¿Y después de Apis 61, qué?

July 4, 2017 | Autor: J. Aja Sánchez | Categoria: Ancient Egyptian Religion, Ancient Egyptian cults in Greek and Roman World
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José Ramón AJA SÁNCHEZ

Universidad de Cantabria [email protected]

Resumen: Una mención del historiador tardorromano Amiano Marcelino revela que en el año 363 d. E. el emperador Juliano tuvo noticia de que había sido hallado en Menfis un nuevo Apis óptimo preparado para ser «entronizado». No obstante, la evidencia arqueológica procedente del Serapeum apunta a que el abandono de los enterramientos de los Apis pudo coincidir con la conquista romana de Egipto, lo que a su vez podría llevar a pensar en la propia suspensión de todas o de algunas de las tradiciones cultuales más importantes asociadas al toro sagrado menfita. Palabras clave: Apis; Saqqara; Serapeum; Augusto; evidencia romana.

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La presente comunicación tiene relación directa con el tema de la pervivencia del culto a Apis en época romana. Lo traigo a colación porque existe en él una aparente paradoja en nuestras fuentes de información, la cual, hasta lo que yo conozco, nadie ha resuelto de forma satisfactoria. Mi deseo es que este IV Congreso Ibérico de Egiptología nos sirva como punto de arranque para afrontar en profundidad este problema. Sin duda bastantes de ustedes se habrán topado alguna vez con él: existen abundantes noticias y referencias sobre la pervivencia del culto a Apis a lo largo de toda la época romana, pero la evidencia arqueológica en Saqqara certifica que los enterramientos de toros menfitas no fueron más allá del último soberano lágida. Ilustraré el problema de fondo exponiéndoles algunos datos y un caso concreto muy significativo. Las prospecciones y excavaciones arqueológicas abordadas desde hace más de siglo y medio en el sector norte de Saqqara, donde se ubicaban las necrópolis de los Apis y de las vacas-madre, ofrecen a día de hoy evidencias bastante contundentes que apuntan al cese de sus enterramientos en la época inmediatamente posterior a la conquista romana de Egipto, acaecida en el año 30 a. E., y además evidencian también que terminaron de forma particularmente abrupta, sin signos de una época previa de declive, o de un periodo de transición hacia una situación nueva. Por otro lado, y aquí surge el contrasentido con respecto a los datos anteriores, el historiador Amiano Marcelino (XXII.14.6), por poner un ejemplo de evidencia literaria muy tardía (segunda mitad del siglo IV d.E.), se refirió al hallazgo de un toro óptimo en el invierno del año 362/363 listo para ser «entronizado» como nuevo Apis, es decir, como es bien conocido, un animal que debía presentar unas determinadas marcas y características en su pelaje y en diversas partes de su cuerpo. Más allá de pensar – a partir de todos estos datos – en la propia suspensión de la veneración a Apis en época romana (lo que, como luego se verá, es una hipótesis descartable), o más allá de pensar en un traslado de la necrópolis de los Apis «romanos» a algún lugar hasta ahora no localizado (una hipótesis ésta muy cómoda a la que se recurre algunas veces), el verdadero problema que a nuestro juicio nos plantean los datos anteriores es, por un lado, poder saber de qué forma y en qué condiciones pervivió el culto en época romana, y por otro, si el corte drástico de evidencia arqueológica en el Serapeum menfita afectó solo a los enterramientos de los bóvidos o hubo más alteraciones en las tradiciones cultuales asociadas a estos animales sagrados. Aparentemente, y a juzgar por la evidencia de los restos de la necrópolis menfita y del historiador Amiano Marcelino, los sepelios de las deidades tauriformes menfitas cesaron, pero la tradicional «entronización» del ani-

Los datos de Saqqara

Los informes de las múltiples exploraciones, excavaciones y prospecciones arqueológicas efectuadas en el último siglo y medio en el Sector Norte del cementerio de Saqqara, nos ofrecen un cuadro de datos y evidencias más nítido y coherente del que sería posible imaginar a priori1. Hay que señalar que las constataciones arqueológicas no han cambiado en lo sustancial desde las primeras excavaciones de Auguste Mariette y Walter Emery en

Informes, memorias y revisiones más recientes consultadas: Smith et alii (2006); Davies (2006); Nicholson (2005, 44-71). Respecto al templo de Apis en Menfis: Leclère (2008). Datos procedentes de prospecciones, excavaciones y síntesis más antiguas en: Martin (1981); Smith (1990, 114-119); Aufrère, Golvin (1997). Otros trabajos relevantes para el tema: Molinero, Sevilla (1993, 13-46); Dodson (1995, 18-32; 2000, 48-53; 2002, 27-38; 2005); Devauchelle (1994a: 75-86; 2000: 21-37; 2001, 41-61); Kessler, Görg, Hölbl (2000). Una relación completa de los trabajos de Mariette y Emery, en la bibliografía de Ikram (2005a, 230-257).

