Tres textos para teatro (Literatura - Dramaturgia)

June 6, 2017 | Autor: Krístel Guirado | Categoria: Dramatic Literature, Dramaturgy, Dramaturgia venezolana, Dramaturgia femenina
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©Krístel Guirado © Fundación editorial el perro y la rana, 2006 Av. Panteón. Foro Libertador. Edif. Archivo General de la Nación, planta baja, Caracas-Venezuela, 1010. Telf.: (858-0212)5642469 / 8084492 / 8084986 / 8084165 Telefax: (858-0212) 5641411

C o rr eo s e l e c t r ó n ic o s :

[email protected] [email protected]

E D I C I Ó N A L C U I D A D O DE

M aría Alejandra Rojas CORRECCIÓN

Katherine Castrillo D I S E Ñ O D E LA C O L E C C I Ó N

Carlos Zerpa DI AG RA M ACIÓN

Orion Hernández FOTO PORTADA

Archivo del nuevo grupo. Cortesía Biblioteca Nacional

H e c h o e l D e p ó s it o d e L e y n

° lf

40220068005010

ISBN

Gobierno Bolivariano I f£r“f eri0 de Venezuela I cultura

980-396-393-9

V e n e z u e la

TRES TEXTOS PARA TEATRO

COLECCIÓN ENTRADA UBRE Teatro no es solo representación, detrás de la máscara sabemos que hay un grito, la magia del desdoblamiento, el paso real seguido del paso en falso, la pupila dilatada bajo el párpado cerrado. El ser humano en su afán de manifestarse se ha procurado los más delicados medios y tratando de encontrarse a sí mismo se ha vestido de otros. La colección Entrada Libre es el anfiteatro donde caben todos los espectadores del mundo, aquí confluyen desde los más representativos dramaturgos de todos los tiempos hasta los que han sido soslayados por la academia. El espacio de las tablas no está limitado, esta colección brinda a través de sus cuatro series un boleto de acceso a quien desee ser tribuna de las más diversas funciones. La serie clásicos se viste de gala y expone a los autores que han marcado la historia de la dramaturgia, ofrece una línea sólida y completa de las obras que son pilar del teatro universal; contemporáneos presenta los dramaturgos que a partir del siglo XIX han sorprendido al público más crítico y han propuesto diferentes perspectivas al mundo teatral; abre el telón es la serie que concentra su luz en los escritores que nunca habían sido ilu­ minados y muestra sus obras en estreno, dejando de esta manera butacas reservadas a la sorpresa y la novedad. La última serie teoría y crítica puede considerarse el proscenio de la colección, pues en ella está concentrada la mirada más enfática de los críticos y teóricos del teatro de diferentes épocas. Esta colección es pues una Entrada Libre al maravilloso mundo de las tablas.

F u n d a c i ó n Edi t or i al

elperroy larana

TRES TEXTOS PARA TEATRO Krístel Guirado

KRISFEL (j Uuv

QUEBRANTOS Monólogo

SERIE “EL SÁTIRO”, 5 ^R E T A R ÍA DE CULTURA DEL ESTADO ARAGUA / 1993

a Teresa Selma.

a Teresa de la Parra.

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos conmueven por su condición defantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último. Los Inmortales. J o r g e L u is B o r g e s

Dios hizo a la m ujer naturalm ente perversa, enam orada de su lecho, prendada de su silla, desús adornos y desordenada en sus pasiones. A fir m a c ió n del c ó d ig o h in d ú de M a n u

A la actriz Si bien, aparentemente, la pieza está compuesta por tres personajes, debes tener presente que con este monólogo se intenta atrapar la esencia de un solo ser, un ser inabordable, indefinible, esquivo: la mujer. La mujer en tres edades, tres tiempos y una sola urgencia. La mujer que se divide en dos, tres... se busca... se encuentra... luego se pierde y vuelve a ser la misma, la de siempre, una sola, la mujer solitaria, la que habita en el más ini­ luminado cansancio.T ú... yo... cualquiera...

K.G.

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KBISTtlGUÍRADDJJUEBRANTOS

ESCENA PRIMERA

El cuarto de la abuela . Sería aconsejable que la escena tuviera rosarios, m anti­ llas, la imagen de un buen santo, una o dos velas en un rin­ cón, junto a ellas un vaso con agua y un trozo de pan, para las ánimas. Junto a la cama una ventana con celosía y una mesa de noche, quizás. Comienza a iluminarsepoco apoco el cuarto. Entra l a n ie t a . Observa el cuarto. Con detenimiento va tocando, como si recordara, los rosarios, las mantillas, el santo; se sienta en la cama y abre la ventana. Una luz penetra discretamente por entre la celosía. Actriz : ¿Cuántas veces abriste esta celosía por mí, abuela? ¿Cuántas veces pude verlo, pude hablar con él —a escondidas de papá— gracias a ti? Ahora solo puedo m irar esa luz, la que apenas anoche te acompañó a morir, ilum inar tu alcoba llena de recuerdos; el cuarto de toda tu vida, la prisión de todos tus sueños. Aquí todo igual, algo más empol­ vado por tu ausencia, pero igual. Abuela, tú y tu colección de rosa­ rios. Cuentas de todos los colores, ecos de letanías encerrados en cada cuenta; la absurda necesidad de escapar al tiempo, la perfecta excusa para disfrazar con penitencias la soledad que va creciendo junto a la vejez. (Pausa. Va hacia la mesa de noche, saca de la gaveta un paquetico de estampitas religiosas) Yo nunca le regreso el vuelto de los m andados a mamá, lo guardo y, todas las m añanas, cam ino al liceo, compro la mayor cantidad de barajitas, de esas que traen tiernas y delicadas parejas de perritos y de gatitos y en las que en doradas letras se pueden leer las más herm osas frases de amor. (Pausa) Tú, en cambio, gastabas el dinero en estas estampitas con oraciones de todos los santos que

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ESCENA PBIMEBA

han ascendido al cielo. (Lee cinco o seis retazos de oraciones) ¡Tanto rezar, abuela, para nada! ¡Tanto, para que el últim o acto viniera a em pañarte toda una vida llena de sacrificios! ¿Cuántas m antillas tenías, abuela? ¿Cuántos vestidos mangas largas? ¡Coño, abuela! ¿Cuántas veces te hacías la cruz al día? ¿Cuántas veces en tantos años? Para que ahora venga y diga un cura que no puedes pasar por la iglesia, que tu m uerte no puede recibir la bendición del Señor, igual que un com unista cual­ quiera, como si en lugar del placer que tanto te negaron, te hubieses suicidado. (Pausa) ¡Ay, abuela! ¿Cómo habría de tem er dorm ir aquí? ¿Cómo no buscarte entre tanta devoción? (Pausa) Entré con la espe­ ranza de encontrarte, vine a decirte un secreto, vine a decirte quién fue el desgraciado que le dijo al padre Honorio cómo te habías muerto. Vine para que me perdones. Pausa. La actriz toma una mantilla, se la coloca. Transición al personaje de LA ABUELA.

A

: Apenas si resistí la tentación de preguntárselo m ientras cená­ bamos, pero tuve que callar. Allí estaba m i hija junto a su esposo y siempre tem í ser una abuela indiscreta y fastidiosa, que term inara m etiendo la pata cada vez que abriera la boca. Quince años bus­ cando siempre ser su amiga, robándole injustam ente ese derecho a la madre. Quince años escondiéndola tras mis faldas cuando le pre­ tendían pegar, llevándole dulces a escondidas cuando la castigaban en el cuarto y al cuarto, entrando todas las m añanas a ordenárselo, a borrar los indicios de esa liceísta rebelde. Y, de pronto, un día, entras al cuarto una m añana, y te sientes absurda... y te acuestas en la cam a... y te asomas debajo de ella y solo encuentras una colilla, una sola que no escondió. Y entras otro d ía ... y otro día más y lo absurdo tras de ti: ni un solo objeto que recoger ni una sola sábana que doblar, los ves­ tidos en el clóset, los zapatos en su lugar y hasta una mesita improvi­ sando una peinadora. Quince años de cam aradería y ahora todo en el

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RB1STEIGUIRABO. .QUaHUNTOS

cuarto la delataba diferente. Mi nieta siempre me lo ha contado todo, desde sus frágiles y platónicos amores, hasta los m ás ocultos e im bo­ rrables rencores que siente hacia su padre; sus más caros sueños, sus pequeñas desilusiones. He sido el confesionario de su casta adolescen­ cia. Ahora no soportaba un m om ento más la indiferencia que parecía cubrirla al no contarm e este últim o secreto. Al m irarla, se instaló en m í la tristeza, de tan solo pensar que esta pobre vieja había perdido el derecho a esta ingenua amistad. Ella, que en su correr apenas notó que yo estaba en la mesa, no im aginó m i callada angustia. Hasta que, sin poder aguantarm e más, le pregunté si podíam os ir a m i cuarto para enseñarle algo. (Pausa) “Entonces, abuela, ¿qué me ibas a ense­ ñar?”, -m e preguntó- Y yo, que no tenía palabras, que había ensayado desde la noche anterior cómo preguntárselo, yo que tengo 69 años y soy su amiga, no supe qué hacer ni qué decir. Me desbordé en llanto, yo que había jurado no hacerlo para no asustarla, para que no creyera que lo que había hecho era malo. Y, por un mom ento —acaso de vaci­ lación—, pensé no decirle nada; y, un m om ento después, equívoca en las palabras y dura sin querer serlo en el tono de la voz, acusadora y bruja, se lo pregunté: “¿Desde cuándo te acuestas con él?” (Pausa. Tomando la almohada como sifuera la nieta) ¡Oh, hija, qué injusta he sido! Te juro por Dios que no fue m i intención reprocharte nada. Solo quería recuperar tu confianza, brindarte m i ayuda. (Pausa) Ahora llora, llora hasta quedarte dormida, no temas, yo cuidaré de tus sueños. Duerme, duerm e rápido, un príncipe azul viene hacia ti en un hermoso caballo blanco. No desveles, si llega y estás despierta no podrán encontrarse. Duerme, ya m añana sobrará tiempo para hablar. (Oscuro).

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ESCENASEGUNDA

ESCENA SEGUNDA

El personaje de l a n i e t a entra del público en dormilona, descalza, completa­ mente mojada por la lluvia. La iluminación muy baja, pudiendo recordar el efecto de los vitrales en las iglesias. A

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: Tan culpable me sentí, Padre, al verla m uerta, que poco me im portó

la implacable lluvia que desde la m adrugada cae. Salí corriendo por esas calles, sin pensar más que en la angustiosa culpa que me invadía y la apremiante necesidad de confesarla. Yo sé que, en variadas oportu­ nidades, usted le ha reclamado a la abuela m i falta de fe, pero ahora que ella está m uerta necesito alguien con quien hablar. No quiero que me pregunte nada, solo quiero que me escuche. (Pausa) Antenoche, des­ pués de la cena, abuela me preguntó por Agustín, me preguntó desde cuándo hacía el am or con él; no sé cómo pudo saberlo, pero lo sabía. Esa noche no pude decirle nada, le conté todo al día siguiente, ayer en la tarde, al regresar del liceo; hablam os toda la noche hasta que m am á me llamó para que m e acostara. Esta m añana, m am á volvió a llam arm e, pero para que abriera con ella el cuarto de la abuela. M am á tenía miedo, la había llam ado varias veces y no respondía. Abrimos y al entrar la vi m uerta, Padre, y yo sé que es m i culpa. (Pausa. Llora) Yo le conté todo a la abuela, Padre; cómo y dónde; que, a escondi­ das, lo dejaba entrar por las noches al cuarto; que fui yo quien lo sus­ citó todo, pero ella no podía creerme: “Las mujeres no sabemos de eso, —me dijo— lo hacemos porque ellos nos lo hacen”. Entonces le hablé como lo hace con nosotros la profesora de puericultura; le dije lo de las horm onas, lo de los term inales nerviosos en la vagina, lo del cerebro y el orgasmo; pero no entendió, por su ignorancia le era difí­ cil comprender. Me di cuenta, entonces, de que m i abuela no había sentido jam ás la plenitud de la cual le hablaba. Entonces, P adre... Le

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KRisra güimo.quebrantos

hablé de m í... Prim ero le conté de m i niñez, de cuando me colocaba la alm ohada entre las piernas, de mis dedos deslizándose entre ellas y del agradable ardor que ascendía por am bas... Luego le hablé de él... De él que con ternura besaba mis senos, de sus delicadas m anos reco­ rriendo m i cuerpo y de su cuerpo desnudo y tenso sobre el m ío y del inexplicable ardor que nuevamente trepaba mis piernas y que esta­ llaba una y otra vez en una indescriptible sensación; la más real, la más placentera de todas las sensaciones que ella hubiera imaginado. Ella —a quien yo creía la m ujer más feliz del m undo— me confesó entonces que, durante m uchas noches, m ientras m i abuelo dorm ía feliz tras poseerla, ella, con los ojos fijos en el techo, se preguntaba en silencio con qué fin tendría que pasar toda su vida sirviendo al placer de otro y se m entía creyendo que hacerlo era su deber, y se conformó con amarlo, convencida de que su felicidad era plena. (Pausa) Ayer nada más, sin que nadie me diera el derecho, yo le desmentía toda una v id a... Y esta m añana la encontré m uerta, P ad re... D esnuda... Bus­ cando seguram ente el placer del cual yo no debí hablarle... Feliz... Pero m uerta, Padre. Transición de la actriz al personaje de la n ie t a a d u l t a . Lleva en la mano una rosa seca y unpapelito aluminizado. Lee para sí algo que está escrito en el papelillo. Ac

: A mi edad, abuela, no es fácil recordar estas cosas. No son exac­ tam ente los sentim ientos los que hieren, —estos term inan por olvi­ darse—, es la am argura de la soledad que parece acom pañar cada recuerdo. Ahora, después de tantos años, todas las noches, me levanto en silencio para no despertar a ese, —a ese que duerm e a m i lado, ese que no es Agustín, ese que m i piel desconoce—, vengo hasta tu cuarto y dejo entrar los recuerdos. (Va hasta la ventana y la abre) Me pregunto por qué, abuela. No pudo haber sido un problema de

