Violencia de género como violencia de estado: Carne de Perra de Fátima Sime

May 28, 2017 | Autor: María Teresa Castro | Categoria: Estudios de Género, Violencia De Género, Memoria, Dictadura Militar Chilena, narrativa postdictatorial
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Castro 1 Violencia de género como violencia de estado: Carne de Perra de Fátima Sime María Teresa Castro1 Universidad Alberto Hurtado

Los actos de memoria son esenciales para el ser humano, y se tornan vitales tras procesos de represión que buscan, precisamente, borrar la identidad del enemigo. Pero el acto de rememorar implica diversos pasos que pueden truncar no sólo el acto de narrar, sino esencialmente qué se recuerda, cómo se recuerda y qué se olvida. El trauma sufrido por el sujeto que recuerda puede influir y distorsionar lo ocurrido, complicando de esta manera aún más la estructura de su testimonio. En Chile, los sucesos ocurridos durante la Dictadura Militar de Agusto Pinochet (1973-1990) generaron un quiebre en la narrativa chilena, y dentro de lo que se denomina narrativa postdictatorial surgieron diversos relatos en formato testimonial, tanto verídicos como ficticios, pero de forma general existe una figura que aparece una y otra vez: la traidora. La mujer es caracterizada no como una víctima, sino como una traidora a partir de un esquema que se repite constantemente: miembro de algún partido de izquierda o cercana a alguno miembro hombre, son secuestradas y torturadas a partir de un tipo de tortura específica: la sexual. De este modo y a partir de las hábiles maniobras llevadas a cabo por sus victimaros terminan siendo parte del organismo de la Dictadura. De esta forma, la categoría de víctima se desdibuja y termina por contribuir a invisibilizar un fenómeno latente: la violencia de género como violencia de estado y sus consecuencias en la conformación de la categoría de víctima y la construcción de testimonio.

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Ponencia leída en el XX Congreso Internacional de la Sociedad Chilena de Estudios Literarios (SOCHEL), “Diálogos y

diferencias: La literatura en Chile y su lugar en el mundo”. 25 al 28 de octubre de 2016. Santiago, Universidad de Chile.

Castro 2 Es aquí donde nos encontramos con la novela Carne de perra de la escritora chilena Fátima Sime, la cual retoma la mítica figura de la traidora a partir de un intertexto con el asesinato de Eduardo Frei Montalva. La novela, estructurada a partir del formato memoria/testimonio, narra la historia de la enfermera María Rosa López, quien es secuestrada durante la Dictadura Militar chilena y sometida a tortura por el miembro del Servicio de Inteligencia del Estado, Emilio Krank, apodado El Príncipe. Tras su secuestro, es adiestrada por Krank para cometer un asesinato político y en medio de la situación desarrolla el denominado Síndrome de Estocolmo que desencadena una especie de fidelidad hacia Krank y una trastocación en la percepción de ella misma, pues no consigue verse a sí misma cómo víctima. Lo que propongo es que, a partir de la utilización de dos narradores, la novela consigue lidiar con las dificultades de la narrativa testimonial posttraumática y mediante este alejamiento de la narración únicamente testimonial a partir de un segundo narrador extradiegético, consigue exponer de forma detallada la sistematicidad de los métodos de tortura de índole sexual que fueron utilizados en Chile en el periodo dictatorial. Lo que quiero postular a partir de esto es que Carne de perra construye un discurso que resulta sintomático de la violencia de género existente en Chile, cuya naturalización termina siendo exacerbada y se configura finalmente como violencia de estado. El foco de la presente ponencia por ende se desarrolla en torno a la problematización de la naturalización de los roles de género y, por consecuente, de la violencia de género, en la sociedad chilena, y las consecuencias que ello generaría en la configuración de la categoría de víctima en contraposición de la figura de la traidora. La novela, compuesta por 30 breves capítulos – de los cuales 19 refieren al tiempo pasado y 11 al presente de la narración – se construye a partir de la utilización de dos narradores. Por un lado, está el narrador extradiegético del tiempo pasado, desde que María Rosa se encuentra por primera vez con Krank hasta su liberación y posterior exilio

