Templo y cosmos: Abu Simbel

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TEMPLO Y COSMOS ABU SIMBEL: LA GRANDEZA DEL CONQUISTADOR Cristina González Mestre

Historia del Antiguo Egipto Ciencias y Lenguas de la Antigüedad

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TEMPLO Y COSMOS ABU SIMBEL: LA GRANDEZA DEL CONQUISTADOR Si uno piensa en Egipto, tras la celebérrima imagen de las pirámides de Gizeh lo más probable es que la imponente efigie del templo de Abu Simbel sea lo siguiente que venga a la mente. Coloso excavado en la roca, es una de las edificaciones más emblemáticas del Antiguo Egipto y de la Historia de la Humanidad, no solo por su monumentalidad sino por su peculiar concepción cultural, puesto que aúna en una sola construcción el culto a los dioses y al propio faraón, Ramsés II en este caso. Ubicado en la Baja Nubia, territorio de contactos ancestrales con Egipto, fue uno de los numerosos templos que Ramsés II construyó en esta región para afianzar su dominio sobre ella. Beit el-Wali, Gerf Hussein, Wadi es-Sebua, Derr o Aniba continúan siendo hoy testigos silenciosos del poderío de aquel que fuera apodado “el Conquistador”, pero sin duda Abu Simbel –conocido como Hut Ramesses Mery-Amun (el templo de Ramsés, Amado de Amón) tras su compleción— es aquel que mejor ha sobrevivido a las inclemencias del paso del tiempo, aunque haya sido con ayuda del exterior, por supuesto. Amenazado por la subida de las aguas del Nilo que causó la construcción de la presa de Aswan que proyectó el gobierno de Gamal Abder Nasser, la UNESCO realizó en 1959 una llamada de socorro internacional para salvar tamaño tesoro –y otros tantos que habrían quedado anegados— con un éxito sin precedentes. Reubicado 65 metros por encima de su ubicación original, Abu Simbel quedó a salvo. La cronología del templo oscila entre varias fechas. Se sabe que fue completado en el año 35 del reinado de Ramsés II y que varios de sus relieves conmemoran la batalla de Qadesh, ocurrida en el año 1274 a.C., por lo que no sería descabellado estimar el comienzo de sus obras en torno al año 1260 a.C. Asimismo, hay otros elementos que nos ayudan con su datación, como una estela en relieve en el patio exterior conmemorando el matrimonio de Ramsés con una de las hijas del rey hitita Hattusili III como parte de la recién formada entente egipcio-hitita. En cuanto a su ubicación geográfica, Nubia comprende la región al sur de Egipto desde la primera catarata hasta ed-Debba, en el actual Sudán. Su nombre provendría de la palabra egipcia

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nub, oro1, denominación elocuente sobre los intereses egipcios en el territorio. Estado tapón y zona de comercio a través de la que llegaban a La Negra todo tipo de productos de África central, además de ser una importantísima cantera de granito negro y rosa, no tuvo nunca una frontera definida con Egipto, hecho que los faraones aprovecharon para considerarla siempre como parte de su propio Estado –desde el mismo Reino Antiguo— y tratar de conquistarla de forma firme y continuada mediante expediciones militares que establecerían fortificaciones a lo largo del Nilo. Con todo, no fue hasta el Reino Nuevo que los monarcas egipcios lograron expandir su dominio hasta la cuarta catarata, a poca distancia de la ciudad de Napata. Convertida así en parte de Egipto, Nubia fue objeto de una intensa actividad constructora, dentro de la que destacamos los templos de Ramsés II. De cualquier manera, la estrecha relación entre Nubia y Egipto se había debido también a las numerosas coincidencias culturales que ambos territorios presentaban, ayudando a la definitiva implantación de los cultos egipcios tras su conquista, ya que los nubios pudieron mantener sus costumbres sin dejar de adoptar las egipcias. La interpretación simbólica de la arquitectura del templo de Ramsés II debe comprenderse siempre dentro de un contexto histórico-cultural mayor, concretamente el del reinado de este faraón de la XIX Dinastía. El Reino Nuevo supone un profundo cambio en la concepción política del país, ya que se da la necesidad de controlar un enorme territorio en continua expansión. La región tebana se convierte en el centro de la administración del Estado durante este periodo, que muchos consideran el último instante de esplendor para Egipto. Las obras de escultura y arquitectura donde se afirma el estilo propiamente ramésida vuelven al gigantismo de momentos anteriores para expresar la potencia sobrehumana de la monarquía faraónica, de origen divino, presentándose así como formas aplastantes de poder. Por otro lado, debido a la pasividad que había mostrado la XVIII Dinastía en los frentes militares abiertos en Asia, los reyes ramésidas se vieron obligados a encargarse militarmente de tribus enemigas como los mšwš o los rbw, además de poblaciones de Suez y Nagreb, circunstancia que aprovecharon para penetrar más profundamente en Nubia.

