heidegger, “Carta sobre el Humanismo”, Alianza editorial, Madrid (2000). 116 Mumford nos trae una descripción en la que conectará una primigenia capacidad abstractiva del lenguaje con el desarrollo del capitalismo, debido a que este fue testigo de una traslación de “lo tangible a lo intangible”. Mumford destaca la ocupación del sistema financiero de suplantar “valores vitales por valores dinerarios” centrando su acción en formas cada vez más abstractas: “no-productos” o “ganancias hipotéticas”. Tal capacidad de cálculo abstracto lo sitúa Mumford muy cercano al concepto de poder, pues ciencia y dinero suponen a fin de cuentas, “poder de abstracción, medida y cuantificación”. En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), pp.39,40,41. 117 M. Scheler referirá que “Cuando el hombre se ha colocado fuera de la naturaleza y ha hecho de ella su “objeto” —y ello pertenece a la esencia del hombre y es el acto mismo de la humanificación— se vuelve en torno suyo, estremeciéndose, por decirlo así, y pregunta: ¿Dónde estoy yo mismo.? ¿Cuál es mi puesto.?” En M. Scheler, “El puesto del hombre en el Cosmos” Editorial Losada, Buenos Aires (1994), p. 109. 118 En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.49 119 “En la teología y en la metafísica tradicionales lo natural era ampliamente considerado como lo malo, y lo espiritual o sobrenatural, como lo bueno” No fue hasta el influjo del darwinismo y el vitalismo cuando esta afirmación comenzó a verse invertida de nuevo. En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.141.

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explicativa de aquellas causas de la Naturaleza, en el cual el papel de la sustancia humana nada podrá llegar a aportar120. Debido a la magnitud arrolladora que la Naturaleza representa para el ser humano, su lógica lingüística comenzará a operar en variables simbólicas, un requerimiento asequible que sea capaz de entablar una correspondencia verificable entre realidad física y el símbolo oriundo del imaginario humano. 4.2. Génesis de la mediación lingüística del hombre con el sistema contextual y la relación de este binomio con el sistema técnico. Para dar coherencia al hilo argumental planteado en el punto previo, no nos desembarazaremos por completo de la importante noción del lenguaje simbólico, con la hemos dado por sentado, operaba tradicionalmente y daremos inicio a dilucidar los mecanismos empleados por el ideario occidental en su consecución de comprender y explicar el conjunto de la Naturaleza. Con ello, centraremos nuestro análisis en el devenir del pensamiento filosófico occidental, en determinar qué raíz eidética dio como producto una cosmovisión aceptada del contemporáneo modelo socio-económico. 4.2.1. Entorno presocrático A pesar de que en los orígenes presocráticos de la Grecia antigua se dio un auge significativo de lo que hoy denominaríamos como un principio “naturalista”121, en el foro interno de dichas formulaciones tan solo subyacía una traslación lingüística conceptual que oscilaba entre la explicación mítica122 y el “logos”123 , o explicación razonada. Mediante esta reformulación de concebir y entender la physis mediante el lenguaje124, se dio pie a un giro sustancial en la epistemología. Este principio naturalista centrado en el “logos” puramente no sistemático o metodológico, reflejó las incertidumbres del pensamiento griego en su acercamiento hacia la materia y la conformación, mutación y reproducción de la misma. Nos es imposible enunciar que tal vez, el nacimiento de la ciencia tuviera origen dentro de tal arcaico ideario, ya que la corriente atomista establecida por Leucipo y Demócrito125 carecía de una argumentación metodológica o contrastable con la experiencia. Si bien es cierto que sus premisas contemplaban magnitudes como número, forma y tamaño, esto atendía a una inquietud más materialista de la Naturaleza, entendiéndola con un campo propio del mecanicismo determinista. Sus teorizaciones se emancipan y desarrollan a partir de la necesidad 120

Scheler parece resumir este argumento con maestría: (…) ¿Por qué hay un mundo? ¿Por qué y cómo existo «yo»? Repárese en la rigurosa necesidad esencial de esta conexión, que existe entre la conciencia del mundo, la conciencia de sí mismo, y la conciencia formal de Dios en el hombre. (…) Lo dicho por G. de Humboldt acerca del lenguaje (que el hombre no pudo “inventarlo”, porque el hombre sólo es hombre mediante el lenguaje) (…). En M. Scheler, “El puesto del hombre en el Cosmos” Editorial Losada, Buenos Aires (1994), p.110. 121 La época presocrática se caracterizó significativamente de manera casi generalizada entre sus autores por la indagación en una noción central, la “arché”, principio rector del ser en los entes o esencia última de las cosas. Estos postulados pueden ser interpretados como un guiño al Naturalismo, a la capacidad gnoseológica del hombre para hacer inteligible la esencia y carácter de la “physis”. 122 Comprendida como “religiosa” desde nuestras categorías contemporáneas de conocimiento, a pesar de que para los antiguos griegos adolecía de las características trascendentes de nuestro concepto de religión. 123 También transcrito como “pensamiento”, “sentido-ser”, “inteligencia”, “orden-armonía”, incluso “palabra” o “habla”. De aquí la importancia capital del lenguaje. 124 La desaparición del mito conllevó su sustitución por la técnica, y con ella se dio una separación entre lo percibido como physis y tekhné. Argumento exhibido en la entrevista a J.L. Nancy en el documental de D. Barison y D.Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 125 Pensadores del siglo V. y IV. a.C. En Kirk y Raven, “Los Filósofos Presocráticos”, Ed. Gredos, Madrid (1974).

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por encontrar una asidera certera en las controvertidas hipótesis lógicas vertidas por Parménides y Zenón en refutación a Heráclito126 en torno a la posibilidad del cambio. Es así que ejerciendo una síntesis acelerada, podríamos reseñar el hecho de que las inquietudes científicas por la Naturaleza deben su origen a los primeros albores del pensamiento occidental, no así el uso del lenguaje, el cual podríamos describir como pre científico o aún exento de un conocimiento de metodología científica. 4.2.2. Tradición Socrática. Para ilustrar enormemente el siguiente paso efectuado por el pensamiento occidental en relación a la ontología, destacamos la intuición recabada por el premio Nobel Ilya Prigogine: “Desde los primeros tiempos, el pensamiento de los griegos contenía dos aspectos principales: la comprensión de la Naturaleza, y la idea de la construcción de una democracia basada precisamente en las ideas de libertad y responsabilidad. Durante mucho tiempo se sostuvo que estos dos proyectos solo podían coexistir en una concepción dualista de la Naturaleza, ya fuera el dualismo Cartesiano, los mundos noúmenico y fenoménico de Kant (…)127. La inclinación por las teorizaciones dualistas ha sido una constante inherente a la germinación del pensamiento occidental, desde Platón hasta la Ilustración. Vemos necesario por lo tanto, ejercer una revisión de tales componentes dualistas en dicha tradición filosófica sin olvidar el componente omnipresente del lenguaje. Uno de los principales ingenieros adscritos a la ontología dualista occidental, es sin ninguna duda Platón, quien en su teoría de las formas o las ideas ejerce una jerarquización substancialista categórica. Mediante la división de toda ontología en dos mundos o reinos, Platón establece la eminencia de todo ser en el reino inteligible de las ideas en oposición al sensible y material que tan solo puede ser percibido mediante los sentidos. Dentro del ámbito de las ideas, se agregan conceptos eufémicos como Verdad128, Bien o Real129 mientras que en el ámbito material, los entes físicos solo supondrían copias corruptibles o apariencias de los arquetipos perfectos contenidos en el mundo de las ideas. De esta manera, Platón cristaliza una cosmogonía dicotómica en la que los dos planos, sustancias o ámbitos; son presentados con un peso asimétrico, casi estamental. La verdad reside en un mundo efímero e inalcanzable para los sentidos al que el hombre tan solo puede acceder epistemológicamente mediante la bondad de su alma y correcto juicio o razón discursiva130. Vernáculas de 126

Filósofos pertenecientes a las escuelas eleáticas y de Éfeso respectivamente. I.Prigonine, “¿Qué es lo que no sabemos?”, Conferencia pronunciada en el foro filosófico de la UNESCO (1995). En revista A Parte Rei, n. 10. 128 Stiegler nos propone en palabras de Heidegger la interpretación de la verdad (aletheia), a la que hacíamos alusión en el segundo punto del primer apartado, equiparada al significado de exactitud (ortotés) de la mirada como el inicio de la metafísica occidental: “La verdad ya no es, como noocultamiento, es el rasgo fundamental del ser mismo, (…) convertido en exactitud (…) a la Idea, (…) es el rasgo distintivo del conocimiento del ente.” En B. Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p.54. 129 Véase Platón, Diálogos III, “Fedón” Ed. Gredos, Madrid (1988), 78d. 130 Horkheimer estima que la tradición filosófica que abarca desde Platón y Aristóteles, la escolástica y el idealismo alemán; mantienen constante una adoración sistemática al fundamento de una teoría objetivista de la razón que operaba como un concepto universal al que poder equiparar las operaciones mentales y las acciones del individuo. La aparición de la razón objetiva no destruye literalmente la existencia de la subjetiva, nos dice Horkheimer; y es en Platón cuando por primera vez “el núcleo central de la teoría de la razón objetiva figuraba no la coordinación entre conducta y fin, sino los conceptos que se ocupan del bien supremo, del problema de la determinación humana y de los modos de realización 127

