Ser o no ser

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Ser o no ser, ese es el asunto: Viva nuestra juventud

Por Marcelino Canino Salgado
Catedrático Jubilado de la UPR, Recinto de Río Piedras
Miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia


Algunos estudiosos de la historia y cultura de Puerto Rico han
puntualizado, cómo desde los inicios de la colonización española, hasta
bien entrado el siglo XIX, la isla estaba rezagada de los movimientos
científicos, literarios y culturales en general, que ocurrían en la
metrópoli. Si bien es cierto que, por un lado, el ser territorio de
ultramar atrasaba la llegada de todo lo novedoso, pruebas documentales, sin
embargo, dan constancia de que el retraso no era tan significativo. Un
vistazo a los registros de naves durante el periodo de colonización de los
españoles a la isla de Borinquen, demuestra cómo el establecimiento de las
estructuras políticas y militares del reino, significaron, además, y de
inmediato, la implantación de unos estilos de vida, gustos, preferencias,
prejuicios, creencias religiosas y todo aquello que hoy llamamos un poco
superfluamente las "mentalidades". La cultura material de subsistencia:
víveres, medicamentos, aperos de labranza, herramientas de todo tipo,
además de las armas, llegaron junto a libros de variada naturaleza. Una
muestra del macrocosmos de la civilización española de aquel entonces
trasladada sin miramientos algunos a una pequeña isla virgen.


Los indígenas nuestros fueron obligados a aceptar todo este andamiaje que
sustentaba la vida de los colonos españoles. El cambio fue drástico para
los aborígenes y el resultado no se hizo esperar: Rebeliones cruentas,
rápidamente apagadas por los nuevos amos, nuevas enfermedades desconocidas
por los indígenas, explotación en el lavado de oro en los ríos, esclavitud,
trabajos a los que no estaban acostumbrados y el sometimiento a una nueva
fe en el orden espiritual. La población aborigen fue diezmada
significativamente en menos de 26 años y ya para el siglo XVIII no se
hablaba más de "población indígena". A principios del XIX este exiguo
renglón demográfico fue eliminado de los censos oficiales.
En cierta medida la población aborigen se mezcló con la de los españoles.
El censo de Lando[1] demuestra la semilla de la gestación de un nuevo
producto humano: los criollos. Más tarde, la introducción de negros
esclavos a la isla para sustituir la ya perdida mano de obra indígena,
añadió un nuevo elemento al crisol donde se fraguaba lo que habría de ser
posteriormente la base genética del pueblo puertorriqueño. Este crisol,
como alquitara experimental, estuvo abierto hasta casi el último tercio del
siglo XIX, cuando todavía llegaban destripaterrones gallegos, andaluces y
canarios… Podría decirse que el crisol de amalgamas no ha sido cerrado
aún… En este aspecto son sumamente importantes las observaciones que sobre
nuestra composición antropológica hiciera el escritor José Luis González en
la década de los '70. Siempre nos han parecido simplismos reduccionistas
las teorías que establecen que somos una mezcla de esto, más aquello, más
lo otro, cuyo producto final es el puertorriqueño. La identidad es algo
mucho más profundo que una simple ecuación reduccionista. Más allá de las
diversas recetas o catálogos de lo que aportaron las etnias de nuestro
substrato está el principio de la identidad, lo que el maestro Eugenio
Fernández Méndez denominó "la esencia del ethos puertorriqueño", aquello
que nos une y nos hace solidarios en los momentos en que sobrevienen las
grandes crisis materiales y espirituales. Ya no hay indígenas, pero
quedaron los caciques, ya no gobiernan los españoles, pero sigue la
colonización en varios sentidos, ya se abolió la esclavitud negra, pero
padecemos otros tipos de cruentas y ominosas esclavitudes en todos los
espectros de la escala socioeconómica y sociocultural. Y es evidente que
estos elementos a los que acabamos de aludir han sido, en gran medida,
fermento de nuestras grandes divisiones sociales. Hoy, en los albores de el
siglo XXI habrá que repensar aquella frase de Rosendo Matienzo Cintrón de
que "No somos una muchedumbre…" Hay en efecto varios Puerto Ricos, y no se
trata de estratificaciones o pisos como señaló José Luis González, sino más
bien de un solo plano, como si fuera un tapiz de enrevesadas parcelas de
actitudes y dominios, de estilos de vida. Si en el pasado seguíamos siendo
trastámaras, austriacantes y borbones, hoy nos redefinimos en populares-
popularistas, estadistas-conservadores e independentistas-realengos que con
un solo catalejo pretenden redescubrir el Mediterráneo.


Pensarnos como pueblo, analizar qué somos, de dónde venimos, hacia dónde
vamos, no fue preocupación única de Antonio Salvador Pedreira y de Tomás
Blanco. Hemos olvidado que antes de las postrimerías del siglo XIX, hombres
como Manuel Alonso y Pacheco, Alejandro Tapia, Francisco del Valle Atiles
, Salvador Brau, Rosendo Matienzo Cintrón y Eugenio María de Hostos,
indagaban sobre el mismo asunto aunque desde distintas ópticas, pero con
iguales intenciones : buscar el adelantamiento absoluto y total de la
patria. Mas los sueños y esperanzas de algunos por lograr un Puerto Rico
más justo y digno se convirtieron en un vano empeño. Después de varios
intentos por conseguir la emancipación política de España, desde el
fallido Grito de Lares en 1868, hasta la consecución de la Carta Autonómica
en 1896, apenas probaron los puertorriqueños el bien sazonado fruto de
amarguras y cárcel a que los sometió la carona española.