Castro 3 en Suecia. Este narrador, a pesar de la distancia, se centra en el personaje de María Rosa y lo que sucede a su alrededor, por lo que no sólo describe en detalle que sucede con su cuerpo, sino también que pasa por su mente. Lo esencial de este narrador es que, a partir de la distancia, permite observar los cambios psicológicos que va sufriendo María Rosa a partir de un elemento central: el relato ampliamente descriptivo de las torturas de índole sexual que lleva a cabo Emilio Krank. En segundo lugar, está el narrador en primera persona del presente: ahora es María Rosa quien narra lo que sucede. Lo esencial de este narrador, en contraposición con el narrador extradiegético, es que a partir de la estructura testimonial permite observar la percepción que tiene María Rosa de sí misma, la dificultad que tiene para considerarse como víctima y las fuertes autocríticas que realiza, las cuales le impiden poder estructurar un relato de lo ocurrido y poder iniciar un proceso de duelo y sanación del trauma. Lo que quiero recalcar a partir de esto, es que la utilización de ambos narradores permite un contraste entre lo que sucedió (pasado) y como se encuentra y se siente respecto a ese pasado la víctima (presente). Idelber Avelar señala que la “crisis del testimonio emergería (…) del abismo que existe entre el imperativo irreductible de narrar y la percepción angustiosa que el lenguaje no puede expresar completamente tal experiencia (171). El sobreviviente del trauma, por ende, sufre de una parálisis simbólica, es decir, citando a Jelin, “la marca de lo traumático interviene de manera central en lo que el sujeto puede o no puede recordar, silenciar, olvidar o elaborar” (11). Frente a esta dificultad, Carne de perra, consigue construir un texto que, aunque fragmentado, visibiliza y pone en discusión un elemento fundamental en la discusión en torno a género y testimonio: la violencia sexual como tortura y disciplinamiento, es decir, violencia de género como violencia de estado. Para poder visualizar esto, revisaré a continuación fragmentos de las narraciones de tortura presentes en la obra. La primera de ellas se encuentra en el capítulo 2, donde se

Castro 4 narra precisamente la que sería la primera tortura de índole sexual a la que es sometida María Rosa. Esta, tras haber sido torturada y quemada con cigarrillos por otros militares, es “rescatada” por Krank, quien le dice: “Tranquilícese señorita (…) mire lo que han hecho. Le pido disculpas” (Sime 7). El narrador señala que Krank se presenta ante los ojos de María Rosa como un salvador y esta así lo percibe: “La voz pertenece a un hombre alto, delgado, de bigote fino (…) un cigarrillo colgando de la comisura le da un aspecto de ¿galán de película? Parece ridículo, pero así es. Así lo percibe ella al menos” (Sime 7). La primera imagen que genera María Rosa de Krank es altamente influenciada por el imaginario heteropatriarcal: Krank es un hombre fuerte, con poder, que la salva a ella; un ser disminuido y despojado de su humanidad. Esta imagen de salvador será constante en el discurso de Krank, pero se construirá a partir de una dosis de terror: “¿Me tienes miedo? ¿No fui yo el que te rescató esta mañana? ¿No soy acaso el que está tratanto de ayudarte a ti y a tu familia?” (Sime 10). Tras esto, Krank se sube sobre María Rosa y “gruñe en su oreja, gimotea como un cachorro. Empieza a lamerle el cuello. (…) Son lengüetazos fibrosos que hacen arder las llagas. Sin embargo, al rato, estos movimientos rítmicos, calientes, la atontan, la adormecen” (Sime 10). La imposición de Krank, reforzada por el imaginario de género, genera que, de algún modo, el acto de tortura conlleve entremezclado con el terror cierto placer erótico. En el capítulo 4 ocurre lo que sería la primera violación. Krank llega a la habitación en que la ha encerrado con un aire que mezcla superioridad y paternalismo: “Me dijeron que la muñequita no estaba comiendo, dice. ¿Cómo es eso? La salvé para que estuviera contenta y ahora se quiere morir. No pues” (Sime 18). Muñeca será una de las formas que utilizará para dirigirse a María Rosa, principalmente las veces en las que se dirige a ella de manera amable; pero siempre con un dejo de superioridad amenazante: “Mire, para que vea lo importante que es usted para mí, le voy a contar: fui a Limache (…) ¿Sabe lo que

