¿Y qué cultura tengo yo para decir que el otro no? (2009)
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¿Y qué cultura tengo yo para decir que el otro no?
Dr. Boris Fridman Mintz Instituto Nacional de Antropología e Historia
"… grupos como Seña y Verbo… desde hace algunos años se han esforzado por demostrar que los sordos son un grupo con una cultura propia, que no se queda en un simple lenguaje de señas sino, entre otras cosas, en manifestaciones artísticas… ¡Paah! (palabra que representa una seña… y que se puede traducir como “sorprendentemente”…” (“12 obras que no te puedes perder”. Javier Malpica, en Dónde ir, abril de 2005) Mi historia personal y personalmente intelectual está ligada a la existencia de la compañía Seña y Verbo. No porque haya tenido el placer de trabajar en sus Tilas regularmente, sino porque al cruzarme con su historia, una vez aquí y otra más allá, creo que hemos compartido muchas experiencias y valores, algunos placeres y varios sinsabores. No pretendo ofrecer un análisis objetivo o academicista de los 15 años transcurridos por esta compañía teatral. Simplemente quiero dar un testimonio parcial de la trascendencia de su historia, particularmente para la Comunidad de Sordos Mexicana, así como para el común de los oyentes hispanohablantes que la circundamos. Y quiero tratar de mostrar el cómo en la historia de esta compañía y sus presentaciones se translucen la propia historia y algunos dilemas de dicha Comunidad. 1
De entrada conTieso que, para liberarme a priori de toda culpa o acusación, que diré muy poco de los hispanohablantes que participan en estás historias, en cuanto tales, salvo por la forma en que reacciona ante el sordo señante y su cultura. La compañía es bilingüe, pero lo que le da su particular carácter es un eje sordo-‐señante, su explotación creativa de la cultura mexicana, pero en particular de la cultura de la Comunidad de Sordos Mexicana y su Lengua de Señas Mexicana. En la interpretación subsecuente me proyecto subjetiva e intencionalmente. Estoy cansado de tener que justiTicar ante mis colegas antropólogos y lingüistas el que me haya dedicado al estudio de una lengua o una cultura que ellos consideran inferior, indigna o inexistente, aunque lo hagan con un dejo de escepticismo o bonachona hipocresía. Me parece que la identidad cultural del sordo señante es tan buena como la de cualquier otro sujeto individual o colectivo. Y que mejor demostración que la presencia de la Comunidad de Sordos Mexicana en el templete de las bellas artes. A buen entendedor, argumentos claros y pocas esceniTicaciones debieran bastar. Espero que mucho de lo que aquí se plasma por escrito caduque pronto, no pretendo ofrecer caracterizaciones trascendentales. En particular porque no ofreceré una conclusión alegre, como me gustaría. Los 15 años de Seña y Verbo han llegado en tiempos aciagos. Lo que si pretendo es, probablemente en demasía, acicatear al caballo en que vamos montados para que se encabrite.
Aunque el racista se vista de seda, racista se queda
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“A través de la mímica, cinco sordomudos logran entablar comunicación con la gente oyente, en la puesta en escena “La Tiesta del silencio”… con la narración de tres cuentos donde las manos sustituyen el lenguaje oral. “Los movimientos de las manos, del cuerpo y del espacio que les rodea, son los elementos que utilizan para plasmar la comunicación… “Para la mejor comprensión de esta serie de historias uno de los actores, Martha Claudia Moreno, interpreta a la par las señas de sus compañeros.” (“La mímica sustituye al lenguaje en “La Fiesta del silencio””. Ovaciones, 1 de noviembre de 1993) En este texto se sintetizan muchos prejuicios respecto del sordo señante: que el sordomudo se comunica con una mímica que suple al verdadero lenguaje (no en una lengua propiamente dicha, como lo es la LSM); que las manos son un mero sustituto para el habla (no los articuladores de un idioma distinto e independiente del español oral); que la interpretación de las señas auxilia la comunicación (si bien no traduce lo que se articula gramaticalmente en otra lengua, la LSM). A pesar de que como espectadora esta periodista se ve confrontada con un teatro intercultural y bilingüe, en español y LSM, ella no pudo dejar de percibir a los actores sordo-‐señantes como discapacitados del lenguaje y, por ende, no pudo dejar de concebir la puesta en escena como manifestación de sus propios prejuicios respecto del sordo. Estos prejuicios están tan enraizados en el sentido común, que se suele acudir automáticamente al mote de sordomudo, sin percatarse que con el se denigra la identidad cultural del actor sordo señante, pues, entre otras cosas, se desvirtúan los