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mal se mantuvo viva hasta el siglo IV d. E. Cabría preguntarse qué ocurrió con el resto de las tradiciones religiosas asociadas a Apis a lo largo de la historia dinástica de Egipto, o si Roma fue causante directo o indirecto del abandono de los enterramientos, o también sobre el crédito o veracidad que nos merece la noticia del historiador tardorromano: ¿ésta se produjo en un contexto creíble y verificable de pervivencias de los antiguos cultos paganos, o por el contrario debemos considerarla un hecho excepcional, incluso un recuerdo exótico del pasado? Demasiadas cuestiones para ser respondidas en tan poco espacio de tiempo. No obstante, una primera exploración realizada justamente con ocasión de este congreso, ha encontrado algunas cosas de interés, quizá la más útil haber podido discriminar e identificar las cuestiones capitales que deben afrontarse en el futuro para obtener el buen fin perseguido: ¿qué ocurrió realmente con los Apis «romanos»? Expondremos a continuación, primero, algunas constataciones que pueden extraerse de los datos que ha generado Saqqara hasta el momento presente; segundo, otras constataciones que van más allá del escenario de Saqqara y que interesan al tema; y tercero, algunas hipótesis de trabajo que generan las fuentes de época romana y que deberemos verificar en el futuro.

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el Serapieion y en el llamado «Complejo del Templo Principal» del SAN (Sacred Animal Necropolis)2. Desde entonces hasta el presente ha habido sin duda una importante labor de clarificación e identificación de todas las estructuras arquitectónicas del sector, cuyas estratigrafías y organización espacial son particularmente complejas. Para esta labor se cuenta en la actualidad con una documentación epigráfica y papirológica inapreciable, en particular con el llamado «archivo del sacerdote Hor», que proporciona casi toda la toponimia sagrada de la necrópolis de Saqqara en época dinástica y griega, es decir, una guía magnífica para conocer la identidad de casi todas las estructuras arquitectónicas del Sector Norte de la necrópolis menfita. De igual forma contamos con las sucesivas prospecciones y excavaciones arqueológicas realizadas a lo largo del último siglo, que han aportado un volumen de material muy notorio, tanto en cantidad, como en variedad, como en calidad. Por ejemplo, para poder conocer y reconstruir, en concreto, la identidad y cronología de los Apis enterrados en la necrópolis menfita, contamos de forma muy sobresaliente con la evidencia epigráfica preservada en las criptas del Serapieion y en las catacumbas de las vacas-madre, en particular las estelas funerarias preservadas de los propios bóvidos; igualmente contamos con las estelas de los sacerdotes que daban servicio a las catacumbas y con las 2

Las tumbas donde se depositaron los enormes sarcófagos de los Apis se encontraban en el subsuelo del Serapieion. Fueron excavadas en la roca y datan básicamente de tres periodos: las más antiguas pertenecen a los Apis fallecidos entre los reinados de Amenhotep III y Seti I; en una segunda etapa, que se inició a partir de Ramsés II y llegó hasta el reinado de Psamético I (din. XXVI), las cámaras funerarias empezaron a organizarse en torno a galerías, a modo de catacumbas; finalmente, un tercer periodo, el principal y mejor documentado, abarcó toda la Baja Época y el período ptolemaico. En total las cámaras abarcan una secuencia casi ininterrumpida de 60 enterramientos que se prolongan durante un periodo de casi 1.000 años. El templo que daba servicio a las catacumbas de los toros, junto con un buen número de capillas secundarias y dependencias diversas, se levantaba encima de ellas, en la superficie, cubriéndolas enteramente. Todo ello formaba un complejo arquitectónico conocido con el nombre de pr-wsir-Hp («La Mansión de Osiris-Apis»), del cual se han preservado solo las galerías subterráneas que guardaban los pesados sarcófagos de los Apis. A cierta distancia, unos 1000 metros al NE, y siguiendo el modelo del Serapieion, se encontraban los edificios de culto y las respectivas catacumbas de cuatro animales sagrados: babuinos, ibis, halcones y las vacas-madre de los Apis (éstas ubicadas en el llamado «Complejo del Templo Principal»). Todo este conjunto de estructuras forman el mencionado SAN, el cual se encontraba comunicado con el Serapieon a través de una vía pavimentada y rectilínea ya identificada en los tiempos de Mariette (sobre todos estos detalles ver los trabajos citados en el primer apartado de la n. anterior).