C. Hobson, “Nubian Rescue”, The World of the Pharaohs, Londres, 1987, 173. Hasta la XVIII Dinastía Nubia fue la única fuente de oro para los egipcios. 3 1

En cuanto al edificio en sí, Abu Simbel es un templo funerario excavado enteramente en la roca de la montaña sobre la que se apoya, consagrado a Ramsés en cuanto que hijo divino de un Horus local, pero también a los tres dioses de Estado del Reino Nuevo tardío: Ra-Horakhty de Heliópolis, Ptah de Menfis y Amón-Ra de Tebas. De esta manera, Ramsés, que ya de por sí con el título de rey era considerado un emisario de los dioses o incluso un dios 2 se igualaba en el contexto cultual a las divinidades más importantes del momento. Arquitectónicamente hablando, el templo sigue las características generales de su clase, con un patio o explanada con dos fuentes para las abluciones de los sacerdotes, una fachada monumental que comentaremos más adelante en más detalle, y ya en el interior una serie de cámaras que decrecen en tamaño hasta llegar a la parte más interna del templo, una capilla con las imágenes pétreas de los cuatro dioses. Es necesario comprender que los templos egipcios funcionan como todos orgánicos, en los que cada una de sus partes tiene funciones bastante diferenciadas que se complementan con el conjunto de todas las demás, por lo que es necesario estudiarlos en su totalidad, no separando y aislando las distintas zonas. De esta manera se puede comprender el pensamiento egipcio en tanto que su cosmogonía y su manera de entender el mundo que les rodeaba. Comencemos por la fachada principal, el ámbito visible más monumental de todo el conjunto [FIG.1]. El muro en talud alcanza los 31 metros de altura y está decorado, entre otros, con cuatro colosos sedentes de Ramsés II –de 21 metros de altura, los más altos de Egipto—, y entre sus piernas FIG.1 (Alfred Molon, 2003). Fachada del Gran Templo de Abu Simbel.

aparecen talladas las efigies de la familia de Ramsés, como su esposa Nefertari 3 , su madre Tuya o sus hijos. Este dato es de especial importancia, ya que

hasta el momento los hijos reales solo habían aparecido en ocasiones aisladas en tumbas

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J. Sureda, Historia Universal del Arte Volumen I: Las primeras civilizaciones. Prehistoria, Egipto, Próximo Oriente, Editorial Planeta, Barcelona, 1985, 140. 3

La importancia de esta reina se verá mucho más claramente en su propio templo en Abu Simbel, vecino del de su marido.