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este reino serían las ideas objeto de la ciencia, matemática y la dialéctica131,no así la inclinación por la física coetánea; cuya preocupación se centraba en la intelección sensible del mundo material132 más propio de la representación mediante la “tekné”133. 4.2.3. Tradición Medieval Como siguiente punto del análisis, hacemos inciso en el influjo irrefutable que el platonismo tuvo en la germinación del cristianismo. Es así, que nos es completamente imposible comprender el cristianismo sin las aportaciones de la doctrina platónica, el nominalismo aristotélico y las antiguas leyes judías del Viejo Testamento. Sobre estas tres fuentes básicas se elaborará un compendio orgánico doctrinal que conforma la principal religión creacionista mayoritaria en Occidente. Para el cristianismo la importancia conceptual y performativa de una cosmovisión dualista adquiere trascendencia, entendiendo que el canon patrístico134 elaboró una cosificación reticente de los postulados itinerantes y no del todo asentados, del cristianismo primitivo en comunión con un platonismo heredado135. Debemos a Orígenes la transmutación de la palabra “logos” en “theos”, además de argumentaciones que instan a empezar a considerar que el contexto físico que contiene al hombre está fuertemente diferenciado del divino. De esta manera, el entorno natural o el contexto físico no operaba con peso conceptual dentro de la psique del individuo premoderno medieval. El accidente natural quedaba subordinado bajo el orden y el poder revelador que la religión había extendido entre los creyentes. El contexto físico, más bien, “el mundo visible era simplemente una prenda y un símbolo de aquel mundo eterno de cuyas bienaventuranzas y condenaciones daba un tan vivo anticipo. (…) Cualquiera que fuera el significado (…) era como accesorios accesorios y trajes y ensayos de teatro para el drama de la peregrinación del Hombre a través de la eternidad”136. Es Tertuliano quién ejerció un empuje decisivo en la expansión del cristianismo en su escape occidental, pues de su puño y letra se han recogido formulaciones como el Trinitarismo que posibilitaba la objetivación material del hijo a través de la “oussía”137 ejemplificada en el Padre y el Espíritu Santo. No es hasta la llegada de San Agustín cuando nuestro argumento de la constancia inmanente y continuidad reformulada de la necesidad por un dualismo se hace cada vez más vigente. Mediante Agustín, la cosmovisión cristiana se embarca en una diada de reinos o mundos; por no decir “ciudades”138 a imagen y semejanza de las dos posible de los fines supremos, por mitológicos que tales conceptos puedan hoy parecernos”. En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.46. 131 Referimos ciencia como “Episteme” o conocimiento certero, seguro. La matemática y su importancia como herencia pitagórica y la metodología epistemológica de Platón, significativamente logocéntrica. 132 Platón, Diálogos VI, “Timeo”, Ed. Gredos, Madrid, (1988). 133 En un sentido clásico como mencionábamos en la cita anterior núm. 10. 134 Entendemos por Patrística, la fase teológica de origen griego y latino, emprendida en Alejandría por Clemente (150-210 d.C) y especialmente Orígenes (185-254 d.C), quién ejerció una labor reseñable en establecer un canon de fe cristiana con el objeto de obstaculizar el credo hacia otras sectas coetáneas. La patrística heredaría el hilo emprendido en entorno griego y confluiría en los trabajos de los latinos Tertuliano y Agustín de Hipona entre otros. 135 El primer testimonio del Neoplatonismo requisa nombres helenistas como el de Plotino o Porfirio (s. III d.C), que articularon su actividad intelectual a la par que la desarrollada por la tradición residual y tardía de las escuelas socráticas. 136 En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.45. 137 “Substancia primera” descrita por Aristóteles en su Metafísica. Aristóteles, Metafísica, libro séptimo · Ζ · 1028a-1041b y libro quinto · Δ · 1013b-1025, versión digital de Patricio de Azcárate. http://www.filosofia.org/cla/ari/azc10164.htm 138 Agustín de Hipona, “Ciudad de Dios”, Editorial Gredos, Madrid (2007).

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substancias platónicas. La Ciudad del Hombre supone un marco poblado por el egoísmo y proclive al pecado, donde la entidad de todo lo contenido es mutable, incierto y corrupto. Por contrapartida, la Ciudad de Dios compromete un marco antagónico donde la realidad divina opera de manera “ad eternum”. Tan solo implorando a la fe dogmatica dentro de su operancia fáctica material, el hombre puede aspirar a comprender, a conocer, a alcanzar la razón y entablar contacto con el alumbramiento de Dios. Por si parecieran sencillas estas premisas de cosmogonía dualista, la maniobra de San Agustín conlleva una ética, una teleología y el desenvolvimiento del hombre hacia una interioridad reflexiva de anticipación moderna139. 4.2.4. Transición del Renacimiento Tan capital como el cristianismo para alcanzar una comprensión plena de los entresijos de la mentalidad occidental, resulta el punto de ruptura del Renacimiento. El Renacimiento supuso un desarrollo de los incipientes hallazgos de la primera Ciencia140 y la expansión de nuevos horizontes artísticos, geográficos y culturales; acompasados por un acto de desenvolvimiento del hombre hacia sí mismo, de capitulación ante el antropocentrismo. En un retorno conceptual por lo clásico, la medida de todas las cosas es centrada en el papel simbólico del hombre141, su relación lingüística con la Naturaleza tiende a tornarse tanto idealista como realista: se adopta el método matemático como piedra angular de certeza en el intento de “desvelar” la idea esencial subsumida bajo el sensible y fenoménico conocimiento causal. Es decir, el plano lingüístico simbólico abarca finalmente al hombre, se idealiza; adoptando por otra parte gradualmente, el uso del lenguaje matemático como herramienta en la investigación paulatina de la physis. Esta transvaloración tan solo reproduce la genética del pensamiento tradicional bajo una reinterpretación que ejercerá un giro significativo hacia el papel del hombre ante la Naturaleza y siempre, bajo la tutela de Dios. Lo tangible, más cercano al intelecto y no etéreo, puede detonar un punto de partida plausible para la comprensión última de aquello que se ha juzgado inalcanzable para el conocimiento terrenal. Uno de los pasajes concomitantes enraizados en este compás de la Historia, guardaría relación con un ascenso de los perfeccionamientos técnicos mecanicistas que invitaban a la conciencia individual coetánea a una teorización disociativa entre aquellos entes que hasta entonces se suponían dentro del conjunto de cosas inanimadas, y aquellos que podían albergar un uso mecánico. Mumford localiza la no defenestración del animismo como un obstáculo percibido para el desarrollo técnico. Con la desaparición del animismo, el hombre estaba ya capacitado para percibir propiedades o potencialidades mecánicas en entes que ahora carecían de espíritu y antes habían estado bajo sospecha de comportarse como criaturas vivas 142. Los 139

En Agustín de Hipona, Confesiones, Editorial Gredos, Madrid (2010). Mumford resalta la curiosidad de los autores italianos del Renacimiento como Dante y Petrarca, quienes no evitaban un contacto con las montañas, con el obstáculo terrorífico que representaban y las penalidades del viaje que suponían; las buscaban y las dominaban a base de ser escaladas por la mera exaltación que les producía su conquista: “La naturaleza existía para ser explorada, invadida, conquistada, y finalmente, entendida”. En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.46. 141 Conviene no olvidar por otra parte el papel central que la religión cristiana ejercía en el Renacimiento en todo momento, como canon ontológico explicativo. Los herederos de los heraldos del Renacimiento en cuanto a inquietudes naturales (Galileo, Newton, Pascal, etc.) parecieron mostrar una devoción uniforme. Ídem, p.49. 142 En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.47. 140