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parlamentos en LSM al concebirlos como mímica, o como representaciones manuales de palabras del español. Por elogiosas que sean las percepciones que caracterizan las puestas en escena de Seña y Verbo como realizaciones de personas con discapacidad auditiva, en cuanto tales, no dejan de emanar un tufo a lastimera misericordia. En ellas el actor y la compañía señantes no son sujetos con identidad cultural positiva, con su propia presencia histórica-‐colectiva, sino que se ven reducidos a sujetos intrínsecamente discapacitados para la cultura. Por ello es que se repiten los discursos en que las presentaciones resultan sorpresivamente gratas al espectador normo-‐oyente, no en virtud del natural carisma y capacidad profesional de los realizadores, sino en virtud de un engrandecido esfuerzo sobrehumano, de un desarrollo de capacidades extraordinarias en el actor discapacitado, o de ambos. En estos discursos la presencia ineludiblemente cultural del sordo señante en el escenario se disfraza como manifestación sobrenatural de su humanidad, milagrosamente preservada a pesar de su discapacidad. Esta es una opción razonablemente cómoda para el hispanohablante que quiere mantener una “sana” distancia respecto de quien concibe como anormal. Sin embargo, es una opción denigrante para el propio sordo señante, en este caso el actor profesional, el cual se ve retratado como poseedor de una identidad cultural de segunda, aunque él y ella sepan que sobre el escenario son agentes culturales de primera. Cotidianamente, los miembros de Seña y Verbo tienen que enfrentar la percepción de que el sordo señante no puede ser el protagonista natural de su propia identidad cultural. Esto no es casualidad, pues Seña y Verbo no se puede proyectar al 4
ámbito de las bellas artes, esto es, al ámbito de la creación cultural excelsa sin al mismo tiempo digniTicar la llana identidad cultural de sus actores señantes. Por su naturaleza, la verdadera creación artística siempre se construye con base en la digniTicación de las identidades culturales que en ella se fusionan y se subliman, sea de manera placentera o dolorosa. Seña y Verbo ha respondido con su creación artística a la crítica, y al público en general, mostrando eTicazmente que la discapacidad no es relevante en la constitución de la identidad cultural del sordo señante y de la Comunidad de Sordos Mexicana. Pero es mucha la audiencia a la que Seña y Verbo no ha llegado, son muchos los que tienen que aprender esta lección y es de esperarse que no todos la entiendan de golpe.
Ni hay caracoles sordos 1 En México, ¿quién no ha oído hablar del pasaje de los gitanos o los húngaros por la provincia? . En la Ciudad de México, ¿quién no ha visto a los judíos hasídicos caminando por las avenidas de Polanco? ¿Quién no ha dado limosna o comprado alguna baratija a una mujer otomí en un semáforo? ¿Quién no se ha topado con un vendedor tzeltal en las esquinas de San Cristóbal de las Casas? ¿Y quién no se ha cruzado con los sordos señando en la vía pública de cualquiera de nuestras ciudades? Todas estas minorías forman parte de nuestro entorno cultural y tienen en común el vivir en el destierro o, más bien, el que la mayoría de los mexicanos hispanohablantes
1 “Los Caracoles son las regiones organizativas de las comunidades autónomas
Zapatistas…”. http://es.wikipedia.org/wiki/Caracoles_y_Juntas_de_Buen_Gobierno. Edición del 8 de julio de 2008. 5