Castro 5 iban a hacer estos imbéciles? Una bomba (…) Tuve que viajar, ir hasta allá. Les dije que si alguien le toca un pelo a la familia de mi muñeca, se las va a ver conmigo. Pero no voy a estar viajando todo el tiempo, ¿verdad perra de mierda?” (Sime 19). De muñeca para a ser perra: es decir, Krank construye a María Rosa a partir de la antítesis de género imperante durante dictadura: la santa versus la puta. Realizada la violación Krank vuelve al asunto de los padres, esta vez aún más amenazador “tenga cuidado. Los muertos no comen y yo la salvé para que viva. Oiga, su pueblo me pareció una mierda (…) si tanto quiere a sus papitos, piénselo” (Sime 20). Los efectos son inmediatos en ella: “Para salvar a su familia, ella ha empezado a comer nuevamente” (Sime 31), pero a su vez, también es efectiva la imagen que Krank intenta construir a partir de la exacerbación de los roles de género: “Se ha acostumbrado a la cara, a los ojos amarillos, a las manos velludas. ¿También se acostumbra a la idea de vivir?” (Sime 31). El cuestionamiento es esencial: María Rosa se acostumbra a Krank, pero ¿solamente a vivir?, y en este aspecto el narrador extradiegético vuelve a ser fundamental, pues deja entrever que parece haber otros mecanismos que funcionan en la mente de María Rosa que la llevan a aceptar la situación de violencia sexual. La actitud que personifica Krank genera que ella se haga cada vez más dócil y que sienta que las violaciones son producto de su responsabilidad, ella lo hace enojar. Pero no solamente no se siente culpable de ser abusada, sino que a la vez Krank empieza el mismo a confundirla y a hacerle creer que ella también disfruta: “¡Ya, ahora quieta! Sin dejar de mirarme, como me gusta a mí. Como nos gusta a los dos” (Sime 32). La desconcierta y ella, decidida a obedecer, parece también obedecer la situación debe gustarle: “¿Le gusta a ella? ¿Por qué se queda inmóvil mientras el hombre le revienta higos en los pechos? Al contacto de su lengua se le erizan los pezones. ¿De placer? ¿Le excita oír al hombre acezando entre sus piernas?” (Sime 32). Krank utiliza el terror psicológico para moldear la

Castro 6 mente de María Rosa, y las actitudes que ella toma, más allá de la relación dominante/dominador son reflejo de la naturalización de los roles de género. El problema está en que esta idea se vuelve con el paso del tiempo cada vez más natural para ella desarrollando una estrecha relación de dependencia: Krank le provee de ciertos “lujos” que ella solicita, y por ello siente que debe obedecerlo y complacerlo. Y en efecto, la relación se hace cada vez más estrecha, y Krank alimenta esta dependencia a partir de la eterna sensación de “deber un favor”, pues insiste cada vez que puede en que él es su salvador. Finalmente, la relación se estrecha a tal punto que Krank le comenta cuál es su labor en la lucha contra los indeseables y le otorga un espacio, el cual ella asume con una actitud de compromiso total: no puede defraudar a quien la ha salvado. Primero comienza dando recomendaciones a los torturadores, y luego se hace parte de las sesiones de tortura con un alto grado de compromiso, siendo la encargada de estabilizar a los torturados. De a poco las narraciones del pasado cambian el enfoque: ya no son las violaciones lo central, sino que ahora lo es la intimidad que empieza a desarrollarse entre Krank y María Rosa, pero sin que el lector olvide el foco principal de Krank, que es hacer que María Rosa lleve a cabo un crimen, el cual es develado finalmente a María Rosa en una especie de “fiesta” en donde ella es presentada como la pieza clave del plan para acabar con los “indeseables”, y ella, a esta altura, devota de su salvador y amado asume su papel: no puede fallarle a su Príncipe. La violencia que ha ejercido Krank hacia María Rosa no es cualquier violencia: es violencia de género como violencia de estado. Cuando se habla de violencia de género, se refiere al hecho de que esta se ejerce a partir de la construcción cultural de los sujetos en base a su género: femenino/masculino. Judith Butler señala que “la construcción política del sujeto se realiza con algunos objetivos legitimadores y excluyentes, y estas operaciones políticas se esconden y naturalizan” (47) Es decir, hay un Estado que construye a los sujetos a partir de roles marcados para establecer jerarquías y que eso, que no es natural, acaba