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objetos técnicos ideados no prestaban utilidad a los fines proyectados por los hombres como meras prolongaciones o imitaciones de la naturaleza en soportes protésicos, su razón de ser se abstraía y tendía a una instrumentalización determinada. El animismo había supuesto hasta entonces el muro que incapacitaba al hombre a ejercer una ruptura a favor de ocultar “la faz de la naturaleza detrás de garabatos y formas humanas”143. Como ya hemos mencionado en la apertura de este apartado, mientras el hombre otorga a la physis el estatus de vívida, se vale de una significación lingüística del contexto físico en colaboración de la cosmovisión animista; cae en la cuenta de sus propias conclusiones: los poderes de la naturaleza son ciertamente amenazantes para su integridad y autoconservación. El periodo del Renacimiento se postula como un golpe de gracia a una posible perspectiva animista que habría operado desde tiempos arcanos dentro de las culturas occidentales. El siglo XVI supone una toma de conciencia, de autorevelación del hombre frente a la physis, donde el “único método de escape que su voluntad de poder podía seguir era o bien la disciplina de sí mismo o la conquista de otros hombres: la vía de la religión o la vía de la guerra”144. Si bien es cierto que el rechazo gradual al animismo se hará patente en el Renacimiento, su configuración parecía ya impresa en el primer tomismo, que amenazado a su vez por el auge de ciencia empírica adecuó el aristotelismo con facilidad a su teología sistemática en parte ayudado por el carácter dogmático y estático de ambos. Los primeros tomistas estiman de facto que “el expolio de la naturaleza puede rastrearse hasta los primeros capítulos de la Biblia. Todas las criaturas deben someterse al hombre”145. El proyecto Renacentista adquiere una cristalización teórica con la incursión de la Modernidad, ya que dicho periodo es heredado con embelesado interés por autores influenciados por un contexto histórico floreciente: auge del Protestantismo, comienzos de una industrialización mecanizada, legitimación de la autoridad estatal y se antepone el principio de la razón a las verdades dadas de facto por el grueso de los argumentos axiomáticos de la Escolástica ya mencionados146. Este nimio y raquítico cómputo de ilustraciones históricas expuestas, tan solo pretenden sugerir que la Modernidad se dilucida como un espacio histórico de inclinación claramente reflexiva y cuestionadora. Supone la siguiente “vuelta de tuerca” hacia un giro perspectivista antropocéntrico de la ontología y la epistemología occidental, sin establecer una erosión completa de las entidades de aquellas categorías inauguradas por los primeros pensadores clásicos de corte dualista. 4.2.5. Tradición Moderna Si hemos de señalar un nombre totémico, ese sin duda está representado por René Descartes. Descartes ejemplifica a la perfección la labor de un recopilador de saberes de su tiempo, inaugura una inquietud por el mecanicismo y la claridad analítica de la geometría y la matemática que lo lleva a oponerse al poder discursivo de la tradición 143

Ídem, p.48. Ídem, 49. 145 La teología pretendió dar a entender que la ciencia moderna ya pertenecía a la integridad de su sistema. Para Horkheimer, esto fue posible debido a que tanto la explicación escolástica como la científica moderna aspiraban a un mismo objetivo ideal, el dominio de la realidad sin la necesidad de llegar a criticarla. M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), pp.93, 94. 146 En este sentido, la doctrina de la Escolástica combatió el animismo presentando a la Iglesia como el único vínculo posible entre el hombre y el absoluto, dando por hecho que el mundo de Dios y el de los hombres estaban categóricamente separados. L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.49. 144

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silogística aristotélica empleada por la Iglesia como método147. Pero en cuanto a sus contribuciones teóricas del plano epistemológico, las bases de su esquema tan solo reflejan una reformulación y resignificación en algunos aspectos, de los avances teoréticos medievales148. Descartes, partiendo de un principio escéptico casi radical149, se interrogará en saber cuál es aquella premisa de la que no se puede llegar a dudar bajo ningún concepto. De la premisa “Pienso, luego existo”, Descartes infiere una asidera de certeza en la existencia de un sujeto por medio de un principio de razón. Sin duda, esta formulación pseudo solipsista implementa la inmanencia lingüística de un “Yo” nominal racional, a la existencia. Este alumbramiento de la Razón se transcribe como único punto de partida hacia una ciencia, hacia la detonación de auténtica sabiduría. Para ello el pensador de La Haye, requiere de reminiscencias dualistas en la enunciación de que toda ontología esta infundada en dos substancias o aquellas que existen por sí mismas sin la necesidad de otro componente: se da lugar a la “res cogitans” o sustancia consciente y a la “res extensa” o su extensión material. En la indagación de su teoría del conocimiento, Descartes centrará en la razón humana, en el sujeto, el punto de inicio de todo conocimiento del fenómeno o del objeto sensible. Esto supone una forma iniciática diferenciada de concebir la correlación del ser humano con la Naturaleza, donde la eminencia es principalmente centrada en la razón humana sobre el contexto físico150. Descartes desata una traslación teórica entendiendo la obra de Dios como una ordenación mecánica, como al propio Dios como un relojero que ha “concebido, creado y dado cuerda al reloj del universo”151, siendo de los primeros convencidos en poder establecer regularidades en la physis. La metodología analítica cartesiana influyó con creces en otras corrientes occidentales del pensamiento como lo fueron el Empirismo152, y el Idealismo kantiano como representante sintético de toda la tradición filosófica anterior. Pero en cuanto a la praxis científica, esta no pudo verse desarrollada sin un avance de la magia y la alquimia previo a la revolución mecanicista; ya que “La magia residía más en la demostración que en la dialéctica: (…) liberó al pensamiento de la tiranía del texto

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Mumford parece acertar al resumir la incursión de la cosmovisión mecanicista frente a una estructura medieval de lo social que cada vez parecía estar más avocada a remodelación: “En pocas palabras una máquina viva era mejor que un organismo muerto, y el organismo de la cultura medieval estaba muerto”. En Ídem, p.59. 148 Aspectos diádicos interrelacionados entre si como “alma” y “cuerpo”, “razón” y “Naturaleza” fueron ya trabajados tanto por Agustín de Hipona (354- 430 d.C.) como por Avicena (980-1037 d.C.). 149 En desconfianza hacia todo lo sensible y la apariencia de lo tangible en el contexto material. En R. Descartes, “Obras completas”, Ed. Gredos, Madrid, (2011). 150 Destacamos la cita rescatada por Mumford del “Discurso del Método” cartesiano como ejemplificación de las inquietudes modernas: dominio de la naturaleza, el deseo humano como motor del desarrollo técnico y la autoconservación individual: “comprendí que era posible alcanzar un conocimiento (…) en lugar de la filosofía especulativa (…) descubrir una forma práctica (…) como conocemos los diferentes oficios de nuestros artesanos, pudiéramos también aplicarlos de la misma manera en todos los usos a los que se adapten, y así hacernos dueños y poseedores de la naturaleza. Y es este un resultado que debe desearse, no solo en orden a la invención de una infinidad de artes, gracias a los cuales podríamos ser capaces de disfrutar sin dificultad alguna de los frutos de la tierra (…) sino también especialmente para la conservación de la salud.” En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.74. 151 En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.50. 152 Se destacan figuras como Locke y Hume. El Empirismo centraría el origen de todo conocimiento en la experiencia sensible; cuya percepción del fenómeno natural debe de ser estudiado por medio de un lenguaje matemático y estudiado en una lógica de división de singularidades con objeto de establecer reglas de cariz universal. Podemos asociar a esta corriente el surgimiento del Instrumentalismo.

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escrito”153 ejerciendo de puente entre lo fantástico y lo mecánico como cosificación realizada de un sueño de dominación. 4.2.6. La Herencia Ilustrada Sucederá en manos de Immanuel Kant otro proceso esmerilado del proyecto moderno, ya que estipulando la eminencia de la razón humana y adaptando a ella la diversificación entre sujeto y objeto cartesiana, Kant enunciará los puntos limítrofes de la misma. Reincidiendo en una escena dualista, el filósofo de Königsberg estipula que la physis está conformada por dos ámbitos: por una parte se representa el mundo fenoménico y por otro el nouménico. La razón subjetiva del hombre tan solo estaría capacitada para entablar contacto mediante la sensibilidad con el mundo fenoménico: un caos de sensaciones ante el cual el entendimiento humano sería capaz de dar forma inteligible mediante la utilización de las categorías del mismo: cantidad, cualidad, modo, relación etc. Es decir, el conocimiento de la physis estaría condicionado por el filtro o imagen procesada que la razón ejercería sobre el mencionado caos, construyendo una imagen asequible154 para la intelección de la Naturaleza. Allá donde la razón humana mediante la investigación sensible y metódica es incapaz de transportarse, conformaría el ámbito del noúmeno, de “la cosa en sí”, del arquetipo último esencial de la materia: el conjunto de la metafísica o aquello que se colocaría más allá de la posibilidad de la investigación física. Supondría este, un ámbito donde el lenguaje científico perdería autoridad demostrativa, y la certeza no estaría justificada. Esta delimitación de la razón humana y sus posibilidades de conocimiento sobre la Naturaleza, conllevará no solo un acotamiento de las facultades cognoscitivas del ser humano, si no una cosificación teórica de lo que es entendido por Naturaleza. No restamos razón a Horkheimer cuando enuncia que los racionalistas aminoraron la profundidad perseguida por la religión, entendiendo que la razón humana está capacitada para la intelección de la armonía entre naturaleza y hombre sin la gracia alumbradora de Dios155. El cometido de la filosofía se tornó sin ambages entonces, en un medio para desvelar la naturaleza de los entes156. Gracias a este progreso del pensamiento occidental, la Naturaleza se desenvuelve en la significación de que su conocimiento fenoménico está al alcance del ser humano; que su conjunto es inteligible, que puede ser comprendido como un marco medible, cuantificable y a fin de cuentas, controlable por el hombre. El desarrollo de la esfera de la razón subjetiva del periodo ilustrado, ejerció una ruptura con la tradición anterior, un cisma donde el principio rector de la razón objetiva cada vez se mostraba más como un residuo mitológico o religioso. Con el desvanecimiento de las ideas que tradicionalmente se percibían en comunión con los elementos de la verdad o el “logos”, entidades de espíritu trascendente etc., los comportamientos y las acciones psicológicas individuales, se vieron alterados157. La razón en su germinación neo subjetiva, tendió a formalizarse, se inclinó por estimarse tan solo como provista de racionalidad cuando estaba orientada a una actividad que sirviera a un fin. La actividad se percibe pues como un instrumento que adquiere sentido cuando entra en contacto con la consecución de otros objetivos158. El carácter del darwinismo estipula la superación y la adaptación como un principio inestimable de la razón subjetiva como 153