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ESCENA SEGUNDA

edad, yo tenía quince años y tú ... Setenta, o casi setenta... Prefiero creer que fue una cuestión de tiempo, de urgencias que se encuen­ tran; época de quebrantos, de aire enrarecido por lo que se ocultaba tras incontables velos, de esa pregunta negada, la m ism a en todos los labios, la m ism a que despertó en ti, en mí, aquella azarosa necesidad de sentir lo que ahora es irrecuperable. En ocasiones, un frío en el estómago, un helado sudor en la piel y un latir de venas me an u n ­ cian un posible encuentro en mí, yo, que me he perdido entre recuer­ dos. Entonces lo intento, pero no puedo, me invade el m iedo a ese recuerdo: tú y yo cam inando juntas, recorriendo ambas ese laberinto de colores, de incandescencias; tú y yo encontrando ese placer y un cura que emerge de m i brutal angustia y, porque sí, porque él con el instinto ahogado bajo esa calurosa sotana quiso llamarlo pecado, porque en sus labios estaba toda la verdad; un todopoderoso que se plantó frente a todos y sentenció: “La abuela no podrá ser oficiada por la iglesia y tú, tú te casas inm ediatam ente con Agustín Torres”. ¡Ay, abuela! Y Agustín, que todavía estaba en el cuarto, lo escuchó todo y cuando corrí hasta allá, ya no estaba, solo había este papelito pisado con la rosa que me trajo esa últim a noche, en el que apenas alcanzó a escribir “Lo siento”. (Pausa) Lo demás es el cuento de todas: los papás siempre encuentran alguno que se case con una. Treinta años de m atrim onio, abuela, y no hubo m ás quebrantos ni arcos iris ni inex­ plicables, ahora solo una helada costum bre con sabor a deber. Transición al personaje de la a b u e l a . A

de noche, tal vez no amanezca, y yo, que tantas noches dorm í tranquila cuando esta inquietud venía a visitarme, hoy no podré son­ reír al pensarlo, pues me resisto a m orir virgen, violada tan solo por falsos sentimientos. A mi edad, resulta imposible refugiarme en la confianza de un hom bre pidiéndole que me perm ita vivir lo que mi

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KBISÍELGUIBAOO QUEBRANTOS

nieta ni siquiera puede explicar con claridad. Si él viviera, no dudo que intentaría hacerm e sentir lo que supongo sintió él tantas noches que hicimos el amor; si no lo hizo entonces, fue invadido, seguramente, por la m ism a ignorancia que hasta hoy me negó ese placer a mí. Cual­ quiera pensaría que son las calenturas de una vieja chocha, así como pude pensar yo que fuesen las de m i nieta, pero conociéndola como la conozco, comprendo que así como la m odernidad ha perm itido dar vuelta a una llave y hacer salir fuego de una hornilla, sin kerosén; así (Hace el gesto con la mano de dar vuelta a una llave), así los hombres fue­ ron dándole vueltas a los cuerpos hasta lograr que ardieran ambos en una llama inexplicable. Yo nunca pude apoderarm e de esa llama y no me atrevería a m orir sin antes dejarme deslizar por ese abismo de placer que m i nieta cuenta rosada de vergüenza, pero con los ojos inm ersos en satisfacción: “...n o puede pensarse, abuela, solo puede sentirse.. Calenturas, sí, pero no las de una vieja chocha, sino las de una mujer que ha vivido toda su vida am parada bajo la bondad de un Dios que a la hora de la m uerte le brindará el éxtasis de la salvación; los quebrantos de una mujer que llega a la vejez y descubre por una adolescente que hay un éxtasis más palpable, más vivible, más creíble que ese cielo que, durante años, yo m ism a he tratado de ganarm e a costa de un placer que desconocía. (Pausa) Hoy me voy a perm itir un pecado. Hoy voy a abrir un paréntesis en m i cotidianidad... Toma los rosarios, las mantillas, el santo, las velas y los oculta. Toma el pan, lo come y deja caer sobre ella el vaso de agua de las ánimas. Corre y abre la ventana. Dice las líneasfinales, dejándose caer en una de las esquinas de la cama. A

Y tú, si existes, podrás ver entre las rendijas cómo busco ese in s­ tante que nunca he conocido y me perderé en él si es necesario,

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ESCENASEOUNOA

hasta apoderarm e de esa castigable pasión y, tal vez, entonces, alcance esa plenitud que tú llam as cielo. La luz ha bajado hasta el oscuro; luego se enciende una luz muy fuerte detrás de la actriz. Solo se ve su silueta en el piso. Se escucha la voz de LA NIETA ADULTA.

A

: Desnuda, así la recuerdo, inim aginable, con sus grotescas ancas abiertas a la vida y cientos de arrugas dibujando, incalculable, su feli­ cidad. La m ía habría de perturbarse entonces.

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Telón.

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LAS INÚTILES ROSAS DEL TIEMPO Obra ganadora en la I Bienal de Literatura Municipal "Augusto Padrón" Premio único Mención Dramaturgia-lsaac Chocrón", Alcaldía del municipio Girardot, Edo. Aragua-1995.

A la Provincia toda, por sus casas, sus mujeres y sus personajes; por esa m em oria de calles y caras que m e fra g m en ta el cuerpo. A l adolescente, porque su cuerpo es una gruta abierta, una provincia toda horm ona y emociones.

Algo más que un epígrafe Tengo entonces que em pezar a buscar entre los corredores y las puertas condenadas, en las ruinas de las casas y las mujeres que están en mí, en las huellas borrosas de ese quehacer a n im ado y echado a perder. Entonces, ¿cómo puedo evitar la m irada nostálgica, la lástim a superficial p o r lo que soy?¿C óm opuedo transformarla en algo m ás que esa nostalgia enternecida p o r mis propias mutilaciones? Supongo que tengo que com enzar p o r elaborar un entorno que incluya la m uerte de esas mujeres y esas casas en mí. ( . . . ) hay en mí, constantem ente actuales pero perdidas, olvidadas, invisibles pero posibles, una d a m a y una esclava, una niña y una vieja, una virgen y una mujer, una m uerta y una recién nacida... pero debo darm e el trabajo de buscarlas entre las ruinas. M a r í a F e rna nda Palacios

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KRI5TEIGMDO LASINÚTILESROSASDETIEMPO

Porque nos podemos robar la palabra, como Prometeo el fuego; porque el mundo es un libro que escribimos todos; porque la poesía es la vida y por todos los lugares comunes que justifican el encuentro y la coincidencia entre el discurso de diferentes creadores; en fin, porque se me antoja nice, chévere, preferí tom ar el texto de M aría Fernanda Pala­ cios para acercar al lector, actor o director a la situación afectiva que dispuso el ánim o del siguiente texto. En sus palabras está todo lo que yo hubiera deseado dramatizar. En últim a instancia, un texto es eso: un acto afectivo. Así que, si usted encuentra, entre sus líneas, un sentim iento com ún con el de la autora, entonces puede ubicar la escena donde mejor le parezca. Aunque me atrevería a sugerirle dos espacios. Una sala: dom inio de I sa b ela ; y un espacio pequeño, cerrado por una rom anilla, que ven­ dría a ser el comedor: dom inio de C o u p l e . Debería, además, existir un espacio m isterioso, sospechoso, atractivo a la curiosidad de los personajes principales y del público, donde se ocultan y viven otros personajes. En el texto se le llam a el cuarto de la cortina negra. C o u pl e es u n personaje que “no se traga la saliva”, solo eso. No es un bobo, tam poco tiene problemas mentales, simplemente no se traga la saliva. Procure no ponerle lentes a I n o c e n c ia . Tam poco se los ponga a I sa b ela . Es indispensable el espejo en la sala. La autora estará eternam ente agradecida si, además de lo ante­ rior, se le complaciera el capricho —porque es solo eso, un capricho— de separar al público de la escena por un rosal. Si no le gusta, obvia­ mente, puede eliminarlo. Al final, haga lo que m ejor le dicte su capricho personal -todos tenem os uno, el m ío son los rosales. Lea la obra, luego vuelva a leer el epígrafe y haga como aconseja M aría Fernanda Palacios: comience



ALEO MÁS QUE UN EPÍGRAFE

por “elaborar un entorno que incluya la muerte de esas mujeres y esas casas... Si el entorno que usted elabora incluye la m uerte de la autora y su obra, no lo piense, proceda sin piedad.

K.G.

PERSONAJES

ISABELA, de unos sesenta afios COUPLE, hijo de Isabela. Tiene 23 años. No se traga la saliva; lleva consigo un “perolito” donde depositarla INOCENCIA, adolescente. No tiene, aparentemente, nexo familiar alguno con el resto de los personajes TÍA REBECA, es la tía de Isabela. Hermana de Santos. De unos 48 años SANTOS, es el padre de Isabela. De unos 52 años I sa b e l a NIÑA, es Isabela cuando pequeña. De unos 12 años, aunque parezca que tiene menos

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KBfflBGU!RflOO_UISINÚTIIESROSASDELTIEMPO

ESCENA PRIMERA

En el comedor C ouple destapa docena y media de enlatados. I sabela toca con ira el piano. Mientras, T ía R ebeca recorta rosas y Santos les va quitando las espinas. I sabela niña ,frente al espejo, des­ arma un rosario. I sabela n iñ a : ¡Maldita sea Rebeca, maldito sea Santos, m aldita m i madre!

¡Maldita sea Rebeca, m aldito sea Santos, m aldita m i madre! ¡Maldita sea Rebeca, maldito sea Santos, m aldita m i madre! ¡Maldito sea el recuerdo! ¡Maldita sea Isabela! Tocan la puerta. C ouple no parece escuchar. Isabela niña , T ía R ebeca y Santos se ocultan en el cuarto de la cortina negra. Tocan una vez más, I sabela deja de tocar el piano para abrir. Entra Inocencia con una carpeta en las manos y una graciosafranela que la identifica como censadora. I sabela : ¡Buenas tardes! ¡Caramba, por un m om ento pensé que el país

se quedaría sin contar m i existencia! I nocencia : ¡Buenas tardes! Disculpe el retraso, señora. Soy un poco lenta para esto y me tocó la parte sur del pueblo, la más poblada. Mis com ­ pañeros están esperándome afuera. ¡Gracias a Dios, esta es m i últim a familia por censar! I sabela : ¡Si a esta se le puede llam ar familia! (Pausa) Pasa y siéntate. Debes estar cansada. ¿Quieres algo, u n café o u n jugo? I n o c e n c ia : No, señora, gracias. Usted no puede im aginarse lo que es este trabajo. Son decenas de casas y en cada una un café. En la tarde no soportaba más. Me atreví, m uy educadam ente, a rechazar los cafecitos. Pero entonces las señoras, amables anfitrionas, am as de

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ESCENA PRIMERA

casa en su mayoría, se levantaban en m edio de la entrevista, iban a la cocina y regresaban con una enorm e sonrisa y un vaso de lim onada. Disculpe que la desprecie, pero m i estómago no puede más. I sabela : Siendo así, una taza de té te aliviará los nervios y te lim piará el estómago. A esta hora suelo tom ar té. M i tía me acostum bró así. Después de rezar, tom ábam os té. Eso nos tranquilizaba. (Va hacia la cocina. Se regresa) Me llam o Isabela, hija. D oña Isabela, si no te molesta llam arm e así. I n o c e n c ia : ¡Claro que no, Doña Isabela! Yo me llamo igual, pero sin la “a” final. I sabela : ¿Isabel? H a sido un error de quien te nom bró llam arte así. La gente es según su nom bre y no hay nada en ti para llam arte Isabel. Debieron haberte puesto... ¿Inocencia? ¡Inocencia!... Sí, Inocencia. Las Inocencias son como tú. Para nosotros te quedarás así: Inocen­ cia. (Sale a la cocina). I n o c e n c ia , que desde este momento comienza a no entender lo que

ocurre a su alrededor, se levanta. Observa la casa. Va hacia el espejo. Se mira y se aparta desconcertada. Vuelve a mirarse. C ouple : (Que ha venido desde el comedor) ¿No la conoces? I n o c e n c ia : Soy yo, supongo. C o u pl e : ¡N o , esa es Rebeca! ¡Tía Rebeca, Inocencia! I sabela : (Que ha entrado a la sala con el té) A nda a term inar lo que estás

haciendo y deja a la muchacha. C o u p l e : (Saliendo) Adiós, Inocencia. I n o c e n c ia : (A I sabela) Sabe que usted m e dice Inocencia. I sabela : Sí , no es raro. Couple anda siempre escuchándolo todo detrás

de la rom anilla. I n o c e n c ia : El exceso de salivación suele ser superable, aún en jóvenes de esa edad.

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HUISTE! GUiBAOO__lAS INÚTILES ROSAS DEL TIEMPO

I sabela : (Esquiva) Sí... Q uizá sea posible. I n o c e n c ia : Esto en caso de que el problem a sea de origen psico-motor. I sabela : Sí ... I n o c e n c ia : A no ser por la saliva, cualquiera diría que es norm al. I sabela : ¡Ya te d ije... tiene algunos problem as... nada serio! (Pausa. Cal­

mándose) ¿Qué te hizo? ¿Te asustó? I n o c e n c ia : N o, solo me dijo que esa era Rebeca. I sabela : ¿Tu reflejo? Invenciones. Vio seguramente que ibas hacia el espejo

y trató de asombrarte. I n o c e n c ia : ¡No, no! Fui yo. M iré u n instante y vi m i im agen reflejarse

opaca, como perdida en el tiempo. Me asusté. Retrocedí y fue enton­ ces cuando él me dijo: esa es Rebeca. Tía Rebeca, me repitió. I sabela : Ideas, hija. Solo ideas. El tiem po, el cansancio. I sa b e l a

sirve el té.