las imaginen como errantes, aunque en realidad siempre hayan estado mezclados con ellas, en el mismo país, en las mismas ciudades, en el mismo territorio. La mayoría hispanohablante concibe al territorio nacional mexicano como suyo. A menor escala, el chilango hispanohablante suele creer que toda la Ciudad de México es su territorio. Sin embargo, esta misma mayoría ha reproducido entre todos nosotros la idea de que las minorías culturales dentro de su territorio no poseen colectivamente ni siquiera una parte proporcional de él. Las minorías culturales en la Ciudad de México son concebidas y tratadas como extranjeras, desterradas en su propia ciudad. Esta ilusión de independencia territorial llega a ser compartida por las propias minorías, las mismas que han sido sojuzgadas por el anhelo de dominio territorial de las autoproclamadas mayorías. Así, por ejemplo, el sionismo surge como anhelo judío de independencia territorial. Muchos de los judíos errantes de Europa, una vez más perseguidos en aquel continente, decidieron reclamar un espacio geográTico en el que pudieran convertirse en mayoría. A la postre, esto convertió a los palestinos en una minoría desterrada, dando a los judíos israelíes la ilusión de ser mayoría en su casi indivisible territorio. No por casualidad, Gaza se ha convertido en una ilusión diTícil de extirpar, pues desde este territorio imaginariamente autónomo, el nacionalismo islamista de Hamas reclama el territorio dominado por el nacionalismo sionista, y viceversa, el Estado de Israel busca desde un territorio ilusamente mayoritario anular la presencia de la minoría que el mismo ha creado. Guardando las debidas proporciones, las migraciones en el contexto de los estados modernos siempre han trastornado los espejismos nacionalistas e 6
indigenistas, tanto creando nuevos, como destruyendo antiguos. Así, los otomíes tiene sus propios territorios históricos. Sin embargo, tanto la inmigración de los ladinos a su territorio, como su propia emigración hacia las ciudades de los ladinos, han ido reduciendo la extensión de su presencia mayoritaria. Ahora pareciera que la mayoría de los indígenas se han convertido en minorías errantes de las ciudades y megalópolis de México. Con el transcurrir de la historia, los israelíes sionistas podrían perder su ilusoria autonomía territorial, así como los otomíes podrían revitalizar su presencia en ciertas regiones del Estado de México. Esto ha pasado con muchas redes de identidad cultural de oyentes, y hemos de esperar que siga ocurriendo en el futuro. Sin embargo, las comunidades de sordos nunca han aspirado ni podrán anhelar la ocupación mayoritaria de un territorio que puedan reclamar como propio. En este sentido, los sordos señantes han sido y serán más errantes que los judíos o los gitanos, o que los otomíes en sus territorios históricos y los tzeltzales en sus caracoles. Por una parte, mala suerte la de los sordos señantes, pues nunca tendrá un municipio o una comunidad ejidal en que policías, comisarios y profesores de la primaria local tengan la misma identidad cultural que ellos. Por otra parte, buena fortuna la de la Comunidad de Sordos Mexicana, pues cuando una minoría errante se constituye en mayoría y, peor aún, cuando se constituye en nacionalidad suele cobrar su venganza de quienes en su territorio adquirido se convierten en minoría, ahora sujeta a su dominación. En este juego de poder el dominante pierde mucho, al confundir la defensa de su propia identidad con la negación de la del otro, particularmente la del que se niega a desaparecer de su territorio. 7
Resulta entonces que los israelíes son más proclives a pecar de xenofobia, mientras que al judío de la diáspora que nunca fue sionista se le pueden achacar muchas cosas, pero diTícilmente la de ser de ser proclive al odio del diverso, o la de atentar contra la integridad de otras minorías. Algo similar ocurre al siempre desterrado sordo señante, quien rara vez peca del racismo o de la xenofobia de las mayorías normo-‐oyentes. Ciertamente, no debemos idealizar al sordo señante, los hay intolerantes, prejuiciosos y xenófobos. Sin embargo, encontraremos que el común de ellos y ellas conviven con sordas lesbianas y sordos homosexuales de modo generalmente tolerante, y que los sordos de origen étnico o nacional diverso son recibidos por la Comunidad con calidez y solidaridad, aún cuando no dominen la Lengua de Señas Mexicana. Por su parte, con su presencia, Seña y Verbo ha reivindicado a la Comunidad de Sordos Mexicana, al menos de dos maneras. La primera ha sido al retomar el género de la narrativa popular sorda en que los sordos hacen patente su comprensión de que siempre han sido y serán minoría. Existe toda una gama de chistes e historias en que en un mundo Ticticio o en una situación graciosa, los sordos señantes se convierten en mayoría y ser hablante de una lengua oral resulta desventajoso. En contraste, el común denominador de todas estas narrativas paródicas es que una lengua de señas y una cultura centrada en la vista salvan, digniTican, son signo de superioridad. En la obra ¡Paah! Tres historias para ser escuchadas, la historia de El infante (de David Olguín) presentada por Seña y Verbo llevó al escenario este: el infante nace oyente e hispanohablante en una sociedad de sordos señantes, los cuales siendo mayoría conciben al oyente como un discapacitado del lenguaje. Para colmo y 8