En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.55. Congeniada por la ordenación del tiempo y el espacio. En I. Kant, “Crítica de la Razón Pura”, Ed. Gredos, Madrid, (2010). 155 M.Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.54. 156 Ídem, p.55. 157 M.Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.69. 158 Ídem, p.71. 154

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parte de la Naturaleza, pero que curiosamente se posicionará en oposición a ella al verse obligada a prevalecer como competidora y enemiga de toda vida que no sea la suya propia159. Estas intuiciones son las propias de corrientes posteriores de Occidente como el Positivismo, cuyo dogma de conocimiento se centraría en que el valor de verdad160 para la elaboración de teorías tan solo es contrastable con un progreso acumulativo de saber científico centrado en la observación y justificación del fenómeno positivo, de aquello “que sucede” o “se da”161. Este planteamiento de acotar lingüísticamente la realidad sobre los hechos, se mostró como el inicio detonante de una corriente científica que florecería más adelante, cuya definición del mundo “no es el objeto total de la común experiencia humana: es sólo aquellos aspectos de esta experiencia que se prestan a sí mismos a una observación precisa de los hechos y a afirmaciones generalizadas”162. El programa de la modernidad y su mediación con el concepto de Naturaleza parecía reforzarse163 y definirse gracias a dicha corriente, hasta el momento culmen de la irrupción del Empirismo Lógico o Neopositivismo a principios del siglo XX. El pensamiento Neopositivista recalcará el peso del lenguaje como punto arquimédico en la epistemología aunando las preocupaciones del Empirismo y la certeza lógica o potencialidad kantiana inherente en los enunciados apriorísticos. El conjunto de pensadores bajo el albergue del “Círculo de Viena164 enuncian que la certeza fáctica y el rigor de veracidad de todo conocimiento tan solo puede tornarse aprehensible por medio de la indagación del lenguaje lógico matemático de la ciencia165. Toda proposición del lenguaje natural incontrastable con la experiencia, no formalizable bajo un halo de la lógica matemática o carente de referencia física, atañe al ámbito de la metafísica o al campo del subjetivismo166. Su enérgica postura anti metafísica adquirirá 159

Ídem, p.140 El uso del lenguaje que los primeros positivistas comenzaron a defender fue catalogado como físico, científico; a fin de cuentas un uso descriptivo orientado al objeto que suponía la physis. 161 Dicha corriente consta de heraldos como A. Comte y J.S. Mill, ambos de finales del s. XIX. 162 En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.61. 163 Mencionamos la excepción tal vez de F. W. Nietzsche como única voz disconforme con el proyecto modernista demostrando una postura anti platónica, una noción del relativismo lingüístico y visión genealógica de la ética. 164 O “Wiener Kreise”, movimiento científico-filosófico que promovía una cosmovisión científica del mundo y un empleo del lenguaje puramente verificacional. Entre sus formantes pueden reseñarse figuras tales como M. Schlick, fundador del movimiento, y R. Carnap, O. Neurath y Hans Hahn, autores de “La concepción científica del mundo” (1929). 165 Horkheimer se lamenta de que el uso del lenguaje predicado por los neopositivistas se muestre tan restrictivo y férreo, empujando al individuo a operar en directrices lingüísticas puramente científicas que condicionan su manera de existir al invitarle a manejar un lenguaje de rentabilidad instrumental con lo que ello podría conllevar: “Tan pronto como un pensamiento o una palabra se convierten en su instrumento, se (…) renuncia a realmente algo (…) de lo que está (…) en juego, esto es, a realizar en su plenitud los actos lógicos entrañados por su formulación verbal. (…) la ventaja de la matemática -el modelo de todo pensamiento neopositivista- radica (…) en esta ” M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.60. 166 La tradición filosófica siempre ha planteado una división entre la razón objetiva que aúna entes y fines bajo un elemento de totalidad, y la razón subjetiva, que en directrices del propio Horkheimer, atiende únicamente a los fines, siendo el más primario el de la autoconservación. La razón objetiva no se muestra excluyente hacia la subjetiva, pues se halla esta bajo su amparo, conservando siempre ese componente de principio rector acorde a la totalidad, a un orden entre esferas. Cuando la razón se institucionaliza, se seculariza, tiende a orientar su interés sacralizado hacia la seguridad, los intereses materiales etc. Al ejercer una separación entre aquello con estatus religioso y su contenido objetivo 160

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excelsa expresión en uno de los trabajos más influyentes del pensamiento occidental del siglo XX. como fue el “Tractatus Logico Philosophicus” de la primera postura ontológica de L. Wittgenstein, obra en la que se reza taxativamente como conclusión de la misma: “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse.”167 Aquello que enunciamos mediante el lenguaje que huelga de correspondencia, de referencia física, pertenece al ámbito incierto de la metafísica; conjunto del que el hombre nada significativo y veraz puede extraer. Esta concepción de la Naturaleza conlleva una repulsa de todo saber que carezca del amparo lingüístico de la ciencia. Instará a enfrentarse a la “physis” como un conjunto de hechos asequibles para una mentalidad que opera en coherencia directa con una instrumentalización técnica de la misma; que entiende todo lo existente como relaciones de hechos medibles o constatables del dominio humano. En esta bifurcación se entrelazaran las veredas de lo cuantitativo y lo cualitativo, inclinándose el lenguaje científico por la veracidad taxativa de la primera. Lo cierto es que la ciencia perseguía inicialmente una elevación protésica mediante la técnica de las cualidades humanas, pero de manera contradictoria, “lo cualitativo se redujo a lo subjetivo: lo subjetivo fue desechado como irreal, y lo no visto y no medible como inexistente. (…) Mucho pudo ser realzado por la nueva ciencia y la nueva técnica porque mucho de que estaba asociado a la vida (…) fue eliminado intencionadamente. Al crecer en importancia el mundo exterior de la percepción, el mundo interior del sentimiento se hizo cada vez más impotente”168 A pesar de que el lenguaje científico hubo desarrollado un alejamiento paulatino por llegar a estar capacitado para percibir a la Naturaleza como un objeto pendiente de ser dominado para ser entendido (o viceversa) desde los primeros inicios de la cultura occidental, el empleo de un uso científico o fisicalista del lenguaje no suponía una teoría general del lenguaje como más tarde mostrarían diversos autores169. A pesar de ello, la mediación lingüística que el hombre ejercía sobre la physis y no en relación al contacto intersubjetivo, aún persistía en su explicación instrumental o incluso pragmática170. Este uso del lenguaje establecía diversos riesgos para el “sistema contextual”, así como para el propio hombre o esencia humana en caso de albergar la intención de convertirse en una teoría del lenguaje, de mediar mediante el lenguaje, universal en la era de las sociedades modernas.

ontológico y la propia razón, los estatus tienden a formalizarse. La razón subjetiva se inclina entonces por encontrar un elemento clave que alumbre como predecir y categorizar las características del medio. En En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), pp. 45-52. 167 L. Wittgenstein, con prefacio de Sir B. Russell, “Tractatus Logico-Philosophicus”, Alianza, Madrid (2009), apartado 7. 168 Vemos conexión directa con la genealogía mecanicista moderna descrita por Mumford. En L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.64. 169 Imposible aludir a las últimas publicaciones de L. Wittgenstein referentes al uso del lenguaje y los actos del habla de Austin, que parecen resaltar las limitaciones del un planteamiento neopositivista del lenguaje como teoría global. L. Wittgenstein, “Investigaciones filosóficas”, Instituto de Investigaciones Filosóficas UNAM México (1988) y L. Austin, “Cómo hacer cosas con palabras: Palabras y acciones”, Paidós, Barcelona (1982) 170 Citamos los peligros que Horkheimer percibe en la corriente pragmatista en el que “por pluralista que quiera presentarse, todo se convierte en mero objeto y, por ello, finalmente en uno y el mismo, en un elemento de de la cadena de medios y efectos.” M.Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.78.