I n o c e n c ia : Debo culm inar m i trabajo. I sabela : Veamos, ¿qué tiene allí? I n o c e n c ia : (Sacando una planilla) Es una pequeña hoja de preguntas que

debe contestar. I sabela : Hay preguntas que no tienen respuesta. I n o c e n c ia : Trate de contestarlas todas, por favor. No son com prom ete­ doras. Las he estado haciendo todo el día y créame, esta m illonada de hojas que hoy cubre el país, m añana no servirá para nada. I sabela : Servirá para conocer a la gente. I n o c e n c ia : ¡No! N o se puede saber de la vida de nadie con preguntas que pueden contestarse con u n sí o un no. La gente debería hablar. La planilla es u n catálogo de opciones generales donde lo particular no cuenta. I sabela : E so te lo enseñaron en el entrenam iento.

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ESCENA PRIMERA

I n o c e n c ia : N o, señora. N unca nos dieron entrenam iento. Nos entrega­

ron las carpetas y chao: “Que la gente diga sí o no”; “que la gente m ar­ que con una equis”; “una que otra pregunta precisa respuesta, fácil de encontrar en la cédula del censado”. I sabela : A esas preguntas son a las que yo les temo. Para una mujer, m i niña Inocencia, un estado civil, una edad, cualquier fecha, convier­ ten el gesto en comprom iso. (Pausa) Bueno, ¿cuál es la primera? I n o c e n c ia : ¿Dirección? I sabela : Esta es la calle Rafael Bolívar Coronado, que antes era la calle Guárico y m ucho antes de que tú nacieras la llam aban El Zam uro: la calle donde no ,se podía andar después del crepúsculo. Anota: calle Rafael Bolívar C oronado, sector El Zam uro, a una cuadra de El Cal­ vario, Este, casa núm ero tres. I n o c e n c ia : ¿Casa propia o alquilada? I sabela : Propia. Esta es la casa m ontonera de los Zantanilla. I n o c e n c ia : Nom bre completo del jefe de familia. I sabela : D oña Isabela Zantanilla González. I n o c e n c ia : ¿Edad? I sabela : Cincuenta y o cho... Creo, no, cincuenta y nueve. No sé, ya no recuerdo. I n o c e n c ia : ¿Estado civil? I sabela : ¿A él?... (Pausa) A él jam ás lo pude olvidar. D entro de m i con­ fusión sigo viendo a aquél con quién pretendí llenar una soledad. A hora com prendo que me hirió ese que una vez evocó en m is ojos sentim ientos ocultos, olvidados. sale a tocar el piano, mientras Sa n t o s desnuda una de las piernas de la N iñ a y comienza como a dibujar con barro en ella.

I s a b e l a n iñ a

I sabela : Segura del respeto que siempre merecí, no lo creí capaz de

hum illarm e. Aunque todavía me torture aquella mueca bu rlista... N unca lo amé, nunca lo quise, solo me unió a él el rencor y el asco;

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KRiSTEL SUIMO...US INÚTIIES ROSAS DEL TIEMPO

pero me gustaba. Me gustaba en la noche, cuando me llam aba Bella Isabela. Su bella. “Isabela, m i bella... m i bella... m i bella Isabella, bella, bella, b ella...”. I n o c e n c ia : (Deteniéndola, nerviosa y apurada) Entonces es casada. I sabela : N o, soltera. I n o c e n c ia : ¿Tiene hijos? I sabela : Uno. I n o c e n c ia : Nom bres y Apellidos. I sabela : Couple A ntonio Zantanilla. I n o c e n c ia : ¿Edad? I sabela : Veintitrés años. I n o c e n c ia : ¿Soltero? I sabela : Sí I n o c e n c ia : ¿Trabaja usted? I sabela : N o. I n o c e n c ia : ¿Su hijo? I sabela : Tampoco. I n o c e n c ia : ¿Quién sustenta la casa? I sabela : En este pueblo todavía se puede vivir del apellido, del silencio de la iglesia, del tiempo, sobre todo del pasado. Fuimos una gran familia. I n o c e n c ia : ¿Vive alguien más en esta casa? I sabela : Todos. Pasan los días atravesando esa puerta. Salen, entran y vuelven a salir. I n o c e n c ia : (Conteniendo el deseo de terminar de una vez) Podría precisar cuántos son, nom bres completos, si trabajan o no, nexos que tienen con el jefe de familia; condiciones sanitarias de la residencia, llega el agua por tubería o son surtidos por cam iones de la m unicipalidad, tienen sistemas de cloaca o usan pozo séptico... Responda con una equis en la categoría que le corresponda. Si no entra en algunas de las opciones, m arque la equis en la casilla denom inada: otros. ¡Señora, por favor!

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ESCENA PRIMERA

Mientras I n o c e n c ia ha estado hablando, I sa b e l a se ha levantado sin prestarle atención: mira el cielo desde eljardín. I sabela : Creo que tendrás que quedarte a dorm ir. Es m uy tarde. Diría

que son casi las diez y es m uy peligroso que te vayas a esta hora para tu casa. I nocencia : ¿Las diez? ¡Tan tarde ya! Pero, ¿cómo? Mis compañeros deben estar furiosos de tanto esperar. Es necesario que entreguemos estas planillas hoy mismo. (Sale a la calle) I s a b e l a n iñ a deja el piano y se oculta. C o u p l e ha repartido la docena y media de enlatados en tres platos y dispuesta la mesa para tres personas. Espera ansioso. I n o c e n c ia , aturdida, entra de nuevo.

I sabela : ¿Qué pasó? I n o c e n c ia : Me dejaron. I sabela : Ya te dije, puedes quedarte. I n o c e n c ia : Tengo miedo. I sabela : ¿Y no te da m iedo salir por esas calles a esta hora? I n o c e n c ia : También, pero y o ... I sabela : A m í no tienes que explicarme nada, Inocencia. Bella Inocen­

cia. Yo sé lo que es sentirse así. Presentirlo todo y no tener certeza de nada. Es como si el cuerpo encontrara una form a de ser m ás suya, separado del alm a. El miedo, Inocencia, es el m odo como el cuerpo se libra de la emoción. El miedo, Inocencia, es una m entira de la piel. I n o c e n c ia : ¿Y el espejo? I sabela : (Llevándola hasta el espejo) ¡Mírate, Inocencia! ¿Acaso lo que ves no es una mujer? I n o c e n c ia : No sé.... y eso me da miedo. I sabela : N inguna m ujer que se m ire se reconoce, bella Inocencia. El m iedo es la m ujer que descubrim os en el espejo. ¡Mírate de nuevo, Inocencia! ¿Acaso lo que ves no es tu reflejo?

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KHSIH GIMDO JA S MUTILES ROSAS PEI TIEMPO

I n o c e n c ia : Sí . I sabela : ¿Tienes miedo? I n o c e n c ia : N o I sabela : Hoy te quedas a dorm ir aquí, comes, te bañas, te cambias esa

ropa sudada y duerm es. M añana en la m añana, con calma, llenamos esa planilla. I n o c e n c ia : ¿No será una molestia? Tanta gente. No vaya a dorm ir incó­ m odo alguien por m i culpa. I sabela : En realidad, no son tantos. Además, hoy es domingo. El prim er dom ingo de diciembre, día de descanso. Noche fría, pero tranquila. No vendrá nadie, solo Couple y yo. sale hacia la cocina. I sa b e l a conduce a I n o c e n c ia hasta el comedor. En la sala, T ía R e b e c a e n tr a , coloca las rosasen un jarrón y se sienta a coser un vestido de cuadritos rojos y blancos. C ou ple

Inocencia... Couple, como todo hijo único, tiene sus m anías. En algunas, no perm ito que se le contraríe. Estos últim os días, por ejemplo, solo ha querido com er sardinas y por tu presencia está algo alterado, emocionado. (C o u p l e entra con una jarra de jugo. I sa b e l a a I n o c e n c ia en voz baja) Trata de comértelas todas.

Isa b e l a :

Se sientan a comer. Las luces van bajando, no hasta el oscuro. Se escucha —serena— la melodía que I sa b e l a n iñ a toca al piano.

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ESCENASEGUNDA

ESCENA SEGUNDA

En la media luz anterior, se ve cuando I sa b e l a n iñ a se oculta en el cuarto de la cortina negra. Tía R e b e c a deja el vestido de cuadritos sobre algún mueble y se oculta, fes un nuevo día. Como al principio, en el comedor, C o u p l e destapa “una”lata de sardinas y la coloca en un plato. I n o c e n c ia entra a la sala envuelta en una cobija. El estómago le duele. Se detiene frente al espejo. I n o c e n c ia : (Al espejo) ¿Por qué lloras? ¿Será porque penas siempre en el

m ism o lugar, siempre en ese espacio? (Mueve el espejo buscando reflejar otro espacio) ¿Sigues llorando? ¿No quieres pasear? (Pausa. Siente dolor nuevamente) ¡No soporto m ás esto! ¡Odio los enlatados! (Busca sen­ tarse y descubre el vestido. Lo toma y lo observa). C o u pl e : (Entrando) M am á llevó tu ropa a la lavandería. Te dejó ese ves­ tido. I n o c e n c ia : Debió sacarlo de un viejo baúl. C o u pl e : Sí , era de ella. Y antes de ella fue de tía Rebeca. I n o c e n c ia : ¿Y ella dónde está? C o u pl e : ¿La tía Rebeca? I n o c e n c ia : N o, D oña Isabela. C o u pl e : Salió. Fue a hacer las com pras del mes. Las com pras de navi­ dad. I n o c e n c ia : E s una lástim a, tendré que irm e sin despedirm e de ella y sin llenar la planilla. Es tarde y debo llevar la inform ación a la C entral de Datos. Después vengo por la ropa. C o u pl e : M ejor es que te esperes. I n o c en c ia : ¡No, no puedo y no tengo tiempo! ¿Te im aginas que llegue u la Central de Datos con esta ropa? C o u pl e : No.

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KRiSTEl CUIÜA30 LAS INÚTILES ROSAS BEL TIEMPO

I n o c e n c ia : ¿No? Simplemente se burlarían de mí, m ucho m ás de lo que

ya lo hacen. C o u pl e : N o. In o c e n c ia : ¡Claro que sí! Tú no los conoces. Además, soy el blanco de

sus burlas. C o u pl e : ¡No! Déjame hablar, ¿sí? Quiero decir que no puedes irte, m am á

nos dejó encerrados. In o c e n c ia : Pero... ¿Por qué lo hizo? No puedo y no quiero estar aquí. Ella sabía q u e... Ella me prom etió... No logro entender nada. C o u p l e : Yo tam poco. I n o c e n c ia : N o sé cómo estoy aquí. C o u pl e : E s m ejor así. I n o c e n c ia : ¡No, no, no! ¡No es mejor! C o u pl e : ¡Sí , sí lo es! (Pausa) Vístete y luego vienes. Te preparé algo de comer. In o c e n c ia : ¿Qué? C o u pl e : Debes tener hambre. In o c e n c ia : N o, no tengo ham bre. Tengo ganas de irme. C o u pl e : N o me desprecies, por favor. Solo quería tratarte bien, darte una sorpresa. In o c e n c ia : ¡Ah...! C o u p l e sale hacia el comedor. Al pasarfrente al espejo se agacha. Evitando reflejarse. I n o c e n c ia sale a cambiarse. I sa b e l a n iñ a entra con un vestido idéntico al de I n o c e n c ia . Corre huyendo de Tía R e b e c a , quien lleva en las manos un sombrero de la tela del mismo vestido y una cesta con las rosas rojas.

T ía R ebeca : ¡Isabela, hija, por Dios! Ponte el som brero y tom a las flores

de la Virgen.

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ESCENA SECUNDA

n iñ a : Esas no son las flores de la Virgen. Las flores de la Virgen tienen que ser blancas, porque M aría Santísima no conoció varón. T ía R ebeca : ¿Quién te dijo eso? I sabela n iñ a : La herm ana Socorro. T ía R ebeca : Pero estas rosas son para adornar la gruta, por eso son sin espinas, y no im porta si son rojas.' I sabela n iñ a : Rojo. Rojo vino. Púrpura. Rosas p úrpura sin espinas para la Virgen. No me gustan. Yo soy una jardinera p ú rp u ra y quiero lle­ varle espinas a la Virgen. T ía R ebeca : ¿Qué disparates dices, muchacha? I sabela n iñ a : Yo quiero llevarle espinas a la Virgen. Yo quiero darle dolor a la Santa M adre. T ía R ebeca : ¡Niña! I sabela n iñ a : El dolor, tía Rebeca. Ella no conoce el dolor. Ella no com ­ parte con nosotras el castigo. Fue prem iada con luz por el pecado original. Dios m ism o le descubrió el m isterio del hom bre. T ía R ebeca : ¡Ave M aría Purísima! ¡Cállate! I sabela n iñ a : ¿Tú pariste con dolor, tía Rebeca? T ía R ebeca : Yo nunca he parido, Isabela. I sabela n iñ a : Yo lo sé todo. ¿Pariste con dolor? T ía R ebeca : Ya te dije. Yo jam ás he parido. Yo no conozco varón. I sabela n iñ a : P apá... Papá y tú dijeron que no dolería. T ía R ebeca : ¿De qué hablas? I sabela n iñ a : N o puedo ser jardinera de la Virgen, ni ave M aría del Rosario Viviente, ni M agdalena en los cuadros vivos. No puedo ir a la gruta de Lourdes ni subir las escaleras del Calvario. T ía R ebeca : ¿Por qué no puedes? I sabela n iñ a : Tengo una rosa púrpura entre las piernas. T ía R ebeca : ¡Qué dices! I sabela n iñ a : ¿A la Virgen no se le m ancharon nunca las pantaletas de rojo?