exaltación del absurdo, el infante preserva la identidad de un otorrinolaringólogo, con todo y el prejuicio de ser superior a los sordos, los mismo que ahora lo humillan. La segunda forma en que Seña y Verbo reivindica la presencia minoritaria pero territorial del sordo señante tiene que ver con la naturaleza misma del teatro: la ocupación del espacio escénico como el territorio dominado por sus personajes. Esto ha permitido a los actores sordo-‐señantes convertirse efectivamente en mayoría y, desde el escenario, ejercer una venganza incruenta pero catártica contra del racismo normo-‐oyente: por una o dos horas ellos dominan la interacción social, con una lengua y una cultura ineludibles para la audiencia hispanohablante, la misma que suele tratarlos con desdén fuera del escenario. Así, por ejemplo, en una puesta como ¡¿Quién te entiende?! los hispanohablantes prototípicos nos ve1mos súbitamente rodeados por la presencia de tres actores señantes, dos sordos y uno oyente, y toda la presentación gira alrededor de la vida de tres personajes sordos señantes. La audiencia hispanohablante dependerá de la traducción del actor hispanohablante para comprender la mayoría de los parlamentos señados, pero la Comunidad de Sordos Mexicana y sus personajes se apropian del espacio teatral, en calidad de mayoría protagónica. Nótese que son pocas son las minorías culturales que han gozado del privilegio de tener una compañía teatral profesional que les permita reproducir su ser y su parecer ante la mayoría hispanohablante de nuestra sociedad.
Ni todos los hijos del tigre son pintitos
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“Kipling es un inglés que vive en la India, Mowgli es humano y vive con lobos; ambos son seres que buscan su lugar e identidad… “Eso mismo pasa con los sordos, no deben ser ajenos a los oyentes, son una sociedad contenida dentro de otra, y constantemente buscan su personalidad, cultura y presencia… “De eso habla esta obra, de saber quiénes somos y descubrir que no siempre pertenecemos a un grupo determinado. Mowgli no es un lobo pero tampoco es un humano, es más bien un hombre entre los lobos y un lobo entre los hombres.” (“Los sordos son una sociedad en constante búsqueda de su personalidad, cultura y presencia: Carlos Corona”. José Lara, en La Prensa, 15 de octubre de 2002) Probablemente la circunstancia de Mowgli sea la quinta esencia de la naturaleza social del ser humano: siempre nos contrastamos con quienes nos rodean para encontrar que aunque se asemejen mucho a nosotros, nunca somos del todo igual a ellos. Nos recreamos a imagen y semejanza de quienes nos rodean y anhelamos que otros se asemejen a nosotros y, sin embargo, conforme nos topamos con más personas, o conforme las que conocemos van asumiendo cada cual un perTil distintivo también nos diferenciamos, en inTinita paradoja. A lo largo de nuestras vidas, este proceso se acelera y desacelera continuamente, pero los tiempos en que se vive dependen de la circunstancia histórico-‐cultural por la que nos toque transcurrir. Así, para quienes son perene minoría en una ciudad como México, Tijuana, Monterrey o Guadalajara, socialmente agitadas, la vida toda tiende a convertirse en una constante crisis de identidad, en la que cualquier minoría está 10