Hubo después de Taamun un mínimo de 70 enterramientos y un máximo de 80 en la catacumba de vacas-madre. Obsérvese la disparidad de estas cifras: 61 posibles enterramientos de toros en el Serapeum y los al menos 70 de vacas-madre en el SAN. 4 Las dos estelas se refieren a los trabajos efectuados en su sarcófago. Una de ellas está datada en el año 11 de Cleopatra VII y la otra es de Ptolomeo XV Cesarion (42-1 a. E). 3

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de los oferentes particulares, con los grafitos de los canteros que labraron los sarcófagos y tumbas de los animales, y con miles de pequeñas tabletas votivas (en su mayor parte guardadas hoy en el Museo del Louvre). A partir de todo este material pueden inferirse algunos datos que interesan mucho al objetivo de nuestro trabajo, algunos de los cuales siguen vigentes desde las primeras excavaciones de Mariette y Emery en el Serapieion. 1. Pese a la antigüedad y relevancia del culto a Apis, que cabe remontar a las primeras dinastías del Reino Antiguo y que desde sus orígenes aparece ligado a la monarquía a través del Heb-sed, nada se sabe de dónde eran enterrados los toros menfitas hasta la dinastía XVIII. Desde luego, y por lo que parece, no en Saqqara. A esa dinastía, en concreto a los reinados de Amenhotep I y Tutmosis III, pertenecen en efecto los enterramientos de una serie de un máximo de 7 toros cuyas evidencias fueron halladas en el área del Serapieion ya en los tiempos de Mariette, y que siguen siendo considerados los más antiguos del área. 2. La tumba más tardía documentada en las galerías subterráneas del Serapieion es la del Apis LX (última de la serie), fallecido en el reinado de Cleopatra VII; es la conclusión tajante a la que llegan los informes de Smith, Davies y Thompson a la altura del año 2006. La epigrafía preservada en el SAN evidencia que se trata del Apis de una vaca llamada Tabastet, que fue «descubierto» como toro óptimo en el año 73 a. E., y que murió en el 49 a. E. (una longevidad excepcional en esta especie de bóvidos). 3. En la catacumba de las vacas-madre, pese a los indicios indirectos de que una de ellas fue enterrada en el año 37 de Amasis (533 a. E.), el enterramiento más antiguo documentado in situ es el de una vaca llamada Taamun, fallecida en el año 2 del reinado de Hakoris (din. XXIX, 392-1 a. E.), según evidencian dos estelas funerarias (Berlin 2127 y Louvre IM 3337) que la nombran expresamente y que se refieren a la muerte de su ternero, un Apis sepultado a su vez en el año 3 del reinado de Nectane-bo I (din. XXX)3 4. Después del Apis LX se considera que al menos hubo uno más, atestiguado por dos inscripciones que se refieren a su madre, la vaca Tapihy, enterrada en el año 41 a. E. o poco más tarde4. Ambas inscripciones atestiguan que la catacumba de las vacas-madre aún estaba en uso en estas fechas. Thompson sugiere que el Apis LXI de Tapihy puede haber sido aquél que Octavio Augusto rehusó visitar en el año 30 a.E., según una muy

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conocida noticia transmitida por Suetonio (Aug., 93.2: At contra non modo in peragranda Aegypto paulo deflectere ad visendum Apin supersedit) y Dion Casio (51.16.5: Aunque no hay rastro alguno de su tumba en Saqqara, es muy probable que este bóvido, si en efecto se tratara del Apis de Tapihy, fuera enterrado aún en el Serapeum. 5. El periodo de mayor esplendor, popularidad y actividad de los cultos y catacumbas de animales en el sector norte de Saqqara ha de situarse en época saita y el siglo IV a. E., circunstancia que habría que interpretarse en opinión de Davies y Smith como una manifestación más del sentimiento de reafirmación nacionalista y autoconciencia cultural que se extendió por el país tras los periodos de gobiernos extranjeros. Después, los reyes lágidas hicieron propio este sentimiento, y contribuyeron todo lo posible a mantenerlo vivo en la necrópolis menfita. En definitiva, la evidencia más relevante que proporciona Saqqara es que la tumba del Apis LX es la más tardía documentada en el Serapieion, cuyas inscripciones funerarias atestiguan que murió en el año 49 a. E., si bien se considera muy probable que después de éste hubo al menos un toro más enterrado en Saqqara, el LXI de la serie, pese a no tener tumba identificada. Como se ve, sigue vigente la certidumbre que se obtuvo hace algo más de siglo y medio sobre una interrupción abrupta de los enterramientos de los toros y vacas-madre en Saqqara en la época próxima a la conquista romana de Egipto.

