Post scriptum a Cadena de Mando

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En torno de este problema puede construirse una reflexión que articule la dimensión social de este proceso de obediencia hacia órdenes inhumanas con su dimensión política. Recuerdo especialmente el trabajo expuesto en el Informe Bourbaki, que identifica tendencias en la violencia realizada por el "orden legal" y el "orden delictual" en el año de 2008. Si las tendencias expuestas en dicho informe se mantienen, el "dominio del orden legal" hoy estaría orientándose primariamente hacia organizaciones sociales en los espacios en donde la sociedad presenta resistencia a los procesos legales e ilegales de acumulación de capital, y hacia el orden delictual en espacios en donde varios grupos criminales disputan por el monopolio de mercancías ilegales. Eso quiere decir que en muchas ocasiones el ejército no está combatiendo el narcotráfico, sino que está protegiendo a unos narcotraficantes sobre otros, y también está combatiendo contra la población cuando ella se opone a Estado y narcotraficantes. Si ello sigue siendo así, entonces ¿por qué es necesario que los soldados se sientan en riesgo, piensen que tratan con "traidores a la patria", no lleven formación en derechos humanos, etcétera?

Queridas Daniela y Mónica, querido Pablo:

¿Cómo explicar el dolor, la incomodidad, la furia que nace de ir leyendo Cadena de Mando? ¿Y cómo no poner en relación esos afectos con una experiencia que podría parecer incomprensible: la de la creciente cantidad de amigos que leen el sitio, se pasan la dirección de la página, aluden a sus textos, grabaciones y videos en conversaciones compartidas, y al tiempo, no escriben públicamente sobre el sitio, no comentan lo que piensan y sienten? ¿Cómo no ponerlos en relación con mi propia dificultad para escribir este texto, que hoy decidí entregarles así, como una carta abierta que quisiera compartirse con otros miles de destinatarios que también son lectores y quizá también sintieron ese dolor, esa incomodidad y esa furia?
Hacia ellos también me dirijo, como uno más de los lectores que ha ido construyendo una relación personal, secreta e invisible con el sitio. Como muchos de ustedes, he trabajado junto a mis estudiantes con esos textos, audios y videos. Como muchos de ustedes, también yo los he comentado con familiares y colegas. Como muchos de ustedes, también yo he ido asumiendo la condición de testigo incomodado y sorprendido. Y es que la interpelación que recibimos es difícil de asumir. Es radical y generosa. Representa un avance sustantivo desde las primeras reflexiones que las Periodistas de a Pie, como grupo, tuvieron en torno del valor del testimonio de las víctimas, la construcción de un lenguaje que no reprodujera el horror y la recuperación de las prácticas que cuidan la vida en un contexto de muerte. Desde el horizonte ético que las Periodistas de a Pie construyeron en esas primeras aproximaciones, que ya tienen más de cinco años, han ido avanzando hacia preguntas relacionadas con la construcción social de la impunidad: la impunidad, no sólo como un hecho político, con un conjunto de beneficiarios, una racionalidad y una direccionalidad clara, sino también como un proceso social, que se vuelve posible por la cooperación pasiva de un conjunto de sujetos educados en las pedagogías de la obediencia debida y la indiferencia virtuosa, y subjetivados en el terror, la crueldad y el desamparo.
Con ello, los que trabajan en Cadena de Mando nos han ayudado en la construcción colectiva de un diagnóstico de esta guerra que trata de romper con el "infantilismo social" tantas veces criticado por Pietro Ameglio y otros miembros del colectivo Pensar en Voz Alta: un infantilismo que pone la atención en el resultado final del proceso de violencia que estamos viviendo sin preguntar por los procesos que hacen posible dicho resultado. Que pone la atención en el número de muertos y la espectacularización de los asesinatos sin preguntar por los procesos que han hecho posible que una cantidad importante de personas ponga su cuerpo en acciones que producen la muerte. Al mismo tiempo, los que trabajan en Cadena de Mando nos están obligando a pensar en cómo todos nosotros, como sociedad, hemos colaborado en la construcción de esos soldados a los que nos hemos acostumbrado a insultar en marchas y manifestaciones, como "otro negativo" que no tendría nada que ver con nosotros. Y las reflexiones que comienzan a emerger a través de Cadena de Mando alimentan una pregunta de la cual como sociedad pronto tendremos que hacernos cargo: cómo trabajaremos con los perpetradores de la violencia de Estado, y en qué procesos de justicia y reparación tendremos que comprometernos junto a ellos (o al menos, junto a algunos de ellos), si es que en verdad deseamos construir una paz duradera.