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5.CONCLUSIONES. "Wo aber Gefahr ist, wächst das Rettende auch." - F. Hölderlin- Patmos-

Tras la presentación del análisis y su desarrollo nos disponemos a extraer ciertas conclusiones al respecto del mismo con el afán de que las reflexiones posteriores no pierdan vigencia en paralelo a la esfera de horizonte internacional de nuestro sistema global. Las conclusiones aspirarán a adquirir una perspectiva ética, un enfoque de lo que pueden suponer en un escenario definido los argumentos vertidos, a fin de cuentas; una respuesta crítica a la problemática planteada en los apartados anteriores. 5.1.En torno a la técnica frente al hombre “When you invent the ship, you also invent the shipwreck; when you invent the plane you also invent the plane crash; and when you invent electricity, you invent electrocution... Every technology carries its own negativity, which is invented at the same time as technical progress.” 171 -Paul Virilio-

En el análisis que hemos desarrollado en el primer apartado o bloque hemos demostrado la importancia de la técnica como componente conceptual cuya aplicación y existencia, es inherente a la del ser humano. No existe historia del hombre sin una proyección equidistante de la técnica, comprendiendo incluso el surgimiento de tanto las primeras manifestaciones del lenguaje como la utilización de utensilios primitivos, como otra de las muchas expresiones de la técnica. Analizaremos el aspecto de la instrumentalización del lenguaje denunciada por Heidegger, la injerencia de las ópticas presentadas por Stiegler en comunión con otros autores, la importancia del sistema técnico y una posible dinámica del sistema global extraída de los argumentos de Gille en el segundo punto de las conclusiones en torno a la técnica. De esta forma, redundamos en la idea de que la técnica encierra en sí una acepción de calado epistemológico y gnoseológico desde la conformación de su concepto tórico en Grecia, ya sea de percibido de manera mayeútica o logocéntrica o puramente instrumental. Heidegger nos argumenta a favor del carácter positivo de la técnica en el desvelamiento de la verdad, pero como bien hemos visto, no coincide con la dinámica que ha adquirido la técnica moderna; pues esta compromete subterráneamente una posible instrumentalización total del lenguaje. Este punto plantea un desdoblamiento importante desde los primero planteamientos del mismísimo M. Weber hasta los refinamientos de J. Habermas172, pero a nuestro parecer supone un protofenómeno en gradual gestación que amenaza la forma de existir y experimentar del hombre imperante hasta el momento. O tal vez el auge de la epistemología instrumental inoculada gracias a: a) un empleo nada neutra y definido de la técnica moderna, b) la permeabilidad de la acción comunicativa y lingüística con una lógica cosificante o mercantilista y c) una suerte de “irracionalidad racionalizada173” del ámbito social, ha de percibirse como el siguiente estadio evolutivo del lenguaje. No podemos sino ligar el auge de la sociedad capitalista mundializada que se reproduce y retroalimenta gracias a la existencia de una industria productiva como uno de los principales actores que posibilitan que la instrumentalización del lenguaje se 171

P. Virilio, “Politics of the Very Worst”, Semiotext(e), New York (1999), p. 89 J. Habermas, “Teoría de la acción comunicativa”, Taurus, Madrid (1988) 173 Extraído de la presentación de J.J. Sánchez en M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.33. 172

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torne en una realidad. Y no resulta raro, ya que la técnica ha encerrado para los hombres la característica de presentarse como “impersonal, objetiva, dentro de su campo limitado, el mundo material puramente convencional. Esta técnica dio por resultado una valiosa moralización del pensamiento: los criterios, primeramente elaborados en dominios extraños a los fines en inmediatos intereses personales del hombre, eran asimismo aplicables a los aspectos más complejos de la realidad que se encontraban más cerca de sus esperanzas, amores y ambiciones”174. Esta “política” deshumanizadora, cosificadora e instrumentalista del lenguaje no pudo llevarse a cabo sin la estratagema anterior realizada por la razón ilustrada, como bien remarca Horkheimer175. La Ilustración combatió los dogmas de la religión apoyándose en la posesión de la razón, una razón que finalmente no acabó por dinamitar el influjo de la Iglesia, sino de la mismísima metafísica y de la tradición labrada por la razón objetiva en favor de: a) encumbrar el uso de una razón subjetiva formalizada e instrumental que tan solo servía a la consecución de los intereses propios, y b) postular la explicación científico-técnica-naturalista como el nuevo dogma de fe. Gracias a este paso, el rigor epistemológico ha recaído sobre la tecno ciencia, y la planificación del desarrollo o tutela de las sociedades, sobre el poder decisorio de los nuevos legisladores tecnocráticos176. A este respecto, comenzamos a discernir la idea de que tal vez un uso del lenguaje a imagen y semejanza del empleado en la ciencia y la técnica, satisfacen con mayor perfección la amplia definición que entraña la realidad. Se entiende que lo “real” puede subsumirse con mayor adecuación a su verdadera esencia, mediante la utilización del lenguaje propio de la “máquina” originaria, y no del empleado tradicionalmente por los “organismos vivos”177. Dicha recreación nos transporta a reflexionar sobre cual puede llegar a convertirse el puesto del hombre dentro de tales proyecciones, no solo ya viéndose invadido por tal uso del leguaje, sino inmerso en un sistema global que reproduce patrones de “realidad” idénticos de manera continuada: un sistema de consumo cuyos productos son de producción industrial, sustentado por una columna del hacer y desarrollar técnico. A este respecto podríamos retomar cierto aforismo Nietzscheano y atrevernos a remodelarlo: “El hombre ha muerto, sus productos178 lo han matado”179. Nada más lejos. Si Nietzsche ponía en tela de juicio el alcance de la teleología cristiana debido al auge de un nihilismo previsto180, el individuo contemporáneo puede “simular (…) la estructura de la acción racional con respecto a fines, (…) (y) no solo podría ya, en tanto que homo faber, objetivarse íntegramente a sí mismo por primera vez y

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“La ciencia concedió a (la razón) esta selectividad inevitable un nuevo fundamento: distinguió la serie de relaciones más utilizable, masa peso, número, movimiento.” Y “El procedimiento impersonal d ela ciencia, las astutas estratagemas de la mecánica, el cálculo racional de los utilitaristas, esos intereses capturaron la emoción, tanto más cuanto que el paraíso de oro del éxito financiero queda más allá ”L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), pp.63, 64, 65 y 72. 175 M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.56. 176 J. Habermas, “Ciencia y técnica como ideología”, Tecnos, Madrid (1986). Recurso on line en http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/687.pdf p.90 177 L. Mumford, “Técnica y Civilización”, Alianza Universidad, Madrid (1982), p.66. 178 Su hacer, su creación, sus prótesis, la técnica en esencia. 179 En referencia a “Dios ha muerto. (…) Nosotros lo hemos matado” En F. Nietzsche “La Gaya Ciencia”, Busma, Madrid (1987) sección 125. 180 Adaptamos la inversión ejercida por Feuerbach en cuanto a la “alienación religiosa” a la hora de interpretar el aforismo de Nietzsche. En este sentido, nos hacemos eco de una rebelión (en los fines estipulados) de lo “creado” o producido frente a su “creador” o productor. En L. Feuerbach, “Escritos en torno a La esencia del Cristianismo”, Tecnos, Madrid (1993)

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enfrentarse a sus propios productos autonomizados, sino que también podría quedar integrado a su propio aparato técnico como homo fabricatus”181. Cabe la posibilidad que ante la victoria de un uso instrumentalizado del lenguaje cuyo origen puede rastrearse en el uso de la técnica moderna; lleve al hombre a una posición de “desorientación” ya sea en directrices del propio Stiegler como mencionamos en durante los dos primeros apartados del análisis, o hacia un replanteamiento de las interrogaciones kantianas de nuevo: ¿Quién soy “yo”?. Quién es el hombre que se ve profundamente alienado por el continuo devenir de un mundo tecnificado cuya superpoblación de sus productos lo llevan a sentirse “Prometeo (…) el bufón cortesano de su propio parque de máquinas”182. En efecto, G. Anders alude a la dimensión del hombre fabricado a sí mismo, del “selfmade man”, un producto que se incomoda por hacerse a sí. Un hombre al que no le supone una vergüenza haber sido “hecho por otro (dios, los dioses, la naturaleza), sino porque no es hecho y, en cuanto no hecho, está sometido a todos sus productos fabricados183”. Anders alude aquí a Agustín de Hipona en su planteamiento moderno del “homo creator”; dando más valor al “qué” mencionado por Stiegler184 que al “quién”. A este respecto, Stiegler determina que el “quién” no puede sino ser una expresión de idiotismo epimeteico debido a que se ve constituido por “lo que le enseñan las sucesivas ortotecizaciones prometeicas del qué”185. Si se antepone la eminencia del “qué” sobre el “quién”, se corre el riesgo de llegar a germinar un “qué” incluso más perfecto que el mismo hombre. Este es un planteamiento intolerable para el cristianismo, pero que habita en imaginario de la producción industrial de los objetos técnicos como deseo; como algo necesario. Anders denominará a este principio como “la vergüenza prometeica” o el hecho de que la perfección de los productos técnicos hagan desaparecer el papel coronario de su creador, en este caso, el propio hombre186.