Otras constataciones complementarias

Hay que añadir dos observaciones que nos parecen importantes y significativas para determinar la fecha del cese de los enterramientos en el Serapeum y su causa probable. La primera es que Estrabón (XVII.1.32), que recorrió Egipto desde Alejandría hasta Philae acompañado por el prefecto Aelio Gallo (26-24 a. C.), parece certificar el abandono en el que ya se encontraba sumida la cripta en estas fechas: «Hay un Serapieion en Menfis en un lugar tan arenoso que los vientos amontonan sobre él montañas de arena, y bajo éstas algunas de las esfinges que vi estaban enterradas, unas hasta la cabeza y otras visibles hasta la mitad, de lo que podemos conjeturar el peligro si una tormenta de arena cayese sobre un hombre que marchara a pie hacia el templo»5. No obstante, 30 años antes, 5



(Meineke, ed. Teubner, 1877). Por ejemplo, la inscripción biográfica de Pacherienptah, gran sacerdote de Ptah en Menfis y autoridad sacerdotal suprema en el conjunto del país en la primera mitad del siglo I a. E., registra que él personalmente coronó al joven Ptolomeo XII; cf. Dunand, Zivie-Coche (2006, 270-271). 7 Sobre todos estos detalles del sacerdocio de Ptah en Menfis y su evolución a lo largo del tiempo es esencial el trabajo de Maystre (1992); para la época tardía ver Quaegebeur (1980) y Thompson (1988). 6

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cuando Diodoro Sículo visitó el país entre el 59-56 a.C., no parece que nada perturbara ni al Serapeum ni al culto a Apis. Es lo que cabe deducir de su extenso comentario sobre ello (I.84-86). El historiador murió antes de que se produjera la conquista romana de Egipto, y no sabemos a ciencia cierta si en su recorrido llegó a visitar Menfis, pero desde luego, aparte de lo que él viera o no in situ, está claro que obtuvo una amplia información por parte de los sacerdotes menfitas (I.86.2), y en ella no menciona nada llamativo que se refiera a Saqqara. La segunda observación tiene que ver con la pregunta de si Roma pudo haber sido una causa directa o indirecta del cese de los enterramientos de bóvidos sagrados en la necrópolis de Menfis. La respuesta puede estar vinculada a la desaparición del sumo sacerdote de Ptah, que se produjo justamente en la época en la que dejaron de enterrarse toros en Saqqara. Sabemos que este relevante oficio sacerdotal, cuyo título oficial ya refleja la vocación de supervisar bastantes más ámbitos que los estrictamente religiosos (v.g. «el más alto director de los artesanos en la Doble-Casa de la Gran Mansión de Ptah»), pasó de tener una importancia local – circunscrita a las necrópolis y templos de Giza y Menfis –, a convertirse en cabeza visible de la jerarquía religiosa del país mediada la dinastía de reyes lágidas. La familia de la que procedían los sacerdotes pasó a su vez a controlar vastos recursos económicos, y él mismo a ostentar una posición política solo inferior a la del propio rey, al que de hecho proclamaba e investía como nuevo soberano del país6. Constituía además la cabeza visible de la comunidad egipcia nativa en época ptolemaica, y entre sus más antiguas funciones seguía estando la de presidir tanto el culto a Apis en el Apisieion de Menfis como los ritos funerarios ligados a su fallecimiento y sepelio en el Serapieion de Saqqara7. Este último rasgo plantea la cuestión de si la desaparición del poderoso oficio sacerdotal menfita en un momento dado pudo conllevar la desaparición del propio culto estatal de Apis, o al menos comprometer muy seriamente su continuidad, llegando incluso a provocar el cese de enterramientos de toros en las catacumbas del cementerio menfita.