I sabela

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KR1STEI COMBO U S INÚTILES ROSAS DEL TIEMPO

T ía R ebeca : ¿Te vino la regla? I sabela n iñ a : Esta m añana am anecí mujer. Mujer p ú rp u ra con un rosal en m i ropa, en las sábanas. Con una rosa roja entre las piernas y un río de ardores en la piel que no consiguen el mar. (Pausa) Ayer, papá me llevó al parque de diversiones. Me subió al tiovivo, en los carri­ tos chocones y en la rueda. Me dijo que la m ontaña rusa era para los grandes y que la silla voladora tam bién. Me compró una m uñeca y en la noche me dio un beso en la frente antes de dorm ir. Pero esta m añana, papá entró al cuarto y encontró el jardín en m i cama. Tomó la m uñeca y la acostó sobre el p ú rpura de la sábana y me dijo: “Esta m uñeca es rara. Esta m uñeca ha crecido. Esta noche conoce m i m uñeca la m ontaña rusa. M i Isabela, m i bella Isabela”. (Pausa) Tengo miedo, tía. T ía R ebeca : ¿Por qué? I sabela n iñ a : Porque papá lo sabe; porque papá sabe que hay otra mujer en esta casa; porque papá sabe que me duele. Ser m ujer duele. Ser m ujer duele demasiado. Y cuando busco dónde no encuentro el lugar de la angustia, en qué lugar del cuerpo está el dolor. Tengo miedo, tía. ¡Tía, tía ... te odio tanto! T ía R ebeca : N o tengas miedo, Isabela. El m iedo es la form a como el cuerpo se libera del dolor, del od io ... El miedo, Isabela, es una m en­ tira de la piel. Ambas se ocultan en el cuarto de la cortina. I n o c e n c ia entra con el vestido. Se mira al espejo. Encuentra el sombrero y la cesta deflores. Los toma. I n o c e n c ia : Me gritarían en coro que la Peregrinación ya pasó, que

estam os en diciembre, que en diciembre nadie se viste de jardinera. Toda una navidad respondiendo al sobrenom bre de jardinera de la Virgen.

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ESCENA SEGUNDA

I n o c e n c ia deja el sombrero y la cestay va al comedor. C o u p l e le entrega el plato. I n o c e n c ia , resignada, comienza a comer. C o u p l e se queda parado a su lado. Comienza a contar el texto que sigue. I n o c e n c ia , concentrada, no lo escucha. A medida que habla, va escupiendo en el “perolito”.

C o u p l e : Las sardinas son buenas porque son desagradables. C on ellas

a nadie puede hacérsele agua la boca. M am á siempre me ha dicho que la saliva es mala. Todas las noches, antes de dorm ir, m am á me contaba el m ism o cuento. Es el único recuerdo claro de m i niñez. (Pausa) Papá se encontraba m irándola. Ella era la m ujer m ás bella que él había conocido y la m iraba siempre, siempre y siempre con el m ism o deseo. Una noche bebió tanto y tanto su propia saliva que se envenenó. Am aneció cinco m añanas seguidas m uerto al lado de m am á. M uertos, envenenados, hinchados de tanto beberse. Tenía una m ueca de burla irrepetible. M am á lo am aba y él estaba allí, m uerto, burlándose de sí mism o, de ella, de todos; ahogado en tanta baba. (Pausa). Por eso no me trago la saliva. Por eso como sardinas y cebollas, que tam poco me gustan y ... (Vuelve a escupir e I n o c e n c ia , que no lo ha estado escuchando, reacciona). I n o c e n c ia : (Casigritando) ¿Por qué no te tragas la saliva? C o u p l e : (Reteniendo las lágrimas) Acabo de contártelo. le quita el plato con las sardinas. Va a la cocina y regresa con una manzana. Ambos van a la sala sin mirarse. I n o c e n c ia busca disculparse.

C ou ple

I n o c e n c ia : Este... yo... yo n o ... no me gustan las sardinas... sufro de

gastritis... los cafés de ayer... el dolor... tuve que concentrarm e y no te escuché...

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KBISTEl GUIHADO U S INÚTILES ROSAS DEL TIEMPO

(Colocando la cabeza en las piernas de I n o c e n c ia , habla seguro de ser escuchado) Es mala. La saliva es mala. Papá m urió por tomársela. M am á am aba a papá. Ella es m i m am á. Ella sabe. Ella me dice que no. (Pausa) N unca he visto el sol de todos los hom bres, solo he sen­ tido el sol de Isabela bajo este jardín. N unca he visto el mar. Jamás he puesto los pies más allá de ese zaguán habitado de sonidos huecos. He vivido bajo la som bra de los que viven aquí, sin tener la certeza de que estén vivos. No me trago la saliva porque aún anido la espe­ ranza de cam inar esas calles. No me trago la saliva porque m i m am á dice que me puedo m orir y no quiero ser un m uerto más en esta casa. (Llora mientras se queda dormido).

C o u ple:

entiende cada vez menos. Del cuarto de la cortina salen I s a b e l a N iÑ Ay Tía R e b e c a . Cada una con un rosario. Se sienta una al frente de la otra y juegan al espejo. Esta vez I n o c e n c ia s í las ve. I n o c e n c ia

T ía R ebeca : M aría M adre de Jesús Cristo. Dios y Hombre. I s a b e l a n i ñ a : Ruega por nosotros. T ía R ebeca : M aría M adre de Jesús Cristo Redentor. I s a b e l a n i ñ a : Ruega por nosotros. T ía R ebeca : M aría M adre de todos los hombres. I s a b e l a n i ñ a : Ruega por nosotros. T ía R ebeca : M aría M adre de la Iglesia. Isabela n iñ a : Ruega p o r nosotros. T ía R ebeca : M aría siempre Virgen. Isabela n iñ a : Ruega por nosotros. T ía R ebeca : M aría Virgen Santísima. I s a b e l a n i ñ a : Ruega por nosotros. T ía R ebeca : M aría Virgen Purísim a. Is a b e l a n i ñ a : Ruega por nosotros. Tía R e b e c a : M aría Virgen sin pecado original.

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ESCENASEGUNDA I sabela n iñ a :

T ía R ebeca : M aría Virgen sin pecado Original. I sabela n iñ a : T ía R ebeca : M aría Virgen sin pecado original. I sabela n iñ a : ¿Me pariste con dolor, mamá? (Pausa). ¡Mamá! (Pausa). Lo

sé todo tía, siempre lo he sabido. T ía R ebeca : ¡Mi bella Isabela! Sabes aún menos, igual a no saber nada. Se ocultan. I n o c e n c ia se levanta y va hacia el cuarto. C o u p l e , despertándose la detiene. C o u pl e : A ese cuarto está prohibido entrar. I n o c e n c ia : ¿Por qué? C o u pl e : Porque está prohibido y nada más. I n o c e n c ia : Salieron dos personas de allí. Parecía un sueño. C o u pl e : ¿Cómo eran? I n o cen cia : Una señora y una niña. Rezaban unas letanías. ¿Quiénes son? C o u pl e : N o lo sé bien. La señora debe ser tía Rebeca. La niña, no sé. I n o c e n c ia : ¿Tú las has visto? C o u p l e : Siempre I n o c e n c ia : ¿No te da miedo? C o u pl e : ¿Acaso tú tienes miedo? I n o c e n c ia : (Se mira en el espejo). No. N o tengo miedo.

Pausa. Le limpia los labios a C o u p l e . I n o c e n c ia : ¿Piensas seguir con esto? Pareces el propio príncipe conver­

tido en sapo. C o u pl e : N o entiendo. I n o c e n c ia : ¿Tu m a m á n o te co n tó n u n c a cu en to s de p rín cip e s y p r in ­ cesas?

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KRISTE1 GUIRñDB USS INÚTILES ROSAS DEL TIEMPO

C o u pl e : Ya te dije que m i m am á solo me contaba un cuento. I n o c e n c ia : Olvida el cuento de tu m am á y traga, ¿sí? C o u p l e : Me da miedo. I n o c e n c ia : R ecuerda... El m iedo es una m entira de la piel. C o u pl e : Y las verdades de la piel cuáles son. I n o c e n c ia : Cuando te descubres en el cuerpo de otro. (Lo acaricia) Intenta

tragar. C o u pl e : ¿Y si me enveneno? I n o c e n c ia : ¡Qué te vas a estar envenenando! C o u pl e : Mi m am á d ice... I n o c e n c ia : ¡Tu m am á no! Yo. Tú y yo. Yo que te enseño que no te enve­

nenas. Tú y yo que nos envenenam os juntos. (Lo besa en la boca). Las luces bajan, no hasta el oscuro.

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ESCENA TERCEflA

ESCENA TERCERA

I n o c e n c ia ^ C o u p l e

aparecen abrazados en el rosal.

C o u pl e : (Que ahora sise traga la saliva) Me gustó. I n o c e n c ia : ¿Qué, la saliva? C o u pl e : N o. (Pausa) Inocencia. I n o c e n c ia : ¿Qué? C o u pl e : Me gustó lo que hiciste. I n o c e n c ia : ¡A h ...!, C o u pl e : ¿Y a ti? I n o c e n c ia : N o sé. C ouple : ¿Qué te pasa? I n o c e n c ia : Era m entira lo que dije ahora. Tengo miedo. Siempre lo he

tenido. C o u pl e : ¿Tienes m iedo de mí? I n o c e n c ia : De todo. Esa señora y esa niña, tu m am á y ese espejo. Es

como si esa imagen que se refleja se hubiera quedado atrapada allí hace veinte años. Com o si se hubiera m irado hace veinte años con m i m ism a inquietud de m irar tan solo un reflejo ajeno... Y se parece a ella, a la señora del rosario, pero más joven. C o u pl e : Más joven y más feliz, quizás. La casa está tom ada por sus recuer­ dos. (Pausa) No me gusta estar aquí a esta hora. I n o c e n c ia : ¿Por qué? C o u pl e : Cuando era un niño, venía todas las tardes al patio y com en­ zaba a hacer figuras en el barro. Hasta un día que los perros ladraban como hoy y entonces aparecieron todos en la sala, en el espejo. I n o c e n c ia : ¿Y tú qué hiciste? C o u pl e : Le conté a m am á y ella me dijo que no era nada. Me arrulló, me cantó una canción y me quedé dorm ido. Entonces soñé que m am á

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KHISTEl H im fl. UJS INÚTilES ROSAS DEL TIEMPO

los m ataba a todos. Me desperté gritando y m am á estaba junto a m i cama, vestida de novia. (Pausa) Desde ese día no volví al patio, tam ­ poco jugué m ás con barro. I n o c e n c ia : Yo quiero verlos. C o u p l e : ¿Para qué? I n o c e n c ia : A ver si entiendo lo que pasa. C o u pl e : N o pasa nada. Solo que a m i me gustó lo que hiciste. (Intenta besarla, pero en ese momento salen Sa n t o s e I sa b e l a n iñ a del cuarto. Se sientan juntos en la sala. La niña toca). I sabela n iñ a : ¿Y cómo era m i m am á, papá? Sa ntos : Hermosa. I sabela n iñ a : Enséñam e una foto. Sa ntos : N o tengo, Isabela. A ella no le gustaba tom arse fotos. I sabela n iñ a : ¿Y yo me parezco a m i mamá? Sa ntos : T ú eres más bella que m am á. Cuando tu m am i se fue al cielo me dijo: “Cuida a m i niña, cuida a la niña más bella del m undo”. I sabela n iñ a : ¿Y m am á me quería mucho? Sa ntos : M uchísimo. I sabela n iñ a : ¿Y a m i tía? ¿Mamá quería a m i tía? Sa ntos : (Incómodo) Sí. I sabela n iñ a : ¿Y tú? ¿Tú quieres a m i tía? Sa ntos : E s m i herm ana, tengo que quererla... Sí, la quiero. ¿Y tú la quie­ res? I sabela n iñ a : No. Sa ntos : ¿Por qué? Ella es muy buena contigo. Se ha encargado de ti desde que m am á subió al cielo. I sabela n iñ a : Por eso. Por eso no la quiero, porque nos cuida a ti y a mí. Sa n to s : ¿Y eso te molesta? I sabela n iñ a : N o. Pero no la quiero, no la quiero a ella ni te quiero a ti. Del patio entraTÍA

con una mano en el abdomen. Oculta algo. Ha estado escuchando todo.

R eb eca



ESCENA TERCERA

T ía R ebeca : ¿Hasta cuándo seguim os con el juego de m entiras, Santos? Sa n t o s : ¡Cállate, Rebeca! Cuidado con lo que dices frente a la niña. T ía R ebeca : ¿Cuál niña? ¿Ese pequeño m onstruo que lo sabe todo? (A I s a b e l a n iñ a J ¡Dile, dile que lo sabes todo! I sabela n iñ a : (Sarcástica) Yo no sé nada ¿De qué hablas, tía? T ía R ebeca : Dile que lo sabes, dile que sabes que eres m i hija, que tie­ nes doce años escuchando sus pasos cuando va hacia m i cuarto cada noche. I sabela n iñ a : Me duerm o arrullada por el sonido de tu cam a sin aceitar. T ía R ebeca : Y te sientes rara. I sabela n iñ a : Sí , todo me duele. Sa n t o s : ¡Cállense! I sabela n iñ a : Me gusta poner con m is m anos las tram pas de las ratas. T ía R ebeca : Disfrutas el dolor. I sabela n iñ a : Sí , m e g u sta echarle sal a los sapos y ver com o se derriten. Sa n t o s : ¡N o sigan! I sabela n iñ a : Y disfruto m ás si te veo llorar. Por eso te acuso con papá,

para que te pegue. Y él te pega y tú no gritas y me da rabia, m ucha rabia. T ía R ebeca : N unca voy a gritar. I sabela n iñ a : ¡Te odio tía Rebeca! ¡Te odio papá Santos! ¡Los odio a los dos! ¡Los odio! Sa n t o s : ¡Isabela! (Pausa) Vete a tu cuarto. Déjame a solas con tu tía. I s a b e l a n iñ a

se oculta en el cuarto.