Por esa razón valoro especialmente los registros de las entrevistas de los seis militares cuyo testimonio fue presentado en las primeras partes del sitio. Es necesario que ellos comiencen a hablar, y para ello también es necesario cooperar en la construcción de espacios protegidos en donde pueda circular su palabra. Quizá no es ocioso decir que, en el contexto de la experiencia de los perpetradores, "entender" no significa "justificar".
Las reflexiones que comienzan a aparecer en Cadena de Mando ayudan a una caracterización de la cultura de la obediencia debida a órdenes inhumanas que es propia de nuestro México, e invitan a ser leídas en conexión con otros grandes trabajos periodísticos que fueron también obras de pensamiento, como el clásico reportaje de Hannah Arendt sobre los Juicios de Nuremberg (Eichmann en Jerusalén, que hoy se lee en carreras de filosofía, fue primero un reportaje periodístico. Ese detalle olvidado hoy debería enseñar cosas importantes a filósofos y periodistas). Algunos de esos rasgos merecen ser profundizados a través de nuevas entrevistas, y contrastados con trabajos de investigación realizados en otros lugares. Me interesan especialmente los siguientes:
La construcción de situaciones de puesta en riesgo, directo e indirecto, en donde el "matar o morir" deviene necesario para la normalización, a través de la angustia, de situaciones de obediencia hacia órdenes que en otro momento serían difíciles de acatar (aquí interesa mostrar que muchas aparentes "fallas" en la formación de los militares devienen productivas desde el punto de vista del proceso de obediencia que se trata de construir) (¿qué significa, por ejemplo, que a Felipe lo hayan mandado "a la sierra, de supervivencia"?);
La construcción del aislamiento, mental y físico, que vuelve difícil la aparición de situaciones de reflexión colectiva, junto a personas que están fuera del proceso, sobre el estatuto moral de las acciones que se realizan dentro del grupo alienado (en este tema existe la posibilidad de dialogar con trabajos clásicos, como los del psicólogo social Stanley Milgram, y con recuperaciones contemporáneas de dichos trabajos, como la de Zygmut Bauman);
La construcción de la complicidad, necesaria para que el sujeto alienado entre en una situación en donde le es difícil detener una acción que sabe ilegítima (este tema ha sido especialmente importante para explicar el funcionamiento de grupos paramilitares como las PAC de Guatemala, y la investigación de Cadena de Mando podría beneficiarse mucho de trabajos como los de la antropóloga Victoria Sanford);
La omnipresencia del castigo, trabajada ante todo en la sección "Obediencia", pero presente en todos los testimonios en donde los militares se quejan de que el castigo puede llegar todo el tiempo, tanto si obedecen (porque se quejan los defensores de derechos humanos), como si no lo hacen (porque las leyes militares los condenarán, incluso si la desobediencia fue motivada por una decisión moral o por el deseo de no infligir una ley). Me parece que dicha omnipresencia tiende a fortalecer lo que Milgram llamaría "estado agéntico", es decir, el deseo de delegar la propia responsabilidad en un otro que tiene poder suficiente como para hacerse responsable de lo que hace a través mío. El tema está bien expuesto en el testimonio dibujado en el cómic de "Capacitación" ("nosotros somos un arma, un arma de guerra, una pieza clave para enfrentar la guerra"), y en todo el capítulo "Obediencia", que tiene frases tan impactantes como "somos las manos de alguien más". Además de Milgram, en esta parte me resonaron las reflexiones de Erich Fromm sobre los procedimientos psicológicos propios de regímenes totalitarios.
La desaparición de la capacidad individual para elaborar un juicio moral, presente en las palabras de Ramiro, "ya no había reglas ni de uno ni de otro bando". La moral no es un tema menor: la capacidad para desobedecer a órdenes inhumanas pasa por la capacidad de elaborar una juicio moral autónomo respecto de la moral de la orden impuesta por el proceso de obediencia. Y aquí el tema no se sitúa sólo en el orden de lo ilegal, que es el que se trabaja en las páginas finales de Cadena de Mando, sino en el orden de lo ilegítimo, que es más importante, y también más difícil de construir.