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Es necesario subrayar a este respecto que el último gran sacerdote de Ptah, Imhotep-Pedubast, murió en circunstancias poco claras en los días en los que las tropas de Octavio Augusto, tras un corto asedio, tomaron Alejandría (Maystre, 1992; Quaegebeur, 1980). Existe alguna noticia aislada de que algunos de sus familiares – en concreto Psherenamon I y Psherenamon II – intentaron heredar y mantener vivo el cargo sacerdotal en el recién implantado gobierno romano, quizá más de forma nominal y protocolaria que de forma real y efectiva. Pero el gran sacerdocio de Ptah no entraba en los planes de Augusto a la hora de establecer los puestos neurálgicos del nuevo gobierno de Egipto (los de cuño romano, griego y egipcio)8. Algunos de los más altos oficiales ptolemaicos fueron suprimidos, otros reemplazados por oficiales romanos, y otros mantenidos con algunas de sus antiguas funciones disminuidas o modificadas. Uno de los cargos estatales que no resistió los cambios fue el otrora notorio oficio de sumo sacerdote de Ptah, que desapareció del organigrama, y está claro que, una vez desaparecido, sus funciones pasaron al idios logos y al archiereus. Digamos muy brevemente que Augusto situó a la cabeza de la administración de la nueva provincia romana un praefectus Aegypti de rango equestre. En realidad, el título oficial del primer prefecto de Egipto, C. Cornelius Gallus, fue el de praefectus Alexandreae et Aegypti (cf. Minas-Nerpel, Pfeiffer (2010, 265). Este oficial era el representante todopoderoso del emperador en el país, y funcionó en la práctica como un faraón para la población nativa, esto es, como el sucesor natural de los reyes lágidas. La fuente de su poderosa posición provenía del hecho de ser investido con un imperium ad similitudinem proconsulis, es decir, una autoridad similar a la de un gobernador provincial de rango senatorial. En una posición inmediatamente inferior al prefecto estaban el , el El primero era el equivalente al legatus iuridicus, un oficial independiente del prefecto con competencias plenas en el ámbito del derecho civil. El era el antiguo oficial de confianza de los reyes lágidas que Augusto mantuvo, pero dándole funciones nuevas: juez fiscalizador de irregularidades financieras, supervisor de las finanzas de los templos y de los asuntos del clero, y problemas relacionados con el estatuto jurídico de las personas. El (sumo sacerdote) «de Alejandría y de todo Egipto», era un oficial romano que no tenía competencias religiosas específicas, pero sí una general de vigilancia de los templos del país, de toda clase y condición, una especie de gran ministro en asuntos religiosos. Sobre la composición de esta superestructura administrativa impuesta por Augusto, y que en adelante, con leves modificaciones, habría de gobernar el país, ver Bowman (19962, 65-88), Husson, Valbelle (1998, 230-238) y Capponi (2005, 25-49), que siguen en esencia el cuadro institucional que describe Estrabón, XVII.1.12-13. Por su parte, en las aldeas y ciudades de la chora, Roma tendió a conservar la administración existente. Una visión detallada y de conjunto de toda ella en Lembke, Fluck, Vittmann (2004); Pfeiffer (2010).

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Conocemos que Imhotep-Pedubast fue enterrado en Saqqara, como era preceptivo y demandaba la tradición; por contra, se ignora el lugar donde fueron sepultados sus presuntos sucesores Psherenamun I y Psherenamun II. 10 Cf. Smelik, Hemelrijk, 1984, 1864. Estos dos autores hacen observan que la ligazón de Apis con la dinastía ptolemaica fue profunda y muy ostensible, por ejemplo, en las referencias al toro menfita que portaban los títulos honoríficos de los reyes, o también en el tratamiento de igual a igual entre ellos y Apis que se refleja en la epigrafía hallada en el Serapeum. De esta forma los reyes lágidas dejaban clara su voluntad de respetar la milenaria tradición de los faraones, considerando un deber político-institucional honrar y venerar al toro menfita. 9

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Pero en este proceso, el culto a Apis quedó desasistido y «huérfano» de su antiguo y poderoso sostenedor sacerdotal. El ultimo vestigio de éste data del año 23 a. E., y se refiere ya a los presuntos sucesores de Imhotep-Pedubast (Maystre, 1992)9. Como argumento añadido, Alan Bowman (19962, 180) hace observar que las cuantiosas estelas funerarias conservadas del periodo ptolemaico pertenecientes a la familia de los altos sacerdotes de Menfis, y que dan la impresión de riqueza y alto estatus social, desaparecen justamente con la llegada del gobierno romano, como si en efecto la conquista del país hubiera hecho mella en la pervivencia del oficio sacerdotal menfita. Aún reconociendo que ésta pudo ser una razón más que suficiente para poder explicar la interrupción del culto estatal de Apis y el abandono del Serapeum (como factor desencadenante inmediato), queda en el aire una cuestión de fondo más relevante: por qué Augusto «dejó caer», o bien cortó de raíz, el oficio de sumo sacerdote de Ptah. Fuera de una forma u otra, todo parece indicar a nuestro entender que se desembarazó del único cargo que habría podido crearle algún freno u oposición en el proceso de transformación del reino de Egipto en una nueva provincia romana, dado el poder, ascendiente y prestigio que el oficio sacerdotal menfita había alcanzado entre la población nativa con los últimos reyes ptolemaicos. Imhotep-Pedubast bien pudo ser la única persona con la suficiente autoridad y prestigio como para intentar pactar con Octaviano, no solo la posición de su oficio sacerdotal en el marco de la nueva administración romana, sino incluso la de todos los principales cargos ptolemaicos en su conjunto. El gran sacerdocio de Ptah y el toro Apis funcionaban además como símbolos de Egipto, y muy específicamente de Menfis, la capital del país para la población nativa, de manera que en ambos se concentraba una buena parte de la imagen viva del nacionalismo egipcio10. No es trivial en este sentido el hecho de que Alejandro Magno se acercara a Menfis a ofrendar a Apis (Arriano, Anabasis Alexandri, III.1.4), y que este gesto piadoso fuera seguido escrupulosamente por todos sus sucesores: había en ello una política