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con sus niñeras, mientras que en Abu Simbel adquieren una posición de importancia en la estructura del templo. Esto se debe a que el primer faraón de la XIX Dinastía fue el visir del último rey de la precedente, por lo que no había lazos de sangre que los vincularan de manera absoluta, y al darles a sus hijos esa preeminencia en su propio templo de adoración, Ramsés aseguraba que la realeza de esta nueva dinastía era de nuevo verdaderamente hereditaria4. A los pies del rey aparecen también una serie de relieves de gentes negroides y asiáticos encadenados [LÁM.1], simbolizando el poder de Ramsés sobre las poblaciones tanto del norte como del sur de las fronteras egipcias. Realizan una función similar a los colosos sedentes, es decir, funcionan como una estela fronteriza para enviar desde la frontera sur de Egipto un mensaje de poderío nacional a sus vecinos, además de marcar el límite del Egipto “ordenado” en oposición a las fuerzas enemigas que representan el elemento caótico fuera de la actividad cósmica del faraón. Otros aspectos que debemos destacar de la fachada son el relieve del sema-tawy [FIG.2] realizado por la encarnación del Nilo, Hapy, como símbolo del dominio del faraón sobre el Alto y el Bajo Egipto, y la hilera de babuinos5 en la parte más elevada de la fachada [FIG.3], que FIG.2 (Cristina González, servían como saludadores simbólicos del dios solar, pues 2008). Sema-tawy .

además en la banda inferior a estos primates encontramos

una serie de grupos de dos uraei protegiendo varios cartuchos.

Los

uraei,

además

de

ser

la

representación tradicional de la diosa Wadjet, protectora del Bajo Egipto, se vinculaban al culto al sol y al inframundo, relacionando las dos funciones que cumple Abu Simbel. De cualquier manera, la trayectoria diaria del sol, que iluminaría en primer

FIG.3 Fila de babuinos en la fachada de Abu Simbel.

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I. Shaw, The Oxford History of Ancient Egypt, Oxford, 2000, 289. R.H. Wilkinson, “From Aswan to Gebel Barkal”, The Complete Temples of Ancient Egypt, 2000, 226. No son exactamente mandriles, como se los suele describir, sino babuinos. 5

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lugar a esta fila de babuinos, culminaría con la iluminación de las figuras de la última capilla, a la que llegaremos más adelante6. Con todo, uno de los relieves más importantes desde el punto de vista simbólico se sitúa sobre la puerta de entrada [FIG.4]. Se trata de Ra flanqueado por dos figuras en actitud de adoración, pero lo reseñable es el hecho

FIG.4 (Cristina González, 2008). Estatua de Ra.

de que la figura del dios sostiene en sus manos los signos del poder (wsr) y de la

Verdad o Justicia (maat), formando de esta manera el nombre real –también denominado rebus o nombre nswt-bity— de Ramsés II: “La

Wsr-maat-ra, Verdad

de

Ra

es

poderosa” [FIG.5,6].

FIG.5 (arriba, Alfred Molon, 2003) y 6 (izquierda). Cartuchos con el nombre real de Ramsés II, Wsr-maat-Ra Stpn-Ra.

Una vez se penetra en el interior, la primera sala a la que se accede es una sala hipóstila con un pasillo flanqueado por ocho enormes estatuas osiriacas del rey, tocado con la doble corona y con bastantes restos de policromía [FIG.7]. Esta primera sala, la principal del templo, va a ver sus paredes decoradas con numerosos relieves del rey realizando la tarea que los dioses le encomendaron, esto es, defender el orden contra las fuerzas del caos, representadas en los enemigos de Egipto. Así, encontramos en la pared del norte representaciones del campamento militar de Ramsés y en la del

FIG.7 (Dennis Jarvis, 2004). Primera sala hipóstila con estatuas osiriacas del rey. 6

El templo está orientado hacia el este, para recibir el nacimiento del sol como parte de su culto solar. 6

sur al rey subido a su carro de guerra en plena campaña contra los sirios, además de varias imágenes de espías hititas capturados y ajusticiados en Qadesh, puesto que la mayoría de los relieves bélicos de este templo hacen referencia a esta batalla [LÁM.2,3]. La segunda sala es una sala hipóstila de menor tamaño que la anterior, decorada con escenas de ofrendas rituales llevadas a cabo por el rey en honor a los dioses que son adorados junto a sí mismo en la capilla final [LÁM.4,5]. El sancta sanctorum está precedido por un vestíbulo transversal y flanqueado por nueve estancias para el almacenaje de objetos cultuales. El santuario es sin duda la sala de menor tamaño de todo el templo, un lugar de recogimiento religioso. Contiene únicamente un pequeño altar y un nicho excavado en la roca de la montaña donde se encuentras las cuatro estatuas sedentes de culto que constituyen el corazón del templo. De izquierda a derecha se encuentran Ptah, Amón-Ra, Ramsés II y Ra-Horakhty [FIG.8]. Con esta disposición, los rayos horizontales del sol naciente iluminarían las tres últimas estatuas dos veces al año, dejando a Ptah en una suerte de tinieblas. Así se consolida una fusión simbólica de fuerzas solares (AmónRa y Ra-Horakhty) y ctónicas (Ptah), como si de una danza entre la vida y la muerte se tratara.