Castro 7 por concebirse como tal. Por otro lado, Pierre Bourdieu señala que “el orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya” (22). Es decir, las estructuras imperantes en las sociedades, impuestas por el mismo Estado, construyen al hombre como superior. En cuanto a esto, Andrea Zamora señala que “en Chile la asimetría estructural entre el hombre y la mujer proviene de un rígido sistema patriarcal implantado desde tiempos de la conquista” (párr. 1). Es decir, desde antes de la Dictadura la sociedad chilena funcionaba en base a un sistema de roles, siendo estos naturalizados a tal punto de convertirse en los pilares para “la ordenación jerárquica de las relaciones sociales y de poder de Chile” (párr. 2). Es decir, la violencia sexual no fue una novedad que surgió con la Dictadura, sino que ya era parte de la sociedad, lo cual generó que las mujeres víctimas de este tipo de tortura no lo considerasen un crimen como tal, pues, como reflexiona Beatriz Bataszew, quien fuese secuestrada y violada durante dictadura, “Hace 40 años la violencia sexual hacia las mujeres formaba parte de la cotidianidad. Por ende, muchas mujeres tendían a normalizar y a verla como algo que te podía pasar, sin asumirla en su gravedad. Para muchas mujeres no era algo tan significativo porque ya tenían experiencias anteriores de violencia sexual” (4). Y esto es precisamente lo que el texto de Sime sintomatiza. Krank lleva a cabo un trabajo sistemático para precisamente aumentar su rol de género: se sirve de las construcciones naturalizadas en la sociedad chilena y las utiliza para conseguir la sumisión y posterior colaboración de María Rosa. A pesar de que la tortura, la viola y la tiene privada de libertad, María Rosa desarrolla una dependencia y un amor hacia Krank y se identifica ella misma como responsable del placer de éste, lo cual, según la perspectiva que busco plantear, se debe principalmente a que esta estructura de dominación era parte del imaginario cultural en el que se encontraba inserta María Rosa, produciéndose de este modo, en palabras de Bourdieu una violencia simbólica la que se construye a partir de “la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando no dispone (…) para

Castro 8 imaginar la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento (…) y que al no ser más que la forma asimilada de la relación, hacen que esa relación parezca natural” (51): María Rosa no tiene otra forma de imaginar su relación con Krank más que la que ha aprendido durante toda su vida, ser violada es parte de la construcción de su rol como mujer que desobedece y deja de ser la santa. En este punto podemos finamente comprender lo siguiente. En primer lugar, es posible apreciar que en Carne de perra se expone que la violencia sexual se encontraba de algún modo legitimada y naturalizada en la sociedad chilena, pues era parte de un entramado de jerarquización construido a partir de los roles de género. De este modo, se entiende que Krank utilice principalmente esta violencia. Más que las formas en que la ejerce, lo que destaca es el hecho de que hay detrás un fuerte entramado cultural que genera la naturalización de este tipo de violencia, siendo, como señala Carolina Carrera, “una forma real y simbólica de expresar el mandato que imponía la dictadura” (6). Por otro lado, es posible además desprender que debido a este entramado cultural del que se valen los militares, la víctima de violencia sexual no la ve como un crimen en sí, lo cual se puede apreciar en la novela en la relación de intimidad e identificación que desarrolla María Rosa hacia Krank. A partir del proceso de naturalización que realiza María Rosa de la violencia de la que es víctima y de la posterior identificación con la ideología impuesta por Krank se puede concluir lo siguiente. En primer término, esta naturalización conlleva a que la víctima que es torturada únicamente de manera sexual no se considere a sí misma como víctima: “Por qué lo hice ¡Qué mierdas hice! ¿Y entonces? Entonces cambié como el viento. La torturada, me creí la torturada heroica, la prisionera política que había sobrevivido, la víctima. ¿Pero me lo creía realmente? (Sime 85). María Rosa no se llegó a considerar víctima en ningún momento, es más, se consideraba más bien una cómplice: “Yo dependía de él.