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de reconciliación con la población nativa para hacerle aceptable el nuevo faraón «extranjero» y proteger los intereses generales de la comunidad griega frente a la población egipcia, política que ya cultivó el persa Darío, llegando a recompensar con cien talentos de oro el hallazgo de un nuevo Apis óptimo (Polieno, Strategemata, VII.11.7); tal es la política que más adelante aplicarían los emperadores romanos sin excepciones11. A ello debe añadirse un motivo más tangible: en las fechas de la conquista, Alejandría, Menfis y el Alto Egipto tenían una bien ganada fama de ser potenciales focos de rebeliones y tumultos, cuyo efecto más serio era perturbar el flujo regular de remesas de trigo egipcio a Roma12. Las medidas adoptadas por Augusto y sus sucesores intentaron minimizar este peligro y evitar cualquier concentración de poder, la del clero egipcio incluido13. En este contexto encaja bien la supresión del poderoso sacerdocio de Ptah en Menfis, justo en el momento en el que Augusto emprendió la «construcción» de la nueva provincia de Egipto. Teniendo en cuenta lo anterior, creemos que es descartable un móvil de tipo religioso por parte de Augusto a la hora de suprimir el prestigioso oficio sacerdotal menfita, provocando con ello (¿indirectamente?) la disolución del culto público, estatal, de Apis. Ello no encajaría bien – como ya hemos dicho – con la política religiosa continuista de Octavio Augusto respecto a la de los reyes lágidas, en la cual basó buena parte de su legitimización como nuevo soberano del país. Y tampoco encajaría bien con la política de tolerancia romana mostrada hacia los cultos nativos, incluidos los que afectaban a los toros sagrados, y en los que Augusto y sus sucesores se involucraron al máximo (algunos de ellos, de motu propio; la mayoría, «dejando hacer»). De haber sido su instigador, el móvil fue más bien de pura praxis política, y esto sí encaja con la mente calculadora y profundamente apegada a la realidad del momento de la que siempre hizo gala el princeps. En definitiva, combinando las fechas de los testimonios de Estrabón y Diodoro, la evidencia de las estelas de la vaca-madre del Apis LXI y el propio registro arqueológico del Serapeum, nos parece que es posible deducir – afinando al máximo los márgenes cronológicos – que el abandono del mismo pudo producirse en los 4 o 6 años posteriores a la conquista romana del Cf. Porter, Moss (1991-2004), especialmente vols. I-II: cementerios y templos tebanos; III: Menfis y Saqqara; y VIII: estelas), donde se encontrarán abundantes imágenes de emperadores romanos ofrendando a las divinidades indígenas en su papel de faraones. 12 Minas-Nerpel, Pfeiffer (2010, 282-290). 13 De hecho, ésta fue una de las tareas a las que tuvo que hacer frente el primer prefecto nombrado por Augusto, esto es, sofocar las revueltas y disensiones en diversos puntos del país; cf. Minas-Nerpel, Pfeiffer (2010, 265). 11

Evidencias documentales sobre la continuidad de la adoración a Apis

Más allá del abandono de las criptas del Serapeum después del año 24 a. E., hay certeza de que el culto a Apis, lejos de declinar o desaparecer, perduró en el tiempo14. Distinta cuestión es saber hasta cuándo sobrevivió exactamente y en qué condiciones o con qué rasgos cultuales. La evidencia documental habría de contener, por ejemplo, un papiro del año 98 d.E. (SB V.8750 lín. 17-22) en el que se registraron las ofrendas y donaciones que el poder central seguía realizando a los templos de las deidades tauriformes de Heliópolis, Hermonthis y Menfis (Mnevis, Bouchis y Apis respectivamente), según una práctica habitual bien atestiguada en el pasado faraónico y lágida, y que el índice del idios logos de época romana recogía en su entrada 89 (Schubart, 1920, 94)15. Habría de contener también el conocido bajorrelieve de Kom el-Shuqafa, labrado a finales del siglo I o ya en el II d. E., en el que aparece representado un emperador romano (anónimo) Sería ocioso – y realmente extenso – hacer ahora una enumeración de las fuentes y documentos de todo tipo que acreditan esta pervivencia, por lo demás, bien conocida entre todos aquellos que alguna vez se han asomado al ámbito religioso del Egipto romano. El trabajo de Smelik, Hemelrijk (1984, 1852-2000) contiene una recopilación muy considerable de evidencias documentales de la cuales poder partir. 15 Hay algunos ejemplos ilustrativos de este generoso apoyo financiero. De la época faraónica procede una estela de Iunu (Cairo, JE 65830) que testimonia una donación de sesenta parcelas de tierra para el culto del toro sagrado Mr-wr hecha por el rey Thutmosis III en el año 45 ó 47 de su reinado. En época lágida, un papiro procedente del área tebana (Afroditópolis) registra 100 talentos de mirra donados por Ptolomeo II en el año 257 para la momificación de la vaca-madre de un Mnevis (PSI.4, 328). Un decreto trilingüe emitido por un sínodo de sacerdotes egipcios celebrado en honor de Ptolomeo III Evergetes en el año 238 a.C. en la localidad de Canopo (cercana a Alejandría), especifica las ofrendas, donaciones y atenciones que el rey concedía a todos los templos del país, en particular a los santuarios de Apis y Mnevis (apud Austin, 1981, nº 222). Diversas estelas registran donaciones regias similares (cf. Dittenberger, 1903-1905, 56 y 90, de los años 238 y 196 a.E.), así como también un buen número de ostraka demóticos procedentes del Bucheum de Hermonthis (Mond, Myers, 1934, II, 52 ss). 14