obligada a confrontarse constantemente con una alteridad pretendidamente mayoritaria, irremediable y cotidianamente omnipresente. La Comunidad de Sordos Mexicana es, en palabras de Carlos Corona, como en una “sociedad contenida dentro de otra” y, por lo mismo, resulta natural que el sordo señante viva como Mowgli, en una perene búsqueda de su “personalidad, cultura y presencia”. Cabe preguntarse por qué es que las comunidades de sordos parecen destinadas a ser extranjeras en su terruño. La respuesta está a la vista en casi todos los personajes sordos señantes que Seña y Verbo ha presentado durante 15 años, de modo transTigurado o transparente. Así, en La noche del tigre, Mowgli es hijo biológico de padres humano-‐oyentes, pero también es biológicamente lobo-‐sordo e hijo adoptivo de la comunidad de lobos sordo-‐señantes. En Ecos y Sombras, salvo por un personaje femenino sordo-‐señante cuyos padres también son sordo-‐señantes, todos los demás personajes sordos tienen familias de oyentes hispanohablantes (aunque ellos mismos sean un sordo señante, otro hablante y una más semilingüe). En El infante (de David Olguín), el bebe crecido y protagónico es un hispanohablante hijo de sordos señantes. La mujer sordo-‐señante de Otra fábula sombría (de Víctor Weinstock) es sitiada por su familia hispanohablante. En El rey que no oía, pero escuchaba (de Perla Szuchmacher) el hijo primogénito resulta ser el único sordo de la familia real. Por su parte, en ¡Paah! se narra la vida de tres personajes sordos, todos los cuales nacen en familias de oyentes hispanohablantes. Las relaciones de parentesco de estos personajes reTlejan una realidad histórica del ser sordo señante: aunque tienda a establecer sus relaciones por aTinidad con otros sordos señantes (el 90% de quienes quedan sordos antes de los 19 años se 11
incorporan a la Comunidad de Sordos Mexicanos, y el 80% de los miembros de la Comunidad se casan en la propia Comunidad), el 95% de sus relaciones por consaguinidad se establecen con miembros de otra comunidad lingüística y cultural, en México, generalmente alguna variedad de la comunidad hispanohablante. Particularmente en las grandes ciudades de México, no es tan raro que un zapoteca se case con ladino, que un judío se case con católica, o que una ladina se case con francés y, en general, que se establezcan relaciones por aTinidad que también sean interétnicas, interculturales o interlingüísticas, incluso dentro de un mismo núcleo familiar. A pesar de ello, en el sentido común se asume que el núcleo familiar generalmente es monocultural y monolingüístico, esto es, que quienes tienen relaciones de parentesco por consaguinidad pertenecen a un mismo grupo cultural y lingüístico. Y es precisamente esta presuposición la que nos permite a muchos pensar que una determinada identidad cultural se constituye como mayoría dentro de determinado territorio, gracias a la aglomeración extensivamente multiplicada de núcleos familiares homogéneos. Por su parte, la Comunidades de Sordos Mexicana inevitablemente choca con este esquema y amenaza con resquebrajarlo, pues para el sordo señante y sus familiares hispanohablantes el parentesco por consaguinidad es típicamente intercultural y bilingüe. La interacción entre mayoría y minoría cultural es a la vez convivencia cotidiana entre padres e hijos, entre hermanos, así como también entre primos, tíos y primos, abuelos y nietos, etc. El 95% de los sordos señantes nunca pueden darse el lujo de poseer una familia predominantemente monocultural y, por lo mismo, no pueden dejar de vivir los dilemas de Mowgli: a partir de que se asumen 12
como señantes, de modo más o menos consciente, la identidad colectiva de estos sordos permanece en el ámbito conTlictivo de la interculturalidad, desde el momento en que nacen y crecen como menores de padre ladinos tienen un 90% de quedar sumergidos en una familia intercultural, para bien o para mal. La presencia teatral de Seña y Verbo proyecta y multiplica este dilema, de diversas maneras. Y al hacerlo recuerda al público que es de humanos el ser culturalmente diferentes, que debemos digniTicar la diversidad cultural, tanto la que nos rodea, como la que tenemos muy cerca o dentro de cada uno de nosotros. En un contexto urbano de globalización al estilo de las mayorías internacionales dominantes, la presencia del sordo señante simboliza lo absurdo, lo indeseable y lo imposible de esta enajenación homogeneizante, obligando incluso a los núcleos familiares hispanohablantes a revalorar su íntima relación con la sorda o el sordo señantes incrustados en su cotidianidad, con su Lengua de Señas Mexicana y con todo y la cultura de la Comunidad de Sordos Mexicana. Como compañía teatral, Seña y Verbo aspira a una interculturalidad excelsa, elevando la cotidiana interculturalidad de las relaciones de parentesco de los sordos al escenario teatral de las bellas artes.