Castro 9 Completamente. Quería hacer todo lo que él me pidiera. Y lo hice” (Sime 85). Al no considerarse víctima, María Rosa no consigue bajo ninguna forma asimilar lo ocurrido, y, por ende, no consigue expresarlo. En ningún momento del relato ella le comenta a alguien lo que verdaderamente sucedió, ni siquiera a su familia. El sentimiento de culpa predomina, y de este modo, jamás logra llevar a cabo un proceso de duelo, por lo cual, al no poder expresar lo ocurrido, no hay una real sustitución de lo perdido. Si bien, María Rosa cree librarse de todo al realizarle la eutanasia a Krank, este acto sigue respondiendo al poder que éste ejerce sobre ella: es él quien le ordena mediante una pizarra que lo mate: “Mátame, tu puedes” (Sime 50). María Rosa de este modo, entra en su juego y se considera nuevamente con el poder de realizar algo, pero no es más que el cumplimiento de una orden: nuevamente complace al príncipe. Como se puede apreciar, la naturalización de la polarización femenino/masculino no sólo desencadenó la configuración y naturalización de roles claramente delimitados para ambos géneros, sino que también significó la naturalización de la imposición de lo masculino sobre lo femenino. Esto me lleva finalmente a concluir que Carne de perra expone de este modo una problemática fundamental en torno a las memorias y testimonios post-dictatoriales. Me refiero a que la imposibilidad de narrar lo ocurrido en Dictadura no sólo radica en la dificultad propia que conllevan los testimonios post-traumáticos, sino que también ocurre en casos como el de María Rosa, porque la víctima jamás llega a considerarse como tal. La víctima no solo no tiene palabras para expresar lo sucedido, sino que tampoco se siente en el lugar de narrarse como tal, lo cual, desde mi punto de vista, podría conllevar a dos graves situaciones. Por un lado, la imposibilidad de llevar a cabo un proceso de duelo que permita de algún modo, una sanación parcial de la víctima, y, por otro, teniendo en consideración datos historiográficos, el no reconocimiento de la víctima como tal y su silencio impiden que estos sucesos ocurridos en Dictadura sean visibilizados y condenados. María Rosa termina el final de la novela tal como comenzó: como la puta detestada por sus colegas y su familia. Por estos

Castro 10 motivos, a modo de cierre y a la luz de las actuales discusiones con enfoque de género que llevan a cabo diversas organizaciones considero que es importante repensar la forma en la que se analizan los testimonios, poniendo énfasis no solo en lo que se dijo, sino que en lo que no se dijo y de este modo repensar la figura de la traidora.

Castro 11 Bibliografía Avelar, Idelber. “La escritura del duelo y la promesa de restitución”. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo de duelo. Chile: Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS, s.f. 170-190. Bataszew, Beatriz. “La violencia sexual como violencia política”. Clam (2015): 1-7. Bourdieu, Pierre. La dominación masculina. Barcelona: Anagrama, 2000. Butler, Judith. “Sujetos de sexo/género/deseo”. El género en disputa. México: Paidós 2007. Carrera, Carolina. “Violencia sexual como tortura durante la represión política en Chile”. Revista Mujer Salud 1 (2005): 57- 62. Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI España Editores, 2002. Sime, Fátima. Carne de perra. Santiago: LOM, 2009. Zamora, Andrea. “La mujer como sujeto de la violencia de género durante la dictadura militar chilena: apuntes para una reflexión”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos N°8 (2008).

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