T ía R ebeca : (Se descubre el abdomen y un charco de sangre le mancha el ves­

tido) Ayer, a la hora de rezar, me dijo que lo sabía, por eso no quise rezar hoy. Fui hasta el patio y me senté bajo el sam án, allí, el tiem po era otro. Quise evocar un m om ento de felicidad entre ambas y no lo encontré. Solo su odio, siempre su odio. Aún recuerdo sus labios

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KHiSTtl GUIRADO... IASINÚTIIES ROSAS O H TIEMPO

sonreídos m ientras me golpeabas. Tiene la m ente torcida y repug­ nante. Es el fruto digno del incesto que la creó. Sa n t o s : ¿Y esa sangre, Rebeca? ¿Qué te pasó? T ía R ebeca : La he visto regar el rosal con m i sangre. Sa n t o s : ¿Qué? T ía R ebeca : La niña. La bella. M i hija Isabela. Sentí su m irada, m iré y allí estaba. Traía m i rosario entre sus m anos, quería rezar. Entonces, me la senté en las piernas como nunca antes lo había hecho y en el nom bre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... ¡Ay, Santos! Un frío m etálico atravesó m is visceras, busqué sus ojos y los encontré en los míos. Pregunté por qué y solo pude ver su sonrisa, su disfrute, su carnosa crueldad besando m i adiós. Suspiré profundo, buscando una esperanza en lo más hondo, pero ella hundió m ás la m ano. Cerré los ojos y alcancé a escuchar tan solo: “Feliz Navidad, m am á”. Enton­ ces todo comenzó a calm arse y el dolor desapareció. Sa n t o s : ¡Rebeca, por am or de Dios! Es nuestra culpa. Tú y yo nunca debim os... T ía R ebeca : Ya está hecho, y cam ina y piensa, y piensa mal. Sa n t o s : La m antendré encerrada como hasta ahora. T ía R ebeca : N o podrás. Déjala hacer su vida. Sa n t o s : Rebeca... Mi hija es tan bella, Rebeca. T ía R ebeca : Ten cuidado, Santos. La he visto regar el rosal con m i san­ gre. Ella no te am a como yo. Tú no tienes idea de lo que es una m ujer cansada. No sabes cómo pasa la m uerte a nuestro lado cuando nos m iram os en un mism o espejo siempre. Sa n t o s : Yo no m e quiero q u ed ar solo, h erm an a. T ía R ebeca : Pero ella sí. Déjala ir, Santos. No la sometas al encierro. A

las mujeres nos duele la casa de tanto llevarla dentro. Sa n t o s s e o c u l t a t r a s l a c o r t i n a , T

ía

R e b ec a s a l e t r a s e l r o s a l . I n o c e n ­

c ia v a h a c i a e l c u a r t o . C o u i m . u víí t r a s e l l a .

I n o c e n c ia c o r r e l a c o r t i n a .

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ESCENATERCERA

Dentro está I s a b e l a vestida de novia, frente a un altar de innumerables velas. En lo alto, una fotografía de Tía R e b e c a . I sa b e l a lanza escu­ pitajos sobre el retrato. I sabela : ¡Maldita seas Rebeca! ¡Eres m ás triste y m ás Rebeca que todas

las Rebecas! Tu nom bre ha sido el eco de una letanía en esta casa. Te busco cada tarde en esa m ecedora y siempre te encuentro. Rebeca tan buena, tan servil, tan santa. Rebeca, Rebeca, R ebeca... Rebeca en los poros del bahareque. Rebeca en el olor de los ladrillos, en la tierra mojada. Sa n t o s

la lleva htista la sala y comienzan a bailar la melodía que tocaba I sa b e l a n i ñ a .

I n o c e n c ia : ¡Qué feas se ven las viejas vestidas de novia! C o u p l e : Esa es m i m am á, Inocencia. Y se está m uriendo. I sabela : Son cientos de fantasmas, son miles de recuerdos. No se puede

ser feliz así. Una m ueca burlista, un m ontón de fotos viejas, una m ujer pálida que me m ira con incertidum bre desde un espejo, y un hijo. Sesenta años viviendo entre fantasm as y uno term ina por am arlos y querer ser uno de ellos. (Va hacia S a n t o s y lo mata) Recuer­ das la noche que te dije te amo y tú me trajiste a la sala y com enzam os a bailar, y yo fui feliz y tú reiste, y yo fui aún m ás feliz. H asta que comenzaste a reír más y m ás y m ás y en tu cara se dibujó esa mueca burlista que he llevado grabada en m is recuerdos como el sello de m i infelicidad. (Comienza a reír. Pausa) ¡Inocencia! ¡Inocencia! I n o c e n c ia : Yo no me llam o así. I sabela : ¡Inocencia! ¿Dónde estás, Inocencia? I n o c e n c ia : Yo tam bién me llamo Isabel. I sabela : Escúchame, Inocencia, escúchame. Q uiero que me hagas un favor. Toma la hojita de preguntas y róm pela en pedacitos. En esta

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KR1STEL G U iR A D O U S INÚTILES ROSAS DEL TIEMPO

casa nadie tiene intenciones de contestar nada. Este pueblo nos niega el pasado desde el m ism o instante en que nacemos. N unca hemos tenido la certeza de saber de dónde venim os ni a dónde vamos. Este es u n pueblo donde, año tras año, sentados en la nave del Santí­ simo, prestando oídos a rum ores que se convierten en verdades, solo hemos sabido precisar cuántos hijos nacieron legítimos y cuántos naturales. (Pausa. I s a b e l a toma ambas manos de la joven y coloca en ellas las cuentas sueltas del rosario de T ía R e b e c a ) Prom ete arm arlo y rezarlo todas las tardes, m aldiciendo a la vida, m aldiciendo m i nom bre. I n o c e n c i a : ¿Qué es todo esto vieja loca? I s a b e l a : N ada... Entra T ía

R e b e c a , la toma por la mano y se la lleva a través deljardín. Van abrazadas como nunca antes lo habían hecho.

C o u p l e : (Señalando las cuentas que sostiene I n o c e n c ia )

¡Vamos a rezar juntos! ¡No! ¿Isabela por qué? ¡Isabela tú no puedes decidir por tu hijo! ¡Isabela! ¡Doña Isabela! ¡Doña Isabela! ¡No te vayas así, Isabela! ¿Por qué yo, Isabela?

I n o c e n c ia :

Van bajando las luces hasta el oscuro, mientras T ía r e b e c a e I sa b ela terminan de salir. I n o c e n c ia continúa llamándola. Se encienden las luces. I n o c e n c ia grita el último “I s a b e l a " y se descu­ bre vestida como al principio de la obra. Todo está cubierto con sábanas. La casa parece estar deshabitada. I n o c e n c i a : (Bajo) Isabela. (Pausa) Couple. (Pausa) D oña Isabela Zantanilla. Se enciende una luz en la cocina. Sale un viejo que trae en las manos una lata de sardinas que come y un recipiente donde escupe con regularidad. V ie jo : Buenas tardes, señorita. ¿Qué desea?

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ESCENA TERCERA

I n o c e n c ia

deja caer las cuentas del rosario que aún conserva en la mano. Telón.

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SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN Obra ganadora en la Bienal de Literatura Nacional "Semana de la Juventud 98", Premio único Mención Dramaturgia, Alcaldía del municipio Ribas, Edo. Aragua-1998.

aAlyPérez, entrañablemente. a m i tía M ikaela, p o r su lectura senil d e las barajas españolas.

a Pedro y Rosa, m is padres, p o r todo.

Q uisiera h ablar de este recuerdo... Pero y a está tan a p a g a d o ... que casi n ada queda.

Lejos. C.P. C a v a f y .

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XñlSTÍl GUIRADO SAN IGNACIO ES UN IUCSR COMÚN

Al lector: Hay una visión de mi pueblo que la ciudad no ha podido borrar. Los jardines del ancianato dan hacia la calle. Justo allí hay una parada de auto­ buses. Nunca vi un solo viejo recorriendo el espacio. Pude haber pensado que nadie habitaba aquel recinto. Pero bajo un árbol de caimito había un banco de madera. Su sola existencia hizo posible esta obra. Allí transcu­ rren las tardes de mis personajes. Un banco, solo eso. Tal vez entonces se entienda el por qué de la insis­ tencia en lo simple. Quien busque un texto para la realización de una puesta en escena “innovadora” se habrá equivocado de lectura. Mi inten­ ción no es descubrir nuevos lenguajes, ni entregar acotaciones para una propuesta “original”. Solo intento encontrar el asombro en lo común, en lo que me toca cada día. Mis padres envejecen, sosteniendo los recuerdos de cada planta que sembraron en el patio. Mamana, vendedora de bienme­ sabes, amiga de la familia, murió sin recordarnos. Mi hija crece y apenas puedo soportar el cansancio de diez escalones. Vamos al teatro y al salir de la sala se repite lo mismo: “Los ochenta nos agotaron”. Contada es nuestra dramaturgia de texto, hecha pensando en los actores. Regresamos siempre a los clásicos. Apelamos al recuerdo. Nos pre­ guntamos cómo hacer para que el texto teatral recobre su condición literaria. San Ignacio es, seguramente, apenas el reflejo de ese anhelo. La tram a y sus personajes son lugares comunes. No hay mayores pretensiones en el manejo del espacio, como quien regresa a la casa de su infancia y recorre de nuevo cada una de sus habitaciones, tal vez con la esperanza de reco­ nocer en el retorno una verdad que pueda definirnos. Esa es quizá mi única aspiración, encontrarme de nuevo con el len­ guaje conocido, con la imagen desgastada, escribir desde allí de la muerte y el amor. A fin de cuentas, el hombre no ha hecho más que escribir de la muerte y el amor, solo que yo me empeño en hacerlo a través de la visión de un banco de madera.

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A lI E C T 0 R

Lo que quiero decirle, mi estimado lector, es que si usted es de los que cree en el retorno a la forma agotada, entonces siéntese bajo el árbol de caimito y recorra a mi lado estas líneas, escritas pensando en usted. K .G .

PERSONAJES

BENJAMÍN, s u s movimientos son de mucha agilidad, cuando se mueve. Comúnmente está en cuclillas y mascando chimó. Es un cínico a conciencia ALY, s u s pasos son cortos, muy cortos. Es escritor GREGORIO, es artrítico. Bebe a escondidas. Es sentimental y cursi

LÍA, es delgada. Fue una mujer hermosa y aún se maquilla. Es pintora NlÑO, de unos nueve años. Sobre su rostro caen rizos dorados. Le gusta mirar el ancianato por las tardes

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KRISTELGIMO SANIGNACIOESUNLUGARCOMÚN

ESCENA PRIMERA

El patio del ancianato “San Ignacio”. A l fondo una puerta que se abre a un pasillo infinito, donde se perciben infinitas puertas que suponen los cuartos. Bordeando el patio, una cerca metálica. El Niño aparece escondido tras la cerca, en actitud de espía. En el patio están Benjamín^ Aly, este último recorre el patio amontonando hojas secas. Mira el montón desde varios ángulos, parece estudiar profundamente lo que mira. Benjamín lo observa. Entra Gregorio. G regorio : (a Aly) ¿Qué haces? O tra vez en lo m ism o. ¿Acaso has cam ­ biado la absurda m anía de escribir por esta, aún m ás disparatada, de m irar el piso del patio por las tardes? Ben ja m ín : ¡Oh no! De ninguna m anera, amigo Gregorio. Está usted com ­ pletamente equivocado. Permítame participarle lo que le acontece a este hombre. Este hombre, con la cercanía de la m uerte, ha descubierto que no había nacido para ser poeta, sino para ser filósofo... A ly: (Interrumpiéndolo) Ni escribir es absurdo, ni he dejado de hacerlo, ni he pretendido jam ás ser filósofo y m ucho m enos son incongruen­ cias m ías el m irar el suelo. Además, no es el suelo lo que m iro, son los m ontones de hojas... o la hoja solitaria en un espacio vacío... o la hoja seca sobre u n m ontón de hojas... no sé... las hojas... solo las m iro a ellas. G r e g o r io : ¿Y para qué? A ly: Para ver si puedo percibir cómo surgen pescaditos de sus límites. G r e g o r io : ¿Pescaditos? No entiendo bien lo que quieres decir. Ben ja m ín : ¡Fácil! T ú llegas y pasas toda la noche con insom nio y en lugar de tom arte un tranquilizante, como lo recomienda el médico, transcurres

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ESCENA PRIM ERA

la m adrugada sacándole música a una m áquina de escribir, queriendo m ostrar con metáforas la esencia escondida tras el asa de una taza sin café. Luego, amaneces oculto del sol bajo las sábanas, te levantas, vie­ nes aquí y, enamorado, te planteas una posible conquista a los setenta años. Cuatro semanas serán suficientes ¡No solo verás peces! ¡Hasta salam andras e hipocam pos empezarás a ver! A ly: ¡Benjamín! Be n ja m ín : E so susurrabas la sem ana pasada, la m adrugada del dom ingo, después del cum pleaños de Lía. En loco vas a parar y m ás atrás yo, que no tengo ni esperanza ni posibilidades de cam biarm e de cuarto. A ly: ¡Eres u n viejo, desgraciado y entrépito! Be n ja m ín : ¡Y tú un idiota enamorado! A ly: ¡Pero no me siento solo como tú! Be n ja m ín : ¡Pero lo estás y encim a de estar solo eres poeta! ¡Un poeta solitario enam orado y más cercano a la m uerte que al amor! ¿Quie­ res m ás desgracia? Pausa. G r e g o r io : Bueno, por lo visto el secreto de las hojas es entre ustedes y

no quieren com partirlo conmigo. Be n ja m ín : N o se me ponga susceptible, compañero. M ire, para serle

franco, yo tam poco conozco lo de las enigm áticas hojas. Ese es un secreto entre la pintora y el poeta. G r e g o r io : Lía y Aly. Y en el cinco ubicaron a un viejo m erideño, de una abundante barba, que dice ser ceram ista. Y en el nueve dorm ía un centenario que m urió por fin la sem ana pasada ¿Recuerdas, Benja­ mín? El calvito aquel que nos contaba siempre, durante el almuerzo, de una supuesta época en la que había sido un gran actor. Este lugar, dentro de poco, dejará de llam arse “San Ignacio” para ser “La Casa de Reposo para A rtistas A ncianos”.