Ni tanto que queme al señante, ni tan poco que no lo alumbre En 1997, en su calidad de Presidente de la Asociación Mexicana de Sordos (ahora Federación Mexicana de Sordos), Manolo (Víctor Manuel Montes de Oca) repartía a granel fotocopias de dos ensayos en diversas secretarías del gobierno federal: La comunidad silente de México (Fridman 1999) y Sociedad y naturaleza: Encuentros y desencuentros en el cuerpo de cada cual (Fridman 1998). Empezaron varios años de 13
colaboración intensa en el impulso del reconocimiento legal de la Lengua de Señas Mexicana (LSM) y de la identidad colectiva de la Comunidad de Sordos Mexicana. Reorientamos nuestra actividad hacia el poder legislativo y en poco tiempo pudimos conjuntar la voluntad de la mayoría de los dirigentes tradicionales de la Comunidad, iniciándose un prolongado proceso de difusión en prensa, de presión política por medio de movilizaciones, y de cabildeo en el Congreso de la Unión.2 Paralelamente, en Seña y Verbo se fue gestando la voluntad de representar explícitamente la identidad cultural de sus actores sordo-‐señantes. En Ecos y Sombras se concreto este anhelo, coincidiendo (probablemente no por coincidencia) con un parteaguas en la historia de los movimientos sociales de la Comunidad de Sordos Mexicana: Los sordos señantes se desmarcaron del movimiento de las personas con discapacidad y, sin sectarismo, exigieron que se les reconociera como minoría lingüística y cultural. Retrospectivamente, se puede aTirmar que esta visión del ser sordo señante se desparramó como lumbre en llano seco, particularmente entre los sordos señantes comunes y corrientes que la asumieron instintivamente, si bien no la asimilaron con toda su complejidad, ni con todas sus implicaciones. Aún así, al confrontar a los legisladores con este discurso descubrimos rápidamente que era nuestra mejor arma: la defensa racional de los derechos culturales del sordo esgrimida por el propio sordo señante, con la ayuda de un intérprete. Si ante tal presencia el legislador se solidarizaba, entonces más de la mitad del camino estaba recorrido. Por el contrario, si
2 El cual culminó, entre otras cosas, con el reconocimiento legal de la Lengua de Señas
Mexicana como lengua nacional, en el artículo 12 de la Ley General de la Personas con Discapacidad, aprobada en 2005. 14
aún ante la presencia del digniTicado sordo señante el legislador se mantenía reticente, entonces era una caso perdido. No hubo medias tintas. Al igual que en las presentaciones escénicas de Seña y Verbo, la presencia inmediata de la identidad cultural del sordo señante en el escenario político fue (y sigue siendo) central. Su lucha se había venido dando en muchos frentes, por muchos años, tanto en la vida pública como en la privada. Sin embargo, hasta entonces y por lo general, el sordo señante no se retrata a sí mismo como minoría cultural, plantándose frente a la identidad dominante del ladino o del criollo gobernante. Aunque desigual, el cambio ha sido notorio, y todavía no hemos asimilado a cabalidad su trascendencia, ni sordos, ni oyentes: ante la incredulidad de las instituciones públicas, particularmente las de corte clínico, el sordo señante transparentó su identidad cultural y deslumbró a quienes lo vieron. Desde entonces y hasta ahora, los especialistas en lenguaje y audición reclamaron: el sordo señante es un opresor en ciernes, pues pretende imponer a todos los sordos sus señas y, por ende, su inferior identidad cultural. Este discurso no puede ser ni ignorado, ni subestimado, pues apela al