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J. Habermas, “Ciencia y técnica como ideología”, Tecnos, Madrid (1986). Recurso on line en http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/687.pdf p.90 182 En G. Anders, “La obsolescencia del Hombre, (Vol. II), Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, PRE-TEXTOS, Valencia (2011), p.41. 183 Íbidem. 184 Ver nota a pie de página núm. 34 de este texto. 185 Bernard Stiegler, “La técnica y el tiempo” Vol. II La desorientación, Ed. Hiru, Hondarribia (2010), p.98. 186 El cine ha manifestado esta visión en cuantiosas ocasiones, entre las cuales solo traeremos a colación dos ejemplos filmográficos a fin de plantear posibles escenarios que entremezclen la filosofía y la ciencia-ficción. En el caso de “Blade Runner” adaptación libre de R. Scott al cine de la novela de P. K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, el producto quintaesencial de la técnica se ve representado por unos androides que suponen un reflejo de la figura del hombre bajo el halo del “genio” (sus aptitudes superan a las del creador en muchos aspectos pero su existencia es finita y fugaz). En este sentido, la técnica se muestra como acotada y limitada; los productos ideados son aún obsolescentes: aúnan a imagen y semejanza, las limitaciones de los hombres. Desde esta perspectiva, el hombre tan solo puede avergonzarse de su imperfección en las aptitudes frente a sus productos, pero no frente a su finitud programática. El papel del producto industrial aún persiste en la ponderación de la fase industrial: la obsolescencia de los equipos técnicos esclaviza (humaniza) a los androides frente a un anhelo de infinitud y libre albedrío. Por otra parte podemos subrayar el papel de “Her” de S. Jones, donde el producto de la técnica se ve personificado por un sistema operativo informático. Dicho sistema operativo o software se ve afectado por una potencialidad de infinitud y constante devenir. En este sentido se plantea como una entidad libre de soporte físico, cuya dinámica de innovación posibilita incluso un desarrollo “ad infinitum”. A pesar de representarse en el filme la figura de la técnica al servicio del hombre, es decir, como incapacitada por “programación” para la subversión; el mencionado sistema operativo aúna la capacidad de infinitud existenciaria y de posible auto innovación continuada. En este caso, la vergüenza prometeica que sufre el hombre frente a sus productos mencionada por Anders, se presenta aquí de manera más que justificada. En R. Scott, “Blade Runner”, Warner Bros. Pictures, California (1982) y S. Jones, “Her”, Warner Bros. Pictures, California (2013).

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Resulta sencillo verse imbuido tal vez por este escenario cuando el sistema global se ve alimentado por un principio cosificador del todo imperante que nos es imposible negar. Lo que no nos es tan obvio tal vez, es contemplar como la mencionada “vergüenza prometeica” adquiere un nuevo significado, o al menos un nuevo punto de partida. La vergüenza ya no surge de un desarrollo lingüístico instrumental que hace sospechar al hombre que tal vez corra el riesgo de llegar a estar cosificado: este hecho puede incluso llegar a ser tomado como aceptado en el actual sistema global. La vergüenza puede ahora estar en el seno de la posibilidad de correr el riesgo de “no estar cosificado187” a imagen y semejanza de la perfección exhibida de los objetos técnicos, soportes inorgánicos organizados que el hombre ha creado. Es este un principio de humillación mutual que el hombre desempeña al desbrozar la idolatría por sí mismo y trasladarla hacia su capacidad técnica188, cuyo origen nace de un ensimismamiento del lenguaje que cada vez se ve más y más instrumentalizado en su uso, más deshumanizado en su construcción de la realidad mediante el lenguaje. 5.1.2 El desarrollo del sistema técnico como espejo del sistema global Gracias al texto de B. Gille, nos ha sido posible analizar mucho más de cerca las dinámicas internas que los sistemas técnicos han de desarrollar para entablar una fase de progreso. Resulta ciertamente importante para la comprensión de todo el texto el aspecto en el que se reitera Gille, a saber, que el sistema técnico está en directa sinergia transformativa con el resto de subsistemas. Si concebimos el cambio como uno de los ingredientes constitutivos de la realidad contemporánea, nos vemos obligados a volver la mirada hacia el poder del progreso, invención e innovación del que el sistema técnico hace gala. Como hemos visto en el análisis, la injerencia del sistema financiero es vital para sustentar el aspecto acumulativo del sistema técnico, incluso para configurar y delimitar los fines hacia los que el sistema técnico había de movilizarse. En esta interrelación de subsistemas que finalmente conforman un sistema global, podemos resaltar el hecho de que cuanto más desarrollado y avanzado se ha hallado a lo largo de la Historia el subsistema técnico, mayor influencia ha desentrañado en el resto de subsistemas, generando una suerte d diferentes redes de exigencia. Hemos subrayado la opinión de Gille que menciona los numerosos desajustes o desequilibrios que el avance de la técnica ha generado a partir de la aparición del industrialismo, ya que en el lapso de tiempo anterior a la aparición de la producción industrial; el equilibrio entre subsistemas parecía autoregularse dando lugar a situaciones de estabilidad en el sistema global. En el momento en que la producción industrial comienza a desarrollarse, la técnica entra a su servicio; se da lugar a la necesidad de los procesos de invención e innovación como respuesta a las necesidades fijadas o enfrentadas por las carencias de diversos subsistemas que empezaron a verse envueltos en una competencia mundializada. Los productos técnicos que comenzaron a ser producidos, sin entrar en la discusión sobre la futilidad de su esencia de ser, comenzaron a establecer redes de exigencia o dependencia en conexión con otro número de aplicaciones también técnicas. Es decir, el sistema técnico, se vio condicionado a constituirse, debido a la presión de otros subsistemas como el industria-económico-financiero, en una suerte de redes diferenciadas de productos. La operatividad de estos se veía comprometida por otro número de de productos técnicos producidos para tal finalidad: establecer una 187

En G. Anders, “La obsolescencia del Hombre, (Vol. I), Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, PRE-TEXTOS, Valencia (2011), p.45. 188 Otro de los curiosos ejemplos que Anders menciona para ilustrar el principio de la vergüenza del hombre ante sus productos, postula la incursión de lo inorgánico como “make up” o maquillaje. Lo orgánico, el aspecto natural del individuo que se supone motivo de verguenza, tiende a ocultarse gracias a la aplicación de prótesis inorgánicas. Se da lugar a un proceso parcial de la autocosificación en busca de la disminución de la “vergüenza prometeica”. En Ídem, p.46.

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coherencia entre la operatividad de una red de equipos técnicos con el consiguiente beneficio para el fabricante. La ramificación de tales redes, conectaban la consecución de un fin mediante el uso de la técnica, ya fuera encender una bombilla o calentar un radiador; pero a mayor complejidad de los equipos técnicos, mayor se convertiría la “exigencia” de su funcionamiento dentro de su red o incluso orientada hacia otras redes189. El problema no parece tornarse en motivo de desequilibrio siempre y cuando la incursión de nuevas innovaciones en el sistema técnico obligue a una redefinición de las redes. Llegados a este punto, el conjunto que puede conformar el subsistema técnico no puede sino definirse como un marco radicalmente mutable, llegando a asemejarse más un mero proceso que a un conjunto de objetos técnicos materiales. Por lo tanto su indefinición, sumerge al individuo en una desorientación constante que se ha convertido en motivo de estabilidad dentro de las sociedades industriales; condenando en cierta manera, la libertad y dignidad ontológica del individuo. Solo los nuevos ingenios de la técnica, sus productos, parecen estar sujetos a la libertad de la mejora, de la evolución gracias a su capacidad transformativa de ser entes capaces de soportar la lógica del “ensayo-error”190. Una lógica que presiente al individuo, no tal vez proyectado en el futuro dentro de una posible percepción del progreso como una forma de “visión”, sino como una forma de producción del mismo. Este producir está orientado a la superación de un desnivel que el hombre tiene con respecto al hombre, que ha de preverse para producirse191 y seguir a lomos del “juggernaut”192. La aparición de técnicas más novedosas a cada vez, plantea una exponencial exigencia en otra naturaleza de sistemas, los que se implican en la red con una mayor exigencia dentro del sistema global. Este movimiento genera una mayor demanda en diversos subsistemas, y si tal demanda es satisfecha, damos con un incremento del consumo de los productos. Finalmente, un mayor consumo requiere de un mayor gasto, donde el principal perjudicado frente a una exigencia casi indefinida, es el medio ambiente (un conjunto y no un proceso finito) que sufre el incremento de los factores y el trabajo a modo de agresión. Es por lo que podemos concluir que el modelo del desarrollo técnico de las sociedades actuales, cuyos periodos de cambio suceden cada vez con mayor velocidad, puede convertirse en un espejo donde el resto de subsistemas pueden verse reflejados; muy en especial el subsistema económico. El sistema técnico se ve catapultado y condicionado por el resto de subsistemas para asegurar su desarrollo, pero cuando este adquiere eminencia, se autonomiza, se aliena; tiende a permear al resto de subsistemas con su lógica de innovación permanente. Una lógica esta, que el resto de subsistemas han intentado fagocitar para resolver los desequilibrios dispuestos por el sistema técnico; pero que a su vez, también han obligado o exigido a adquirir al sistema técnico para asegurar un desarrollo del sistema global. Se trata tal vez, de una rebelión del sistema técnico que pone en jaque a aquellos agentes que lo han moldeado y tipificado previamente mediante exigencias y 189