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KBISTEl GÜIMO SUN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

A ly: Están ustedes de un hum or inevitable, cuidado y no sea que se van

a m orir hoy. G r e g o r io : A lo m ejor quien se va a m orir eres tú. Hoy te levantaste inso­

ciable, no entiendes una sola broma. Be n ja m ín : ¡Y eso que no sabe lo de Lía! A ly: ¿Lía? ¿Qué le pasó? ¿Qué le paso a Lía? G r e g o r io : N o puede ser que no sepas. Con el alboroto que se arm ó en el pasillo. Las enferm eras... una corría al cuarto de Lía, otra al mesón de tratam iento, la otra a llam ar al médico. No creo que no hayas escuchado. Be n ja m ín : N o te digo que al hom bre lo debilita el alba. A ly: ¡Deja ya las ironías y dim e de una vez qué le pasó a Lía! Be n ja m ín : Lo m ism o de siempre ¿Acaso alguna vez la vieja ha presen­ tado una nueva propuesta a la hora de enfermarse? A ly: Definitivamente eres u n anciano despreciable, insensible, falto de todo escrúpulo ¿Cómo puedes referirte así de una m ujer que puede m orirse de un m om ento a otro? G r e g o r io : Lo hace porque está consciente que está aquí por lo mism o que nosotros: porque molesta. Pero no por estar enfermo, sino porque es un viejo fastidioso y sinvergüenza, que solo sabe tragar comida y vom itar insultos. Be n ja m ín : Ahora vas a form ar filas con el bando enemigo. G r e g o r io : Aquí nadie es enemigo de nadie. Be n ja m ín : Era solo una expresión, tonto. G r e g o r io : Sí , pero tus expresiones hieren. Be n ja m ín : ¡Nunca ha sido esa m i intención! (Pausa) Tan solo intento darm e un poco, sino de felicidad, por lo m enos de alegría en estos días vacíos y tristes. Hago chistes para hacer más soportable esta soledad, no solo para m í sino tam bién para ustedes, que solo saben alim entar sus pesares recordándolos a cada m om ento. M i pecado...

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ESCENA PRIM ERA

m i pecado ha sido no acortarm e la vida con cada recuerdo como lo hacen ustedes con la suya. Pausa. A ly: Está m al. Be n ja m ín : Yo sí. Ese es el lugar com ún de todo viejo. Por eso vine a San

Ignacio, porque estoy mal. A ly: N o, no me refería a ti. Es ella, está m al, yo lo sé. G r e g o r io : A sí m ism o estaba m i vieja días antes de m orirse. Be n ja m ín : ¿Qué eso Gregorio? ¡Ah! ¿Cómo no le dices nada a él, Aly? Yo

seré u n irónico insufrible, pero este viejo es casi una pava andante. A ly: E s que él tiene razón, Benjamín. Be n ja m ín : ¿Razón? ¿Razón dices? G r e g o r io : N o Aly, yo solo recordaba a m i m adre, no quise decir nunca

que Lía fuera a m orirse. Be n ja m ín : Además, yo estoy seguro de que fue solo una recaída, sino, ni

el valor para una ironía. Ya verás Aly, dentro de poco Lía se levanta y viene aquí con nosotros. A ly: N o intenten consolarme. Lía no está bien y no lo digo por sus com entarios. La verdad es que Lía puede m orirse m añana y no sabrá nunca cuánto la amo. G r e g o r io : ¿Tan avanzada está la enfermedad? A ly: Enferm a o no ella se m oriría igual. No es solo su cuerpo el que se debilita. Ayer me dijo que nunca había tenido una razón para vivir m ás que la de pintar. Be n ja m ín : Si es así, ¿por qué no le dices que estás enam orado de ella? Es esa una razón suficiente para querer vivir. G r e g o r io : ¡Ojalá m e dijera alguien en este m om ento que m e ama! Lucharía contra este obstinado cuerpo y le ganaría la batalla a esta m aldita enferm edad.

KfllSIEl CUIDADO SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

A ly: Ella no lo aceptaría. Be n ja m ín : Q uien no lo acepta eres tú. Te da m iedo decir que a tu edad

estás enam orado. Toda tu vida has sido un tím ido. In-te-rio-ri-zas. Siempre has sido un miedoso, por eso eres poeta. A ly: ¡Pero bueno, qué tienes tú contra los poetas! Be n ja m ín : E s que todos los poetas son unos simples cobardes. Tú, por ejemplo. Todas las tardes le entregas a Lía un fajo de papeles, cre­ yendo que adivinará tus sentim ientos en un bojote de imágenes que ella no logra traducir, sentim iento que bien pudieras decirle en una sola palabra. A ly: ¡Sí ! ¡Y seguidam ente a la palabra, sin esperar respuesta, le doy un beso! Be n ja m ín : ¡Eso, exactam ente! A ly: ¡Machista! Be n ja m ín : Sí . Y sin embargo es con eso, y no con tus impecables poe­

mas, con lo que le alargarías la vida ¡Poeta solitario enamorado! G r e g o r io : Por lo m enos m oriría con un recuerdo que no pertenecerá a

su pasado. A mí, en cambio, me produce tristeza la idea de m orirm e. Saber que solo tendré un recuerdo en ese m om ento, el m ism o que habita todos m is días desde hace treinta a ñ o s... Be n ja m ín : Piénsalo Aly. En este m om ento vas al cuarto y hablas con ella allá. O m ejor aún. Si está mejor, la tom as del brazo, la traes hasta aquí y, junto al m ontoncito de hojas, le dices que encontraste los pescadito sy q u e ... A ly: E s que yo no he logrado ver esos pescaditos. Be n ja m ín : N o im porta Aly, será una m entirilla piadosa, seguida de una

gran verdad. Le dices: “Los pescaditos... un unicornio azul... una tortuga azul cruzando un río ... te amo Lía...”. Y si te da la gana la besas, sino no. G reg o rio : O m ejo r n o le dices n a d a y la besas.

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ESCENA PRIM ERA

Be n ja m ín : ¡No ! M ejor no la besas y le dices solo que la am as ¿Tú olvidas

lo horrible que besam os los viejos, Gregorio? La saliva pegajosa, la plancha... ¡No! M ejor no la besas y ... A ly: Ni la voy a besar ni le voy a decir nada, pero sí voy a verla. Si está m ejor la traigo hasta aquí. Un poco de sol le hará bien, ¿verdad? (Se dirige a la puerta). > Be n ja m ín : Com o tú prefieras, viejo cobarde. A ly: (Deteniéndose) M ira, Benjamín, ¿y cómo sabes tú lo del unicornio y la tortuga? Be n ja m ín : Bueno, uno se duerm e despierto con este tedio. En ocasio­ nes, m ientras todos hablan en el patio, yo me agacho, cierro lo ojos, intento soñar, pero los oídos no me dejan, insisten en continuar su función. Es allí cuando lo escucho todo. ¿Sabes? A veces pienso que me ocurrirá lo m ism o aún después de m uerto. A ly: ¡Viejo entrépito! Benjam ín : M asoquism o es el hábito preciso ¿Crees que resulta placen­ tero pasar toda la tarde escuchando las idioteces que se dicen un par de enam orados que, además de viejos, son artistas? Porque esa vieja tam bién está enam orada de ti. A ly: ¿Tú crees, Benjamín? Be n ja m ín : N o sé, com pruébalo tú m ism o. Aly sale. G r e g o r io : ¡Bésala, Aly! ¡Bésala!

Pausa. G r e g o r io : A sí m ism o se puso m i m am á antes de m orir. Be n ja m ín : La pobre Lía. Esa vieja se m uere, ya verás.

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KRISTH GuiHSOB. SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

G r e g o r io : ¿Por qué tienes que ser siempre tan así para decir las cosas? Be n ja m ín : ¿Así cómo? Es lo m ism o que tú estás diciendo. Solo que yo lo

digo y tú lo entredices. G r e g o r io : ¿Yo? ¡Yo no! Yo solo digo que m am á estaba igual. Ben ja m ín : Sí . Y como tú m am á estaba igual y se murió, Lía también debe

morirse. Porque tu m am á no puede ser la única que se muera, ¿verdad? G r e g o r io : ¿Qué estás insinuando? Be n ja m ín : Nada que no sea de hum anos. G r e g o r io : ¿De hum anos afirm ar como tú lo haces la m uerte de una

m ujer que, además de ser nuestra única amiga, es una gran com pa­ ñera? Be n ja m ín : Sí . Una gran com pañera, una verdadera amiga. ¡Coño, chico! Una de esas mujeres que pasan por la vida dejando huellas. Pero eso no implica, amigo Gregorio, que cerremos los ojos ante una realidad. Lía está enferma. G r e g o r io : E s que yo no quiero que Lía se muera. Be n ja m ín : Nadie lo quiere, pero todos sabemos que así será. Sino no estuvieras repitiendo, hasta el cansancio, los cuentos de tu m adre. Además, no soy yo quien precisam ente te va a juzgar por pensar que Lía se va a m orir. G r e g o r io : Pero es que eso no es así. B e n ja m ín : Claro que lo es y no tiene nada de malo. M ira, si se m ueren nuestras m adres, nuestros parientes, si los periódicos tienen páginas reservadas a la venta de publicidad para quienes quieren recordar la ausencia, si todo en este m undo se muere, hasta los sueños. ¿Cómo no se va a m orir Lía? Ella que se despierta y se acuesta, que transita por la vida tom ada de la m ano con una enferm edad incurable. Ade­ más, tiene casi sesenta años, sino se m uere de una de esas cam inatas con su com pañera, se m uere de vieja. G regorio : Tú lo has dicho. Lía ha vivido toda la vida con ese achaque. Sería una ironía que, precisamente ahora, a los cincuenta y ocho años...

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ESCENA PRIM ERA

Be n ja m ín : La vida es así, amigo Gregorio. ¡Ah! ¡Me m olesta hablar como

un viejo! Pero la vida es así, amigo: ¡una mierda! Pausa. G r e g o r io : Pero, ¡sería tan bello! Be n ja m ín : ¿Qué? G r e g o r io : Que Lía pudiera m orir de vieja. Be n ja m ín : ¿Y cuál es la diferencia? La m uerte es la m ism a hasta donde

llega m i conocim iento. Yo no le veo lo hermoso. G r e g o r io : Pero podría vivir como yo, hasta los ochenta años, quizás más. Be n ja m ín : ¡Sí ! ¡Sí ! ¿Hasta los noventa no te parece mejor? ¡No, Grego­ rio! ¿Qué haría en veinte, treinta o diez años más? Dime, ¿qué haría? ¿Agujerearse los brazos todos los días y repetir como tú los cuentos de su madre? O m ás terrible aún. Se levantaría con nostalgia cada uno de los pliegues de su cuerpo para recordar, en la tristeza, que alguna vez tuvo las tersuras y las formas, las m anos y las orejas de una mujer. G r e g o r io : ¿Las orejas, Benjamín? Be n ja m ín : Sí , las orejas. ¿No te fijaste nunca? Después de los cuarenta... Crecen desm esuradam ente. Pausa. G r e g o r io : E sos m onstruos de las películas y las com iquitas... Nosotros

dejamos de ser seres comunes. Be n ja m ín : ¿Tú crees que en Hollywood...? ¡Gregorio! G r e g o r io : Sí . Acaso has visto uno solo de esos m onstruos que no tengan

verrugas, pliegues, párpados caídos, lom os... Y las orejas... Todos tienen tres pelitos en la cabeza y las orejas enormes.

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KfflSlH SUIRADQ SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

Benjam ín : ¡Definitivamente, los cineastas son unos genios! G regorio : Quisiera tener un poco de esa indiferencia que a ti te sobra. Benjam ín : ¿Por qué dices eso? G regorio : Porque no soporto darm e cuenta de que repugno, de que espanto, de que puedo ser utilizado para provocar asco y miedo. P a u sa .

G regorio : Podría vivir cien años más para ser amado. Benjam ín : ... (Se d e ja c a e r d e c u clilla s). G regorio : San Ignacio es el lugar donde habita el silencio y crece la sole­ d a d .. . Aquí el olvido te quita tus mejores recuerdos. A veces imagino que fue el día que me hicieron la historia médica. Allí debió quedarse lo mejor de la vida de cada uno de nosotros. Venimos al patio todas las tardes y las hojas siempre están allí. Un día pisas en la ilusión del sueño y te das cuenta del espesor de las hojas. C am inas y cada día que pasa las hojas te alejan de la tierra y la hum edad crece y hace doler tus huesos. Intentas un recuerdo más allá de la cerca, pero tu m ente solo las repite a ellas cayendo desde las ram as. Es que los años transcurren, los años transcurren y uno term ina por olvidarlo todo, hasta lo que era un beso. BEN jA M ÍN parece e s ta r d o r m id o . G r e g o r io n o se p e r c a t a d e ello . S a c a d e l b o lso u n a p e q u e ñ a b o te lla d e licor, u n r e p r o d u c to r d e c a s s e tte s y v a r ia s c in ta s . C o lo c a u n a d e e lla s. C o m ie n z a a e sc u c h a r se u n a ra n c h e ra .