FIG.8 (Tore Kjeilen, 2005). Sancta sanctorum con las cuatro estatuas de culto.

Así pues, si observamos e intentamos comprender el templo de Abu Simbel en perspectiva, podremos darnos cuenta de que aquí también impera la idea egipcia de que el templo es un microcosmos en el que se repiten todas las estructuras del mundo. Según la mitología egipcia, el primer templo fue creado en el montículo primordial, cuando el dios empleó la magia para crear un santuario a su alrededor para protegerse del caos, por lo que es a la vez reflejo del universo en su concepción y casa del dios (ḥwt-nṯr). Así, tras la fachada monumental que afirma el poder del faraón, tanto mortal como divino –en tanto que poderoso para cumplir la función encomendada por los dioses— la primera sala, quizás equivalente al exterior de los pilonos de un templo más convencional, nos muestra al rey repeliendo a los agentes del caos que son los enemigos de Egipto, mientras que la segunda sala, como el interior de los pilonos, es un reflejo del 7

mundo ordenado, con el rey oficiando ofrendas a los dioses, el súmmum del cosmos. El templo y todo su témenos es la transición del caos al cosmos, la confirmación del orden en el universo. De esta manera, el creador –tanto del mundo como el “consagrador” del templo— es un guerrero que establece el cosmos, el orden, luchando y derrotando al caos7, principio aplicable a Ramsés II por su conocida y exitosa vida militar. Pero por supuesto, uno de los pilares fundamentales para comprender de forma efectiva la cosmología del templo de Abu Simbel es conocer la función y el significado de las divinidades del templo, que en este caso son tres. Como ya hemos mencionado anteriormente, Ptah, Ra-Horakhty y Amón-Ra se convirtieron en los tres dioses estatales de la XIX Dinastía, por lo que no es extraño que en uno de sus templos funerarios Ramsés se pusiera a su nivel, sentándose entre los propios dioses. Ptah (ptḥ en egipcio), sentado en el extremo más oriental de la capilla, es un dios demiurgo venerado desde el Reino Antiguo en la ciudad de Menfis —a la que Manetón se refirió en egipcio como Hwt-Ka-Ptah, “Lugar del Alma de Ptah”—. Se le suele representar como un hombre de apariencia momiforme, en ocasiones con el pene erecto, y su culto es declarado como uno de los más antiguos de Egipto. En tanto que creador, se considera protector de los artistas y los artesanos, lo que llevó a los griegos a asimilarlo a Hefesto. Según la cosmogonía menfita, Ptah era Tatenen, el propio montículo primordial, la fuerza creadora y fertilizadora primigenia y la arcilla de la que todo se forma, por lo que también era a su vez la base y el fundamente de los restantes dioses8. En época tardía también se asimiló a Osiris y se convirtió en protector de la monarquía. De hecho, en una de las estelas encontradas en Abu Simbel, el propio dios le asegura a Ramsés su supremacía sobre todos los pueblos del universo y, por supuesto, sobre los hititas 9 . El interés de la realeza egipcia por el culto de Menfis resulta relativamente sencillo de comprender, ya que en un país tan belicoso y con unas condiciones meteorológicas tan adversas para la vida, el poder y la fertilidad son atributos imprescindibles para que el rey mantenga su dominio sobre el territorio.