Un ejemplo claro de tal argumento puede hallarse en Heidegger y su concepto de “exigencia” energética o en Stiegler al escudriñar el condicionamiento que recae sobre los soportes tecnológicos para hacer efectiva su función en relación con la “fuente” que posibilita tal funcionamiento. En M. Heidegger, “La pregunta por la Técnica”, en “Conferencias y artículos”, Ediciones Serbal, Barcelona, (1994), y “The Ister. En D. Barison y Daniel Ross, “The Ister”, Black Box Sound and Image (2004). 190 Anders reflexiona sobre la pausada continuidad en los aspectos biológicos del hombre frente a la mutabilidad de los productos técnicos: “Nuestro cuerpo de hoy es el de ayer, (…) anticuado, no revisable (…) Libres son las cosas; no libre es el hombre.” En G. Anders, “La obsolescencia del Hombre, (Vol. I), Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, PRE-TEXTOS, Valencia (2011), p.49. 191 En Ídem, pp.270 y 271. 192 A. Giddens, “Consecuencias de la modernidad”, Alianza Universidad, Madrid (1994), p.142.

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conminaciones que le eran externas de facto. Su esencia ahora, escapa de nuevo al creador como los productos se escapan de la lógica por la que fueron creados frente a su creador. Su esencia tras la explosión de las sociedades industriales, se emancipa y pretende dominar el ritmo frenético del sistema global imponiendo en el resto de subsistemas su forma de ser (constantemente mutable e indefinida). La racionalidad de la velocidad del cambio, progreso, desarrollo técnico; tal vez no ha sido tal vez debidamente enfrentado193, no se han sopesado la cantidad de desequilibrios sistémicos generados por culpa de la dinámica de hacer “necesario” lo “posible”. Probablemente la solución resida en dar tiempo al hombre frente a la máquina, porque originariamente, el papel de la técnica es planteado para que esta se postre al servicio del hombre como producto para su liberación y no viceversa. 5.2. El deseo como motor y productor de la lógica industrial Los puntos anteriores no pueden mantener consistencia sin una reflexión sobre el deseo como dinamizador del consumo dentro de las sociedades industriales. Como bien hemos visto en el análisis sobre aspectos circundantes al deseo, este se ve conceptuado por su característica y latente circularidad. Su naturaleza puede ser descrita como insatisfecha siempre, está sometida a la puntual consecución del objeto deseado que bajo el abrigo de las sociedades industriales, se ve representado comúnmente por un producto de la técnica moderna. La carencia del objeto, motiva el deseo y estimula el consumo siempre que sometamos este mecanismo a la óptica labrada por Schopenhauer, bajo la batuta de las exigencias de la voluntad. Ante tal horizonte, la respuesta de Schopenhauer circunda muy cercana a los cánones de una ética que entremezcla postulados budistas, platónicos y kantianos. Aquello que de alguna manera hace concordar elaboraciones occidentales y orientales; es la resistencia al deseo, tan solo puede resumirse como el obstáculo al mismo: la importancia de la mística. Una importancia que como bien señala R. R. Aramayo194, aunaría incluso la primera percepción wittgensteniana del mundo fenoménico con el propio Schopenhauer. Wittgenstein nos refiere que “Lo místico viene dado por el sentimiento del mundo como un todo limitado”195. Y es que debido a una concepción del mundo representado como delimitado y finito respecto a su carácter fenoménico, esta proyección resulta indisoluble con un enfoque de insatisfacción “ad infinitum” detentado por la voluntad humana. La mística es una escapatoria tradicional ante tal nudo gordiano: “el único bien supremo se cifra en esa plena negación de la voluntad que decide suprimirse a sí misma”196. Esta es la respuesta que Schopenhauer desde su irracionalismo digerido propone frente a la “metafísica del absurdo”, a pesar de que el pensamiento occidental finalmente se haya deslizado por derroteros del racionalismo. Un racionalismo cuyos productos de finalidad liberadora, han nacido alienados por completo. Junto con la exaltación del deseo de libertad, ya sea desde el ámbito de la producción técnica o desde el conjunto de las instituciones, surge inevitablemente una racionalización de los medios en la época moderna. Las instituciones han creado un 193

Los productos técnicos se han traído a la existencia sin calcular de una manera universal sus todos posibles efectos debido a la emergencia de la industria por mercantilizar y obtener rentabilidad de los mismos. Podríamos poner el claro ejemplo de la energía nuclear y sus diversas aplicaciones. 194 En la introducción a A. Schopenhauer, “El mundo como Voluntad y Representación” Vol.II, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid (2003). 195 Ludwig Wittgenstein, con prefacio de Sir B. Russell, “Tractatus Logico-Philosophicus”, Alianza, Madrid (2009), aforismo 6.45 196 A. Schopenhauer, “El mundo como Voluntad y Representación” Vol.II, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid (2003), p.428.

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abanico de diferentes alternativas a la convivencia conflictiva que se experimentaba en los periodos premodernos, saciando de esta manera el deseo de seguridad y fiabilidad perseguido por los individuos. La tradición racionalista se ha visto bien reflejada en la construcción de las instituciones modernas, que han sido un producto arduamente perfeccionado durante el idealismo hegeliano que es coetáneo del propio Schopenhauer. Schopenhauer advierte de la estratagema propuesta por el racionalismo de raíz hegeliana, que a su parecer se regirá en equivalencias ideales entre los productos de la “causalidad fenoménica” y la “causalidad moral”, estableciendo a la postre, una díada de “causalidad-motivación”197, donde “lo que es” “debe de ser198”. El filósofo de Danzig llega a “sospechar” de tal “astucia de la razón”, ya que al parecer la “causalidad” o lo que se denomina como el principio de razón suficiente, significa “necesidad”. El Racionalismo tradicional cuyas instituciones acaban por “autoconocerse” gracias al uso de la razón moderna, acaban por fundir las leyes objetivadas operantes en el mundo fenoménico con la subjetividad individual. Esto acarrea cierto orden vital, social, teleológico, etc.: el de la existencia de una síntesis en la moral humana y en mundo físico; es decir, la necesidad de una razón reificada en la figura del Estado y un estatus de verdad en la religión como garantes de los deseos de la seguridad y la salvación del individuo moderno. Pero tanto la naturaleza como el vecino han supuesto siempre para el hombre el origen de las amenazas de sus deseos de conservación, pero también debemos considerar su deseo por controlar el origen mítico y formalizar este bajo el aspecto de las instituciones que “deben desarrollar programas para hacer frente a los deseos irracionales de sus miembros más dotados”199. Los procesos industriales no suponen más que una maquinación post racionalista alienada, construida contra el mito que instaura una nueva época de dogmatismo, de la dominación por la dominación. El deseo irracional persiste en las catacumbas de este proyecto y “la especie solo podrá sobrevivir a la pérdida de sus mitos tradicionales si aprender a afrontar racional y políticamente sus sueños envidiosos, codiciosos y perezosos. (…) tendrán que fijar los límites al modo industrial de producción”200. Para Schopenhauer la acometida racionalista post kantiana estaba en apariencia condenada al no postular el absurdo que supone la posibilidad de desmitificar o retrotraer el conocimiento racional, a fin de cuentas, dominar; la explicación del mundo. Para Schopenhauer y de aquí su irracionalismo, la aprehensión de epistemológica pura de la Naturaleza carece de sentido: la Voluntad es ciega e inexplicable. La razón moderna ejemplifica lo que es útil, aquello estrechamente ligado a operaciones mecánicas del pensamiento o en relación a los medios y los fines junto con los métodos empleados para la proyección y consecución de los mismos201. La tradición filosófica, podremos ver más adelante, siempre ha planteado una división entre la razón objetiva que aúna entes y fines202 bajo un elemento de totalidad y la razón subjetiva que en directrices del propio Horkheimer, atiende únicamente a los fines, siendo el más primario el de la autoconservación. La razón objetiva no se muestra excluyente hacia la subjetiva pues se halla esta bajo su amparo, conservando siempre ese componente de principio rector acorde a la totalidad, a un orden entre esferas203. Cuando la razón se institucionaliza, se seculariza, tiende a orientar su 197

