\"La vida es bella\": La familia es bella

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M&N MESA Y NEGOCIOS • Noviembre 2010

La Buena Mesa en el Cine Por Alfonso Méndiz · Profesor de Cine y Publicidad · Universidad de Málaga

LA VIDA ES BELLA

La vida es bella

“Esta es una historia sencilla, pero no es fácil de contar. Como en una fábula, hay dolor; y como una fábula, está llena de maravillas y de felicidad”. Con estas palabras, sobre una neblina de fondo, arranca este precioso filme de Roberto Begnini que ganó más de 40 premios cinematográficos en 1999, incluidos tres Óscars de la Academia de Hollywood: mejor actor, mejor banda sonora y mejor película extranjera. Guido (Roberto Begnini) es un aventurero que en 1935 llega a Arezzo para trabajar como camarero en el Grand Hotel de su tío. Nada más llegar al pueblo, conoce a una joven maestra, Dora (Nicoletta Braschi), de la que se enamora inmediatamente. Para conquistarla, lo intenta todo: se hace pasar por inspector escolar, la espía en la Ópera mientras escucha “La Barcarola” de Offenbach, le invita a subir al coche cuando ella piensa que es el auto de su prometido... Esto último propicia una de las más bellas y divertidas escenas: el paseo bajo la lluvia, con los “regalos” que llueven del cielo (una llave, una respuesta, un cambio de sombrero) y el sello definitivo de su mutuo amor. Mientras sigue la trama romántica, vemos a Guido tratando de abrirse paso como camarero en el Grand Hotel. En la primera escena, el examen al que le somete el jefe de cocina no puede ser más desolador, porque

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el joven aprendiz sólo sabe servir el pollo. “¿Cómo se sirve la langosta?”, interpela el cheff. Y Guido, un hombre de recursos acostumbrado a fantasear, improvisa una supuesta disección de la langosta: “¿La langosta? ¡Facilísimo! Clavo el ala bajo el muslo y arranco el muslo. La langosta es un crustáceo; por lo tanto, primero arranco las antenas y le quito el caparazón. ¡Fuera antenas! ¡Fuera la langosta! O sea, que la langosta se ha terminado, pero tenemos un pollo que es buenísimo. ¿Le sirvo un pollo...?”. El jefe de cocina, sorprendido por su cara dura, sólo acierta a decir: “La langosta se sirve tal como sale de la cocina, no precisa tocarla”. Más adelante, el cheff le indica cómo reverenciar a la clientela. Cuando Guido se dobla casi 90 grados, le hace esta aguda observación: “Fíjate en los girasoles. Se inclinan al sol, pero si alguno se inclina demasiado significa que ha muerto. Tú estás sirviendo, pero no eres un siervo. ¡Servir es el arte supremo!”. Con todo, la secuencia gastronómica más divertida es aquella en que un médico alemán rechaza la cena que le han preparado (salmón, ensalada y vino blanco) porque quiere resolver antes un acertijo que le obsesiona. Llega entonces un alto funcionario, y aunque la cocina está ya cerrada, Guido se ve forzado a atenderle. De nuevo su picardía se pone en acción. “Desearía algo ligero”, dice el funcionario, y Guido replica: “¿Algo ligero? Muy bien, tenemos un bistec braseado, con riñones, hígado frito y rebozado... (cara compungida del cliente) ...o bien un

ficha técnica Título original: La Vita è Bella. Director: Roberto Begnini. Reparto: Roberto Benigni, Nicoletta Braschi, Giorgio Cantarini, Marisa Paredes. País y año: Italia, 1998. Distribuye: Lauren Films.

salmón”. “¡Salmón!”, exclama aliviado el comensal, que encuentra así algo a lo que agarrarse. “De guarnición tenemos setas muy fritas, puré de patatas mantecosas con bechamel... (de nuevo la cara de espanto) o una simple ensalada”. “¡Ensalada!”, exclama de nuevo el funcionario. “Estupendo, entonces le traigo salmón, ensalada y... ¡una copa de vino blanco!, ¿le parece?”. “Magnífico, pero lo más rápido posible”. Para su sorpresa, a los 5 segundos aparecen los dos platos y la copa, porque Guido los ha traído... de la mesa de al lado. Cuando, tras múltiples peripecias, Guido se casa con Dora y tienen un bebé, las leyes raciales que se imponen en Italia acaban confinando al padre y al hijo en un campo de concentración. Empieza la parte tragicómica, con el padre tratando de encubrir todas aquellas penalidades como si fuera un “juego de combate”. También ahí actuará como camarero: está vez, ante los oficiales del campo; lo cual no será óbice para que Guido abra la ventana y dirija el gramófono hacia el edificio donde está encerrada Dora. Mientras los oficiales beben y se divierten, Guido regala a su mujer aquella misma aria de “La Barcarola” de Los cuentos de Hoffman que ambos escucharon la noche de su primer paseo bajo la lluvia. El final, triste y a la vez esperanzado, es un canto a la vida, a la familia, al amor. Porque en esta historia, como en toda fábula, hay siempre dolor y, como una fábula, está llena de maravillas y de felicidad.

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