M.A. Molinero, “Templo y cosmos”, Arte y sociedad del Egipto antiguo, 2000, 69-94. J. García Fon, “La teología de Menfis”, Dioses y símbolos del antiguo Egipto, 1987, 79-82. 9 J. Pirenne, “La Restauración de Amón y la XIX Dinastía”, Historia del Antiguo Egipto, 1989, 912. Sin duda una afirmación un tanto incoherente con la alianza egipcio-hitita que Ramsés celebra en otras estelas del mismo templo. 7 8

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Amón-Ra y Ra-Horakhty son susceptibles de ser confundidos si no se presta atención a los matices de la religión egipcia y si no se comprende la influencia que el medio geográfico tuvo sobre el pueblo de La Negra. Ambas son, al menos en origen, divinidades solares, creadas por sincretismo a partir de tres dioses distintos: Amón, Ra y Horakhty. Amón es asimilado desde tiempos muy tempranos a Zeus, y por lo tanto considerado dios supremo del panteón egipcio, si bien hacer una afirmación tan categórica como esta no es del todo correcta en la religión egipcia. Venerado en Tebas, se fusionó con Ra en la XVIII Dinastía. Durante el Reino Antiguo fue considerado un dios demiurgo, al igual que Ptah, pero que se creó a sí mismo, sin depender de la acción de otro creador. Al ser padre y rey de los dioses, la identificación con el monarca estaba clara. Ra y Horakhty, por su parte, encarnaban al sol del mediodía y al de la mañana, respectivamente, por lo que su sincretismo en el Reino Nuevo dio lugar a una divinidad conocida como “Ra, el Horus de los Dos Horizontes”, simbolizando al sol en su periodo de vida más absoluta, desde su nacimiento hasta su cénit. Asimismo, este dios, con Heliópolis como su centro de adoración, también se relacionaba con la muerte y la resurrección, puesto que los egipcios creían que el sol moría cada noche y, tras realizar una procesión nocturna en barca por el inframundo, renacía cada mañana por el horizonte, una alegoría bastante clara del ideal de renacimiento del pensamiento funerario-religioso egipcio. Con todo, cabe destacar el hecho de que, desde momentos anteriores al Reino Nuevo, se ha considerado a Ptah, Amón y Ra como una trinidad que podría guardar un cierto parecido con la posterior cristiana, ya que se habla de ellos como tres personalidades distintas con una unidad esencial. Todos los dioses son tres: Amón, Re y Ptah […] Esconde su identidad como Amón, Tiene como rostro a Ra, su cuerpo es Ptah10.

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Papiro Leiden I 350, capítulo 300, 2-5. 9

Es posible que Ramsés pensara en estos tres dioses como una sola entidad simbólica, pero también los habría considerado importantes per se, con funciones distintas y diferenciadas. El hecho de que decidiera representarse entronizado entre Amón-Ra y Ra-Horakhty y acompañando a Ptah puede ser representativo, además de la divinización del monarca, del deseo de resurrección y renacimiento de Ramsés, flanqueado por dos soles que eternamente regresan del mundo de los muertos en un ciclo continuo, con un dios demiurgo vinculado al inframundo como silencioso compañero y garante de un justo paso por el más allá. Sin embargo, no debemos desligar este Gran Templo al speos que Ramsés II dedicó, a pocos metros del suyo, a su esposa favorita, Nefertari. El templo de esta, si bien de menor tamaño, no desmerece en dignidad al de su esposo. Como homólogos a los colosos sedentes de Ramsés, en la fachada del speos de Nefertari encontramos seis estatuas que representan al faraón con los atributos del Rey de las Dos Tierras—y en una de las estatuas con la corona de Amón— y a la susodicha reina asimilada con la diosa Hathor, iconografía que se va a repetir a lo largo de todo el templo. Hathor es una diosa de considerable antigüedad relacionada con, por así decirlo, la maternidad y la generación de vida, y el sol, de manera que, al divinizar así a su esposa, se puede ver la relación que pretendía instituir Ramsés con los dos templos de Abu Simbel, buscando un círculo eterno de resurrección mediante la solarización de sus personas y la vinculación con divinidades dadoras de vida, proveyendo a Egipto de fuerza y vida por toda la eternidad. Conclusiones personales Personalmente, debo reconocer que este trabajo, pese a ser laborioso y requerir de un gran esfuerzo personal, ha sido enormemente enriquecedor. En primer lugar porque Abu Simbel siempre ha sido un emplazamiento fascinante para mí, y ahora he tenido la oportunidad de estudiarlo a fondo para tratar de entenderlo un poco mejor. En segundo lugar, porque si bien el trabajo debía tratar sobre la investigación de un templo concreto, podría decirse que me ha servido como excusa para internarme más profundamente en el mundo religioso de los egipcios, que ha resultado ser extremadamente complejo e intricado. No es algo que me sorprenda, puesto que ya tenía la noción de que la religiosidad egipcia era un mundo aparte con planteamientos y 10