G regorio : M am á quería que me casara con una m ujer decente, una niña que jam ás hubiera sido tocada “ni con el pétalo de una rosa”. (T o m a y ta r a r e a la c a n c ió n ) Pasé toda m i vida buscando el tipo de m ujer que m am á quería que fuera m i esposa. Con el tiempo, llegué a darm e cuenta de que no existían. Terminé, siempre, llorando mi

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ESCENA PRIM ERA

m ujer buena y decente sobre una rockola, despechado en cualquier bar de esquina, sin virginidad asegurada, ni hogar feliz. Luego com ­ prendí que nunca la iba a encontrar, porque en lo m ás profundo de m i alm a yo no la deseaba. (T o m a y c a n ta u n p e d a z o d e la c a n c ió n ) Había una m ujer que visitaba el bar del com padrito. ¡Sofía!, ¡Sofía!, ¡Sofía! La llam aba a gritos y ella siempre Venía y escuchaba toda la noche m is despechos. Inventé mujeres buenas que se volvían malas para estar en sus brazos, Benjamín, para que Sofía me dijera: “Vamos, Gregorio, no llores más, vamos y pasas la noche en m i casa” “¡Es que no tengo dinero, Sofía!” “No im porta, no im p o rta ... no im porta Gre­ gorio”, —me deCía ella, sin m ás—. (T o m a y c a n ta u n tr o z o m á s la rg o d e la c a n c ió n ) M am á m urió de sesenta y dos años, cuando yo tenía cua­ renta, casi cuarenta y uno. No vas a creerme, pero, ¡me dio una ale­ gría! Ese día corrí a buscar a Sofía. Le conté la verdad. Le dije lo de mi m am á y la m ujer decente. Le dije que la amaba. ¡La besé, Benjamín, la besé como si la estuviera conociendo en ese instante, aunque tenía m ás de veinte años besándola! (C o m ie n z a a s u b ir y b a ja r e l v o lu m e n , lle ­ v a d o p o r lo q u e n a r r a ) Ella se echó a reí r y se rió y se rió y se rió y yo, con la cabeza escondida en sus piernas, reía con ella... De pronto noté su silencio, sus lágrim as... Tenía veintitrés años esperando; me am aba sin saber por qué no le correspondía. A hora lo sabía todo. Dejó de reírse y me m iró así, como entre brava y triste, y m uy despacio me dijo: “Cobarde, no me volverás a ver nunca m ás”. (A p a g a e l r e p r o d u c to r d e u n g o lp e ) No me aparté de aquella rockola, bebiendo, esperando a esa hembra. Pero Sofía no volvió nunca. (S e to m a u n tr a g o m u y la rg o ) Se mató, Benjamín. Sofía se m ató esa m ism a noche. Después de veinti­ trés años, Sofía aquella noche se llevó u n cliente y después de amarlo, se mató. No hubo una palabra más, una explicación, una carta, nada. Lo único que me dejó fue este eterno despecho. P a u sa .

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KRiSTEl CUinO SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

G r e g o r io : ¡Llegué a odiar a m i madre! ¡La odié realm ente, Benjamín!

¿Entiendes por qué no puedo com pararla con Lía? Be n ja m ín : ... G r e g o r io : (Se d ir ig e a él) ¡Benjamín! (L o s a c u d e ) ¡Benjamín! Be n ja m ín : ¿Ah? ¿Qué pasa Gregorio? ¿Qué pasa? G r e g o r io : ¿No me has escuchado? Be n ja m ín : ¿Qué? G r e g o r io : Nada, estaba hablando contigo. Ben ja m ín : Perdona Gregorio, es que anoche Aly no me dejó dormir. Bueno,

la verdad es que yo no quise dormir. Aly me leyó un poema y empeza­ mos a discutirlo. De pronto eran las cuatro y habíamos leído casi veinte. Aly dice que prefiere opiniones de personas que no sean poetas y a m i me pareció tan interesante que me presté a ello. G r e g o r io : Sí , me imagino. Be n ja m ín : Y tú qué me decías. G regorio : Nada. No era nada im portante, solo me acordaba de un pedazo de m i vida. Be n ja m ín : Entonces no era nada im portante... El pasado, sino es en fotografías de fiestas a colores, no tiene nada de interesante ( V ie n d o la b o te lla d e lico r) No te vayas a quedar allí, tienen que cum plirte trata­ m iento. (V a h a c ia la p u e r t a , se d e tie n e ) A m igo... uno debe evitar hacer de su vida u n folletín, de otro m o d o ... G r e g o r io : (I n te r r u m p ié n d o lo ) ¿Folletín? Be n ja m ín : ¡Déjame term inar, ya hablaste bastante! Uno debe evitar hacer de su vida u n folletín, de otro modo, hasta el silencio roncará para no escucharte. (P a u sa ) Realmente hay m uchas hojas en el patio, tam bién es cierto que la hum edad crece, tanto, que podrían surgir peces de sus límites. No te quedes solo m ucho tiem po, amigo. Va a llover y no debes dejar que el invierno te alcance. (Sale).

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ESCENA PRIMERA G

: ¡Tú eras la única que me escuchabas, Sofía! (Sale repitiendo bajo el nombre de Sofía).

r e g o r io

El Niño, que ha visto todo, introduce unosjuguetes al patio por entre el tejido de la cerca. Luego lanza, para taparlos, un montón de hojas. Bajan las luces mientras él Niño desaparece.

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M IE L GIIHM SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

ESCENA SEGUNDA

E n tr a n

L ía y Aly. E s te le t r a e e l c a b a l l e t e e n u n a m a n o y c o n la o t r a la a y u d a a e lla .

Lía t r a e

lo s p i n c e l e s y ó le o s . E n tr a

Benjamín c o n

un

l i e n z o a m e d i o t e r m i n a r y lo c o lo c a e n e l c a b a ll e te . S e a p a r t a y s e d e j a c a e r c o m o d e c o s t u m b r e , p a r e c e d o r m ir . m i r a n d o la s h o ja s .

Aly la

a m o n to n a r h o ja s f r e n te a

Lía s e

queda

o b s e r v a . T ras u n a p a u s a , c o m ie n z a a

Lía .

Lía : ¡No hagas eso! A ly: Solo quería ayudarte. Lía : Si en verdad deseas hacerlo, léeme uno de esos poem as tuyos que hablan del otoño que nunca has visto, o los que aluden al arte japo­ nés, que apenas conoces. A ly: He leído bastante acerca de los japoneses. Lía : Eres una de esas personas que vive lo inalcanzable. A ly: ¿Yo? Lía : Sí . Te he dibujado varias veces, siempre, rem arcando esos rasgos asiáticos que tu vejez intenta en vano ocultar. Sin embargo, el Oriente se pierde en algún rasgo de tu c a ra ... o tal vez es tu m irada. A ly: ¿Mi m irada? ¿Qué tiene m i m irada? Lía : N o sé. ¿Sabes? He tenido que comprender, a veces con tristeza, otras con orgullo, que ser latino no puede negarse. La G ran Llanura m ar­ cha a u n lado del Olimpo, pero nunca se dan las m anos. A ly: ¿Por qué será? Lía : Debe ser porque nosotros estam os parados con la cabeza hacia arriba y ellos la tienen hacia abajo. Ríen. Pausa.

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ESCEN A SECUNDA

A ly: Yo le preguntaba cuando pequeño a m am á: “¿Mamá, dónde están los chinos?”. Y ella me respondía: “Debajo de nosotros, Aly. Nosotros estam os así y ellos así”, “¿Mamá, y por qué no se caen?”, “Porque son chinos, Aly”, m e respondía ella. Ríen aún más. Pausa. A ly: Tus obras, sobre todo tus dibujos, aspiran tam bién esa inalcanzable sencillez del arte japonés. Lía : L o sé. Es consciente el trazo libre de las líneas, así como son cons­ cientes tus conteos de cinco y siete en búsqueda de u n Haiku. A ly: ¿Y entonces por qué me criticas? Lía : Nadie te critica. Es cuestión de sinceridad. Nosotros nunca alcanza­ rem os esa capacidad de concentrar imágenes en lo simple. A ly: E s cierto. La tradición judeo-cristiana no nos h a ... Benjam ín : (Interrumpiendo) ¡S hhhhhhhhhhh...! Ya no se puede dorm ir tranquilo. Uno intentando soñar a colores, intentando soñar que ya es m ucho, y ustedes: (con voz engolada) “La tradición judeo-cris­ tiana. ..” Hablen de amor, a ver si logro encontrar un vehículo de dos ruedas, que se me quedó atravesado aquí. Hablen de amor, hablen de am or y olvídense de los chinos y de los asiáticos, olvídense del arte que hablar del arte envejece al hom bre. Hablen de am or y llenen el vacío de la edad con sus palabras. Hablen de am or o cállense. Pausa. Lía se retira apintar. Aly, apenado, da vueltas por el espacio. Benjamín disfruta su broma. A ly: ¿No te parece que fuiste algo evidente? ¡La pobre Lía se sonrojó! ¿No te rem uerde ser como eres?

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KRISTEl GUIRADD SAN IGNACIO ES UN lUGAR COMÚN

Be n ja m ín : De n inguna m anera. Orgulloso es que me siento, lograr que

una desgastada y pálida piel se sonroje ¡Un verdadero m ilagro de mis palabras! A ly: (L e v a n tá n d o lo p o r el p e c h o ) ¡Benjamín! ¡Eres insoportable! ¡Te juro que si tuviera veinte años menos no vacilaría en enseñarte a respetar los sentimientos que...! E n tr a G r e g o r io co n un e s p e jo r o to en la m a n o y llo r a n d o . A ly s u e lta a

B e n j a m ín . T o d o s s e a c e rc a n a G r e g o r io .

G r e g o r io : ¡La enferm era dice que debo botarlo! Be n ja m ín : ¡Con toda razón! G r e g o r io : Fue el prim ero que tuve en m i vida, m am á me lo regaló

cuando tenía siete años. Be n ja m ín : ¿Por qué no lo donas a un museo?

A ly: ¿Es que nunca vas a intentar tragarte las palabras? Lía : Puedes guardar el m arco, debe ser herm oso. Permítem e para verlo. (L o to m a ) ¡Toda una antigüedad! Be n ja m ín : Véndelo. Conozco a alguien que te daría una fortuna por él. Es u n hom bre con un andar europeo. ¿Ustedes no lo han visto? Viene todos los domingos. Lía : El señor Guiraud. Be n ja m ín : Sí . Entra todos los dom ingos a San Ignacio con las m anos vacías y sale siempre con un cheque m enos y una pieza m ás que aum enta su colección. G r e g o r io : ¿Cómo pued e alguien vender las pocas cosas que le u n e n a su pasado? Be n ja m ín : El pasado no vale cuando las ganas de fum ar o de beber apre­

m ian, m i estim ado Gregorio. Yo, por ejemplo, ya no tenía recuerdos cuando llegue aquí. Los comercié todos aquellas aburridas tardes cuando no encontraba que mascar.

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ESCENA SEGUNDA

G r e g o r io : ¿Qué entretenim iento puede tener el m ascar chimó? Be n ja m ín : ¿Qué vas a saber tú de vicios, si ni siquiera has logrado ser un

buen bebedor? A ly: ¿Y cómo es un buen bebedor, Benjamín?

Lía : Sí , Benjamín, dinos cómo es. Be n ja m ín : Uno que am a el licor como a una mujer. Se enam ora de él con locura. Si este se term ina, llora por su ausencia; canta si le tiene al lado. Y, sobre todo, no cae en tentaciones, le es fiel. En fin, u n buen bebedor es aquel que merece ser llam ado borracho. G r e g o r io : ¿Y de d ó n de sacas tú que yo quiero ser u n borracho? Be n ja m ín : Despechado que no tom a no es despechado. Lía : ¿Y Gregorio está despechado? Be n ja m ín : Desde hace m ás de veinte años. A ly: ¿Por qué crees que nos atorm enta todo el día con esa h o rren d a m úsica de rockola? G r e g o r io : ¡N o tienes porqué llam arla así! A ly: ¿Qué quieres? No me gusta la música mejicana. La m úsica m ejicana es eso: música de despechado. G r e g o r io : Entonces debería gustarte y escucharla. A ly: ¿Y a m í p o r qué? G r e g o r io : Porque despechado no es solo el que vive del recuerdo de una m ujer que ha perdido. Despechado tam bién es el hom bre que, por m iedo a decirlo, am a solo, en silencio. Y tú eres u n despechado y un acomplejado, porque am as a una m ujer y por tu edad no te atreves a decírselo. A ly: ¡Cállate, Gregorio! G r e g o r io : ¡N o ! ¡No voy a callarme! ¡Estoy cansado de g u a rd a r silencio! Benjam ín : ¡Sorpresa! Lía : ¡Cálmate viejo, no te alteres! G reg o rio : ¡Me altero! ¡Me altero y no me calm o y no m e callo! A ly: ¡Gregorio, por favor!

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KBISÍE1 CHIBAN! .SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

G regorio : ¡No ! ¿Quién se ha preocupado por saber lo que me pasa? Nadie.

¿Quién ha escuchado alguna vez la historia de m i despecho? Nadie. Tus poemas son más interesantes que m i vida y encima tienes el descaro de juzgar m is gustos y de llam arm e despechado. Despechado eres tú, que tienes al frente a la m ujer que am as y no te atreves a decírselo. P a u sa .

G r e g o r io llo ra en m e d io d e u n a ta q u e d e a r tr itis . B e n ja m ín lo lle v a d e n tr o . A ly e v it a m ir a r a L í a . E l N iñ o a p a r e c e tr a s la cerca . E llo s n o lo v e n . L ía p a r e c e te n e r p r o b l e m a s c o n s u v is ió n . A ly n o lo n o ta .

Lía : ¡Aly, viejo! A ly: Lía, y o ... Lía : ¡Aly, por Dios! A ly: Yo jam ás te lo hubiera dicho. Sabía que reaccionarías así, que no lo aceptarías, que no aceptarías saber q u e... que te amo. Lía : Aly... Aly... tú no entiendes, no es eso, soy yo. A ly: ¡Tú ! ¿Tú qué? Lía : ¡Mis ojos! A ly: ¿No quieres v erm e más? Lía : ¡Por Dios, Aly, olvida eso! ¡Ven y ayúdam e Aly, te necesito! A ly: ( V ie n d o la s itu a c ió n d e L í a ) ¿Lía, qué te pasa? Lía : (D e lir a n d o ) “Gradualm ente, el herm oso universo fue abandonán­ dolo; una terca neblina le borró las líneas de la m ano, la noche se des­ pobló de estrellas, la tierra era insegura bajo sus pies. Todo se alejaba y se confundía. C uando supo que estaba quedando.. .”.[ij A ly: ¡No! Lía : Hace apenas dos días yo aún podía leer tus poem as, ahora ni siquiera podré pintar. i

Esta y las tres citas siguientes son de varios textos de Jorge Luis Borges.

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ESCENA SEGUNDA

A ly: ¿Ciega?

Lía : “Vivo entre formas lum inosas y vagas / que no son aún la tiniebla”. A ly: ¡Deja de citar así! Lía : “Esta penum bra es lenta y no duele”. A ly: ¡N o te hagas la indiferente!