más bajo instinto homogeneizante e intolerante de la mayoría normo-‐oyente. Se le dio una respuesta contundente: en primera instancia, el sordo señante reconoció la existencia de sordos con una identidad cultural ajena a la de la Comunidad de Sordos Mexicana y, en segunda instancia, también se asumió la defensa solidaria e incondicional de sus derechos culturales, en tanto que sordos hispanohablantes. En este proceso resultó vital el reconocimiento de la existencia de tres tipos de sordos y sordociegos: el señante, el hablante y el semilingüe. Aunque de modo muy 15
pragmático, todos estos tipos se plasmaron en la Iniciativa de Ley Federal de Cultura del Sordo, y se abrió un proceso de redescubrimiento de lo que signiTica ser sordo, en el que hemos participado tanto sordos como oyentes, el cual recibió un fuerte e inesperado impulso desde un espacio teatral: “Ecos y Sombras nos habla de las distintas caras de la sordera y los sordos: de quienes han sido afectados por ella desde su nacimiento y de quienes pierden la audición en edad adulta, de sus relaciones familiares y de los conTlictos que se generan por su condición… “… Destacan los trabajos de Rábago como el músico que empieza a perder el oído… En cuanto a Falconi, Haddas y Olalde destacan su energía, la construcción de sus personajes… enriqueciendo el montaje con delicados matices y desbordados torrentes emocionales.” (“Ecos de una vida”. Carlos Pascual, en, Milenio Diario, 27 de abril de 2000) El personaje del músico que ensordece representó al sordo hispanohablante (Rábago), adulto ensordecido de cuyos dilemas socioculturales se desentiende la medicina, la rehabilitación y la cultura normo-‐oyente. El de la sorda recluida en el seno de su familia correspondió al sordo semilingüe (Haddas), cuya existencia se deriva tanto de la falta de acceso sensorial a una lengua oral, como por la incapacidad de la mayoría (encarnada por una madre ladina) de comprender lo vital que le sería acceder a la cultura de la minoría señante. El personaje sordo que rompió con la reclusión familiar corresponde al sordo señante de padres oyentes (Falconi), el irredento que en México típicamente se incorpora a la Comunidad de Sordos Mexicana durante su adolescencia, muy a pesar de las intenciones mayoritarias de anularlo por 16
“integración”. Finalmente, el personaje de la sorda de padres sordo-‐señantes (Lucila Olalde), sorda señante irredenta y de presencia amenazante para la mayoría normo-‐ oyente, la cual no puede dejar de percibirla como arrogantemente orgullosa y enigmáticamente absurda. Estas concepciones del sordo, aún enunciadas implícita y brevemente como aquí lo han sido, no se han extendido y aTianzado en el discurso, ni del común de la gente ni de los especialistas. Esta por verse si este discurso sobre los sordos y de los sordos puede consolidarse y contribuir a una transformación signiTicativa de su vida diaria, hoy por hoy marcadamente opresiva. Sin embargo, Seña y Verbo tiene mucho crédito en lo que se logre, pues esta concepción innovadora del ser sordo se inspiró y se ha venido transpirando desde los personajes de Ecos y Sombras y de ¡¿Quién te entiende?! En esta última, las vidas de tres adultos señantes se diferencian por la infancia que a cada uno le tocó vivir: una semilingüe (Lucila Olalde), otra hablante (Haydée Boetto) y una tercera señante (Roberto de Loera). Probablemente el efecto de estas obras sobre el público que las presencia ha sido, y será mucho más profundo y duradero que la de cualquier ensayo académico sobre el tema.