Cada uno de estos rasgos es importante porque ilumina temas en los cuales nosotros, como sociedad, podemos elaborar estrategias de intervención: acciones culturales y políticas para romper el aislamiento; acciones terapéuticas y sociales para hablar colectivamente, tomar responsabilidad por lo que se ha hecho y romper con la complicidad autoasumida; acciones educativas para fomentar espacios en donde se elabora colectivamente la capacidad de juicio moral; acciones jurídicas que limiten la omnipresencia del castigo a partir de una consideración más fuerte de la legalidad, que juzgue las ejecuciones extrajudiciales como crímenes de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos, y ayude a que otros soldados puedan enfrentar individual y colectivamente las órdenes inhumanas… Queridos amigos: ¿será soñar demasiado? ¿Será que soy demasiado ingenuo?
Como filólogo, también me interesan los testimonios que muestran la construcción de un lenguaje donde nace la noción de "enemigo". Decirle "guerra" a la situación que estamos viviendo el país; dar estadísticas utilizando el nombre "enemigo", a pesar de que, como dice Israel, cuando eres soldado "no disparas a un enemigo, disparas a tu paisano"; el funcionamiento de eufemismos que "ocultan" la acción violenta en verbos como "neutralizar" y expresiones como "quiero chamba, quiero que metan trabajo, quiero que metan resultados" (que significan 'asesinar'); el verbo "erradicar" (que significa 'asesinar a un grupo social', no sólo a un individuo"; la expresión "echarles agüita" (que significa 'torturar'); llamar anticipadamente a los posibles muertos como "traidores a la patria" y "pinche delincuencia"… Recordé inmediatamente el libro del filólogo Victor Klemperer, que analizó la transformación de la lengua alemana en tiempos del nazismo, y el de Marguerite Feitlowitz, Un léxico del terror, que trabaja en términos similares lo que ocurrió en la dictadura argentina. Más adelante, en "Capacitación", los lectores vemos cómo se amplía esa noción de "enemigo": enemigo es el que anda con dos personas más en una camioneta, el que viste tatuado o rapado, y después también puede ser el que anda en coche, en moto, con una playera polo, con su pareja y un niño… Todos somos potenciales enemigos.
Una última nota. Me preocupa, no sólo por parte de Israel, sino también por parte de expertos consultados (como Benítez-Maraut), una cierta correlación que se establece entre baja escolaridad, proveniencia geográfica y propensión a violar los derechos humanos. No sé si allí no habrá un cierto racismo interiorizado, que lleva a pensar que la gente de las ciudades, con altos niveles de educación, etcétera, es menos capaz de abusar de la gente. También me preocupa que la parte final del reportaje se enfoque únicamente en la ilegalidad de ciertas órdenes. El tema no es sólo si un soldado puede desobedecer una orden ilegal, sino si puede desobedecer una orden ilegítima, inhumana. No es lo mismo, y menos aún en México. No sólo se trata de acatar la ley, sino de resguardar la dignidad e integridad de la vida, incluso si la ley pide lo contrario. Como dicen Javier y Alberto, el problema es que "no nos enseñan a decir 'aquí está mal'". Me pregunto si esa capacidad de decir "aquí está mal" tiene que ver con la escolarización o la proveniencia geográfica. Me pregunto cómo se construye esa capacidad. ¿Cuáles son sus variantes? ¿Qué nos enseñan a ese respecto los testimonios de militares que, en determinado momento, decidieron no acatar una orden que sabían inhumana? Esas historias, ¿existen?

Abrazos cariñosos y solidarios,

Rafael Mondragón.




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