Lía : “Y se parece a la eternidad”. A ly: ¡Tú no eres Borges!

Lía : Pero unos ojos se apagan y da igual que sean los de él o los míos. (Pausa) ¡Maldita sea, Aly! Tengo años esperando y confirm o tu am or en el preciso instante en que tu rostro com ienza a desdibujárseme. A ly: Lía... Lía : ¡Maldita sea! Toda la vida esta enferm edad habitándom e. N unca me dejó vivir. Todos los sabores de la niñez me fueron negados. El alm í­ bar, Aly. Mi abuela cubría de alm íbar todas las frutas para venderlas y yo nunca pude probar un solo dulce, Aly. Me alejaban de las fiestas, de los dim inutos caramelos. Me hice m ujer al lado de una delgada jeringa, su pequeña aguja me visitaba todas las tardes. Las prohibi­ ciones y el aum ento de las dosis m arcaron el tra n sc u rrir de los años. En esas circunstancias, ¿quién puede m irarse en el amor, Aly? Lle­ gué a la vejez y me descubrí virgen y sola. Solo me acom pañaban mis m anos para pintar, tu voz que me daba poem as y el anhelo esperanzador de que me gritaras “te am o”. A ly: Lía, vieja, de verdad te amo. Lía : A ún m e q u ed a tu voz, p ero ¿por cu á n to tiem po? A ly: Para toda la vida.

Lía : ¡Mentira! Tengo cincuenta y ocho años y sé que me estoy m uriendo. (Pausa) ¡Aly, ayúdame! A ly: ¿Cómo? ¿Qué puedo hacer? Lía : A hórram e la agonía de esperar la m uerte. A ly: ¿Qué? ¿No querrás que yo...? Lía : Sí (Pausa) Cada día sobrevendrá algo nuevo. Es la etapa crítica que precede a la muerte. De ahora en adelante, m uy lentam ente, todo m i

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KR1STEI G I M O SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

cuerpo se irá envenenando. Mis partes m alogradas serán despren­ didas como las hojas de los árboles. ¿Me dejarías sufrir semejante horror? Ya perdí m is ojos. ¿Quién puede asegurarm e ahora que no serán mis m anos lo próxim o que pierda? P a u sa .

A ly: Pero... Yo no p o d ría ... Yo te am o Lía. Lía : Me am as y yo a ti. Pero no nos servirá de nada haberlo descubierto a estas alturas. Yo no puedo m irarte y, dentro de poco, ni siquiera podré tocar tu cuerpo. ¿Y el mío? Se irá incom pletando hasta alcan­ zar la nada. ¡Aly, ayúdame! ¡Ayúdame amor! A ly: Yo no podría vivir sin ti. Lía : Tam poco podrás vivir contigo. P a u sa .

Lía : Léeme uno de esos poemas tuyos que hablan del otoño que nunca has visto o los que aluden al arte japonés que apenas conoces. A ly: Iré por ellos. Lía : N o, Aly. No podemos perder tiempo. Dime uno que recuerdes ahora. A ly: Tengo m uy m ala mem oria. N unca puedo recordar un poem a com ­ pleto. Lía : N o im porta, dim e lo que recuerdes: retazos, versos, una palabra. Tan solo quiero oír palabras que te pertenezcan, amor. A ly: “Y caemos como hojas / de otra tarde / o de otro bosque / en la piel desnuda”.[2 ) Lía : Hay otro donde nom bras el otoño y París. A ly: “Pienso en los otoños / y la música de París / en sus plazas / sin arom a a ron”. 2

Las citas de esta entre pausas son del poemario P a s ió n s e g ú n

la c a s a

de Aly Pérez.

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ESCENA SEGUNDA

Lía : (Sonríe). A ly: (Achinando los ojos de Lía) “Dónde estará aquel abanico japonés / con

una geisha / salida de un grabado de U tam aro / o de un cuento de Yukio M ishim a”. (Pausa) ¿Te gustó ese? Lía : Me gusta más la historia que me contaste la sem ana pasada, la del suicidio por amor. A ly: Pero esa no es mía. Lía : Pero podríam os hacerla nuestra. Pausa. A ly: «Dijo Jihey a Koharu: “¿Qué larga vida es esta com parada al breve

espacio de nuestro amor? (...) Vergüenza es lo que yo siento, nacido de u n vasallo del poder de Dios, obligado a m atarte a ti y a mí. Esta suerte viene a nosotros porque yo no tengo ni siquiera para llenar una cáscara de Shijimi. ¡Ah, qué aflicción! N uestra prom esa de vivir juntos ha perm anecido gris en el aire ¡Qué vano ha sido! (...) ¡Un final cruel es nuestro!... ¡Qué cam ino tan largam ente fatigado ha sido el nuestro! (...) ¡Yo he sido fuerte! ¿De qué tengo que arrepentirm e? No en este m undo podrem os casarnos, pero recuerda, no solo en el próxim o m undo seremos m arido y mujer, sino tam ­ bién en el más allá del otro m undo que, está tan lejano, eternam ente lejano”. “Vamos” —dijo Jihei— “No debe haber señales de lágrim as sobre nuestros rostros de m uerte”. “No habrá”, dijo Koharu. Cada uno forzó una sonrisa. Jihei levantó la espada pero, entorpecido, su m ano tembló. “No puedo. ¿Por qué apresurarse?”. “Sé rápido. No te detengas”. El coraje le golpeaba desde ella y las oraciones que el viento soplaba desde el templo lo fortalecieron a decir Namu Amida Buddha. (...) “Podemos nosotros dos renacer juntos dentro del Loto. Namu Amida Buddha”. “Un pescador, saliendo a su trabajo m atinal,

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KR1STEI GIBADO... SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

descubrió los cadáveres. Gritó consternado: “¡Aquí! Hay un m uerto en este lugar. ¡Un doble suicidio por am or”».[3) Lía : Tus palabras son Eurídices que me invitan a voltear y dejarte aquí, sin mí, en este Hades que es San Ignacio. Hace un m om ento te pedí palabras, ahora solicito tu silencio. Haz silencio y bésame. Déjame sentir tus labios. Borra el dolor de la m uerte con el asom bro del pri­ m er beso que recibo en m i vida. A ly: El prim er beso y no el últim o. L ía ta n te a en e l p is o y to m a u n tr o z o d e e s p e jo d e l q u e d e jó c a e r

Gregorio y se lo d a a Aly. E ste a b r a z a

a L ía y, m ie n tr a s la b e sa , le c o r ta

e l cu ello , sin e s p e r a r c o r ta e l su y o . C a e n u n id o s .

Benjamín : (D e s d e e l p a s illo ) ¡Lía, Aly! ¡Vengan rápido! ¡Gregorio ha muerto! ¡El m uy cobarde sufrió un infarto y se entregó! ¡Lía, Aly! (L lega h a s ta la e n tr a d a d e l p a t i o y los m ir a ) ¡Qué sinvergüenzura! Después el cínico soy yo. Pena debería darles, estar con eso m ientras escuchan que nues­ tro amigo ha muerto. (P a u sa ) ¿Es que no me escuchan? (Se a c e rc a y los m u e v e ) ¿Qué es esto, par de viejos cobardes? ¡Todos son unos cobar­ des y unos traidores! ¡Lía! ¡Aly! ¡Gregorio! ¡No me dejen solo! ¿Dónde están? ¿Dónde están amigos? ¡Traidores! ¡Dejarme solo aquí! ¿Qué será de m i vida ahora? Solo, aquí, en San Ignacio, sin las rancheras y sin la poesía. ¿Nunca se lo preguntaron? ¡No! ¡No piensen que voy a seguirlos! Yo soy u n hom bre de cuerpo y no de alma. Por eso soy como soy. (Se d e ja c a e r llo r a n d o so b r e e l m o n tó n d e h o ja s q u e o c u lta n a lo s ju g u e te s . L o s d e s c u b r e y c o m ie n z a a ju g a r co n ello s) M am á siempre quiso tener una niña, pero el destino no le concedió m ás dicha que tenerm e a mí. De niño nunca jugué a los soldados. Tampoco hice cam inos en el patio para que los carros, que jam ás me com praron, pudieran transitar. M am á me llam aba A m anda, me vestía de niña 3

Cita de la obra de teatro S u ic id io p o r a m o r e n A m i j i m a de Chikamatsu Monzaemon.

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ESCENA SEGUNDA

y me daba m uñecas para que yo las vistiera tam bién de niñas. Des­ pués supe, con su m uerte, que debía usar pantalones. Crecí viendo a las mujeres como objetos perversos y m irando a m is amigos sin mayor extrañeza que la de no saber por qué no me veían de igual m anera ellos. La vida fue un torm ento. La poesía fue el único refugio que encontré. ¡Los poetas son todos unos cobardes, Aly! Pero nunca me entendiste amigo. Jamás me preguntaste si había escrito una sola linea. M ientras tú dormías en las m añanas, amigo, yo escribía. Escri­ bía de mí, de ustedes, de San Ignacio, de ese joven imberbe que pasaba portentoso en una bicicleta por mis recuerdos. (P a u sa ) ¡Dios mío! Yo nunca había pronunciado tus cuatro letras. ¡Dios! ¡Dios! E lt s h Ñ o s e h a v e n id o d e s p l a z a n d o h a s ta q u e d a r f r e n te « B e n ja m ín .

Be n ja m ín : ¿Qué haces allí, m uchacho curioso?

N iñ o : ¿Por qué lloras? Be n ja m ín : Porque me quedé sin amigos. (P a u sa ) ¿Tienes rato aquí? N iñ o : Sí . Be n ja m ín : ¿Sabes qué pasó con ellos? N iñ o : Ella se quedó ciega. Be n ja m ín : ¿Y qué más? N iñ o : N o sé cómo explicarlo. Los adultos hablan tan raro. Be n ja m ín : Sí , tienes razón, y actúan raro tam bién. (P a u sa ) ¿Estos jugue­ tes son tuyos? N iñ o : Sí . (P a u sa ) ¿De verdad nunca jugaste como u n niño? Be n ja m ín : No. N iñ o : Si quieres te enseño a jugar. Be n ja m ín : Estoy m uy viejo. ( C o m ie n z a a llorar). N iñ o : ¿Y ahora por qué lloras? Be n ja m ín : No sé.

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KRISTEl CUiHOQO SAN IGNACIO ES UN LUGAR COMÚN

N iñ o : A sí soy yo, a veces lloro y no sé por qué. M i m am á dice que así les pasa a todos los niños. Benjam ín : Yo no soy un niño. N iñ o : E s verdad, los niños soñam os y tú no quieres soñar. Benjam ín : E s que yo no sé soñar. Sufro de insom nio desde los veintidós años. N iñ o : ¿Insomnio? ¿Qué es eso? Benjam ín : Que uno no se duerm e nunca más. Por eso se me olvidó soñar. N iñ o : Soñar es fácil. Soñar es jugar. Para soñar que eres un niño, solo tienes que jugar a que eres un niño. Benjam ín : (Toma algunos juguetes e intenta jugar. Se detiene y mira al Niño. Mete la mano entre la cerca y toca sus cabellos) Eres como el niño que dejó una rosa en un planeta y ahora se encuentra aquí domesticándome. N iñ o : ¿Quién es ese? Benjam ín : Ven todas las tardes y te contaré el cuento más herm oso que hayas escuchado. N iñ o : ¿El de un niño que tenía una rosa? Benjam ín : El de un niño que aprendió y enseñó el valor del amor, la im portancia de saber que hay alguien que te espera. N iñ o : ¿Me vas a contar el cuento? Benjamín : Sí . Había una vez un niño que vivía en un planeta muy pequeño... Benjamín continúa contándole la historia de El Principito al Niño, mientras la voz y las luces bajan hasta el oscuro. Telón.

ÍNDICE

Quebrantos A la actriz ESCENA PRIMERA ESCENA SEGUNDA

9 i5

Las inútiles rosas del tiempo Algo más que un epígrafe ESCENA PRIMERA ESCENA SEGUNDA ESCENA TERCERA

29

San ignacio es un lugar común Al lector ESCENA PRIMERA ESCENA SEGUNDA

65

33

69

Esta colección ha sido creada con un fin estrictamente cultural y sus libros se venden a precio subsidiado por el Ministerio de la Cultura. Si alguna persona o institución cree que sus derechos de autor están siendo afectados de alguna manera puede dirigirse a: Ministerio de la Cultura Av. Panteón, Foro Libertador, Edf. Archivo General de la Nación, planta baja, Caracas 1010. T e l f .: (8 58 -0 212)5642469 / 8084492 / 8084986 / 808 4165 F a x : 5 6 4 1 4 1 1 / m c u @ m i n i s t e r io d e l a c u l t u r a .g o b .v e

Se terminó de imprimir en d ic ie m b re d e 2 0 0 6

en la F u n d a c i ó n I m p r e n t a d e l M in is te rio d e la C u ltu ra C a r a c a s, Ve n e z u e l a .

La edición consta de 1.000 ejem pla res

CONTEMPORANEOS

K

r í s t e l

G

u i r a d o

( E d o . A r a g u a , 1968)

Egresada de la UCV como Licenciada en Letras y Magister en Lingüística, actualmente es docente e investiga­ dora ordinaria en la Facultad de Humanidades y Educación de esta universidad y del Programa de Formación en Servicio de Profesio­ nales del Teatro (PROFESER) en el IUDET. Ha trabajado como actriz en los grupos “Teatro Estable de Villa de Cura”, “La Misére”, “Compañía Regional de Teatro de Aragua”, (TEA),

“TNJV Miranda” y “Cerrado-Teatro”. Colabora en distintas publicaciones literarias y de investigación lingüística del país. Narradora, poeta y dramaturga, su trabajo creador ha sido reconocido en bienales y concursos literarios nacionales. Asimismo, cuenta con diversas publicaciones literarias, de las cuales tres se reeditan en este volumen.

Gobierno Bolivariano de Venezuela

/

Ministerio de la Cultura

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