Siempre hay un sordo roto para un oyente descosido Desgraciadamente, no solamente los hispanohablantes tienden a desconocer y deformar la identidad del sordo señante y la naturaleza de la Lengua de Señas Mexicana. No habría porque esperar que los sordos señantes le demuestren a los demás y a si mismos que “son un grupo con una cultura propia”. A ellos les
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corresponde mostrarse tal y como son, mientras que a los oyentes hispanohablantes nos toca respetarlos, con equidad. Sin embargo, la realidad social que vivimos es perversa, pues no solamente propicia desde las instituciones de salud y educación especial el que los hispanohablantes veamos a los sordos señantes como culturalmente inferiores, como sordomudos o discapacitados del lenguaje, sino que requiere y procura que los propios sordos señantes se vean a si mismos como inferiores. Para que un hispanohablante pueda continuar denigrando al sordo señante, resulta indispensable la complicidad del subordinado y, por ende, autodenigrado. Hasta ahora, en los 15 años de presentaciones de Seña y Verbo el sordo señante sale muy bien librado, prácticamente idealizado. Tal vez porque la Comunidad de Sordos Mexicana experimentó un empuje que no había vivido en varias décadas. Tal vez porque, voluntaria o involuntariamente, Seña y Verbo ha querido digniTicar al sordo señante y su cultura, lo que no hubiera resultado más diTícil de lograr si también se hubiera procurado retratar la autoTlagelación a la que el sordo señante parece estar habituado. Solamente puedo recordar una historia de la trilogía ¡¡Paaah!! en la que se retrata a una estudiante sordo-‐señante que, a pesar de participar en un movimiento de huelga que reivindica el uso de la Lengua de Señas Mexicana en las aulas de una Ticticia Escuela Nacional del Sordo, ella no deja de concebirse a si misma como inferior al oyente, como discapacitada del lenguaje: Palabras Necias (de Flavio González Mello). Sin embargo, aún en esta obra, los dirigentes sordo-‐señantes de este movimiento estudiantil permanecen incorruptibles. 18
Desgraciadamente la realidad opresiva de nuestra sociedad supera a la Ticción teatral, pues la corrupción es moneda corriente entre muchos líderes de la Comunidad de Sordos Mexicana y, por su parte, la Secretaría de Educación Pública ha proscrito oTicialmente las escuelas de sordos. A decir de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Secretaría de Educación Pública tiene razón cuando aTirma que: “…establecer instituciones educativas exclusivas para sordos implicaría propiciar su aislamiento del mundo fáctico en el cual deben desenvolverse de manera cotidiana, incluso actualizando formas de discriminación al establecer dichas instituciones.” “… Entre otros trabajos se puede señalar… las reuniones interinstitucionales para la Atención a la Población Sorda, de 13 de marzo y 11 de abril de 2008, en las cuales han participado, entre otros, representantes de la Secretaría de Educación Pública, de la Federación Mexicana de Sordos…” (OTicio V2/41387. 29 de octubre de 2008. Mauricio Ibarra, Segundo Visitador) A pesar de varias bondades de la Ley General para las Personas con Discapacidad, la Comunidad de Sordos Mexicana está viviendo tiempos aciagos, de contrareforma. Mientras tanto, los líderes nacionales de las organizaciones formales de la Comunidad continúan regocijándose públicamente por el trato cordial y los recursos que les da la Secretaría de Educación Pública. Gaspar Sanabria se ufana públicamente de ser responsable y no estar armando escándalos contra el buen gobierno. Ernesto Escobedo, por su parte, está concentrado en que a él y a su organización le den las cuotas que dice le corresponden, tanto en cualquier prebenda
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como en cualquier espacio de representación diseñado para las personas con discapacidad. Me cuesta trabajo imaginar los sueños o las pesadillas que estos líderes tienen, cuando en soledad o ante sus seres queridos tienen que explicar que han decidido guardar silencio ante la ofensiva gubernamental contra el derecho de los sordos a la educación bilingüe, contra su derecho a congregarse y tener una presencia colectiva en las escuelas de educación regular. Tal vez Seña y Verbo pueda poner su grano de arena para que, desde el ámbito de la recreación artística todos podamos develar el alma oscura de la alienación sordo-‐señante. Este es un Tilón que Seña y Verbo no ha explotado en ninguna de sus obras. Y no puede haber mejor peor momento que el actual para hacerlo. El efecto de la historia artística de Seña y Verbo sobre el entendimiento de lo que son los sordos, entre el común de la gente que presencia sus obras, me parece inconmensurable. Desgraciadamente, también parece inconmensurable el efecto que tienen la nuevas carreras de Audición y Lenguaje que están siendo abiertas por todos los estados de la República, y en que se inculca que Mowgli no tiene cultura propia y el docente-‐terapeuta tiene el deber de rescatarlo de su estado lupino. Aún en el ámbito de las instituciones responsables de la creación y recreación cultural (como lo son las de las bellas artes y las escuelas normales), el resultado parece impredecible. Ardua es la tarea que espera a los jóvenes intelectuales con dignidad de la Comunidad de Sordos Mexicana, entre otros, a los actores de Seña y Verbo. Ojala que junto con los hispanohablantes de Seña y Verba nos den muchos más años de fructífera y profesional vida en el teatro. 20
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