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país, o sea, no más allá del año 24 a. E., y justamente coincidiendo con las fechas en las que desapareció el cargo de sumo sacerdote de Ptah en Menfis (23 a. E.), poderoso y omnisciente sostenedor del culto vivo y funerario de Apis, una coincidencia que quizá no fue casual.

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ejerciendo su papel de faraón16. En este capítulo de las representaciones plásticas, habría que incluir la conocida estatuilla de bronce, del siglo II d. E., que representa a Apis como un emperador romano vestido de militar y con el brazo levantado realizando el gesto de arenga al ejército (adlocutio)17, o también la serie de pequeños bustos de terracota relacionados con el culto doméstico en los que se representa al toro menfita de frente, con un amuleto colgando de su cuello, y con el disco solar y el ureus entre sus cuernos18. En fin, habríamos de tener en cuenta igualmente las esculturas de gran tamaño, labradas en materiales pétreos diversos, y halladas dentro y fuera de Egipto, así como las series monetales acuñadas por distintos emperadores romanos con la figura del toro menfita grabada en sus reversos19. En su conjunto, esta clase de evidencias sobre la veneración de Apis, lejos de sorprendernos, encajan perfectamente con la política general de tolerancia religiosa romana en los territorios conquistados, y también, en concreto, con la evidencia sólida de la pervivencia de los cultos a otros toros sagrados, Mnevis y Bouchis, en el segundo caso hasta más allá del emperador Diocleciano, y en los que como ya he dicho los emperadores no tuvieron reparo alguno en involucrarse a fondo20. En concreto, venerando y ofrendando a Apis un pectoral de oro en presencia de una Isis alada. El bajorrelieve se encuentra en el hipogeo de un anónimo y notable ciudadano romano-egipcio (o greco-egipcio) que labró su tumba en una zona aledaña a la colina donde se levantó el enorme Serapieion de Alejandría. Fue excavada y estudiada en los primeros años del siglo pasado; apud Ulmer (2009). La escena del faraón ofrendando a la deidad tauriforme reproduce con fidelidad el esquema iconográfico que se observa en los lunetos de la serie de estelas funerarias procedentes de la necrópolis de los toros Bouchis en Hermonthis, o también en las propias estelas funerarias de Apis preservadas en un estado de conservación muy aceptable, aunque en este caso los oferentes representados casi nunca son faraones (sí en las de época saita, en las que generalmente aparece arrodillado ante la deidad tauriforme); cf. Devauchelle (1994b). 17 Willems, Clarysse, eds. (2000, 269). 18 Ibid. 275. Ver también una variante de estos amuletos de época romana en Whitehouse (2009, 589-598). 19 Cf. los catálogos publicados por Kater-Sibbes, Vermaseren, (1975a y b; 1977). 20 Sobre las dos cuestiones ver Aja (2007; 2009; 2010). Incluso el rey Cambises, que gozó en Egipto de una fama de soberano cruel, impío y déspota (sin duda azuzada por el clero egipcio coetáneo, y difundida luego por Herodoto, III.27-30), y sobre el que llegó a decirse que mató a un Apis, cumplió devota y respetuosamente con sus obligaciones religiosas como soberano del país. Parece cierto que entre el rey y el clero de Menfis hubo conflictos, y que en este contexto recortó los recursos de los templos. Pero no es menos cierto que las fuentes y algunos documentos coetáneos prueban el respeto que el rey persa mostró a las divinidades egipcias, Apis incluido. Así, en una 16