conceptos que al occidental moderno se le escapan, pero sí me ha sorprendido el alcance de esa complejidad, verdaderamente útil para huir de la idea de Egipto como un pueblo “primitivo”. Asimismo, ha sido una experiencia muy práctica desde el punto de vista académico, ya que para abarcar los numerosos aspectos del templo egipcio, desde su arquitectura hasta su simbología, es necesaria la consulta de numerosos trabajos, no solo para reafirmarnos en informaciones que posiblemente ya conocíamos sino también para suplir las carencias y las lagunas que puedan surgir a lo largo del trabajo, logrando un conocimiento adquirido sobre la base del esfuerzo y el interés. Por supuesto, también para reforzar el aprendizaje que todo alumno debe tener en la elaboración de trabajos académicos con una guía entendida en la materia, cosa que por desgracia, a mi parecer, en el actual sistema de Bolonia no se prodiga demasiado. Estas consideraciones aparte, en las que probablemente coincida con mis compañeros, querría añadir una apreciación personal sobre mi trabajo concreto. El hecho de que Abu Simbel no siga el esquema estándar que los estudiosos modernos elaborado para los templos egipcios, con ejemplos canónicos como Karnak, Luxor o Medinet Habu, me ha obligado a razonar fuera de los límites teóricos tanto del artículo empleado como base como de la asignatura de Historia del Antiguo Egipto, formándome mis propias ideas y llegando a mis propias conclusiones, lo que precisamente creo que es el objetivo de la elaboración de este trabajo. La aplicación práctica de los conocimientos obtenidos y la necesidad de pensar y no solamente repetir la teoría es una meta que, pese a su importancia, parece estar perdiéndose poco a poco, y este trabajo ayuda a recuperarla sin duda.

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LÁMINAS LÁMINA 1 Fotografía de Alfred Molon (2003). Relieve de enemigos de Egipto derrotados y encadenados. Fachada exterior de Abu Simbel.

LÁMINA 2 Fotografía de Alfred Molon (2003). Ramsés II en actitud bélica. Primera sala hipóstila de Abu Simbel.

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LÁMINA 3 Fotografía de Alfred Molon (2003). Ramsés II en la batalla de Qadesh. Primera sala hipóstila de Abu Simbel.

LÁMINA 4 Fotografía de Tore Kjeilen (2005). Ofrenda de Ramsés II al dios Ptah, sedente. Segunda sala hipóstila de Abu Simbel.

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LÁMINA 5 Fotografía de Alfred Molon (2003). Ramsés II en actitud oferente ante el dios RaHorakhty. Segunda sala hipóstila de Abu Simbel.

LÁMINA 6 Fotografía de Cristina González, 2008. Fachada del templo de Nefertari en Abu Simbel.

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LÁMINA 7 Extraída de R.H. Wilkinson, “From Aswan to Gebel Barkal”, The Complete Temples of Ancient Egypt, 2000, 223. Plano y sección del Gran Templo de Abu Simbel. hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

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LÁMINA 8 FIG.3 de nuevo. Fotografía de Cristina González (2008). Estatua de Ra formando el rebus de Ramsés II sobre la entrada al Gran Templo.

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