C. Rosset, “Escritos sobre Schopenhauer”, Editorial PRE-TEXTOS, Valencia (2005), p.38. Referimos la cita de I. Ilich en la nota a pie de página núm. 67. 199 Ídem, p.748. 200 Ídem, 750. 201 En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002), p.45. 202 “(…) nuestras instituciones no solo crean sus propios fines, sino que tienen también el poder de señalar su propio fin y el nuestro”. ”. I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 292. 203 En M. Horkheimer, “Crítica de la Razón Instrumental”, Ed. Trotta, Madrid (2002),, p.52. 198

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interés sacralizado hacia la seguridad, los intereses materiales etc. ejerciendo una separación entre aquello con estatus religioso y su contenido objetivo ontológico y la propia razón, tienden a formalizarse204. Es así que el hombre se ha visto acuñado por las instituciones que han determinado cual debería de ser su demanda, su objeto de deseo; formalizando la lógica de sentido como bien señala Illich: “Primero s epide lo que produce la institución, pronto se cree no poder vivir sin ello. Y mientras menos se puede gozar de lo que ha llegado a convertirse en necesidad, más fuertemente se siente la necesidad de cuantificarlo. La necesidad personal se convierte así en carencia medible”.205 La razón subjetiva se inclina entonces por encontrar un elemento clave que alumbre como predecir y categorizar las características del medio. 5.3. Frente a la agresión a la naturaleza del sistema global La preocupación por los efectos del sistema global sobre el medioambiente ha de suponer un punto de reflexión irrechazable en la actualidad. En nuestro apartado número cuatro del análisis hemos ejercido una genealogía selectiva de los componentes fácticos e intelectuales que podrían haber posibilitado que nuestras acciones para con el medio ambiente, la naturaleza la physis; se vean identificadas con la explotación irracional y sistemática por medio de la instauración de sociedades industriales. En nuestro trabajo, hemos hecho hincapié en la mediación lingüística que el hombre ha desarrollado para llegar hasta este punto, atendiendo a la manera en que el hombre se relaciona con lo diferente, con ese “otro” que supone la Naturaleza a la que después de la renuncia al animismo, ha olvidado categorizar como “otro” sujeto de derechos. Gracias a una evolución constante y determinada de la manera de concebir el lenguaje, el hombre ha acabado por interpretar la Naturaleza bajo las restricciones de la epistemología científica. El desafío que suponía la postura desafiante ante el “destino-naturaleza-entorno”206, posiciona al hombre en un paraje destinado a la dominación de dicha tríada, pero también frente al envite del riesgo207. El hombre mítico-primitivo-animista se ha visto sustituido por el racionalista-científicointrumental. Ambos personajes de la evolución de cómo el hombre ha mediado con la Naturaleza han perdido, tal vez, la capacidad de experimentar una “rebeldía trágica” 208 frente a la confrontación de la técnica con la physis. Al ser sus explicaciones diferentes ante este suceso, ninguno lo encara como tal, ya que “uno no ha llegado a tener conciencia de ello” y el otro “la ha perdido” ya209. Y se tratará de una pérdida debido a la incursión de las sociedades industriales y a su modo de lidiar de manera técnica con 204

Ilich parece reconocerse tras este argumento que estipula el papel de las instituciones dentro de un sistema industrial donde el consumo marca los tempos a seguir al decir que “Cuando los valores se han institucionalizado en procesos planificados y técnicamente construidos, los miembros de la sociedad moderna creen que la buena vida consiste en tener instituciones que definan los valores que tanto ellos como su sociedad creen que necesitan. El valor institucional puede definirse como el nivel de producción de una institución. El valor (…)del hombre se mide por su capacidad para consumir y (…) y crear así una demanda nueva-y aún mayor-. (…) Su acto es el acto de Prometeo llevado al extremo”. I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 296. 205 Ídem, p.392. 206 Ídem, p.290. 207 Giddens introduce aquí a tenor del concepto riesgo, la importancia en las sociedades modernas de la “fiabilidad”: “En esencia, la noción proviene de la comprensión del hecho de que la mayoría de las contingencias que afectan la actividad humana son humanamente creadas y no solamente dadas por Dios o la naturaleza”. Ante tales contingencias, las sociedades modernas se valen de la consistencia de los “sistemas expertos” para sustentar la “confianza”, “seguridad” o la “fiabilidad”. A. Giddens, “Consecuencias de la modernidad”, Alianza Universidad, Madrid (1994), p.41-44. 208 ”. I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 294. 209 Ibídem.

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la Naturaleza. La industria ha acabado por establecerse como herramienta de mediación con el medio como nos señala Giddens: “En las condiciones de la modernidad, el industrialismo se convierte en el eje principal de interacción de los seres humanos con la naturaleza. En las culturas premodernas, incluso en las grandes civilizaciones, los seres humanos se percibían a sí mismos esencialmente como un continuus de la naturaleza; las vidas humanas iban unidas a las maneras (…) de la naturaleza; (…) disponibilidad de fuentes naturales de subsistencia; a la abundancia o escasez de cosechas y animales (…) y al impacto de los desastres naturales.”210 El industrialismo es el componente que acaba por instaurar una ética insaciable del consumo institucionalizada, que condena al medio ambiente a la corrupción y la degradación. El hombre da a entender con esta praxis como “la imagen que el hombre tiene de sí mismo, de una regresión en su conciencia”211 llega a expresarse siendo un símil continuo con el acto prometeico llevado al extremo, cediendo al parecer, ante su propio carácter falaz: “Cuanto más intensa es la seguridad que se deposita en técnicas productivas de dependencia, mayor es el índice de despilfarro, degradación y patogénesis que deben atacarse incluso con otras técnicas”212 Las dimensiones de dicho planteamiento falaz tan solo ejemplifica el punto en el que el hombre se ha situado tras un alejamiento lingüístico (o un modo puramente científico y cosificador) para interactuar con la Naturaleza. Un puesto de casi una innegable omnipotencia en continua evolución técnica, que condimentada por el funcionamiento de un sistema industrial y basado en el afianzamiento de diversas instituciones, está vampirizando y sobreexplotando el medioambiente. Esta praxis postula la posibilidad de que incluso el hombre no solo consiga dominar y condicionar la Naturaleza gracias a la técnica y los efectos generados del consumo de sus productos213, si no que en su anhelo de omnipotencia, se está posicionando en una “variable geológica”214 capaz de determinar el cauce de la Naturaleza. Si la Naturaleza ha supuesto para el hombre una imagen de origen catastrófico e impredecible, este es el papel que ahora el hombre prometeico comienza a desempeñar tras una evolución epistemológica que lo ha empujado a estipular su alienación de la Naturaleza. Su omnipotencia técnica para ejercer cambios en el medio tan solo se ha convertido en parte de la problemática debido a lo que Illich señala: técnicas que persiguiendo ciertos fines han introducido problemas, y dichos problemas buscan ser contrarrestados mediante la utilización de otra suerte de red técnica de la misma índole desequilibradora. Zizek mantiene que el problema no radicaría en la propia técnica, sino es estipular o controlar los fines y medios dispuestos por el empleo de la técnica haciendo uso de una disciplina social más fuerte215; consciente y no pervertida, por el planteamiento falaz prometeico y

210

A. Giddens, “Consecuencias de la modernidad”, Alianza Universidad, Madrid (1994), p.65 I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), p. 296. 212 Ibídem, p.751. 213 “Cuanto más se ha entrenado al ciudadano para el consumo (…) agota sus energías y finanzas en procurar continuamente nuevos artículos de primera necesidad, y el medio ambiente se convierte en un subproducto de sus hábitos de consumo” Ídem, p.57. 214 Argumento extraído de la entrevista a S. Zizek en “Living in the End Times According to Slavoj Zizek”, Vpro backlight, (2010) visible en https://www.youtube.com/watch?v=Gw8LPn4irao 215 Desmarcándose en primera instancia del peso institucional del Estado y apelando a una suerte de “disciplina social” comprometida con la superación del esquema industrial. En Ídem. 211

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cuyos mecanismos decisorios alumbren una praxis consciente del alcance de tal empleo técnico216.

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Illich denominará, dentro de su propio ideario, aspectos de tal tipo de estructura la “estructura 216 convivencial”. En I. Illich, “Obras reunidas Vol I.”, Fondo de Cultura Económica, México (2006), pp.395, 396 y siguientes.

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