(184) No es lícito que (Apis) sobrepase unos determinados años y lo matan ahogándolo en la fuente de los sacerdotes, dispuestos a buscar otro que lo reemplace, cuando aún están de duelo, y se muestran tristes hasta que lo encuentran, incluso con las cabezas rapadas, y, sin embargo, nunca lo bus­can durante mucho tiempo. (185) Una vez encontrado, es trasladado a Menfis por cien sacerdotes. Tiene dos santuarios, a los que llaman «tálamos», que tienen carácter augural para el pueblo: si entra en uno, representa un buen presagio; entrar en el otro vaticina desgracias. Da respuestas a las personas parti­culares, comiendo de la mano de los que lo consultan. Rechazó la mano de César Germánico, que murió no mucho

estela procedente del Serapeum menfita, Cambises aparece representado ofrendando y arrodillado ante el toro, y una inscripción del sarcógafo del bóvido hallado en su cripta indica que Cambises hizo esa tumba «para su padre Osiris-Apis»; sobre todo este episodio ver Smelik, Hemelrijk (1984, 1864-1869) y sobre todo Le Berre (2002, 137-147). Teniendo en cuenta esto, está claro que la abolición del culto a Apis, o su simple abandono, hubiera constituido a priori un caso excepcional y raro en el conjunto de Egipto e incluso del Imperio (¿por qué Buchis y Mnevis sí, y Apis no?). 21 Estas recopilaciones datan de antiguo; ver las de Mariette (1856), Toutain (1916) y Courcelle (1951).

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Pero sin duda la evidencia documental más abundante y variada de todas son las referencias literarias de los autores griegos y romanos, que cubren toda la época romana hasta fechas realmente tardías21. Es también la más significativa a los efectos de nuestro tema, ya que constatan en su conjunto, por un lado la pervivencia del culto al toro menfita, pero por otro la aparición de algunos cambios añadidos al cese de las prácticas funerarias documentadas en épocas precedentes (embalsamamientos, funerales y enterramientos). Como ya dijimos al principio, no es éste el momento de analizar estas referencias literarias en profundidad. Este análisis deberá hacerse en otro trabajo. Pero hemos de anticipar nuestra impresión de que esta evidencia literaria (apoyada en otra clase de evidencias arqueológicas, epigráficas y papirológicas), aparte de probar fehacientemente la continuidad de la veneración de Apis al menos hasta la época del emperador Juliano, induce además a pensar, como dijimos antes, que el abandono del Serapeum y el cese de los enterramientos en torno al año 24 a. E. pudo venir acompañado de otros cambios. Al menos tres muy relevantes: exacerbación de la función oracular de Apis, sacrificio ritual del animal, y progresiva desvinculación de su culto con el poder monárquico. Sirva de guía y aproximación al tema el mero testimonio de Plinio (NH, VIII.184-186), que evidencia que al menos dos de esos cambios eran perfectamente conocidas en su época:

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después. Oculto normalmente, cuando se muestra en medio de la multitud, avanza mientras los lictores abren paso, y le acompañan grupos de niños cantando un himno en su honor: parece que lo entiende y le gusta ser adorado. Estos grupos, repentinamente entusiasmados, predicen el futuro. (186) Una vez al año se le presenta la hembra, también con sus marcas distintivas, aunque diferentes, y cuentan que, siempre en el mismo día, se la encuentra y muere. En Menfis hay un lugar en el Nilo al que dan el nombre de Fíala por su forma, donde sumergen todos los años una patera de oro y otra de plata los días en que se cele­bra el nacimiento de Apis22.

La conquista del Egipto lágida por Octavio Augusto, su conversión en provincia romana y la implantación de una nueva administración fueron un momento extremadamente crítico en el larguísimo discurrir histórico del culto a Apis. De hecho, uno de sus elementos más distintivos en esa época, el sepelio y enterramiento de los toros en el Serapieion menfita, cesó por completo, siendo muy probablemente la desaparición del Sumo Sacerdocio de Ptah en Menfis el factor más perturbador en este sentido. Pese a todo ello, las fuentes de época romana evidencian que Apis logró sobrevivir a tan azarosa época, pero hubo de pagar a cambio un precio. Quizá el más alto fue – prácticas funerarias aparte – la reducción drástica que sufrió su pretérito y elevado rango político, que muy probablemente llegó a desaparecer por completo, dejando en todo caso de estar equiparado con sus homólogos Mnevis y Bouchis. Pero el arraigo milenario de Apis en la religiosidad del país hizo posible que la devoción popular y su prestigio religioso se mantuvieran incólumes, incluso entre los recién llegados romanos, y hasta épocas realmente tardías si consideramos sólidos los testimonios de Amiano Marcelino y los de otras fuentes tardías. Su culto perdió estatus oficial y político, pero a cambio nuestra percepción es que sus antiguas cualidades augurales, acrecentadas y extendidas, le hicieron ganar peso específico en la piedad individual de las gentes. Traspasada la época de la conquista, y «reorientada» la veneración religiosa de Apis, el balance quedó equilibrado: lo ganado por lo perdido. Sobre la base de algunas certezas relacionadas con la supervivencia del toro menfita en época romana, será necesario verificar en el futuro las percepciones mencionadas, así como el resto de las cuestiones planteadas y pendientes de respuesta: hasta dónde llegó la veneración de Apis, de qué forma y en qué condiciones. Traducción: Plinio El Viejo, Historia Natural. Libros VII-XI, ed. E. del Barrio et alii, Madrid, ed. Gredos, 2003.

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