Desafortunadamente la Invasión Norteamericana de 1898 acabó con los sueños
de libertad y justicia de los puertorriqueños, no empece las promesas del
General Nelson A. Miles. Puerto Rico y Cuba eran un apetecido bocado para
los norteamericanos, e ignorando las futuras consecuencias de la ocupación
de la Isla, muchos abrigaron falsas esperanzas en el nuevo régimen invasor.
Los sistemas coloniales de aquí y de allá nos han perseguido como la
Némesis por más de 600 años. Actualmente el sueño de los independentistas
se convierte en pesadilla. Perseguidos por las estructuras de vigilancia
norteamericanas, chantajeados por los yankífilos, faltos de un adecuado y
oportuno liderato, los pocos independentistas que quedan andan como
navegando a la deriva, sin un norte claro, en aguas cambiantes e infectadas
de los tiburones del oportunismo de exiliados de todo tipo que han hecho de
Puerto Rico el paraíso para los que vienen de afuera y el campo de
concentración infernal para los que nacen y viven aquí y que luchan por el
derecho inalienable de lograr el supremo valor de la libertad.


Culturalmente somos un pueblo heroico. A duras penas hemos defendido al
español como la lengua vernácula, el vehículo doméstico con el que
comunicamos nuestros más acendrados valores, sentimientos, angustias y
protestas. Pero no se puede tapar el cielo con la mano. Cada día son más
los enajenados que creen que ser perfectamente bilingües les hace personas
superiores a los monolingües… Ser poliglota no significa ser más culto o
más sabio que aquél que solo domina la lengua que le enseñaron sus padres.
No se trata de negar la utilidad que tiene dominar dos o varios idiomas,
sino de señalar que las motivaciones para ello no son tan humanas ni
humanísticas como creemos, pues en nuestro caso particular no se trata solo
del desarrollo individual, sino más bien de imponer unas estructuras de
dominio, de grabarnos la impronta del "american way of life", suprema
aspiración de los esbirros y turiferarios locales del Tío Samuel. Sabemos
que Roma pagó bien a sus servidores (traidores de sus patrias de origen)
pero nunca los respetó. ¡Cuántos disfrutan manjares por este estilo sin
imaginar que tarde o temprano vendrá a sus paladares un amargo peor que el
de la angostura.!


Desaparecida, aniquilada la sacarocracia por los propios sacarócratas que,
convencidos unos de los supuestos beneficios de la pequeña
industrialización de la Isla, y animados, los otros, por intereses
mezquinos que no les permitía aceptar las uniones de obreros y mejorarles
a éstos sus exiguos salarios, convirtieron en chatarra una de las fuentes
agrícolas más lucrativas del país. Y estos aristócratas del dril se
refugiaron, tanto ellos y sus hijos en las carreras políticas y en las
profesiones de cuello blanco. Incluyo sin miramientos en este renglón a
aquellos que con la aristocracia de toga vivían la fantasía de la nobleza
de sangre y abolengos del pasado. Otro tanto ocurrió con las restantes
ramas de nuestra agricultura y ganadería que fueron hábilmente
desmanteladas y aniquiladas para hacernos cada vez más dependientes del
exterior y establecer así una economía de consumo que nos hizo cada vez más
paupérrimos y hasta menesterosos.


Siempre he tenido la liviana sospecha de que aquellos hombres que
configuraron la generación política de los '40 fueron engañados y
sorprendidos en su buena fe. Creyeron demasiado en el invasor, no tuvieron
suspicacias. Y si no ocurrió así, peor para ellos, pues el juicio de la
historia los verá siempre como oportunistas y traidores… Me resisto a
aceptar la segunda posibilidad, pero al fin de cuentas, nadie sabe. Los
documentos históricos dicen, pero los historiadores los hacen decir. Son
dos cosas totalmente distintas, porque arrimar las brasas a sus sardinas
es mala maña de muchos en casi todas las disciplinas del saber. ¡Cuántas
veces hemos repetido que la historia la hacen y editan los vencedores, a
los vencidos solo les queda la literatura, la añoranza de lo que pudo haber
sido y no fue, como dice un bolero del solar! Y nos refugiamos en esa
literatura de añoranzas como se consolaron los cristianos peninsulares en
el Planto por la Jerusalén conquistada… Y otros, cuyas inteligencias son
notorias se escudan con los snobismos de última hora, acercando el funesto
concepto de globalización a los quehaceres de nuestra cultura. Faltan
serios estudiosos de la puertorriqueñidad, pero sobran los posmodernos y 
desafiliados y desafectos de todo.


No hay que perder las esperanzas, la solidaridad entre los pueblos
iberoamericanos crece, lenta, pero con seguridad sorprendente. Los jóvenes
universitarios día a día se hacen más conscientes de las injusticias
sociales y de todo tipo que se dan en esta bendita tierra. En ellos está la
esperanza, la esperanza de un futuro más justo y prometedor. Los mayores
debemos aprender de ellos: sangre y fuerza del porvenir. ¡Ser o no ser, ese
es el asunto!


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[1] Primer censo del que se tiene noticia en Puerto Rico data del siglo
XVI, años 1530-1531, ordenado por el entonces gobernador de la Isla
Francisco Manuel de Lando. UPR. Edición de Julio Damiani Cósimi, 1994.
Departamento de Historia.
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